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La vida de paula VII

en Dominación

Cuando llegó la limusina, era el mismo conductor de la tarde anterior.

"¿Buenos días doña Paula, ha descansado bien?"

 

El tono irónico de su pregunta me hizo entrever que mi aspecto debía ser bastante lamentable.

 

"Sí, muy bien gracias", Le contesté entre dientes.

 

Abrió la puerta y me senté.

Durante el trayecto observe como el conductor me miraba por el retrovisor. Estaba segura que se alguna forma sabía lo que ocurría en la mansión y mirándome de arriba a abajo, estaba intentando imaginar cuantos me habían follado esa noche. 

 

No pronunciamos palabra. Cuando llegamos a mi hotel, salió otra vez diligente me abrió la puerta y cortésmente me dijo,

"Ha sido un placer, doña Paula, espero poder tener la oportunidad de volver a estar a su servicio."

 

"Gracias", Le contesté saliendo del coche.

 

Mi paso por la recepción fue fugaz. Recoger las llaves de la habitación  y para arriba.

Al llegar a la habitación abrí la puerta, entré, me descalce me quite el vestido y lo tire en el baño.

Abrí la ducha y me metí debajo del chorro templado de agua. Empezó a resbalar el agua por todo mi cuerpo. La sensación era muy placentera.

Estuve un buen rato debajo de la ducha procurando no pensar en nada.

 

Me enjaboné a fondo entera y me aclaré. Lo repetí tres veces. Pensaba que el olor a sudor, a semen y a orina se habría metido por todos los poros de mi piel y quería limpiarlo.

 

Cuando entendí que ya estaba bien limpia, salí de la ducha. Me seque a fondo y me di crema por todo el cuerpo, con especial atención a las zonas que más habían sufrido la pasada noche.

Me metí en la cama.

 

No se las horas que dormí.

Cuando me desperté, me levanté y me puse un albornoz.

 

Intuí que habrían entrado las del servicio de habitaciones. Estaba todo recogido y el vestido no estaba lo habrían llevado a la lavandería.

 

Que vergüenza, pensé tendría un olor indescriptible.

 

Miré el móvil. Eran las siete de la tarde. Ningún mensaje de mi marido.

 

La verdad estaba desconcertada. Todo aquello me había descolocado totalmente. No sabía que hacer, si vestirme y bajar a comer algo, si bajar a la Piscina a relajarme un poco más, si volver a meterme en la cama....

 

Enfrascada en estos pensamientos, se abrió la puerta de la habitación.

Mi marido.

Con un gran ramo de rosas rojas, Una sonrisa de oreja a oreja.

 

"¿Hola cariño, has descansado bien?", me dijo acercándose y dándome un beso en la boca.

 

Te he traído estas rosas. No son tan bellas y hermosas como tú, pero eso es imposible igualarlo.

Aquel tío no tenía vergüenza, pensé.

 

Después de la que me había liado ahora los cariñitos...

" Te apetece una noche romántica?

 

Le miré con ojos de incredulidad.

 

" En serio me estás diciendo esto sin hablar nada de lo que ha pasado? ", le dije.

 

" No ha pasado nada, amor mío, y no hablaremos nunca de ello, “me dijo dándome un morreo en condiciones.

 

Y ya está, pensé para mí, aunque quizás fuera mejor. Tomarlo como una noche de locura tras una borrachera y olvidarlo.

 

" Está bien, "Le dije cogiendo las flores y metiéndolas con agua en un florero.

" Tengamos esa cena romántica"

 

"Bien, esta es mi mujercita. Vas a bajar a la peluquería a arreglarte un poco el pelo?

 

" Vale, mensaje entendido"

Me puse una camiseta playera, y por supuesto ropa interior y me bajé a la peluquería.

 

Mientras me atendían, pensé en toda la situación. Ni sabía cómo interpretar el comportamiento de mi marido el día anterior ni el de ahora.

 

¿Era mejor olvidar todo? ¿Hacer como si no hubiera pasado?

 

Mis rodillas solo conservaban unas pequeñas marcas del trabajo realizado, no me escocia ni dolían el coño ni el culo, así es que las únicas secuelas para mí, podían ser psíquicas.

