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Combatiendo la rutina

en Erotismo y Amor

10:30 de la mañana, el hombre yacía tendido en la cama en un sueño profundo; raro en él pues normalmente se despierta a las 4:30 de la madrugada pero ese día en especial se había propuesto dormir hasta el cansancio. Sabía programar su cuerpo para esos días especiales en los cuales "desconectaba el despertador biológico" que tan perfectamente funcionaba en él; estaba soñando algo muy placentero.

Una mujer cuyo rostro no podía identificar (cosa muy común en lo sueños) tenía su pene envuelto en una húmeda y tibia caricia que lo había puesto en un nivel de excitación insuperable; podía sentir la fuerte succión que ejercía aquella deliciosa boca en su rígida virilidad y el accionar de una lengua sabia, experimentada en esas lides; sentía las manos de la fémina acariciar sus testículos y recorrer el falo en toda su longitud masturbándolo con maestría para luego acariciar los alrededores de su sexo con roces precisos que lo ponían mas que a millón.

Alargó sus manos buscando la cabeza de aquella hembra de sus sueños y, cosa extraña, alcanzó a tocar una cabellera húmeda justo en el momento cuando un gota de agua caía sobre uno de sus testículos; la sensación, lejos de sorprenderlo lo excitó todavía más pues en medio del sueño pudo visualizar a la mujer saliendo del baño, todavía cubierta por algunas gotas de agua sobre su piel y el cabello a medio escurrir, venía excitada, con ganas, la escena onírica se repitió como si de un video se tratara, volvió a verse dormido mientras asomaba el voluptuoso cuerpo de aquella ardiente Venus envuelto apenas por una toalla, venía descalza y de sus cabellos chorreaba agua; se paró justo al lado del dormido y desnudo cuerpo, se arrodilló con mucho cuidado al lado de la cama y con delicadeza fue succionando el pene del hombre que estaba en estado de reposo hasta hacerlo reaccionar; por la expresión de su rostro le encantaba hacer aquello; se notaba la excitación que la embargaba segundo a segundo.

El hombre terminó de abrir sus ojos y encontró que aquello no había sido un sueño, la mujer lo miró desde su posición, dejó unos segundos la deliciosa labor que estaba realizando y le dijo en un susurro: "no hagas nada, déjame disfrutar esto que tenía tiempo que no hacía, hoy te voy a gozar a mis anchas…"

Dejó caer la toalla al piso con un leve movimiento, sacudió su cabellera de forma que una pequeña lluvia de diminutas gotas se estrellaron contra el pecho y rostro del hombre, pasó sus manos a lo largo del abdomen de su excitado semental y como quien monta en una cabalgadura, se sentó a horcajadas cubriendo la erección con su sexo dejándolo envuelto entre sus labios vaginales que para ese momento estaban muy dilatados y suficientemente húmedos, producto de la excitación; buscó la boca que la esperaba ansiosa y la penetró con su lengua ávida de sensaciones mientras que, con un movimiento que denotaba una pericia digna de elogio, sin usar sus manos para nada, logró acoplar la entrada de su vagina con el hinchado glande de aquella deseada verga; movió su pelvis hacia atrás y en dos segundos la engulló toda en su ardiente cavidad.

Ella sabía como lograr el máximo placer y prolongarlo al máximo; se movía de cualquier forma pero disfrutando cada milímetro de carne, cada roce obtenido de sus sabios movimientos y cada sensación que obtenía de saberse dueña de la situación; en resumidas cuentas, ella era la dueña y señora de aquel cuerpo y lo gozaba como se le daba la gana; bien pudo ser al contrario, que él la sorprendiera en medio del sueño y la poseyera como tantas veces hacía o quizás pudieron haberlo hecho después de alguna insinuación por parte de cualquiera de los dos, pero esta vez la iniciativa había sido de ella y eso hacía que su placer fuera mayor; estuvo cabalgando aquel mástil por casi veinte minutos en los cuales logró no menos de tres orgasmos, le mantenía las manos sujetas para dedicarse a sentir solo lo que ella deseaba sentir; de pronto le habló con tono autoritario; "no te muevas, hoy te voy a hacer acabar sin que tengas que moverte, si lo haces, me bajo y no tendrás tu premio…"

El hombre cerró los ojos y se dispuso a gozar de aquel dominio tan exquisito que aquella hermosa, madura y experimentada mujer ejercía sobre él; podía sentir cada pliegue de su intimidad acariciando su erección, las experimentadas manos recorriendo su pecho o aferrándose a su cintura para moverse mejor y con mayor ímpetu sobre su cuerpo; de vez en cuando, una de aquellas manos acariciaban sus testículos amasándolos o apretando controladamente hasta hacerlo experimentar cierto dolor que no por eso dejaba de ser placentero.

Ella sintió como su cuerpo comenzaba a experimentar la tensión previa al orgasmo y apuró el paso: "quiero ordeñarte macho divino!, te voy a sacar hasta la última gota de leche que tengas en el cuerpo, dejarte seco!", aquello aceleró el proceso que ya había comenzado escasos segundos antes; sintió las palpitaciones del glande, notó como el tronco se hinchaba rítmicamente en su interior estimulando las paredes de su vagina y se entregó al orgasmo simultáneo: "vamos, dámela toda!, lléname con tu leche mi vida!, acaba rico para mi, para tu hembra!, así gran carajo, dáselo a tu ama!"

Los espasmos se sucedieron con una intensidad y cadencia indescriptible, fue una explosión incontrolable, bestial, divinamente agotadora; la mujer se tumbó sobre el pecho de aquel hombre que tanto placer le acababa de brindar y se quedó inmóvil tratando de recobrar la respiración mientras él la rodeaba con los brazos y le daba un pequeño mordisco en el lóbulo de la oreja; estuvieron así por varios minutos, sin hablar, sin más comunicación que el contacto de sus cuerpos exhaustos.

De pronto el la sorprendió con una nalgada y cuando ella quiso replicarle con algún pellizco o cosa similar, él le susurró al oído: "levántate mi cielo, debemos recoger a los muchachos que deben estar llegando al aeropuerto…"; ella lo miró con cara de sorprendida y le replicó: "casi lo olvido amor, es que cuando los muchachos no están en casa y podemos solazarnos sin limitaciones, se me olvida el resto del mundo, parece que no lleváramos veinticinco años casados y eso me encanta, los dos unidos contra la cotidianidad…"

Gracias, amada mía, porque en veinticinco años me has ayudado a vencer la rutina que tanto daño le hace a las parejas, definitivamente eres única…

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