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Cuadra de putas 9

en Amor filial

A la boda de mi prima fuimos con los dos coches. Mi padre, justo después del banquete tenía que salir para Zaragoza, donde iba a trabajar las siguientes semanas y se llevaba su coche. Nosotros nos quedábamos a pasar la noche en el Hotel Restaurante donde se hacía la celebración y volveríamos a casa a la mañana siguiente con el coche de mi madre.

Así que, entre la guarra y yo, engatusamos al cornudo para que el fuese solo con su coche mientras yo llevaba a mamá en el otro.

De ese modo tuvimos un placentero trayecto con una breve parada en un descampado para echar un polvo. Con cuidado, tampoco quería estropear el peinado de la puta, que se había puesto especialmente guapa para la boda de su sobrina.

Después de rellenarla como un pavo, dejándole una buena ración de leche en el ojete, llegamos con el tiempo justo a la ceremonia. Al llegar, el viejo nos interrogó a fondo, pero se tragó el rollo que le metimos del pinchazo. Supongo que si se hubiese fijado en los labios hinchados de la chupa pollas de su mujer, o le hubiera tocado su rezumante culo, podría haberse dado cuenta de la zorra con la que vivía. Pero el maricón vivía en los mundos de yupi y su preocupación primordial era el menú del banquete. ¡Menudo zampabollos que estaba hecho, el muy pichafloja!

Durante la misa me dediqué a observar al personal mientras el cura largaba el rollo habitual. Como es lógico presté especial atención a las chorbas. Había algunas tías bastante potentes. Mi prima estaba preciosa, con su traje de novia color marfil. Ella siempre me había gustado, aunque la encontraba un poquito naif. Era muy buena chica y, por supuesto, si la tuviese a tiro me la follaría,  pero no era exactamente mi tipo. Ni eso entraba en mis planes... 

Continué escrutando al personal, con mi radar detecta-zorras activado, y mi atención se centró en mi tía. La hermana de mamá. La tía Fina, la madre de la novia, dos años mayor que mi madre, estaba algo más gordita que mi puta. Tenía unas tetas descomunales, resaltadas por el llamativo y ajustado vestido rojo que marcaba  sus curvas. Estaba, en un sitio de honor, junto al pusilánime de su marido, el tío Blas. Ella, que tenía fama de borde, estaba muy seria junto al tío que, tristón, soltaba alguna que otra furtiva lagrimilla.

Ya que ellos no podían verme, los fui observando detenidamente, prestando atención al cuerpazo de mi tía, desnudándola con la imaginación y elucubrando todo tipo de cerdadas con ella.

Poco podía pensar que, en pocas horas, la iba a regar con un par de litros de esperma.

Durante el banquete aproveché para recuperar fuerzas y prepararme para una buena noche de sexo con mamá. Evidentemente, sólo íbamos a usar una de las dos habitaciones que teníamos reservadas. Y tenía ganas de darle caña. La veía feliz contoneándose entre los invitados con un vestido satinado de color verde que se ajustaba a su cuerpo como un guante. Estaba como un queso, para comérsela. Y pude fijarme que era la comidilla y el objetivo de todas las miradas masculinas de la fiesta. Bueno, de casi todas, porque el cornudo de mi padre estaba más atento a las croquetas que a la jaca de su mujer. Y su entrañable cuñado, el blandengue del tío Blas, andaba más preocupado por controlar que la jamona de la tía Fina no le atizase tanto al cava y dejase de hacer de folclórica por todo el salón.

La verdad es que la tía, ya a mitad del banquete, estaba bastante bolinga. Andaba entre las mesas sobreactuando y montando un poco el número.

El tío Blas, mi prima y parte de la familia estaban muertos de vergüenza. El novio, su familia y otros invitados flipaban un poco, pero lo atribuían a la tristeza por la boda de su niña, que la madre había atenuado con abundantes dosis de alcohol. Yo, que ya la conocía un poco, me lo tomaba un poco a risa y empezaba a fantasear por si sería tan guarra en el catre como su hermana.

Después de la cena, y a medida que avanzaba la fiesta y empezaba el baile, la tía Fina se fue desmelenando. 

Mi padre se había dado el piro en cuanto acabó el papeo y se perdió el show. 

Yo, más tranquilo sin el cornudo, aprovechaba cualquier ocasión para sobar a mi guarrilla e incluso le froté la polla morcillona bailando una lenta. También le pedí que se quitase el tanga en el baño y me lo pasase. Lo hizo y, disimuladamente, lo iba olfateando de vez en cuando, como si fuese un pañuelo, mientras contemplaba el espectáculo que seguía montando la tía.

Ésta había empezado a bailar como una posesa, en plan María Jiménez. Subiendo a las mesas y haciendo el número flamenco. Llevaba una trompa como un piano y tanto el tío Blas, como su hija intentaban razonar con ella y tranquilizarla. Pero ella, inasequible al desaliento y desdeñosa, pasaba de ellos como de la mierda. En especial del tío Blas, al que trataba con especial dureza y desprecio, a pesar de estar rodeada de extraños. Al menos a su hija la respetaba un pelín. El pobre tío Blas no sabía dónde meterse y trataba de disculparla acusando a la bebida o a que algo le había sentado mal. Aunque, la verdad es que no colaba y, visto desde fuera, parecía el patético intento de un calzonazos de controlar a una zorra. Y, la verdad sea dicha, con pésimo resultado.

Yo contemplaba la escena fascinado, procurando fijarme en el cuerpo de mi tía. Especialmente cuando andaba sobre las mesas y su falda revoloteaba. De hecho, haciendo el tonto, procuré colocarme en una de las mesas donde estaba montando el numerito para ver bien que tal era el panorama bajo la falda.

Y he de decir que la vista me encantó, tenía un culazo precioso en el que se hundía el tanga rojo que apenas tapaba su apetecible chochazo. Algunos pelillos se escapaban aunque parece que llevaba el felpudo arreglado. No obstante, mi mente ya empezó a elucubrar planes para tunear a la golfa y podar su césped.

Ya en modo maquiavélico, dejé que la tía siguiese desbarrando un rato más ante la impotencia del tío Blas, al que ya empezaba a ver como un cornudo en potencia, y la rechifla del resto de los invitados.

Entonces, cuando ya vi madura la situación, llamé a mi madre y le propuse que le dijese al tío Blas si quería que cogiese a su hermana para llevarla a dormir la mona a su habitación, y acabar la fiesta en paz.

El tío Blas vio el cielo abierto y casi suplico a mi madre que sacase de allí a su hermana. (Yo, lo que imaginé abierto no fue el cielo, sino el ojete de mi tía...)

La tía iba bien cocida y se tambaleaba de la borrachera cuando mamá y yo, cada uno de un brazo, la enganchamos para subirla a la habitación, ante el alivio de los invitados. El tío Blas nos miró agradecido y yo, consciente de lo que iba a hacer en breve con su cachonda esposa, le sonreí cínicamente al tiempo que le decía:

-Tranquilo, tío, que mamá y yo nos llevamos a la tía para que duerma la mona en su cuarto y mañana mamá te la devuelve como nueva... 

-¡Gracias, Marcos!- respondió él, agradecido.

-De nada, Blas, para eso estamos. -intervino mi madre, arrastrando a duras penas a Fina hacia el pasillo que llevaba a los ascensores.

Ella balbuceaba e iba medio tambaleante, pero eso no le impidió berrear a voz en gritó:

-¡Blasitooo, me voy a seguir la juergaaa! ¡Soso, que eres un soso!

