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Monotonía de un sexagenario (5)

en Sexo con maduros

Desde aquella vez, hacía ya semanas, no había vuelto a degustar las mieles del sexo y ya lo iba echando de menos, sin embargo, Anita, a la que con 12 años, le arrebató la frescura de su virginidad, no le era ya suficiente para su satisfacción, se la había follado ya tantas veces, que su polla no sentía ya la opresión de aquel coño que la abrazara, lástima que a las nenas, en cuanto se las folla bien, se les agrande el coño, con lo deliciosa que la encontraba hacía tan poco tiempo, ahora era una zorra caliente en busca de macho, ofreciéndosele cada dos por tres pero no le hacía asco, con gusto se la metía para calmar tales ardores juveniles y, claro está, a nadie le amarga un dulce, sin embargo, le apetecía sentir en su piel, la inocencia de un cuerpo sin estrenar, ese temblar de miedo ante el desconocimiento de lo que ocurriría.

Aquella tarde, a la hora de la clase, Anita, salió de casa cerrando la puerta tras de sí. Apenas hizo esto, se sacó las bragas y las guardó en la mochila. Se sentía mal, solo tenía ganas de follar con aquella mole gorda y pestosa que era el vecino, se había pasado el día metiéndose el dedo, masturbándose a cada rato, tan bajo había caído…

Subió a toda prisa, su respiración era agitada por la calentura y apenas, Juan cerrara la puerta tras de sí, la chiquilla se despojó de toda ropa, mostrando su delgado y casi infantil cuerpo ante los ojos saltones del sesentón.

El hombre se le acercó y le pellizcó un pezón al tiempo que con la otra mano rozaba levemente la rajita ya húmeda de la adolescente, que, apenas sintió el contacto se deshizo en una corrida sobre aquel gordo dedo al tiempo que jadeaba como una gatita en celo.

"Ya sabes lo que tienes que hacer"(le dijo él) y ella, obediente, le desabrochó los pantalones que cayeron al suelo, bajó los calzoncillos, que, en su tiempo, debieron ser blancos y le comió la polla como la más experta de las mujeres, aquella boquita la abarcaba toda, se la tragaba entera, procurando al hombre un placer incalculable, mientras tanto, él se iba despojando de sus zapatos y sacándose los pantalones pero la niña, no se la sacaba de la boca, la embadurnaba bien con su saliva, la llenaba de babas, la tragaba y lamía sin que los movimientos del hombre, supusieran un problema para ello.

Se sentó sobre los pies de Juan y este, con los calcetines aún puestos, movía los dedos procurando caricias en el clítoris de Ana, que se retorcía de gusto y hacía la mamada más rica aún, si cabe. Sí, realmente lo hacía bien, pero no por gusto, si no porque sabía que si era buena, le daría lo que había venido buscando con tanto afán.

Al maduro, se le puso bastante gorda por las chupadas, pero cuando Anita, le lamía el capullo, se sintió que no iba a aguatar mucho más y la apartó.

La levantó y la llevó a su sucia cama, con sábanas sin cambiar desde hacía tiempo, abriéndole mucho las piernas. Era increíble la elasticidad que tenían las chicas a tan tempranas edades. Ella, tenía los ojos cerrados, no podía tenerlos abiertos y mirar a la cara de aquel tío pero sí que le gustaba las caricias que le propiciaba.

Cuidadosamente, lamía sus pechitos, sus pezones, les daba pequeños mordiscos que hacían que se retorciera del gusto, arrancándole pequeños gemidos de placer. Bajó por su cuerpo, pasando la lengua por la suave piel hasta llegar a su coñito, dulce y con los pequeños vellos asomándole apenas. Juan con los labios atrapó el clítoris de la chiquilla para a continuación meterle la lengua. Aquello a ella la volvía loca, pero justo, cuando se iba a correr, él apartó su boca y le encajó la polla hasta el infinito.

Comenzó el mete-saca y la joven, bajo aquel cuerpo monstruoso, se prometía a sí misma que no lo haría más, aquello era demasiado sucio, estaba fatal, si se enterasen sus padres de lo que hacían en sus ratos de clase, la matarían, pero se sentía confusa, ya que aquello, que tan asqueroso le parecía, a la vez, le daba mucho gustito porque las arremetidas eran cada vez más fuerte y sin remediarlo, se corrió varias veces sin descanso.

Juan la tenía bien agarrada bajo su obeso cuerpo.

En un determinado momento, hábilmente, dio media vuelta poniéndose debajo, dejando a la niña ahora encima de sí.

No sabía cabalgar aún, pero él la ayudaba moviéndola a su antojo. Le pellizcaba las tetitas, la besaba metiéndole la lengua hasta la garganta, llenándola de babas, cosa que a ella, le asqueaba sobremanera, pero como lo que tenía dentro de su cuerpo, le sabía tan riquísimo, se dejaba hacer, se dejaba besar, chupar, pellizcar, sin oponer resistencia alguna.

Cuando el sexagenario se hubo hartado a bombear, se la sacó y la metió de nuevo en la boca y, esta vez, no tuvo problemas en derramarle toda la espesa leche para que ella bebiese, viendo como se le derramaba por las comisuras de los labios, ya que no daba abasto a tragar todo aquello de golpe.

Allí quedó él como un animal saciado, con la respiración de un cerdo.

Anita, se levantó como pudo y, con el temblor aun en sus delgadas piernas, se aseó, se vistió y bajó a su casa, donde en la intimidad de su habitación lloró de rabia por sentir aquellos impulsos, odiando su cuerpo que le hacia aquellas "malas pasadas" y jurándose a sí misma no volver a caer en sus bajos instintos nunca más.