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Atención al cliente

en No Consentido

Para Pablo.

Llevaba una mañana de espanto, atendiendo a proveedores y regañando a dependientas perezosas o mal arregladas para la imagen que debíamos dar en el supermercado de lujo en el que trabajaba. Ya saben, uno de esos supermercados elegantes y caros, llenos de delicatessen que no encuentras en ningún otro sitio. Había empezado a trabajar allí con 21 años, de reponedora, por las noches. Mal horario y mala paga. Tres años después, a base de esfuerzo, perseverancia y este don que me dio la Naturaleza para tirarme a la persona oportuna en el momento indicado, era jefa de dependientas y mi próximo paso era jefa de planta.

Me quedaban tres horas aún para salir cuando recibí una llamada del departamento de atención al cliente, considerado un superior jerárquico por todos de forma tácita. Estaba ubicado un par de despachos más abajo del mío, y detestaba ir allí porque el jefe, Óscar Romero, era un tipo insoportable y engreído, que gastaba más en gomina que en desodorante y que tenía unas maneras de mandamás verdaderamente irritantes. Me atusé un poco la falda gris y la blusa malva, respiré hondo y entré en el despacho de Óscar, dispuesta a escuchar la enésima gilipollez con la que venía a consumir mi tiempo.

Lo que me encontré al entrar fue un tanto desconcertante. Óscar estaba de pie, lo que denotaba nerviosismo en un fulano que presumía de un temple sin igual. En el pequeño sofá del despacho, estaba sentado un hombre de unos 45 años, grueso, moreno y con bigote, que me miraba con una expresión entre ávida y divertida. Óscar hizo las presentaciones:

Alicia, te presento a Ramiro Alvear. El señor Alvear es secretario general de la organización de consumidores.

Encantada – contesté yo, tendiéndole la mano. El hombre me la estrechó con una sonrisa que me pareció encantadora - ¿Qué puedo hacer por usted?

Horas más tarde, cuando examiné la escena con perspectiva, me di cuenta de lo ridícula que había resultado mi pregunta. Óscar tomó la palabra.

El señor Alvear no está satisfecho con uno de nuestros productos... Ha venido a... a plantear una reclamación... En razón de su cargo, es esencial que sepamos... ... atender su demanda correctamente – nunca había oído a Óscar titubear, así que me puse en guardia porque las cosas iniciaban un giro bastante incierto.

¿Y qué puedo hacer yo? – estuve a punto de añadir que mi trabajo no estaba relacionado con la atención al cliente ni las demandas, pero creo que eso era algo que Óscar ya tenía claro. Entonces fue Ramiro quien empezó a hablar. Tenía una voz muy profunda.

Verá, señorita, no sé cómo, pero ha aparecido una cucaracha en una lata de caviar que mi señora compró aquí la semana pasada. Hágase cargo de lo muy desagradable que eso resulta. Como secretario de la organización de consumidores, mi deber es asegurarme de que eso no vuelva a ocurrir, y el señor Romero ya me ha garantizado que así será - yo asentía en silencio, sin comprender por qué me contaban a mí todo esto. – Pero como consumidor, necesito y reclamo una reparación ¿me comprende?

Yo asentí y miré a Óscar, que seguía de pie en una esquina, incapaz de sostenerme la mirada. Cuando volví la vista a Ramiro, ya se había desabrochado los pantalones y estaba en trámite de sacarse la polla. Desvié la vista a causa de un ataque de pudor motivado por lo surrealista de la situación. Fui hasta donde estaba Óscar y le pregunté qué coño significaba todo aquello. Él me miró a los ojos, pero leí cobardía y mezquindad en los suyos, y si nunca me había caído bien, puedo asegurarles que a partir de ese día le odié de forma visceral.

Alicia, obedece. Este hombre puede hundirnos si hace público desde su organización lo que ha ocurrido. Se ha empeñado en ti, debe ser que te ha visto antes, así que haz el favor de obedecer y ahórranos un escándalo y la mancha en el nombre de la empresa.

