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Vis a Vis 2/3

en Amor filial

3. La primera visita

 

El día que trajo la primera dosis se presentó, en la pequeña habitación que se usaba para el vis a vis familiar (dos sillas un pequeño sillón y una mesa), vestida de forma muy parecida a cómo solía hacerlo cuando venía al locutorio.

Supongo que, como la mojigata reprimida que era, no debía ser demasiado consciente del efecto que su cuerpazo de jamona causaba en los hombres y solía lucir esos vestidos entallados, bien ajustados a la cintura, que destacaban un perfecto cuerpo de botella de Coca Cola. Tenía la inocencia de un alma cándida, como esas beatas cuarentonas de anchas caderas, estrecha cintura y tetas enormes a las que los curas (hombres, al fin y al cabo) miran como la encarnación del pecado mientras se sienten culpables por la erección que se intuye en sus sotanas… En fin, creo que me he ido por las ramas, pero la idea se entiende ¿no?

Nada más entrar en la salita, su aspecto me impactó. Y, claro, si a eso le sumamos el olor de su perfume y su sonrisa nerviosa y desvalida, como de alguien que está cometiendo una falta y teme ser descubierto, mi instinto depredador me puso a cien.

Ahora, por primera vez, podría acercarme y besarla (de momento sólo como hijo, claro) después de tantas insulsas visitas al locutorio.

-Hola, hijo. -musitó nerviosa, dándome un húmedo y sonoro beso en la mejilla. 

No perdí la ocasión de empezar a ponerme a tono y, haciendo alarde del cinismo que me caracteriza, me puse en plan plañidero y, gimoteando, la abracé con fuerza. Me demoré una quincena de segundos, tras darle un beso baboso en la mejilla, aspirando su perfume junto a la suave piel de su cuello, notando la presión de sus grandes tetas sobre mi vientre (es bastante más bajita que yo) y palpando su espalda, sin llegar a bajar al culo (era pronto para eso).

La reacción de mi pene fue inmediata y estoy casi seguro que la buena mujer debió notar la erección, pero lo disimuló muy bien y, todo hay que decirlo, me retiré a tiempo. Aunque me di cuenta de la mirada de soslayo que lanzó mi madre a la notable erección que se marcaba en el chándal.

Tras separarme de ella, siguiendo con mi fraude, le pregunté nerviosamente:

-¿Has traído lo que te pedí...? ¡Es que si no, esta gente me cruje...!

-Sí, sí... No te preocupes. -Lanzó una mirada nerviosa a la mirilla de la puerta, que permanecía cerrada.

-Tranquila, mamá, en un Vis a Vis no pueden mirar... ¿Te han cacheado...?

-Un poco... Pero, bueno, lo traigo como me dijiste... 

-¡Anda, sácalo ya!

Se sentó en la silla girada de espaldas a mí. "No mires", me dijo... ¡Y una mierda, no iba a mirar! 

Muerta de vergüenza y roja como un tomate, dándome la espalda allí sentada, se subió la estrecha falda y se bajó las braguitas. Así tuve la primera visión de sus muslos jamoneros, lo que me puso más verraco aún. Inspiré hondo tratando de captar algún tufo de su maduro coño. Ella al oírlo debió pensar que era la ansiedad por la coca lo que me hacía suspirar y me susurró nerviosa, “¡Ya voy, hijo, ya voy, no te pongas nervioso!”. Sonreí para mis adentros y me limité a apostillar, “Es que esta situación es tan dura…”, antes de volver a inspirar fuerte acercando la cara a su espalda. Ella, ajena a mis intenciones y, después de una breve maniobra, tiró de una cuerdecilla como de tampax,  y sacó el condón anudado con la coca dentro. Parecía que lo iba a limpiar con un kleenex, cuando la frené en seco:

-¡Espera!

Ella sujetando la cuerdecilla como el que sujeta un ratón muerto, giró su cabeza y, atropelladamente, se subió las bragas y se bajó la falda al ver que estaba mirándola. ¡Vaya muslazos!

-¡Dámelo! -Le pedí, al tiempo que cogía el húmedo paquetito.

Ella me miró asombrada de que no manifestase el más mínimo asco. ¡Qué poco me conocía! 

Lo primero que hice fue acercar el paquete, así, tal cual, a la nariz y esnifar bien el olor del coño de mi madre. Ella estaba boquiabierta. Y no sé si también habría vuelto a echar un vistazo a la tienda de campaña de mi chándal.

-¡Bacalao del bueno! -Murmuré entre risas. -Ahora, a ver qué tal la calidad del contenido...

Dicho y hecho, deshice el nudo del preservativo y tras extender un poco de polvo sobre la mesa, me metí una raya.

-No te asustes mamá, no he recaído. Es para ver si es buena y no te han timado... ¿quieres probar...?

Ella, todavía asustada, negó con la cabeza.

-Bueno, a lo mejor luego te animas...-le dije. Sólo me faltaba aquella raya, para acabar de ponerme como una moto.

-Bueno, mamá, nos queda casi una hora... ¿qué quieres que hagamos?

Ella, todavía conmocionada, se limitó a decir con voz muy baja:

-No sé, hijo, no sé. Dímelo tú… Cuéntame cómo estás, qué haces...

-¡Bah, menudo muermo! –A esas alturas ya estaba todo espitoso y seguía muy cachondo. Algo habría que hacer. -Me has salvado el cuello con lo que has hecho hoy, ¿lo sabes, mamá?

-Bueno, yo... Yo haría lo que fuese...

