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Operación: salvar el matrimonio

en Intercambios

Para todos los Verdiales, por su contribución a la página, y por su calidad humana, que me devuelve la fe en la juventud.

(NOTA: los lectores pueden encontrar los magníficos antecedentes de esta historia acudiendo a la ficha de autor del grupo Verdiales y leyendo los relatos "Marina" y "Maruja").

Cómo eché de menos aquel bloque de vecinos cuando me mudé a la otra punta de la ciudad. Eran una gente estupenda, sobre todo aquellos dos cuarentones a los que me beneficié, por turnos, a lo largo de tres años. Y la más estupenda de todos era la mujer de uno de ellos, Maruja, una hembra formidable que prácticamente lanzó a mis brazos (y a mi cama) a su esposo Manolo, mañosa navaja suiza humana, para poder acostarse con libertad y sin remordimientos con Ricardo, el otro vecino al que me trajiné gloriosamente en días alternos y sobre todo festivos, cuando Manolo no podía eludir los compromisos familiares. Ricardo me ofrecía la habilidad, y Manolo el lado salvaje. Se complementaban divinamente, todo hay que decirlo.

Siempre preferí la compañía de Ricardo, en todo caso. Conocía técnicas y trucos, a lo que sumaba su carácter, más que romántico, galante, y creativo. Él mismo me puso al tanto de su lío con Maruja, y yo hice lo propio informándole de las visitas de Manolo a mi piso. A resultas de esta situación, compusimos un magnífico modus vivendi que a todos los implicados nos produjo horas de grata e inocente diversión, pero del cual Manolo y Maruja, por motivos obvios, no estaban plenamente actualizados.

-¡Ay, Marina, contigo he recuperado la alegría de follar, que tan perdida tenía con Maruja!- solía decirme Manolo en sus largas recuperaciones post-orgásmicas.

Yo siempre le preguntaba cómo era que no se divorciaba de Maruja, si tan insatisfecho se sentía. Pero él me replicaba que todavía la amaba. Empleaba una metáfora bastante ilustrativa sobre una camisa que te gusta mucho y una camisa nueva, aunque ahora no recuerdo exactamente cómo era. En mis conversaciones con Ricardo obtenía más o menos la misma historia, pero a la inversa. Maruja quería a Manolo, y Manolo quería a Maruja. Pero ambos follaban por separado porque, quién sabe si la rutina, el hastío o el propio matrimonio, les había matado el deseo que en sus inicios sintieran el uno por el otro.

Ricardo y yo convinimos en la necesidad de hacer algo por este matrimonio que tanto placer (y amor) podía entregarse mutuamente todavía, pero no se nos ocurrió qué, de modo que decidimos que echar un buen polvo nos despejaría las ideas. Y así lo hicimos. Bien es cierto que después del sexo seguíamos tan faltos de inspiración como antes, de modo que nos quedamos con un plan que si bien era horriblemente tosco, no tenía, a priori, motivos para no funcionar, dada la situación tan singular en la que todos nos hallábamos envueltos.

A Maruja la cosa le pintó sospechosa desde que nos vio a Ricardo y a mí plantados, tan amigablemente, en la puerta de su casa. Y cuando pasamos y nos vio Manolo, éste nos puso más o menos la misma cara. Ya teníamos el desconcierto de nuestra parte. Maruja, como buena anfitriona, nos invitó a un café mientras departíamos intrascendencias sobre mi nuevo piso y el trabajo de Ricardo. Cuando ya estuvimos todos acomodados, saboreando las delicias que nos traía Juan Valdés, abrí el fuego como había acordado con Ricardo. A bocajarro.

-Maruja, me he estado follando a tu marido durante tres años.

-¡¡Marina!!- exclamó Manolo, atragantado por la sorpresa.

-¡¡Manolo!!- exclamó Maruja, sobreactuando su ofensa como era de esperar, y luego vino a por mí-. Pero serás puta.

-Más o menos lo mismo que tú, que te has estado trajinando a Ricardo por el mismo periodo de tiempo- repliqué yo, sin perder la elegancia. Ricardo dio más verosimilitud a mis palabras con un hierático y leve asentimiento de cabeza.

