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El Pacto está cambiando

en Amor filial

—¿No vienes?

Escuche la voz de Rosario quien me llamaba desde su cuarto. Tenía poco tiempo de haber vuelto a la casa materna después de un fallido matrimonio, —¿Quién lo diría?— apenas rebasaba los 20 años y ya era un hombre separado; con la responsabilidad de una hija pequeña más la obligación de pasar pensión a la joven madre.

Rosario mi madre, había adaptado la que fue mi recamara durante muchos años en un cuarto de costura para solventar sus gastos, por lo tanto su ingreso le daba lo suficiente para ella y mis gastos los tenía que solventar yo mismo. Tengo que ser honesto la palabra responsabilidad no me describía en aquella época, por lo que cada fin de semana de quincena gastaba más de lo que ganaba y entre copas y piernas de las amigas intentaba salir de mi “depresión”.

Al no tener cama donde dormir, mi estancia se limitó al sillón de la sala y mi madre para poder descansar se encerraba en su recamara y ponía el seguro de la puerta. Era una especie de pacto no escrito en donde ella no salía de ahí y yo no la molestaba.

Ese fin de semana en particular fue el inicio del cambio en ese acuerdo. Las cosas con mi madre cambiaron en cuestión de minutos sin mencionar la combinación de eventos donde bien dice el dicho popular, el hombre es fuego, la mujer estopa… llega el Diablo y sopla.

Con poco dinero en el bolsillo y mis amigas divirtiéndose con quienes sí tenían llegue a la casa en el punto medio entre tomado y sereno buscando un poco de Brandy que me ayudara a completar la tarea de emborracharme, la semana anterior había dejado un poco escondido en el sillón y ahora no lo encontraba.

El ruido que hacía al buscar la botella fue suficiente para despertar a mi madre quien no dudo en ir a ver qué me pasaba; consolar mi llanto y reconfortarme entre sus brazos. Qué gratificante era estar en los brazos de Rosario y esa vez no quería que terminara hasta que ella decidió que era momento de irse acostar.

Por eso el escuchar que me llamaba me descoloco, minutos antes había descubierto que mi botella estaba en su cuarto, pero sabía que no me llamaba para dármela ya que me confesó que la había tirado porque no le gustaba que tomara, pero gracias a ella y al cariño recibido sinceramente no pensaba en tomar más esa noche, ella quería dormir conmigo y con el corazón palpitándome pero seguro de mí mismo me levante para irme acostar con ella. Sí, me acosté con mi madre.

Estaba nervioso, sí. No era para menos, la figura de Rosario cuando se encamino a su cuarto fue lasciva, ese contoneo de caderas le hacía temblar su trasero grande y redondo que con sus casi cincuenta años y considerando que el tiempo le ha pasado factura se veía perfecta, eso sin considerar lo que había o habíamos hecho mejor dicho. No, no había marcha atrás.

Podría contar cómo ella tuvo sus dudas en la sala, de cómo el consuelo materno se transformó en deseo. De cómo mis manos tocaron por primera vez de manera obscena las nalgas de mi madre. Sus besos, la respiración. Los jadeos.

Podría contar cómo mi verga estuvo a punto de penetrarla sentada en el sillón, de cómo sus labios mayores abrazaron el glande y cómo cuando empuje las caderas ella se levantó para dejarme ahí hincado con el pene salido del bóxer erguido y expuesto.

Podría contar todo eso, pero todo eso no se compara con lo pasó en su habitación.

Me encontraba furioso porque Rosario sólo me había calentado la sangre y ahora me había dejado allí en el suelo con mi palo apuntando a su cuerpo mientas caminaba mirando cómo se alejaba hacía su cuarto; sabía que una vez entrando allí todo habría terminado.

—¡Maldita perra! Pensé.

Sí, era de mi madre de quien hablaba, pero vamos, estuve a punto de cogerla y me dejó ahí, ¡Ahí! —Pero un momento— Ahora no cerró su cuarto y mucho menos escuche el seguro de la puerta.

—¿No vienes? Escuché.

Sentí la sonrisa apoderarse de mi cara, me levanté, me quite el bóxer y así desnudo me pose en la puerta de su cuarto. Desafiante, con el pene como piedra tan duro que podría haberle puesto un vaso con agua encima sin que la doblara.

