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Manipulando a una madre

en Amor filial

1

En el pueblo lo único que tenemos es la fábrica de conservas. Todo, más o menos, depende de ella: las tiendas, los bares, la gente… todo. Y ese es nuestro horizonte. Trabajar allí o largarnos. Yo tuve suerte. Gracias a mis padres, y a que era amigo de la  infancia del hijo del dueño, logré entrar a trabajar allí cuando terminé los estudios. Y allí sigo.

Me presentaré. Me llamo Ángel y tengo 26 años. Como ya dije trabajo en la fábrica. En el almacén. No se gana mucho, pero es lo que hay. Afortunadamente no tengo muchos gastos ya que aún vivo con mis padres: María Dolores, a la que todo el mundo llama Lola, de 48 años, que trabaja en una de las cadenas de envasado, y Mariano, mi padre, de 60, encargado de turno. Lola, mi madre, aunque no hace deporte ni nada parecido se conserva bastante bien para su edad. Se nota que hace un trabajo físico, además, claro está de las tareas de la casa (tanto mi padre como yo somos bastante vagos en ese sentido). De joven era una mujer de rompe y rasga, con un cuerpo espectacular, tipo botella Coca Cola: unas hermosas tetas y un culo para enmarcar. Con los años se ha puesto un pelín fondona, pero sigue teniendo un buen polvo. Para haceros una idea de su aspecto es parecido a Eva Notty, la actriz porno, aunque de cara quizá no es tan guapa. En cuanto a Mariano, mi padre, bueno, no hay gran cosa que decir, tiene 60 años y, quizá aparenta alguno más. Nunca se ha cuidado mucho y es calvo, barrigón y bastante muermo. Su único interés es la tele y jugar su partidita de cartas en el bar los fines de semana. Un dechado de virtudes, vamos. Eso sí, es buena persona. Algo es algo.

Como ya dije soy bastante amigo de Roberto, de mi misma edad, que es el hijo del dueño de la empresa. Bueno, para mayor precisión diré que era el hijo del dueño ya que hace unos meses su padre falleció y él tuvo que hacerse cargo de la empresa, lo cual, como veremos luego, me vino bastante bien, y no sólo en el ámbito laboral.

Roberto y yo nos criamos juntos desde el jardín de infancia. Éramos inseparables y pasábamos tanto tiempo en casa del otro como en nuestro propio hogar. Nos veíamos casi cada día hasta que Roberto se fue a estudiar la carrera a la capital y perdimos el contacto. Fue al fallecer su padre, cuando tuvo que volver a hacerse cargo del negocio, que volvimos a vernos con asiduidad.

Como os podéis imaginar el pueblo es un tostón, así que, tras recuperar mí amistad con Roberto y estando ambos sin novia, empezamos a salir los fines de semana por los pueblos de los alrededores, que eran algo más animados que el nuestro, con la sana intención de enrollarnos algunas tías para mojar el churro. Algún finde tuvimos suerte, pero la mayoría terminábamos apalancados en un puticlub de la Carretera Nacional tomando un cubata mientras nos la mamaba alguna puta. Un plan bastante deprimente, la verdad.

Uno de aquellos días, empezamos una conversación que nos llevó a los viejos tiempos en los que éramos uña y carne:

-¡Joder, tío, voy más quemado que el palo de un churrero! –me quejé a Roberto mientras apuraba un trago.

-¿Cuánto llevas sin meterla en caliente? Gratis, quiero decir…–me preguntó

-Pues... debo llevar unos tres meses o así... Desde que corté con mi ex... Ya te digo, me estoy matando a pajas...

-Pues anda que si yo tuviera en casa a una jaca como tú madre... No se iba a escapar ni con alas. ¡Tu padre iba a dormir en el pasillo!

-¡Ja, ja, ja! ¡Cómo te pasas! –me hizo gracia su ocurrencia y recordé la época en que miraba a mamá con un interés algo retorcido, por así decirlo.

-Es que sigue estando súper-buena... ¿Te acuerdas de los pajotes que nos hacíamos a su salud?- prosiguió.

-¡Sí... y tanto! ¡Vaya tiempos...! Olfateando las bragas de la jamona... ¡Qué ganas le tenía a la muy cabrona! Aunque fuese mi madre... –mi mente viajó al pasado. A aquellos días de adolescente que tenía tan olvidados y sentí una cierta nostalgia. Hasta mi polla parece que sintió nostalgia y empezó a reaccionar al recordar el olorcillo del coño de mi madre y como me ponía de verraco.

-¡Joder, tío, yo todavía me la follaría! –Roberto estaba un poco bolinga, pero no me cabe duda de que hablaba en serio.

Estuve meditando unos segundos y entonces se lo solté:

-¿De verdad te la follarías?

-¡Hombre, claro! Pero... es imposible, claro…

-Pues, quizá... Bueno, tengo una idea, pide un par de birras más y te la cuento...-se me acababa de encender una bombilla como a Vicky el Vikingo cuando tenía una idea brillante.

2

Ya con las cervezas sobre la mesa, le conté mi plan:

-Esto es muy simple. Coges un día, en el trabajo, y la llamas a tu oficina. La sientas enfrente y le comentas que, aunque no lo parece, la empresa va bastante mal y tienes que hacer una reestructuración de plantilla o algo así. Lo que se te ocurra, vamos. Eres un tío listo y con estudios y seguro que piensas algo. Después, así como quien no quiera la cosa, le largas que tienes que despedir a varias personas y que, para no demostrar favoritismos, has pensado en despedirnos a nosotros. Para que así se vea que eres un tío serio y honrado. Al decir a nosotros me refiero, a mí, a mi padre y a ella. Conociendo a mi vieja como la conozco, seguro que para entonces ya está llorando como una Magdalena, y suspirando con las tetazas moviéndose arriba y abajo. ¡Ja, ja ja…! Buenos, pues, según cómo lo veas, y, con todo el cinismo del mundo, le largas que, a lo mejor puedes arreglar las cosas. Llegar a un acuerdo, vamos. Y, entonces, le propones que si es una chica amable contigo, tú te replantearás lo de los despidos. Pero que no tiene que decir ni una palabra a nadie del asunto y, por supuesto, tú también aplicarás una discreción total. No sé si ella se enterará de lo que le estás proponiendo, porque seguro que flipa en colores cuando te oiga si entiende el sentido. Al principio, no dará crédito a tus palabras. Mi consejo es que insistas. Si acaso, te levantas de la silla y te acercas por detrás a masajearle los hombros o sobarla un poco. Para que las cosas queden claras, vamos. Qué vea de qué va el rollo. Supongo que así pillará la indirecta. Digo yo.

-¿Y si se pone cabezona y se niega? ¿Qué hago, os despido?