-¿De verdad...?

-Claro, hijo, yo quiero que estés bien... Que salgas de aquí y te recuperes...

-Hay algo más que puedes hacer por mí... Aunque no sé si serás capaz…

Yo creo que ella ya se había dado cuenta de por dónde iban los tiros, pero se iba a hacer la estrecha.

-¿A qué... a qué te refieres?

Por un momento tuve la intención de marear un poco más la perdiz, pero el tiempo corría y pensé que era mejor poner las cartas sobre la mesa.

-Mira esto, -me señalé la erección -no puedo volver así al módulo...

Mamá, nerviosa, volvió a mirar a la puerta. Le inquietaba la mirilla.

-Tranquila, -repetí -no pueden ni mirar, ni entrar... Lo dice el reglamento. -¡Ya ves tú, el reglamento! Todo el mundo se lo pasaba por el forro de los huevos…

Había mentido descaradamente. En realidad, era en un vis a vis de pareja, no en uno de familias, en el que no podían husmear. Pero, bueno, tampoco esperaba que nos interrumpirse ningún mirón. Ya me había encargado de untar al funcionario con un par de billetes de cincuenta... De esos que le sangraba a mi progenitora.

Por otra parte, si al funcionario se le ocurría mirar, que viese lo que hacíamos me importaba una mierda. Que lo contaste estaba descartado, yo largaría lo del soborno y le caería un buen paquete. Así que, una cosa por la otra…

En fin, después de esta breve digresión, vuelvo al momento cumbre con mi madre. Os podría ahorrar los detalles, pero no hay buena historia sin los mismos. A fin de cuentas, son la sal de la vida.

Viendo sus dudas, decidí presionarla un poco:

-Venga, mamá, tienes que hacer algo. No puedo volver así a la celda... Por favor...

Puse mi cara más plañidera, mi mirada más falsa e hipócrita. No os quepa la menor duda de que en este asunto del chantaje emocional soy un auténtico experto. Con los ojos al borde de las lágrimas, giré, su cara con delicadeza (todavía no era el momento de los tirones de pelo y las palmadas en las nalgas, ya llegaría…) y la miré suplicante a sus ojos, que también estaban al borde de las lágrimas.

Su cara era un poema, entre el miedo y la compasión. En su caso, las lágrimas que estaban a punto de aflorar eran auténticas.

Basto una brillante caída de ojos, y un último y suplicante “¡Por favor...!”, y sus defensas se hundieron.

-Bueno...hijo... Si acaso giramos las sillas de espaldas a la puerta, por si entra alguien... –‘¡Bravo mamá, así me gusta!’, pensé.

Si no fuese porque tenía que seguir con el paripé, el grito de júbilo se habría escuchado en las antípodas. Rápidamente giré la silla, tal y como hizo ella, y nos pusimos, uno al lado de otro dando la espalda a la puerta. La fría luz del tembloroso fluorescente iluminaba la cachonda escena.

Sin mediar palabra me bajé de golpe el chándal y el calzoncillo y la polla se elevó rígida como un mástil. La excitación y la coca me tenían como una moto.

Mi madre, aún asustada, miró el pollón con evidentes síntomas de sorpresa y asombro. Ésta claro que le llamó la atención el tamaño (no calzo mal) y la rigidez (seguro que la jaca malfollada hacía siglos que no veía una tranca tan tiesa, el cabrón de mi padre debía ser un pichafloja de cuidado).

-Pe…  pero, hijo, ¿qué hago...?

-¡Joder, mamá! -Estaba empezando a perder la paciencia, parecía tonta- ¿A tí qué te parece? ¡Hazme un buen pajote, ostia!

-Sssí, sí... Ya... Es que, no sé…

Esta vez ya la miré severamente y ella, tímidamente, acercó su manita izquierda a mi palpitante rabo, que pegó un respingo al notar el contacto. Trató de acomodar su palma con torpeza y, a duras penas pudo rodear el tronco.

Poco a poco empezó un desacompasado movimiento de vaivén que me puso más cachondo, por el morbazo de la situación, que alguno de los mejores polvos de mi vida.

Estaba tan eufórico que hasta me puse sentimental y me pareció conmovedora la escena de la torpe manita de mi santa madre, moviéndose con escasa habilidad, arriba y abajo por el tronco de mi polla.

Ella era incapaz de fijar la mirada y, avergonzada, se recreaba con la vista perdida en las feas manchas de la pared mirando de refilón los espasmódicos movimientos de su mano.

Nos quedaba mucho tiempo y yo no tenía ninguna prisa por correrme, así que me hice el remolón y la dejé que se fuese cansando mientras yo disfrutaba del vaivén. 

Ella seguía completamente desconcertada. Al mirarla, podía observar su actitud entre nerviosa y asustada. Estaba claro que la buena mujer había tentado muy pocas pollas. Seguramente sólo había tenido entre sus manos, y de aquella manera, el blandurrio rabito del pichafloja de mi padre, lo cual y nada eran lo mismo.

Así que tocar un tronco duro, caliente, palpitante y venoso, era toda una novedad para ella. Y si el pene en cuestión era el de su hijito, la transgresión tomaba proporciones bíblicas. La situación me resultaba tremendamente excitante pero el tiempo iba transcurriendo y, la reprimida actitud de la guarrilla podía prolongar la paja una eternidad. Así que decidí precipitar los acontecimientos y darle una ayudita para desinhibirla.

-Para, mamá, para... -ella se detuvo y giró hacia mí su cara avergonzada.