Mi madre y yo nos miramos sonrientes, viendo la cara aturdida del futuro cornudo y como trataba de mantener la compostura mientras nos alejábamos.

Esperando el ascensor, mamá yo comenzamos a hablar como si la tía no estuviese. A fin de cuentas, su nivel de conciencia no parecía muy elevado...

-Vaya rollo Marcos, con la trompa que lleva tu tía se nos va a joder el plan... A lo mejor cuando esté sobando te puedo hacer una mamada o algo así, pero me parece que no vamos a poder...

Yo la miré sonriendo al tiempo que sujetaba la cabeza colgante de la tía por los pelos y la meneaba de lado a lado.

-¿Lo dices por la borracha ésta? -la tía balbuceó alguna incoherencia entreabriendo los ojos y volvió a caer en el sopor alcohólico en cuanto solté sus cabellos- De eso nada, monada. La guarra de tu hermana no nos va a amargar la fiesta. 

Llegó el ascensor y nos metimos dentro. Momento que aproveche para soltar a la tía como un fardo y dejarla sentada grotescamente, mostrando sus muslos, el principio del coño y su rebosante escote, en el suelo de la cabina. Empecé un morreo baboso e intenso con mi madre, que mi tía observo enajenada, con una mirada turbia y vidriosa desde el suelo. 

-La zorra de tu hermana va a ser la guinda de nuestra fiesta de hoy, mamá.

Mi madre me miró con los ojos chispeantes y risueños:

-¡Ay, Marquitos! ¿Qué estás tramando?

-¿Pues, qué va a ser? ¿A ti que te parece? Teniendo a dos jacas como vosotras. Una que es más puta que las gallinas y otra que mañana no se va a acordar de nada... ¡Voy a follaros como si no hubiese un mañana! 

Mamá seguía mis palabras riendo y la tía babeaba y canturreaba "Sarandonga".

-A tu querida hermanita -continué- la voy a rellenar como un pavo navideño... Y como tenga la mitad de madera de puta que tú, te aseguro que la ficho para el equipo. Porque buena está un rato... -al tiempo que hablaba, baje la mano y le sobe las tetazas, a lo que ella respondió agitándose y riendo. Yo aproveché para lanzarle una andanada de salivazos en la jeta que luego extendí corriendo todo el maquillaje y dejándole la cara como una payasa.

-Así estás mejor, cerdita borracha... je, je, je...

Ella seguía con sus risas sin enterarse de mucho y sacaba la lengua tratando de lamerme la mano, como una buena perrita.

-¡Tranquila Fina, tranquila, ya tendrás tiempo de lamer! –le dijo mamá entre risas.

En eso, se paró el ascensor y le dije a mi madre:

-Guarrilla, asómate al pasillo para  ver si hay alguien.

Ella miró y me hizo un gesto con la mano de que había vía libre. Así que cogí bien fuerte a la tía de los pelos y la levanté.

-¡Andando, puta borracha!

-¡Aaaay, sueltaaa! –se lamentó ella intentando zafarse

La arrastré fuera del ascensor, con risas de mamá ante la imagen de su hermanita mayor, con el vestido arremangado en la cintura y una teta dentro y otra fuera del escote. La llevé tambaleándose en sus taconazos por el pasillo, cogida del pelo y dándole azotes en el culazo con la otra mano.

-¡Aaaay, aaay! ¡No me pegues, Marquitos! –decía ella pegando saltitos.- ¡Mari, dile al niño que no me pegue...!

-Te lo mereces, por haberte portado mal... – le dijo mi madre con una sonrisa de oreja a oreja, al tiempo que le pegaba una suave palmada en la nalga.- Pero, estate tranquila, que luego te daremos un masaje que te va a dejar como nueva...

-¡Bueeeeno! ¡A ver si es verdad! ¡Aaaaay, aaaay! Estoy un poquillo mareada...

-Debe ser la cena que te ha sentado mal. –le dije.- Pero no te preocupes, tía Fina, que ahora te daré un tratamiento que veras que bien te va –dicho esto le pegue un par de nalgadas bien fuertes y le dije a mamá que sujetase el fardo, mientras buscaba la tarjeta para abrir la habitación. –Anda, mamá, sujeta a la puerca ésta, que no se te caiga, eh...

Mi madre la aguantaba en peso, con la tía agarrada a su cuello para no caerse y la cabeza apoyada en su hombro soltando babas y mojándolo todo.

-¡Vaya pareja de cerdas! Aguanta un poco, mamá, que os voy a hacer un par de fotos, para la página web del puticlub. –Saqué el móvil y allí, en el pasillo del hotel, me puse a inmortalizar la patética escena.- Ahora sujeta el culo a la guarra... Bieeen, bien... Muérdele un poquito el cuello. Estupendo. Y, ahora voy a hacer un vídeo corto. Un primer plano. A ver si puedes sujetar la cabeza de la tía por los pelos. –Lo hizo.- ¡Muy bien! Ahora tía, intenta sonreír que te voy a hacer un video.

-Vaaale... –balbuceó ella.

Hizo una mueca bastante ridícula, pero para lo que quería me bastaba.

-Muy bien... Perfecto, Ahora, mamá, sujétala bien, e intenta escupir en su boca.

Mamá lo probó y, aunque el lapo se estampó en su nariz, goteando hacia su boca, la escena era lo suficientemente morbosa como para levantar el rabo más perezoso.

En aquel momento se oyeron pasos al fondo del pasillo y me vi obligado a empujar a las putas al interior de la habitación deprisa y corriendo. Tan rápido entraron que acabaron rodando por la moqueta, abrazadas y riéndose como dos buenas zorritas. Una genuina amalgama de jamón de jabugo y tetas king size agitándose para contribuir a una de las mejores erecciones de mi vida. La noche prometía.

Mi tía, entre risas, empezó a chillar.

-¡Ay, ay, ay, que risa, que risa! ¡Me meo, me meo!

Entre mi madre y yo, la cogimos rápidamente y tras arrancarle el mini tanga burdeos que llevaba, la sentamos en la taza. Enseguida se empezó a oír el chorrito saliendo del chichi y vimos una cara de alivio y satisfacción.

-Mira –dije – que a gusto se está quedando la cerdita... Ahora verás cómo disfrutas más, putilla.

Me bajé la bragueta y saque el rabo que tenía como una estaca. Levanté su cabeza cogiéndola por los pelos y le tape la nariz con la otra mano para que abriese la boca.

-¡Y tú, puta, coge el móvil y fílmalo todo! –le dije a mi madre.- Nos podrá venir bien después.

Curiosamente mi tía, se dejó hacer y le pude soltar la nariz enseguida. Aunque la chupaba como el culo ponía voluntad. Se nota que no practicaba mucho. Yo le movía el tarro con energía, metiéndole el rabo cada vez un poquito más, sin hacer caso a sus quejas y parando de vez en cuando para que recuperase el aliento. Cuando lo hacía, le sacaba le polla y, mientras jadeaba recuperando la respiración, le daba una tanda de bofetadas suaves alternando la polla y la mano. Aunque siempre, eso sí, sin soltarla del pelo. Ella trataba torpemente de protegerse, sujetando mi pubis con sus manitas o intentando empujarme. Pero bastaron una par de tandas de hostias con la polla en las mejillas y un grito, “¡Que te estés quieta de un puta vez, guarra!”, para que cesase la resistencia. Mientras tanto, mi madre lo filmaba todo con el móvil. Afortunadamente tenía batería de sobra.