-¡No hombre, no…! Lo vuelves a probar un par de días después y, si acaso, me mandas a casa sancionado de empleo y sueldo un par de días por una falta ficticia, para que se lo tome en serio. De todas formas, estoy casi seguro de que no será necesario. Mi madre es bastante naïf y no creo que vaya a pensar que todo es una jugada sólo para follársela. Supongo que creerá que es verdad lo de la reestructuración y que tú eres un puto cabrón desagradecido y pervertido que lo único que hace es aprovecharse de la situación para intentar cepillarse a una buena mujer que, además, es la madre de su mejor amigo… Etc., etc… El resto de la seducción la dejo a tu criterio. Lo único que te pido es que saques partido a las cámaras de tu despacho. No estaría de más  que pusieses alguna más. Y que grabes todos los encuentros. Quiero que me la prepares bien. A ella, quiero decir. Le enseñas bien a hacer mamadas y la vas emputeciendo. Que luego ya remataré yo la faena. ¡Ah, una cosa!

-Dime…

-El culo ni tocarlo… Ese me lo reservo para mí.

-Pero tú, ¿cuándo entras en el plan?

-Una o dos semanas después. Tú lo que tienes que hacer es ir grabando los encuentros. Después me pasas un par de esos vídeos, y luego ya me encargaré de poner a la guarrilla mirando a Cuenca… ¡Ja, ja, ja…!

3

Tras aquella conversación, Roberto se puso manos a la obra. Tal y como había quedado con él, me fue informando puntualmente de sus progresos, pero sin darme detalles. Eso lo dejó para la conversación en la que mostrase las imágenes que servirían de prueba para manipular a mi madre.

A la espera de ese día, me dediqué a observar a mamá para ver si notaba alguna pista, algún cambio en su conducta que me indicase que había empezado a ser sometida sexualmente. He de decir que la guarrilla supo ser lo bastante discreta se comportó con el suficiente disimulo como para que nadie pudiese sospechar. Mi padre, por supuesto, no notó nada en absoluto. En cuanto a mí, supongo que porque estaba en el ajo, sí que me di cuenta de que estaba algo más nerviosa de lo habitual. Inquieta y distraída. Pero tampoco demasiado, nada que no pudiese atribuirse a un cambio de humor provocado por cualquier chorrada de la vida diaria. Las que si sospecharon algo, aunque eso lo supe después, fueron sus compañeras de turno en la línea de trabajo. Las diarias escapadas a la oficina a ver al jefe acabaron por levantar sospechas de que algo extraño estaba ocurriendo. Y más cuando las explicaciones de mi madre acerca de las visitas al despacho eran incompletas e incoherentes. Pero, claro, el personal se limitó a murmurar y decir barbaridades (por una vez estaban en lo cierto), pero nadie se atrevió a comentar nada a su padre o a mí.

Durante aquellos días, es cierto que mi madre estaba algo más distraída y poco habladora. Pero eso era lo único apreciable y el bueno de papá, que vivía feliz en sus mundos de Yupi no se percató de nada.

Yo, por mi parte, me dediqué a observarla y hacerme el cariñoso y el encontradizo con ella, viniese o no a cuento. Siempre con la libinidosa intención de frotarle mi polla y sobarle, disimuladamente, eso sí, las tetas y el culo. Trataba de hacerme el hijo amable y cariñoso, en plan: “¡Mira a la mejor mamá del mundo! ¡Qué guapa está hoy!” o “Deja que te ayude a guardar la compra…” (y aprovechaba esos momentos para apretarme bien a sus cuerpo serrano…) Ella, que no estaba nada acostumbrada a esas efusiones de cariño (siempre he sido bastante despegado), se dejaba hacer, pero tratando de mantener, en cierto sentido, las distancias.

Supongo que debía sentirse culpable por lo que estaba haciendo, por mucho que lo racionalizase con la cuestión de estar salvando el puesto de trabajo de toda la familia. Imagino que, en los momentos en que no podía evitar correrse cuando Roberto le clavaba la tranca, el sufrimiento le vendría por partida doble: por la traición a su familia y por disfrutar en contra de su voluntad.

También durante esos días me dedique a hurgar en el cubo de la ropa sucia, para descubrir, escondidos al fondo, los tangas y la lencería puerca que mi amigo le había proporcionado a la zorra. Siempre hechos un gurruño y todavía húmedos de flujos y otros restos corporales que emanaban de la cerdita.

4

Un par de semanas después de comenzar el asunto, Roberto me llamó para decirme que ya tenía preparada la prueba del delito, por así decirlo.

Cuando me puso el vídeo, me quedé flipando. La cosa no tenía desperdicio. Ocurrió un día laborable. Roberto me llamó a su oficina, que estaba en la parte superior de la nave, con un ventanal que controlaba toda la zona de maquinaria y las líneas de producción, donde las mujeres envasaban las latas de conservas que salían listas para ser expedidas. Entre esas mujeres estaba mi madre, a la que nos habíamos propuesto emputecer.

Nada más entrar en el despacho, Roberto me pasó una lata de cerveza y me indicó que tomase asiento junto a él, de cara a la pantalla de 30 pulgadas que usaba como monitor de ordenador y como panel de control para las cámaras de inspección de la producción, que llenaban la fábrica.

-¿No cierras la cortina? –le pregunté acomodándome a su lado.

-No hace falta tío… Sólo la cierro cuando viene la cerda de tu madre. –Al tiempo que hablaba se sobaba el paquete.-Y hoy ya hace un rato que ha pasado por aquí para secarme un poco los cojones.

Por un momento me pareció que se estaba extralimitando. Pero no dije nada. A fin de cuentas, todo había sido idea mía. Y, si las cosas iban tan rodadas como parecía, en breve podría hablar de mi progenitora, con el mismo espíritu lúdico/lascivo que mi colega.

Tras abrir las cervezas, nos dispusimos a disfrutar del espectáculo. Era la segunda semana desde que Roberto había empezado la extorsión. Prácticamente desde el segundo día en que mamá subió al despacho, comenzó su presunto calvario (luego veremos que el sufrimiento era más aparente que real: el chocho le chorreaba lo que no está escrito desde el minuto cero. Aunque a ella le gustaba hacerse la mártir… Cosas de tías.)

El bueno de Roberto, bastante aficionado a los audiovisuales, me había hecho esperar para ver cómo iba la cosa hasta que tuvo el suficiente material para hacer un montaje de vídeo bien guarro. El caso es que no había perdido el tiempo. Además de la cámara bien visible de la esquina del despacho, la que todos los empleados conocían, se había entretenido en colocar una par más, semiocultas, en estanterías de la habitación. Todo eso le permitió montar un excelente vídeo porno que no tenía nada que envidiar a los de las páginas guarras de internet.

El muy cabrón le puso música y todo, y, de fondo, dejó, de vez en cuando, los jadeos de la puerca y el chapoteo de su boca comiéndole el rabo, o de su coño encajando estoicamente la polla del chico. Todo punteado, además, con los insultos y sopapos con los que Roberto estimulaba a mi puta madre.

