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Los calzones de Sara

en Hetero: Infidelidad

Estábamos en la cama, Doña Sara y su servidor.

—Vamos, Sarita voltéate…

—Ay no, otro poquito porque así estoy sintiendo rico.

Sarita mi vecina tenía varias semanas coqueteándome pero al vivir tan cerca de mi casa por ende conocía a Lupe mi mujer por lo que tenía que ser cuidadoso si quería echármela al plato. En honor a la verdad Doña Sara era de muy buen ver y con sus treinta y pico de años conservaba un cuerpo muy bonito. No tenía un cuerpo de Zumba ni de Pilates sino de esos que se forman con los putazos de la vida, el subir y bajar por las calles empinadas donde nos tocó vivir le habían formado unas piernas firmes y torneadas además que su trabajo en la panadería donde amasaba de martes a domingo le ayudaban a mantener unos pechos sugerentes y apetitosos.

Como buena colonia popular los secretos de todos son conocidos por todos, menos por los interesados en primera persona como era el caso de Sara, “accesible” para sus amigos más cercanos y de vez en cuando de algún tercero siempre y cuando le llenara el ojo. Eso lo sabíamos todos, menos Juan su esposo.

Por eso, una vez que eras favorecido con sus encantos no tenías una segunda oportunidad; si la perdías jamás se repetiría, aun a costa de saber que Juan no sólo era celoso, era celoso y matón.

Lupe y yo vivíamos en la casa de hasta arriba de la calle y a un par de cuadras abajo Doña Sara y Don Juan, encontrarme con Sarita era frecuente ya que en el camino de llegada del trabajo constantemente coincidíamos en el transporte público.

—Hola Isma, ¿Cómo te fue?

—Bien Doña Sara, ¿Y a usted?

—Ay Isma, no me digas Doña ni me hables de “Usted” que aún soy joven y somos casi de la misma edad. A poco yo a usted le digo Don Ismael.

—Está bien, Sara… Sarita.

—Ándale, así está mejor.

Cómo me gustaba encontrarme con Sarita y más aún, cómo me gustaba verla caminar… El “tumbao” de ese trasero era hipnótico al andar. Poco a poco nuestros encuentros dejaron de ser casuales para volverse planeados y las pláticas banales pasaron a ser de interés.

Del clima pasamos a hablar de lo que nos gustaba, de las buenas noches al “hola cómo estás” con besito en la mejilla. Comenzamos con roces fugaces y continuamos con tocamientos directos de pierna, de mano. Hasta que una noche al llegar aprovechamos lo oscuro de la calle y nos besamos.

Como no hay beso que valga, sin agarrada de nalga, ahí estaba yo comiéndome a besos a mi vecina mientras le sobaba el culo por encima de la ropa.

—Entonces qué Sarita… ¿Cuándo nos echamos un brinquito?

—¡Ay Isma! ¡Mmmm! Sí, sí quiero. El domingo.

—¿Cuál domingo? ¿Este domingo?

—Sí.

La suerte estaba a nuestro favor, los dos descansábamos los lunes, Don Juan Saldría de viaje desde el domingo y regresaría hasta el miércoles. Mi mujer no salía para nada los fines de semana y yo podría decir una pequeña mentira que me permitiría quedarme toda la noche y parte de lunes entre las piernas de Doña Sara.

Ese domingo acordamos que para estar seguros y no hubiera moros en la costa me esperaría un rato en la esquina antes de ir a su casa. Justo a las diez de la noche le echaría un chiflido y si todo estaba bien me aventaría sus llaves por la ventana de su recamara.

Llegada la hora, puntual silbé bajo su ventana y envueltas en un trapo las llaves de su casa cayeron en mis manos. Al desenvolverlas me lleve una sorpresa, no era un trapo en lo que las envolvió eran sus calzones. Me los lleve a la nariz y aspire profundamente. El olor a hembra me excito y mi verga se paró en el acto, me faje sus panty a la cintura y subí al encuentro de mi nuevo amor.

Llegue hasta su cuarto. Sara se veía radiante; y desnuda sobre la cama me esperaba, lo único que cubría su cuerpo era una sábana blanca.

—Cierra la puerta y pasa. ¡Ven papito!

Asegure la puerta, me acerque a la orilla de la cama y mis prendas cayeron una a una al pie del colchón. Ahí estaba yo, encuerado y a punto de cogerme a Doña Sarita.

—Ahora sí putita, vas a saber lo que es bueno.

—A ver si es cierto, a ver si como roncas duermes.

Camine hacía la cabecera de la cama, agite un poco el rabo y Sara entendió lo que necesitaba. Abrió su boca y empezó a mamarme la tranca. Con una mano la tome por el cabello para dirigir el ritmo, mientras con la otra le acariciaba las tetas que se mecían al compás del oral.

—¡¡Ohh!! Así Sarita, así.

—Mmmmm, qué rica verga tienes Isma.

Que buena se veía mi vecina allí acostada mamando, su vulva estaba rosa e hinchada, decorada con una mata de bello recortada en forma de triángulo. Se veía que Sarita se cuidaba el coño y la verdad se le veía muy bonito.

—¡¡Ven, ahora tú!!

De manera abrupta terminó con la mamada que me estaba haciendo y con un pequeño tirón de mano me indicó el camino hacía su clítoris. Un poco molesto me coloqué entre sus piernas y comencé el cunnilingus, al principio un poco con coraje porque no me dejó disfrutar más de su boca en mi rabo, pero el sabor y el olor de su cuca me estaban gustando, así que mame con gusto esa concha jugosa.

De tanto estarle comiendo el coño mi palo se empezó a poner más tieso, necesitaba cogerme a esta mujer a la de ya. Esas nalgas que me excitaban quería verlas empinadas frente de mí, así que le suplique.

