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—El Pacto—

en Amor filial

—EL PACTO—

Eran las diez de la noche cuando iba entrando a mi casa —que bueno más que casa es un departamento y ni es mía, es de Rosario—, ubicada al sureste de la ciudad de México, mejor dicho ya en el estado de México en la zona de Ecatepec.

El departamento era común a como se construyen hoy en día con sólo dos habitaciones y que parecen más casa de pájaros que de humanos. El que solía ser mi cuarto, con el intento de mi partida pasó hacer una especie de taller de costura por lo que ahora mi lugar de reposo era la sala que quedaba justo en la entrada y que en este momento me venía muy bien ya que llegaba en un estado de embriaguez intermedia, ese que da por no tomar lo suficiente para lograr el objetivo de emborracharte y en mi caso era más por la falta de dinero que de ganas. Por lo que me vi obligado a regresar a casa a tomarme el resto de una botella de brandy que había escondido justo debajo del sofá tipo loveseat.

En fin, hacia un par de meses que había vuelto a vivir con mi madre después de intentar hacer una vida independiente y formar mi nueva familia con una mujer sólo más joven que yo por tres años, la cual tenía en su vientre el fruto resultado de tener una vida sexual activa conmigo, teniendo yo apenas veinte años de edad.

Pero vamos, siendo honesto qué independencia iba a lograr si terminamos metiéndonos en la casa de sus padres como consecuencia de mi falta de trabajo estable  y con la escuela inconclusa, eso sí, teníamos cuarto independiente para ella y yo. Era una casa más grande al departamento al que estaba acostumbrado y en donde compartíamos techo con los padres de mi mujer (tal vez la ley establecería que no lo era —ni ella tenía edad para serlo—, pero la sociedad a nuestro alrededor y sus padres decían que sí, así que Yurie era mi mujer), su hermano pequeño y nosotros dos. Próximamente tres.

Realmente no puedo decir que habité esa casa, porque obligado a trabajar donde pudiera, las únicas horas que pasaba dentro de ella eran cuando la luna recorría el cielo de un lado a otro huyendo del sol que la correteaba infinitamente sin poderla alcanzar. No así yo con mi mujer, quienes aprovechando el premio de nuestra travesura teníamos un cuarto para nosotros solos y parecía que en esa casa por la noche los únicos que cogían éramos nosotros. Había mucho tiempo que aprovechar porque faltaban meses para la llegada del nuevo heredero de mi apellido, además el cuerpo de Yurie aún no se limitaba en sus movimientos por un vientre abultado; así que no me limitaba en nada. Era llegar a mi nueva cama con mi mujer donde recuerdo que por muy cansado que llegara las energías me volvían de pronto en forma de erección, era imposible no hacerlo al ver esa curva que forman las nalgas en forma de horizonte montañoso que me llamaban hipnóticamente para aventar la cobija al suelo y girar hacia arriba el cuerpo de Yuri como amoroso le decía cuando sólo me la quería coger.

Yurie gustaba de dormir con un short que dejaba ver el inicio de los cachetes de sus nalgas, recuerdo como metía mis manos por debajo y ella hacía algo que yo llamo “el puente de la aceptación”.

El puente de la aceptación no es otra cosa más que ese movimiento que hacen las damas cuando les quitas el pantalón, short o panty, es esa elevación de caderas que te permite bajar la prenda cuando están acostadas y tener para ti ante tus ojos la intimidad desnuda de la hembra que vas a poseer.

De verdad que no me limitaba, con el pene enhiesto y con Yuri dispuesta, sólo era cuestión de separarle las piernas y clavarme de una sola vez, seguro le dolía el primer empellón que le daba y seguro que la abría en dos. Era un bruto por no dejar que lubricara su vagina y cogerla de golpe, pero era muy excitante oírla gemir con mi verga entrando, abriéndose paso entre sus labios íntimos… Siempre que llegaba a esa casa estaba obscura y en silencio y no sé, tal vez era una forma de demostrarle a mi suegro cómo me cogía a su hija. Me imaginaba que rompía el silencio de la noche con el sonido del rechinido de las patas de la cama, como siguiendo el ritmo del golpeteo de la cabecera contra el muro, combinaba esos sonidos con el quejido y las frases entrecortadas de su hija, mi mujer.