En fin, fueron diez intensos minutos en los que me olvidé de la cerveza, mientras contemplaba a mi santa madre, que, tras entrar en el despacho y nada más deshacerse de la bata del trabajo, bajo la que no vestía nada más que un sujetador de encaje que a duras penas sostenía sus melones, y un minúsculo tanga rojo, que luego supe que Roberto le había comprado en los chinos, se arrodillaba frente al sillón del jefe y amigo de su hijo y, tras extraer su morcillona polla, escupía un par de veces en el capullo, le pegaba un lametón y, sin transición, la engullía hasta la garganta, hasta que se ponía como una piedra.

Roberto, mientras yo contemplaba atónito las imágenes, me comento que las cosas tampoco resultaron tan fáciles como se veía en el vídeo, y que, sobre todo, los dos primeros días, fueron un verdadero festival de arcadas y caras de asco, hasta que la zorra aprendió a comerse bien la tranca del jefe.

Ahora, está claro que las clases habían resultado superefectivas, porque la polla de Roberto, sin ser extraordinaria, no estaba nada mal de longitud y, sobre todo, de grosor. Y la buena de mamá no parecía, en las imágenes del director’s cut de Roberto, en absoluto  disgustada con la tarea. Parecía muy bien adiestrada. De hecho, a pesar de alguna lagrimilla que le salía de forzar la boca y de la cara de asco, más bien fingida, que ponía  cuando sacaba la tranca, supongo que para tratar de sentirse digna y no una chupapollas de barrio, no parecía que estuviese sufriendo para nada.

Mis sospechas se confirmaron cuando llegó la segunda parte del vídeo en la que Roberto hizo a la guarra tumbarse sobre la mesa de reuniones que había al lado y, tras quitarle el tanga y metérselo en la boca, le clavó de golpe la polla en su depilado coño (otra de las nuevas obligaciones impuestas por el jefe: ‘procura tener el chocho pelao y en perfecto estado de revista’). La polla entró suave como un guante en su palpitante y húmedo orificio, señal inequívoca de que mamá no era precisamente inmune a los encantos de una buena polla. Y que todo ese rollo del martirologio y de las caras de sufrimiento que ponía de vez en cuando no eran más que un paripé para preservar en lo posible su dignidad. Una dignidad que estaba, evidentemente, bajo mínimos, como yo me iba a encargar de recordarle posteriormente.

A esas alturas yo tenía la polla como una estaca. Hasta Roberto se estaba excitando con las imágenes y eso que hacía media hora escasa que acababa de tener la sesión diaria que con la furcia.

-¡Buffff! –dijo Roberto.- Cómo me estoy poniendo otra vez… me parece que en cuanto te vayas voy a volver a llamar a la puerca de tu madre.

-Pues por mí no te cortes… Aprovecha que yo ya mismo te tomo el relevo. ¡Ja, ja, ja!

El remate del vídeo, en consonancia con el resto, comprendía un facial brutal en el que la jeta de la cerda quedaba repleta de leche. Una leche que se mezclaba con el sudor y las lágrimas mientras la boca de la guarra permanecía jadeando entreabierta con el tanga baboseado saliendo por su comisura. Después de correrse, Roberto escupió un par de veces sobre la cara de mi madre, esparció todo el cóctel por la jeta y, tras sacarle de un tirón el tanga de la boca, hizo un amago de limpiarla con el mínimo trozo de tela empapada mientras mamá tosía recuperando el aliento. No obstante, lo único que consiguió fue repartirlo todo homogéneamente dejando toda su faz pringosa.

Después, Roberto le tiró el tanga a la guarra y le indicó que se vistiese y se fuese a currar, que ya estaba perdiendo el tiempo. Mamá se puso como buenamente pudo la mínima prenda empapada y la bata y, casi sin arreglar, vio como Roberto abría ostentosamente las cortinas  y, a la vista de todo el personal de la nave que levantase la vista en aquel instante, apareció el cuadro de la buena de Lola, mi madre, abrochándose su bata, con el pelo completamente revuelto y un aspecto grotesco, con la mezcla pastosa de fluidos resecándose en su cara, saliendo atropelladamente del despacho del jefe, mientras éste, satisfecho, se palpaba los cojones y se sentaba cómodamente en su sillón para seguir con su jornada laboral, tras el intenso break matutino.

-Bueno, Ángel, -me dijo Roberto entregándome un USB- aquí tienes el vídeo. Es tu turno. A ver qué tal te va…

Quedé con Roberto en que el día en el que le tenía que dar la agradable sorpresa a mi madre de que sabía que era una puta que se estaba follando al jefe, éste le cambiaría el turno a mi padre para que estuviésemos solos en casa ella y yo.

5

Poco después llegó el momento. Ese día, en el trabajo, estuve cachondo perdido y me fijé algo más de lo habitual en mi santa madre. En cómo, en apenas dos semanas, había asumido a la perfección su rol de puerca y, con toda la parsimonia del mundo, pasando de su jefe de sección y de sus compañeras, abandonaba su puesto de trabajo a media mañana, para subir al despacho del director, y, observada por la rencorosa mirada de sus compañeras, enfilaba escaleras arriba el camino hacia la oficina de Roberto.

Orgullosa y con la cabeza bien alta, ya no parecía en absoluto avergonzada. Supongo que estaba muy metida en su papel de Juana de Arco salvadora de su familia o algo así, pero está claro que ni a mí, ni a Roberto, nos podía tomar por gilipollas y había algo más que sacrificio en su actitud. Había una instintiva y ansiosa búsqueda de placer y orgasmos. Está claro que la humedad de su chocho, perfectamente audible en los chapoteos que servían de banda sonora a las imágenes que me había enseñado mi amigo, era una prueba evidente de lo que andaba buscando en sus visitas a Roberto. Algo que acababa de descubrir: complacer su nueva naturaleza de puta. Me fijé en su culazo subiendo los escalones, consciente de que, bajo la bata de trabajo, sólo un tenue tanga incrustado en el culo era lo que cubría sus orificios. Orificios que ya estaba loco por perforar.

Roberto, que ya la esperaba, viéndola venir a través de la nave, se frotaba la polla sobre el pantalón a la vista de todo el mundo a través del ventanal, antes de correr la cortina cuando la guarrilla irrumpía en el despacho. Era un secreto a voces que mamá se había convertido en la puta del dueño. La comidilla de todo el personal. Los únicos que estaban al margen de las conversaciones y el cachondeo de la gente eran el cornudo de papá y yo mismo. Los tíos eran algo más respetuosos pero, por lo que supe algo después, las puertas de los lavabos de mujeres de la fábrica, estaban llenas de pintadas a boli y rotulador alusivas al mamoneo que se traía la chupapollas de mamá con el jefe, con expresiones de lo más pintorescas y ofensivas. La guarra de mamá, que supongo que debía haberlas visto cuando iba a mear, era incapaz de contrarrestar la ofensiva y se limitaba a aguantar estoicamente, consciente de que la gente era lo suficientemente cobarde como para no atreverse a decirle nada a la cara, suponiendo que era la protegida del dueño.