-¡Lo siento, hijo...! ¿Lo... lo hago muy mal...?

Me dio un poco de penilla, pero tenía que apretarle las tuercas.

-No, no, está bien, mamá... Haces lo que puedes. Pero creo que es mejor que te relajes un poco... ¿Quieres esnifar un poquito...? Te sentará bien... Y estarás más tranquila... Ya lo verás...

Mamá abrió los ojos como platos y, por un momento soltó la polla y me miró boquiabierta sin saber qué decir. Aproveché para levantarme y, con la polla como un palo, me giré y extendí sobre la mesa una generosa rayita de polvo mágico.

-Mira mamá, es muy fácil. Acércate. –Se giró y acercó la cara a la mesa.

-¿Cómo, cómo hay que hacerlo, hijo…?

Se lo indiqué y, disciplinadamente, esnifó la raya. Tras aguantar un amago de estornudo, me miró con los ojos llorosos y una especie de sonrisa amarga, preguntando:

-¿Lo he hecho bien?

-¡Perfecto, mamá! Eres un hacha… Ahora vamos al lío, ya verás cómo te encuentras mucho mejor, con más energía y eso.

Volvimos a la Pole Position y, esta vez, ella, agitada por la coca, empezó a mover  la mano con más ganas e, incluso, ocasionalmente lanzaba alguna mirada de soslayo a la polla. Miradas que se fueron haciendo más directas, hasta que ya no separó la vista de su mano, completamente concentrada en la tarea.

Hasta me pareció intuir que estaba empezando a tomarse a pecho su labor de pajillera, preocupándose por acompasar el ritmo y valorar el nivel de erección del rabo. Además, seguro que estaba sorprendida del aguante (yo me estaba controlando porque quería disfrutar de la situación al máximo). Y más si lo único que había conocido eran los polvos de tres minutos del viejo.

Entre jadeos, yo le sonreía de vez en cuando. Empezaba a valorar el esfuerzo y, compasivamente, decidí animarla:

-Muy bien, mamá, lo haces perfecto... Parece que has nacido para esto.

Era mentira, claro. La paja, a pesar de sus meritorios esfuerzos, era bastante mediocre. Aunque había mejorado bastante tras la rayita y, lo que es más importante, ella parecía menos asustada.

Pero ya aprendería. Y el morbo lo compensaba todo.

 La cerdita, avergonzada por el halago, bajó la cabeza roja como un tomate y redobló sus esfuerzos.

Debía estar deseando que me corriese. ¡Pues podía tomárselo con calma! No tenía ninguna prisa.

Al cabo de un rato, decidí subir la apuesta

-Lo haces muy bien, mamá, pero quizá necesito algo de ayuda extra para correrme...

-¿Qué... qué quieres decir...? -Preguntó asustada. Igual pensaba que le iba a pedir que me la chupase... Pero no, sería excesivo para una primera sesión.

-Quizá si me enseñas los pechos...

Ella suspiró aliviada.... Si sólo era eso. Detuvo un momento su laboriosa tarea y se desabrochó la camisa. Un sujetador de encaje negro, sobrio, pero muy bonito, enmarcaba sus dos enormes melones. Estuve a punto de babear... Y más aún cuando se desabrochó el sostén y los liberó.

Eran unas tetas grandes y, lógicamente, algo caídas a sus 52 tacos, con pezones pequeños para el tamaño del pecho y tiesos por el fresquito de la habitación. Un morbazo que hizo pegar un respingo a mi polla. Algo que a la pajillera de mamá no le pasó desapercibido. Hasta creí intuir un disimulado amago de sonrisa orgullosa en su sonrojada cara…

Mi buena madre, con la manita moviéndose cada vez con más soltura y la cara roja como un tomate de la vergüenza, la mirada evitándome, y su melonar temblando como un flan, agudizó mi excitación más aún, si eso era posible tras haber liberado el tetamen.

Viendo su aspecto derrotado (se había rendido a su destino) y el sofoco que llevaba, decidí palparle un poco las domingas, para ver cómo reaccionaba.

Alargue la mano y, primero con suavidad y, más tarde, con algo más de energía, empecé a sobarle primero una teta y, después, la otra.

Pegó un bote en la silla y levantó la cara asustada, mirándome interrogativamente.

-Perdona, mamá, no he podido evitarlo. Es para ver si así agilizo un poco el tema...

Tendría que haber añadido que también lo hacía para valorar su mercancía. Mercancía que tenía intención de follarme a la mayor brevedad posible… Pero me guardé la información, no era el momento de adelantar mis intenciones.

Ella respondió con un tímido "Sssí, sí...", y rápidamente volvió a agachar la cabeza avergonzada.

Me dediqué durante unos minutitos a recrearme en sus ubres y a masajear los pezones. No le debía disgustar mucho el asunto, porque no tardaron en ponerse tiesos. Me hubiera gustado chupetear sus pechos y palparle un poco el coño, que seguro que estaba chorreando, pero habría sido excesivo para una primera sesión. Forzar la máquina. Ya habría tiempo.

Había transcurrido un buen rato e iba siendo hora de descargar los huevos. Así que me relajé y, amablemente, dije:

-Anda, mamá, mírame... Estoy a punto. Quiero verte la cara cuando acabe. 

Ella temerosa y sin dejar de mover la manita, cada vez más rápido y con más soltura, se giró sin atreverse a mirarme directamente, pero con la cara y el tetamen, bien sujeto por mi mano, de cara a mi polla. "Perfecto"

-¡Voy, voy...! ¡Más rápido...! -grité. Al mismo tiempo sujete su mano, dándole más ritmo para evitar que soltase la polla precisamente ahora.