-¡¡Maruja!!- exclamó Manolo (¡qué rápido pueden cambiar las tornas!).

-¡¡Manolo, qué sofoco, por Dios!!

Así, sofocados, nos quedamos todos un par de minutos, para dejar que se relajara el ambiente. No tenía sentido alguno discutir ni partirse la cara, porque básicamente todos nos habíamos comportado de la misma manera. Más o menos decente, eso no me corresponde juzgarlo, pero de igual forma. Al final tomé la palabra, para que la tensión del silencio empezara a disolverse.

-A ver, que Ricardo y yo no hemos venido a hacer confesiones ni a pedir perdón. Yo pienso que todos hemos sacado mucho beneficio de esta situación. Pero nos daba mucha pena que dos personas como vosotras hayan perdido la pasión, y se nos ha ocurrido una idea para que la recuperéis.

Maruja y Manolo se miraron (la primera mirada desde que se había descubierto el pastel minutos atrás), como si nunca antes se hubieran enfrentado, cara a cara, a esa falta de pasión de la que había hablado. Como los dos estaban satisfechos por distintas vías, la asexualidad de su relación en los últimos años era un asunto del que no hablaban. Maruja seguía sorprendidísima, pero Manolo me conocía (y me temía, creo yo) y se decidió a preguntar.

-¿Qué tienes en la cabeza, Marina?

-Pues a Ricardo y a mí se nos ha ocurrido que podéis especiar vuestro matrimonio acudiendo a un club de intercambio- Maruja fue la primera en reaccionar, con una sonora carcajada, que tuvo más de nerviosismo que de auténtica risa. Nos esperábamos algo así.

-¿Y cómo se supone que nos va a ayudar ir a un club a follar con otras personas?- preguntó Manolo. También me esperaba que nos plantearan, con toda legitimidad y lógica, esa cuestión.

-Porque de lo que se trata es de que vayáis al club con nosotros- dejé unos segundos para ver si pillaban el meollo del asunto por sí mismos, pero en su asombrado silencio entendí que no veían claro por dónde íbamos Ricardo y yo, así que seguí explicando el plan-. Es como representar una fantasía, ¿de acuerdo? Ricardo va al club con Maruja y yo voy con Manolo- Ricardo reforzó mis palabras, como era su costumbre sin variar el gesto, señalando las parejas con el dedo índice según yo las fui nombrando-. Una vez estemos allí nos hacemos los encontradizos y nos intercambiamos.

Ni Manolo ni Maruja parecían muy convencidos. Se miraban entre ellos, como si la idea de acostarse juntos se les antojara ajena, y luego nos miraban a nosotros, como preguntándose cuánto les darían en cualquier psiquiátrico por entregar a este par de lunáticos. Entonces habló Ricardo, con su seguridad y tendencia a la facundia habituales.

-El experimento que proponemos introduce una variante de excitación en vuestra rutina diaria y puede servir de acicate para un gozoso re-encuentro carnal entre dos personas que, como nos habéis confesado a menudo, se siguen amando.

Con pocas palabras, Ricardo supo darles en la fibra sensible, porque de inmediato Maruja, con una teatralidad que sólo puede adquirirse a través de horas de intensivo visionado de telenovelas sudamericanas, se giró hacia Manolo y cogiéndole de la mano le dijo:

-¿Es eso verdad, Manolo? ¿Es verdad que tú me sigues queriendo?

-Pues claro, Maruja, claro que te quiero. Y tú, ¿aún me amas, Maruja?

-Prometí que lo haría cuando me casé contigo, y nunca me he arrepentido de haber hecho esa promesa- y sellaron sus palabras con un abrazo profundamente conmovedor. Ricardo y yo supimos en ese momento que el plan estaba saliendo más que bien.

-Entonces- dije yo- lo que tenéis que hacer es pensar en vuestra infidelidad mutua como en un tiempo de descanso y aprendizaje. Manolo ha aprendido mucho conmigo, y me consta que Maruja ha descubierto de manos de Ricardo la cantidad de placer que puede dar y recibir. Ir a ese club sería como renovar los votos de una forma original. Venga, animaos.