Ese día no estuvo mucho rato. Bajó veinte minutos después, con los labios hinchados, supongo que después de hacer una buena mamada a mi colega, que ya había vuelto a abrir las cortinas. Iba algo cabizbaja, luego supe, por lo que me contó Roberto, que fue porque se limitó a dejar que se la chupase, y a obligarle a tragarse la cuajada, pero que ni se la folló, ni le tocó el coño, salvo para comprobar que estaba tan encharcado para siempre. El muy cabroncete me dijo que lo había hecho por mí, para dejármela lista y ansiosa para la tarde.

Cómo ya he dicho, estuve bastante cachondo toda la jornada e ilusionado con lo bien que estaban yendo las cosas. Durante esos días en que mi madre estuvo siendo adiestrada por Roberto, la muy zorra supo comportarse en casa de un modo lo suficientemente hipócrita como para que el cornudo de su esposo no se enterase de nada. Incluso yo, si no hubiese sido el artífice del plan de emputecimiento, habría sido incapaz de detectar ninguna pista de que mi santa madre estaba siendo follada día sí y día también por un chico que podría ser su hijo.

6

Esa tarde, cuando me dirigí a casa estaba cien por cien motivado para culminar mi plan… y con la polla morcillona. Llevaba El USB que me había dado Roberto en el bolsillo, pero estaba convencido de que ni tan siquiera iba a tener que usarlo. Lo iba a guardar para una segunda fase. De momento, pensaba embestir a mamá directamente para ver si confesaba.

Al salir del curro me despedí afectuosamente del cornudo que entraba a trabajar a esa hora, todavía sorprendido por el repentino cambio de turno, y me dirigí a casa, donde mamá, que había salido media hora antes, esperaba preparando la comida.

Vivíamos bastante cerca de la fábrica, a un cuarto de hora andando, aunque ese día, tal y como iba de salido, la distancia la recorrí en poco más de cinco minutos. Llevaba la polla palpitando, sólo pensaba en los vídeos que me había enseñado Roberto y en repetir las escenas siendo yo protagonista.

Abrí la puerta ruidosamente y pegué un buen portazo. Quería que mamá, si estaba en la cocina, lo oyese perfectamente y que notase, inmediatamente, que algo pasaba.

Entré en el comedor y la vi salir de la cocina con la bata que solía llevar en casa, bajo la que, si no había tenido tiempo de cambiarse, luciría todavía el mini tanga que le obligaba a llevar Roberto. Se iba secando las manos con un trapo y parecía sorprendida por la fuerza del portazo.

-¿Qué ha pasado, hijo? –me dijo mirándome. Yo llevaba puesta mi mejor cara de funeral. Una mezcla perfecta de depresión y mala leche.

-¿Que qué ha pasado? ¿De verdad quieres saber qué es lo que ha pasado…? –me mostré sereno y sin alzar la voz. Aunque lo dije despacio para que ella viese, bien a las claras, que iba en serio.

-Síii… sí… claro… es que no sé… pareces alterado… -hablaba en voz baja y como asustada. No sé si ya empezaba a olerse la tostada. Yo pisé el acelerador.

Me fui acercando despacio a ella, que estaba petrificada a la entrada del comedor cerca de la cocina.

-Pues ha pasado que me acabo de enterar de que mi madre es una puta guarra que se está follando al jefe… -dejé caer la bomba e hice una pausa esperando que causase el efecto deseado. Y ¡bingo! Ella no se atrevió ni a negarlo, lo que me espoleó a continuar con mi perorata. –Una guarra que sube todos los días a chuparle la polla a un tío que podría ser su hijo. Una cerda que se traga su leche y que luego baja feliz y contenta a pavonearse entre sus compañeras sin importarle una mierda la imagen que está dando… ¡Y cómo está dejando como gilipollas a su pobre esposo y a su hijo…!

Ella trató de interrumpirme:

-No… no, hijo, deja que te explique… No es exactamente eso… -estaba súper nerviosa y a punto de romper a llorar. Pero yo, lanzado, iba a por todas. Tenía la polla como una estaca, excitadísimo con la situación.

-¿Qué me vas a explicar, cerda? ¿Qué coño me vas a explicar? –en ese momento, cuando ya estaba al lado de ella, le cogí la bata y se la abrí de golpe rompiendo los botones. Aparecieron sus melones, a duras penas cubiertos por un hortera sujetador de encaje de color negro que parecía un par de tallas más pequeño y, abajo, un tanga mínimo, también negro, que delataba la ausencia de vello en el chochete. Estaba como para entrar a matar. La puta se asustó y retrocedió un par de pasos, pero no tenía espacio para ir más allá y quedó entre mí (y mi polla) y la pared. Continué con mi diatriba:

-¡Eh, cerda! ¿Acaso me vas a decir que no vas vestida como una puta? ¿Qué no vas preparada para comerle la polla a Roberto y que te folle prácticamente delante de toda la empresa?

Ella callaba y agachaba la cabeza. No llegó a romper a llorar. Creo que estaba más desconcertada que otra cosa y no sabía cómo demonios salir del lío en el que se había metido. Yo aproveché que no me miraba en esos momentos para valorar bien su cuerpo serrano. Estaba para mojar pan: jamona, jamona… Y, para colmo, mirando su chochete, me di cuenta de que empezaba a aparecer una perceptible manchita de humedad en su tanga. ¡Y no debían ser lágrimas! Parece que la guarrilla se estaba excitando. ¡Miel sobre hojuelas!

Ya no podía esperar más y me lancé a por todas.

-¡Pues bueno, puta guarra, si no te importa chuparle la polla al jefe, supongo que tampoco te importara mamársela a tu hijo! ¿No, cerdita?

Ella levantó la cabeza dubitativa, como si tuviese un resorte, y, sin dejarla pensar, le grité:

-¡De rodillas, puta! –ya había sacado la polla de la bragueta.

Ella, nerviosa, se arrodilló ante mi tranca y la miró asustada. Después, antes de amorrarse al pilón, me lanzó una última mirada suplicante, pero no dijo nada. Yo, que mantenía la misma cara de cabreo, aunque por dentro estaba exultante, le escupí en la cara. Ella cerró los ojos, pero tampoco pareció sorprenderse mucho de mi actitud. Está claro que Roberto la había acostumbrado a ese tipo de cerdadas.

-¡Que chupes joder! –volví a gritarle y esta vez sí, empezó a mamármela a buen ritmo. Tal y como había aprendido en las lecciones de Roberto.

