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Una madre sometida, 2 (y último)

en Amor filial

 

                3

A partir de entonces, las jornadas se sucedieron monótonamente. Todas las noches, tras haber salido mi marido para la fábrica, preparaba la cena y, tras ducharme y perfumarme, me maquillaba y me vestía como una especie de criada puta, tal y como mi hijo me había indicado, para esperarle.

A pesar de la vergüenza y la humillación que sentía, mi coño húmedo se encargaba de recordarme que ahora me había convertido en una esclava de su polla y todos mis sentidos se dedicaban a complacer su duro rabo. Javi, que no era tonto, se había dado perfecta cuenta del poder que ejercía sobre mí y saboreó dulcemente la venganza que tanto tiempo había esperado. Había llegado el momento de hacerme pagar todas las broncas y desprecios que, según él, le habíamos deparado tanto su padre como yo. Su padre, ignorante del asunto, al menos vivía su cornudez en los mundos de Yupi, y se ahorraba la degradación moral a la que yo estaba siendo sometida. Yo, en cambio, me vi abocada, muy a mi pesar, a una vorágine de placer que, en parte quise evitar, pero la tranca de mi hijo fue superior a mi resistencia y quebró mi moral con suma facilidad. Y el muy cabrón lo sabía y se regodeaba en su victoria.

Cuando llegaba a casa, entraba en el salón, donde yo le estaba esperando de pie, sobre los altos tacones que me hacía llevar y con la cabeza agachada en señal de sumisión. Tras arrojar la bolsa del trabajo a un lado se acercaba a mí, como pasándome revista y, tras cogerme de los pelos, solía levantar mi cabeza. Si estaba satisfecho con mi aspecto y venía lo suficientemente excitado, me daba un morreo baboso y cerdo al que yo correspondía ansiosamente. En ese momento, los pocos diques de resistencia que pudiese tener caían de golpe y notaba como mi coño se humedecía hasta límites insospechados y una mancha de flujo, que apenas tapaba mi tanga, se extendía incontenible por el interior de mis muslos.

A veces, no podía contenerme y le acariciaba el cuello y su fuerte espalda mientras arrimaba mi cuerpo a su polla, cuya dureza traspasaba el pantalón. Pero él, que sólo me dejaba actuar bajo sus órdenes, me cogía del pelo con fuerza y me separaba de su cuerpo. En ocasiones, incluso me escupía en la cara y, dejando que la saliva resbalase por mi nariz hacia la barbilla, me insultaba severamente:

-¡Puta cerda! ¿Cuántas veces tengo que decirte que sólo me toques cuando yo te diga...? ¡Guarra asquerosa...! Anda, aparta, primero voy a ver qué coño has preparado para cenar. Luego te daré la ración de rabo... putilla ansiosa. – esto último lo decía como una especie de pequeña cucharadita de azúcar tras la retahíla de insultos, al tiempo que acariciaba mi enrojecida mejilla avergonzada, y, de paso, extendía toda la saliva por mi rostro, corriendo el maquillaje al que tanto tiempo había dedicado.

Por un lado me obligaba a estar siempre perfectamente maquillada cuando él llegara a casa. Por otra parte, me prohibía limpiarme los escupitajos, las manchas de semen, sudor u otros fluidos que indefectiblemente acababan cubriendo mi rostro tras cada sesión de sexo con él. De ese modo, siempre acababa con el rímel corrido y un aspecto grotesco. A Javi le encantaba, decía que así parecía más guarra todavía y que le ponía la polla más dura. Por lo tanto, si a él le gustaba, yo no tenía nada que decir, más que disfrutar de lo contento que estaba mi macho conmigo. En eso me había convertido...

Mientras cenaba en la mesa del comedor, con el televisor de fondo, yo permanecía de pie junto a él, escuchando como me contaba su jornada y la gracia que le hacía hablar con sus compañeros de la puta cerda casada que es estaba follando. La mujer de un gilipollas del barrio al que le ponía los cuernos. Evidentemente, nadie sabía que se trataba de su propia madre, y, entre ellos, hacían porras para ver si acertaban quién era el afortunado poseedor de la cornamenta que Javi estaba cultivando con tanto ardor.

Un día, saltándome el protocolo de hablar sin ser preguntada, le dije que seguramente ni siquiera le creían. Pero el, tras carcajearse un rato, me pasó el móvil y me enseño unas cuantas fotos en las que se me veía siendo follada. A él se le veía la cara perfectamente, a mí sólo el cuerpo o mi cara pixelada. El muy hijo de puta se había dedicado a inmortalizar nuestras maratonianas sesiones sexuales para mayor humillación tanto de mí, como de su pobre padre. Y, hablando de éste, no había nada de lo que más se ufanase Javi, que de humillarlo, pese a todo lo que había hecho por él. Cuando se cruzaban el cambio de turno, le saludaba sonriente y le palmeaba la espalda, dejándolo feliz y contento al tiempo que le decía: “Bueno, papá, voy a ver si cuido un rato a mamá... Nos vemos mañana” Y mi pobre esposo se quedaba feliz  en el trabajo, sin saber qué era lo que entendía Javi por cuidar...

Después de cenar, Javi se quitaba los pantalones lanzándolos hechos un gurruño a cualquier lugar del comedor y se dirigía al sofá con una copa en la mano y el mando a distancia en la otra. Buscaba en los canales digitales o en internet alguna película porno y se apalancaba con las piernas abiertas en mullido sofá de piel al tiempo que me indicaba con un gesto que me acercase. Yo, al fin feliz de poder aproximarme a su cuerpo, observaba el enorme rabo de mi hijo, todavía semierecto y sus depilados cojones y sentía palpitar mi coño.

-¡Hala, perrita, a trabajar...! Ya sabes lo que tienes que hacer.

Yo asentía nerviosa e iniciaba mi rutina habitual de deshacerme de la faldita y la camisa. Me quedaba con un sujetador que apenas podía contener mis pechos y un tanga de hilo dental que enseñaba más que tapaba. Después, cogía un cojín, lo ponía entre sus piernas y, arrodillándome,  empezaba el ritual de costumbre. Mientras meneaba suavemente su polla y notaba como se endurecía, le lamía los huevos introduciéndomelos alternativamente en la boca. Parece mentira, pero siempre me ilusionaba y me ponía contenta cuando le oía gemir. Cuando ya tenía los huevos bien baboseados y la saliva corría por el sofá, Javi solía levantar el culo y empujaba mi cabeza hacia abajo para que empezase a comerle el ojete como una buena madre. A mí al principio me daba mucho asco, pero, con el tiempo, me fui acostumbrando y, al ver que a Javi el encantaba, me esmeraba por hacerle feliz. ¡Qué no haría una madre por su retoño!

Mientras le pasaba la lengua por su agujero y le penetraba levemente con ella, Javi seguía saboreando su copa, mirando los la tele o chateando con el móvil. A veces llamaba a algún amigo por teléfono y hablaba con él sin hacerme mucho caso, pero cuando yo quería parar y empezar a chuparle la tranca, siempre me empujaba la cabeza con rabia para que siguiese comiéndole el culo, al tiempo que tapaba el auricular y me decía:

-¡Joder, cerda, a ver si te portas bien...! Sigue con el culo hasta que yo te diga. Y procura hacerme caso o te quedas sin jarabe de rabo...

Yo, ante la amenaza de quedarme sin polla, volvía al redil y me esmeraba hasta que Javi decidía concederme el honor de comerle la polla, cómo solía decir.

Con el tiempo fui aprendiendo sus gustos y disfrutándolos. Cómo a Javi no le gustaba que le agarrase el rabo cuando se lo comía, para dirigir él las operaciones y follarme la garganta a gusto, disponía de mis manitas para sobar sus duros muslos o, más frecuentemente, pajearme mientras se la mamaba. Eso sí, tenía que pedirle permiso para hacerlo. Normalmente, si me había esmerado bien en lamerle a fondo el ojete, no ponía objeciones y me dejaba sobarme el coño mientras me tragaba su polla. De ese modo conseguía el primer orgasmo del día. Siempre intentaba simultanearlo con el momento en el que Javi apretaba a fondo mi cabeza sobre su polla y soltaba los espesos cuajarones de leche de su primera corrida directos a mi estómago. Si en ese momento lograba, masajeando mi clítoris, llegar al orgasmo, era la mujer (y la madre) más feliz del mundo. Ya os digo que no hay nada mejor que notar la garganta inundada de esperma de un hijo, mientras el cuerpo de una tiembla al correrse. Lo mejor, ya os digo.