—¡Ah!, ¡Así bebe!, Dame más fuerte. Oh, qué grande… No, así no, ay bruto.

Sabía también que mi suegra era de dormir ligero, sabía que ella y mi suegro dormían en el cuarto contiguo y más me encendía. De por sí Yuri tenía un cuerpo muy bonito, unas curvas generosas y sin contar que desarrolló una habilidad oral envidiable que me prendía de cero a cien en un segundo, pero además; esa calentura exacerbada y furiosa que ella me hacía sentir, había que agregarle que sentía que tenía un público mudo e impávido detrás de una pared. Que mientras menos me dijeran algo por cogerme a su hija, más los quería provocar.

Hasta que pasó…

Apenas había pasado el tiempo reglamentario que nos dio el Doctor de cuarenta días sin sexo por el alumbramiento, que esa noche estaba como un toro en celo. El concierto iba más o menos igual que otras veces, A Yuri la tenía en cuatro sobre la cama conmigo dándole desde atrás. Ella apoyaba las manos en la cabecera de la cama por lo que la mecía y hacia más ruido delo habitual.

—¡Cógeme! ¡Así! ¡Más! ¡Rómpeme!

De verdad se la creí y no pude aguantarme, bruto como era y ella indefensa con el culo apuntando hacia mí, sólo fue cuestión de cambiar la trayectoria de la verga unos centímetros para metérsela por el ano. El grito fue desgarrador…

—¡Eres un imbécil! Maldito maricón.

No sabía por qué me dijo maricón. Sí, le había roto el culo, pero; estoy seguro que eso no se lo hace su amigo el que sí es maricón.

Más tardo ella en empujarme, insultarme y golpearme que lo que tardaron sus padres en entrar al cuarto. Todo pasó muy rápido, entre insultos y empujones fui corrido por mi suegro de esa casa por machista, desobligado e irresponsable.

A la mañana siguiente a primera hora lo que hice fue salirme de esa casa para tomar rumbo a la casa de mi madre y pedirle que me diera asilo mientras pensaba…

 —Maldito infeliz, sólo te hacías pendejo mientras me escuchabas.

Y ahí estaba ahora yo, hincado buscando mi brandy que deje detrás del sofá.

—¿Ahora qué haces?

Mi madre había salido de su cuarto seguramente despertada por el ruido sigiloso que según yo, no estaba haciendo.

—Buscando mi botella de brandy Mamá.

—Ay hijo, ya no deberías tomar. ¡Vete a acostar!

—Voy, sólo un trago y ya.

—Tú no entiendes verdad de Dios. Ya me voy a acostar.

—Hasta mañana, descansa.

Mi madre, se había acostumbrado a mi ausencia desde mi partida. El que era mi cuarto era ahora un taller donde bordaba su nombre “Rosario” como marca para las creaciones que le pedían para las escuelas cercanas.

Había vuelto como un hombre, fracasado pero un hombre. Ya no era su muchacho que estudiaba y al que mantenía. Ahora tenía que trabajar y ver cómo cubrir mis gastos en ese departamento y además cubrir lo que me pidiera Yurie para los gastos del bebé.

Así que más o menos se creó una rutina que hasta cierto modo me gustaba, ella al final del día se ponía su pijama para dormir, se iba a su cuarto y se encerraba. Los fines de semana era nada más oír el seguro de su puerta y me sentía libre.

Y vaya que aprovechaba… Cuando se encerraba, era como un pacto sin firma, ella no salía de ahí ni yo entraba. Pero en ese pacto no entraban mis amigas, había vuelto como un hombre y un hombre tiene necesidades, necesidades sexuales, sí. Así que cada que podía, al saber que mi madre estaba con su puerta cerrada yo subía alguna de mis amigas que estuviera dispuesta a pasar la noche conmigo.

Pero esa noche fue diferente. Sin dinero, sin amigas y ahora sin botella.

Ahí estaba yo medio tomado, sentado mirando hacía el vació como la penumbra de la sala se iba aclarando conforme los ojos se acostumbraban a la obscuridad; pensando en lo infeliz que me sentía me puse a llorar.