—¿Estás seguro Isma?

—Lo estoy, y tú mamá.

—La verdad no, pero ven pasa. Titubeo.

—¡Ah! Por favor, Isma antes de nada toma…

La voz de Rosario sonaba diferente, era la voz  de mi madre, pero; el tono… Era una voz entrecortada, excitada. Me estiro su brazo con un preservativo en la mano que por la marca de inmediato vi que era de los míos, ¿en qué momento lo tomó?

Mi madre se veía hermosa, linda, sensual y sexy. Estaba desnuda en la cama con una rodilla flexionada, con sus partes íntimas cubiertas sólo por la sábana blanca alcanzándome el condón. El incesto dejaría de ser sólo una palabra y empezaría hacer una acción.

Me acerque a la orilla de la cama, tome su mano, la subí a mi boca y la bese. Quede en poder del látex. Abrí el paquete con agilidad, tome la punta y lo coloqué sobre el glande. Mí Rosario con su mano término de forrarlo y para asegurar que estuviera bien puesto me masturbo un par de veces.

El aroma a sexo se percibía en el cuarto, de pie con mi mano izquierda acaricie su pierna doblada, la palma de la mano atrevida acarició el muslo por su parte interna moviéndose de arriba hacia abajo, donde arriba era su rodilla y abajo su vulva. Mi mano valiente empezó a rozar su coño cada vez que iba hacia abajo, primero con un dedo, luego dos, tres… Hasta que posé la palma completa sobre su oquedad.

—¡Ough!

El gemido que hizo me alentó a continuar. Aupé para colocarme entre sus piernas y delicadamente se las separé con mis palmas sobre sus muslos, su vulva quedó expuesta con esos labios carnosos y la vagina abierta. Su aroma era perfume de mujer, su olor era como un imán para mi cara.

Mi boca le gano el duelo a mí nariz y se condenó a consentir su pierna. Recorrí con mis labios dando pequeños mordiscos el camino que va desde la planta del pie hacia la curva del talón, subí por la pantorrilla y me sumí con un chupete en su muslo izquierdo.

Mientras mi boca recorría su pierna, mi mano hacía el mismo trayecto por la otra, me gustaba apretar la carne y sentir la suavidad de su piel. Mi mano se detuvo al llegar hasta el calor de su sexo húmedo y comencé a masturbarla lentamente.

Sentía su pecho agitado mientras exclamaba mi nombre entre suspiros y jadeos, mi pulgar subía y bajaba por la hendidura de su raja barnizando con sus fluidos el camino hacia dentro para después hacer pequeños círculos sobre su clítoris que empezaba a responder, orgulloso, erecto y carnoso.

El aroma que desprendía su vagina se volvió irresistible, mi nariz cambio de lugares con mi mano para respirar la fragancia femenina desde la fuente que alteraba mis sentidos. Qué placer, el olor de hembra en celo era el estimulante perfecto, como si de un drogadicto se tratara aspiraba lo más que podía y me embriaga de placer.

—¡¡Ah!! ¡¡Isma!! ¡¡Ah!! Amor.

Mi lengua se abrió paso entre esos labios vaginales, donde sentía la textura y la humedad mientras con ella dibujaba el contorno de su entrepierna y cuando podía me tragaba el fluido que salía de mi madre.

Mis manos subieron por su cintura hasta sus pechos y acaricie sus pezones. Amase y le di pequeños apretones a sus senos al magrearlos. Mi madre respiraba cada vez más rápido y se agitaba. Mi cabeza se mecía entre sus piernas y me tomó del cabello para hacer presión en su botón, me apretaba, parecía que me quería ahogar. Para defenderme solté los labios de la vulva y me enfoque en succionar el clítoris como si de un chupón se tratara alternando con mi lengua para trazarle pequeñas letras N sobre ese pedacito de carne.

Mamá se dobló en espasmos, las piernas le temblaban mientras gemía muy fuerte. Podía sentir cómo estaba teniendo un orgasmo y mi ego se alimentó de sus jadeos.

Me erguí de entre sus piernas, sonriente y triunfal con la boca brillosa mientras dejaba a mi amada tomar aire. Lo mejor de todo es que estaba arrodillado con cada uno de sus muslos a mis costados.

