miprimita.com

Una historia negra I

en No Consentido

UNA HISTORIA NEGRA (PARTE 1)

Mi nombre digamos que es Marcos, aunque eso no importa ya que yo solo soy protagonista indirecto de esta historia, un observador privilegiado de lo que le ocurrió a Samantha, Sami, como todos la llamaban, una diosa como no he conocido otra.

Mi anodina vida transcurría sin sobresaltos a mis 26 años hasta aquel sábado de madrugada, cuando sonó el telefonillo a las 3:16, hora en la que me desperté y salí de la cama sobresaltado. Llamaban con insistencia, de forma molesta y lo primero que pensé es que serían algunos críos de fiesta pero cuando contesté mi corazón se puso a mil al oír la sensual voz de Sami.

-          ¿Sí? ¿quién es?

-          Soy Sami, abre, por favor.

-          Ok – acerté a decir perplejo

Corrí a vestirme y adecentarme un poco en el tiempo que ella subía las escaleras del cuarto piso en el que vivía y luego la esperé en la puerta, ansioso, nervioso, sin saber a qué podía deberse aquella inesperada visita. Segundos después apareció jadeando, sudorosa ya que en pleno agosto todavía hacía calor a esas horas. Su imagen iluminó mi noche, ataviada con unos pantalones vaqueros supercortos que mostraban sus poderosas piernas y su piel morena, unas zapatillas de verano negras y una camiseta de licra del mismo color que apenas podía contener sus tremendos pechos. Lucía su larga melena oscura despeinada, como si acabase de salir de la cama pero ella estaba preciosa de cualquier forma. Vi en su cara que algo malo pasaba según se acercaba. No mostraba su blanca sonrisa, sus enormes ojos negros emanaban preocupación y sus perfectas facciones se veían cansadas, como después de una larga noche de fiesta. Cuando llegó a mi altura no dijo nada, solo me abrazó y yo la correspondí, sintiendo el calor de su escultural cuerpo contra el mío y aspirando el delicioso aroma que brotaba de su cabeza.

-          ¿qué ha pasado, Sami? – le pregunté preocupado mientras pasábamos adentro

-          La he cagado, Marcos, la he cagado – contestó sollozando

Entré detrás de ella y pude contemplar su maravilloso trasero embutido en aquellos diminutos pantalones, carnoso, abundante y bien erguido invitaba a dejar volar la imaginación.

-          Perdóname por presentarme así, a estas horas – me dijo – Siempre te estoy metiendo en problemas

-          No te preocupes, Sami, para eso estamos los amigos – no pude más que decirle. Para mí era una bendición tener a mi musa en casa, daba igual el día o la hora.

-          ¿Puedo darme una ducha? – me preguntó como avergonzada – realmente lo necesito

-          Claro, claro, pasa al baño. Dúchate y tranquilízate. Luego ya me cuentas.

-          Gracias, Marcos. Nunca podré agradecerte todo lo que haces por mí – dijo la nena mientras entraba en el baño

-          No es nada – contesté con modestia indicándole donde estaban las toallas.

Pero en realidad si lo era. Conocí a Sami siendo unos adolescentes, en el instituto. Nos tocó compartir mesa durante 3 años seguidos y allí hicimos una amistad que duraba hasta entonces. Yo era un tipo vulgar, con pinta de buena persona, que nunca podría aspirar a una mujer como Sami pero por algún motivo ella tenía una confianza ciega en mí. Me convertí en su confidente, quizás en su único amigo ya que, aunque vivía locamente enamorado de ella, ni siquiera me planteaba la posibilidad de proponerle nada a una diosa como ella, pero hacía todo lo posible por pasar tiempo a su lado, con eso me era suficiente. Y, como digo, ella no tenía más amigos, no podía tenerlos ya que el resto de hombres solo se acercaban a ella con intenciones indecentes y las mujeres la odiaban secretamente ya que a su lado, cualquier otra parecía una mendiga y eso casi ninguna podía soportarlo. Y es que Sami, desde su más tierna adolescencia ya era una diosa de curvas imposibles, de sonrisa cautivadora, de mirada irresistible y sin querer provocaba la locura entre cuantos hombres la conocían. A su escultural belleza sumaba una personalidad agradable aunque demasiado ingenua. No era consciente de su belleza ni de las pasiones y envidias que desataba y se fiaba de casi todo el mundo lo cual la trajo no pocos disgustos. Yo permanecía a su lado, apoyándola en los malos momentos, en los desengaños que se iba llevando y sobre todo, cuando su vida cambió a los 21 años, sus padres murieron en accidente de coche y ella se quedó sola y desamparada. No logró recuperarse del todo de aquello y desde entonces empezó a frecuentar malas compañías y meterse en líos. Habían sido muchas las veces que me había pedido ayuda, en la que había acudido a mí para pedirme dinero prestado que nunca me devolvía, para avalarla en algún alquiler o para llorar en mi hombro y, para que negarlo, yo siempre estaba encantado de ayudarla. Durante los últimos años había tenido varios novios, todos ellos tipejos poco recomendables que no pegaban con ella, con su carácter amable y bondadoso, la trataban mal, se aprovechaban de ella y la dejaban tirada en cualquier circunstancia, pero el peor sin duda era el último, un tal Rulo, tipejo despreciable que se dedicaba al trapicheo de drogas y era consumidor. Trataba a la morena como a una mierda y alguna vez incluso le había pegado. Yo había tratado de convencerla varias veces de que dejase a aquel macarra pero era inútil ya que Sami sentía una atracción irresistible por el sujeto, era como si cuanto peor la tratase más lo desease, algo que yo no podía entender y estaba seguro que aquella aparición en mi casa se debía a algún chanchullo de aquel tipejo.