La cogí del pelo y empecé a follarle la boca con ganas. Las babas chorreaban hacia el suelo. Quería correrme rápido, para quitarme el gusanillo y echar, después, un par de polvos más tranquilo. Y estaba a punto de hacerlo, cuando me fije en que la cerdita, tímidamente, estaba empezando a bajar la mano para tocarse el coño mientras me la comía. La imagen me entusiasmó y me animó a escarnecerla un poco:

-¡Ves cómo eres una puta cerda! –grité –Se la chupas a tu hijo y hasta te pajeas… ¡Pero que puerca eres, joder! –ella se sonrojó hasta el tuétano. Pero no detuvo su mano y continuó masturbándose. Está claro que era una puta vocacional.

No aguantaba más. Así que decidí correrme, aunque mamá se quedase a medias con su paja. Ya tendría tiempo de correrse. Le cogí la cabeza por los pelos y la separé de mi rabo. Luego, apuntado bien a su jeta, empecé a soltar leche como un aspersor.

-¡Tooooma, cerdaaaa…!

Ella permanecía con la boca abierta intentado retener todo el esperma posible, pero me cuidé bien de repartirlo por su nariz, sus cejas, los ojos… Quería dejarla hecha un buen guiñapo, para hacerle una fotillo y mandársela a Roberto.

Quedó perfecta: hecha un esperpento, con la boca abierta, jadeante y leche desde le frente a la goteante barbilla… Muy fotogénica, sí señor.

La dejé arrodillada, con su manita todavía hurgando en el coño, y recogí la bata que había quedado en el suelo para limpiarme la polla.

-¡Venga cerda! –le dije-Deja de tocarte el coño y termina de hacer la comida. Luego seguimos. ¡Ah, y no hace falta que te limpies mucho la jeta…! Luego te la volveré a embadurnar… Es bueno para el cutis.

Ella, jadeando, se levantó trabajosamente y, agachando la cabeza avergonzada, se dirigió a la cocina tal y como estaba. Miré orgulloso y exultante  el hermoso pandero de mi progenitora y, tras guardarme la polla, me senté en el sofá para mandar el mensaje a Roberto.

Me esperaba una tarde intensa.

7

Veinte minutos después estábamos comiendo en silencio, con las noticias del televisor de fondo. Mamá seguía con la cabeza agachada, apurando despacio la comida. Temerosa de lo que estaba por venir. Yo trasteaba por el móvil contándoles mis peripecias a Roberto por el whatsapp y, de vez en cuando, echaba un vistazo a las tetazas palpitantes de la guarrilla. Había vuelto a ponerse la bata, pero, con todos los botones rotos, dejaba a la vista su cuerpo de jamona.

Cuando terminamos de comer le mandé recoger la mesa y preparar un café, mientras me apalancaba cómodamente en el sofá a ver la tele. Minutos después apareció con la bandeja de café que dejó sobre la mesita. Seguía con la bata abierta, mostrando todo, y con un semblante entre serio y acojonado. No obstante, la manchita de humedad en el coño seguía siendo perfectamente distinguible. Se disponía a irse cuando la llamé:

-¡Eh, ven aquí! –le grité. Ella se detuvo al instante y se giró. –Anda, mamá, ven aquí y siéntate un rato conmigo… Así descansas. –Trataba de ser amable, de engatusarla. –Quítate esa bata andrajosa y ponte cómoda, no hace frío… -al tiempo que hablaba di un par de palmadas al sillón del sofá.

Ella, sumisa, obedeció. Dejó caer la bata al suelo y, con su esplendoroso cuerpo de jamona, se acomodó junto a mí. Se sentó recta, muy tiesa, lo que me hizo esbozar una sonrisa y decirle:

-¿Qué te pasa? ¿Tienes miedo o qué?

Ella me miró desconcertada y dijo: “No, no, es que, yo… Lo de Roberto fue porque… No es lo que parece…” Otra vez parecía que quería explicarse, justificar su comportamiento. No me interesaba en absoluto. Yo era bien consciente de lo que había pasado y de qué iba la historia, así que la corté rápido:

-Mira –empecé-, déjate de paridas. Las imágenes son clarísimas. Me importa una mierda cómo o por qué te has enrollado con él. Lo que he visto es a mi madre comiéndole el rabo a mi mejor amigo, masturbándose mientras lo hacía y dejándose follar. Berreando como la cerda que es. Así que no me vengas con excusas que no me vas a convencer. Lo mejor que podemos hacer es llevarnos bien a partir de ahora y mantener el asunto discretamente en familia. –Ella, que ya se había acomodado en el sofá, con sus muslazos apoyados en el cojín y acercando sus tetazas palpitantes a mi cuerpo, me miraba, atenta a mis palabras, intuyendo ya, a dónde quería llegar.-Por lo tanto, y visto lo visto –mientras le decía estas palabras, había acercado mi mano a su entrepierna y le palpaba la mancha de humedad que empapaba el mínimo tanga-, creo que podemos llegar a un acuerdo satisfactorio para ambos.

Apreté bien la mano, sobándole el clítoris y ella gimió apretando su cuerpo. Tomé su gemido por un sí y, moviendo su cabeza hasta ponerla frente a mi paquete, le dije:

-Así que, querida mamá, ya sabes lo que te toca…

La puta, obediente, me desabrochó el pantalón y se lanzó vorazmente a por mí polla. Al mismo tiempo cerro sus muslos aprisionando mi mano, que se movía sobre su coño, para evitar que dejara de pajearla. Se corrió en un momento, sin dejar de babear sobre mi rabo, así que decidí hacer una breve pausa, para poner un poco de orden. Yo no tenía intención de correrme aún.

-¡Joder, cerdita…! Tenías ganas, ¿eh?

Me miró cabizbaja y asintió con la cabeza. Me acerqué y decidí premiarla con un buen morreo al que ella respondió metiendo su lengua hasta mi campanilla.

-¡Joder, mamá, estás buenísima! –le dije después, rompiendo el mínimo sujetatetas y dejando campar en libertad  sus melones. -¡Anda, cerdita, quítate el tanga y nos ponemos cómodos!

También me desvestí y, repantingado en el sofá, le dije que se acomodase entre mis piernas y que me lamiese el ojete y los cojones. Me miró sorprendida. Al parecer este tema no había entrado todavía en las lecciones impartidas por Roberto, así que para, evitar dudas, le di un cachete y le dije:

-¡Sí, puta, que me comas el culo! ¡Lo que has oído! ¡Que quede reluciente! Venga, espabila…

Me puse con las piernas bien levantadas y, pajeándome, vi a mi mamaíta agachar la cabeza y empecé a notar su lengüecita como una culebra repelándome el ojete. Primero tímidamente y, después, con ansía, subiendo hasta los huevos que se introducía en la boca alternativamente. Para no perder el tiempo, volvió a su costumbre de masturbarse mientras me chupaba los cojones y el culo. Pero esta vez se lo impedí y le dije que me pajease a mí. Ella, obediente, lo hizo.