Cuando me cansé de la mamada, le dije a mi madre:

-¡Venga, golfa, deja de filmar y échame una mano! Ayúdame a darle una vuelta a la puerca, que ahora toca follármela un rato.

Con ayuda de mi madre le dimos la vuelta a la tía Fina y la pusimos de rodillas frente a la taza, con la cabeza dentro de la misma, a unos centímetros de donde estaba su meada anterior. Ella, medio atontada, se dejaba hacer.

-¿Qué, Fina, te gusta el polvo que te está echando tu sobrino?  

-Mmmggg... –empezó a balbucear inconexa, hasta que salió una palabra inteligible. –Ssíiiiii...

-¡Anda, mira la guarrilla, que calladito se lo tenía! ¡Parece que le gustan los rabos! –dijo mi madre entre risas.

Yo ya estaba preparado para clavarle el rabo, pero antes le pedí una cosa a mi madre.

-Mete la cabeza de la zorra en la taza y tira de la cadena, para ver si se despeja un poco, que quiero que se entere de lo que pasa...

Mi madre rio y sujetó el tarro de la tía hacia abajo, al tiempo que tiraba de la cadena y su cara se embadurnaba de los restos de meados que había soltado antes, junto al agua de la cisterna. La tía se resistió y, balbuceando, trató de levantar la cabeza, pero mi madre la remojó bien antes de soltarla, al tiempo que le decía.

-¡Despierta ya, Fina, y estate atenta, que te va a follar un macho de verdad! ¡Ahora vas a saber lo que es un buen rabo, puta!

Ella aspiraba bocanadas de aire jadeando y bufando, al tiempo que meneaba la cabeza salpicándolo todo. Mi madre volvió a sujetarla de los pelos para que dejase de menearse y, mientras la tranquilizaba, yo aproveché para apuntar la polla hacia su coño y embestirla hasta el fondo. La tía estaba tan húmeda que la polla me entró hasta los huevos a la primera embolada. La tía Fina arqueó la columna y lanzó un grito que hizo que mi madre le tapara la boca riendo. Yo, continué, sujetando sus caderas, dando viajes a lo bruto. Metía y sacaba el rabo hasta el fondo. Ella no tardó ni dos segundos en dejar de resistirse y empezó a gimotear primero y a gemir y jadear abiertamente después. Al mismo tiempo acompasó su movimiento con el mío y mi madre la soltó y contempló la escena extasiada.

Rápidamente cogió el móvil y empezó a filmar.

-¡Mira la Fina, como disfruta! Si resulta que teníamos una auténtica puta en la familia y no lo sabíamos...

-No, mamá, -la corregí yo – te equivocas, que yo sepa hay dos putas en la familia... Si no hay alguna más por ahí que no conozca.

Mientras hablábamos, la tía Fina no decía nada y se limitaba a jadear y murmurar bajito, “sigue, sigue...” Y, yo, claro, obediente, seguía. La cogí de los pelos y empecé a cabalgarla para ver si conseguía hacer que se corriera. Estiraba su cabeza haciendo que se arquease y le acercaba la cara girándola para escupirle. Ella jadeaba y abría la boca, o sacaba la lengua para lamer los salivazos. Al tiempo, le iba pegando guantazos en las nalgas. Y conseguí que se corriese. La muy cerda, al hacerlo, pegó un berrido que nos asustó a mi madre y a mí. Aunque mamá estuvo ágil y le tapó la boca para tranquilizarla. La tía, rendida, se  dejó caer sobre la taza, apoyando la cabeza en el borde, pero con su melena dentro del agua. Estaba como catatónica. Yo tenía la polla como un palo y mi madre me preguntó:

-¿No te corres, Marcos?

-Me apetece... De hecho le llenaría la jeta de leche a la puta de tu hermana. Pero prefiero reservarme para luego. –Me levanté y me dirigí a la habitación con la polla chorreante y todavía tiesa.- Voy a tumbarme un rato en la cama y te espero. Ducha a la puta esta y luego la acuestas al lado nuestro, que duerma la mona. Tengo ganas de follarte con la guarrilla ésta cerca.

-De acuerdo, Marcos, voy a ver si le quito la mugre a mi hermanita... No la visto ¿no?

-Ni de coña. La quiero en pelotas. Como a ti. Quiero que mañana con la resaca, vea el panorama que le espera. ¡Je, je, je!

Me tumbé en la cama, recuperándome y con la polla en stand by, por así decirlo. Busqué un canal con vídeos musicales en la tele y lo dejé de fondo mientras oía el agua de la ducha y los reproches entre ambas hermanas. Mientras esperaba, me tomé una cerveza del minibar.

A los diez minutos las vi aparecer. Mamá esplendorosa, en pelota picada y, a su lado, la jamona de su hermana que estaba como un queso, aunque iba medio atontada y tambaleándose. Ni la ducha había conseguido despejarla de su borrachera. La cama era inmensa, de dos por dos metros. Ya nos habíamos encargado de buscarla así. Mamá acomodó a su hermana a un lado y la dejó adormilada. A los dos minutos estaba roncando como una cerda. Mientras, nosotros, con la luz de la televisión iluminándonos, empezamos a follar como salvajes, sin importarnos en absoluto la presencia de la guarra de Fina al lado.

Estuvimos una hora y pico dale que te pego. Mamá se corrió un par de veces y, yo, que aguanté bastante, reservé la leche acumulada hasta correrme sobre la jeta de mi tía, que dormía plácidamente boca arriba en aquel momento. Mamá se descojonaba mientras me meneaba el rabo y distribuía el esperma por la cara de la bella durmiente. Ésta, estaba tan colocada que se limitó a menear brevemente la cara y refunfuñar un poco mientras le iba llenando la jeta de leche, que chorreaba hacia los lados y mojaba la almohada. Cuando terminé, completamente exhausto, mamá me chupó la polla para limpiarme los últimos restos y, tras escupir en la cara de su hermana, me besó tiernamente y me deseó las buenas noches. Apagué la tele y nos pusimos a dormir rendidos como estábamos tras un día tan intenso, yo en el centro, con las dos guarras flanqueándome.

No sé qué hora era cuando nos sobamos, pero ya se filtraba la luz del día por la ventana cuando me desperté. Y fue un despertar dulce y tierno. Con una cerdita chupándome el rabo, tieso como una estaca. Lo mejor fue que la cerdita no era mi madre, sino una ansiosa tía Fina, que estaba descubriéndose como una puta de manual.

Allí estaba, la muy cerda tragándose mi tranca hasta la campanilla.

En cuanto espabilé, me puse cómodo y la cogí de los pelos arrancándole la polla de la boca ante sus protestas:

-No, no, no, Marcos... No, por favor, déjame acabar...

Acerqué su cara ansiosa a la mía y le escupí al tiempo que le decía:

-Buenos días, puerca... –ella lamió ansiosa la saliva y me respondió bajito.

-Buenos días, sobrino...

-Así me gusta, lo primero la buena educación. Y ahora a por tu desayuno... – y le volví a meter la polla en la boca. Esta vez apretando con fuerza y marcando yo el ritmo. Ella se dejaba hacer.

Mamá, al lado, nos observaba adormilada. Al oír el ruido de los gorgoteos de su hermana, contempló la escena sonriente y me empezó a besar el pecho. Subió con su lengua por la cara hasta morrearme muy cerdamente, ante la mirada que, con los ojos vidriosos y la garganta llena, le lanzó su hermana sin abandonar su tarea.

