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La Gata, Segunda Parte.

en No Consentido

La Gata, Segunda Parte.

Elena Torrealba dudó antes de subirse al caballo, recordaba las últimas veces que había cabalgado y el recuerdo no era agradable, las últimas dos veces que queriendo despejarse y calmarse un poco quiso dar un pequeño paseo no terminó bien, con solo sentarse en la montura el dolor de su entrepierna casi la hace gritar y la hizo desistir, eso irremediablemente la hizo pensar en lo que había pasado hace una semana.

El recuerdo la golpeó como un mazazo, su humillante derrota a manos de ese recluta que ni siquiera sabía sujetar su espada, su brutal violación a manos del mismo tipo y finalmente, cuando pensaba que había huido, se encontró de golpe con un grupo de soldados, salvó su vida simplemente por su sorpresa al verla con sus tetas al aire, después su precipitada huida, bastaba cerrar los ojos para verse de nuevo allí, cabalgando desesperada, con los ojos de veinte hombre mirando fijamente su espalda y cabalgando igual de rápido.

Días después se dio cuenta que podrían haberla matado, no escapó de manera brillante, con el rostro abnegado de lágrimas y con un grito de desesperación apenas contenido en la garganta, solo atinó a galopar en línea recta, como un perfecto blanco para cualquier disparo de sus perseguidores, pero ellos no querían matarla, después de verla media desnuda lo único que tenían en mente era atraparla y… ella no quería pensar en lo que le hubieran hecho, finalmente eso la salvó, eso y que tenía un caballo mejor y más descansado además de que faltaba poco tiempo para que anocheciera, a pesar de eso para poder zafarse tuvo que recurrir a una medida desesperada, cuando se pudo alejar un buen trecho de sus perseguidores tuvo que abandonar su caballo, mandarlo en una dirección y correr en otra, como se esperó los soldados que pasaron en poco tiempo por ahí, cubiertos por la oscuridad siguieron el rastro de su caballo y no vieron el de sus pies.

Fue una larga caminata, mientras sumaba su caballo que le había regalado su padre a su lista de cosas que había perdido ese día, caminó con los brazos y mirada caída, ni siquiera hizo el esfuerzo para cubrir sus pechos del frío de la noche, si cualquier persona la habría encontrado podría haberle hecho lo que quisiera, ella no estaba en condiciones de oponerse a nadie, tuvo suerte, estaba relativamente cerca de su casa y nadie circulaba por la zona, pudo llegar hasta su habitación sin cruzarse con ni un alma, donde casi sin darse cuenta se desnudó y se lanzó a la cama sin ponerse su camisón.

Todos esos recuerdos le llegaron de una vez, no pudo evitar ponerse a llorar nuevamente, ahí de pie a un lado de un caballo, que no era ni la mitad de bueno que el que ahora estaba en manos de los soldados, cuando finalmente pudo subirse a la montura y comprobar que el dolor en su entrepierna había disminuido considerablemente, sus recuerdos se dirigieron al día siguiente de su humillante derrota.

Despertó con un gemido de dolor, se trató de incorporar, pero no pudo reunir la fuerza en sus manos y brazos, tuvo que girarse en la cama y estar cerca de caer al suelo para conseguir ponerse de pie, tenía ganas de quedarse todo el día en su habitación gimiendo y llorando, pero no podia, no solo sus empleados se darían cuenta de que algo le pasaba, sino que era domingo y si no estaba en la misa dominical, seria tremendamente sospechoso que el día después de que La Gata tuviera que salir corriendo en esas circunstancias tan desfavorables, alguien no se apareciera en el pueblo como de costumbre.

Finalmente, tuvo la fuerza de ánimo, para esconder los restos de su atuendo que estaban esparcidos por la habitación,  y ponerse el camisón como si hubiera dormido con él, luego como hacia todos los domingos buscó a su ama de llaves, una adorable anciana de unos 60 años y le pidió que prepara su baño, una media hora después por fin estaba sola y desnuda en el baño con la tina llena de agua tibia, fijándose en un espejo de cuerpo entero en la pared, de su rostro cansado y ojeroso bajó la vista a su torso, algunas marcas y moretones de no mucha importancia, entre el vientre y su pecho, suspiró aliviada esperaba encontrarse peor, sobre todo después de cabalgar con las tetas al aire, pero sus pechos solo se veían un poco enrojecidos por el sol y sentía especialmente sensibles sus pequeños pezones.

Finalmente juntó fuerza de voluntad, para bajar su vista a su violada entrepierna, lo primero que notó que aún tenía manchas blancas secas entre su pelo púbico, también como toda la zona estaba enrojecida y con algunos moretones, sobre todo los labios de su vagina que aun sin tocarlos los sentía como si estuvieran ardiendo, además las manchas blancas seguían ahí y recorría parte de sus muslos, no pudo aguantar más y llorando nuevamente se metió a la tina haciendo todo lo que pudo para limpiarse.

Horas después estaba sentada en la primera fila de la iglesia, escuchando distraída como el cura hablaba en latín mirando hacia al altar, ella estaba incomoda, no solo porque el sentarse le dolía terriblemente, sino porque se sentía sucia, según lo que había dicho el sacerdote, ella era como una prostituta, ya que había entregado su virtud antes del matrimonio aunque fuera contra su voluntad, no se sentía digna de estar ahí, era una cualquiera, igual que esas fulanas que vivían en esa casona a unos kilómetros al sur de la ciudad, comenzó a temblar mientras trataba de contener sus lágrimas.

La misa fue larga, pero finalmente pudo salir de allí, saludó lo más cordial que pudo al resto de la gente, como si estuviera tan alegre como de costumbre, se entretuvo un largo rato con un grupo de mujeres casadas la mayoría con algunos soldados u otros funcionarios de la corona, con ellas habló de los temas comunes, el clima, la moda en la metrópolis, la gente del pueblo, hasta que al final hablaron del tema que le interesaba, la gloriosa victoria de los valientes soldados sobre esa impía ladrona.

- ¿supieron lo que pasó anoche? ¿Qué fue todo ese alboroto a medianoche? – preguntó la mujer del jefe de la oficina de correo, por el rostro conspirativo que puso lo sabía perfectamente, era solo para iniciar conversación.

- claro, fue la patrulla que volvía victoriosa- le contestó sonriente la mujer de un teniente, uno tan viejo y enfermo que ya no salía del cuartel, ante los gestos del resto de las mujeres incluyendo a Elena continuó- siguieron a esa… ladrona hasta su guarida, estuvieron a punto de atraparla y la hicieron huir y abandonar su botín, caballo y… la mitad de su ropa.

Todas las mujeres del grupo llevaron educadamente una mano a su boca para cubrirse y contener una risa divertida, en el caso de Elena, la mano sirvió para contener las arcadas que le subieron por la garganta, pero todas estaban tan divertidas que no se percataron, no esperaba que tuvieran tantos detalles, cuando ella ganaba y los humillaba los soldados no andaban relatando los detalles.

- ¿qué quieres decir? - preguntó inocentemente la joven mujer de un soldado, aunque por su sonrisa también sabia de que estaban hablando.

-bueno- le empezó a decir otra mujer que Elena no conocía, aunque la había visto un par de veces- dicen los soldados que cuando encontraron su guarida, ella se asustó tanto que no encontró nada mejor que desnudarse y mostrar los pechos para despistar a sus perseguidores- nuevamente se rieron mientras Elena se ponía lívida, esta vez lo notaron, pero pensaron que era rabia contra la Gata.