De repente el pacto no escrito fue roto, escuche muy claro como el seguro de la puerta de Rosario era quitado para abrir la puerta y oír sus pasos acercándose a mí.

—Pero qué te pasa, por qué lloras como Magdalena. Tanto lloriqueo por una botella.

—No es eso, siento que no valgo nada. Ya ves lo que pasó con Yuri…

—Mira pedacito de carbón, lo que pasó con Yuri lo olvidas cada que es viernes de quincena y tus amigas están disponibles.

—Lo siento mamá.

—No pasa nada, llora pues.

Mi madre tan linda ella cubierta sólo por esa especie de bata de algodón se sentó en el sofá y me recostó sobre sus piernas y sus manos empezaron a acariciarme la espalda reconfortándome. Estuve a punto de quedarme dormido en su regazo cuando para romper el momento tan tierno entre madre e hijo empezó hacer efecto lo que había tomado anteriormente y necesitaba ir al baño a orinar.

Me levante suavemente y me disculpe con mi madre para ir hacer mis necesidades. Una vez en el baño me puse cómodo, me quite el pantalón quedando solo en bóxer, avente la camisa y quede sólo en camiseta. Cuando salí para volver a mi loveseat e irme a dormir, al caminar por el pasillo encontré la puerta del cuarto de mi madre abierta y al pasar de frente vi mi botella de brandy en su buro vacía. Rosario no estaba en él, ella se quedó dormitando en el mismo lugar que estaba cuando me levante. —Hija de su madre— pensé.

Me acerqué a donde estaba ella, la abrace pasando mis manos por detrás de su cintura para tratar de levantarla y llevarla a acostar cuando me dijo:

—No estoy dormida.

—Pensé que sí, pues te tomaste mi botella.

—Claro que no, la estaba tirando por la ventana cuando llegaste y como no me dio tiempo de tirarla deje la botella en mi buro. Ya no tomes hijo.

—Pero es que me siento mal, la extraño.

—Ay mi amor, trata de descansar sin tomar y mañana platicamos cómo podemos cambiar eso que te atormenta.

Mi madre me empezó a besar la frente y a jugar con mi cabello consolándome, yo estaba hincado de frente a ella abrazándola por la cintura. Era una posición reconfortante, apoye media cara sobre sus pechos que no son ni por siquiera unos pechos de modelo ni duros ni firmes, son así simplemente unos pechos de mamá.

La sangre cálida empezó a fluir y el corriente sanguíneo la hizo llegar hasta mi pene empezando a erguirlo de una manera que sería grosera por estar abrazando a mi mamá, pero bueno yo estaba hincado y ella así no la podía sentir. Estaba tan a gusto que no quise cambiar ni quitarme de esa posición.

A pesar de lo cálido del momento exclame con un quejido que sonó a escalofrío y Rosario en su plan protector soltó el lazo de su pijama para meterme entre sus brazos y taparme como pudiera con esa bata color rosa.

Fue un instante en lo que abrió esa bata y me cubrió con ella, que en menos de un segundo pude apreciar la dermis de mi madre cubierta solo en las partes que debía de cubrir con un sostén viejo y unas pantaletas que no sé cómo describirlas, no se comparaban en nada con las que usaba Yuri.

Pero a pesar de no ser nada sexy en lugar de apartarme e irme, solo me quite un instante para dejarme abrazar otra vez pero ahora sentía su espalda desnuda con mis manos por debajo de la bata y mi cara apoyada sobre la piel de sus senos. Pasó de ser algo reconfortante a ser algo erótico.

Y ahí estábamos, yo hincado de frente a mi madre abrazándola con las manos por debajo de su bata y ella besándome la frente, la cabeza, acariciándome el pelo. Para guiar sus besos empecé a mover la cabeza de un lado a otro, hacia arriba y hacía bajo, pero nada tonto, cada que hacia eso mis mejillas sentían la forma de sus senos, me estaba excitando y ella o estaba confundida por su papel de madre y no lo percibía, o sí lo hacía pero fingía demencia.