-Lo estás haciendo muy bien, Fina, aprendes rápido. –La felicitó mamá.

Yo sonreí y le dije a mi madre:

-Ahora, putilla, ya le puedes ir trabajando bien el culo a la guarra de tu hermana. Ha llegado el momento de que ella también tenga una noche de bodas como Dios manda.

Mi tía, abrió mucho los ojos e iba a intentar sacar la polla de la boca para decir algo, pero, rápidamente, le pincé la napia y le di un par de meneos arriba y abajo para que se dejase de chorradas:

-¡Sooo, tía Fina, sooo! Tú sigue con lo tuyo, y empapa bien el rabo que tiene que entrar en tu culete con suavidad. Así que ya sabes, mama en condiciones y no pierdas el ritmo.

La cara, se le había puesto bien roja y le solté la nariz, momento en el que ella jadeó entre gorgoritos, con la polla en la garganta, y tosió un poco babeándome el rabo a fondo. Yo me reí y la alenté, diciéndole lo bien que lo estaba haciendo. Tenía la polla como una estaca y no me habría costado correrme, pero prefería esperar a hacerlo en sus entrañas.

Mi madre, mientras tanto, ya se había acomodado tras ella y, abriendo los cachetes del culo, empezó a lamer el ojete. La tía puso cara de sorpresa, aunque pronto se acostumbró y pareció irle gustando cada vez más. Mamá iba bajando la lengua y le lamía también el coño. Aunque su objetivo seguía siendo su apretado culete, que abría con ayuda de sus dedos y  follaba con la lengua. De vez en cuando paraba sus chupeteos para comentar algo:

-Este culo te va a encantar, Marcos, la cerdita lo tiene calentito y apretado, como a ti te gusta...

-¡Vaya pareja de putas que estáis hechas! –respondía yo riendo.

Al cabo de un rato empezó a meterle un dedo, primero un poquito y después hasta el fondo. La tía pegó un buen respingo sin dejar de chupar. Y yo aprovechaba para sacarle el rabo a mi querida tía y dejarle respirar un poco, al tiempo que la abofeteaba alternando la polla y la mano.

Mamá siguió el proceso aumentando la intensidad y con dos y hasta tres dedos, escupiendo y metiendo los deditos hasta el fondo de su culo. Cuando llevaba un rato le pregunte:

-Mamá, ¿por qué no los pruebas? Anda, dime a qué huelen...

Y, mi madre se olió los dedos primero y luego los chupó un rato, haciendo gestos como si estuviese saboreando un auténtico manjar.

-¡Una delicia, Marcos! Huele a puta de las buenas... ¿quieres un poco?

-Sí, anda trae para acá...

Y, acercándome su mano, le chupé los dedos un poco. Sabían a puta, sí, a culo de puta... Después de chuparlos, cogí por los pelos a mi tía y acerque su cara para escupirle.

-Esto es para que saborees tu culo... Un aperitivo –le dije

Ella se relamió y masculló:

-¡Gracias Marcos!

Y volvió a amorrarse a mi rabo. No sin antes señalarle a mamá que siguiese lamiéndole el culo:

-¡Mari tu sigue y no pares! Me vas metiendo los dedos en el culo y me chupas el coño... Que lo haces superbién...

Mi madre, atendió encantada a sus ruegos. Yo contemplaba extasiado la escena de las dos hermanas. La mayor, agachada en la cama, con el culo en pompa comiéndome la polla, y la menor, tras ella, con la cara enterrada entre sus nalgas, lamiéndole el coño y metiendo y sacando los dedos de un encharcado culo.

Ya tenía suficiente, si no me follaba pronto a mi tía, al final me iba a acabar corriendo en su jeta y, la verdad, ya habría tiempo de eso. Ahora, lo que tocaba, era petarle el culazo virgen a mi nueva furcia.

-Venga, guarra, -dije imperativo, mientras la cogía de los pelos y le arrancaba la cara babosa de mi polla- ya es la hora de reventarte el ojete... ¡Ponte a cuatro patas, cerda!

Me obedeció sumisa y rápidamente. Se puso en el centro de la cama con el culo en pompa. Subí a la cama y me puse tras ella acuclillado. Primero le pisé la cabeza y le hice pegarse a la cama.

-¡Levanta más el culo, puerca! –le grité -¡Y lo abres bien con las manos! -¡Venga, espabila, joder!

Mi madre, junto a la cama, había cogido el móvil y estaba filmando la escena sonriente. La tía Fina, azorada, pero obediente, aplastó su cabeza contra la cama, levantó el culazo y, con las manos atrás, lo abrió todo lo que pudo. Estaba preciosa, con su ojete palpitante esperando mi rabo. Mamá, sin perderse un detalle enfocaba mi polla y como mi capullo, pugnaba por entrar en el apretadito ojete. Mientras empujaba, iba escupiendo para lubricarle el culo. La tía, a la que podía ver por el espejo que había frente a la cama. Sudaba la gota gorda y apretaba los dientes. Yo sonreía con mala hostia e iba apretando con fuerza, hasta que conseguí meter el grueso capullo. Noté el calorcito de su culo y pare un momento. Ella jadeaba y sudaba como una cerda.

-¿Te duele, puta?

-¡Un pocooo...! –me respondió entrecortadamente

-¿Qué hago? ¿Te la saco?

-No, no, por favor, Marcos, sigue... No pares ahora, sigue...

Yo reí y apreté un poco más. Ya tenía la mitad. Esperé unos segundos más y, definitivamente, empujé hasta meter el restó. Ella lanzó un alarido y yo aproveché para montar encima de su culo y pisarle la cara. Y, en ese momento, sonó el teléfono.

-¡Coño, Fina, es tu móvil! –dijo mi madre mirando el aparato que vibraba en la mesilla

Mi tía estaba apretando los dientes y en lo último en lo que pensaba era en contestar. Yo, encantado con las apreturas de su culo virgen, sujetaba las caderas con las manos y restregaba mi pezuña por su jeta, disfrutando de la guarra. Mi madre se acercó a la mesilla y cogió el aparato.

-Es Blas, Fina, ¿qué hago?

Ella no contestó. Así que lo hice yo.

-¡Hombreee, el cornudo de mi tío! Anda, mamá, nos vamos a reír un rato. Pon el manos libres y acerca el teléfono a la puerca de tu hermana, a ver que se cuentan los tortolitos el día de la boda de su hija...

Mi tía intentó girar la cabeza, gritando “¡¡¡Nooo, por favor!!!”, pero se lo impedí con el pie y un imperativo:

-¡Quieta, puta, ahora el amo soy yo!

Mamá acercó el aparato y, tras descolgar pulsó el manos libres, yo aflojé la presión del pie sobre la cara de mi tía para que pudiese hablar con comodidad y empecé a taladrarle el culo mientras escuchaba la conversación. Mamá aprovechó para ponerse detrás de mí y empezar a chuparme el ojete y los huevos. Un precioso cuadro romántico, vamos...

-Digaaa... –gimió la tía Fina entre dientes

-¡Fina, soy yo, Blas! ¿Qué haces? ¿Ya estás despierta?

-Si... –respondió ella gimoteando.- Es que no me encuentro muy bien... Creo que me sentó mal algo de la cena...

-¿De la cena? No sé. Me parece que no fue la comida lo que te sentó mal... –replicó el cornudo.