Me mordí la lengua para evitar preguntarle cuánto le iba a importar el nombre de la empresa si su hija hubiera estado ocupando mi posición (cosa que ciertamente pudo haber ocurrido si la chica hubiera estado más despierta que yo en su momento). No tuve tiempo para sopesar la situación. O me plegaba a lo que aquel par de cerdos me estaban pidiendo, o me iba de allí y podía decirle adiós a tres años de una carrera que estaba empezando y que podía llegar lejos. Así que suspiré, conté hasta tres y me fui hasta el sofá. Ramiro me miró, obviamente complacido y me dijo:

Puede usted comenzar por trabajármela un poco con la boca.

Me arrodillé delante de él, entre sus piernas y comencé a acariciar su pene semierecto con las manos. Enseguida me las retiró e insistió en que me limitara a hacer lo mío sólo con la boca. Y eso hice. Empecé por lamerla suavemente, conteniendo el asco de verme forzada y la vergüenza de sentirme observada por mi jefe. Su polla se fue envalentonando, hasta alcanzar una erección más que aceptable en un hombre de su edad. Eso al menos hizo más fácil que me la metiera por completo en la boca, mientras le oía jadear de gusto. Estaba empezando a concentrarme en mi labor cuando sentí que Óscar me abrazaba desde detrás y me sobaba los pechos con una mano, mientras con la otra, como pude oír, se bajaba la cremallera. Puso la mano en mi cabeza e intentó que empezara a chupársela a él mediante la prosaica frase: "vas a comerme la polla a mí también, zorrita". Siempre me sorprende de los hombres su capacidad para ponerse cachondos en las situaciones más lamentables. Para mi sorpresa, Ramiro intervino en un tono muy serio. Me pidió que parase un momento y miró fijamente a Óscar:

Espere un segundo, señor Romero, y haga el favor de subirse la cremallera. Lo primero es que no le falte el respeto a la señorita. Y ahora dígame, ¿qué departamento es éste?

Óscar no salía de su asombro, pero de repente fue como si recordara el motivo que nos tenía a los tres allí.

Atención al cliente – contestó.

Y el cliente soy yo, ¿es correcto?

Sí – volvió a contestar Óscar, con una indignación creciente en la cara.

Y yo, que soy el cliente, estoy siendo atendido ¿no?

Sí – gruñó Óscar, que adivinaba lo que seguía después.

Pues bien, como usted no es el cliente y no necesita que lo atiendan, hágame el favor de abandonar el despacho hasta que la señorita termine de resolver la reclamación que les he planteado. Gracias.

Yo observaba el diálogo entre divertida y atónita. Tuve que hacer un esfuerzo por contener la risa cuando Óscar salió del despacho, indignado y furioso, humillado como no se le había visto nunca. Ramiro se dirigió a mí de nuevo:

Lamento la interrupción, tendrá usted que empezar de nuevo.

Le sonreí y le dije que no se preocupara por eso. Después de lo que había hecho, me apetecía chupársela a aquel hombre y hacer todo cuanto me ordenase. El placer que yo pudiera darle no era nada comparado con el que él acababa de darme a mí al expulsar a Óscar de su propio despacho. Decidí incluso (y así se lo consulté) que iba a tomar cierta iniciativa.

Me deshice de la blusa y del sujetador, y mis generosos pechos acogieron su pene flácido para frotarlo con energía hasta devolverle el estado de dureza que tenía antes. Entonces, volví a chupársela sin usar para nada las manos, que tenía más entretenidas debajo de mi falda, acariciando mi clítoris hinchado. Nunca antes había puesto tanto afán en una mamada, pero me pareció que aquel hombre merecía todo mi esfuerzo, y me propuse hacer la mejor mamada de mi vida. La chupé alternando suavidad y avidez, rapidez y deleite, desde la base hasta la punta, que empezaba a soltar unas pequeñas gotas de líquido, salado y delicioso. Ramiro lo estaba disfrutando al máximo, según deduje de la expresión de su cara. Supongo que cuando sintió que la corrida era inminente fue cuando puso fin a aquella parte, y me hizo sentar a horcajadas en sus rodillas. En esa posición me lamió los pechos, se entretuvo un rato eterno en mis pezones, chupándolos, mordiéndolos, amasando mis tetas con delicadeza pero con firmeza. Sería un chantajista, pero desde luego era un caballero. Su boca se dedicó plenamente a mis pechos para dejar que sus manos bajaran libres hasta mi falda, que pronto fue un remolino de tela en mi cintura. Me agarró las nalgas y me las sobó concienzudamente. Luego me hizo desnudar por completo y, sin levantarse del sofá, elevó una de mis piernas por encima de su hombro para dejar que su boca hiciera maravillas por mi coño, que había acompañado todo el proceso con una humedad creciente. No dejó un solo rincón de mi coño sin explorar, ni un solo pliegue dejó de ser recorrido por su boca. El primer orgasmo estuvo a punto de costarme un desplome.