Al instante, tras mover la tranca y apuntarla hacia ella, empezó a brotar esperma a presión que se repartió por las tetas el vestido la cara y el pelo de mi asustada madre. Ella lanzó un gritito y cerró los ojos, apartando la cara, aunque no pudo evitar recibir un denso goterón de esperma que se repartió de las fosas nasales a la boca. “¡Toma, cerdita, ya tienes merienda!", pensé cínicamente.

No me detuve hasta que vacié bien los cojones. Y mantuve su mano bien sujeta a mi polla, aún dura, hasta que, lentamente, fue perdiendo rigidez. 

Ella, completamente sometida, se dejó hacer y mantuvo la cabeza gacha mientras yo recuperaba el aliento.

En cuanto solté su mano ella, todavía roja y con esperma repartido por su cuerpo y su ropa, musitó tímidamente:

-¿Ya está, hijo?

-Sí, mamá, gracias. Eres la mejor... Ha sido fantástico.

Ella se giró a rebuscar en el bolso un pañuelo con el que adecentarse mínimamente.

No hubo mucha conversación más. Mamá se colocó la ropa como buenamente pudo, gastó un par de kleenex en recoger toda la leche que tenía esparcida por su cuerpo e intentó en vano limpiar los goterones de esperma que manchaban la blusa la falda y la chaqueta. Cuando terminó de colocarse todo mínimamente, me preguntó si tenía buen aspecto. La observé cuidadosamente y con la polla aún morcillona le dije alegremente:

-¡Estás perfecta mamá, más guapa que nunca!

Ella, no sé si convencida  o por los efectos de la coca o porque ya veía que la visita terminaba, sonrió vagamente, como alelada  y dijo un tímido “Gracias, hijo…” antes de acercar su cara para besarme en la mejilla.

Viéndola acercarse no lo dudé ni un instante y, en lugar de ofrecerle la mejilla le incrusté un sonoro beso en la boca, al tiempo que la abrazaba con firmeza para notar bien sus tetas y, a ser posible, hacerle notar la dureza de mi polla, otra vez rígida, entre sus piernas. Ella, lógicamente, intentó alejarse, pero la tenía bien cogida e incluso intenté forzar la boca con la lengua, pero se hizo la remolona, así que me conformé con darle un pico bien potente.

Soltando una carcajada, me separé de ella que, toda azorada, hizo un amago de limpiarse los labios pero se detuvo al instante. Supongo que pensó que después de hacerme una paja y recibir una inundación de leche de su hijo por toda la jeta, tampoco era cuestión de ser tan remilgada. Para rematar la faena añadí entre risas:

-¡Venga mamá, no seas tímida que hay confianza!

-Ssssí… sí…-respondió la jamona volviéndose hacia la puerta para escapar de mis zarpas lo antes posible.

-Pues, venga -le dije, dándole una sonora palmada en el culo, que hizo vibrar sus nalgas como un flan.-De aquí a quince días, más de lo mismo. Ya sabes el plan.

-Sí, hijo, sí…-repitió con voz trémula cuando se abría la puerta, ante la mirada chulesca del funcionario, que la observaba con deseo, como el que mira a un puta que no está a su alcance. A ver si el muy capullo había estado espiando por la mirilla a pesar de los cien euracos que le había soltado… ¡En fin, qué más da! Qué le aproveche, seguro que tenía tema para un par de pajas…

Mientras la seguía por el pasillo, ante la atenta mirada del funcionario, me percaté de que tenía un espeso grumo de lefa en el pelo, justo en la coronilla que no habíamos detectado antes y que se estaba resecando. Por un momento pensé en decírselo, pero entre que estaba el guardia al lado y que, a fin de cuentas, cuando llegase a casa, seguro que ya estaba reseco, decidí dejar correr el tema y que se llevase un buen recuerdo de su amado hijito en la cabeza… Además de todos los lamparones del vestido, claro…

Eso sí, justo antes de irse se giró y nos dimos un casto beso materno-filial que el funcionario contempló con sorna. Está claro que se había percatado de todo el asunto.

-Adiós, mamá, nos vemos de aquí a quince días. –Le susurré al oído, antes de darle un buen lametón en el lóbulo. -Ya sabes lo que me tienes que traer, eh.

-Sí, hijo. No te preocupes… A ver si ahora te dejan tranquilo las mafias ésas.

-Espero que sí, espero que sí. –Y añadí un epílogo tierno.- Te quiero, mamá.

-Yo también, hijo.

Enternecedor. Ya te digo.

4. Continúa el espectáculo

 

            La segunda visita me preocupaba. Primero porque no sabía si se produciría. Igual la guarrilla recapacitaba y se daba cuenta de que estaba siendo utilizada. Pero en cuanto pude hacer la primera llamada, me confirmó que sí, que vendría. Aunque, claro, por teléfono no me atreví a insinuarle que mi intención era seguir la tónica de la visita anterior. A ser posible, corregida y aumentada.

            Al final, todas mis dudas resultaron infundadas.

Cuando llegó la hora del segundo vis a vis, volví a untar al funcionario, casualmente era el mismo tipo que la primera vez. En esta ocasión sólo le di cincuenta euros. Cuando me miró con cara sorprendida le dije:

            -Son para que nadie nos moleste y que hagas la vista gorda de lo que pueda pasar dentro. Te doy cincuenta si miras, si no lo haces te doy los otros cincuenta. –Tenía intención de tapar la mirilla con un papel si se ponía exigente. Pero no fue necesario.