Se veía hermosa con esa respiración entrecortada y las tetas agitadas.

Cuando le hago el sexo oral a una mujer por lo regular tengo que masturbarme al mismo tiempo para no perder la erección ya que mi atención está en mi pareja de turno, pero con Rosario fue diferente. Podría decir lo obvio, que la excitación no es la misma porque estás teniendo sexo con tu propia madre, pero hasta que lo vives es cuando puedes describirlo. Hasta que sientes en la piel su cuerpo, hasta que sientes en tus labios su calor y en tu lengua su humedad te das cuenta que no hay ninguna experiencia que se pueda comparar.

Mi verga enhiesta y amenazante se recargaba justo en la entrada de su vagina, una vez más como en la sala de la casa el glande estaba abrazado por sus labios mayores. Nuevamente sólo se trataba de empujar.

—Un segundo Isma, espera un segundo. Me dijo entre jadeos.

Bajo su mano, palpó la dureza de mi falo y me masturbó un poco. La desventaja fue que su puño me tomó de la mitad de la verga para atrás por lo que me detenía en mis embistes retrasando la penetración.

—¡Mamá! Por favor.

Mi madre con sus dedos apretó la base de mi pene y desenvolvió el condón hacía afuera. ¡Mi verga estaba libre! Rosario con una calma que me desesperaba volvió acomodar la cabeza en su entrada, se masturbo un poco con mi glande, apretó el tronco y con suavidad me jaló…

—¡Mmmm! ¡¡Aahh!!

Estaba sucediendo, ¡Me la estaba cogiendo! Sentí un temblor de nervios, pero por fin me la estaba cogiendo. Sentía cómo centímetro a centímetro mi carne dura y erguida se abría paso por ese conducto vaginal que parecía abrazar el contorno de mi falo sintiendo su relieve y su grosor. Podía sentir cada pliegue de su interior con las venas de mi tronco, cada centímetro que entraba era un hormigueo que me recorría desde la punta por dentro hasta la bolsa de los huevos.

Sé que fueron un par de segundos lo que tarde en penetrarla pero yo me sentía en el cielo eterno.

—Ven Amor, bésame.

Ya unidos por nuestros sexos, me recosté sobre ella y nos empezamos a besar. Si en algún momento hubo dudas o remordimientos todo eso quedo fuera de esa cama.

Sobre esa cama había una pareja, un hombre y una mujer cogiendo. Una madre con su hijo haciendo el amor.

Era hora de probar la resistencia de la cama. Con la verga metida hasta el fondo de su cuerpo y besándonos apasionadamente mis manos se colocaron en las dos partes de Rosario que más me habían encantado. Una amaso una de sus tetas, mientras la otra bajo por su cadera y apretó la carne de su nalga. Ese agarre me dio la oportunidad de marcar el ritmo de las embestidas y empecé a sacar y a meter el pene, no lo sacaba completo, sólo hasta la mitad y volvía a meterlo; como si de un pistón se tratara.

El espejo del buró me devolvió una imagen que marco el recuerdo para siempre. Mi cuerpo sobre el de ella, Rosario me besaba con pasión, lujuria y amor combinados, mi mano sobre una de sus tetas mientras la otra agarrada de su trasero dirigía el vaivén de sus caderas chocando contras las mías.

El bombeo a su coño al principio fue lento pero poco a poco fue adquiriendo velocidad y rudeza. Al principio se la metía despacito, pero el calor de su interior y la forma en la que me apretaba, apresuro el cosquilleo en mis testículos avisando su inevitable expulsión.

Lo romántico del momento y la sensualidad del misionero cambiaron. Dejamos de besarnos y me separe de su pecho para apoyarme sobre el colchón con ambas manos, ella por su parte se tomó con las suyas por debajo de sus muslos para mantener las piernas arriba y flexionadas eso me dio la libertad de embestirla a mejor velocidad.