Decidí dejar el tema aparcado,  dejando que el tiempo recolocara la situación.

Cuando terminé en la peluquería volví a mi habitación. Mi marido se estaba duchando. Yo aproveche para darme una buena capa de crema por todo el cuerpo, con especial atención a las rodillas.

 

También me maquille.

 

"Estas preciosa," me dijo mi marido.

“He pensado en cenar en el restaurante VIP del hotel. Me ha dicho el director que la comida y el servicio son muy buenos y así no tendremos que salir”, me dio mi marido.

Me daba un poco igual donde cenar. Lo que quería era eso, una velada romántica.

“Genial, me parece bien”, le contesté

“Vale pues nos vestimos y bajamos”, me dijo.

Me puse otro vestido de fiesta, este por las rodillas.

“Me subes la cremallera?”, le dije

Mientras lo hacía me iba dando besos en la espalda.

Evidentemente este era mi marido. Lo de anoche tenía que haber sido un lapsus.  Pero bueno, había decidido dejarlo aparcado, así es que no le día más vueltas.

Cuando el terminó de vestirse, que lo hizo en plan sport, pero también estaba muy guapo, salimos de la habitación cogidos de la mano como dos tortolitos.

Al llegar al restaurante, nos recibió el maître muy atento, y nos invitó a pasar a una salita. Tomamos asiento. Al instante un camarero nos trajo unos aperitivos calientes, y unos martinis.

Estuvimos hablando mi marido y yo, de los planes para los próximos días. El día siguiente teníamos una excursión, para conocer rincones del país, Al siguiente habíamos quedado con unos amigos, que casualmente estaban también por la zona. Al otro también excursión para ver unos mercadillos típicos del país,… en fin el plan de viaje que traíamos desde casa.

Entró de nuevo el maitre, y nos dijo que la mesa estaba preparada, asi es que nos dirigimos al restaurante. Era muy coqueto, y sobre todo tranquilo.

Pedimos un menú de degustación.

Tartare de calamar con yema de huevo líquida, consomé de cebolla y kaffir

Gamba roja templada sobre un fondo marino, hinojo y emulsión de su coral

Lomo de merluza asada, coco, curry rojo y percebes

Solomillo de vaca al carbón, alcachofas y tubérculos con salsa de chalota y Oporto

Pastel de chocolate caliente, cacao al 70% con helado de té Earl Grey 2

 

Todo ello regado con vino blanco o tinto según el plato.

 

Afortunadamente el restaurante era minimalista, y como tal las cantidades asumibles.

La cena transcurrió en la más absoluta concordia, cogiéndonos de las manos entre plato y plato y tonteando como adolescentes.

Cuando terminamos mi marido pidió la cuenta.

El maitre, presto la trajo y la dejo en el lado de mi marido.

Cogí yo la bandejita donde traían la cuenta diciéndole a mi marido..

“Pago yo, que para eso gané dinero ayer.” Le dije poniéndole cara de pícara.

Trescientos cincuenta euros, me costó la broma. Pero me quede más ancha que nada.

Del restaurante, pasamos al pub. También un sitio bastante selecto y tranquilo, aunque aquí si había música, que invitaba a bailar.

Estuvimos mucho tiempo, tomando de copas, bailando, charlando, en fin haciendo pareja.

Ya entrada la noche mi marido me dijo

“Subimos ya a la habitación?”

“Por mí, sí, estoy un poco cansada.”, le contesté

Nada más llegar a la habitación nos descalzamos, me puse de espaldas a él

“Me bajas la cremallera?”, le pregunté

Empezó a hacerlo y a la vez, a besarme en el cuello, la espalda, los hombros, brazos… hasta que me giro, dejando caer el vestido, y morreamos un buen rato.

Me iba llevando hasta la cama. Retrocediendo me topé con la cama y caí de espaldas.

Hicimos el amor, durante mucho tiempo.

Fue tierno, bonito. Estuvo bien.

Los días sucesivos, transcurrieron como lo habíamos planeado, excursiones, encuentro con los amigos, visita a los mercadillos. Por cierto, en los mercadillos, termine de fundirme “mis ganancias”.