Elena no aguantó mucho más con rapidez se despidió y se marchó, ellas apenas se dieron cuenta, más preocupadas en contar como por primera vez La Gata había matado a un soldado, lo último que escucho es que pensaban condecorarlo póstumamente, al escuchar eso no pudo evitar que una lagrima corriera por su mejilla, su violador… un héroe, nada podia ser peor, al menos nadie la vio llorar y pudo llegar desapercibida hasta el mercado.

Pensaba que allí iban a ser mejores las cosas, nunca había sido muy popular entre las clases dirigentes pero la gente común siempre la habían apoyado y apreciado, bastó dar unos cientos de pasos para que se decepcionara nuevamente, todos se reían y burlaban de su desgracia, también daban más información, como que habían estado toda la noche y madrugada inspeccionando no solo la mina que habían encontrado sino otros lugares similares cercanos, la cantidad de dinero que habían encontrado había llenado de gloria a todos los soldados y hundido en la miseria a La Gata, que no sabía cómo podría pagar los impuestos en una semana.

Tampoco pudo estar mucho rato, en cuanto escuchó como el coronel Buendía había cabalgado por la plaza en su antiguo caballo con sus prendas destruidas en la mano, siendo vitoreado como si el mismo la hubiera derrotado, si ayer fue el peor día de su vida, este era el segundo solo por un pequeño margen, solo se tragó sus lágrimas y volvió a su casa, de donde no salió en los próximos 3 días.

Elena suspiró nuevamente mientras por fin empezaba a cabalgar, al comprobar que ya no le molestaba tanto la entrepierna empezó a aumentar la velocidad, hasta llegar al galope, mientras trataba de pensar en cómo las cosas habían mejorado en el resto de la semana, cuando al fin pudo salir de su cama, pero las cosas pasaron de horribles a simplemente muy mal, no hubo mucha mejora, tuvo que soportar cada vez que aparecía por el centro del pueblo como todo el mundo festinaba con su sufrimiento, mientras los más vulgares insinuaban que ahora ella iba a ir con los pechos al aire, o que era un plan del prostíbulo de doña Joselina, de gente más educada escuchó que era cuestión de tiempo que la atraparan y hablaban de los terribles castigos que le harían, muy brutales para hombres y mujeres que se consideraban lo mejor de Santa Ana.

Durante el resto de días, Elena tuvo que recurrir a todos sus recursos, después de todo el impuesto era de 45 reales de plata, entre todo el dinero que pudo reunir buscando en sus reservas secretas y hasta debajo de su cama solo pudo reunir 40, tuvo que vender algunos recuerdos familiares, no le dolió tanto como hubiera pensado, había pasado por cosas mucho peores unos días antes, pero era lo único que podia vender rápidamente y sin que los soldados se dieran cuenta que algo le pasaba, para la otra semana no tenía nada, absolutamente nada, sino volvía La Gata en un mes le embargarían hasta el titulo mobiliario de su familia y ella quedaría en la calle.

Dejó las preocupaciones a un lado por un glorioso momento, mientras cabalgó a toda la velocidad que daba su caballo, no era ni la mitad de velocidad máxima que había alcanzado, pero fue suficiente para sentir su pelo volando tras suyo y la brisa acariciando su rostro, sin darse cuenta comenzó a reírse en voz baja, por primera vez en una semana se sentía viva, pensó que podia solucionar todos los problemas que tenía, tanto como Elena como La Gata, la sensación le duro varios minutos, persistió hasta que guardó y mando a cepillar su caballo, comenzó a disminuir mientras se metió a la tina, no solo porque quedaba menos de una hora para que llegaran los cobradores de impuestos, sino porque los últimos días se había sentido extraña cuando estaba desnuda, nunca había tomado muy en cuenta su cuerpo, era una señorita de bien, jamás había considerado tocarse con motivos distintos a la higiene, pero después de lo que le había pasado, parte de ella se preguntaba que más podría hacer con sus manos.

Un rato después ya limpia y vestida con un bonito vestido azul, esperaba sentada en la sala a los cobradores de impuestos, a pesar de refrescarse hace unos minutos se sentía extrañamente acalorada y sonrojada, cuando finalmente sus sirvientes le avisaron que llegaron los soldados se sorprendió al darse cuenta de que en vez del grupo de hombres que normalmente iba a cobrar había entrado a su sala uno solo, el Sargento Andrade.

Elena dejó que su rostro reflejara la sorpresa y una ligera desaprobación, sobre todo cuando con un gesto le ordenó a la servidumbre que los dejaran solos, ellos esperaron su aprobación y luego abandonaron la sala, dejándola sola en la habitación con él, ella se puso de pie y estiró su mano derecha con el dorso hacia adelante para que el coronel la saludara.

Él le sonrió con petulancia y se acercó hasta estar a un metro de ella, demasiado cerca, lo suficiente para que ella pudiera sentir su olor corporal, normalmente le habría expresado su descontento, pero esta vez curiosamente no le molestó tanto, miró al sargento como nunca lo había mirado antes, su mandíbula firme, su tes  bronceada y su bigote recortado y moreno, sin darse cuenta recorrió su mirada por su tonificado cuerpo mientras este se inclinaba y tomaba su mano,  con lentitud besó el dorso de esta, dejó que sus labios se detuvieran varios segundos sobre su mano, mientras Elena sentía como una corriente de electricidad le subía por el brazo, de su garganta subió un extraño sonido que contuvo mordiéndose el labio inferior.

Elena estaba en desventaja, nunca había sentido nada parecido y menos con el sargento Andrade, uno de los hombres que más despreciaba, el caso del oficial era distinto, él estaba acostumbrado a ver jóvenes y puras señoritas se sintieran atraídas hacia él, aunque nunca se esperaba ver a si a Elena Torrealba, sabía que, sin lugar a duda, ella lo odiaba con toda su alma, algo debió de haberle pasado para que su cuerpo la estuviera traicionando, si hubiera sido otra mujer con eso le habría bastado a él, para llevársela a la cama, pera ella era orgullosa y recatada, si quería hacerla caer tendría que hacer una plan más elaborado.

-buenas tardes, señorita Torrealba- dijo poniéndose estirándose de nuevo, sin alejarse ni soltar su mano, disfrutando como la mujer se sonrojaba.

-buenos días… digo buenas tardes, co…coronel, digo… sargento- su rostro se enrojeció aún más, no entendía porque su voz sonaba tan rara, tan dócil y femenina, además no hacia ningún gesto ni intentó por soltar su mano, sentía sus dedos callosos entre su suave palma, ni siquiera le molestaba el sudor que empapó su piel, era como si el solo contacto la quemara, se forzó a si misma a retirar la mano y terminar el contacto aunque todo su cuerpo se quejó, tuvo que sofocar un gruñido, estaba tan molesta por sacar su mano como por la extraña forma en que su sentimientos parecían atacarla, se sentía débil, vulnerable y todo por él…

Con torpeza tomó una pequeña bolsa de cuero que tenía cerca aprovechando la oportunidad para alejarse de él pareciendo casual, se la dio temblando y la dejó en la mano que el aún tenía extendida, con menos vehemencia de la que tenía planeada.

-Aquí tiene sargento- la última palabra salió casi en un susurro, aturdiendo a ambos en esa habitación- los impuestos de este mes.

