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El Arco Tensado (8: Control)

en Dominación

VIII - CONTROL

Después de aquella primera noche terrible en que comenzó mi instrucción por medio de descargas eléctricas, siguió un largo período de entrenamiento y educación basado en los siniestros dispositivos que regulaban mis eyaculaciones a voluntad de mi dominatriz.

Comenzó a venir diariamente y a someterme a largas sesiones de práctica. A veces venía por la mañana, otras por la tarde; a veces la clase se prolongaba hasta bien entrada la noche;. algunas noches se quedaba a dormir en sus habitaciones y comenzaba a educarme al alba.

Cuando no estaba enojada me permitía usar los dispositivos anales más pequeños, de modo de mantenerme en una situación relativamente confortable mientras descargaba corrientes reguladas para provocar o detener mis orgasmos, pero cuando yo hacía algo mal, o cuando se disgustaba por mi incontrol, (por ejemplo si se me escapaba un chorrito), me ordenaba colocarme los dispositivos más grandes para humillarme y castigarme con la dilatación anal forzada o para mandarme corriente de mayor intensidad. En estos casos rara vez me permitía eyacular, ni siquiera de a gotas, de modo que la sesión se transformaba en un castigo liso y llano al que yo le temía más que a nada.

Sus clases siempre iban acompañadas de instrucciones y órdenes. Me enseñaba a eyacular gota a gota en diferentes posiciones y circunstancias manteniéndome siempre atento a qué músculos se contraían en mi pelvis y mi periné para que aprendiera a dominarlos por mi mismo.

Aprendí a manejar músculos antes desconocidos, a contraerlos y relajarlos individualmente o por grupos. Era como si fuera adquiriendo el dominio sutil de una parte de mi cuerpo que antes funcionaba en forma automática y torpe. Aprendí a hacer palpitar mi pene, a balancearlo hacia los lados, a erguirlo como un mástil hasta golpearme el vientre. Podía contraerlo con una onda que nacía en la raíz y terminaba con una expansión del glande.

Poco a poco adquirí dominios más difíciles como generar una onda eyaculatoria en lo profundo de mi bacinete y llevarla hasta el glande con una velocidad regulada a voluntad. O contraer solamente los músculos de las vesículas seminales por separado, de modo de eyacular sólo líquido seminal (viscoso y transparente como clara de huevo), o hacer vibrar la próstata para sacar gotitas de líquido prostático (blanco nacarado y espeso).

Toda una nueva sexualidad se despertó en mi mientras luchaba por dominar mis genitales, arrodillado frente a mi ama, o caminando tras ella en cuatro patas como un garañón excitado.

No me permitía masturbarme, ni siquiera tocarme. Mis proezas debía realizarlas habitualmente con las manos a la espalda, a veces atadas por los trabones, a veces sueltas. En ocasiones me ordenaba levantar los brazos y cruzar las manos tras la nuca para mantener mi cuerpo extendido mientras mi pene se balanceaba frente a ella, con los testículos colgando mientras me extraía semen con su control eléctrico, gota tras gota, durante horas.

Cuando no tenía intención de castigarme las sesiones resultaban extraordinariamente placenteras para mi. Cada gota era el producto de un orgasmo lento y sostenido, y podía ordenarme tener veinte o treinta en una tarde. Al final yo caía en un trance de placer continuo que sólo se manifestaba por las lágrimas que chorreaban de mis ojos y el brillo de la transpiración que humedecía mi cuerpo desnudo y aceitado. El placer extraordinario de emitir mi eyaculado en forma fraccionada sumado al deleite de estar a sus pies, entregado a su voluntad, ofreciéndole mi sexo obediente, me transportaban a un estado de éxtasis donde perdía la noción del tiempo y el lugar. Sólo veía ante mí sus ojos y escuchaba su voz serena hipnotizado por su embrujo y su dominio. Mientras me permitía elevar cada gota hasta la punta del glande me ordenaba mantener contacto visual con ella para escrutar en mi mirada brillante todo mi amor, sumisión y agradecimiento.

Durante estas clases no se vestía de forma especial. A veces me instruía sin cambiarse la ropa que traía de la calle, o, si dormía en el penthouse, simplemente andaba desnuda, o con alguna lencería exquisita. De todos modos su ropa de calle era excitante para mi. Siempre estaba bella y elegante, ya sea que usara trajes, vestidos, pantalones o minifaldas. Combinaba su atuendo con accesorios, alhajas y calzado, siempre con un gusto refinado y pulcro.

