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El Pacto Ha Concluido

en Amor filial

De verdad que no puede ser, la muy perra de Rosario en menos de 24 h era capaz de dejarme dos veces con la verga parada y ansiosa por la excitación.

El día nos había sorprendido, la luz del sol se coló por la ventana dándole a mi pene enhiesto un fulgor sobre la cabeza que se mantenía dura y firme a pesar de haber cogido maravillosamente la noche anterior. Eso era natural como en muchos jóvenes porque por aquellos tiempos el calendario de la sala había sido cambiado una veintena de veces desde de mi primer cumpleaños hasta esta mañana, por lo que fuerza y juventud me sobraban.

No es que me quejara, sino que minutos antes de quedarme sólo en lecho, Rosario hubo jugueteado un poco con mi falo rosando con sus labios la uretra y antes de levantarse le dio un pico advirtiéndome que haría el desayuno. Justo al salir por la puerta me lanzo un beso, me guiño un ojo y me aviso:

—¡Ah! E Isma, en serio tenemos que hablar eh.

Sabía que teníamos que hablar, pero aún sentía en la piel y en los labios el calor de su cuerpo, su sabor… Su aroma.

Sabía de lo que querría hablar, digamos que no era “natural” lo que había pasado en la noche.

Para empezar y no en ese orden de importancia, primero teníamos que tomar en cuenta que si ella había cambiado más de veinte veces el calendario por mis onomásticos Rosario lo había hecho antes otras veintitantas veces más… Sí, casi me doblaba la edad.

Segundo y lo menos relevante tal vez… Era mi madre.

Podía escucharla cantar mientras preparaba el desayuno. Me imaginaba ese cuerpo de pechos grandes con caderas anchas como un tololoche sostenido por unas piernas largas danzando al compás de su melodía.

—Y qué — pensé, no importa que sea mi madre, esos miedos y tabúes fueron rotos al momento de cruzar la puerta de su cuarto. Así fue como llegamos hasta este punto, cómo la media borrachera que traía del día anterior me hizo buscar el refugio de los brazos maternos como un consuelo para mi depresión por mi matrimonio juvenil y efímero.

Desde que volví a casa no tenía habitación ya que ésta se había convertido en un cuarto de costura y de trabajo para Rosario, además por las noches y en especial los fines de semana teníamos una especie de pacto no escrito para no invadir su espacio una vez colocado el seguro de la puerta.

Pero ese pacto fue roto al caer la noche del fin de semana reciente, mi llanto y su consuelo se convirtieron en caricias prohibidas, besos temerosos y aunque hubo dudas, éstas fueron rebasadas al cruzar el umbral de la puerta de su recamara e hicimos el amor.

Hicimos el amor como cualquier pareja tradicional sin importar el lazo sanguíneo que nos unía, pero; aunque era mi madre y la conocía de toda la vida, su lado de mujer sexualmente activa era nuevo para mí, a penas la estaba conociendo y me gustaba esa faceta nueva que estaba descubriendo. Era una Cougar.

La condenada no sólo me provocaba. Anoche no le basto con calentarme y engañarme al hacerme creer que no cogeríamos después de esas caricias libidinosas dejándome hincado en la sala con la verga dura y doliéndome los huevos, no. Sino que justo hace unos instantes me hizo creer que me la mamaría y la muy puta se levantó a preparar el almuerzo y me dejó ahí, con el palo apuntando al techo.

—Ah no. Pensé. Eso sí que no.

Esa mujer me la tenía que mamar; así que me levante para ir a tras de ella.

La encontré enfrente de la estufa contoneando el cuerpo al ritmo del tarareo que entonaba entusiasmadamente. —Pero en qué momento se puso esa bata. Pensé para mis adentros.

Se miraba hermosa, el trasero turgente le levantaba la orilla de la prenda asomando los pliegues que se forman en la separación de los muslos con los cachetes de las nalgas. El zigzag del meneo me hipnotizo de izquierda a derecha.

Me quede parado y desnudo en el umbral de la puerta de la cocina admirando su cuerpo maduro. Mi pene endurecido por la sangre y los huevos recargados de lefa me obnubilaban las ideas. Ella quería hablar y yo me la quería coger otra vez.