Después, si el polvo había sido óptimo, en opinión de mi macho, me dejaba acurrucarme en el sofá un rato a su lado mientras se iba recuperando. Dormitábamos hasta que era la hora de ir a la cama a continuar con la fiesta.

A veces íbamos a su habitación, pero cuando tenía el día morboso, que solía ser lo habitual, cerrábamos la sesión de guarrerías en la habitación de matrimonio, presidida por un crucifijo y las fotos familiares de la mesita que, según decía, le ponían como una moto. Ese rollo de la familia feliz y sonriente le espoleaba para soltar leche sobre mi jeta, o sobre las fotos que luego me restregaba por la lengua.

Normalmente, cuando llegábamos a la cama, para rematar la noche, ambos habíamos ido soltado la ropa de camino al catre y nos encamábamos en pelota picada. Todos los días se repetía la historia y, si por una de esas casualidades de la vida, al bueno de mi marido le hubiese dado por salir antes del trabajo por cualquier indisposición y volver a casa a media noche, se habría encontrado con un auténtico cuadro vandálico, con la casa llena de ropa por los rincones, el sofá lleno de babas y líquidos sospechosos y un orfeón de gemidos procedente de la habitación que no resultaba nada difícil de identificar como los berridos de una cerda en celo penetrada por su macho.

Javi era un animal de costumbres, o eso creía yo entonces, pronto iban a llegar algunas novedades, pero eso vendrá más adelante. El caso es que, una vez en la cama y siempre con la luz encendida, aunque yo me moría de vergüenza porque el armario ropero de la habitación tenía las puertas de espejo y se reflejaba toda nuestra actuación, se tumbaba recostado en el cabezal y me ponía a mamarle la polla de nuevo para ponérsela bien dura. Él, mientras con una mano manejaba a su antojo mi cabeza, cogiéndome de los pelos, con la otra me iba palmeando el culo y, cuando consideraba que estaba bien rojo, y me tenía lo suficientemente cachonda, empezaba a hurgar con sus dedos en el coño o el ojete. Normalmente, alternaba los agujeros con el índice, que iba sacando para chuparlo o me lo acercaba a la boca y la nariz para que lo oliese bien y lo ensalivase antes de volver a la carga. “¡Huele, guarra, huele! ¡Mira como hueles a puta!” me decía, o alguna lindeza por el estilo.

En ocasiones, cuando estaba especialmente puerco, iba lanzando escupitajos apuntando a mi mejilla que subía y bajaba, tragándose su tranca, o al resto de la cara, hasta que dejaba mi jeta completamente mojada. Siempre soltaba una risa malvada cuando me acertaba en el ojo y gritaba “¡Bingo!”.

Yo lo aceptaba sumisa y me  esmeraba en la mamada, mientras cada vez estaba más cachonda y sólo esperaba que estuviese preparado para rematar la faena y ponerme mirando a Cuenca, como suele decirse.

Tras tenerme un buen rato chupando, diez minutos o, a veces más, me daba dos últimas palmadas en el enrojecido culo y, tras un par de imperativos chasquidos con los dientes, como si se dirigiese a una mascota, me indicaba que me pusiese a cuatro patas en el centro de la cama, mirando a la cabecera, bajo el crucifijo.

-¡Venga perrita, ábrete el culo, que tienes visita!

Yo, obediente, abría mis grandes nalgas para facilitar la ansiada penetración y, hasta que esta se producía, nunca sabía porque agujero iba a entrar la tranca de mi amado hijo. A estas alturas yo disfrutaba casi de igual modo de las penetraciones anales que de las vaginales. Mi única preocupación era poder sobarme el clítoris, si a Javi no le daba por cogerme de las muñecas para ayudarse en la follada, y así alcanzar un buen orgasmo. A poder ser, lo más próximo a su corrida.

A Javi, como ya podéis suponer, le gustaba el sexo cañero y solía agarrarme de los pelos, palmearme las nalgas y clavármela con furia cuando me follaba. Y no se cortaba nada a la hora de insultarme, cogerme del cuello o girar mi cara para escupirme. Yo lo aceptaba todo, tratando de poner al buen tiempo buena cara y asumiendo que era un peaje que tenía que pagar a cambio de sentirme deseada y disfrutar de orgasmos como nunca antes había soñado.

Con el paso de los días, Javi se fue olvidando de mi coño. Decía que le gustaba más petarme el ojete. Que la cara que ponía de sufrimiento (aunque a estar alturas ya era casi fingida) se la ponía más dura y disfrutaba castigando a su puta madre. Acabé asumiéndolo con resignación. Apretaba los dientes, fijaba mi mirada en el crucifijo o en las fotos de la mesilla donde miraba la calva de mi marido y empezaba a sentir un desprecio por él parecido al de Javi, que no se cortaba nada en manifestarlo. Al tiempo, con la mano, me sobaba el coño hasta correrme una o dos veces mientras su polla barrenaba mi interior.

Casi siempre notaba que Javi iba a correrse cuando frenaba las embestidas, se ponía tenso y apretaba con fuerza mi pelo, mi cuello o lo que estuviese agarrando en ese momento. Después de ese frenazo, continuaba metiéndola más despacio, mientras soltaba chorros de caliente esperma que me regaban los intestinos. Me parece que la polla le engordaba un poco mientras subía la leche de sus huevos para esparcirse en mi tripa. Tal vez fuese una sensación de alivio al ver que mi suplicio (bendito suplicio...) terminaba.

Tras correrse, si me estaba pajeando y yo todavía no me había corrido, Javi, generosamente, dejaba su polla dentro de mi culo mientras, poco a poco, perdía rigidez. Yo jadeaba temblorosa mientras llegaba al clímax, notando su cuerpo reposar sobre mi espalda. Él, cariñoso (bueno, todo lo cariñoso que podía ser dentro de su desprecio), me dejaba terminar y recuperarme, antes de sacar la polla, ya sólo morcillona, y recoger con los dedos parte de la corrida que salía de mi ojete a borbotones.

-Toma, puta, tu postre... –decía al tiempo que me acercaba los mojados dedos.

Yo los lamía ávidamente y, agradecida, llevaba mi mano al ojete para recoger hasta la última gota de su esperma.

-¿Qué se dice? –preguntaba él, con una miraba que denotaba un cierto orgullo.

-¡Muchas gracias...!

-¿Muchas gracias, qué...?

-¡Muchas gracias, hijo! –al mismo tiempo, me metía su polla en la boca para que la limpiase hasta dejarla reluciente de todos los restos que tuviese del interior de mi culo. No quería que mi macho se fuese a la cama con nada que pudiese turbar sus dulces sueños.

Javi, acariciando mi cabeza como si fuese un cachorrillo, me miraba alternando su visión con la panorámica más amplia que le ofrecía el espejo de la habitación y me respondía, en un alarde de generosidad:

-¡Gracias a ti, mamá! Hoy te has portado como una puta excelente...

Yo, orgullosa, le miraba a los ojos, sonreía y volvía a engullir el rabo hasta dejarlo como una patena.

Después, Javi se levantaba, y se iba a su habitación a descansar merecidamente, mientras yo corría a contrarreloj para dejar la casa en unas mínimas condiciones de revista antes de que el cornudo de mi esposo llegase a casa.

Había días más tranquilos en los que acabábamos a la una o las dos de la mañana y todavía podía descansar un rato hasta que llegaba el bueno de mi esposo a las seis y media. Cuando notaba al inocente cornudo acurrucarse a mi lado mientras yo me hacía la dormida. Otras veces, la maratón entre Javi y yo se prolongaba hasta las cuatro y media o las cinco y tenía que correr, jadeando, para poder dejar las cosas mínimamente en condiciones: lamer la leche esparcida en el cristal de la foto de boda, secar las manchas húmedas del sofá con el secador, cambiar las sábanas sucias y ventilar una casa que apestaba a sexo. Y llegado el otoño, abrir las ventanas para ventilar era un suplicio, conmigo corriendo en pelotas para arreglarlo todo, fue una suerte que no cogiese una pulmonía... Incluso hubo días en que escuché la puerta de la calle y tuve que meterme deprisa y corriendo bajo el edredón antes de que mi pobre esposo se acurrucase a mi lado, mientras me hacía la dormida y trataba de evitar todo contacto con su cuerpo, un cuerpo que empezaba a darme un asco insuperable.

