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La vida de paula v

en Dominación

No me dejaron descansar mucho.

Casi al instante, sentí como dos manos cogían me caderas y me levantaban para que adoptara la posición anterior a cuatro patas.

Era otro hombre. Este se anduvo con manos contemplaciones.

Una vez colocada, me metió directamente la polla y empezó a bombear.

“Vamos zorra, solo sirves para esto, para que te follemos como la puta que eres” me decía mientras azotaba mis nalgas, con fuerza.

Notaba, lógicamente, mucho menos la polla de este dentro de mi coño, pero aun así se agradecía el tenerlo lleno. No tardó mucho en correrse. Echando un buen chorro, que note perfectamente dentro de mi vagina.

Le tocó el turno al tercero.

Casi una fotocopia del anterior. Estos dos eran la clara expresión del “Meterla en caliente”; como estaban las habría dado igual meneársela que follarme, pero eso, la metían en caliente.

No tardó nada en correrse.

De nuevo me deje caer sobre el suelo.

Ahora no me hicieron el más mínimo caso.

Tenía en mi coño la leche de tres tíos.

Llevando cuatro días casada, no era mal registro, máxime cuando ninguno de los tres era mi marido.

No tenía ni idea de cómo había llegado hasta esto, ni que pasaría a partir de ahora. ¿Como sería la relación con mi marido en el futuro?

¿Querría que fuera siempre una puta? ¿Habría sido aquello una cosa puntual  e iniciaremos luego una vida normal de casados?

No tenía ni idea. Y lo malo es que tampoco tenía respuestas para cualquiera de las dos opciones.

Volví al presente. Los hombres hablaban de trivialidades nuevamente

“Oye, no tenéis hambre”, comentó uno

“Pues sí, podemos pedir que nos suban algo de comer”

Por un instante pensé que se acordarían de mi a la hora de pedir comida.

“Hola, si buenas noches, mira queríamos un tentempié para la suite. Si, estará bien con marisco y champagne”

“Sí, perfecto, para tres”, siguió hablando el hombre

Pues no. No iba a tener suerte.

Habían pedido la comida para tres, y lógicamente yo no estaba entres esos tres.

Sin querer, al menos esa noche estaba poniendo en práctica la “dieta del cucurucho”. La de “comer poco y follar mucho”. Y la verdad es que estaba bastante cansada. Pensé para mí que a estos cerdos les daría igual, que si me desvanecía seguirían follándome igual.

Les miraba de reojo. Viejos, desnudos, barrigones, pero eso si, con las pollas totalmente tiesas. Y esos acababan de follarme. ¿Se podía caer más bajo? Sí, con el tiempo ya comprobaría que sí.

Y el caso es que a nada que me empañara, yo podría tomar el control de la situación con aquellos tres, pero tenía miedo a la reacción de mi marido.

Me dejaron permanecer allí tirada, hasta que sonó teléfono, anunciando que su tentempié estaba listo y que en unos minutos lo subirían a la habitación. Aprovechó la ocasión para pedirles tb una jarra de agua, cubitos de hielo.

El de la polla gorda, se acercó me cogió de la correa, y me puso a caminar hacia el baño.

No, otra vez, la escenita de la escobilla o de la taza, pensé.

Pero no.

“Metete en la bañera, y separa bien las piernas”, me dijo.

Desenrosco la alcachofa de la ducha, sacando al aire el tubo de goma, que me metió por el coño. Abrió el agua, sin comprobar si era frío o caliente y empezó a moverlo dentro de mi vagina.

“Venga esto tiene que quedar bien limpio. Hay que quitar todo resto de nuestra leche,” Decía moviendo la manguera dentro sin parar.

El agua estaba más bien caliente, pero soportable. Notaba el chorro, a bastante presión, pegando en mis paredes vaginales.

Cuando entendió que ya estaba bien limpia por dentro me dijo,

“Sal y sécate”

Esperé a que las ultimas gotas de agua salieran de mi vagina, salí de la bañera, y me sequé.

