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La vida de Paula

en Dominación

Me sorprendió que los hombres no hicieran ningún aspaviento por el hecho de no llevar ropa interior. Parece como si lo esperaran.

Al fin vi a mi marido levantarse de su sillón, viniendo en mi rescate….. O eso pensé yo.

Se dirigió hacia un armario que había en la pared. Lo abrió, sacó una bolsa, y vino hacia mí.

Extrajo de la bolsa un collar, fino, de cuero, con una anilla y una placa en el centro sin grabar. Espero pacientemente hasta que los hombres terminaron de quitarme el vestido, que dicho sea de paso eran bastante torpes, y se les atascaba la cremallera cada dos por tres. No atinaban porque alternaban el tirar de la cremallera con tocar alguna parte de mi cuerpo ya semidesnudo.

“Paula, arrodíllate!”, me dijo con voz firme y dominante

“Pero cariño…”,  intenté decirle con voz suplicante

“Obedece”, gritó con voz seca y tajante.

Agaché la mirada y me arrodillé.

Mientras sentía sus manos colocándome aquel collar en el cuello, pensé en las veces que de novios habíamos jugado a algún juego de dominación. Yo creía que solo era esa, una variante más del juego sexual, alguna atadura, algún azote, pero nada más. En ningún momento me planteo la idea de que él era dominante y que yo tenía que ser su sumisa.

“Ponte a cuatro patas!” volvió a resonar su voz fuerte y ronca en el saloncito.

Lentamente apoye mis manos en el suelo. Una palmada en las nalgas, me hizo reaccionar y hacerlo más rápido.

“Más rápido perra. Estos señores están ansiosos por jugar con su perra”, dijo mi marido.

A cuatro patas, esperaba silenciosa lo que viniera. No daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Apenas llevaba cuatro días casada, y estaba allí, desnuda a cuatro patas por orden de mi marido ante tres hombres que me podían, en el mejor de los casos, duplicar la edad. Y además con órdenes de ser su perra. Increíble.

De la bolsa, mi marido sacó una correa, me la enganchó en la anilla del collar, entregando el asa de la correa a uno de los hombres.

“Aquí tienen a su perrita. Vendrá mañana un coche a buscarla a las diez de la mañana. Hasta entonces es toda suya”, sonó la voz de mi marido.

A la vez se agacho y me dijo al oído:

“Recuerda que eres su perra. Obedéceles en todo lo que te pidan y no rechistes a nada. Se usan tus tres agujeros, tragas todo lo que te caiga en la boca y solo usaran condón si así lo desean ellos.”

“Pero…”, le interrumpí

Una sonora bofetada cortó mi suplica. Me ardía la cara, y me seguía hablando.

“Te he dicho puta, que no rechistes a nada. Mal empiezas. Procura que mañana no me den una sola queja de tu comportamiento”, me volvió a susurrar al oído a la vez que me cogía del cuello levantando hacia él mi cara.

Sin más abandonó el saloncito, dejándome con aquellos tres hombres.

El que tenía la correa, tomo la iniciativa.

“Bueno, vamos a pasear a la perrita. Así podrá hacer sus necesidades y no molestará por la noche”

Los otros dos rieron la gracia.

Noté como tiraban de la correa haciéndome andar a cuatro patas, dirigiéndonos a la puerta del saloncito.

No puedo creer, que vayan a sacarme así a la calle. Por muy apartado que este habrá gente. Esto es de locos.

Pero sí, lo iban a hacer y lo hicieron. Cruzamos el pasillo y dimos directamente a la puerta de salida de la casa. Abrieron la puerta y salimos. Me costaba caminar. El suelo era empedrado y las piedras se clavaban en mis rodillas,

“Vamos perra, no te hagas la remolona. Olisquea y busca un sitio para mear”, me dijo el que llevaba la correa.

¿Lo estaba diciendo en serio? ¿De verdad pretendían que meara allí afuera como una perra?

La última advertencia de mi marido: “Te he dicho puta, que no rechistes a nada. Mal empiezas. Procura que mañana no me den una sola queja de tu comportamiento”, martilleaba mi cerebro.

Entendí que debía seguir el juego. Si es que aquello se podía llamar juego. Estaba sola, mi marido se había ido, y aquellos tres tipos que podían ser mis padres, cuando no mis abuelos estaban dispuestos a pasarlo en grande con mi cuerpo.

Valoré las opciones. ¿Salir corriendo? ¿Y adónde iba desnuda?

Hablar con ellos y decirles que es todo un mal entendido, que no soy la perra de nadie, etc, etc

Incumpliría con creces lo que me había dicho mi marido, y me estaba dando cuenta que el hombre que conocí de novios, tenía poco con ver con aquel que acababa de abandonar la mansión.

Una patada en el culo, me hizo aparcar mis pensamientos

“Vamos perra, mea”, insistió el tío

Recordé cuando veía a la gente pasear a sus mascotas, y como actuaban estas.

Empecé a olisquear las plantas y esquinas que veía, lo cual causaba gran alborozo entre los hombres. Cuando llegué a una zona ajardinada, que supuse era la mejor para orinar, recordé también como orinaban las perras. Separa las piernas, arrimé mi culo al suelo y oriné. La verdad es que salió un buen chorro que jaleaban los hombres con estrépito.

