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Monotonía de un sexagenario (3)

en Sexo con maduros

Pasaron varios días y Anita no quería subir a dar su clase diaria con Juán, para ello fingía dolerle la tripa, de hecho, le dolía, pero no de comer chucherías, como mamá se imaginaba, le dolía la tripa porque estaba reventada de haber sido salvajemente follada por cuatro hombres que no tuvieron en cuenta sus 12 años, su pequeño cuerpo y su inexperiencia, cuatro hombres que solo buscaban saciar su sed en el cuerpo de una mujer, sabedores que por méritos propios nunca consegurián una orgía igual.

En su cama, rodeada por sus muñecas y ositos de peluche, trataba de olvidar lo ocurrido hacía ya casi una semana, aunque su vagina enrojecida le recordaba tal suceso que tantas ganas tenía de olvidar, bueno, esto y el hecho que a veces no podía evitar, que al recordar "eso" que le había dado tanto asco le picara de manera extraña hasta entonces, de modo que buscaba siempre que podía estar a solas tocándose para mitigar en parte, sin éxito, los deseos de su cuerpo, que ya no tenía nada de niña, ahora era una mujercita abierta y bien abierta y había entrado en un mundo en el que ya no cabía la marcha atrás.

Abierta de piernas tocándose, se dió cuenta que nada era como cuando se tocaba antes, ya, si metía un poco el dedo no le dolía al penetrarse, y, notaba como se mojaba profundamente, esto le producía gran angustia, porque si le dolía la tripa por aquello, no podría ser bueno tocarse, ahí estaba la fuente de su dolor.

Los días pasaron y en dos semanas, estaba bien, ya casi no le dolía la barriga, pero cada vez se volvió más solitaria, ocupando cada momento en sus placeres ocultos. Se frotaba con todo: almohada, muñecos, peluches, pero cuanto más se frotaba su coñito, ya no tan inocente, más y más buscaba y quería.

Aquel día, su madre salió a comprar, tardaría varias horas en volver y como Anita era muy responsable, le permitió quedarse jugando con su ordenador. Al salir la madre, se encontró con Juán en la escalera, el cuál le preguntó "Y Anita? hace muchos días que no viene a dar sus clases, está bien?" la madre le aseguró que si, había estado algo "empachada" de tantas chucherías, le aseguró, y continuó "si lo desea puede Vd. mismo pasar a verla (ya que el hombre tenía toda la confianza de la mamá de Anita) se alegrará y así le hará compañía. Ahora disculpe, pero llevo algo de prisa, buenas tardes!" dijo sonriente y se marchó.

Juán entró a la casa. Lentamente se dirigió a la habitación de su pequeña presa, que tenía la puerta entornada, ya que al oir cerrar la de la entrada de la casa, pensó que estaba sola. Allí estaba, vestida con una camisita, de esas de tirantes que se ponen debajo de los vestidos, sin braguitas, desde que Juán la folló la primera vez, procuraba llevarlas el menor tiempo posible, tumbada en la cama y sus piernas abiertas, tocàndose. Se suponía sola y ahora tenía la tarde entera para dedicarse a sus placeres.

"Hola, veo que me echas de menos" La ronca voz del hombre la sobresaltó y de un impulso se colocó bocabajo, como escondiéndo la rajita de sus ojos saltones, avergonzada. El vecino se acercó a ella "Tu mamá se ha ido, me ha dicho que entre, ves? nos ha dejado solos, que bien!, verdad? Ahora podremos volver a jugar, que hace tiempo que no vienes y veo que te lo pasaste muy bien, que te hacías? tocarte?"

La chiquilla temblaba de miedo. Aún estaba algo agitada por el sobresalto, lo último que se esperaba era que él estuviera allí y ella tocándose, que verguenza! pero su madre le había dicho que entrara, así que no pasaba nada, se relajaría, se dijo para sí.

El viejo, la volvió bocarriba, la miró sonriente y le tocó el coñito. La niña respondió con un respingo e hizo ademán de no querer, pero pronto notó un placer exquisito, un gusto que llevaba buscando días en encontrar. Le abrió las piernecitas y se dejó hacer. El hombre seguía tocándola y la notó húmeda, lo cual le agradó bastante.

Se apartó de ella y se quitó la ropa. La chiquilla, volvió la cara para un lado, le asqueaba la imagen desnuda de aquel hombre obeso y grande a la par que le asustaba. Notó la polla frotarla, eso le gustaba, pero seguía como ausente, aunque chorreaba flujos vaginales a montones, entregándose irremediablemente otra vez a los brazos de aquella monstruosidad.

Gemía el hombre y sudaba. Se ponía rojo del deseo. Su polla seguía ahí en el umbral de su intimidad, frotando lenta, sin prisas, la notaba húmeda y suave, deliciosa, sí, aquello le gustaba y subió las piernas cuando Juán, le metió apenas el glande y lo sacaba despacio, al tiempo que sus manos iban a la camiseta que en un segundo le sacó de su cuerpecito.

Ahora estaba desnuda y entregada ante él. Sus pezones estaban tirantes del deseo y él lo notó al palparlos con la llema de un dedo. La niña aullaba como un gatillo. Aquello era rico y se le nublaron los ojos cuando sintió que la llenaban toda una vez más. Se sentía llena de polla, un trozo de carne le producía naúseas, lograban llevarla al cielo.

Juán la bombeó agarrado a sus tetitas, la folló bien dulce y notó que la niña se movía buscando más placer, abriendo rodeando su gordo cuerpo con sus piernecitas delgadas, como si quisiera meterse más, notando que un orgasmo brutal se le venía, empezando en este instante a follarla más fuerte. Los golpes de sus cojones contra su culito se podían oír a kilómetros de las entalladas que le ofrecía su amante, y, se contosionaba de gusto al sentir su orgasmo, Juán lo notó que se venía y en ese momento: "Ahora sí te vas a enterar, por dejarme plantado todos estos días" Y se la sacó, dejándola sin correrse y llena de un sentimiento de frustación.

Se levantó de la camita de la niña y la obligó a comerle la polla sentada en el borde de la cama entre lágrimas, pero obedeció, se la mamó con gusto porque estaba caliente y le lamió como pudo la leche que le vertió su "amigo"

"Cuando quieras follar en serio, ya sabes lo que tienes que hacer, zorrita" dijo mientras se subía la cremallera del pantalón saliendo de la infantil habitación de Anita.

... Continuará