En ese momento, sonó el timbre de la puerta.

“Servicio de Habitaciones”, se oyó.

“A ver, perra ven aquí. Ponte delante de los sillones,”, me dijo el de la polla gorda, mientras que con la ayuda de otro corrían la mesita que había un par de metros más atrás.

Me colocaron en paralelo a los sillones, en la posición que tenía la mesa.

Se cubrieron con los albornoces, y abrieron la puerta.

Cuando entró el camarero, le dijeron:

“Hola, buena noches gracias, déjalo ahí, en la mesa”, dijo señalándome a mí.

El camarero sonrió, y se acercó a mí, depositando el contenido del carrito que traía sobre mi espalda.

“No sé si esta mesa será muy estable”, bromeó el camarero.

“Lo será, más la vale”, le contestaron dándole las gracias y una buena propina.

Tan pronto cerró la puerta el camarero, volvieron a quitarse los albornoces, y se sentaron en los sillones.

Y ahí estaba yo. Sirviendo de mesa para esos tres desgraciados.

La jarra de agua y la cubitera de hielo la dejaron en una mesa baja al lado del sillón del de la polla gorda.

“Uhmm, chicos esto tiene muy buena pinta. Vamos a comer, y si alguien quiere agua que lo diga.”

Estuvieron comiendo, bebiendo champagne, durante un rato.

Uno de los hombres dijo que quería agua.

En ese momento el de la polla gorda, abrió la cubitera, saco un numero indefinidos de cubitos de hielo, y empezó a metérmelos por el coño. No debían de ser excesivamente grandes, porque entraron bien. La sensación fue tremenda. Una mezcla de congelación y de ardor al mismo tiempo que me recorría literalmente toda la tripa.

“Vale ya tengo listo el dispensador de cubitos de hielo. ¿Cuantos cubitos quieres?”, le preguntó

“ja, ja, creo que con un par de ello estará bien”, dijeron entre risas

“Pues sírvete tú mismo”, le dijo señalando mi coño

El tipo se levantó, cogió y vaso y lo acercó a mi coño.

“Quiero dos cubitos”, dijo

Entendí que debía intentar expulsarlos, pero con una fuerza controlada, para que no salieran disparados.

Apreté lo que pude los músculos de mi vagina, pero aquello no salía. Los músculos estaban como paralizados por el frío.

“Vaya” dijo el del pollón, “es que hay veces que se atasca,” bromeó mientras apretaba mi pubis.

Al final un cubito recorrió el camino de salida, y cayó en el vaso. Fue celebrado y aplaudido por todos.

“Vamos sigue, maquina tonta, todos queremos hielo, y como tardes mucho en darlos se van a derretir”, se reían.

Eche uno más. Acercaron otro varo, y tuve que echar otros dos.  Pero después de esos ya no salieron más pese que decían que habían metido más. Seguramente se habrían derretido. Rellenaron otra vez el compartimiento del hielo, según ellos, y el juego volvió a comenzar.

Me fui dando cuenta de que iba controlando mis músculos vaginales, y que era capaz de servirlos a petición.

Estaban los tres con la cara casi pegada a mi coño, para ver como salían los cubitos, asi es que dije para mí, ahora la de la broma voy a ser yo.

Contraje lo que pude los músculos y los solté con toda la fuerza que pude.

“Ostia!, salen a presión. La máquina se ha vuelto loca”, más risas y más azotes porque debí de dar a alguno con los cubitos. Yo me reí para mis adentros.

Pusieron uno de los vasos debajo justo de mi coño y dijeron que echara el agua que me quedara dentro. Poca fue porque en esa pose, estaría en el fondo de mi vagina.

Pero a uno se le ocurrió una genial idea.