-muy bien, Elena- era un atrevimiento usar su nombre de pila y ambos lo sabían, pero  a la señorita no le molestó tanto como debería, prefirió ignorar la insolencia, principalmente porque quería que todo esto terminaría lo más rápidamente posible, pudo contener todos los ruidos que querían escapar de su boca mientras el sargento Andrade, abría la bolsa y sacaba el contenido, se sentó con calma en una silla cercana y empezó a colocar las monedas cuidadosamente sobre la madera mientras contaba en voz alta.

Elena movía sus piernas incómodamente mientras lo observaba de pie, tenía la certeza que estaba todo el dinero, lo había contado al menos 7 veces, pero no podia evitar tener un mal presentimiento, tal vez era por la sonrisa zorruna del soldado, o por lo extraño que se había comportado ella, contuvo la respiración hasta que escuchó que decía en voz alta el número 45, momento en que suspiró levemente.

-hay 45 reales de plata…- dijo poniéndose de pie y volviendo a poner dinero en la bolsa de cuero y poniéndosela en su cinturón, al ver la sonrisa de Elena no pudo menos que arruinar su estado de ánimo con una frase- pero hay un problema.

-pro...blema, ¿Qué..- la pobre aristócrata sintió como su alivio se destruía en instantes, trataba de ver qué pasaba, pero estaba tan confusa que no pudo hilar ninguna palabra entera.

- el problema es…- le contestó a su pregunta incompleta- que hubo un alza de impuestos, el dinero que me ha entregado es insuficiente, el impuesto que le corresponde pagar con la nueva tasa establecida es de 50 reales de plata, en definitiva, le faltan 5- estiró la palma abierta de su mano derecha, aunque tenía graves sospechas que ella no tenía tal cantidad, Elena se quedó quieta y en silencio por un par de minutos, su mente en blanco y con la boca abierta.

En ese rato Andrade la miró aguantando una sonrisa, le había dado bastante duro, era evidente como su rostro pasaba de la confusión a la desesperación, lo que le dio una oleada de gozo, apenas podia creer que un plan simple y pensado en un par de segundos causara un efecto tan devastador, lo mejor es que no tuvo la necesidad de mentirle, si había una alza de impuestos y la suma que le dio es lo que le correspondería pagar, claro que no considero necesario decirle que esa alza comenzaría a regir desde el próximo mes y que en esta visita además de cobrarle lo normal solo debería avisarle que el otro mes debería entregar más dinero.

- estoy esperando, Elena- esta vez no es que no le molestara el uso de su nombre de pila, es que ni siquiera lo notó, mientras las lágrimas acudían a sus ojos, viéndose en un pozo y sin tener idea de cómo salir, balbuceó un par de silabas sin poder decir nada ni pensar en alguna salida, finalmente se dio cuenta de lo único que podia hacer, de la única salida que tenía.

-sargento yo…- cuando finalmente Elena pudo hablar el soldado se acercó un poco más, de manera que ella tuvo que alzar la vista para poder mirarlo a la cara- necesito tiempo para reunir el dinero, yo no tengo esa cantidad…por ahora- internamente pensaba que no lo tendría nunca si no hacia algo, pero necesitaba al menos unos días para prepararse.

-No- el soldado respondió con una seca palabra, que enmudeció la habitación, Elena solo estaba pensando en cuantos días le daría el oficial, no se le pasó por la cabeza que se negaría, ahora se le quedó mirando boquiabierta, en un gesto que no era digno de una dama como ella- si no entrega el dinero que pertenece a su majestad de inmediato, me veré obligado a proceder con el embargo de vuestros bienes.

La señorita Torrealba, se dio cuenta que su vida estaba a punto de pasar de ser mala a un infierno en vida, si el sargento cumplía su amenaza se quedaría sin nada de la noche a la mañana, ni siquiera podría ser La Gata ya que perdería sus armas y la mayoría de su ropa, tendría suerte si le permitían conservar el vestido que llevaba puesto, pasaría menos de una semana hasta que terminara muriendo de hambre o se viera obligada a mendigar o prostituirse.

-por favor- solo se dio cuenta de lo que había dicho cuando vio al sargento sonreír, no tendría otra opción que tragarse su orgullo y olvidar su posición, aunque sea por un momento, tomó la mano del sargento con sus dos manos y la apretó con delicadeza- por favor, tenga piedad… solo necesito un poco de tiempo, yo se lo… suplico.

Lo que le costó decir esas palabras a Elena, al parecer no fueron suficientes para el sargento, se puso en posición firme y se soltó de su mano mientras se giró y se dirigía hacia la puerta.

- espere- le pidió ella mientras lo seguía poco decorosamente, sabiendo que si se marchaba volvería con más soldados para tomar la propiedad- por favor, sargento reconsidérelo.

- ¿por qué lo haría? - le contestó girándose en el marco de la puerta con brusquedad- siempre me habéis tratado a mí y al resto de mis compañeros con desprecio y soberbia, no tengo ninguna razón para tener misericordia, sobre todo porque hacerlo significaría incumplir con mi deber y mi honor no me lo permite.

La desesperación terminó de cubrir el pecho de la aristócrata, era un milagro que aún no se pusiera a llorar, lentamente fue bajando su mirada, de sus ojos hasta terminar viendo sus zapatos cuidadosamente lustrados, se hubiera quedado ahí mirando el suelo, pero el sargento le tomó la barbilla con los dedos de su mano derecha y sin mucha fuerza le forzó a levantar el rostro a su posición anterior, haciéndola mirar a sus ojos y al mismo tiempo relajando la expresión de su rostro.

-aunque…- bastó que el sargento Andrade dijera esa sola palabra, para que Elena viera una luz al final del túnel- si fueras un poco más amable conmigo podría darle un poco más de tiempo, señorita Torrealba.

Al decir esto soltó su rostro y puso sus manos en su cintura y la sujetó con resolución, Elena apenas si se dio cuenta tan concentrada estaba en una posible salida a su terrible problema que tampoco se preocupó cuando la arrastró de su cintura y la pegó a su propio cuerpo, luego acercó su cara hasta estar a un par de centímetros del suyo, mientras miraba con avidez su boca.

-¿serás más amable conmigo?- le dijo en un susurro, estaba tan cerca que ella pudo sentir su aliento en sus labios, el miedo que la había dominado hace un minuto se convirtió en molestia lentamente, creía saber lo que él quería decir, el que la tuviera sujeta pegada a su cuerpo no dejaba mucho lugar para otra interpretación, se resignó en silencio, no tenía muchas opciones de todas maneras.

-si- es todo lo que dijo, porque no tenía nada más que decir y porque el sargento cerró el poco espacio que los separaba y le dio un beso en la boca, instintivamente Elena cerró los ojos y envolvió los hombros del soldado con sus brazos, la molestia que sentía por el no duró demasiado, basto con eso para que volviera a sentir que su cuerpo reaccionaba como al salir del baño, una neblina cubrió su mente y se olvidó incluso de la razón por la que hacía esto.

El sargento Andrade había podido leer perfectamente a Elena Torrealba, notó su preocupación por el dinero, notó como se excito solo con verlo, usando su rápido plan pudo tenerla donde quería, entre sus brazos y casi abiertamente disfrutando del beso, pudo llevar el beso a la siguiente fase, abrió la boca y deslizó su lengua entre los labios de la aristócrata que estaba demasiado aturdida para oponerse, pero en ese momento el militar cometió un error.