-No lo sé, Blas, el caso es que estoy fatal... –mientras hablaba, yo le iba taladrando el culo sin compasión y disfrutando del agradable diálogo conyugal. Además, cambié de postura y comencé a tirarle del pelo a la zorra. -¡Aaaay! –dijo en ese instante.

-Pero, ¿qué te pasa, Fina? –el tío Blas, más que preocupado parecía jocoso. En realidad, creo que estaba disfrutando con lo que él intuía que era una monumental resaca de su mujer. ¡Bendito inocente! ¡Que el señor le conservase esa inocencia y le cuidase bien sus cuernos! Yo me encargaría de que creciesen hasta el infinito... y más allá.

-Nada, nada... –respondió ella.- Es que estoy en el baño... y me dan retortijones...

Yo casi estallo en una carcajada. “Retortijones” dijo la muy puta... No me extraña, con una tranca en el culo entrando y saliendo como una perforadora...

Decidí subir la apuesta y alegrar el ambiente. Le pegué otro tirón a su cabellera y empecé a golpearle con saña el culo con la mano que tenía libre. Ella volvió a chillar. El tío Blas, esta vez extrañado, volvió a insistir por el teléfono.

-¿Y ese ruido que es, Fina?

-¡Qué va a ser, Blas! La Mari, que nada más levantarse se ha puesto a hacer gimnasia de esa que hace ella... Pilotes, o goya o como se diga... Es una escandalosa...

-¡Jodo con tu hermana, que obsesión que tiene con el cuerpo!

Lo que tenía en realidad era una obsesión con mi culo y mis cojones, que me estaba repasando a fondo con un buen ensalivado... Menuda campeona del zorrerío que estaba hecha mí querida mamá. Espero que supiese transmitir bien sus conocimientos a su hermanita mayor.

-Bueno, Fina, a lo que iba. –insistió el pelmazo.- No sé si has mirado la hora, pero son más de las once y tendríamos que salir sobre las doce para no llegar muy tarde...

-¡No, no, no, Blas! –le cortó ella.- Yo no me encuentro muy bien y tengo que descansar un rato más... además ahora tengo que terminar de vaciar las tripas... –“bien llenas te las voy a dejar”, pensé yo.- Si acaso nos vemos en el restaurante a la una y media y comemos con la Mari y mi sobrino. Y ya después nos vamos para casa... –en ese momento le pegué otro viaje de rabo hasta los cojones y ella pegó un berrido -¡Aaaaay!

-¡Pero, Fina! ¿Qué te pasa? ¿Quieres que te lleve al médico...? Anda, dime ¿cuál es la habitación de tu hermana? –el puto maricón era un coñazo de cuidado. Así que me eché sobre el cuerpo de mi tía, tapé un momento el móvil para que no se oyese nada y le estiré de los pelos para dejar su oreja junto a mi boca. ¡Y todo, sin sacar la polla de su culo! Y la guarrilla de mi madre, lamiendo bajos como una posesa...

-¡Escucha, cerda! –le dije a mi tía- Dile a tu cornudo que se deje de gilipolleces y que nos deje follar tranquilos, ¿de acuerdo? Porque si no, esta va a ser la primera y última vez que te meto el rabo hasta las trancas, ¿entendido? –ella asintió con la cabeza entre jadeos. Yo la acerque y le escupí bien fuerte en la mejilla. Un lapo denso que empezó a chorrearle hacia la barbilla. -¡Perfecto, bombón! Todo tuyo... –solté el teléfono y el cornudo seguía con su perorata de médicos y chorradas.

Mi tía, le cortó y ya se puso dura:

-Mira Blas, corta el rollo y déjate de tonterías. Lo único que me pasa es que ayer me sentó mal algo de la comida. Déjame que suelte lo que llevo dentro y después descansar un poco, ¡por favor! ¡Que eres más pesado que una vaca en brazos!

El tío se achanto. Y musitó un “Bueno, bueno, vale, pues tú misma... luego no te quejes... que si tal, que si cual...”

-Mira, Blas, ¡ya está bien, joder! Nos vemos a la una y media en el restaurante, ¿vale? Hala, adios... – y colgó el teléfono tirándolo a la otra punta de la cama. -¡Hala, cabrón, ya puedes darme caña! ¡Y tú, Mari, a comer coño, que se te da muy bien! –mi madre obedeció y se colocó bajo su chocho con la lengua en movimiento.

-¡Así me gustan a mí las putas! –y emprendí una andanada en plan cañero de cinco minutos que hacía bambolearse sus tetas vacunas.

La tía berreaba a lo bestia, sin cortarse un pelo, y mi polla entraba en su culo, ya, como Pedro por su casa. Ya estaba preparado para correrme y le indique a mi madre que volviese a comerme el culo.

Aceleré el ritmo y me corrí como un animal. Agarré bien fuerte el pelo de mi tía y la hice arquearse para morderle el cuello a gusto. Le hice un buen chupetón. Espero que tuviese un pañuelo para taparlo. Si no, ya se las apañaría para justificarse con el cornudo. Mamá, mientras tanto, seguía con la cabeza encajada entre mis nalgas, tratando de meterme la lengua por el ojete, como una campeona.

Me relajé tranquilamente y me dejé caer sobre el cuerpo de mi tía, que aguantó mi peso como buenamente pudo, resoplando como una cerda. Dejé que la polla, dura todavía, se fuese aflojando despacio en el angosto espacio del culo de la guarra. Y le indiqué imperativamente a mi madre:

-¡Ahora lame bien las pelotas, puerca! –ella, obediente, me hizo caso al instante – Ensalívalas bien, que me gustan bien pastosas. Y estate atenta. En cuanto saque el rabo del culo, pones la boca y recoges toda la leche. ¡No pierdas ni una gota! ¡Y que no se te ocurra tragártela! ¿Entendido?

-Claro, Marcos...

Cogí a mi madre de los pelos y la sujeté junto al culo de la tía. Cuando todavía tenía la polla morcillona se la saqué de golpe. Mi tía, gritó un breve “ay” y se oyó un leve chapoteo. Rápidamente me separé y llevé la cabeza de mi madre al ojete de la zorra. Mamá bien dispuesta, acercó la boca al agujero, del que empezaba a brotar un buen zumo de leche y culo que recogió con avidez. Yo, que contemplaba la escena extasiado, la filmaba con el móvil, animando a las dos guarras, con “cariñosas” palabras de aliento: “Muy bien, perfecto, así me gusta, pero que pedazo de cerdas tengo... Sois lo más puerco que he visto en mi vida. ¡Putas guarras!”

Después de relamer bien el ojete, y sin que quedase ni una gota dentro, mamá, conservando toda la lefa y sin tragar nada, se arrodilló junto a la cama. La tía, al lado de ella, la imitó. Mamá abrió la boca mostrando su tesoro a la cámara. Mientras la tía, ansiosa, la requería para repartirlo:

-¡Venga Mari, pásame el premio que no he merendado nada!

-Eso mamá, dale la leche a la puta de tu hermana. ¡Pero que no se trague ni una gota!

La tía, obediente, se puso en posición y mamá derramó toda la lechada en la boca abierta de la muy guarra. Casi todo cayó dentro, aunque un poquito se derramó por la mejilla de la tía. Lo que me sirvió de excusa para dar un cariñoso cachete a mi madre y escupirle en el ojo.

-¡Con más cuidado, putilla! ¡Que la leche de tu macho vale su peso en oro!