Mientras recuperaba un poco el aliento, Ramiro aprovechó para bajarse los pantalones hasta los tobillos y reacomodarse en el sofá. Me dio la vuelta y comprendí que deseaba penetrarme de aquella manera, así que me senté de rodillas y de espaldas sobre él y me dejé caer sobre su polla ansiosa (por lo demás, normalita, ni muy grande ni muy gruesa). No recuerdo cuánto tiempo nos pegamos de aquella manera, él sujetándome por las caderas y frotando mi clítoris con una dedicación muy loable (fue el segundo orgasmo de la jornada). Hacía mucho que no follaba en aquella posición, y me sorprendí a mí misma cuando fui consciente de que estaba cabalgando casi sin control, dando botes y gritando, sin preocuparme de que me oyeran fuera. En el punto en que más desmandada me sentía, me detuvo y me pidió que me pusiera a cuatro patas en el suelo.

Obedecí, y dos segundos después ya le sentía de nuevo en mi interior, empujando con las ganas de un adolescente, haciendo chocar sus huevos contra mis nalgas, que de vez en cuando también recibían alguna que otra vigorosa palmadita. Me sentía perdida en todo el placer que me estaba proporcionando la situación, y sólo volví a la realidad cuando un gemido más fuerte que los anteriores me avisó con un segundo de antelación de que aquel hombre se estaba corriendo en mi coño, como comprobé al sentir un chorro caliente y espeso derramarse por mi interior. Caí exhausta al suelo y él volvió a sentarse en el sofá. Le costó un par de minutos recuperar de nuevo el aliento. Tan pronto como recobró la compostura, volvió a vestirse, me dio las gracias por "mi tiempo y mi esfuerzo" y salió del despacho con una sonrisa en la boca. Yo permanecí desnuda en el suelo unos cuantos minutos más, a la espera de que dejaran de temblarme las piernas.

Acababa de vestirme (no debí de hacerlo de espaldas a la puerta) cuando un portazo me sobresaltó y al darme la vuelta vi a Óscar, con una expresión profundamente iracunda, acercarse a mí hasta acorralarme contra la pared.

Ahora no hay nadie que pueda defenderte, cacho de puta. Así que ya puedes irme chupando la polla como a ese cabrón. Si no me haces gritar como a él, puedes jurar que todo el mundo se va a enterar de lo que acabas de hacer y a la dirección no le va a gustar nada –. Dicho esto, me llevó la mano violentamente a su entrepierna y añadió – Sácala tú misma, zorra.

Lo que palpé bajo sus pantalones estaba erecto pero no del todo. Ignoro si eso hizo que le doliera más o menos cuando metí la mano dentro de la bragueta y le retorcí la polla, clavándole las uñas. Su manera de reprimir un grito fue hincarse de rodillas. En esa posición, y sin soltarle la polla, me acerqué a su oído y le dije lo siguiente:

Aquí todo el mundo sabe que para llegar a donde estoy me he calzado a dos jefes de sección y a la jefa de departamento. Si esto se supiera, no se iba a escandalizar nadie. Pero si la dirección se entera de que llevas dos años cargando facturas falsas a la empresa, creo que no les sentase nada bien. Así que tú verás.

Disfruté unos quince segundos, observando con atención su cara, en la que se reflejaba un dolor insufrible y la sorpresa de descubrir que alguien conocía sus pequeños deslices financieros (ventajas de follar regularmente con el jefe de contabilidad). Al final, por una cuestión de piedad, le solté, pero él fue incapaz de levantarse. Supongo que me miró con odio cuando abandoné su despacho, rumbo al mío mientras pensaba que, por muy puta que una sea, siempre merece ser tratada como una dama.