Estar desnudo frente a ella, o gatear tras ella por el loft, cuando estaba vestida y calzada, me excitaba tremendamente. Cada clase terminaba siempre con la orden de agradecerle besándole los pies, cosa que yo hacia con devoción aunque mantuviera el calzado que traía puesto desde la calle. Adoraba sus botas, sus sandalias, sus zapatos, y era un premio para mi lamerlos, agotado, después de horas de instrucción. A veces, mientras lo hacía, me regalaba una gota más, manipulando hábilmente el control de mis aparejos eléctricos.

Durante este período no hacía otra cosa que educarme; mantenía su atención en mi ya que manejaba mis orgasmos con su control. Tampoco me permitía tocarla ni lamerle el sexo, sea porque consideraba que las ayudas eléctricas no tenían mucho mérito, o porque no se excitaba conmigo. Yo ansiaba besarla y lamerla, sobre todo cuando usaba minifaldas y cruzaba las piernas frente a mi, o cuando andaba desnuda o con diminutas braguitas, llevándome de un lado a otro tras sus sandalias de altos tacos.

En cierta ocasión me tuvo toda una tarde frente a un espejo, de rodillas, eyaculando gotas lenta y espaciadamente, mientras ella permanecía sentada detrás de mi controlándome con el aparatito, dándome instrucciones y obligándome a mirar alternativamente sus ojos y mi sexo para que mejorara mi postura y mi concentración.

A pesar de la tranquilidad y armonía que tenían estas clases, yo sabía que podían cambiar en un segundo si se enojaba o se disgustaba por algo. No perdía el control ni se enfurecía. Solamente decidía castigarme y lo hacía fríamente, como parte de mi educación, ritualizando el castigo de modo que yo pudiera anticipar mi sufrimiento. Me ordenaba cambiar mi dispositivo anal por uno mayor, generalmente el más grande. Me llevaba hasta su vestidor y me obligaba a permanecer de rodillas contra la pared, o al lado de su tocador, mirando hacia el suelo, mientras se cambiaba lentamente poniéndose un atuendo de dominatriz acorde con el castigo que pensaba inflingirme. Yo veía su sombra en la pared, mientras se calzaba botas altas, o guantes; o mientras se recogía el pelo o se maquillaba, sin hablarme. Se vestía con lentitud, ignorándome, hasta que estaba lista, y entonces se volvía hacia mí y me ordenaba adoptar posturas humillantes, como apoyar la frente en el suelo y ofrecerle mi ano estirado por el cilindro metálico, abriéndome las nalgas con las manos. Entonces me mandaba una corriente continua, ardiente, de baja intensidad y me dejaba así, temblando, mientras tomaba la fusta y se paraba detrás de mí para cruzarme las nalgas con fustazos fuertes y espaciados que me arrancaban lágrimas.

A veces me aplicaba castigos nuevos; otras veces repetía los que ya había usado antes, introduciéndoles variantes, o simplemente de la misma forma, sobre todo si percibía que yo sentía especial aprehensión hacia ellos. En estos casos me ordenaba prepararme, o colocarme frente a algún aparato o dispositivo especial, demorando deliberadamente la tortura para permitirme anticipar ansiosamente lo que vendría. Varias veces me sometió al tormento de la rueda, obligándome a sentarme sobre mis genitales en la fría madera laqueada, con el agravante de permanecer con el cilindro metálico en el ano lo cual multiplicaba mi padecimiento mientras me descargaba corriente y fustazos alternativamente sobre el sexo invertido y tumefacto.

A veces me sometía al "castigo de los pies", en el cual me ordenaba subirme a la mesita giratoria, sentarme sobre mis talones sujetando el enorme pene anillado sobre las plantas de mis pies, apoyar mi frente sobre la mesa y colocar las manos a la espalda. Luego caminaba a mi alrededor, o se sentaba en la silla manejando la mesita con una pierna para ponerme en la posición deseada y finalmente me descargaba terribles fustazos en las plantas y el pene haciéndome eyacular con dolorosos espasmos o impidiéndomelo con descargas eléctricas sobre la corona del glande.