-Sí, sí... perdona, Marcos –respondió humildemente

-Ahora repetidlo, hasta que os diga...

Lo hicieron un par de veces más, pasando el esperma de una boca a otra, cada vez más espeso y lleno de babas. Yo no pedía ripio con la cámara. La escena de las dos tetonas era muy excitante, y, a pesar de que llevaba un buen tute de sexo los dos últimos días, hacía que mi erección aún se mantuviese.

Cuando me cansé del espectáculo les dije, en un momento en el que la tía Fina conservaba el premio en su boca, que parasen. Mi tía, que desde que bajó de la cama se estaba sobando el coño, había cogido ritmo y se estaba haciendo una paja en toda regla. Así que le indiqué:

-Muy bien, tía, creo que por esta vez, y, siendo tu debut como puerca anal, te has ganado el premio... Y quiero que te lo tragues justo cuando te corras, así que sigue tocándote y, cuando llegue el momento, te lo tragas. Te vendrán bien las proteínas...–Al mismo tiempo cogí a mamá y le encasqueté la polla en la boca, para que me la fuese limpiando.- Y tú, mamá querida, ya puedes dejar bien reluciente mi rabo de los restos del culo de tu hermanita.

Ambas culminaron la tarea con entusiasmo. De hecho, la tía, en cuanto se hubo tragado la leche ayudó a mamá a limpiarme la polla. Eran un encanto, las dos zorras maduras luchando por comer la polla de su macho y, de vez en cuando, enzarzándose en un cariñoso morreo. Con todo el cachondeo la erección se mantenía, pero preferí reservarme y decidí dar por concluida la sesión.

-¡Venga zorrillas, se acabó la fiesta! Todavía podemos dormir un par de horas, antes de ducharnos para ir a comer con el cornudo...

Ellas rieron un poco y corrieron a acurrucarse en la cama. Justo entonces, para joder, supongo, sonó otra vez un móvil. Esta vez el de mi madre.

-¡Mierda! ¿Quién coño será ahora? –dijo mamá, cogiendo el teléfono.

Cuando vi su cara, enseguida supe de quién se trataba.

-Espera, guarra, –le dije antes de que descolgase – si se trata de nuestro pichafloja favorito, no le contestes. ¡Que le den por el culo, al puto pelmazo! Ya lo llamamos luego...

-Has acertado. –contestó ella – Es el pesado de tu padre. Paso de él. Vamos a dormir un rato, que si no, no nos tendremos en pie a media tarde... y nos queda la vuelta.

Y eso hicimos, acostarnos un ratito. Yo en el centro de la cama, flanqueado por dos jamonas de infarto que se acurrucaban a mí rozándome con sus tetas y agarradas a mi pecho. ¡Cómo si tuviese intención de escaparme!

La siesta se prolongó algo más de lo que pensábamos y cuando volví a notar una boca chupándome el rabo (la historia se repite, ya se sabe), miré el reloj y vi que ya era la una y cuarto. Teóricamente en quince minutos teníamos que estar en el restaurante. Evidentemente, no íbamos a llegar a tiempo. De todos modos, le dije a mi tía, que era la entusiasta chupadora (está claro que tenía que recuperar el tiempo perdido), que dejase tranquilo mi rabo. Ya habría más ocasiones.

-Y manda un mensaje al cabrón del tío, diciéndole que llegaremos un cuartito de hora tarde o algo así... Entre pitos y flautas será una hora, pero bueno...

-¡Que espere! – dijo la tía – Bastante he esperado yo poder disfrutar de estos ratillos...

Yo la miré sorprendido por su entusiasmo y acerqué su cara para darle un buen morreo.

-Anda, tía, despierta a mamá y venid para la ducha, que la voy preparando... aunque no sé si cabremos los tres.

-Tranquilo, Marquitos, ya nos apretaremos.

Cuando me dirigí al baño, me giré un momento y pude ver que la tía se decidió a despertar a mamá pasando la lengua por el tatuaje de la lagartija hasta llegar al coño. Mamá despertó sonriente e incorporó a su hermana para abrazarla y darle un buen beso matutino. ¡Que bella estampa familiar!

Estaba ya en la ducha cuando llegaron las dos puercas. Echaron un pipí y entraron en el plato de ducha que era rectangular y grande, pero a duras penas podía contener un trío. No obstante, entre risas y magreos nos frotamos a fondo y nos dimos una larga y cálida ducha. Ellas, más dispuestas a seguir la fiesta que yo, se besaban y toqueteaban los pechos y el chocho. De vez en cuando, me pajeaban un poco, por lo que mi polla seguía semierecta, pero yo de momento tenía bastante. Además, si empezaba, iba a tardar un rato en correrme, y, aunque hacer esperar al tío Blas me importaba una mierda, tenía un hambre de lobo...

Mientras nos secábamos, la tía Fina interrogó a mamá con pelos y señales. Ésta le contó toda nuestra historia sin omitir nada, convencida de que podía conseguir que entrase en nuestra cuadra de putas. La tía Fina, no sé mostró escandalizada en absoluto y, desde luego, parecía predispuesta y encantada con el asunto. Está claro que llevaba una vida aburrida y sin objetivo, y ahora parece que podía encontrarlo.

Una cosa que le encantó a nuestra nueva adquisición fue la decoración de mamá. Los tatus, el piercing y el anillo del pie, que le enseñó con su leyenda y todo.

Aproveché para ofrecerme a adiestrarla un tiempo antes de empezar a trabajar con nosotros en el piso que acabábamos de montarnos. Ella asintió sin pestañear y, su única pregunta, fue: “¿Cuándo empezamos?”. Le dije que, cuanto antes, pero que quería que estuviese decorada antes de comenzar. Lo típico: felpudo fuera, unos cuantos tatus que dejé a su elección (mamá se apuntó enseguida como consejera) y si quería algún pequeño piercing lo dejaba también a su gusto.

Ella, que tenía unas ganas locas de rabo, como estaba viendo, me dijo que en una semana podía tener los tatus listos y el coño, mondo y lirondo. Yo me mostré un pelín escéptico, pero le garanticé que, a partir de la semana siguiente, iría un día por semana a su casa, hasta ver que estaba preparada para “vender sus encantos”, por decirlo finamente. Ella aplaudió entusiasmada, y en cuanto al pretexto para que el tío Blas no nos diese la murga, me dijo que no me preocupase de nada, que del cornudo se encargaba ella, y me guiñó un ojo: “Será tu tío Blas el que te pida que vengas a casa, ya lo verás de aquí a un rato en la comida”, me dijo.

Después de la ducha nos vestimos. Mamá, que tenía ropa para cambiarse, guardó el vestido y se puso unas medias de rejilla, una camisa blanca bastante escotada que dejaba transparentar su sujetador de encaje y minifalda de infarto, de esas que si se agachaba un poco, dejarían a la vista su precioso ojete, en el que se incrustaba, osado, el hilito de su minitanga. Completaba el conjunto con los taconazos de aguja que llevó la tarde anterior. Vamos, que estaba hecha una auténtica escort madura o, dicho más mundanamente, un putón verbenero. Pero, en cualquier caso, en el hotel los únicos invitados a la boda que se habían quedado a dormir éramos nosotros tres y el tío Blas. Así que no había riesgos de encontrar ningún conocido. Aunque, por otra parte, mamá estaba entrando en la fase de que le importaba lo mismo ocho que ochenta y estaba dispuesta a dar las excusas más peregrinas en caso ver algún vecino: “No si me he vestido así, para un pase de modelos... o para una fiesta... o para probar esta ropa que me han prestado...” cualquier chorrada inverosímil le venía bien. La opinión de la gente empezaba a importarle bien poco.