A los cinco minutos estaba a punto de soltar la lechada, así que cogí el cabezón de mi progenitora por los pelos y la puse frente a mi polla, sin previo aviso. Me la menee un par de veces y le dejé la cara como la radio de un pintor: con salpicones desde las cejas hasta la barbilla.

Estaba asombrado de lo fácil que estaba resultando todo con la puta de mi madre. Hasta entonces sabía que era una perfecta ama de casa, pero no esperaba que fuese tan obediente y sumisa en el aspecto sexual. Y tan abierta a recibir todo este tipo de perrerías. Me encantaba.

Era la segunda corrida en su jeta en una tarde. De momento creo que ya tenía bastante crema para el cutis por ese día. Ahora la iba a dejar descansar un rato. Me quedaba correrme en su coñete, pero necesitaba recuperarme y que la guarra descansase un rato. Estaba haciendo un buen trabajo.

-Muy bien, mamá, lo has hecho divinamente. –le dije al tiempo que restregaba bien toda la pastosa leche por su cara. Ella, todavía arrodillada frente a mí, aceptaba el gesto, resignada, limitándose a cerrar los ojos para evitar que les entrase semen.

Acerqué su cara y cuando ella pensó que la iba a besar, le lancé un denso salivazo que se esparció por su nariz y su boca, resbalando hacia la goteante barbilla. Sorprendida, abrió los ojos.

-Disfrútalo, mamá, es un regalo…-le dije entre risas. Curiosamente, ella no pareció enfadada y se relamió, buscando los restos de saliva mezclada con el salado esperma. Está claro que era una guarra de campeonato.

-Ahora túmbate un rato y descansa, que nos queda rematar la faena…

La dejé en el sofá y me tomé el café, ya frío, antes de recoger mi ropa e irme a echar una breve siesta en mi habitación.

8

Cuando volví, a media tarde, la cerda seguía apalancada en el sofá. Dormida como un bebé. Demasiadas emociones. Tenía la piel de la cara reseca y el pelo hecho un cromo, entre sudor y restos de leche seca. Estaba de lado, con las tetazas reposando en el sillón y los muslos mostrando un culo espectacular. Las manos las tenía metidas entre las piernas. Igual hasta se hizo un pajote antes de dormir, nunca se sabe.

Como quería salir un rato antes de cenar y de que viniese el cornudo, pensé en follármela ya. Me había despertado de la siesta con una potente erección y no era cuestión de desperdiciarla. Así que opté por despertarla cariñosamente. Me coloqué sobre su cabeza y empecé a restregarle los cojones y el capullo por la cara. Ella, somnolienta, abrió los ojos y, tras unos segundos de desconcierto, enseguida sonrió brevemente, antes de volver a poner la cara de “que conste que esto lo hago porque me obligas, no porque me guste, ¡eh!”, que tan bien se le daba. Me importaba una mierda la cara de circunstancias que pusiese. Sabía perfectamente que la puerca estaba disfrutando como nunca en su vida y que a mí no me iba a engañar en ese sentido.

-Venga, mamá, es hora de levantarse. –le dije- Ponte a cuatro patas anda.

Ella, remolonamente se fue poniendo en el sofá tal y como le indiqué. Quería follarle el coño como a una perra, pero, antes, decidí pegarle un buen repaso. Le abrí las nalgas y, tras esnifar el profundo olor que venía de su coño babeante y de su culo, le pegué una buena comida de chocho, en la que, por supuesto, no dejé de lado su ojete, que tenía que ir preparando para el futuro.

Mamá, inevitablemente, se puso a gemir como una cerda. Hasta que se corrió. En ese momento decidí penetrarla a lo bestia, gritándole cerdadas: “¡Puta, guarra, puerca!” y un largo etc. de frases humillantes que me ponían cachondo y ante las que ella sólo reaccionaba gimiendo como la guarra que era. Aproveché el polvo para ir escupiendo entre sus nalgas e ir empapando el ojete que  empecé a penetrar con los dedos. Un momento en el que ella pegó un respingo, hasta  que, acostumbrada al intruso, se dejó hacer disfrutando de la follada. Como siempre, la putilla era incapaz de no sobarse el coño, así que, en busca de un nuevo orgasmo, se masturbó mientras la follaba.

Esta vez aguanté un rato. Era el tercer polvo y ya no iba tan salido. Esperé a que ella terminase su paja para correrme. Tras hacerlo, ella se quedó en la misma postura, recuperándose. Yo saqué la polla pringosa y el dedo de su culo. Me acerqué a su cara agachada y le dije:

-Anda, huele, cerda… -acerqué el dedo a su nariz. La puta, en un primer instante se separó, pero después se fue acercando al dedo y, sin que tuviese que decirle nada, empezó a chuparlo hasta dejarlo reluciente.

-Perfecto, veo que vas pillándole el truco al asunto… -le dije.-Me voy a duchar, mamá, que tengo que ir a ver a un colega. –El colega era Roberto, claro, al que tenía que contarle mis progresos.-Recoge todo y déjalo bien antes de que llegue el cornudo. Tampoco se trata de que se entere de la puta que tiene en casa, ¿no?

Fue un remate a la tarde no demasiado elegante y mamá me miró con cara de odio. Pero, cuando salí de la ducha ya lo tenía todo recogido y estaba vestida con una bata nueva. Antes de salir, me acerqué a besarla en la mejilla, todavía con esperma reseco. Aún no había podido ducharse. Pensé que se apartaría, resentida. Pero, al contrario, se dejó hacer y se limitó a decir, como una buena madre:

-No vuelvas muy tarde, hijo. Que ya sabes que a tu padre no le gusta esperar para cenar.

-No, no. Claro, mamá. Hasta luego.

Después de ese primer e intenso día, mandé un mensaje a Roberto, adjuntando un par de fotos más y le pedí que mantuviese al cornudo en el turno de tarde unos cuantos días. Más que nada para seguir afianzando mi posesión sobre la guarra de mi madre. Me respondió con un pulgar alzado y un “Sin problemas, socio!”.

Más tarde, cuando me lo encontré, le puse al día de todos mis progresos

9

Con mi padre trabajando por las tardes, pude dedicar toda la semana a emputecer a la guarra de mamá e ir preparando su desvirgamiento anal, lo que pretendía convertir en una ocasión especial para ambos.

Los días transcurrían, pues, plácidos y felices para ambos.

Por las mañanas la guarrilla subía indefectiblemente a la oficina y consumía su primera ración de leche. Cada vez estaba más resignada y, en cierto sentido, contenta por su situación. A fin de cuentas el rato que estaba con el jefe no estaba currando y eso siempre está bien. Además, Roberto aceptó mi sugerencia de cambiar el puesto a mamá y ponerla de supervisora. Más que nada para que estuviese más descansada de cara a cumplir las obligaciones sexuales con sus respectivos machos. Obviamente el ascenso, que ella aceptó encantada,  fue la comidilla de la empresa. Salvo para mi viejo, ajeno a las murmuraciones, que pensó, erróneamente, que era por méritos laborales. ¡Menudo iluso el cabroncete!