            -Está bien así. Me quedo esto y echare un ojo de vez en cuando, para ver si va bien la cosa. –Dijo, guiñando el ojo.

            Después de mi pequeño soborno, me senté a esperar. Menos de dos minutos después se abrió la puerta y entró mamá. Realmente radiante, con una ajustada chaquetita de punto, que se quitó enseguida y un vestido verde de tirantes que le llegaba a medio muslo y se ajustaba a su cuerpo como un guante. Iba levemente maquillada y había ido a la peluquería. Llevaba su media melena castaña, con algunas mechas rubias que no me parecían especialmente elegantes, pero, cuando una tía está tan buena, cualquier cosa vale.

            No parecía tan tímida como en la primera ocasión, pero, vamos, tampoco se lanzó temerariamente a mis brazos. Yo llevaba el mismo chándal cutre de la cárcel. Sin calzoncillos, para agilizar las cosas, más que nada.

            -¡Hola, mamá, qué alegría! –me acerqué a besarla sin intención expresa de pegarle un morreo, pero, sorprendentemente, ella me abrazó tiernamente y tras darme un suave pico en la boca, me metió la lengua hasta la campanilla, con lo que la polla reaccionó instantáneamente.

            ¡Vaya, parece que mi santa madre era una mujer con necesidades humanas, al fin y al cabo!

            Hicimos un lento intercambio de saliva en el que le pegué un buen repaso con las zarpas de las tetas al culo y del culo a las tetas, hasta que consideré que, antes de ir a por todas, convenía sacar la coca del chochete de mamá y echar un par de rayitas para entonarnos. Así lo hicimos.

            Esta vez, a pesar de la incomodidad de la habitación, fuimos al grano más rápidamente.

Mamá se colocó el vestido como una especie de faja, se lo bajó por arriba y se lo subió por abajo, quitándose también las bragas y el sujetador. Al parecer, seguía con la paranoia de si entraba alguien de repente en la habitación o algo así y no quiso quitarse el vestido del todo. Debía pensar que estando de ese modo tan ridículo y agarrada a la polla de su hijo iba a parecer menos puta si, deprisa y corriendo, se colocaba el vestido en posición. En fin, reminiscencias mojigatas de una mujer decente (hasta entonces).

En cuanto nos acomodamos en las sillas, ella más tranquila esta vez, agarro la polla y comenzó a pajearme con más energía. Esta vez sí que sonreía levemente y echaba alguna tímida mirada a mi tranca. Sus melones se meneaban como flanes gigantes y su chochete peludo empezaba a brillar humedecido. No manejaba mi polla con mucha más habilidad que la vez anterior, pero esa exhibición de voluntad por su parte me resultaba bastante excitante.

Empecé a masajearle las tetas y los pezones, tal y cómo hice la vez anterior, pero está claro que no me iba a conformar con esto y, a los pocos minutos, baje una mano y empecé a palparle el chocho para calibrar si estaba preparada para recibir invitados.

Ella, en ese momento cerró los ojos y suspiró, pero no hizo ningún amago ni de cerrar las piernas, ni de apartar mi mano. Se dejó hacer y redobló los esfuerzos con el pajeo. Supongo que esperaba que si me corría no intentaría follármela. No creo que estuviese todavía preparada para ello.

Pero esta vez no se iba a escapar ni con alas. Así que, para decepción de mi pobre madre, le indiqué:

-Mamá, creo que esta vez necesito algo más que tu mano para correrme.

Ella me miró asustada, pero no se opuso. Tras llevar sus ojos a la puerta fugazmente, se levantó y ella misma se ensartó en mi polla, sentándose a horcajadas sobre mí y ofreciéndome sus melones para que sumergiese mi jeta, mientras la polla entraba como un cuchillo en la mantequilla caliente dentro de su húmedo coño. No tengo una polla muy larga, unos quince centímetros o algo así, pero es muy gruesa. Una polla que llena, vamos. Y estoy seguro que para la buena de mamá, sentir su estrecho coño repleto de carne palpitante debió ser una auténtica gozada. Estaba seguro de que nunca se había sentido tan llena. De hecho, tiempo después, me confirmó que para ella, la verdadera pérdida de la virginidad fue cuando se empaló en mi rabo aquel día. ¡Alimento para mi ego!

La sensación fue fantástica y, al instante, la guarrilla empezó a cabalgar sin necesidad de que la estimulase en absoluto. Sus jadeos inundaron la habitación. De hecho, si el funcionario no estaba ya mirando por la mirilla y cascándosela, seguro que acudía a ver qué coño era ese sonido gutural que salía de la celda.

Yo estaba disfrutando como un niño con zapatos nuevos. De haber querido me habría derramado al instante en su interior, pero preferí demorar la eyaculación para disfrutar del momento y, a ser posible, hacer correrse a mi progenitora. La muy cerdita no se cortó un pelo y, ayudada por los lametones alternativos que le daba a los pezones y una par de chupetones babosos que le pegue en el cuello, se movió cada vez más deprisa anticipando un orgasmo de que prometía ser brutal. Sujetando sus nalgas aceleré el proceso y se corrió lanzando un profundo gemido hasta caer exhausta sobre mi pecho. Dejó reposar la cabeza sobre mi hombro, con los ojos cerrados y recuperando, poco a poco el aliento.