Hasta ese momento había ido al ritmo preciso, ella estaba cediendo lentamente, el notaba como los músculos de ella se relajaban y sus piernas cedían, si hubiera seguido a ese ritmo, en un par de minutos su resistencia que ya era escasa hubiera desaparecido por completo y ella estaría completamente a su merced, pero se apresuró, unos minutos antes de lo que debería soltó sus manos de su cintura y las llevó a su trasero, con dureza apretó una nalga con cada mano y pegó más su cuerpo al suyo.

Elena hasta ese momento sentía como caía lentamente en un mar de calma, contra su voluntad estaba disfrutando del beso, de cómo sujetaba su cintura, de cómo sus senos se aplastaban contra el pecho del sargento y por sobre todo la lucha silenciosa de sus lenguas, cuando sintió que el soltó su cintura nada cambió para ella, siguió pegando su cuerpo al de él como si siguiera sujetándola, ajena a sus intenciones, cuando finalmente sintió el agarré en su trasero su reacción fue sorpresa y susto, reaccionó e intentó retroceder, molesta por haber permitido que las cosas llegaran tan lejos, pero él no la dejó, la apegó tanto contra sí que podia sentir perfectamente su miembro erecto contra su vientre a pesar de toda la ropa que los separaba, a pesar de que sabía lo que estaba en juego, el verse así de sobrepasada fue demasiado para ella, le recordó lo que le había pasado hace una semana, en su miedo hizo uno de los pocos movimientos que le quedaban y mordió la boca del sargento Andrade.

De inmediato el oficial se dio cuenta que había cometido un error, el dolor repentino en su labio inferior lo hizo retroceder sorprendido, una vez que se hubo alejado lo suficiente miró estupefacto el rostro de la aristócrata, además de los rastros de saliva que cubrían su mentón y unas cuantas lágrimas en sus mejillas, se veían en sus ojos una fiereza que él nunca había visto en una mujer, instintivamente llevó su diestra al pomo de su espada, hasta que se dio cuenta lo que hacía y se detuvo, sabía que era culpa suya, por apresurarse había conseguido que Elena se convirtiera en una fiera que defendía su virtud, sin embargo prefirió desquitarse con ella.

- señorita, eso fue innecesario- ella iba a responder, más que nada gritos e insultos impropios de una dama, no recordaba estar tan molesta con alguien ni siquiera con su violador, afortunadamente él no la dejó hablar- de todas maneras, hubo una mejor en vuestra actitud, así que le daré más tiempo.

 -gracias- de un plumazo toda su ira desapareció reemplazada por el alivio, y su respuesta salió excesivamente rápido, se le quedó mirando expectante sin siquiera limpiarse la saliva o las lágrimas en su rostro.

- así es, vendré a buscar el dinero mañana al amanecer- la mandíbula inferior de Elena Torrealba cayó tan rápido que casi hace ruido, ya eran horas de la tarde, no le daba ni un día solo un par de horas, nuevamente el continuó hablando antes de que ella pudiera interrumpirlo- si mañana no tenéis el dinero, supongo que para que os de más tiempo deberéis mostrarme más de vuestra… hospitalidad- se rio ligeramente y luego se marchó sin decirle otra palabra mientras dejaba a la aristócrata aturdida y desesperada.

La habitación quedó en un abrumador silencio, solo se escucharon los pasos de Elena retrocediendo hasta una silla y desplomarse sobre ella, se miró las manos por largos minutos en completo silencio, contra todo pronóstico no siguió llorando desconsolada, ajena a sus movimientos limpió su rostro con sus manos mientras miraba por la ventana, a tiempo para ver al sargento marchándose en su caballo.

Tardó unos minutos más en ordenar sus ideas, ya era tarde, aunque encontrara algo para vender, todos los lugares donde podría hacerlo ya estaban cerrados y mañana viniendo tan temprano no le dejaba tiempo tampoco, no se le ocurría una manera legal de obtener ese dinero, por otro lado no estaba dispuesta a ceder de nuevo a ese malnacido, mucho menos por 5 míseros reales de plata, además seguramente la próxima vez no se conformaría con un beso y un ligero manoseo, no, si quería salvar sus bienes debería conseguirlo de otra manera.

No importa que tanto lo pensara, solo tenía una salida, La Gata debería volver esa misma noche, no se sentía preparada aun, todavía sentía miedo e indecisión, pero no tenía otra alternativa, con lentitud se dirigió a su cuarto, ahí esperaría la noche y se prepararía para atacar de nuevo.

Unas horas después La Gata, estaba de nuevo en acción con su característico traje, sin embargo a diferencia de otras veces se sentía considerablemente incomoda, constantemente intentaba cerrarse su camisa, a pesar que ni siquiera tenía botones en la parte superior, anteriormente le había gustado mostrar su escote, pero ahora, solo el viento de la noche era suficiente para hacer que su delicada piel le picara y le incomodaba, ni hablar del pantalón, que lo sentía excesivamente apretado, a pesar no había tenido ningún cambio, ignoró lo mal que se sentía, era esperable después de todo, solo trató de concentrarse en el objetivo que observaba, el prostíbulo de doña Joselina.

No fue fácil elegir el blanco, no es que ella quisiera ir allí, sino que en realidad no tenía muchas opciones, lo más obvio hubiera sido ir a un objetivo de los militares, pero no se sentía segura ni había recuperado su confianza, tampoco quiso robar algún lugar civil, pese a todo lo que la habían despreciado no tenía la fuerza de ánimo como para quitarle lo que tanto les había costado ganar a esa gente, por eso, por descarte había decidido ir allí, a ese antro de depravación, donde las mujeres vendían sus cuerpos y su dignidad y los hombres casados iban a engañar a sus mujeres y los demás a gozar de los pecaminosos placeres que ofrecía ese lugar.

Tampoco iba ahí a luchar contra el pecado, en los últimos días se había enterado de algo, desde que se había vuelto publica su humillación, había tenido que escuchar muchas burlas y comentarios, dentro de lo que se vio obligada a escuchar hubo algo increíble que además se repetía con frecuencia, algunas de las mujeres que trabajaban ahí, se estaban vistiendo como ella, como la Gata y actuaban como ella, entonces iban los soldados frustrados después que ella escapara y se divertían, “derrotando” a esas imitaciones y…., Elena no quería pensar en los detalles, de todas maneras además de la curiosidad…, sería más fácil entrar sin ser notada, podría entrar por la puerta principal sin llamar la atención, aunque no lo haría, no estaba loca.

Finalmente terminó de vigilar, sería fácil entrar, no había ningún tipo de vigilancia, solo hombres ebrios entrando y saliendo, también le pareció ver mujeres por la ventana pero no podia estar segura a esa distancia, con precaución dio una vuelta larga por la zona circundante sin acercarse mucho, hasta que pudo ver la parte trasera del edificio, que tal como pensaba, estaba vacío, a falta de puertas y ventanas en el primer piso se preparó para escalar a un piso superior, se tardó unos segundos en elegir la habitación, se decantó por una en el tercer piso, con una gran ventana que no mostraba luz alguna por lo que parecía estar vacía.

Fue una escalada sencilla, la pared tenía muchos bordes y otros lugares para sujetarse, pudo llegar fácilmente hasta el segundo piso, se quedó unos segundos en una zona entre dos ventanas, concentrándose en el último salto hacia su objetivo cuando un grito la hizo sobresaltarse, se agachó en su posición creyendo que alguien podría haberla descubierto, pero el grito nuevamente se escuchó, esta vez se dio cuenta que provenía de una mujer y de la ventana a su derecha, también notó que el grito tenía un tono extraño, como apagado, aunque todo su ser le decía que lo ignorara y se centrara en lo que necesitaba hacer, pero no pudo resistir la curiosidad, con  lentitud inclinó su cuerpo hacia el origen del sonido para poder ver a través de la ventana, lo que vio casi hizo que ella tuviera que contener un grito y que casi se cayera de espaldas hacia el vacío.