“He visto pajitas en el mueble bar, voy a traer a ver si con ellas podemos beber lo que la quede dentro”, dijo levantándose y dirigiéndose a por las pajitas. Las trajo al momento abrió una y la metió, succionando a continuación.

“Aquí no sale nada”, dijo

“Lógico” dijo el pollón, “la pajita no llega al fondo de su coño y por lo tanto no absorbe. Habría que unir dos pajitas”

Les costó un buen rato empalmar dos pajitas. Cuando las tuvieron listas, la metieron otra vez, y esta vez si se aseguraron que la pajita hacia tope con algo.

“Ahora sí”, dijo el pollón. “Chupa a ver”

El que lo había intentado la primera vez volvió a chupar y esta vez sí consiguió sacar agua, Aunque pronto sonó el ruido característico de que ya no había más que chupar.

Se sentaron a disfrutar de la hazaña, y de lo que quedaba de comida.

A mí seguían sin darme nada de comer ni de beber. Se debieron de dar cuenta porque uno cogió uno de los vasos, echó champagne en él, metió su polla la mojó bien y me la metió en la boca.

“Toma bebe, que seguro tienes sed”, me dijo

Yo chupe, y si, realmente note algo de sabor a champagne.

“Debería de comer algo, dijeron, sino se quedará sin fuerzas”, dijo el pollón

Cogió un langostino, se lo metió en la boca, lo mastico, se acercó a mí me dijo,

“Mira soy como los pájaros cuidando a sus crías. Abre la boca”

La abrí y empezó a echarme dentro el langostino masticado, mezclado lógicamente con sus babas.

La verdad es que tenía hambre y no estaba para escrúpulos, así es que me lo comí. Aquello también les hizo mucha gracia a los otros que le imitaron.

Repitieron aquel jueguecito durante bastante rato. Me daban de comer con sus bocas, incluso de beber y como no, también mamaba pollas con sorpresas dentro en forma de bebida o algo de comida bajo la piel de su capullo.

Cuando ya se cansaron de tontear y de comer, me retiraron las bandejas de la espalda y me dejaron sentarme como cuando llegue a la habitación.

La verdad es que lo agradecí, porque tenía las rodillas destrozadas de estar todo el rato a cuatro patas.

Uno de ellos, me trajo de la otra habitación un vado de agua y me dijo,

“Toma, bébetelo. Te sentará bien”

No tuvo que repetirlo dos veces. Me bebí ansiosamente todo el contenido del vaso.

Ellos se trajeron cada uno un vaso creo que con whisky.

Se sentaron los tres juntos y me dijeron.

“A ver, ¿quién se va a poner a comernos la polla ahora mismo?

Abandoné mi posición de sentada, y me fui al de la izquierda y empecé a comérsela.

“Con una mano pajea al siguiente, puta, que pareces tonta”, me dijo el pollón.

Así lo hice, cuando me tacaba al del centro, pajeaba a los dos de los extremos. Entendía que no podrían tardar mucho en volver a correrse, pero allí estaba yo, mamando y pajeando, y allí no se corría nadie.

Al final conseguí que el pollón se corriera, y en mi boca. Era la tercera vez que aquel cerdo echaba su leche dentro de mí. Quedaba claro que, al margen del grosor y el tamaño, también era muy lechero, porque cada vez echaba una cantidad importante de leche. Pero tanto en el, como a continuación con los otros dos, tuve la oportunidad de conocer el sabor del semen.

He de decir, que ninguno de los tres me supo igual. Me pareció un sabor particular, no era delicioso, pero tampoco asqueroso; no era dulce, más bien amargo y en algunos agrios, además, con un ligero sabor metálico, que según me enteré posteriormente se debe a su contenido de zinc. 

El caso es que los tres vaciaron en mi boca, y yo trague la leche de los tres.

“Buff, perra, nos vas a dejar secos”, dijo el pollón.

Yo estaba empezando a sentir nuevamente el calor que me recorría el cuerpo como cuando bebí el plato de agua nada más entrar en la habitación.