Después, la cosa se fue complicando.

4

El día que mi hijo se presentó en casa con una guarrilla, me quedé de piedra. Yo le esperaba con la lencería más puerca de mi vestidor y el chocho y el coño lisos como el de una muñeca, perfumados y en perfecto estado de revista. Tal y como a él le gustaba.

Mis tetazas colgantes se meneaban sobre mi tripa, cuando, corriendo en pasitos cortos, por culpa de los taconazos de aguja que me hacía usar, acudí a recibirlo con el coño chorreando, en cuanto oí abrirse la puerta.

La verdad es que ver allí a Javi, con aquella putilla jovencita haciendo chanzas y risas... Ver a ambos burlarse de esa ansiosa madre que, sin dignidad, les contemplaba maquillada y vestida como una furcia buscona, me dejó la moral por los suelos.

Verlos besarse y magrearse en el sofá, mientras yo obedecía las órdenes de mi hijo e iba y venía por la habitación como una criada sumisa, sirviendo copas y atendiendo sus caprichos, me hacía estar a punto de llorar.

Pero lo que acabó haciéndome derramar unas lágrimas que me corrieron rímel, dando un aspecto aún más grotesco a mi cara, fue cuando la putilla desabrochó la bragueta de Javi y saco su polla, tan tiesa como me tenía acostumbrada y, tras escupir sobre la misma un par de veces, la empezó a engullir con un ritmo y una pericia que me enseñaron el largo camino que me quedaba por recorrer para ser la única hembra de mi hijo.

Ver la cara de placer de Javi y cómo movía su pelvis para forzar la garganta de la chica sin que ésta redujese el ritmo lo más mínimo, me sentó como una puñalada. Sobre todo, cuando Javi, apretando con fuerza la cara de la chica hacia los cojones, e inmovilizándola entre babas chorreantes, arcadas y gorgojeos, me miró y dijo:

-Mira y aprende, mamá, mira y aprende. Sofía es una buena maestra y te va a enseñar... -en ese momento, levantó con fuerza la cara congestionada de la chica y mirando su jadeante, sudorosa y babeante jeta, le preguntó- ¿Verdad, Sofía? ¿A que le enseñarás tus truquitos a mamá para que sea una buena chupapollas...?

La chica, giró su agitada cara y entre jadeos y toses, me dijo:

-Claro, claro, Ana, acércate y te enseño...

Yo, entre lágrimas, pero también agradecida y contenta, porque en breve tendría la adorada polla de mi hijo entre los labios, me acerque a ellos y me arrodillé ante la tranca húmeda de Javi.

Éste, me miró con una sarcástica sonrisa y, tras darme un par de palmaditas en las mejillas, me cogió con fuerza del pelo y, sin previo aviso, me engulló su rabo en la garganta, ante la risita burlona de la putilla.

Sinceramente, a pesar de que había empezado mi carrera de felatriz a una edad tan avanzada (a mi marido ni se me pasó por la cabeza chuparle la polla y tuvo que ser mi Javi el que me enseñara  los rudimentos de una buena mamada), y de manera casi autodidacta, ver a aquella esbelta joven tragarse los veinte centímetros de estaca de mi hijo hasta los huevos y sin pestañear, me hizo comprender que si quería conservar a mi amante y semental tenía que esforzarme al máximo por superar en pericia a la primera putilla que apareciese en su vida.

Está claro que a Javi, el morbo de follarse a la zorra de su madre a espaldas de su padre y de emputecerla de la manera en que lo estaba haciendo, le ponía como una moto. Como también me pasaba a mí misma. Pero me daba la sensación de que, cuando empezase a aburrirse, buscaría alicientes en otros coños. Y por ello, estaba dispuesta a complacerlo y humillarme, si era preciso hasta límites insospechados.

Me había obsesionado con ese placer que, a mi edad, había conocido por primera vez. Su polla se había convertido en algo sagrado, en un objeto de adoración al que si pudiera rezaría todas las noches...

El muy cabrón se había dado cuenta de lo que representaba para mí. Y estaba dispuesto a explotar ese camino y humillarme con el único propósito de estimular su placer.

Me daba perfecta cuenta de que me estaba utilizando y que sólo buscaba ir acrecentando el morbo para excitarse cada vez más. Me sometía a su antojo y me humillaba por el mero interés de poner más dura su polla. Yo, como una estúpida, lo dejaba hacer y sólo trataba de complacerlo de la única manera que sabía: usando mi cuerpo como a Javi le gustaba.

El muy cabrón disfrutaba con la situación. Y Sofía, la zorrita que había traído esa noche, también venía bien aleccionado y colaboraba en mi humillación.

Javi me folló un rato la garganta. Hasta que consideró que, más o menos, había alcanzado el nivel de Sofía. Ésta, como observadora neutral, iba puntuando y dando su aprobación o corrigiendo lo que consideraba algún defecto. Al mismo tiempo, la chica morreaba a mi hijo e iba acariciándole el pecho. Al final, Javi bajó el ritmo y me separo de su ensalivado rabo dejando un reguero de babas, esparcido por el sofá.

Acercó mi enrojecido rostro cogido de los pelos frente a su cara y escupió en mi jadeante boca. Mentiría si dijese que no era esa la reacción que esperaba, pero por un breve instante, mientras entre arcadas me esmeraba en darle placer con mi boca, creí que, por una vez, tendría el detalle de darme un simple beso o decirme alguna palabra de cariño, en agradecimiento a mi esfuerzo. Pero Javi era muy duro conmigo, ya no sé si era una venganza por mi despectivo comportamiento en sus primeros días en casa o, como empezaba a creer, se sentía tremendamente excitado al tener a una jamona madura, casada y con nietos, completamente sometida a sus caprichos y deseos. Y si esa zorra era su propia madre... ¡miel sobre hojuelas!

Después, hizo como de costumbre, restregó el salivazo por toda mi cara, y me gritó:

-¡Puta cerda, a cuatro patas! ¡Ar!

Yo, deseosa por complacerle y sabiendo que esa postura era el preludio de la anhelada penetración, me coloqué en posición sobre la alfombra, con la cabeza gacha y el culo bien empinado.

De reojo pude saborear una dulce venganza cuando vi como cogía por los pelos a Sofía, de una manera similar a como solía cogerme a mi cuando estaba enrabietado.

De refilón pude ver el húmedo y tieso rabo de mi hijo, con hilos de saliva colgando, mientras movía rabioso a Sofía, agarrada por el pelo, y le incrustaba su cabeza en mi culo. Sentí, primero su nariz y después el cosquilleo de su lengua, agitándose en mi agujero anal. Me dio un respingo y, sin poder contenerme, solté un jadeo que no pasó desapercibido para mi hijo y le hizo sonreír orgulloso.  Javi, que parecía enajenado, se dedicaba ahora a abroncar a Sofía:

-¡Guarrindonga, las pollas te las comes divinamente, pero lo de comer ojetes es tu asignatura pendiente...! ¡Y vas a practicar comiéndole el culo a mi puta madre! ¡Que ya te digo yo que de esto, ella entiende...!

Al escuchar aquellas palabras no pude por menos que sentirme orgullosa. Yo sabía que a mi hijo le encantaba notar mi lengua lamiendo y culebreando en su ojete, pero no me había dado cuenta de hasta qué punto le hacía feliz notar esa húmeda caricia en su ano, mientras mi mano se aferraba a su dura polla, meneándola. Sus orgasmos solían ser brutales cuando se lo hacía y, ahora, viendo como me ponía como ejemplo de la perfecta chupaculos, sentí recompensados todos mis esfuerzos.