Lo primero que notó fue que el ruido que había llamado su atención no eran gritos como ella había pensado, eran gemidos y la fuente de ellos una mujer semi desnuda acostada de espaldas a la cama, solo conservaba la parte superior de su ropa, que era igual al que usaba ella, una camisa negra, un corsé y por supuesto una cinta de seda por mascara, el resto de su traje, la parte inferior, estaba en el suelo hubiera podido ver claramente su pubis y trasero desnudo sino fuera porque entre sus piernas se encontraba un hombre que le levantaba las piernas y la penetraba con fuerza.

La Gata ya sabía lo que estaba viendo, desgraciadamente ya no era una joven sin experiencia, tampoco podia decir que la sorprendía, ella sabía perfectamente el giro comercial de este establecimiento, decidió ignorar eso y seguir su camino, su mente estaba clara, pero su cuerpo no se movió, se quedó petrificada observando con insana curiosidad, con los ojos y la boca muy abierta miró fijamente al hombre desnudo que se follaba a la prostituta vestida como ella.

Ni siquiera ella entendía que le pasaba, se quedó quieta casi babeando, notó de reojo que la mujer estaba bien elegida, no era igual a ella, pero tenía varia similitudes, el pelo negro y un cuerpo de tamaño parecido, según pudo ver desde esa zona tenía el trasero un poco más grande que ella, la envidia no duró más de un par de segundos sobrepasada por otras sensaciones más fuertes, un poco aturdida notó que su respiración se hacía más dificultosa y le costaba concentrarse, se empezó a preocupar trató de forzar a su cuerpo a moverse pero no pudo, lo que estaba viendo era demasiado estimulante, le provocaba cosas que nunca había pensado que podia sentir.

Elena estaba catatónica, observaba ya sin miedo a ser descubierta, si cualquiera de las dos personas hubiera girado su cabeza hacia la ventana la habrían visto de inmediato y ella se habría quedado quieta hasta que fuera capturada, así de perdida estaba en lo que veía, lo que la salvó fue ella misma, cuando la pareja aceleró sus movimientos llegando al frenesí, sus manos se movieron por propia voluntad, su izquierda se dirigió al interior de su camisa, directa a su seno derecho, la derecha en cambio, más arriesgada se fue a su entrepierna, intentó entrar dentro de su pantalón, pero su cinto no se lo permitió, el ligero ruido de su espada al moverse sonó como un disparo para la concentrada ladrona, retrocedió medio paso olvidándose que no había nada detrás de sus talones y se deslizó hacia abajo.

Su mente seguía embotada pero sus reflejos la salvaron, con una agilidad que se había olvidado de que tenia se pudo sujetar con una mano de la cornisa donde hace unos segundos estaba su pie, sintió un tirón desagradable en su antebrazo, antes que su mano cediera se volvió a agarrar con todos sus miembros ya completamente despierta, molesta consigo misma escaló nuevamente pasando al tercer piso directamente, sin atreverse a volver a mirar a la pareja que por el grito sofocado que salió del hombre, estaban terminando.

Elena llegó pronto a la ventana objetivo, estaba aún un poco desconcertada por lo que había visto y por su reacción, así que no notó que ahora desde esa ventana salía luz y entró sin mirar hacia el interior, abrió la ventana diligente y rápidamente ya que carecía de seguro, entró de espaldas a la habitación y cerró la ventana, luego se dio vuelta con torpeza y se dio cuenta que no estaba sola en la habitación.

Al frente suyo, mirándola fijamente se encontraba una mujer, por supuesto vestida exactamente como ella, aunque para su desconcierto la prostituta se veía mucho mejor en el traje que ella misma, era más alta y mucho más voluptuosa que ella, sus senos apenas eran contenidos por la camisa y el corsé tenía un efecto mucho más remarcado en el torso de la copia, hasta sus muslos eran más gruesos y firmes que los propios, de no ser porque la sorpresa la paralizó, habría sentido envidia de la mujer que tenía en frente.

Ambas se quedaron mirando igual de estupefactas, La Gata, la real, reaccionó primero, debido a que, aunque sea en el fondo parte de ella esperaba una sorpresa, al contrario que la falsa, que quizás que estaba pensando, sabía que bastaba con un grito convincente de su parte para llenar esa habitación de enemigos, así que tenía que asustarla rápido, se acercó de dos grandes zancadas a la vez que desenvainaba su espada, la apuntó directa hacia su cuello, cuando iba a amenazarla para que guardara silencio ella la sorprendió, simplemente le dio un fuerte manotazo a la parte superior de la espada, La Gata tomada por la sorpresa se le deslizó la espada entre los dedos, solo la sostenía con la punta de los dedos cuando la prostituta agarrando la hoja la jaló y se la quitó de las manos.

La Gata se quedó allí pasmada, no entendía que la prostituta no sabía que era la real, para ella no era una famosa ladrona con recompensa, sino que era una prostituta como ella que no solo le había robado la habitación, sino que había entrado por la ventana haciendo una rara escena, ni siquiera se daba cuenta que la espada que tenía en la mano era real, creía que era una de entrenamiento como la que ella llevaba amarrada en la cintura, así que con desgana la tiró al otro lado de la habitación, mientras se acercó a la intrusa, dispuesta a obligarla a salir antes de que llegara el siguiente cliente.

Elena instintivamente llevó su mano a su cintura buscando su pistola o alguna de sus innumerables dagas, hasta que recordó que en sus prisas por salir había llevado solo su espada ya que el resto requería más preparación, además que la hacía más llamativa entre el resto de las mujeres vestidas igual, la distracción le hizo perder el segundo que tuvo antes que la mujer la embistiera con fuerza en el centro del abdomen, haciendo que ambas cayeran al suelo.

Esto  no iba como lo había planeado, pensó Elena mientras trataba de como quitársela de encima, aunque se dio cuenta que tendría que lidiar con un problema, la total falta de oxígeno en sus pulmones, el golpe del hombro en la boca de su estómago había sido más fuerte de lo que creía, jadeaba desesperada mientras la mujer aprovechaba para sentarse en sus muslos sujetándola al suelo, La Gata notó con miedo que desde esa posición estaba bastante vulnerable a lo que ella quisiera hacerle.

Afortunadamente para Elena, la falsa Gata no tenía mucha practica en peleas reales, además que se notaba que no tenía muchas intenciones de hacerle daño real, se entretuvo insultándola y escupiéndola en el ojo dándole tiempo a que La Gata real se recuperara, al menos lo suficiente para que pudiera darle un golpe desde esa posición, sorprendida perdió el equilibrio y comenzó a caer hacia un costado, momento que aprovechó Elena para mover sus piernas, terminando de precipitar su caída.

Con eso ella pudo darse vuelta y alcanzar a ponerse a gatas para intentar pararse desgraciadamente la prostituta se puso de pie demasiado rápido, ya completamente enfadada con esa tipa le dio un puntapié entre las nalgas haciéndola gritar, luego se inclinó y la tomó del pelo haciéndola ponerse de pie a la fuerza, en vez de desesperase La Gata simplemente aprovechó sus manos libres y le golpeó la entrepierna en venganza, su pelo se liberó de inmediato, Elena sabía que era su última oportunidad, se giró sobre sí misma, y con toda su fuerza le dio un feroz puñetazo en la mandíbula.