En cierta ocasión me ordenó arrodillarme frente a una columna y me fijó los trabones de las muñecas a una argolla alta dejándome extendido e inmovilizado; luego tomó la cadenita de mi anillo prepucial y me forzó el pene hacia atrás, por entre mis piernas, enganchando el extremo de la cadena a mi collar de modo que el miembro invertido se proyectaba hacia atrás, tenso como un garrote, aplastándome los testículos contra mis propios glúteos y contra el cilindro metálico helado que tenía introducido en el recto. Entonces comenzó a descargarme fuertes golpes de corriente en el glande, haciéndome retorcer por la sorpresa y el dolor. Regulaba las descargas con el objeto de impedirme eyacular. A veces comenzaba con una corriente suave y gradual desde lo profundo de mi recto y me creaba una onda eyaculatoria sostenida pasando la corriente hacia la raíz del pene y los testículos, y después gradualmente hacia la base del miembro que se dilataba ansioso a medida que progresaba la onda hacia el glande, y cuando yo sentía que estaba a punto de expulsar una gota de semen, me tetanizaba ferozmente el cuello del glande abortando la última contracción expulsiva y manteniéndome así durante un largo rato, con la cabeza oculta entre mis brazos para reprimir los gemidos que se escapaban de mi garganta. Luego me "soltaba" y permitía que una serie de contracciones ansiosas, involuntarias y desordenadas trataran de completar la eyaculación sin éxito.

Todo el tiempo se movía detrás de mi, permitiéndome oír sus tacos amenazadores a mis espaldas.Aquella vez estaba desnuda. Sólo usaba una bincha de cuero negro, como una india, para sujetarse el largo cabello rubio y lacio. Se adornaba la cintura con un collar de metal y piedras que le daba varias vueltas, y calzaba unas sandalias de tacos, sujetas por unas finas tiritas de cuero que pasaban entre el dedo mayor y el índice, y se enroscaban por sus doradas piernas hasta los muslos.

Me tuvo así más de dos horas y al final comenzó a permitirme expulsar alguna gota de vez en cuando, pero me mandaba corrientes dolorosas cada vez que veía asomar una gotita lastimera de mi glande hinchado y palpitante, impidiéndome sentir algún placer. Cada vez que me descargaba electricidad se me escapaba un gemido, o apenas un suspiro, pero eso la irritaba más haciendo que redoblara la intensidad y la duración de sus descargas. Yo me retorcía colgado de la columna tratando de anticiparme a sus golpes de corriente y ofreciéndole obedientemente mi sexo palpitante y dolorido.

De pronto se paró a mi lado y pasando ágilmente una pierna sobre mi cabeza quedó montada, de frente, sobre mis brazos y se deslizó hacia mi, de modo que su sexo se aplastó contra mi cara. Inmediatamente comencé a besarla y lamerla, pero me ordenó fríamente:

-La boca cerrada-

Y así me tuvo un largo rato, mis labios sellados contra los labios de su vulva, mientras me torturaba el pene y los testículos aplastados, apuntándome con el control por encima de mi espalda. Cada descarga me producía un temblor que preanunciaba un gemido, así que, al mismo tiempo que me mandaba corriente, presionaba su concha contra mi boca para ahogar cualquier sonido.

No tardé en sentir palpitar sobre mis labios los suaves orgasmos que le producía mi respiración amordazada. Pero no se descontrolaba. Me miraba desde arriba, desdeñosamente, dándose placer con mi respiración ahogada y mis gemidos contenidos, mientras me tetanizaba el sexo sin piedad.

-Bien, así, como un perro...lámeme. Basta. Bésame. Basta. La boca cerrada-

Descansaba su espalda sobre mis brazos y sólo necesitaba dejarse deslizar hacia abajo para que el peso de su cuerpo sellara su sexo contra la boca. Cuando le venían los orgasmos levantaba las piernas del suelo y las cerraba sobre mi espalda clavándome deliberadamente los tacones agudos en la columna y en los flancos. O me rodeaba el cuerpo con las piernas metiéndome un pie en la entrepierna de modo de aumentar la presión de mi sexo hacia atrás y haciéndome retorcer de dolor y ansiedad.

Con cada orgasmo su sexo se humedecía más y, como no me permitía lamerla, su néctar fragante me mojaba la cara y chorreaba por mi mejillas, mi mentón y mi cuello. Eran orgasmos suaves y controlados. Podía cortarlos simplemente haciendo pie en el suelo y separando su vulva de mi cara, y comenzó a premiarme con la eyaculación de una gota por cada orgasmo que le daba.