Me puse a ver la televisión ansioso, esperando que Sami saliese del baño. El solo hecho de saber que estaba duchándose allí, en mi bañera, completamente desnuda, hacía que me excitase pero traté de mantener la cabeza fría. Cuando salió del baño envuelta en una toalla se veía preciosa y yo me dirigí a ella.

-          Ponte alguna camiseta de deporte y pantalones de los que tengo en el segundo y tercer cajón, lo que quieras y puedes quedarte en mi habitación, ahora cambio las sábanas – le dije algo nervioso

-          No, no te preocupes, no creo que pueda dormir. Voy a cambiarme.

Sami entró en mi habitación y salió al momento ataviada con mi ropa, con su larga melena aún mojada y caminando con su habitual sensualidad. Se veía muy sexy incluso con aquellos trapos que había escogido, una camiseta de baloncesto y un pantalón corto de deporte. La camiseta apenas podía contener sus espectaculares tetas que se comprimían formando un morboso canalillo, ya que yo soy muy delgado y poco más alto que Sami, y sus pezones se marcaban perfectamente bajo la tela debido a que no se había puesto el sujetador. El pantalón elástico le daba un toque informal pero gracioso y mostraban sus deliciosas piernas. Me preguntaba si se habría puesto algo debajo pero traté de no dejar volar la imaginación y centrarme en lo que la nena me contaba aunque era harto complicado ya que cada vez que movía los brazos sus pechos bailaban y parecía que se iban a salir de la camiseta y mi vista se perdía con ellos, no podía evitarlo.

Sami sabía que yo vivía loco por ella y lo aceptaba con naturalidad incluso dándome pequeños regalos, como una vez que estando de ruta junto a un río vio un pozo precioso para bañarse y se desnudó por completo para meterse ante mi mirada atónita. Y no contenta con mostrarme su espectacular cuerpo al desnudo, sus perfectos pechos, su peludo coño, me dijo que me metiese con ella. Yo no pude negarme aunque no me quité los calzoncillos y una vez dentro me abrazó por la espalda pegando sus increíbles senos contra mi espalda y haciendo que me viniese una erección descomunal.

Yo sabía que ella me daba ese tipo de recompensas por mi fidelidad, era su forma de decir gracias, algún beso en los labios, alguna noche de acampada que se metía en mi saco y dormía pegada a mí y ese tipo de cosas que nunca se me olvidarían pero yo sabía que nunca podría estar con alguien como yo.

-          Bueno, cuéntame que ha pasado – la espeté ansioso por saber lo que pasaba

-          No sé ni por dónde empezar – dijo la nena recostándose en el sofá y dejando sus montañas de carne resaltando de su figura – aunque creo que te puedes imaginar por dónde van los tiros

-          ¿Rulo? – le pregunté – otra de sus movidas imagino. ¿Cuánta pasta ha perdido ahora?

-          Esta vez es peor. Se metió hace unos meses en un negocio con unos mafiosos y no sé qué ha pasado, no me lo quiere contar, pero les debe pasta y esta noche vinieron a casa a buscarle. Tuvimos suerte de que no nos pillaron dentro, yo había salido a sacar la basura y me crucé con ellos por las escaleras cuando regresaba, vi que salían de nuestro piso y seguí hacia arriba muerta del susto. Fui a avisar a Rulo que andaba en un bar pero he pasado mucho miedo. Tenían muy malas pintas, de traficantes – dijo la morena intentando aguantar las lágrimas – si le cogen no se que le van a hacer

-          Y ¿dónde está él? – pregunté

-          Está escondido en una especie de refugio hasta que pase el temporal. Me dijo que me buscase la vida y que no volviese por el piso – continuó la nena ya con lágrimas en los ojos – no he podido coger nada, tengo todas mis cosas dentro del piso, ni dinero, ni mis tarjetas ni el móvil ni nada, me vine corriendo.

-          Bueno, eso es lo de menos. Lo importante es que estás bien. Te puedes quedar el tiempo que quieras.

-          Gracias, Marcos. No sé qué haría sin ti – me dijo mientras me abrazaba y yo sentía sus pechos contra el mío

-          Tienes que alejarte de ese tío. Solo te mete en problemas y vas a acabar mal si sigues con él y además él no te quiere, solo se aprovecha de ti.

-          Si, lo sé – asintió apenada la morena aunque en su expresión no se veía arrepentimiento

-          Bueno, ve a mi cama que yo duermo en el sofá. Intenta descansar algo – le dije

La acompañé hasta el cuarto y me despedí con un beso en la mejilla. Me tumbé en el sofá y traté de dormirme pero el hecho de tener a Sami tan cerca me tenía alterado. Cuando trataba de evadirme oí su voz.