Cuando acabé, el que me llevaba de la correa me dijo,

“Ahora límpiate el coño con la hierba, seguro que lo tienes todo meado”

Pufff, pensé para mí.

Instintivamente, agaché nuevamente mis caderas, hasta que mi sexo topó con la hierba. Hice unos movimientos sobre ella, aunque realmente no llegaba a frotarme con la hierba.

“Muy bien perra. ¿Caca quieres hacer?”

No tenía la más mínima intención de hacerlo así es que conteste que no con la cabeza.

“Está bien”, dijo el hombre.

Otro de los hombres se agacho, cogió una rama gordita del suelo, y le dijo al otro…

“Suelta a la perra, que corretee un poco”, acercándome la rama a la nariz y lanzándola a cierta distancia.

“Vamos perra, corre, ves a por ella”, dijo divertido

Joder, pensé, a la vez que salía caminando lo más rápido que podía hacia donde había tirado la rama. Cuando la vi, la cogí me la puse entre los dientes, y volví donde estaban los hombres.

Risas, aplausos y caricias en el lomo como decían ellos, fue lo que recibí.

Repitieron el juego varias veces. Yo tenía ya tanto las manos como las rodillas erosionadas del roce con el suelo.

Mientras esto ocurría, pasó gente tanto andando como en coche. Miraban de forma indiferente fijándose lo más posible en mi cuerpo y seguían su camino. Se ve que aquellas situaciones no eran raras en aquella mansión.

“Bueno chicos, ya está bien, se va a desollar las rodillas y manos, vamos a la suite”, dijo el que portaba la correa enganchándomela de nuevo al collar.

Sin duda significó un alivio para mí. Al entrar el suelo era de terrazo, mucho menos agresivo para caminar por el cómo lo estaba haciendo yo. Tomamos el ascensor, y subimos a la segunda planta.

Al salir al pasillo, nos cruzamos con otros dos hombres que divertidos, les dijeron.

“Buena perra os habéis alquilado”

Todos rieron

Yo pensé…. Pero…. A ver si lo entiendo ¿Me ha alquilado mi marido a estos tipos?

Cada vez entendía menos, pero hasta que no hablara con él me iba a ser imposible descifrar todo este asunto, así es que no me quedaba otra que seguir adelante.

Entramos en una de las suites. Yo caminaba a cuatro patas detrás de ellos.

Cuando estábamos dentro, el de la correa me dijo:

“Bien, siéntate sobre los talones con las patas delanteras en tu pecho, y espera aquí. Vamos a ponernos cómodos”

Patético.

Allí estaba yo, sin saber muy bien que representaba sentada como una perra en celo, esperando que los machos vinieran a montarme……

Al momento volvió uno de los hombres con un plato con agua, y me lo dejó delante.

“Toma, bebe”, me dijo

Hice ademan de cogerlo con las manos y llevármelo a la boca.

Me cortó en seco y me dijo

“Las perras beben el agua con la lengua. Aprende a hacerlo.”

Volví a ponerme a cuatro patas, llevando mi boca hasta el plato y lamiendo el agua que podía.

Mientras bebía sentí como se colocaba detrás de mí, y me hacía varias fotos con el móvil. Aunque no lo veía supuse que mis partes íntimas eran la zona preferida para esas fotos.

Luego me hizo fotos de lado y de frente, lamiendo agua y mirando al móvil.

Supuse que no me quedaba otra que consentirlo, pese a que no tenía ni idea del uso que podrían hacer de esas fotos.

"Sigue bebiendo agua, vas a necesitar estar hidratada, yo mientras voy a desnudarme y cuando vuelva no quiero ver ni una gota en el plato", me dijo abandonando la sala.

Yo no tenía la multitud de bultitos que tienen los canes en la lengua para retener el agua cuando beben, por lo que me resultaba lento y laborioso beber el agua de aquella manera, asi es que cuando oí que la puerta se cerraba, cogí el plato con ambas manos, me lo llevé a la boca, y bebí el agua restante.

Una vez el plato vacío volví a adoptar la posición inicial sentada, esperando.

Pasó un tiempo indefinido, hasta que los tres hombres fueron haciendo acto de presencia los tres en albornoz y zapatillas blancas, sin duda dotación de la suite de la mansión, y un vaso con bebida en las manos.

"Buena perra", me dijo el del agua acariciándome la cabeza, "Te has bebido todo"

Se sentaron los tres en los sillones y me hicieron indicación de que me acercara a ellos. acudí a cuatro patas Me dirigieron con los dedos para que me pusiera en el centro de los tres y que permaneciera sentada

Ellos reían y hablaban de banalidades, mientras yo en el centro me sentía totalmente ridícula.

Les oía hablar de las viagras que se habían tomado, y del tiempo que tardarían en hacerles efecto. Uno dijo que habia tomado dos, que la ocasión lo merecía y que queria estar empalmado toda la noche, para usar varias veces todos los agujeros de la perra.

Otro estuvo hablando con la que creo sería su mujer, contándole lo cansado que estaba del trabajo, y lo tediosas que eran las reuniones de trabajo.

Apurando sus copas.

Yo esperando como una estúpida lo que pudiera ocurrir, mientras empecé a notar un calor suave que empezaba a recorrerme el cuerpo.

CONTINUARA