Lo conseguimos. Maruja y Manolo cedieron y preparamos el encuentro para el fin de semana siguiente, en un club a las afueras de la provincia, puesto que en estas cosas conviene considerar la discreción como una prioridad. Maruja incluso me llamó para pedirme consejo sobre vestuario (exterior e interior) que sería más adecuado para el lugar, la situación y los nuevos gustos de su Manolo. Le recomendé que fuera ceñida y desprejuiciada, y la verdad es que Maruja apareció la noche de autos realmente sexy, quizás por la alegría que traía en la cara, quizás por un escote que se columpiaba bastante cerca del ombligo.

Nos desplazamos, tal y como habíamos acordado, desde puntos diferentes, Maruja y Ricardo en un coche, Manolo y yo en otro. Era nuestra intención darle la mayor verosimilitud posible al falso intercambio, y me alegré de la complicidad mostrada por la pareja "homenajeada". Cuando Manolo y yo llegamos al club, luego de dejar nuestros abrigos, nos dirigimos al salón que albergaba la barra del bar, él con su mano firmemente asida en mi trasero, y echamos una lenta ojeada a las demás personas que deambulaban o conversaban, en liberal actitud, en la habitación. Cuando vimos a Ricardo y Maruja en el fondo, los ojos de él indiscretamente posados en el canalillo de ella, Manolo señaló hacia ellos y se relamió, y luego yo hice un gesto de aprobación. La farsa estaba en marcha.

Nos acercamos y nos presentamos, intercambiando algunos comentarios cortos sobre nuestra escasa experiencia en ese tipo de locales, actuando como si fuéramos verdaderos extraños. Manolo se desinhibía con auténtico deleite, y palpando las nalgas de Maruja, le dijo a Ricardo:

-Caray, hay que ver qué macizorra está su señora. Ahora mismo si pudiera le haría virguerías.

-No se confunda, no es mi señora, aunque coincido con usted en que está espléndida. No obstante, debo decirle que la dama que le acompaña también está de toma pan y moja- replicó Ricardo mientras me pellizcaba un pezón que, ansioso de que comenzara la fiesta, se marcaba rebelde a través de mi, por otra parte leve, blusa.

-Pues entonces no perdamos el tiempo con chácharas y busquemos algo de intimidad para catar delicias nuevas, ¿no le parece?

-En efecto, me parece.

Las habitaciones para efectuar los intercambios estaban en los pisos altos. Entre los cuatro pagamos una de las más caras, porque estaba dotada de dos camas redondas, para aquellas parejas que quisieran ser testigos de las correrías (y nunca mejor dicho) de sus parejas. Acompañamos el inicio de nuestra juerga con una botella de champán fresquito, con el que brindamos a la salud de las parejas que se quieren.

-Caballero- dijo Ricardo, extendiendo la mano de Maruja hacia Manolo-, aquí le hago entrega de una bella y delicada flor. Trátela usted como se merece.

-Señora- dije yo, para que no pareciera que las mujeres allí presentes éramos paquetes de regalo-, aquí le entrego un berraco cachondísimo que le va a hacer ver las estrellas que no están en nuestra galaxia.

Todos nos echamos a reír. Y luego Maruja y Manolo se encaminaron a su cama, tomados de la mano, componiendo una escena que enterneció a la romántica que habita en mí. Ricardo me extrajo de mi ensoñación con un profundo beso que me pilló de sopetón y que me recordó que ya de paso estábamos allí también para reventar un poco los somieres. Y a fe que ambas parejas nos afanamos en ello.

Maruja y Manolo parecían esforzarse en contener su ansia por desnudarse mutuamente, y lo hacían despacio. A pesar de que Ricardo requería activamente mi atención, los ojos se me iban, sin remedio, de vez en cuando a la pareja vecina. En parte por una cuestión de vanidad: también quería comprobar si Manolo aplicaba los conocimientos adquiridos a mi lado. Sin embargo, tuve que admitir que el modo dulce en que le quitaba las medias de rejilla a Maruja para ir besando lentamente sus piernas, poco tenía que ver con lo aprendido, y mucho con el instinto que da el redescubrimiento del que ha sido nuestro gran amor.