Teníamos 15 días de luna de miel, y apenas habíamos consumido 6. Aun nos quedaban nueve. Las cosas iban muy bien. Lo pasábamos bien juntos, hacíamos el amor todos los días. Vamos lo lógico en unos recién casados.

Al séptimo día, me dijo que tenía que acercarse un momento a la capital. Que esperaba estar de vuelta para la hora de comer, pero que yo fuera a mi rollo por si acaso.

Así, lo hice. Cuando me levante, me puse el bikini, un pareo por encima y me baje a desayunar.

Cuando terminé me dispuse a ir un rato a la piscina. Había poca gente, se estaba muy a gusto. Me tumbé en una hamaca. Casi me quedo traspuesta.

Pensé en los días que habíamos pasado allí, sin olvidar claro al famoso día. Los días con mi marido estaban siendo geniales, sin duda. Pero de una manera u otra siempre llegaba a la famosa noche.

Fui, vejada, ultrajada, insultada, humillada…. Y me excitaba pensar en ello.

Debía de estar enferma o haberme vuelto loca, no lo sé, pero mojaba las bragas cada vez que pensaba en todo lo que había pasado.

Me di un baño en la piscina, para refrescarme un poco, la verdad es que en ese momento lo necesitaba.

Los gritos de un conserje pronunciando mi nombre me hicieron salir del agua.

“Doña Paula?, dijo

Sí, soy yo., le contesté

“Tengo un mensaje para usted.”

Me entregó un papel. Esperé a que se fuera y lo leí.

Era de mi marido. No podría venir a comer. Llegaría a la hora de la cena.

Vaya, pensé bueno me iré de compras esta tarde. ¿Aunque para que esperar a esta tarde?, comería algo por ahí, y me iba ya de compras.

Subía a mi habitación, me vestí muy deportivamente, y me fui a un Zoco cercano.

Estuve dando unas vueltas por allí mirando tiendas. Al final entre en una, parecía una especie de bazar moro. Había un poco de todo, ropa, complemente, marroquinería, me gustaba perderme en este tipo de sitos.

El dependiente, efectivamente era un moro de mediana edad.  Nos dimos los buenos días, y estuve mirando cosas. Vi un vestido de tipo chilaba le pregunté dónde podía probármela

“Como tal no tenemos probadores, pero puede probarse en la trastienda”, me dijo el moro

“Perfecto,” le dije yo encaminándome hacia ella siguiendo las indicaciones del moro con la mano.

Aquello más que una trastienda era un cuchitril. Un puñado de cajas apiladas, un camastro, donde intuí que el moro hacia sus rezos, y teteras por todos lados.

Me quité mi ropa, y me dispuse a probarme la que había cogido.

En ese momento entro el moro en la trastienda.

“Usted quiere taza de té?”, me dijo a la vez que me miraba de arriba abajo. “Es usted mujer muy guapa”

Gracias por el cumplido, y si me apetece un te.

El moro me sirvió de una de las teteras, en una taza bastante mugrienta.

Hice intención de vestirme.

“No, no, tu estas asi muy guapa venir a sentar conmigo en cama. Yo hacerte un buen descuento luego” me dijo el moro.

¿En serio me estaba diciendo el moro que si follaba con el me hacía un buen descuento? Que pasa, ¿llevaba en la cara escrito algo que no sabía?

El moro se sentó en el camastro, y me cogió de la mano para que le acompañara.  No sé por qué, le tendí la mano y me senté junto a él. Sin duda aquello que me hubieran vuelto a tomar por una puta me había hecho recordar los fantasmas de la nochecita.

El moro me pregunto

“¿Tu, aquí sola?”

“No, estoy con mi marido, de luna de miel”, le conteste

“Marido? No veo marido”, me dijo mirando para todos lados.

“Está en la ciudad, ha ido por negocios”, le conteste

“Tonto marido, no se puede ir de negocios y dejar mujer sola. Tú debes ser su mejor negocio”, me dijo el moro, mientras empezaba a tocarme una pierna.

En eso tenía razón no debería dejarme sola.

Pero tampoco me iba a entregar como una tonta al moro aquel porque el quisiera.

CONTINUARA