Las tardes, tras cruzarnos con el cornudo en el cambio de turno, las pasábamos en casa follando por todos los rincones.

Un día en el sofá, mientras la cerda me comía la polla y yo le iba perforando el ojete con tres dedos para ir preparándolo para la gran noche, me preguntó, entre arcada y arcada, que por qué no nos íbamos a la habitación de matrimonio, en el piso de arriba, que estaríamos más cómodos. Que incluso estaba dispuesta a cambiar las sábanas antes de que viniese el cornudo, y así no se enteraría de nada.

Tras volver a amorrar su cabeza a mi polla le di la respuesta mientras se la incrustaba hasta la garganta:

-Pues porque la cama matrimonial la estoy reservando para una noche especial, putilla… Ya te enterarás. Ya queda poco… ¿entendido?

-¡Mmmmmmsíiii! –fue la respuesta que salió a duras penas de sus labios saturados con mi tranca.

Fueros días que dedicamos a conocer nuestros cuerpos. Casi diariamente le hacía a mamá un buen cunnilingus y, ya que estaba, le pegaba una buena lamida de ojete. Me la follé en todas las posturas posibles. Le hice algunas cubanas y le enseñé a comerme bien los huevos y dejarme el ojete como los chorros del oro, usando su lengua, por supuesto. Y creo que no quedó ninguna parte de su cuerpo sin que tuviese algún salpicón de esperma.

Ella trató de no mostrar demasiado entusiasmo con la situación. Intentó preservarse digna y distante. Pero era inevitable que, en bastantes ocasiones, pegase grititos de placer y que, si me hacía el remolón, reclamase los orgasmos que le tocaban. La muy puta tenía hambre atrasada y había un contraste evidente entre la apariencia que trataba de mantener de doncella ultrajada y el ansia con el que se mordía los labios y gemía cuando le clavaba la polla.

En fin, fue una época deliciosa, pero estaba llegando el momento de pasar a una nueva fase.

Un viernes, después de echar el segundo polvo, le comenté que había llegado el momento de contarle al viejo la puta que tenía por esposa. Ella me miró asustadísima y me preguntó si me había vuelto loco:

-De eso nada. –Le dije- En primer lugar no es más que la verdad. ¡Eres una puta cerda! Y, en segundo lugar, un tío, como él, que lleva tantos años sin follar contigo no creo que te merezca.

-Pero… pero…

-Mira, mamá, estate tranquila y déjame las cosas a mí. Mañana hablaré con el cornudo y le contaré lo que hay. Si todo va bien, que seguro que sí, mañana por la noche tendremos una luna de miel perfecta en la habitación de matrimonio… Y volverás a perder la virginidad.

-Pero es que si le cuentas todo a tu padre… No sé… -volvió a empezar otra vez con las monsergas.

-¡Bueno, vale ya, joder! No sé de qué vas… ¿Ahora de qué te preocupas? –estaba acabando con mi paciencia y quería cortar de raíz todas sus dudas- ¡Tampoco te preocupa tanto el cornudo cuando estas tocándote el coño con una buena polla en la boca! ¿O sí?

Agachó la cabeza y calló avergonzada. Yo, magnánimo, aproveché para darle un cariñoso cachete en la cara y un húmedo beso en los labios. Aunque no pareció que se quedase más tranquila.

10

A la mañana siguiente, el sábado, mientras mi madre había ido a hacer la compra, llamé a mi padre al comedor y le dije que se acomodase en el sofá, frente a la tele, que quería enseñarle algo. Coloqué el USB en el aparato y le di al play.

El pobre viejo no tenía ni idea de qué era lo que quería enseñarle. No hizo falta habla mucho. Se quedó mirando, con la boca abierta, los diez minutos escasos de la grabación que me había pasado Roberto. El vídeo no dejaba lugar a dudas ni ambigüedades. El cabrón de Roberto se había encargado de hacer un montaje en el que predominaba una actitud, por parte de mi madre, de aceptación e incluso de placer. Buscó planos en los que se la veía jadear y disfrutar de la situación, también escenas en las que se tocaba ella misma el coño. Desde luego, no parecía que la estuviesen obligando, ni nada similar. En fin, era una prueba bastante irrefutable.

Yo, que ya conocía las escenas y que, aquellos días, estaba disfrutando en carne propia de placeres similares con la puta de mamá, me hice el compungido en todo momento y no dudé en consolar a mi padre (que sólo murmuraba lagrimeando: “Pero, pero, ¿qué es esto…? ¿qué…?”). De paso, procuré echar un poco, o un mucho, de mierda en la reputación de mi vieja:

-Lo siento mucho, papá… Yo había oído algún rumor, pero no quería creerlo… Hasta que me pasaron las imágenes. ¡Es una puta guarra! ¡Mamá es una puta guarra! –cómo puede verse, se me da la mar de bien jugar a dos barajas.

El cornudo, mientras tanto, se mesaba los cabellos desconcertado y desesperado, sin saber a qué atenerse. Está claro que necesitaba alguien que le orientase. Y, claro, ahí estaba yo haciendo de buen hijo, ja, ja, ja.

-Yo pienso que, lo primero que tienes que hacer es salir la habitación de arriba e irte al cuarto de invitados. ¡Demostrarle que sabes lo que está pasando! Para ver si recapacita. No podrás echarla de casa, porque la casa está a su nombre. Era de los abuelos. Pero tampoco tienes porque convivir con ella más de lo imprescindible. Digo yo. Por lo menos es lo que yo haría.

Él me miraba aturdido sin saber casi qué decir, mientras en la pantalla, salían las últimas imágenes del vídeo con mamá babeando, la cara llena de esperma de Roberto, limpiando a fondo con su boca la polla de mi amigo tras correrse. El cabroncete de Roberto no evitó un plano final desde detrás en el que se veía como la mano de mamá, mientras realizaba la citada limpieza de sable, se perdía entre sus piernas y se movía agitada buscando un orgasmo. En resumen, porno del bueno, con una protagonista de excepción.

Mi padre, finalmente, salió del aturdimiento y, tras murmurar “¡Eso haré, eso haré…!”, subió a la habitación de matrimonio a sacar sus cosas y trasladarlas al cuarto de invitados, al otro lado de la casa. Mientras subía, le observé esperando, socarronamente, que el pobre pichafloja no se atrancase en el pasillo con la cornamenta que, en vista del carrerón de mi madre, ya debía haber crecido hasta el nivel de un alce canadiense… por lo menos.

En eso estaba cuando volvió mamá de la compra. A ella ya le había puesto sobre aviso con un Whatsapp en el que le decía, literalmente: “Solucionado, el cornudo se traslada al cuarto de invitados.