Aunque tenía que haber sido consciente, mientras Javi,  allí de pie, nos observaba hacer un trenecito, con una sonrisa de oreja a oreja, haciendo fotos con el móvil y sobándose la polla, de que para él no éramos más que dos putas a su servicio. Al servicio de su polla, mejor dicho. Y el muy cabrón disfrutaba enfrentándonos y haciéndonos competir en guarrerías. Sofía era más joven, pero menos insegura y con una autoestima sexual a prueba de bomba. Yo, en cambio, era mucho más vulnerable y me estaba tomando toda esa absurda competencia en serio. Y mi autoestima oscilaba como una noria, siempre pendiente de una sonrisa o, por lo menos, un respingo de placer de su rabo, al que no quitaba ojo.

Javi era consciente del influjo que tenía sobre mí. Me tenía bien calada.

Me concentré en los lametones de Sofía y empecé a masturbarme, confiando aún en que Javi no tendría el valor de no follarme, después de mi modélico comportamiento con su zorrita. Pero qué equivocada estaba.

Javi acoplo su tranca al culo de Sofía y empezó una cañera penetración anal. Yo notaba cada embolada cuando la cara de la joven se aplastaba contra mis nalgas.

Durante un rato, mantuve la esperanza de que Javi cambiase de hembra y me hiciese algo de caso. Pero estaba claro ese no era mi día.

Tras un buen rato perforando el culo de Sofía y notando los jadeos cada vez más intensos de la chica sobre mi ano, me tuve que conformar con un triste orgasmo obtenido a duras penas con mi manita, que me alivió mínimamente.

Javi, finalmente, se corrió con un alarido gutural, frenando las embestidas de golpe, cuando derramaba su preciado esperma en las entrañas de su joven furcia.

Mientras Javi se corría, los tres nos detuvimos, congelando la imagen. Poco a poco fuimos recuperando el resuello, mientras la polla seguía tapando el culo de Sofía para impedir que se perdiese ni una gota del sabroso néctar, como le gustaba llamarlo a Javi cuando estaba especialmente sarcástico.

Conocía los gustos de Javi, y en cuanto noté que se corría, me coloqué rauda en posición: con mi cabeza bajo sus huevos y mi boca presta para recoger todo lo que saliese del ano, en cuanto mi macho sacase la aprisionada polla.

Esta vez sí que me gané el respeto de mi hijo.  Noté como acariciaba cariñoso mi grupa al ver mi comportamiento.

Un pobre consuelo, pensé mientras degustaba el cóctel de esperma que luego tuve que compartir con Sofía.  Saborearlo, sólo palió un poco el hecho de que mi macho no me hubiera penetrado ni una vez.

Estaba segura de que, como madre, como hembra y sobre todo, como puta, podía dar mucha más satisfacción a su polla que cualquier pelandusca que pudiera encontrar en los puti clubs que frecuentaba. Estaba más dispuesta que cualquiera a hacer lo que fuese por proporcionarle placer. Y, además, gratis. Verme allí, de segundo plato, no me hizo ninguna gracia.

Y, tal y como acabo de escribirlo, se lo conté  a mí hijo la mañana siguiente, mientras su cornudo padre roncaba, y él desayunaba recuperando fuerzas tras haber despedido y pagado (con 200 euros que sacó de la cartera de su padre) a su zorrita. 

Javi, sonreía sardónico y comía pausadamente, rascándose provocativamente la polla de vez en cuando ante mi mirada, todavía hambrienta de rabo. Al final, me miró fijamente y, muy serio, me dijo secamente:

-¿Has dicho  que estás dispuesta a lo que sea? ¿He entendido bien?

Sorprendida por su tono serio, le respondí con un tibio y titubeante: Sssíii...

-De acuerdo, mamá, te tomo la palabra. -respondió rotundamente.

Después, se levantó y dejándome allí, desolada y aún anhelante, salió de la habitación.

Todavía estaba procesando la respuesta, cuando oí un portazo. Se había ido sin despedirse.

Las pocas expectativas que todavía tenía de que Javi me echase un polvo rapidito (y silencioso) mientras su padre sobaba se desvanecieron. Tendría que esperar hasta la noche.

5

 

Después del incidente de Sofía, las cosas con Javi parecían volver a su ritmo habitual. Sí por habitual entendemos sesiones diarias de sexo, las noches que su padre estaba en el trabajo.

Los fines de semana eran una pausa que, por lo menos a mí, me permitían recuperar el aliento y llegar a la noche del lunes nuevamente preparada para satisfacer la polla de mi hijo y calmar la lujuria acumulada en los días de descanso.

Javi, rebosante de energía, aprovechaba por su lado, los findes que su padre estaba en casa, para salir de marcha. Algunos sábados incluso no venía a dormir.

Nunca nos contaba lo que hacía. Su padre, siempre tan comprensivo, lo disculpaba y me decía que frenase mis críticas, que el chico era joven y tenía que divertirse. Y más ahora que estaba solo... El infeliz cabrito de mi marido con su blandura habitual... ¡Menudo imbécil estaba hecho el puto cornudo! Pero, claro, no podía decirle que la verdadera razón de mis críticas eran los celos que me consumían. El temor a que mi Javi encontrase algún chochete más joven para descargar sus huevos... No podía quitarme de encima la imagen de Sofía y creía, seguramente con razón, que Javi dedicaba los fines de semana a buscar fuera lo que yo no podía darle en casa: carne joven...

En realidad, la cosa era algo más compleja, cómo supe después. Javi se dedicaba, es cierto, a correrse grandes juergas en las que se pulía toda la pasta que ganaba y que acabaron llevándolo a endeudarse. Un tema sobre el que volveremos luego. Como es lógico, las juergas incluían putas: sexo con guarras de diverso pelaje. Zorras con las que mi Javi me sustituía esos fines de semana de alcohol y porros. Pero parece que, por fortuna, ninguna de esas cerdas consiguió encandilar a Javi tanto como su adorable mamá. Estoy segura de que lo tenía bien difícil para encontrar una guarrilla capaz de superarme en la cama, por muy profesional que fuese.

Una tarde, mientras Javi estaba trabajando, y Andrés y yo estábamos en el salón viendo la tele, mi marido empezó a contarme que veía a Javi un poco raro últimamente.

Normalmente no solía hacer mucho caso a mí marido cuando me contaba algo. Y más, desde que le ponía los cuernos en plan industrial. El poco respeto que le tenía se había diluido como un azucarillo en el café. Aunque me preocupaba en disimularlo tan bien que el pobre diablo no se había dado ni cuenta. Por mi tranquilidad y la de Javi, más que nada.

Pero en cuanto escuché que hablaba de mi amado (y amante) hijo, desconecté el piloto de las respuestas automáticas y abrí los oídos al 100 x 100.

-Este Javi está muy, pero que muy raro... Muy raro... -comenzó Andrés.- Y no es que me haya dado cuenta porque lo haya visto yo, ¿sabes? De hecho, casi ni lo veo... Me lo cruzó en los cambios de turno y "hola y adiós". Aquí, cuando llego por las mañanas, está durmiendo y, cuando me levanto, ya se ha ido al curro. Y de los fines de semana, qué te voy a contar... Desaparece desde el sábado hasta el lunes. Seguro que tú lo ves más que yo.

Miraba a Andrés, atenta a sus palabras y sin saber a dónde quería llegar, asentí y esperé a que continuase.

-El caso es que me lo ha contado gente de allí, de la fábrica. Gente que lo conoce. Pasan dos cosas. Una, que me han dicho que está frecuentando malas compañías.

-¿Malas compañías? ¿Qué quieres decir?-ahora sí que estaba intrigada. Lo primero que pensé, muy en mi papel de madre (y amante) celosa y posesiva, era en un harén de furcias que andaban sorbiendo el esperma que tan convencida estaba de que me pertenecía por derecho.

-Pues nada, gentuza de esa que fuma porros y se mete en líos... -desde luego, vaya mierda de información que me estaba dando mi querido esposo. Hasta el reporter Tribulete de los tebeos era más concreto que el cornudín.

-Bueno... -dije yo, contemporizando- Tampoco parece una cosa muy seria...

-No sé, la verdad, espero que no... Pero se ve que algo hay, porque va pidiendo pasta por ahí... Sableando a la gente y eso. A ver si va a tener algún pufo por ahí, y le debe pasta a algún mangante... Está raro, ya te digo. Pero como no habla...