-          Marcos – susurró Sami pero pude oírla porque mi piso es tan pequeño que apenas nos separaban 5 metros – estás despierto

-          Si - contesté – me está costando dormir

-          ¿Puedes venir un momento?

Ni siquiera llegué a contestar, me levanté y caminé descalzo, con solo los calzoncillos puestos hasta la puerta de mi cuarto que estaba entreabierta. Entraba algo de claridad por la ventaba y podía ver su silueta medio incorporada en la cama solo cubierta por una sábana que dibujaba las montañas de sus pechos a la perfección

-          ¿Qué te pasa?

-          ¿Podrías dormir conmigo? – preguntó la morena dejándome de piedra

-          Eh, la cama es pequeña y no sé si estarías cómoda – dije dubitativo

-          No me importa, necesito que me abraces

Yo no contesté y solo me acerqué despacio y me metí con cautela a su lado sintiendo nuevamente su aroma y también su calor.

-          Nunca te he dado las gracias por todo lo que has hecho por mi desde que nos conocemos – me dijo con ternura – siempre has estado a mi lado cuando te he necesitado

-          Sabes que te quiero mucho y siempre te voy a ayudar – solo pude decir

Sami no dijo nada más solo se sentó a horcajadas sobre mi y comenzó a besarme. Yo inmediatamente tuve una erección descomunal al sentir su lengua en mi boca, sus pechos cayendo pesados sobre el mío. Después de unos minutos con nuestras lenguas entrelazadas en los que no me atreví a decir nada fue ella quien tomó la iniciativa. Comenzó a besarme el pecho, luego el ombligo, no podía creer lo que estaba a punto de pasar pero pasó. Sami me bajó los bóxers y agarró mi pene que estaba a punto de explotar y tras masturbarme un momento se lo llevó a la boca para darme un placer infinito. En ese momento solo pensaba en no correrme. Traté de evocar todos los recuerdos antieróticos de mi vida pero el placer era demasiado grande. Sami se tragaba por completo toda mi polla y me acariciaba las pelotas, con dedicación, con dulzura. Era demasiado pero por suerte justo antes de que eyaculase paró y se incorporó para quitarse la camiseta de tirantes y liberar aquellas dos inmensas bolas de carne, tan redondas y perfectas que no parecían reales. Después se reclinó sobre mí dejándolas al alcance de mi boca para que mamase de ellas a mi antojo. A continuación se sacó el pantalón de deporte y se montó sobre mi pene para comenzar a cabalgarme de forma salvaje. Yo seguía esforzándome por no correrme pero el roce de su húmedo coño con mi polla arriba y abajo estaba siendo demasiado, aquello no duraría mucho y menos cuando la nena comenzó a hablarme.

-          Me encanta tu polla, Marcos

-          Ahhh, gracias

-          Esta noche soy tuya. Puedes hacerme lo que quieras

Yo no pude contenerme y me corrí inmediatamente dentro de su coño, creo que en la mayor eyaculación de mi vida, pero estaba tan excitado que seguí bombeándola sin parar. Follamos en todas las posiciones que se me ocurrieron y me corrí hasta cuatro veces antes de que amaneciese. Sami me permitió cumplir algunas de mis más oscuras fantasías como meter mi polla entre sus tetas y correrme sobre ellas, eyacular en su boca o follarla a cuatro patas, como una perrita pero el climax llegó al final. Yo estaba desatado pasando los mejores momentos de mi vida pero no me atrevía a pedirle que me dejase metérsela en el culo a pesar de que me había dicho que podía hacerle lo que quisiera. Estaba a cuatro patas, montado sobre ella y de cuando en cuando sacaba la polla para darme un descanso y aguantar más. En uno de esos descansos comencé a pasar mi glande por su rosado orificio trasero, sin atreverme a más. Sami giró su cabeza y me miró con cara de vicio, sonriendo y acto seguido agarró mi dura polla y comenzó a enterrársela en su delicioso ano. Yo no podía creerme lo que estaba sucediendo pero me limité a disfrutar de aquel cálido agujero que iba engullendo mi pene con facilidad. Era ella quien movía sus nalgas atrás y adelante haciendo que mi verga entrase y saliese de su culo y provocándome un placer infinito. A pesar de que ya me había corrido tres veces notaba como me llegaba otro orgasmo ya que Sami comenzó a gemir como una loca y eso unido al roce de la carne de su delicioso ano era demasiado. No pude aguantarme más y después de un par de minutos comencé a empujar con todas mis fuerzas dando tremendos golpes de mi pubis contra sus nalgas que sonaban maravillosos en aquella habitación intercalados con los gemidos de Sami, hasta que me vacié entre alaridos con abundantes descargas en el fondo de su intestino. Me pareció notar que Sami también tenía un pequeño orgasmo pero no podría asegurarlo. El caso es que aquel fue el mejor momento de mi vida y probablemente el que me llevó a cometer el error que cometí después.