-Bien, un buen perro obediente merece que le dejen soltar una gotita- decía mientras me dejaba respirar y me producía la eyaculación de una gota dolorosa. –Ahora lámeme en agradecimiento.- Y comenzaba nuevamente a moverse sobre mi cara dándose placer impúdicamente e indicándome qué deseba que hiciera con mis labios y mi lengua.

Después de servirse en mi boca más de diez orgasmos se desmontó ágilmente pasando una pierna sobre mi cabeza y caminó alrededor mío para ver el charco de semen que se había formado entre mis piernas por mi repetido goteo. Yo quedé rendido, colgando de las cadenas y hundiendo la cara entre mis brazos, a pesar de que el collar tiraba brutalmente de mi sexo tumefacto hacia atrás. Todo el semen derramado no me había producido ningún placer y sólo ansiaba que me soltara y me permitiera quitarme los anillos del pene y el cilindro del ano, pero me dejó allí colgado por más de dos horas mientras deambulaba por el penthouse bebiendo, leyendo o mirando la plaza desde el ventanal. Finalmente desapareció en sus aposentos durante más de una hora para salir al fin, bañada y con un fino vestido ligero. Se aproximó a mis espaldas y soltó los trabones de la columna permitiéndome derrumbarme a sus pies. Juntando mis últimas fuerzas me arrastré hasta apoyar mi boca sobre sus sandalias, besando y lamiendo como un perro agradecido mi castigo y mi liberación. Permaneció un momento mirándome despectivamente y permitiéndome agradecer. Luego se volvió y caminó hacia la puerta balanceando su pollera con paso de modelo, mientras me indicaba la fecha y hora de su próxima clase.

De todo este período, que yo recuerdo como educación eléctrica, nada me quedó más grabado que el último día. Un día cualquiera en el que logré al fin eyacular una gota sin ayuda de la corriente eléctrica con que me educaba. Creo que lo logré más por terror que por mérito, porque ese fue también el día que conocí la "pulsera correctora".

Había estado enseñándome a eyacular en el aire mientras hacia flexiones de brazos como un recluta. Estaba parada frente a mi, calzada con unas bellas sandalias negras que sólo sujetaban sus pies por unas finas capelladas sobre el empeine y unas gruesas pulseras de cuero, con hebillas, que ceñían sus tobillos y se unían a los talones por un puente del mismo cuero. Tenía los finos dedos de los pies orlados de anillos que yo debía besar cada vez que mi boca descendía hasta el piso. Estaba peinada con el pelo tirante hacia atrás, reunido sobre la nuca en un alta cola de caballo, y no llevaba más prendas que una fina braguita de cadena formada por tres tiritas plateadas que bajaban desde su cintura, por el centro de su vientre y por sus ingles, hasta perderse dentro de los labios carnosos de su vulva.

-Arriba- me ordenaba, y yo extendía los brazos elevando mi cuerpo rígido como una tabla de modo que mi falo, atalajado con los anillos educativos, pendía y se balanceaba bajo mi cuerpo. Entonces, lentamente me regulaba una onda eyaculatoria que terminaba en una gota larga y pegajosa que se estiraba desde mi glande hacia el suelo. Me mantenía así un largo rato para que aprendiera a dominar el cansancio físico sin descuidar mi control sobre mis genitales.

-Abajo- me permitía al fin flexionar lentamente los brazos acercando mi boca agradecida a sus pies, sin que el cuerpo descansara en el suelo. Me dejaba lamerlos un rato y luego ordenaba nuevamente: -Arriba-. Yo sabía que vendría otro orgasmo delicioso y me impulsaba ansioso hacia arriba para quedar en posición de recibir la fina corriente que nacía en lo profundo de mi recto para terminar en un lenta expansión del glande que dejaba escapar otra gota demorada y espesa.

-Abajo- y nuevamente me encontraba lamiendo los anillos de sus dedos, loco de placer, refregando mi glande palpitante por mi propio eyaculado derramado en el piso.

Después de meses de entrenamiento físico mi cuerpo musculoso mantenía la tensión sin mayor esfuerzo. Podía realizar flexiones durante horas sobre todo si a cada extensión me premiaba con un espasmo delicioso en el miembro hinchado y anhelante.