—Te quiero coger putita…

—Yo también quiero que me la metas.

—Vamos Sarita, voltéate…

—Ay no, otro poquito porque así estoy sintiendo rico.

—Ya no aguanto, mira cómo me tienes.

—Ay papito que dura se ve… mmmm, ven.

Se puso en cuatro sobre el lecho y con sus manos se sujetó fuerte a la cabecera. Atrás de ella hincado y sobándome el palo, me escupía sobre el pito para dejarlo resbaloso y brilloso.

Con la mano izquierda le daba pequeñas nalgadas y sus glúteos temblaban con cada golpe. Sarita respiraba fuerte y contoneaba el culo como buscando pelea. Cada azote de mano era correspondido con un gemido o un jadeo…

—¡Métemela cabrón!

Con la cabeza del glande le apuntaba al coño, la giraba para separarle los labios y se la metía hasta la corona, hasta que no aguante más y se la metí hasta los huevos de un golpe.

Ella grito fuertemente al sentir la penetración, ya con Doña Sara empalada comencé las embestidas. Mi vientre chocaba contra sus nalgas y la carne de su trasero se sacudía en cada estocada. Ella jadeaba y gemía mientras la cogía, nuestras respiraciones se aceleraban conforme pasaban los minutos.

El sonido de sus jadeos combinados con mis gemidos más el golpeteo de la cama con el rechinido del colchón enmudecían los demás ruidos así que mientras cogíamos de lo lindo no nos percatamos que Don Juan regresó de imprevisto y no sólo estaba dentro de la casa, sino que estaba afuera del cuarto escuchando los lamentos de su esposa.

—¡¡Ábreme la puerta, hija de tu re puta madre!!

—¡¡Ya valiste, madre Sara!!

—¡¡Y tú!! ¡¡Maldito perro desgraciado, te voy a matar!!

Los gritos de Juan al golpear la puerta fueron suficientes para que sintiera un escalofrío recorrer mi cuerpo. Como alma que lleva el Diablo medio me vestí mientras Sara gritaba de miedo…

—Por la ventana, salta por la ventana…

—¡¡No mames pendeja!! ¡Está bien alto!

Más tardé en ponerme el pantalón, que en lo que llegue a la cornisa del balcón. Tenía la camisa abierta y los zapatos en la mano cuando escuche la puerta de la recamara abrirse de golpe.

—¡Ahí estás puta!

—Y ahí estás mal nacido… Muere hijo de puta.

Sabía que Don Juan presumía andar armado pero no lo creí hasta que la puerta se rompió y me arrojé desde el balcón al suelo, imagino que lo único que vio fue a su mujer llorando en la cama y a mí huyendo por su ventana. Escuche un disparo pero de menso volteaba.

Más rápido que aprisa pegue la carrera calle arriba mientras escuchaba a la distancia a Don Juan maldecir y golpear a Doña Sara, nunca antes corrí como lo hice esa noche. Por Dios, vaya que sí corrí.

Ya en la entrada de mi casa me acomodé la camisa, los zapatos y sorprendí a mi Lupe. La llene de besos y la abracé.

—Amor, mi amor… Al final ya no me quede a trabajar y mejor me vine a casa a los brazos de mi amada. O sea tú mi amor.

—Qué bien mi amor, que alegría. Pensé que me quedaría solita esta noche. Ven que te doy de cenar.

Mientras mi Lupe me preparaba la mesa para la cena pensé en lo afortunado que era, tenía una buena mujer, me quería, me atendía y me era fiel, no se merecía que le anduviera haciendo esas traiciones.

Además se miraba más buena, no sé si era porque me cortaron la inspiración a medio palo pero se veía deliciosa en ese short cortito. Con la bata de dormir semi abierta se le escapaban traviesos los bordes de sus senos carnosos.

—Oye Isma, ¿Por qué te ves agitado?

—Eh emm… Sí amor, es que corrí un poco. En el baldío de abajo me salieron unos perros callejeros que intentaron morderme y tuve que pegar la carrera.

—Con razón, hasta sudado te ves.

La cena transcurrió normal entre comillas ya que antes de terminar de comer para agradecer a mi mujer la acerque a mí, le sobe sus nalgas mientras la besaba y le decía lo hermosa que estaba esa noche.

—Ay corazón, me alborotas. Nada más no toque la mercancía si no la va a comprar. Ahora me cumples, papacito.

—¡Por supuesto que sí chiquita! Te voy a dar hasta dejarte sorda.

No hicieron falta más palabras. Me levante para apoyarme en la mesa y gire a mi esposa para besarla y magrearle el trasero. Con ambas manos le amasaba la carne de los cachetes al tiempo que ella me arrancaba la camisa para quitármela.

—Lupita… ¿Me la mamas?

—Claro mi amor.

Lupita se hinco delante de mí, me desabrochó la hebilla del pantalón seguido del botón. Me abrió el cierre, tomó las orillas por la cintura y me los bajó para quedar delante de mi verga que levantaba como una tienda de campaña la ropa interior.

—¡¡Por el amor de Dios Ismael!! ¿¡Qué es esto!?

No y no, no sé cómo escribir esto sin que la cara de vergüenza se me caiga al suelo. A punto estaba Lupe de darme una buena mamada cuando de repente al verme sin el pantalón, la mueca de su rostro se desfiguro mientras a mí me daban convulsiones en el cuerpo, no paraba de temblar y sudaba frío. Me entró el pánico; no sabía que decir… La había cagado, y la había cagado horrible… Y es que al vestirme en medio de la confusión, termine poniéndome los calzones de Doña Sara.

La inspiración de esta historia viene del tema: Los calzones de la Dama, de Manuel Eduardo Toscano. Popularizada por el Grupo Los Cadetes de Linares, México.