Elena estuvo cerca de romperse la mano, no estaba acostumbrada a ir dando puñetazos por ahí, pero fue muy efectivo, su rival cayó de un solo viaje al suelo, con tan mala fortuna que se dio con una pata de la cama, quedando total e irremediablemente inconsciente.

La habitación se quedó en silencio, mientras Elena se sentaba en la cama y trataba de normalizar su respiración, eso fue… extraño, creo que esa fue la peor y a la vez la mejor pelea que había tenido, pero no tenía tiempo de pensar en eso, podría entrar alguien en cualquier momento, con desgana se puso de pie, se inclinó sobre la inconsciente mujer, lo primero que hizo fue recorrer su cuerpo con sus manos, no porque quisiera sino para ver si llevaba algún dinero encima que le permitiera terminar con todo esto, desgraciadamente no tenía nada, lo siguiente que hizo fue quitarle su camisa de un par de tirones así como la máscara, tanto sus grandes tetas como su rostro quedaron al descubierto, Elena se obligó a sí mismo a no quedar hipnotizada por las tetas y se concentró en amarrarle las manos y pies con los restos de su camisa y usar su máscara para amordazarla.

Finalmente, la arrastró con dificultad hasta un armario la metió entre las ropas y cerró las puertas con determinación, no saldría de ahí hasta mañana si tenía suerte, luego fue hacia el otro lado de la habitación decidida a recuperar su espada, cuando la puerta de salida de la habitación se abrió de golpe, de inmediato entró un hombre que la miró con una tétrica sonrisa, el corazón de Elena pareció detenerse al darse cuenta de que ese hombre vestía con el uniforme de un soldado.

Era un hombre… feo, bastante feo, para empezar, era un poco más alto que Elena, pero pesaba más del doble, apenas si  le cabía el uniforme, se le veía estrecho en varias partes y los botones de la barriga amenazaban con salir disparados en cualquiera momento, tenía el pelo negro corto y un rostro aún más horrible, con un ojo bizco y una tez deformada por granos y unas cicatrices, además al sonreír evidenció que a su sonrisa le faltaban al menos 3 dientes.

Normalmente La Gata al encontrarse con un enemigo, reaccionaba con velocidad y decisión, ya sea para combatir o para huir que también era una opción válida, esta vez se paralizó, no porque estuviera cansada, o por la espada que llevaba colgada del cinto, ni siquiera era por su apariencia capaz de provocar pesadillas a los niños, era sencillamente por su uniforme, el uniforme de un simple recluta, como el tipo que la había derrotado y violado, también el uniforme del que más tarde se convertiría en la primera persona que Elena mataba, lo que vio al mirar al gordo soldado, fue una mezcla de recuerdos incomodos que le hicieron más daño que cualquier arma que podría haber usado ese hombre.

El soldado por su parte estaba satisfecho, estuvo la última media hora hablando con doña Joselina, tratando de llegar a un acuerdo para poder pagar a la mejor prostituta que podia ofrecer este lugar, pidió especialmente que hiciera lo que estaba de moda, que se disfrazara de la infame ladrona, el resultado no podia dejarlo más conforme, él la había visto muchas veces de lejos e incluso una vez a unos cuantos metros, mientras ella huía, la conocía y la prostituta que estaba en esa habitación y por la que había gastado más dinero que el que ganaba en dos meses, era igual, casi podría confundir a un experto como el, de no ser por lo dudosa y temerosa que se veía.

Decidió seguir su papel, de todas maneras, era actuar de sí mismo, esperaba que siquiera hiciera la actuación de defenderse, la real nunca se vería tan patética como esa chica que parecía que iba a llorar en cualquier momento, lo que sería una lástima por lo mucho que se parecía físicamente, no quería arruinar su fantasía.

- pero que ven mis ojos- le dijo mientras cerraba la puerta a sus espaldas y se acercaba caminando a paso firme- si no es la bandida más infame de toda Nueva España, sus robos llegan hasta hoy, yo la detendré.

Elena, nuevamente no tenía idea de lo que pasaba, creyó sin dudar que ese vulgar soldado la había descubierto, el terror la sacó de su estado de paralización, se dio cuenta que lo primero sería recuperar su arma, que estaba tirada al otro lado de la habitación, precipitadamente se dirigió hacia ese lugar, esto sirvió para que el soldado se sintiera estimulado, pensando que ella estaba actuando para él, vio la espada tirada y en vez de perseguirla o ir hacia el arma la interceptó a mitad de camino, corriendo hacia ella la atrapó por la cintura con una abrazo justo cuando ella iba a hacer una salto para alcanzar su arma.

Lo siguiente que supo la Gata es que tenía las manos del horrible tipo agarrándola de su cintura y alzándola del suelo, él era más fuerte de lo que aparentaba, empezó a dar manotazos, pero fue contraproducente, con molestia (fingida) la arrojó contra la pared, Elena se golpeó secamente contra un mueble, no le causó daños permanentes, pero mentalmente fue devastador, su falta de confianza se hizo evidente, levantó sus manos para protegerse de un golpe que nunca llegó, él se acercó la tomó de la camisa y la alzó haciéndola quedar de pie y que saltaran la mayoría de los botones de la camisa.

El soldado estaba eufórico, aunque todavía su actuación no lo convencía, bastó con ver sus lindos pechos a través de la camisa para que se olvidara de sus preocupaciones, la puta era una verdadera belleza, con esos grandes ojos verdes y ese rostro de princesa, no sabía cómo había terminado en esa vida, pero no le interesaba, tirándola de su camisa la acercó a su rostro y la besó en la boca.

A la mujer le afectó mucho más esto que tener las tetas prácticamente al aire, era su segundo beso del día, pero esto era muy distinto, el primero, aunque obligado fue casi agradable, esto era como si violara su boca con su lengua, no pudo contener un par de arcadas, tanto por la brutal invasión como por el desagradable sabor de su boca, aparentemente nunca en su vida se la había limpiado.

Finalmente la soltó, ella dejó que sus piernas cedieran y se derrumbó en el suelo, quedó sentada en el con la mirada perdida, incapaz de creer que le estuviera pasando eso de nuevo, se apoyó hacia atrás con sus manos sin importar que a través de su escote se salían totalmente sus pechos, se daba ya por perdida, esta vez no la salvaría una daga oculta, estaba desarmada y ella misma se daba cuenta que estaba destruida por dentro, incapaz de oponerse a nada.

- doña Joselina tenía razón- susurró el hombre para sí- esta puta es la mejor…- al acabar de hablar le tomó el pelo a Elena y sin mucho esfuerzo la lanzó contra la cama, la gata se encontró de pronto con el vientre sobre el colchón y con las piernas colgando del borde, sin embargo, nada de eso le importó, en su mente aun resonaban las palabras del soldado y del surgimiento de un atisbo de esperanza.

Él no sabía quién era ella, creía que era otra prostituta, lo que en cualquier otra circunstancia hubiera resultado completamente ofensivo ahora le daba la posibilidad de escapar con vida después de que el terminara con ella, aunque la idea no sonaba muy atractiva, era la única opción que tenía, lo mejor que no tenía que actuar como una prostituta, a él le gustaba que se resistiera, así que siguió siendo ella misma, o una burda imitación de lo que era ella hace una semana.