La comida fue muy tensa, con un silencio sepulcral, así como el resto de la jornada. Mi madre, haciéndose la ignorante, aunque lo sabía todo, intentó tender puentes con el cornudo, preguntando que qué le pasaba, si estaba enfermo y tal… Él, bastante deprimido, se limitó a contestar que ella sabía perfectamente lo que pasaba y que, a partir de ahora, harían vidas separadas, aunque estuviesen en la misma casa. (“Qué remedio, pensé yo, si la casa es de ella, ja”). Mamá, que no estaba para chorradas, ni tan siquiera esbozó una explicación, tal vez porque estaba yo presente, o tal vez porque sabía que el argumento de que lo había hecho para salvar el empleo de la familia, no era tan cierto como parecía. Sobre todo, si uno miraba las imágenes. No se  apreciaba el chantaje por ninguna parte. Así que se limitó a decir: “Bueno, pues ya se te pasará…”, y continuó comiendo.

11

Ya por la noche, no estaba el día para una velada familiar. Evidentemente, no era un sábado normal.  No tenía intención de salir, así que me fui pronto a la cama, a mi habitación que estaba frente a la de mis padres. Mamá no tardó mucho en imitarme y el viejo se quedó mirando la tele. Y mesándose la cornamenta, supongo.

En cuanto vi que mamá apagaba la luz me dirigí al tálamo nupcial de mis padres, con una erección de campeonato, para cobrar mi trofeo.

La luz de la calle se filtraba en el cuarto, así que decidí no encender la lamparilla de la mesita. No era necesario para ver a la putilla, que me esperaba en pelota picada. Liberada de culpabilidades, me dijo directamente:

-¡Ha llegado el momento! Quiero que me rompas el culo.

¡Vaya, qué directa!”, pensé.

-¡Eso está hecho puerca! Ponte a cuatro patas y agacha la cabeza. –lo hizo- Pon el culo en pompa.-obediente, siguió mis instrucciones.

Me amorré a su ojete y le pegué un buen repaso con la lengua y los dedos mientras, con la otra mano la iba masturbando y notaba como se humedecía su coño cada vez más. Quería que me suplicase y me pidiese la polla. Y, así lo hizo, poco después:

-¡Por favor, por favor…! ¡Métela ya! ¡Fóllame, cabrón!

Como el caballero ansioso por complacer a su dama que soy, me puse en cuclillas sobre su lomo y tras escupir repetidamente en el ojete le fui introduciendo la tranca despacio, recreándome en mi placer y en el gesto de tensión y concentración de su cara, que veía reflejada en el oscuro cristal de la ventana. Ella gimoteaba y decía en un susurro “Sigue, sigue…”, con los dientes apretados, mientras con una mano sujetaba con fuerza las sábanas y, con la otra, se masajeaba el clítoris convulsivamente.

Poco a poco le fui introduciendo la tranca en su estrechito agujero recreándome en el placer y disfrutando de su cara dolorida, pero contenta. Justo cuando se la conseguí meter hasta los huevos, se encendió la luz del pasillo e iluminó tenuemente la habitación. Había cometido el error de dejar la puerta entreabierta y una rendija dejaba pasar la luz. Nos quedamos un instante paralizados, pero enseguida mamá levantó el culo exigiendo más movimiento, más ración de polla. No dudé en complacerla.

Seguí concentrándome en disfrutar, escupiendo en el culo de la guarra viendo la saliva resbalar hacia el ojete para lubricarlo. Hasta que, en un breve instante en el que levanté la vista, pude ver, en la rendija de la puerta, reflejada en la ventana, una figura parada, contemplando la escena. Mi madre, que seguía aguantando el trote como una campeona, estaba concentrada en su placer con los ojos cerrados y dijo, en voz alta, no susurrando:

-¡Sigue, joder, no te pares ahora!

Así que proseguí con los vaivenes, sujetando bien las caderas de la cerda. Cuando volví a levantar la vista la figura se había ido. Bueno, pensé, las cartas están sobre la mesa. Esto es lo que hay.

Volví a concentrarme en la penetración y casi no podía aguantar más. Sólo estaba esperando que mamá se corriese para hacerlo yo. Ella, excitadísima se movió espasmódicamente y, cuando vi que dejaba de menear la manita y frenaba sus convulsiones, decidí que llegaba mi momento y me vacié por completo en sus entrañas.

Después de correrme me dejé caer sobre ella, todavía con la polla palpitando dentro de su culo. Nos quedamos de lado en la cama, en cucharita. Ella, que volvía a acariciarse el clítoris, tuvo un segundo orgasmo y se quedó relajada, con mi aliento en su cuello, mientras ambos recuperábamos la respiración.

Empecé a mordisquearle la oreja y, en un inusual gesto de cariño, le acaricié la cara. La noté húmeda y no sólo de sudor. Parecía que estaba llorando y que sus suspiros estaban mezclados con gemidos.

En cierto sentido, me sentí responsable y, por un momento, me dio lástima y le pregunté:

-¿Estás llorando? ¿Qué te pasa?

-Nada… nada… -respondió ella encogiéndose, pero sin separarse del todo de mí. Había agarrado mi mano y la llevaba hacia su pecho, por lo que aproveché para pellizcarle suavemente los pezones.

-¿Cómo que nada? ¿Por qué estás llorando? –insistí.

-Estoy bien… -volvió a decir ella. –Estoy bien, no me pasa nada.

-Pero, ¿por qué lloras? ¿Es porque no te ha gustado…?

-No… no… Lloro, precisamente porque me ha gustado. Porque me ha encantado…

Y esta vez sí que creo que la comprendí. Se sentía culpable de todo esto le gustase. De que tener a su hijo porculizándola la hiciese tan feliz y tan plena. De que tragarse día sí y día también, la leche del fruto de sus entrañas la hiciese sentir tan mujer. De que ponerle los cuernos a su humillado marido de una manera tan descarada con su hijo y con otro joven de su edad le hiciese chorrear el coño. De estar disfrutando de esa manera tan brutal, cuando lo que debería haber hecho es rechazarlo todo y mantenerse como lo que había sido hasta entonces, una mujer modélica y virtuosa y no una puta guarra que disfrutaba con un rabo más que un tonto con un lápiz.

La agridulce confesión de la guarra de mamá, al margen de hacerme sentir orgulloso de ella, me puso la polla como un garrote, pese a que apenas hacía cinco minutos que me había corrido. Y, de ese modo, con la tranca todavía en su culo, ella misma notó como se estaba endureciendo y empezó un nuevo vaivén.

-¡Pero que guarra eres, mamá! –le dije, al tiempo que le agarraba la melena y, mordisqueándole el cuello, volví a follarla con furia, sacando la polla casi entera e incrustándosela luego de golpe. Una y otra vez.

Ella empezó a berrear como la cerda que era. Mi cerda.

FIN