En cuanto a la tía Fina, se tuvo que apañar con la el vestido del día anterior, que estaba hecho un gurruño y lleno de churretones sospechosos, pero que, tras una labor de adecentamiento, conseguimos colocar en su cuerpo serrano para salir del paso. Eso sí, las bragas no las encontramos. La habitación estaba hecha una leonera, y podían estar en cualquier esquina... Al final, mamá le prestó un tanga de encaje que tenía. No era de hilo dental, pero dejaba el culo al completamente al descubierto, sin margen para la imaginación. Y, lo mejor de todo, como la tía Fina era algo más jamona que mamá, le quedaba como un par de tallas más pequeño, lo que le daba, cuando estaba sin vestir, un aspecto de guarra que daba miedo. Me encantó. Es una pena que no pudiese exhibirla en ropa interior por el comedor del hotel...

Al final, llegamos una hora tarde y nos encontramos al tío Blas, que nos había dejado siete llamadas perdidas, esperando en el comedor con una cara agría a más no poder. Supongo que no se atrevió montar un pollo, porque además de su mujer, estábamos nosotros y se cortó un poco. De todos modos, en cuanto vio entrar a las hermanas, sobre todo a mamá, con ese aspecto de fulana pidiendo guerra, se quedó boquiabierto y visiblemente cortado. Mamá, se hizo la loca, y yo me limite a disfrutar de la situación. No sólo de la mirada del tío Blas, sino de la de todo el personal del restaurante, sobre todo los varones, se centraba en las dos jacas que entraban. Una con un traje de fiesta bastante baqueteado y moviéndose de una manera un poco rara (después de la noche cañera que le habíamos dado) y la otra con ese aspecto de Kim Kardashian cuarentona, bien puta y sonriente.

-¡Hola Blas, perdona el retraso! – dijo mamá al tío. Mirándolo voluptuosamente y desarmando la bronca que tenía preparada – Pero es que la Fina estaba hecha unos zorros ayer. Le debió sentar mal algo y ha tenido problemas con las tripas toda la noche y casi toda la mañana...

Sí, claro, el problema de albergar una polla de 20 cm. y el par de chupitos de semen que se zampó después para desayunar...

-Ya, ya... – dijo, el tío – Ya hablé antes con ella por teléfono, que estaba en el baño con retortijones y eso...

La tía de dio un casto besito en la frente y se sentó a su lado. Frente a mí y le dijo:

-¡Ay, mi Blasito, pobrecillo que nos ha tenido que esperar todo este rato! Además, creo que me he resfriado y todo, me he tenido que poner este pañuelo en el cuello para no enfriarme más... Debe haber sido con el aire acondicionado.

-Ya, bueno, no pasa nada... –dijo él quitando importancia al asunto y fijando su vista hipnóticamente en el escote de mamá. Ésta, sincronizada con su hermana ya había empezado la ofensiva y, aprovechando que la mesa tenía un mantel largo que casi llegaba al suelo, había metido la mano por debajo y me estaba sobando el paquete. La tía, al mismo tiempo, había colocado el pie en el mismo lugar y empezaba a menearlo sobre mi rabo, que ya estaba tieso.

Ellas siguieron a su bola, mientras miraban el menú y el tío seguía con su perorata absurda a la que no prestaba la menor atención.

Pedimos un menú pantagruélico. Había hambre, después de la noche que habíamos pasado y, aprovechando que pagaba el tío, nos pegamos un buen festín. Mamá y la tía, como buenas puercas, me fueron sobando la polla alternativamente, y, en dos ocasiones estuve a punto de correrme, pero pararon justo a tiempo. Sólo me faltaba ahora un manchurrón en los pantalones.

Al final, la comida fue bastante agradable, dadas las circunstancias. Y mi tía, en un plan de arpía sutil, consiguió convencer al tío de que ya que el cuarto de la niña se había quedado vacío después de la boda y allí estaba el ordenador y el escritorio de la chica, podría aprovechar el espacio para aprender informática. La pobre no sabía ni encender el ordenador y, “en los tiempos que corren, la informática es fundamental...”, le dijo literalmente. Yo miraba, casi sin escuchar, asombrado de como la guarrilla, era capaz de hablar de cualquier cosa con ese desparpajo, mientras atacaba el filete sobre la mesa y me frotaba el rabo bajo la misma. Y el pobre cornudo asintiendo atolondrado sin saber si mirar a su mujer o las tetas de su cuñada. En fin, una escena familiar de lo más entrañable.

Al final, mi tío le dijo que hiciese lo que quisiera en la habitación de la niña, “total, ahora está libre”, pero le preguntó:

-De todos modos, no sé. Me parece que informática, tú sola... no creo que te vayas a aclarar mucho. Mejor sería que te apuntases a una academia... o que alguien te diese clases particulares. Si quieres yo te explico cosas.

-No, no, no... de eso nada. Que ya sabes que contigo no irá bien. Que como profesor, no nos llevamos nada bien...

-Pues, no sé... – el tío pensó unos momentos y después me miró y me dijo. – Oye, Marcos, ¿qué te parece si vienes a darle clases a la tía? Nada, una tarde a la semana o algo así...

Yo le miré sorprendido, y también a mi tía que sonrió maliciosamente, al igual que mi madre, que aprovechó para sobarme una vez más el paquete.

-Bueno... – contesté dubitativo – por mí...

-No te preocupes que te pagaré al precio del mercado. Y si te sale cualquier cosa lo puedes dejar. Sin compromiso, vamos.

Estaba asombrado, iba a poder follarme cada semana a una guarra de campeonato, ansiosa de rabo, y, encima, el maricón del marido, inocente y tontorrón, me iba a pagar por hacerlo. Qué más podía pedir un crápula como yo.

-Bueno, tío, me parece genial. Pero, vamos, no os voy a cobrar nada.

-No, no, de eso nada. Por supuesto que te vamos a pagar. – insistió el tío Blas.

-Claro que sí, Blas, le tienes que pagar bien, que ahora está buscando trabajo. Y yo tengo la cabeza muy dura y le costará trabajo enseñarme. – apostilló la tía Fina.

-Bueno, perfecto, pues os llamo la semana que viene y quedamos. –rematé yo.

Cuando estábamos esperando los postres, la tía Fina se levantó y, tras indicarle al tío Blas que pidiese la cuenta, lo que aceptó sin pestañear, como buen cornudo ignorante, dijo que se iba al baño, que tenía todavía las tripas revueltas y tardaría un poco. Segundos después vibró mi móvil y miré el mensaje de Whatsapp que acababa de enviarme: una foto de su coño, perfectamente afeitado y un texto adjunto “Tengo este regalo para ti. Te espero en el WC. Pica cuatro veces a la puerta.”

-Creo que yo también voy al baño... Ahora vuelvo. – dije. Mi madre, que se olió la tostada sonrió maliciosa y el tío, tan empanado como siempre, sólo añadió:

-Si ves a tu tía fumando por ahí, dile que aligere, que tendríamos que ir saliendo ya...

-Claro, tío, si la veo se lo digo – “pero no antes de follármela, pichafloja”, pensé.