Tal vez por eso me confié, sumido en la delicia de mi rutina: cuando estaba extendido, con los brazos temblando por la tensión, esperando la corriente que me escurriría otra gota del palo que se balanceaba bajo mi vientre, sentí de pronto, con terror, que me saltaban varias gotas incontrolables acompañadas de unas contracciones involuntarias de mis glúteos y un gemido casi inaudible que se escapó de mi garganta. Ella percibió inmediatamente mis temblores y me ordenó secamente: -Levántate-.

Apenas me arrodillé frente a su mirada escrutadora mi falta quedó en evidencia porque una larga hebra de líquido gelatinoso se escurría vergonzosamente de mi glande fluyendo incontrolada y chorreando hasta el piso.

-Parece que no pones suficiente voluntad- me dijo con rabia contenida. –Eso te pasa por desatento...el placer te distrae. Yo te enseñaré a prestar atención-.

Dicho esto se volvió y se dirigió hacia sus habitaciones con largos pasos, furiosa, contoneando sus nalgas desnudas –las tres cadenas de su bombachita se unían por detrás al centro de su cintura emergiendo desde adentro de sus nalgas- y balanceando su cola de caballo. Yo la seguí gateando aterrorizado tras sus sandalias que taconeaban amenazantes sobre el mármol del pasillo.

Me dejó largo rato arrodillado en la puerta de su vestidor, con las manos atrás, el control en la boca y la vista fija en mi miembro vergonzante, que goteaba frente a mi, sobre el piso.

Al fin salió, vestida igual, con una caja de raso en la mano y caminó nuevamente al loft sin mirarme.

Se dirigió hacia el rincón donde estaba la mesa giratoria en la que me había anillado el prepucio, se sentó en la silla negra, y abriendo las piernas me indicó con un gesto que me arrodillara entre ellas.

-Saca la lengua- me dijo secamente. Entonces tomó de la caja una cadenita de acero que se birfucaba y tenía en cada uno de los tres extremos un arito con un tornillo de presión. Después, con movimientos lentos me la prendió bien tirante desde la lengua hasta cada uno de mis pezones ajustando sádicamente los tornillos.

Luego sacó de la caja un dispositivo metálico parecido a una muñequera o más bien a un protector del antebrazo como los que usaban los gladiadores o los soldados antiguos; lo colocó en su antebrazo derecho y lo cerró con un chasquido. Parecía de bronce y estaba repujado con una fina filigrana. Le cubría desde el codo hasta el dorso de la mano.

Parecía más calmada, casi divertida mientras se ajustaba el dispositivo en el brazo mirándome burlonamente. Una vez que lo tuvo puesto se inclinó hacia delante bajando la mano hacia el costado de su pierna y me indicó con los dedos que me aproximara. Avancé de rodillas hasta que mi pene casi tocaba su mano.

-Sácate los anillos y el consolador- me ordenó. Esperó impasible mientras yo me afanaba por cumplir rápidamente su orden. Mi pene cayó como un arco vencido cuando retiré los anillos que lo mantenían pleórico de sangre; un resto de semen se derramó de mi glande agotado.

-Levanta los brazos y cruza las manos detrás la nuca; ponte derecho-

No bien adopté la posición indicada giró el antebrazo y pude ver soldados en la parte interna una serie de ocho o nueve anillos del mismo metal, que se extendían desde su muñeca hasta cerca del codo para terminar en un último anillo que tenía en su centro un pequeño cono puntiagudo, también metálico, que apuntaba hacia el centro del túnel que formaban los anillos. Antes de que comprendiera el significado de aquel dispositivo, me enhebró hábilmente el falo por entre los anillos y me atrapó con la mano los testículos colgantes, apretándomelos y clavándome deliberadamente las uñas en el escroto. De este modo me mantuvo unos instantes mirándome con una sonrisa maliciosa mientras me dejaba comprender mi situación y anticipar mi sufrimiento.

-Esta es una pulsera correctiva para pajeros- me dijo con sorna. –Aquí fornicarás, en estos anillitos, y si no lo haces bien te arrancaré los huevos. Veremos si ahora te distraes.

-Vamos, comienza a bombear como el perrito pajero que eres- me ordenó al tiempo que me daba un par de tirones de los testículos.

Así me encontré, arrodillado, con las manos en la nuca, la lengua extendida, atada a mis pezones que se estiraban hacia arriba, hinchados y morados por la presión de los sujetadores, fornicando desesperado en la trampa de su antebrazo mientras ella me aplastaba, me estiraba y me pellizcaba los testículos. Estaba reclinada hacia delante, con el codo izquierdo apoyado en las rodillas, y su cara, próxima a la mía, me miraba divertida sondeando mi desesperación y disfrutando con mi sufrimiento. Mantenía el brazo derecho flexionado y firme resistiendo los embates desesperados de mi pelvis.

