Se acomodó la ropa, se levantó para ir a abrir la puerta con enfado y al hacerlo se encontró con esta mujer de cabellera negra y ojos brillantes. Un par de aretes finos combinaban con el peinado de salón y un maquillaje discreto le daba vida a un rostro hermoso.
El cuerpo juvenil temblaba entre los brazos del padre, él no tenía ni idea de cómo funciona el cuerpo humano ni a qué temperatura puede dar hipotermia pero sus mismos huesos le calaban hasta el tuétano como para saber que esa situación no estaba bien. Tenía que hacer algo.
Hábilmente me giro para quedar de espaldas a él y me besaba la nuca mientras su verga enhiesta se frotaba entre mis nalgas.
Para empezar y no en ese orden de importancia, primero teníamos que tomar en cuenta que si ella había cambiado más de veinte veces el calendario por mis onomásticos Rosario lo había hecho antes otras veintitantas veces más… Sí, me doblaba la edad. Segundo y lo menos relevante tal vez… Era mi madre.
No tenía un cuerpo de Zumba ni de Pilates sino de esos que se forman con los putazos de la vida, el subir y bajar por las calles empinadas donde nos tocó vivir le habían formado unas piernas firmes y torneadas…
¿Qué me estaba pasando? estaba consciente de que mi amante no tenía pechos grandes y redondos, tampoco tenía un trasero levantado. Hasta el aroma era diferente. Pero me sentía excitado, el besar su cuello, el oírlo jadear mientras mis manos lo acariciaban me enardecían la piel…
Mamá se dobló en espasmos, las piernas le temblaban mientras gemía muy fuerte. Podía sentir cómo estaba teniendo un orgasmo y mi ego se alimentó de sus jadeos.
Mas tardo el joven aquel en golpear a mi amigo que al mismo tiempo que Lalo se tomaba el rostro por la agresión mi puño cerrado ya viajaba directo a la cara del agresor, con la puntería y fuerza necesaria para derribarlo en el suelo.
Poco a poco empezamos a cortar la tensión por la noticia y aunque no recuerdo muy bien habrán sido alrededor de las diez de la noche que la primera vigilancia llegó, era mi madre quien nos dio de cenar y nos dispuso acostar. Mi prima en su cuarto y yo en la cama de mi tía.
Una vez más mi mujer tuvo que conformarse con quedarse empinada en cuatro después haberme masturbado frenéticamente por mí mismo buscando una erección más o menos firme que me permitiera cogerme a mi esposa.
Y ahí estaba ahora yo, hincado buscando mi brandy que deje detrás del sofá. ¿Ahora qué haces? Mi madre había salido de su cuarto seguramente despertada por el ruido sigiloso que según yo, no estaba haciendo.