El movimiento de la cara empecé a acompañarlo de pequeños besos que daban sobre ese par de senos, juro que sentía en mi piel como los pezones se erguían orgullosos a pesar de sus 48 años, a pesar de ser los senos maternos seguro que aún sentían y traviesos se disponían a responder y dar la pelea a quien los estuviera magreando, aunque ese alguien fuera yo.

Escuchaba algo parecido a pequeños “no”, pero para mí eran inaudibles, sólo escuchaba una respiración agitada y entre cortada.

Mi boca se volvió descarada, mis besos insipientes pasaron a besos portentosos, vivos, deseosos. Ya no eran besos, estaba dando pequeños mordiscos a la carne que me dejaba el sostén y con mis labios intentaba recorrer la prenda y liberar al menos un pezón para mamarlo, sí tenía que mamarlo.

—¡Ah! ¡No, Ismael! No.

Ahora sí lo escuche, fue una oración cubierta de un gemido. Pero sinceramente me importó un comino y en lugar de apartarme, separe mis manos, pero no para soltar el abrazo sino para subirlas por la columna de su espalda e intentar lograr el objetivo de ayudar a mi boca a descubrir su busto y mamar como cuando era un bebé, aunque no recuerdo cómo era eso, ni era para alimentarme, era para darle un jaloncito con los dientes y después soplarle para ponerlo duro, así como estaba mi verga en ese momento.

—No, hijo. De verdad no.

La verdad sí la escuchaba pero ella no se iba ni se quitaba, así que yo no me detenía. En ese momento tenía que arrancarle ese brassiere, tenía mis manos en su espalda cuando lo sentí, su movimiento… “el puente de la aceptación”…

Mi verga brinco, no fue un engaño. Sus caderas se levantaron, así que no lo desaproveche, y así como amante de televisión mis manos bajaron de manera urgente por sus nalgas pasando por debajo de sus mulos y haciendo la fuerza precisa para que abriera sus piernas y me coloque entre ellas. Al mismo tiempo que me colocaba entre sus muslos mi boca subió de sus tetas a su cuello, ya no eran besitos ni intento de chupetones, eran besos de amante en el cuello de mi madre donde lo único que me separaba de besarla en la boca era la frontera de su barbilla.

—Ismael… Para de verdad. Te lo pido por favor, ya, ya. Tranquilo, sí.

Estaba fuera de mí, estaba entre las piernas de Rosario con el falo salido por el frente del bóxer y pensaba “me la tengo que coger, me la tengo que coger”. Mis manos volvieron por encima de sus muslos rodeando sus caderas para llegar una vez más hasta donde termina su espalda y se convierte en ese trasero grande y redondo con caderas en forma de chelo.

No necesitaba bajarme el bóxer, mi pene por sí mismo ya estaba de fuera, durísimo y apuntando al vientre de mi madre, ahora había que quitarle el calzón pero el puente de la aceptación ya había pasado aunque la excitación no, además ahí tenía a esta mujer dispuesta a coger conmigo así que sólo tenía que acercarla más a mí, hacerle a un lado el frente de la trusa y meterle centímetro a centímetro cada pedazo de carne, hasta que mis bellos se juntaran con la base de los suyos y comenzar con el tan esperado mete y saca, pero en esta ocasión no sería Yuri, no sería alguna amiga de fin semana, sería Rosario mi madre la que recibiera cada una de las embestidas.

Pensando y haciendo… Mis manos la apretaron y la sujetaron fuertemente de sus nalgas para jalarla hacía mí, al mismo tiempo a mi boca traspasó la frontera de su barbilla siguiendo el camino largo de su mejilla, avanzo por detrás de la oreja y le di un pequeño soplido al oído, esto hizo que volteara como por instinto y a medio camino de su rostro le atrape su boca con la mía.

“Sí, lo logre” —pensé.

Nos estábamos besando, mis labios lograron abrirle los suyos y esta mujer madura empezó a besarme a mí, su hijo.

—¡gmmmm! —se quejó.