Ricardo, mientras, ya se había desnudado por completo y trataba de hacer lo propio conmigo. Le pedí disculpas por mi poca implicación y pasé a dedicarme a él, cosa que agradecieron tanto Ricardo como su polla, que pasó de un simpático estado morcillón a un más simpático todavía estado de férrea dureza, tan pronto como me apliqué a untarla con denuedo con mis jugos salivales, y a masajear con el cariño debido las bolas que colgaban debajo. En mis fugaces vistazos a la cama contigua pude comprobar lo atraído que Manolo seguía sintiéndose por las abundantes tetas de Maruja, cuyos pezones estimulaba con un movimiento lingual que, éste sí, me era familiar. No experimentaba ningún tipo de celos ni de envidias; no puedo cuando estoy convencida de que he obrado en bien de dos personas (de tres si se cuenta el partido que Ricardo le sacaba a mi frenesí mamatorio).

Mi pareja me tumbó sobre la cama y se dedicó a devolverme la oralidad con la maestría acostumbrada, enganchado al clítoris con firmeza y reafirmando su dominio sobre el territorio con la introducción de dos dedos en mi empapada vagina. Así, tumbada y jadeante, tuve ocasión de ver cómo a Maruja la trataban de idéntica manera, si bien los jadeos de ella iban acompañados con sonoros gritos, frases más que propias de la naturalidad de la que Maruja hacía gala siempre: "ay, Manolo, qué gusto tan grande" o "ay, Manolo, quién te quitó la lengua y te puso una batidora". La pericia de Ricardo, sin embargo, pronto me condujo a un punto el que poca atención podía yo prestar a las perlas literarias de Maruja, pues mi orgasmo se desencadenaba en todo su esplendor, sacudiendo mis entrañas y llenando a Ricardo del orgullo que solía sentir cuando cualquiera de las mujeres a las que agasajaba con sus artes alcanzaba la petit morte.

A partir de ahí, me urgieron las habituales ganas de sentirme, más que llena, desbordada de carne ajena, y Ricardo se aplicó enchufándome su polla pletórica de una tacada, en su postura predilecta, es decir, a cuatro patas. Con la música de fondo de sus huevos chocando rítmicamente contra mis nalgas, me excité aún más contemplando a Maruja en plena felación. Se la veía muy concentrada en su labor, y Manolo adoptaba la expresión de un místico en pleno arrebato, con las piernas flojas y los ojos en blanco. Maruja le miraba con arrobo, pero sin soltarle la polla. Ricardo decidió cambiar de postura, y me tumbó para colocarse de rodillas ante mí, con mis piernas apoyadas sobre sus hombros, y, con el trajín lógico de su bombeo, acabé con la cabeza colgando boca abajo por fuera de la cama. La vista que tuve desde ahí fue, cuando menos, innovadora.

Manolo se tumbó encima de Maruja, pero ésta le hizo incorporar y le dijo, severa, que ahora que iniciaban una nueva etapa, renegarían del misionero, porque veinte años follando de la misma manera ya eran más que suficientes. Manolo le dio la razón, y dejó que Maruja lo tumbara para ensillarse ella solita sobre su polla, iniciando a continuación una cabalgada que habría dejado exhausto al más experimentado de los jockeys. Yo lo veía todo del revés, pero no perdía detalle. Al cabo de un rato, Maruja y Manolo cambiaron de posición. Él se colocó detrás de ella y, levantándole la pierna, dio comienzo a una desenfrenada agitación pélvica, mientras Maruja se acariciaba el clítoris. Coincidiendo con este cambio, Ricardo dio los caderazos finales y dejó regado todo mi interior de su preciado jugo. Apenas nos repusimos del esfuerzo, Ricardo y yo consideramos que la mejor decisión era marcharnos y dejar solos a los recién re-encontrados amantes. Como es obvio, no se despidieron de nosotros.

Ignoro cuánto tiempo pasaron en el club, aunque imagino que agotaron la reserva pagada. No hemos repetido la experiencia, pues ya no nos hace falta, y me consta a través de Ricardo, que Maruja ya no visita su piso ni en las reuniones de la comunidad de vecinos, que por cierto, han sido más frecuentes (y por lo visto virulentas) desde que ésta planteó una queja a Maruja y Manolo, exigiéndoles que insonorizaran sus paredes o buscaran una vivienda en mitad del campo donde fornicar sin perturbar el sueño de nadie.