En el fondo, me sentí aliviada. Si solo era una cuestión económica, de deudas y eso, tampoco podía ser muy grave. Javi no podía haberse complicado demasiado la vida. No ganaba mucho y, aparte de follarse a su madre, y a alguna putilla los fines de semana, no pensaba que se hubiera metido en graves problemas. Nada que no se pudiera arreglar saqueando la cartilla de su padre...

-Oye, Andrés, y la otra cosa...

-¡Ah, sí! Esto es un chascarrillo más divertido... Se ve que nuestro querido hijo se está tirando a una señora de aquí del barrio.

Al oír las palabras de mi esposo, me puse tensa como un muelle y empecé a acalorarme. Noté el sudor corriendo por la espalda. Afortunadamente, la habitación estaba a oscuras, solo iluminada por el resplandor de la televisión y Andrés no pareció darse cuenta de nada. Interpretó mi tenso silencio con mera curiosidad materno-filial. Andrés continuó:

-Se ve que el machote de nuestro Javi, en vez de buscarse una novia normal, o arreglar lo suyo con su mujer, no ha tenido mejor idea que enrollarse con una tía mayor de la barriada...

-¿Y eso cómo se sabe? -interrumpí nerviosa y con un deje tembloroso en la voz- ¿Quién lo dice...?

-Él, él lo dice. El muy capullo lo va contando por la fábrica a todos sus colegas. Qué si cada día se la tira dos o tres veces, qué si le hace esto o lo otro, qué si tal y que si cual... A mí me parecía fliplante y, cuando me lo contaron, enseguida dije que no podía ser. Qué Javi se pasaba noches en casa. Además, tú me lo has dicho. Es salir del trabajo, venir, cenar y a la cama.

Yo asentí temblorosa y ya sudando a mares. Andrés prosiguió ante mi silencio expectante:

-No te digo que, a lo mejor, algún finde haya tenido alguna historia con alguna chica más mayor, del barrio o de alguna discoteca de esas que va... Pero, con una señora casada de aquí del barrio, que, además, se ve que hasta tiene un nieto... ¡Me sonaba a cuento chino! Pero resulta que el lumbrera de nuestro hijo le había hecho fotos a la guarrilla esa, como él la llama. Y no hace más que enseñárselas por ahí a todo el mundo. Además cuenta los detalles, con pelos y señales, de lo que hace con ella. Y no te los digo porque son demasiado...

Tenía la garganta seca y el cuerpo empapado en sudor. Con la voz ronca, me limité a preguntar:

-¿Tú has visto esas fotos...?

-Sí, sí... Sí las ha visto todo Cristo. Circulan por WhatsApp por toda la empresa. A la mujer no se le ve la cara. -Yo suspiré aliviada, Andrés no se dio ni cuenta- Así por el cuerpo, parece mayor, entre cuarenta y cincuenta, más bien jamona, pero muy bien conservada. Tiene algo de barriguita, poco, y un par de domingas caídas pero impresionantes. El coño lo tiene depilado. Menudo contraste. La cara no se le ve, porque o no sale, o la ha puesto borrosa. Y el pelo es parecido al tuyo. Pero por lo demás, parece algo más joven, pero no mucho, no te creas.

Está claro que en los esquemas mentales y morales de Andrés, estaba descartado que  la protagonista de las fotos pudiera ser yo. Afortunadamente. Andrés continuó:

-Hay unas ocho o nueve fotos y dos vídeos cortitos. No se ve mucho de dónde están hechas porque son planos cortos, casi todos. Parece un piso de aquí del barrio porque en una sale una ventana y el marco es como la de nuestra habitación. -Otra vez me puse en guardia. No ganaba para sustos- Y las fotos son guarrísimas: pajas, cubanas, folleteo... Hasta se ve como le folla el culo en uno de los vídeos cortos... Y le chilla: “¡toma, puta, toma!”, o algo así. No se oye muy bien.

-¡Aaaaaah...! -interrumpí.

-Y el otro vídeo es la leche. No se ve mucho, pero se entiende todo. Está hecho enfocando la cabeza de la mujer chupándole la polla, pero no se le ve la cara. Se oye el ruido de la garganta y se ve la mano de Javi cogiendo a la mujer de los pelos y apretando la cabeza hacia abajo. Vamos, ya te digo, siete u ocho segundos, pero muy intensos...

Yo estaba asombrada de lo tonto y estúpido que podía ser mi hijo. Estaba a punto de echarlo todo a rodar por su absurda vanidad. No le bastaba con chulearme en casa, que ahora tenía que ir fardando por ahí. ¡Menudo imbécil!

-Ya te digo yo, -siguió Andrés- que este chico, desde que se ha separado no está muy fino. Y allí me tienes, en la fábrica, aguantando estas tonterías y viendo como el personal hace apuestas sobre quién puede ser la misteriosa mujer... ¿Tú quién crees que es? Yo pienso que puede ser la mujer del panadero... Aunque parece un poco más gordita que la del vídeo y de edad se pasa un poco. Siempre me pareció muy dada a estas cosas, con eso de que el marido trabaje de noche... –recuerdo que oyendo a Andrés pensé: “¡claro, gilipollas, de noche, cómo tú!”

Ya había tenido bastante. Me levanté y, con la excusa de ir a fregar los platos, me largué a la cocina. 

Pero antes, Andrés, todavía me interrumpió con otra chorrada:

-Una cosa,  Ana...

-Diiiiime... –le espeté ya con cara de malas pulgas. –Y date prisa, que tengo faena.

-No, nada, es que si te habías dado cuenta de las manchas estas del sofá. Ahora no se ven con tan poca luz, pero el otro día me fijé. ¿Sabes si se ha derramado algo?

-¡Joder, Andrés! ¡Qué quisquilloso estás! ¡Y yo que sé si se ha derramado algo! El sofá está limpio y perfecto. Y si no te lo parece, pues limpias tú. En vez de apalancarte como un Marajá. ¿De acuerdo?

La reacción fue furibunda, pero quería cortar de raíz al cornudo. La cosa se estaba desmadrado.

6

 

Yo seguía viviendo en una nube de morbo y lascivia y no le hice ningún comentario a Javi de lo que me había dicho su padre.

Seguí dedicando las noches a complacerlo y creo que, a pesar de que cada vez estaba más raro y, en ocasiones, más agresivo, conseguía satisfacerlo con nota.

Cada noche, cuando me dejaba tirada, hecha un guiñapo y bien, muy bien, follada, mientras mi hijo se dirigía a su merecido descanso, miraba su culo alejarse. Un culo que, muchas veces, acababa de lamer ansiosamente. Observaba sus cojones  colgantes y vacíos, su paso relajado y satisfecho, y no podía por menos que sentirme orgullosa como hembra. Creo, sin temor a equivocarme, que Javi estaba contento conmigo, con su puta.

Por supuesto, yo estaba encantada, a pesar de todos los inconvenientes y de que, desde fuera, la imagen de una mujer de cincuenta y pico años tirada en la alfombra con el ojete rezumando leche, la boca desencajada de mamar polla, el pelo revuelto y, aun así, con la sonrisa satisfecha de una mujer recién corrida, no era un cuadro tan idílico como yo creía. Sobre todo si, al ampliar el campo, lo que aparecía era una habitación descoyuntada y con apenas una hora para dejarlo todo a punto antes de la llegada del inocente padre y cornudo.

No obstante, negros nubarrones acechaban nuestra precaria felicidad. Aunque yo me desvivía por mantener satisfecho a mi macho, y hacía la vista gorda a sus largos fines de semana, no conseguía calmarlo del todo. Algo le pasaba y no tenía muy claro lo que era, hasta que un viernes se presentó otra vez acompañado al volver de la fábrica, y esta vez la visita no era de una chica.

Era sobre la una y media de la noche cuando oí la puerta de la calle. Mucho más tarde de lo que me tenía acostumbrada entre semana. Estaba muy nerviosa y le había hecho veinte llamadas perdidas y mandado un montón de mensajes que sé que él había mirado, pero no se había dignado a contestar.

Mis nervios se calmaron al oír la puerta, aunque mi cara todavía reflejaba el mal rato que acababa de pasar. No obstante, pensé que no era el momento de montar un número. Javi no solía reaccionar bien ante mis escenitas y me temía que, si llegaba tan tarde, era porque había estado con alguna putilla y aprovechase mi actitud para dejarme en ayunas, si ya venía saciado, y con los huevos secos, del exterior.