Mientras la besaba mis manos no perdieron el tiempo y apretándola por el trasero la jale al mismo tiempo que empuje mi cadera hacía adelante para que mi verga encontrara su vagina a medio camino y la encontró… Pero sin haberle hecho de lado el panty, la cabeza de mi verga sólo se incrusto hasta donde la tela le cedió el paso, sólo fue la cabeza del pene la que sentí que entraba y la tela de su calzón se tensaba impidiendo que la penetrara. Tal vez si ella tuviera algún problema por los impedimentos de sus ideas o de la sociedad que le causaran algún temor, podríamos decir que aún estaba a salvo de ser cogida. Pero no por muchos segundos más.

Temerario por la acción, la parte de arriba de nuestros cuerpos aún seguía en guerra, pero; ella cedía poco a poco. Al fin mi lengua encontró el escondite de la suya y se trenzaron en una batalla de tirones húmedos.

Si hubiera podido ver nuestros cuerpos desde fuera podría describirlo mejor, ahí estábamos los dos madre e hijo, conmigo de rodillas y con mis manos acariciándole las nalgas mientras nos besábamos, ella con sus manos y brazos alrededor de mi cuello mientras inclinábamos las cabezas de un lado a otro buscando el mejor ángulo para que nuestras lenguas jugaran dentro de nuestra bocas. Mi cadera se movía de adelante hacia atrás en movimiento de penetración mientras ella seguía con su trasero las órdenes que le daban mis manos de atrás hacia adelante. Lo único que impedía que mi verga estuviera dentro de ella y por fin cogerla como se debe o mejor aún, llenarla de mi semen, era un pedazo de tela vil y delgada pero resistente como escudo defensor que impedía la consumación de este amor filial.

—¿De verdad quieres hacerlo hijo?

Escuche con la voz más erótica que haya escuchado hasta ese momento.

—Sí mamá.

Lo logré —volví a pensar. Me la voy a coger repetía en mi cabeza, mi madre soltó sus brazos de mi cuello y bajos sus manos por mi pecho, por mi vientre y siguió el sendero que le trazaba mi verga hacia su cuerpo mientras me jalaba hacía ella, el camino que le indicaba mí falo la llevó hasta ese pedazo infame de tela que no me dejaba entrar. Me separo lo suficiente para recorrer la telilla, la hizo a un lado y sola se echó para adelante. Sus labios mayores abrazaron la cabeza de mi pene y lo metió sólo hasta la cabeza…

Ella por su iniciativa empezó a besarme otra vez y pasó sus manos por atrás de mi cadera y me tomó de las nalgas, sólo faltaba que me jalara hacia ella para terminarla de coger y hacerla mía de una maldita vez.

Pero no, la muy puta en un solo movimiento puso sus manos en mi pecho, dejo de besarme y me dio un empujón, que aunque no fue muy fuerte fue lo suficiente para trastabillarme y hacerme caer para atrás.

—Ya es muy tarde hijo, me voy a mi cuarto. Te amo.

Se levantó y aunque estoy seguro que no es la primera vez que la veía semidesnuda, sí era la primera vez que la veía como una mujer que estuve a punto de coger y la veía buenísima. Esos pechos grandes sugerentes como retándome, esa silueta que se ensanchaba por la caderas sostenida por esas piernas largas en las cuales acababa de estar en medio. La vi como toda una hembra, y mejor aún, una hembra en celo.

Camino hacia su cuarto y puedo jurar que contoneaba el trasero como diciendo mira lo que no te pudiste comer muchacho del demonio. La muy perra me estaba dejando ahí a media sala con la verga de fuera y dura, nunca había creído en el dolor de huevos por no eyacular, pero esta vez sí que lo sentía. Tenía que sacarme la maldita leche y no sólo eso, una masturbada no sería suficiente, una mamada tal vez, que mamada ni que nada —que pendejada estaba pensando, sino se dejó coger menos me la va mamar.

No, no y no. Tenía que sacarme este veneno blanco, pero no sólo eso, se los tenía que meter a esa mujer, a Rosario, mi madre.

Pero ahora la muy perra se había ido caminando muy coqueta a su cuarto contoneándose y seguro se encerró… Un momento, no cerró la puerta.

—¿No vienes?....

La escuche decir, el pacto había terminado.