Mi madre al compás de su canto preparaba el desayuno, irónicamente cocinaba un par de blanquillos mientras que yo le llevaba un par, listos para ser degustados.

Me acerque para abrazarla por la espalda e intencionalmente recargue mi verga en la parte media de su trasero. Me acople a su ritmo y contoneamos al mismo tiempo las caderas.

—Amaneciste muy contenta. Le dije mientras le daba un beso en la nuca.

—Ismael, mi amor. Respondió al tiempo que apagaba la estufa.

El desayuno estaba listo.

Alzo su brazo izquierdo hacia atrás buscando mi cuello e inclinó su cabeza hacía tras para recargarse en mí. Lanzó un pequeño “aaah” suavecito, muy tierno.

Continuó la caricia por mi cabello y giro para quedar frente mío. Nos besamos, nuestras bocas seguían los movimientos de nuestros rostros de un lado a otro avivando el deseo y nuestras lenguas se encontraron en su interior convirtiéndolo en un ósculo húmedo y carnoso. Sus dientes en cada suspiro me daban pequeños tirones a mi labio inferior.

Mis manos tomaron la ruta al sur y magrearon el contorno de sus nalgas, le jalé la prenda hacia arriba y agarré la piel desnuda de sus carnes. Una mano en cada una de sus pompas.

Su respiración se hizo rápida, y gimió despacio. —Mmmm.

—Te amo mamá.

—Yo también corazón hermoso. Pero tenemos que hablar.

Se puso ligeramente seria y pausamos por un momento los besos y las caricias.

—Mira Isma, solo quiero ser clara. A estas alturas no vamos hablar de tabúes ni nada por el estilo. Soy una mujer adulta y si había que decir algo fue anoche, no ahora.

Continúo…

—Cada cosa por su nombre, el sexo es sexo. Y el sexo entre nosotros tiene el suyo y es incesto. El incesto es privado y eso se queda dentro de esta casa. De acuerdo. ¡¡¿¿De acuerdo??!!

—De acuerdo.

No hizo falta hablar más, apreté el abrazo y volví a besarla, detrás de mi estaba la silla de la cocina así que comencé a dar pasitos para tras jalándola conmigo.

Cuando sentí la orilla del asiento en la parte posterior de mis rodillas metí mis manos por entre sus hombros empujando su bata, haciendo que cayera al suelo. Subí mi mano derecha hasta su nuca, entrelace mis dedos en su cabello y con suavidad y firmeza al mismo tiempo, tire de ella hacía abajo. La hinque, mi miembro viril apunto directamente a su cara.

—Te tengo putita. Medite fugazmente en lo que paso en la mañana y una sonrisa bribona de triunfo se formó en mi cara.

En esa posición tenía una mirada privilegiada de Rosario sumisa a mis pies, su bello rostro a centímetros de mi palo erguido me ofrecía su boca abierta en forma de O, sus labios carnosos se abrieron para permitir el paso de mi glande y lo introdujo hasta la base de mi pene.

Fueron unos segundos lo que tardo en engullirse mi verga en el interior de su boca, pero puedo describirlos lentamente ya que ese momento sucedió como en cámara lenta para mis ojos.

Mamá cerró los ojos, su boca se entreabrió y antes de metérsela alcance a ver como la punta de su lengua recorrió su labio superior relamiéndose por su comisura. Apoyó el borde de sus labios sobre el grande los cuales al recargarse sobre la cabeza y recorrer el camino hacia delante los hizo ver como unos bembos gruesos abriéndose y devorando lentamente el cipote rosado.

Mientras recorría el camino que trazaba la vena gruesa de mi tronco hasta mi vientre, al mismo tiempo con la lengua hacía presión.

Inicio por el frenillo, como empujando hacia arriba para intentar unirla con su paladar a la vez que avanzaba por el puente de carne en el que se había convertido mi musculo sin hueso. Pero como mi verga estaba en medio de esa tarea aquello era imposible, así que ejercía una presión sobre mi miembro que al combinar con las papilas de su lengua me provocaba punzadas de placer, indicándole a mis testículos que tuvieran listo el semen para eyacular.