Trató de girarse en la cama, pero con diligencia el soldado le empujó los hombros hacia abajo, impidiéndole moverse, ella se quejó en voz alta como respuesta, trataba inútilmente de zafarse mientras el recluta pegó su entrepierna al trasero de la mujer sintiendo la suave textura de sus nalgas a través de sus pantalones.

-espera…- dijo con un miedo que no le costó demasiado simular- piedad, por favor, piedad.

El soldado solo sonrió, mientras le arrancaba los restos de su camisa y comenzaba a manipular el corsé queriendo sacarlo, terminó por aburrirse y tomándolo de las costuras tiró con fuerza hacia los costados, un ruido de cuerdas rasgadas y de algunos trozos volando en todas direcciones le mostró que había conseguido su objetivo.

Elena no sabía muy cómo actuar, era probablemente la situación más extraña en que estaría el resto de su vida, si actuaba demasiado bien seria sospechoso y aun el obtuso, que ahora tomaba su camisa para amarrarle las manos, se daría cuenta que era la Gata real, si actuaba demasiado mal, solo podía predecir los funestos resultados, decidió que lo mejor que podia hacer era callarse y solo hacer los sonidos naturales, haciendo eso minimizaba los riesgos pero aun así, si el soldado decidía quitarle la máscara nada podría salvarla.

Ajeno a los conflictos internos de la joven, el soldado consiguió amarrar sus muñecas a la altura de sus codos, haciendo que sus brazos quedaran totalmente inmóviles, satisfecho la giró sobre la cama y miró a su presa, le gustó su mirada de puro terror a través de su máscara, pero lo que lo terminó hipnotizando fueron sus deliciosos pechos que se agitaban con cada respiración y la ligara capa de sudor que le cubría la piel, ya era demasiado para él, su pene amenazaba que rompería sus pantalones en cualquier momento, con toda la velocidad que pudo se quitó el cinturón y bajó sus pantalones al mismo tiempo que su ropa interior y libero su erecto miembro.

De inmediato trató de quitarle los pantalones a Elena, que, aunque tuviera la voluntad para defenderse con las manos atadas de esa manera estaba indefensa, sin embargo, el soldado después de dos intentos fallidos se quedó sin paciencia y, como había hecho con el resto de su ropa, empezó a tironearla con intención de rajarla, después de un par de intentos hasta eso le pareció que tardaba demasiado, terminó sacando la daga de su cinturón y la acercó a la entrepierna de la bandida.

Elena ni siquiera tuvo tiempo de sentir miedo antes que de un solo movimiento le hiciera un tajo al pantalón desde la cadera hasta la rodilla derecha, desde esa apertura volvió a estirar y rajar hasta que el pantalón fue un montón de pedazos de telas repartidas en la habitación, la ropa interior se la terminó quitando de un mordisco, ella pudo sentir los dientes rozando su vientre y su pelo púbico, pero la sensación no duró más que lo que tardó en abrirle las piernas de un tirón.

Apenas si le dio un mísero vistazo, antes que la ansia se apoderara de él y se lanzara sobre ella, hizo un ataque simultaneo por un lado puso su rostro entre sus senos y mordió ligeramente una de sus tetas, mientras la penetró de un solo movimiento, Elena trató de cerrar su mente y no pensar en lo que nuevamente le estaba pasando pero fue inútil, pudo sentir como su miembro pasaba fácilmente por sus labios vaginales mientras un ardor repentino en su pecho casi le hace gritar.

El soldado tuvo que dejar de morder para gemir en un tono bajo, le tomó las cintura con ambas manos y la empujó hacia su cuerpo para penetrar hasta el fondo, se quedó quieto disfrutando de la infartante sensación, era increíblemente apretada,  había estado con otras putas antes, pero ella era sin duda la más estrecha, era casi como si fuera virgen, si no supiera a que se dedicaba lo hubiera creído, se olvidó de esas preocupaciones y se centró en la mujer que tenía frente suyo y empezó a moverse.

Elena sintió como el soldado empezaba el mete-saca, como sus pechos rebotaban con cada envión y un sollozo amenazaba con salir por la garganta, trató de reprimirlo, pero no pudo evitar que saliera un sonido, para su suerte se pareció extrañamente a un gemido, él sonrió satisfecho, aunque una parte de su mente le decía que ella solo hacia su trabajo, de todas maneras, dejó caer todo su peso corporal sobre ella, mientras le respiraba al oído.

- siempre supe que en el fondo eras solo esto, una puta cualquiera- le dijo tan cerca que le llenó de saliva el oído, a Elena no le afectó tanto como hubiera pensado,  por un lado ya estaba suficientemente dolida, nada la haría sentir peor, por otro lado tal era la multitud de sensaciones contradictorias que inundaba su cuerpo que no podia pensar racionalmente, con cada embestida del soldado sentía como le removía todo el interior y quería llorar y gemir al mismo tiempo, su cuerpo estaba volviéndose loco, aun con todo el peso del hombre sobre su cuerpo, se revolvía inquieta y confundida.

Finalmente, nuestro valeroso soldado llegó a su límite, con un último gemido, se hundió en lo más hondo y se corrió en su interior, quedó inmóvil sobre ella, respirando pesadamente mientras Elena luchaba infructuosamente por quitarse todo ese peso de encima y poder respirar tranquilamente, eso terminó de hartar al hombre que se movió a un lado molesto, Elena que aún se movía tratando de salir sin darse cuenta giró más de lo necesario y cayó al suelo.

En un principio el soldado solo se rio de la desfortuna de la mujer, pero el verla revolcándose en el suelo intentando ponerse de pie con sus manos amarradas hizo que se le renovaran sus energías inmediatamente, tuvo una rápida erección que hizo que se abalanzara sobre ella, empujó su rostro hacia el suelo y miro su trasero completamente a su disposición, sin detenerse puso su pene entre sus nalgas y empezó a pujar.

Elena se dio cuenta de inmediato lo que pasaba, ella esperaba que ya todo hubiera terminado, pero la realidad nuevamente le golpeó la cara, no trató de oponerse, en cuanto sintió las mano agarrando su pelo y sujetándola al suelo, cerró los ojos y se resignó a su suerte, ni ella podia creer la poca voluntad que había demostrado,  no se reconocía a sí misma pero todo esto poco le importaba al soldado, en cuanto sintió que la cabeza de su miembro tocaba el ano de la bandida, ella al fin reaccionó y trató de incorporarse confundida.

-¿qué haces…?- le preguntó con voz entrecortada- es más abajo, ese agujero…, espera…que…- dejó de hablar al sentir una fuerte presión sobre su virgen agujero, sus palabras se convirtieron en quejidos y lamentos, no podia entender que trataba de hacer ese hombre, eso estaba… sucio, fue tanto su desconcierto que por un momento olvidó la indiferencia que había decidido mostrar y trató de liberarse incluso tratando de patearlo con sus talones, pero nada sirvió el inflexible siguió su camino sin pensar en nada más que en romperle el culo a esa prostituta.

Finalmente, Elena no pudo resistirse más y el miembro del soldado la penetró por un lugar que ella nunca hubiera creído posible, una vez pasada la barrera inicial el continuó casi sin resistencia además de la natural estreches de su recto, avanzó bastante rápido, el soldado ya no tenía paciencia ni pensaba en una fantasía, cada centímetro le costaba una grito de parte de la prostituta que también estaba en las ultimas, desesperada rogaba que se detuviera, ese dolor no se parecía en nada de lo que había sentido nunca en su vida, solo quería que terminara, para su fortuna el soldado apenas podia soportarlo, bastó que sintiera como sus huevos chocaron con sus nalgas para que terminara en el interior de su trasero.