Mi aspecto era el habitual, lencería de guarra, no de la más elegante. Nada de Victoria Secret o similares. Javi decía que eran prendas demasiado elegantes para una furcia como yo. A él le ponían más los tangas horteras y los sujetadores güonderbrá de imitación de las tiendas de chinos. A mí, en el fondo, me daba un poco lo mismo. Nunca había usado ese tipo de prendas, sólo ropa cómoda y clasicona. Pero si a Javi le ponía cachondo verme así, a mí ya me iba bien.

El atuendo lo completaban unos taconazos de vértigo, para que el pandero se me menease bien, y un maquillaje muy marcado.

  

Un "Hola, putilla" fue el saludo que anunció la llegada de mi hijo. Calmada mi ansiedad, ya estaba levantada y me dirigía a la puerta para recibirlo con un buen morreo, cuando lo vi entrar con otro tío. Me quedé petrificada, inmóvil y con mi cuerpazo expuesto, ante la mirada lasciva de Javi y la sorprendida de su acompañante.

Era un chico que debía tener la edad de mi hijo o poco más, pero con un aspecto macarra y patibulario que daba miedo de verdad. Tenía el pelo muy corto, casi al uno y era más robusto que Javi, casi gordo. La cara, sin afeitar, era la de un tipo con pinta de tener muy mala hostia.

El chico, teniendo en cuenta el saludo de mi hijo, parece que ya sabía más o menos lo que se iba a encontrar. Pero, así y todo, se quedó de piedra ante mi aspecto: una jamona madura vestida para levantar pollas y que, además, era la madre de un colega. Y eso mismo es lo que mi hijo se encargó de recordar:

-Mira, Paco, has visto que madre más apañada tengo. -yo, que me había quedado parada, sin saber a qué atenerme, le miré suplicante, esperando que todo fuese una broma de mal gusto y no volviera a repetirse el espectáculo que vivimos con Sofía.- Tiene siempre la casa como los chorros del oro, a su marido atendido, cocina como Arguiñano, y ya la ves aquí, vestida como una puta para recibir a su amado hijito...

-Ya veo, ya... -terció el tal Paco.- Una auténtica geisha. Y está bien buena, la cabrona...

-Ya te lo dije, tío. -yo seguía muda y atónita, asombrada, nuevamente, ante las palabras y el comportamiento de mi hijo.-Anda, mamá, date una vuelta para que mi colega te vea el culazo...

A estas alturas, no me atrevía a cuestionar una orden de mi hijo. Y menos delante de alguien. La mera amenaza de enfadarlo y de que me cortaste el suministro de polla me convertían en la más sumisa y obediente de las madres.

Tras girarme tuve que seguir oyendo como Javi y su amigo elogiaban mi culo, perfectamente expuesto con el tanga de hilo dental que llevaba. Incluso Javi animo a Paco a que sobase mi trasero al tiempo que lo alababa y me "elogiaba", por así decirlo:

-Y no te lo pierdas, tío, la muy zorra folla como una estrella porno... Hoy vas a disfrutar de lo lindo, y así saldamos la deuda, ¿no? -en ese momento me di cuenta de qué iba todo el asunto.

-Ya veremos...-respondió el macarrilla- De aspecto es mejor de lo que esperaba... De lo otro...

-Bueno, mamá, ya estás oyendo, a ver si dejas satisfecho a mi amigo. -al tiempo que hablaba y, viendo mi cara de susto, se acercó y haciendo un gesto de cariño, rarísimo en él, me abrazó, besándome el cuello, al tiempo que añadía.-Seguro que lo haces muy bien, mamá. Además, si dejas contento a Paco, también me dejas contento a mí, y, además, me haces un favor que te cagas.-esto último me lo dijo al oído y en un susurro.

Creo que su caricia, su proximidad, y esa mezcla de cariño y fragilidad que le noté y a las que tan poco acostumbrada me tenía, me conmovieron. Me pareció también, que el asunto podía ser serio, así que decidí hacer de tripas corazón, y tragarme el asco que me daba ese extraño que había frente mí. 

Aprovechando que Javi estaba con las defensas bajas, me permití el lujo de acariciarle la cara para darle un tierno beso en los labios, un beso de cariño y sin connotación sexual, al tiempo que le decía:

-No te preocupes, Javi, haré lo que me digas.

Él sabía que lo iba a hacer igual, pero prefería sacarme el favor por las buenas y yo piqué como una estúpida, creyendo que eso me iba a garantizar una cierta reciprocidad en el futuro, en forma de amor, o algo parecido... Y no sentirme un mero objeto sexual en sus manos.

Javi, contento, me mandó preparar unas copas. Meneando el pandero me dirigí a la cocina a preparar dos whiskys con hielo, tal y como me pidieron los chicos. Mientras lo hacía, Javi aprovechó para acercarse y contarme de qué iba la historia.

-¡Javi! ¿Qué coño pasa? ¿Quién es el tío ese?

-Tranquila, mamá... –al tiempo que me hablaba, me acariciaba la espalda y el trasero con suavidad. El miedo que noté en su mirada me ablandó, y me tragué toda su historia sin pestañear. No sé hasta qué punto era cierta o falsa, pero está claro, que el tipo de fuera ejercía un cierto poder sobre mi hijo y, como madre, si podía ayudarle en algo, estaba dispuesta a hacerlo. Javi continuó: –Te cuento, el de fuera es Paco, el dueño de una especie de club.

-¿De club?

-Sí, mamá, de club. Un club de chicas... –yo le miraba sin abrir la boca, enfadada, mientras vertía el whisky en las copas –¡Un club de putas, joder! Que hay que decírtelo todo... El sitio de donde te traje a Sofía el otro día.

Esta vez sí que cruce los brazos y le miré visiblemente cabreada. Él, supongo que porque me necesitaba, no hizo lo que suele hacer habitualmente cuando me enfrentó a él, y, en lugar de pasar de mí y dejarme tirada (y en ayunas), continuó con la explicación para tratar de convencerme. Optó por lo más eficaz, tratar de darme pena:

-Mira, mamá, estoy en un buen lío. El caso es que tengo una deuda con Paco.

-Si se trata de dinero, yo y tu padre te podemos ayudar. De hecho, a él no tengo ni porque decírselo. Ya sabes que las cosas del banco las llevo yo misma...

-No, no mamá, no es exactamente eso. No lo puedo pagar con dinero...

-Pues explícate...

-El caso es... bueno, veras. El caso es que me tiré a su novia.

-¿Su novia? ¿La novia de un macarra? ¿Eso existe?

-Sí, joder, sí... Me enrollé con una tía del club hace un par de semanas. Yo pensaba que era una puta normal, cómo las demás, vamos. El caso es que me la llevé en el coche, echamos un polvo y después la volví a dejar allí. Ya tendría que haber sospechado algo cuando no me cobró... Pero, vamos, pensé que era porque le gustaba. Lo cual era cierto. El caso es que no me cobró, porque no era una de las chicas de alterne. Se ve que era la chica de Paco, y cuando se enteró  me pilló con un par de tíos que tiene allí de seguridad, ex legionarios o algo así, que me acojonaron vivo. Le ofrecí pagar el polvo, el doble o el triple. Pero me dijo que nada...

Estaba asombrada, del lío absurdo en el que se había metido mi hijo, teniendo en casa, lo que no tenía por qué haber buscado fuera. Javi siguió con  su historia:

-El caso es que, después de  discutir largo y tendido, le acabé ofreciendo que se follase a alguien importante para mí. Está claro que no podía ofrecerle a mi mujer. Así seguro que no lo arreglo nunca con ella. Y le hablé de ti...

Yo estaba asombrada de su desfachatez y las lágrimas estaban empezando a asomar por mis mejillas.

-Hijo, -le interrumpí - ¿vas a chulear a tú madre?

-Mamá... dicho así... Suena fatal. En realidad, sólo se trata de que se corra una vez. Nada más. Basta una paja o una mamada. Quizá te puedas ahorrar echarle un polvo... Él dice que tiene mucho aguante, pero ya verás cómo no...