Mis huevos seguían con su cargamento intacto y la polla se mantenía tiesa en su interior. Ella, tras un minuto escaso de reposo, volvió a moverse, esta vez con menos entusiasmo, supongo que para provocar mi esperada eyaculación.

-Vamos Andrés… Ahora te toca a ti… Pero avísame cuando vayas a… vaciarte. -Me sorprendió que tomase la iniciativa. Pero no era eso lo que quería, el camino de su emputecimiento acababa de empezar.

-Tranquila, mamá, tenemos tiempo. –Respondí, al tiempo que sujetaba su melena y le hacía mirarme a la cara. Ella, nuevamente avergonzada, intentó girar la vista. Me encantaba esa actitud que oscilaba entre la lujuria y la vergüenza. Tenía que sacar del todo a la puta que llevaba dentro. -¡Mírame, cerda! –Le grité. -¡Por lo menos dame las putas gracias por correrte, joder!

Ella se puso como un tomate e insistió en sus movimientos. Antes de decir, tímidamente:

-Pe… pero, Andrés, hijo… No me hables así… Soy tu madre, no me digas eso… Por favor…

Y todo, sin dejar de menear el pandero… Yo creo que hasta se estaba excitando de nuevo.

-¿Cerda? ¿Cómo qué no? ¡Si es lo que eres, joder! ¿No te gusta…?

Ella, sin mirarme siquiera, con los ojos húmedos e incapaz de hablar, negó con la cabeza.

-¡Pues si no te gusta, te jodes! Ya tienes apodo, cerda…

La guarra agachó la cara avergonzada, pero mantuvo el ritmo del vaivén de su culo, está claro que la lujuria empataba, por lo menos, con la vergüenza.

-Y ahora, haz el puto favor de darme las gracias por follarte…-Insistí sujetando con fuerza su melena y acercando su cara a escasos centímetros de la mía, obligando a mi santa madre a mirarme.

-¡Gra… gra… gracias…, hijo! –dijo entrecortadamente.

-¿Gracias por qué…? –insistí, sin soltar mi presa

-Po… por follarme. Muchas gracias por follarme.

-¡Muy bien, cerda, así me gusta! –y, dicho esto, le solté la melena, con lo que mamá, lanzó un suspiro y volvió a moverse con más energía.

Un par de minutos después, decidí que ya estaba a punto y se lo dije. Pero, sorprendentemente, ella me respondió con un:

-¡Espera, Andrés, por favor…! ¡No te corras dentro…! ¡No tomo pastillas ni nada! –Vaya sorpresa, todavía no estaba menopaúsica…

-¡Joder, cerda, por qué no lo has dicho antes…! ¡Ostia puta!

Imagino que la guarra quería pajearme sobre sus tetas o algo similar para que me corriese. Pero se iba a llevar una sorpresa.

La levanté de golpe de mi polla y le dije, taxativo:

-Pues, ¿sabes qué, cerda…? Si no quieres que te deje la leche en el coño tendrás que amorrarte al pilón. Lo que no voy a hacer es desperdiciar un montón de soldaditos repartidos por tu cuerpo como la otra vez… ¡No quiero dejarte perdida, ja, ja, ja! –Me carcajee cínicamente.

Ella aturdida, con las tetas y el coño al aire, y el vestido enrollado en la cintura como una especie de faja era la viva imagen del desconcierto y la desolación. No sabía ni cómo coño colocarse. Hizo un amago de arrodillarse entre mis piernas, pero yo tenía una idea mejor.

            Tal y como estaban las sillas, una al lado de la otra, la hice arrodillarse (incómodamente, eso sí), y así, de lado, amorrarse a mi polla, mientras yo me despatarraba cómodamente. Con una mano podía controlar su cabeza, bien agarrada de los pelos, con la otra podía trabajarle el coño y el culo, que tenía en pompa. Cómo ya he dicho, tengo la tranca muy ancha y, mi pobre e inexperta madre, tuvo que forzar bastante la mandíbula para poder abarcarla.

            En vista de que, entre arcadas y toses, no acababa de entonarse, decidí aconsejarla sabiamente, en lugar de utilizar la táctica brusca de menearle con fuerza la cabeza hasta que se incrustase bien el rabo en su garganta para que aprendiese por la fuerza. A fin de cuentas, no dejaba de ser mi madre y hay que ser un poco educado, con nuestros mayores, ¿no?

            Así que, le levanté el tarro y entre chorros de baba y jadeos, observé risueño su cara congestionada junto a mi polla, pringosa y llena de flujos de su coño:

            -¡Aaaay, mamá…! Qué chapucera eres… Se nota que no has chupado muchas pollas en tu vida, ¿eh?

            Ella me miró aturdida, recuperando el aliento. Hasta me dio un poco de penilla, pero eso no impidió que sacudiese su cabeza con fuerza para despejarla al tiempo que le gritaba:

            -¡Contesta, cerda…!

            -¡Eeeh…! Esta es la primera… la primera vez…-dijo entre toses.

            -¡Conmovedor…! –respondí. -En fin, parece que también te voy a desvirgar la garganta, ¿no?

            Asintió nerviosa, lo que me hizo apiadarme de ella. Pero no mucho.