El baño de señoras estaba al fondo de un pasillo. Afortunadamente ya había muy poca gente en el restaurante y no había nadie esperando. Además, había tres cubículos de esos sin techo y en los que se ven los pies de la persona que está dentro. Llamé cuatro veces en el que tenía la puerta cerrada y mi tía abrió rápido la puerta y me estiró hacia dentro. La imagen de la furcia era espectacular. Se había recogido el vestido por debajo y sacado los melones por arriba, con lo que parecía que llevaba una especie de faja. Su coñazo, perfectamente afeitado, lucía esplendoroso y listo para ser degustado. Ahora entendía porque habían tardado tanto la parejita de hermanas en la ducha.

Nada más entrar la cogí del cuello y acerqué mi boca para enzarzarnos en un intenso morreo, mientras le sobaba el culazo.

-¡Pero que puta eres, tía Fina! Esto sí que no me lo esperaba...

Ella reía y me metía la lengua hasta la campanilla, mientras me sobaba el paquete intentando bajarme la cremallera para sacar mi rabo. Yo bajé la mano e introduje un dedo en su culo, lo que, a pesar de dar un respingo, no pareció molestarle especialmente.

-¿Qué, cómo tiene las tripita mi niña? – le dije, meloso.

-Muy bien papito... preparada para recibir más rabo... Pero prefiero que mi macho me folle el coño. Que se lo he preparado como a él le gusta...

-¡Vaya personaje que estás hecho! Seguro que entre la puerca de mi madre y tú me habéis dejado perdida la maquinilla de afeitar...

-Bueeeno... un poquito – al mismo tiempo me lamía la oreja y me metía la lengua dentro.

Le estiré del pelo y la giré para sentarme en la taza.

-Bueno cerdita, vamos a lo que vamos, que entre tú y tu hermanita me vais a dejar la polla en carne viva...

Ella soltó una risita maliciosa y se encajó en el rabo.

-¡Y córrete rápido! –insistí – Que tenemos al cornudo esperando... Aunque se entretenga mirando las tetas de la furcia de mi madre... me ha dicho que te busque, que tenéis que salir para casa...

-Calla, ya... – contestó la tía, mientras cabalgaba - ¡Que le den por el culo, joder! Lo primero, es lo primero... Y cuando una zorra tiene un rabo dentro, lo primero es correrse... Aaaaah...

Estuvo cinco minutos cabalgando. Yo le mordisqueaba el cuello y traté, con éxito, de hacerle otro chupón. Para tener la parejita, más que nada. Y estaba empezando a ponerse escandalosa cuando sonó la puerta del baño. Teníamos visita. Le tapé la boca rápidamente, pero lo que no pude ocultar fueron los ruidos de chapoteo que hacía su encharcado coño. La mujer que entró, se detuvo un instante y, después de soltar un “¡Oh!” de sorpresa, salió corriendo. Yo aceleré el ritmo, levantando su cuerpo y soltándolo para ensartarse en mi rabo, y hacerla correrse de una puta vez. Tenía prisa por si la mujer iba con el cante y entraba alguien del restaurante a decirnos algo. La táctica funcionó y mi tía se corrió entre berridos escandalosos.

Al terminar, todavía con el rabo duro dentro. Me empezó a morrear agradecida. Me reclamó su premio. “Dame la leche, por favor... dámela en la boca. Que quiero tragármela y darle un pico al cornudo con el aliento aromatizado con leche de macho...”

¡Joder, menuda pervertida estaba hecha! Así que la senté en la taza y ante su boca abierta empecé a correrme con unos cuantos espesos cuajarones de leche que se tragó con hambre canina. Parece que el chuletón que acababa de zamparse no le había bastado... Antes de tragase  la corrida me miró a los ojos con la boca abierta. Parece que ya iba asimilando las normas así que, le escupí dentro y le dije que se tragase todo, cosa que hizo exclamando después un “¡Aaaaah!” de satisfacción. Yo sonreí contentó y me subí rápido los pantalones para salir pitando, antes de que entrase nadie más en el baño. Le di un pico a la cerdita y le indiqué que esperase un par de minutos antes de salir. Ella asintió y me dio un trocito de tela.

-¿Qué es esto?

-El tanga de tu madre... se me ha roto... pero todavía huele a mí – lo acerqué a la nariz y era cierto. Conservaba el aroma de su coño y de su culo. Lo guardé en el bolsillo y salí corriendo.

Nada más salir, me crucé con una vieja chocha que arrastraba a un camarero a los lavabos, al tiempo que le decía:

-¡Aquí, aquí están metidos! ¡Qué sinvergüenzas!

“Justo a tiempo”, pensé. Llegué a la mesa y comprobé que, mientras mamá seguía mirando el móvil sonriente (luego supe que me estaba mandando un mensaje: “Qué, ¿ya has vaciado los huevos?” y unas cuantas risitas...), el tío tenía otra vez cara de malas pulgas, aunque eso no le impedía observar, hipnotizado, el escote de mamá.

-Lo siento, tío - le dije -, he dado una vuelta por todas partes y no he visto a la tía Fina. No sé dónde se habrá metido. El único sitio donde no he mirado es en el baño de mujeres... pero ahí no se puede pasar, claro...

-Bueno, bueno. – dijo él refunfuñando – A ver si aparece que  tenemos que salir cagando leches...

Observé que el cornudo ya había abonado la cuenta mientras me follaba a su mujer. Perfecto, es lo que toca, je, je. Y en eso apareció la tía, medio bamboleándose. Se acercó a la silla de su marido y, sonriendo a mamá y a mí, mientras él no la veía, nos guiñó un ojo.

-¡Aaaaay, mi Blasito! – dijo, al tiempo que se agachaba y le daba un morreo en condiciones, metiéndole la lengua hasta la campanilla, ante el que el desprevenido cornudo casi no pudo reaccionar. Y, aprovechando que el restaurante estaba vacío, giró su culo hacia nosotros y levantó el vestido para que tuviésemos una buena panorámica de su ano rojizo y su precioso coño todavía húmedo. Acabó el morreo y le dijo “Toma, esto era un anticipo para esta noche...”, al mismo tiempo se bajó el vestido y se sentó, plantando otra vez su pie sobre mi polla. ¡Menuda guarra!

Yo no perdí el tiempo y le recordé una norma fundamental a través del whatsapp: “Ni se te ocurra follarte al cornudo... Ahora tu coño, tu culo y tu boca, son míos, ¿ok?” Más tarde me contestaría al mensaje. “Marquitos, me estaba riendo de él, hace siglos que no se le levanta el pito...”, acompañado del emoticono del diablillo.

El tío, bastante aturdido por el morreo y sin detectar que estaba saboreando los restos de leche de su sobrino, se levantó e inició la retirada.

-Bueno, Fina, pues vamos a despedirnos, que tenemos que salir ya.

La tía se levantó y primero le dio un casto beso a mamá en la mejilla, después, mientras el cornudo besaba a mamá, mirando de reojo sus tetas, aprovechó para darme un pico y sobarme el rabo, al tiempo que decía bien alto:

-Pues, nada, Marcos, ya sabes. La semana que viene puedes empezar con las clases de informática, ¿de acuerdo?

-Claro, tía, claro... – dije yo, mientras le daba la mano al tío.

Y allí nos quedamos viéndolos largarse. El pobre infeliz cabizbajo y sorprendido todavía por el súbito arranque cariñoso de su esposa y la jaca, junto a él, meneando el pandero en honor a nosotros. Justo antes de salir por la puerta se giró y nos tiró un beso. Un encanto.