De lejos se oyó el grito de Paco, desde el sofá:

-¡Javi, tío, venga! ¿Qué coño hacéis? ¡Que no tengo toda la noche, vamos, hombre!

Miraba la cara suplicante de mí hijo y no sabía qué hacer. Si hubiese tenido dos dedos de frente habría puesto de patitas en la calle a Javi y al delincuente de su amigo. Pero no lo hice. No me vi capaz. Ver a Javi en un momento de fragilidad fue superior a mis fuerzas y ante sus súplicas, “¿Lo harás, mamá? ¿Lo harás?”, acabé tragándome las lágrimas y contestando con un escueto: “Sí”

Nos dirigimos al salón. Delante Javi, otra vez sonriente y pavoneándose de la situación, detrás yo, con los vasos llenos y meneando el culo, sintiéndome observada por el tal Paco, como si de una de sus putas se tratase.

Javi se sentó en uno de los sillones y Paco, desde el sofá, me llamó:

-Acércate golfa. Siéntate conmigo, anda

Cabizbaja y algo asustada me senté a su lado al tiempo que le entregaba la copa. En el televisor, con el sonido bajo, estaba puesta una película porno. Mi hijo, sentado en otro sillón, saboreaba su copa, fumando un cigarrillo y alternando la mirada entre la pantalla y la escena que se desarrollaba en el sofá.

Paco tomó un sorbo y me acercó a él, acariciándome con sus manos ásperas la espalda y el culo. Yo, intimidada, casi no podía hablar.

-Dame un besito, anda, guapa. No me esperaba yo que el ceporro este de Javi tuviese una madre tan buenorra...

Acerqué mi cara a la suya, sin afeitar, y mientras lo besaba, note un aliento que mezclaba el sabor a alcohol, tabaco y porro. Intenté que el beso fuese un mero pico en los labios, pero Paco me sujetó del cuello y metió su lengua en la boca dándome un buen repaso, al tiempo que me apretaba contra él. Me vi forzada a corresponderle, notando como, con la mano que tenía libre, me masajeaba las tetas y me acariciaba los pezones. Contra mi voluntad, noté como se me humedecía el coño.

Javi, que observaba la escena esbozando una sonrisa, le dijo a Paco:

-¿Qué, Paco? ¿Es cómo te había dicho o no?

Paco, detuvo su intenso morreo y se separó de mi boca dejando un hilillo de saliva entre nuestros labios, antes de contestar, escuetamente:

-Sí, tenías razón, chico. –Me cogió del pelo y me separó de él, al tiempo que añadía. –Bueno, guarrilla, creo que ya estoy listo, así que ponte en posición y prepárate para pagar la deuda de tu hijito.

Desconcertada me separé un poco del macarra. Éste se desabrochó los tejanos y, sin quitárselos del todo, se los bajó hasta los tobillos, al igual que los calzoncillos. Sorprendida, observe una polla, todavía morcillona, no muy larga, pero de un grosor descomunal.

-¿Te gusta, guarrilla? –preguntó Paco, retóricamente.- Pues el sabor te va a encantar. De niño me llamaban el poni, ahora el caballo... ja, ja, ja.

En ese momento me di cuenta de que, antes de follarme, pretendía que se la chupase. Si no había entendido mal a mi hijo, en cuanto consiguiese una corrida la deuda habría quedado zanjada, así que pensé en poner toda la carne en el asador y hacer trabajar a tope mi boca. Si conseguía que Paco se corriese con la mamada, con un poco de suerte, me libraría de que me metiese esa tranca o, lo que es peor, de que me enculase. La verdad es que la polla daba un poco de miedo.

Así que, agarré un cojín, lo coloqué entre sus piernas,  y me arrodillé dispuesta a hacer el mejor trabajo de mi vida. Esperaba que Javier supiese apreciarlo en lo que valía.

En cuanto acerqué la cara a su rabo, el tufo me tiró un poco para atrás. Aparte de que el tal Paco no parecía un tipo muy limpio, estaba claro, por el inconfundible olor a culo de la polla, que  hacía poco que había estado en el ojete de alguna cerda. A Paco no le pasó desapercibido mi gesto y, riéndose de mí, me dijo:

-¡Uy, mira que finolis es tú mamá, Javi! Parece que no le gusta el perfume de mi rabo... ja, ja, ja... ¡Déjate de monsergas y amórrate al pilón, cerda! –me cogió del pelo y tras restregarme la cara por su polla, me la incrustó sin más preámbulos en la boca. A duras penas pude engullirla, aguantándome las arcadas y haciendo de tripas, corazón. - Hemos estado probando el ojete de una chica nueva del club, una mulata preciosa. Cosas de los negocios. Y tú querido hijo también, que lo sepas...

De reojo pude ver a Javi, que seguía contemplando impertérrito la escena con una media sonrisa y acariciándose el paquete. Desde luego, no parecía muy afligido por haberse visto obligado a entregar a su pobre madre a un desaprensivo. Así y todo, no se lo tuve en cuenta. Sólo quería acabar cuanto antes con la tarea y hacer que el cabrón de Paco se corriera y se largase cuanto antes de casa.

Paco se relajó, tomando el whisky, contemplando la pantalla y hablando tranquilamente con Javi de cosas que no tenían nada que ver con lo que estaba sucediendo de cintura para abajo. Yo era consciente de que la cosa iba bien, por el endurecimiento súbito de su polla y por algún suspiro que lanzaba de  vez en cuando, al tiempo que me acariciaba la cabeza como si fuese una perrita.

-La apuesta es hacerme correr en menos de un cuarto de hora... Vengo de vaciar el cargador y tengo un aguante de leyenda... –dijo Javi. A mí correspondía conseguir que mi hijo saldase la deuda.

No obstante, me iba a costar lo suyo. Tenía la mandíbula casi desencajada. Me dolía, pero movía frenéticamente la cabeza, consciente de que, cuanto más rápido fuese, más pronto acabaría el suplicio. Las babas chorreaban por el sofá, y, ambos hombres continuaban con su animada y distendida conversación. Traté de olvidarme de ellos y concentrarme en la faena.

Perdí la noción del tiempo. Al fin, noté que la polla se ponía algo más rígida, señal de que la corrida se acercaba. Luego supe que apenas habían pasado seis o siete minutos desde que empecé la mamada, pero en aquel momento me parecía una eternidad. Había puesto toda la carne en el asador (de mi boca...) y ahora llegaban los resultados. El macarra se quedó mudo a media frase, soltó la copa en la mesita y empezó a jadear más intensamente.

En aquel instante apretó con fuerza mi cabeza  contra su polla, haciéndome saltar las lágrimas y empezó a soltar, a borbotones, una riada de espesa y salada leche que me vi obligada a tragar.

Estuve aún un par de minutos con la polla ablandándose en la boca, mientras Paco recuperaba el aliento y Javi aplaudía, diciendo: “¡Te lo dije, colega, te lo dije...!”. Parecía contento de haberse librado de la deuda y, de rebote,  me hizo sentir orgullosa de haberle sido útil. Supuse que mi sacrificio le acercaría más a mí.

Finalmente, Paco me separó de la babeante polla tirándome de los pelos:

-¡Hala, cerda, enhorabuena...! Eres una puta top.- dijo riendo, mientras tomaba un trago de whisky, antes de subirse los pantalones. Se guardó la polla, sin siquiera limpiarla y se levantó enseguida, al tiempo que felicitaba a Javi por tener en casa una puta de tan alto nivel.

Estaba aún un poco aturdida. No estaba acostumbrada a oír que hablaran de mí  de esa forma, como de un objeto, como de una propiedad, como si no estuviese delante. Me levanté, tambaleándome ligeramente, tras haber estado arrodillada, y me dirigí a la cocina, para tomar un vaso de agua y quitarme el mal sabor de boca de la leche del macarra.

Me quedé sentada allí un minuto o dos, recuperándome de la desagradable experiencia, pero, en cierto sentido, contenta, por haber satisfecho las expectativas de mi hijo. Incluso me sorprendí pensando que quizá tuviesen razón y era una puta vocacional, la humedad de mi entrepierna me delataba...