            -Bueno, mamá, tranquila. Esto es muy fácil. Además, seguro que te acaba encantando. Tal y como meneas el pandero cuando follas, me parece que dentro de ti hay un buen pedazo de guarra esperando a salir. –Ella me miraba atentamente, escuchando mi discurso y recuperando el aliento. No parecía tampoco demasiado asustada y, el hecho de que con su manita, hubiese vuelto a coger mi rabo, no sé si para mantener mejor el equilibrio o porque le gustaba notarlo calentito, confirmó plenamente el diagnóstico que acababa de hacer. –Primero de todo, escupe bien por toda la polla, para humedecerla. Te resultará más fácil tragar. Después, empieza despacito, lamiendo bien el tronco y los huevos… Bueno, los huevos, mejor otro día, con esta postura igual te pegas una ostia. Pues eso, lames bien el tronco y luego empiezas despacito chupando el capullo. Como si comieses un helado, moviendo bien la lengua. Cuando te hayas acostumbrado empiezas con el vaivén, arriba y abajo, parando de vez en cuando para descansar. Te sacas la polla, la meneas un poco, la lames, chupas sólo el capullo… ¡Emplea la imaginación, joder, que eres muy lista…!

            Ella me escuchaba atentamente y asentía con la cabeza. Sólo le faltaba tomar apuntes. Era para descojonarse.

            -Y cuando controles bien y no te den muchas arcadas, empiezas a tragar cada vez más. Aunque a mí lo de las arcadas me da igual, es más por ti. Si no te molesta, no pares, ¿de acuerdo…?

            -Sssí, sí, Andrés…

            -¡Pues, venga, a la carga, que es para hoy!

            Y de ese modo empezó la carrera de felatriz de mi madre. Cualquiera que la viese entonces, con su torpeza, sus toses y su escasa pericia, sería incapaz de reconocer a la guarra actual que se traga mi tranca hasta los huevos sin pestañear y es capaz de hacerme eyacular en cuanto se lo propone con sus maravillosos movimientos de lengua. ¡He creado una monstruo! ¡Ja, ja, ja…!

            Mientras la buena mujer iba ejercitándose en los rudimentos de la mamada guiada con firmeza con mi mano izquierda, utilicé la derecha para explorar su coñito y masturbarla, con la sana intención de relajarla. Ella, cada vez más confiada, se dejaba hacer.

            Hasta que decidí ampliar el área de exploración hasta el ano, que comencé a masajear suavemente con la yema. Ella se revolvió incómoda y meneó el pandero, con intención de que frenase la expedición a su apretado ojete.

           

            Desde luego, no estaba dispuesto a soltar la presa tan fácilmente, así que, apreté con fuerza su cabeza, para que no rezongase y, tras un par de tranquilizadoras palmadas en el culo, metí el índice de la mano derecha a fondo en el coño, para humedecerlo bien y me acerqué más decididamente a su apretado culo para empezar a acostumbrarlo a las visitas. Suavemente, eso sí, le metí la punta del dedo. No sé cómo, ella pegó un respingo sacándose la polla de la boca, liberándose de mi zarpa y levantando la cabeza asustada para decir, tímidamente, al ver mi cara de contrariedad:

            -¡No, no, Andrés, no! ¡Por favor, eso no…!

            -¡Joder, cerda! ¡Menuda mojigata estás hecha…! ¡Déjate de gilipolleces de una puta vez, ostia!

            -¡No, eso no, Andrés, es que nunca…! –su mirada suplicante era un poema. Pero, la verdad, no tenía intención de parar ahora.

            -¡Joder, mamá…! Cualquiera diría… Si sólo te he metido la puntita del dedo, hombre. No pasa nada… No voy a hacer nada más… Es sólo que es algo que me pone muy cachondo. Siempre se lo hago a las guarras cuando me la están chupando… Me ayuda a correrme. Si no, me cuesta un huevo… Y no tenemos tanto tiempo. –Había sacado toda la artillería de mentiras para convencer a mi madre. Y todo, sin sacar el dedo de su culo. De hecho, lo había metido un poco más adentro. Se estaba muy calentito.

            Ella, estuvo a punto de replicar, pero, sorprendentemente, se resignó a su suerte y me creyó. Supongo me pensó que no me iba a rendir y que más le valía aceptar su suerte. Total, sólo era un dedo.

            -Tranquila, mamá, será un momento. Tú, sigue a lo tuyo, ya verás cómo ni te enteras. Espera, si no, haré una cosa…-y, sacando el dedo del culo se lo acerqué a la cara. -¡Anda, chupa, así entrará más suave..!

            Ella apartó la cara con gesto de asco y soportando mis risas pudo ver cómo tras oler el dedo y pegarle un buen chupetón yo mismo, se lo volvía a clavar en el ojete, dónde entró esta vez algo más suavemente.

            -No sé porque pones esa cara, al final te acabará gustando… Además, no ves que así entra mejor…

            Y al tiempo que lo decía la volvía a poner a comerme el rabo. Esta vez tras la breve pausa que habíamos hecho y con ella, habiendo recuperado el aliento, se esmeró un poquito más y parece que iba cogiendo un algo de práctica. Así que decidí regalarle una buena dosis de leche. Como merienda, más que nada.

            Agarré su cabeza con fuerza, con la polla bien incrustada en la garganta y, presionando bien hacia los huevos, le introduje el dedo en el culo hasta el fondo. Ella abrió los ojos como platos y empezó a notar las palpitaciones de mi polla. Me empujó los muslos con las palmas de las manitas, tratando de librarse del acoso, pero, al final, resignada, asumió lo que se le venía dentro y sintió como cinco o seis descargas de leche le entraban directamente en la traquea provocándole arcadas y haciéndole sacar un par de mocos mezclados con esperma por la nariz.