—¡¡¡Aahh!!! ¡¡¡Sí!!! Exclame.

Cuando mi polla penetro en su totalidad un placer carnal y mental se apoderaron de mí. Los poros de mi dermis se erizaron cuando continúo con la mamada pero ahora tiraba del palo hacía fuera.

Sus labios intentaban cerrarse con mi virilidad entre ellos apretándome tan fuerte que sentía como fluía la sangre hacía la punta de mi pieza. Conforme se hacía para atrás, cada pedazo de piel que se iba descubriendo quedaba barnizado de su saliva haciéndolo brillar. Para cuando su boca soltó la primera mamada, un hilo de baba creo una especie de lazo líquido que colgaba en forma de U desde mi bálano hasta sus dientes.

El oral había comenzado. Con ambas manos tome la parte trasera de su cabeza entrelazando mis dedos con su cabellera, mi pelvis inicio la danza coital contra su rostro acoplándose al ritmo que ella imponía. Adelante, atrás.

El silencio en la cocina se rompió con sus gemidos y mis bufidos.

—¡¡¡Mmmggg!!!

—¡¡¡Aaahhgg!!!

La velocidad iba en aumento, su boca hacia sonidos de chapoteo al mamar. Una gota de sudor escurría de mi frente y mis dedos se cerraban jalando sutilmente su cabello. En cada tirón de cabello que le daba, abría los ojos y buscaba mi mirada como retándome a darle más duro, el ancho de su boca se tensaba con el grosor de mi tronco al tiempo que con los puños le formaba una cola de caballo a modo de peinado improvisado.

El frenillo de mi chorra se tensaba al máximo cuando la mamada era profunda y al voltear hacia abajo miraba como la piel de mi pito se recorría en la misma dirección que el vaivén de sus labios.

Mi picha no aguantaba más, sentía que se ponía cada vez más dura y caliente…

—Estoy a punto mamá. Ahh por Dios…

—¡¡No Cabrón!! No, en mi boca no.

Separo su boca de mi verga aunque se mantuvo hincada frente a mí. Tomó apresuradamente aire y en lugar de mamarme siguió estimulándome pero con una masturbación lenta. Yo estaba atónito con el pecho rojo, caliente y además bufando entre el placer y el coraje.

—No mames, no mames. No seas cabrona.

Sus pechos acompañaban el ritmo de su respiración mientras al tiempo me respondió con la voz agitada y cachonda.

—No Isma, yo decido cuando… ¿Ya te quieres venir?

Esa frase acompaño a su mano acelerando la velocidad. Mis huevos estaban en la frontera de entre eyacular o no. De seguirme jalando así, mi esperma saldría expulsado al aire y no quería eso. Anoche se los eche adentro, ahora mi hombría me dictaba que se los tenía que tragar. No se los iba a echar en la cara o en el cabello, no. Mucho menos en el piso, tenía ver que se los comiera.

Ya habría tiempo para coger después, ella lo había dicho el incesto se quedaría dentro de esta casa. El nuevo acuerdo quedó definido.

Sabía que llegaría el momento para sentármela encima y sujetarla de sus nalgas con mi estaca atravesándola. Me la imaginaba apoyada en la mesa, en la sala o en el baño empañando el espejo con su aliento mientras le doy por detrás. La veía empinada en la cama rebotándole las carnes, haciéndole ondas mientras mi vientre le chocaría con la penetración. Sus gritos serían los únicos que escaparían por la ventana de su recamara como negándose a guardar el secreto del coito prohibido.

Pero ahora…

—Ay no seas perra… Por favor, sigue mamando. Por favor.

—¿Ahora soy una perra? Respondió disminuyendo la velocidad.

—Perdón, mami… Mamita linda. Suplique.

—Ese es mi muchacho.

Me empujo suavemente y quede sentado en la silla. Su mano volvió al ritmo correcto de arriba abajo. El calor volvió y el cosquilleo alertaba la salida de mi leche retenida en los huevos.

Se inclinó hacia mí y engulló por completo mi rabo erguido, así que aproveche la posición para sujetarla fuerte por su nuca.

—No, putita. Ahora no te quitas.