Desde la cocina oí algún fragmento de conversación y, sobre todo, una frase que me tranquilizó: “Has ganado, Javi, estamos en paz... Deuda saldada” Después, escuché el ruido de la puerta al cerrarse y salí al comedor a encontrarme con mi hijo, deseando recuperar el tiempo perdido y quitarme el mal sabor de boca de la situación anterior.

Javi me esperaba de pie en el centro de la habitación. Corrí hacia el esperando un beso, un abrazo o alguna palabra de aliento y cariño. Pero mi decepción fue mayúscula cuando me apartó de su cara al intentar besarle:

-¡Aparta cerda! –me dijo con rudeza.- No pretenderás que chupe las babas del gilipollas ese...

Contrariada y, casi a punto de llorar, me aparté y le miré sorprendida. Javi se apiadó un poco y, en un alarde de generosidad, me dijo:

-Lo has hecho bien, mamá. No esperaba menos.

Sonreí amargamente y, esperando algo más, traté de acariciarle para provocar alguna muestra de afecto. Pero Javi, volvió a su estilo de macho dominante y, cogiéndome del pelo me giró sobre la mesa del comedor, y me colocó con la grupa preparada para follar.

-La verdad, -dijo –es que me ha puesto muy cachondo verte... Esto se merece un polvo. –Ya se había sacado la polla y había apartado mi tanga. –Y, como ya te ha dicho Javi que venimos de follarnos a una guarrilla por el culo, pues voy a rematar la faena...

Dicho lo anterior, me escupió un par de veces en el ojete, que ya palpitaba ansioso esperando su polla. Conocedora de sus gustos, le dejé hacer y me limité a trabajarme el clítoris mientras notaba sus embestidas.

Fue uno de los polvos más violentos y agresivos que me echo. Pero mentiría si dijera que no disfruté como una posesa con el mismo. Me puse tan cachonda que me corrí un par de veces mientras me follaba la puerta trasera, gritándome obscenidades, y moviendo mi cabeza como un pelele.

La cosa culminó, como de costumbre, con un facial que me dejó la cara hecha un guiñapo. Después, un par de escupitajos y una expresión de desprecio que yo, con un síndrome de Estocolmo que tiraba par atrás, agradecí con una sonrisa.

Allí, a las cuatro de la mañana, arrodillada junto a la mesa del comedor, con la jeta cubierta de esperma, el culo abierto y una sonrisa estúpida, noté como me quedaba petrificada y sin capacidad de reacción, cuando Javi, al irse camino de su habitación, con la polla oliendo a mi culo y los cojones vacíos, me dijo:

-¡Ah, mamá, una última cosa! Para que estés contenta. Mañana vuelvo con Andrea. Nos hemos reconciliado.

Sus palabras sonaron como un mazazo y sólo pude murmurar, con los labios manchados de esperma:

-¿Quéee...?

-Eso, que me vuelvo a casa. Que he arreglado lo nuestro con Andrea. Me vuelvo mañana por la mañana. Hasta su padre me ha devuelto el empleo. –al tiempo que hablaba se acomodaba sus partes en el calzoncillo y se acercaba para darme una cariñosa palmada en la mejilla, mojada de esperma y saliva. –Nada mamá, que ya no os voy a incordiar más... ¿supongo que te alegraras, no? Ya que te hartaste de pedirme que me fuera...

Y riendo ante su presunta gracia, se dirigió a su habitación, dejándome completamente rota.

-Pero... Javi... no... –fue lo único que acerté a murmurar. Pero creo que él ni lo oyó.

Aquella noche dejé las cosas mínimamente decentes para que Andrés no se diese cuenta de lo que había pasado y, con los ojos llorosos, sin ducharme, me metí en la cama pensando en lo que podía decirle a mi hijo para que reconsiderase sus intenciones. Ahora conocía a Javi mejor que nunca y sabía perfectamente que sería infeliz con Andrea, que ella no era el tipo de hembra que él necesitaba.

Es curioso, pero estaba tan fuera de la realidad que era incapaz de ver que mi hijo no sentía nada por mí, salvo que podía usarme como una esclava sexual y que, lo que había hecho conmigo, lo podía hacer con cualquiera, una vecina, una compañera de trabajo, una furcia... Para él, yo simplemente había sido un desahogo para calmar su polla en un momento en el que no tenía nada mejor a mano. Pero él para mí, había sido la puerta a un mundo nuevo que me llenaba como hembra y me hizo sentir cosas que nunca antes había experimentado.

A pesar de los nervios y es estrés, estaba tan agotada que me quedé dormida. Ya por la mañana, lo primero que hice fue ir a la habitación de mi hijo. Estaba dispuesta a todo, incluso pensaba decirle que le ayudaría con el alquiler de un piso si quería estar sólo. Ya me había montado la película de que, con la excusa de ir a limpiar la casa, etc., etc., podría mendigarle algo de sexo.

Cuando llegué a su habitación, estaba vacía. Había hecho las maletas y se había largado. Sin avisar, sin despedirse.

Me senté a llorar sobre su almohada. Y esa es la sensación que tenía cuando empecé a escribir estas líneas.

EPÍLOGO

Han pasado unos meses y todavía no he vuelto a ver a Javi. Ni tan siquiera he hablado con él. No contesta a mis llamadas. Le he mandado mensajes, pero no he recibido respuesta. Con su padre ha habido más suerte y mantiene un cierto contacto, por lo que sé que se encuentra bien. De hecho, parece que su mujer está embarazada, por lo que vamos a volver a ser abuelos. Una noticia que debería alegrarme, pero me ha dejado fría y tengo la sensación de que aleja aún más a Javi de mi vida.

Yo estoy un poco mejor. Pero me está costando superar la situación.

Me había limitado a masturbarme evocándole desde que se fue, hasta que, por suerte o por desgracia, ocurrió algo.

Me crucé el otro día con su amigo Paco, el macarra, cuando venía de comprar. Él me miró casi sin reconocerme. Yo iba vestida de calle y con las bolsas de la compra. Una Maruja corriente y moliente como tantas que hay por ahí. Enseguida me di cuenta de quién era y, bajando la mirada, me dispuse a cruzar la calle cuando un fuerte brazo me sujetó.

-Disculpe... –dijo. Levanté la cabeza y le miré suplicante, esperando que me soltase. –Usted... oye, tú eres Ana, ¿no? La madre de Javi.

Finalmente le miré a los ojos y, con la escasa firmeza que podía darle a mi temblorosa voz, le dije:

-Sí, sí... pero me tengo que ir. Tengo mucha prisa y mi marido me espera en casa...

Me soltó, pero se quedó mirando y con una sonrisa chulesca me dijo:

-¡Bufff, pobre cornudo...! No te preocupes, ya te dejo... Sólo una cosa. Ya sé que Javi se ha dado el piro, así que seguro que no tienes quién te riegue ese chochete tan chulo que tienes.

Yo miraba a los lados esperando que ningún conocido me viese hablando con un tipo de esa calaña, pero no podía evitar el recuerdo de  su polla vaciándose en mi garganta, y note, inevitablemente, una mancha de flujo extendiéndose por mis bragas. Él prosiguió:

-Te voy a dar una tarjeta con mi número privado, guapa. –la sacó del bolsillo trasero y la colocó, impertinentemente en mi canalillo. Yo, que tenía las manos ocupadas en las bolsas de plástico, me tragué mi rabia y la dejé allí puesta esperando tirarla en cuanto se alejase. –Me puedes llamar siempre que quieras, que ya sabes lo que tengo para ti. –Terminó la conversación dándome un cariñoso cachete en la mejilla, que, en lugar de provocarme un asco insuperable, me hizo temblar de placer.

Lo vi girarse y seguir su camino con el cigarrillo en la boca y sus andares chulescos. Solté las bolsas y, en lugar de tirar la tarjeta en la primera papelera, la atesoré con cuidado en mi cartera.

Al llegar a casa, en lugar de ir a hacer la comida, dejé esperando a mi marido y corrí al baño con la excusa de un apretón. Me masturbé furiosamente y tuve un rotundo orgasmo tras cinco frenéticos minutos masajeando el clítoris. Después, pasé el número de la tarjeta al móvil, poniendo como nombre “Fontanero, Paco.”, y me deshice de ella por el W.C.

El periodo de duelo había terminado.

FIN