            Cuando al fin noté los cojones bien secos, la liberé de su opresión y ella, dejando un reguero de babas desde su cara a mi polla, aspiró aire como quien sale a la superficie después de estar sumergido, al tiempo que decía, entre toses:

            -¡Hijo, por Dios, casi me ahogas!

            -Venga, mamá, ya será menos… Si en el fondo te encanta, ja, ja, ja

            Ella siguió tosiendo medio incorporada hasta que medio recuperó el aliento y me pidió:

            -Andrés, ya está, ya has acabado. Anda, por favor, sácame el dedo de ahí…

            -¿De dónde, cerdita?

            -Ya… ya lo sabes, Andrés, de ahí…

           

            No podía incorporarse del todo porque con la mano derecha la tenía medio aprisionada, Ahora era el pulgar el que hurgaba en el ojete y los otros dedos, empapados de flujo, frotaban un clítoris que parecía cada vez más tieso.

            -Te lo voy a volver a repetir, que parece que no hablamos el mismo idioma: ¿de dónde, cerda?

            -Del cu… del culo… por favor.

            -Muy bien, guarrilla, en cuanto te corras otra vez te lo saco. Y me parece que estás a punto, ¿no?

            Era cierto. Estaba chorreando y, en cuestión de segundos, se retorció como una culebra apretando la cabeza aún entre mis piernas, con la polla reposando sobre su carita sudorosa, y se desplomó así, tal y cómo estaba, arrodillada descansando de un intenso orgasmo.

            Entonces sí que, recreándome, saque el pulgar del ano y los otros dedos del coño y, tras dejarla un largo minuto recuperarse, le di una fuerte palmada en la nalga al tiempo que la arengaba:

            -¡Venga, guarrilla, levanta ya y aligera, que se nos echa el tiempo encima!

            Todavía algo aturdida, se levantó y se desenrolló el arrugado vestido, cubriéndose los pechos y el pandero. Después, buscó infructuosamente las braguitas antes de descubrir que era lo que estaba usando para limpiarme la polla. Agachó la cabeza avergonzada cuando se las entregué al tiempo que le indicaba:

           

            -Anda, ponte el tapacoños, no vaya a ser que te agaches y el funcionario se ponga cardiaco con la vista, ja, ja, ja…

            La verdad es que no sé por qué disfrutaba tanto humillándola. A fin de cuentas no lo merecía. Supongo que es mi naturaleza. Soy un auténtico cabroncete, que le vamos a hacer.

            Se vistió presurosa y pudo arreglarse mejor que en su primera visita.  Había traído una buena provisión de kleenex y un espejito de tocador para poder arreglarse la cara. No debía querer parecer un cromo como la última vez. Se medio maquilló  aunque sin poder tapar del todo un enorme chupetón que le había hecho en el cuello. En fin, al guardia le importaba una mierda, ya lo tenía bien untado y en cuando al cabrón de su marido, pues, ya se inventaría algo, una faringitis o lo que fuese, con tal de ponerse un pañuelito para taparse… ¡Qué se apañase, qué coño! A fin de cuentas estaba libre, no como yo, pobrecito…

           

            Estábamos a punto de salir, cuando la cogí de la mano un breve momento y le hice una última arenga:

            -Hoy te has portado muy bien, mamá. –Ella me miró a los ojos y me pareció intuir un leve atisbo de orgullo. –Así que creo que te has ganado una rayita para el camino. –Se sorprendió de la oferta, pero, para mí sorpresa, no la rechazó y, tras contemplar como extendía una dosis sobre la mesita, se agachó y, todavía con una cierta falta de práctica, esnifó con ganas, mientras yo la sujetaba por la cintura restregando mi polla, que volvía a entonarse, por su culazo, para no olvidase quién estaba al mando. –Muy bien, mami, -proseguí- y para acabar, te diré los deberes para el próximo día.-Me contempló con los ojos muy abiertos, vidriosos, se notaba que la farlopa le empezaba a hacer efecto.-Primero, te acercas a un Salón de Estética y te depilas el coño. Fin al maldito felpudo, ¿de acuerdo?

            Asintió un par de veces y siguió atenta.

            -Segundo, te vas a un Sex shop, o lo pides por Amazon urgente, o lo que te dé la gana, y encargas un dildo o un plug o un vibrador pequeño y empiezas a trabajarte el ojete. Te tienes que ir acostumbrando a las visitas por la puerta trasera, ¿entendido?

            -Siií, sí, como tú digas, hijo. -Le temblaba la voz, pero no negó en ningún momento. En fin, a ver si al final tenía madera de puta de verdad…

            -Y tercero, para el vis a vis de aquí a quince días, te presentas con lubricante para el ojete. Aunque, ahora que lo pienso, igual no te lo dejan pasar. Si acaso, te traes aceite de oliva, y algún plato que cocines… Les diré a los guardias que es para aliñarlo o algo así. Ya los untaré con algo de pasta para que no hagan preguntas… ¿te ha quedado claro?

            -De acuerdo… Haré lo que dices.

            -Y, por supuesto, te vas a comprar otra dosis para comercializar por aquí dentro. De polvos pica-pica, digo…

            -Claro, claro, eso ya… por descontado, Andrés

            -Perfecto, mamá.

            La cogí del cuello y le pegué un morreo de los que hacen historia. Ella aceptó y colaboró con ganas.

           

            Más tarde, en mi celda, mientras me pajeaba oliendo los efluvios que quedaban en mi mano tras estar dentro de ella, me recreé pensando en lo que pensaba hacerle en la próxima visita.