Empecé a cogerla fuerte, ya no había caricias, solo se la metía y se la sacaba. La cama rechinaba al ritmo de sus gemidos acompañando mis gruñidos. El coño hacía el chapoteo de concha empapada cada que le metía el rabo. Miraba hacia abajo y la verga se miraba brillosa. Miraba hacia arriba y las tetas le temblaban. Parecía endiablado por la fuerza con la que me la estaba cogiendo hasta que mis huevos empezaron a calentarse y el palo a entiesarse aún más. Sentía el pito hirviendo y su hoyo cada vez más húmedo.

Con mueca lujuriosa, mordiendo su labio superior su mirada desafiante se clavó con la mía.

—¡Dale Cabrón!

—¡Me voy a venir! ¡Me voy a venir! ¡¡¡Puta Madre, me estoy viniendo ahh!!!

No pude más, mis testículos comenzaron hacer micción y en cada contracción mi semen fluía libre y seguro por el camino de carne que mi verga había trazado hasta el interior de su vagina. Detuve las embestidas y me dedique a disfrutar de la eyaculación donde cada que apretaba los huevos mi verga se movía y ella al sentirlo me apretaba con sus músculos internos; era como si me estuviera ordeñando y se sentía delicioso.

Nuestros sexos cumplían su misión de placer, no distinguían edad, parentesco, ni se preocupaban por si se podría preñar o no. Su vagina recibía el semen sin ningún pudor y mi verga se lo daba sin ninguna culpa.

—Dale amor, así mi amor. Tranquilo, está bien.

Y en la conciencia estábamos disfrutando, mi madre sentía cómo terminaba dentro de ella mientras me besaba y abrazaba. No quería que me quitara, o mejor dicho ninguno de los dos queríamos separarnos.

Me recosté a su lado, agitado pero contento. Puse mi mano sobre su mejilla y la bese en los labios con mucho amor.

Poco a poco mi respiración se fue calmando y mientras ella me acariciaba el cabello mientras me decía cosas lindas y lo mucho que me amaba. Fui cerrando los ojos hasta quedarme dormido.

La noche recuerdo que se sintió muy corta y la luz del sol me sorprendió antes de lo que esperado, mi bendita juventud en aquellos años comparados con los de ahora me saludaba con una erección al momento de despertar, no importaba si hubiera cogido o no y esa mañana no fue la excepción. Mi pene estaba erguido apuntando al techo.

Desnuda a mi lado mi madre me daba la espalda y seguía dormida. La abrace en forma de cuchara; le di besitos en su cuello para despertarla. Le pase el brazo por su cintura y la tomé por encima de su pancita. Mi verga se clavaba en su trasero pero aunque quisiera la posición no me permitiría penetrarla, pero seguro que sí me sentía.

—Buen día amor, dijo somnolienta.

—Buen día mamá.

Pasó su mano por detrás de su espalda y palpó mi erección.

—Ay hijo… Ya despertaste.

Ella giro haciéndome quedar boca arriba me dio un beso en la mejilla y bajo por mi cuerpo hasta quedar con su cara a la altura de mi verga hinchada.

Jugueteo con ella un poco moviéndola de un lado a otro mientras sonreía picaronamente y me dijo.

—¿Quieres desayunar?

—No me alcanzo, jajaja.

—Menso, no en serio ¿No tienes hambre?

—Un poco, no mucho mamá. Estoy bien.

—Yo sí. Yo sí tengo hambre.

Rosario se veía hermosa y ardiente con mi miembro cruzándole la cara, su boca tan cerca de mi rabo era un sueño a la vista.

—Yo sí, yo sí te alcanzo pero bueno déjame hacer el desayuno amor.

Le dio un besito a la cabeza rosada e hinchada y se levantó. Esta faceta de mamá naturalmente no la conocía pero me estaba empezando a gustar el juego. La muy cabrona me dejó una vez más con la verga parada y se fue caminando desnuda a la cocina contoneando esas caderas anchas sostenidas por esas piernas largas.

—¡Ah! E Isma, en serio tenemos que hablar eh.

Me lanzo un besito mientras me guiñaba un ojo y salió del cuarto. Me quede con la sangre circulando a mil por hora y con el palo súper duro. La muy puta me había dejado igual que la vez anterior.

—Ah no. Pensé. Eso sí que no.

Esa mujer me la tenía que mamar; así que me levante para ir a tras de ella.

—¿Con que tienes hambre, no?

En definitiva, el pacto había cambiado.