La habitación quedó en silencio, solamente interrumpido por los leves sollozos de la mujer y algunos quejidos del varón, pasaron varios minutos hasta que finalmente el tipo se puso de pie y se vistió, le echó una última mirada a esa versión sollozante de la Gata que lloraba en el suelo y se marchó mientras pensaba que le gustaría ver a la real de esa forma.

Elena dejó de llorar una media hora después que el soldado se marchó, quería quedarse en esa posición por siempre, pero su instinto de supervivencia no se lo permitía, sabía que no pasaría mucho tiempo antes que alguien se diera cuenta que algo pasaba y la descubrieran, lamentablemente para ella su tiempo ya se había terminado.

Precisamente cuando Elena pudo arrodillarse, como primer paso para incorporarse, una mujer entró a la habitación, era una mujer alta y esbelta, ya mayor pero aun mostraba rastros de una belleza ya marchita, con una mirada tranquila y su pelo encanecido, vestía con un vestido de buena costura, aunque de un rojo muy escandaloso como para una mujer decente, la Gata sabía quién era ella, era evidente a pesar de que no la había visto nunca, era doña Joselina.

- ¿Quién eres tú? - le dijo enojada, sus esperanzas de que no se diera cuenta que no era una prostituta  real se desvanecieron en segundos- quítate esa estúpida mascara.

La orden le hubiera asustado, si es que hubiera podido obedecerla, solo mostró sus brazos inutilizados como estaban, ella sonrió brevemente, sacó un cuchillo escondido de entres sus ropas y sin ceremonia le cortó las ataduras que la sujetaban.

- dije que te quitaras eso- le dijo nuevamente, Elena ya estaba resignada a cualquier cosa que le pudiera pasar, no estaba en condiciones de oponerse a nada se la quitó con la mirada baja, la dueña del prostíbulo la miró fijamente por un momento y luego negó con la cabeza- no te he visto en mi vida niña, no sé quién te crees que eres como para tratar de trabajar aquí sin pedir permiso, pero esto se acabó.

La tomó del pelo y la hizo levantarse a la fuerza, casi por instinto la derrotada ladrona se puso la máscara, al menos lo suficiente para que cubriera su identidad, Joselina no lo vio o no le dio importancia, con determinación la arrastró del pelo por toda la habitación hasta la salida y más allá, Elena notó con pánico como en el pasillo había varios hombres observando, al verla así, desnuda, con semen corriéndole por la entrepierna y llevada así por una mujer mayor, se rieron y se burlaron sin misericordia.

Todo el camino fue así, cuando le hizo bajar las escaleras y la llevó al salón principal donde debía haber al menos 50 personas, en su mayoría hombres, que cesaron todo movimiento al verla llegar, para luego estallar en una sonora y grupal carcajada, Elena pensaba que no podia sentirse peor, se dio cuenta de su error, cuando la humillación la alcanzó por completo, trató de acelerar el paso hacia la salida, pero solo sirvió para Joselina se detuviera para darle una reprimenda, momento que aprovechó un cliente, para darle una sonora nalgada.

Todo el mundo cesó las risas, el mismo valiente ahora miraba a la dueña con temor, una palabra suya bastaba para prohibirle la entrada a ese lugar para siempre, pero para alivio de toda la habitación (excepto para una maltrecha ladrona) ella respondió con una ligera risa y una asentimiento mientras retomaba su inexorable caminata hacia la salida, esto fue como un permiso tácito, para que cada hombre de esa habitación le diera al pasar una nalgada o un agarrón, y la mayoría aprovecho la oportunidad, sus nalgas fueron golpeadas y piñizcadas, sus tetas tiradas y sobadas y su bajo vientre penetrado por dedos esquivos, cuando al fin llegaron a la puerta, Elena llevaba en su cuerpo marcas de la humillación a la que había sido sujeta, en su mente llevaba otras peores y que nunca desaparecerían.

Ya en el marco de la puerta, sorpresivamente el pelo de Elena fue soltado, casi cae hacia adelante aturdida, de todas maneras se inclinó para recuperar el equilibrio, lo que la dejó en una estupenda situación como para que una patada rastrera de Joselina la enviara de cabeza a la calle, para placer de la gente que se rio aún más fuerte, esto fue suficiente para la pobre Elena, tomó fuerzas que no sabía que tenía para salir corriendo con los ojos cerrados y tratando de cubrir todo su cuerpo al mismo tiempo.

Corrió por varios minutos, en los que pudo ignorar el terrible dolor que sentía en la entrepierna y en el trasero, al menos no la siguieron, pero a ella poco lo importaba siguió corriendo hasta que tropezó con algo, y nuevamente cayó al suelo, se hubiera quedado llorando hasta que se durmiera, ganas no le faltaban, pero notó que el obstáculo con que se tropezó se sacudía y roncaba.

Su primer impulso fue seguir corriendo, pero las piernas le fallaron y quedó de rodillas, su cuerpo ya había llegado a su límite, con resignación vio lo que la había derribado, era un hombre, inconsciente en el suelo, con un olor a alcohol muy fuerte, lo suficiente como para embriagar a 3 hombres.

Elena lo miró quieta por unos minutos, resoplando y sudando, hasta que una idea fugaz atravesó su mente, con rápidos movimientos revisó sus ropas, hasta que encontró lo que buscaba, con una sonrisa algo forzada levantó su premio, una pequeña bolsa de cuero, con un contenido de 10 reales de plata, no demasiado pero para ella, en ese momento, era equivalente a todo el oro del mundo, finalmente se pudo poner de pie, y se dirigió cojeando hacia donde se encontraba su caballo, que para su suerte no estaba muy lejos, luego fue a casa.

El Sargento Andrade, esperaba impaciente en la sala de estar en la hacienda Torrealba, toda la noche había esperado por ese momento, ahora tendría por fin a esa mujer, la había atrapado y no podría escapar, los escasos minutos que llevaba esperando le parecían una eternidad al joven oficial, que veía como al fin se empezaban a llevar a cabo sus ambiciones.

Elena Torrealba apareció después de un rato, lo primero que notó el sargento era las grandes ojeras que tenía en el rostro, lo segundó que notó fue lo molesta que estaba, lo miraba con un odio a penas disimulado, pero poco le importaba, se preparó para hacer una reverencia burlona, pero tuvo que atrapar una bolsa de cuero que le lanzó Elena.

-ahí está el dinero faltante, señor- dijo rápidamente, a varios metros de distancia, desde el marco de la puerta- este día, estoy… indispuesta, con un terrible dolor de cabeza, así que no estoy dispuesta a tolerar su insolencia y su presencia, le agradecería que tomara el dinero y se marchara, buen día.

Como era imaginable, el sargento se quedó con la boca abierta, aturdido, al ver esa actuación totalmente inesperada, ni siquiera alcanzó a contestar antes que ella abandonara la habitación, finalmente pudo sacudirse la sorpresa y marcharse lo más tranquilamente posible, él sabía cuándo lo habían derrotado.

Antes de subirse al caballo miró por última vez hacia la hacienda, tratando de imaginar que haría ella, sin pensar ni por un segundo lo que realmente hacía, sentada en la tina, quitándose el semen secó de la entrepierna.