—¡¡Ni quiero que… ghlllrssmmmm!!! Fue lo que alcanzó a musitar.

Tomada por el cuello como la tenía le empuje las caderas hacia arriba con fuerza y empecé a embestirla fuertemente consumando una follada bucal. No tuve piedad, la penetraba de forma salvaje, la saliva emanaba por la orilla de sus labios y por sus mejillas resbalaban pequeñas lágrimas.

Mis bolas golpeteaban el asiento haciendo un ruido seco al chocar contra la madera imitando el sonido del chapaleo que salía de su boca. La eyaculación era inminente, la descarga de placer recorrió mis extremidades hasta el centro de mi cintura haciéndome estirar un pie e impulsar con más fuerza hacía arriba mi vientre obligando a su nariz quedar pegada mis vellos púbicos.

Cuando llego la primera micción un disparo abundante de semen se acumuló en su paladar, reservándose en la parte interna de sus mejillas. El viscoso líquido le obligo a dar el tan ansiado “gulp” que esperaba oír. Con la punta de la verga sentí la contracción de su garganta al tragar, dándome una satisfacción total.

Un par de secreciones similares siguieron a la primera donde mi madre estoica aguanto el jalón de pelo y la cabeza de mi verga en la punta de su campanilla. Increíble, no hizo ninguna arcada.

Afloje el agarre de mis manos y Rosario aprovecho para meter una mano entre mis muslos alcanzando la bolsa de mis huevos, con la yema de su índice y su pulgar apretaba el contorno de cada uno de mis dídimos prolongando la eyaculación.

Volvió a mamar despacio, repitió el movimiento de succión con sus labios al jalarme el pene pero el placer era multiplicado porque al mismo tiempo el apretón de sus dedos en mis testículos hacía que mi simiente siguiera brotando acompañando el apretón de sus labios depositándole más esperma en su lengua.

Tranquilamente se los pasaba, literalmente estaba alimentándose de mi semen a través de mi falo.

No dejo de comer hasta que mi erección fue disminuyendo. Mi respiración volvió a la normalidad poco a poco. Mis gónadas se relajaron al ritmo de sus caricias mientras con mi mano derecha le hacía cariñitos en el hombro. Dios, se veía hermosa con el rostro sudado, el cabello despeinado y respirando profundamente recuperando también el aliento.

El imán de nuestra piel hizo que al mismo tiempo buscáramos nuestras bocas y nos dimos un beso de amor. Un beso tierno y filial.

Me dio una palmada en la rodilla y se levantó. Tomo su bata, se acicalo un poco, me sirvió el desayuno y me beso en la frente.

—Ahora almuerza mi amor, mientras me voy a dar un baño.

—Sí mamá, Te amo.

—Y yo a ti.

Salió de la cocina seguida de mi mirada que desde la noche anterior cada vez que caminaba se posaba en sus posaderas lascivamente.

—¿Tienes planes para hoy? Grite antes de que se metiera al cuarto de baño.

—Voy a ir a ver tu tía y vuelvo por la tarde. ¿Por qué? ¿Necesitas algo?

—No realmente, pensé que podríamos pasar todo el día aquí juntos. Aquí… Adentro de la casa.

—Mmm.. Suena bien. Pero realmente tengo que ir, no tardo.

—Está bien. Bueno si está Cindy me la saludas.

—¡¡No!! ¡¡Por supuesto que no, Ismael!!

—Jajajaja. No pude evitar reír.

—¡¡No te rías!!

—Bueno ya, no te enojes.

—Pues no seas Cabrón.

Corrí a darle un beso antes de que realmente se enojara y la abrace.

—No tardes mami, te necesito.

—“Te necesito”. Me arremedo pero ya en un tono más suave.

—Sí, y mucho mira…

Bendita juventud. Besar a mi madre como mujer me excitaba, y mucho. Pero ya habría tiempo de hacer todo lo que pensé en la cocina. Total el nuevo pacto estaba concluido.

Rosario y yo desnudos en el baño. Gire la mirada y me encontré con su reflejo en el espejo por lo que rápidamente le propuse:

—¿Nos bañamos juntos?

El Pacto Ha Concluido