Casi enseguida mi pene comenzó a hincharse comprimiéndose dentro de los anillos y aumentando mi sufrimiento. Al poco rato, empujarlo hacia delante a través del túnel metálico me producía un fuerte ardor y traté de hacer mis embates más lentos y espaciados, pero ella me apuraba sádicamente apretándome y jalándome los testículos. A pesar del sufrimiento mi situación no tardó en llevarme al borde del orgasmo. La idea de acabar en su brazo se sobrepuso a todo mi dolor y comencé a mirarla implorante en espera de su permiso para derramar aunque más no fuera una gota sobre el metal de su antebrazo.

-¿Quieres exprimir estos huevitos en mi mano eh?- me dijo aproximando su bello rostro a mi cara y escrutándome a los ojos. –Bien, a ver, suelta un chorrito- .

Con su permiso forcé mi pelvis hacia adelante en un intento de expulsar un chorro de semen. Al mismo tiempo ella impulsó su brazo a fondo, hundiéndome el miembro en el túnel metálico de modo que mi glande se enhebró en el último anillo y se aplastó contra el cono metálico del extremo, produciéndome una descarga eléctrica ardiente y sorpresiva.

-¡Aah!..¡aaaaah!- de mi boca, con la lengua inmovilizada, se escaparon lamentos guturales de dolor y de sorpresa. Ella me sujetaba fuertemente de los testículos impidiéndome separar el glande de aquella punta que me quemaba. La miré suplicante ofreciéndole todo mi sexo espasmódico en un intento de que se apiadara de mi y me soltara, pero ella me mantenía clavado en su brazo con una mirada dura y maligna que brillaba en sus pupilas dilatadas.

-A los sucios pajeros se los corrige así. Y ahora a callar. No quiero oír ni un lamento más- Dicho esto movió la mano hacia arriba flexionando la muñeca y arrastrando mis testículos de modo de aumentar la presión del glande contra el cono electrizado y me mantuvo así, presionando su brazo contra mi cuerpo mientras me quemaba la punta del miembro. Todo mi cuerpo temblaba y sentí que estaba a punto de desmayarme. Finalmente aflojó la presión sobre el escroto y me permitió retirar la pelvis separando mi glande del último anillo infernal. Me dejó descansar un momento y nuevamente sujetó mis testículos con fuerza obligándome a proyectar la cadera hacia delante al tiempo que impulsaba su brazo hacia mí hasta que mi glande ardió nuevamente contra el cono electrizado. Me miraba burlona mientras me sujetaba, inmovilizado, viéndome temblar bajo la corriente de fuego que me descargaba el cono metálico justo en la desembocadura del meato urinario. Repitió esta maniobra más de diez veces obligándome a recibir mi castigo sin quejas ni movimientos defensivos, mirándola a los ojos. Después de cada aplicación me manoseaba el escroto, amenazante, y me lo sujetaba con fuerza antes de impulsarme nuevamente hacia el metal hiriente. Yo anticipaba por la presión de su garra en mis testículos y por el brillo de sus ojos el momento en que me torturaría.

Finalmente, con un movimiento lento retiró el brazo liberando mi sexo de su trampa y tomándome el glande entre sus dedos lo observó con atención, no sé si buscando una lesión o algún resto de semen prohibido. Luego me soltó y se reclinó en el sillón cruzando las piernas.

-Podría castigarte así toda la noche- me dijo jugueteando con su pie sobre mi lengua inmovilizada –te lo mereces. Sin embargo prefiero obligarte a que te castigues tú mismo. Si lo haces bien serás perdonado-. Mientras hablaba me refregaba la suela de su sandalia por la lengua, como si quisiera limpiarla, y me introducía su largo tacón en la boca obligándome a chuparlo torpemente. –Ahora vendrás como un perrito arrepentido, meterás tu pitito sucio en los anillos y te aplicarás corriente como castigo. Luego me agradecerás lamiéndome bien las sandalias. Lo harás una y otra vez hasta que te ordene detenerte.

Dicho esto se reclinó más en sillón, apoyó los pies cruzados sobre la mesa y mirándome duramente bajó la mano al costado del asiento y chasqueó los dedos para indicarme que comenzara.

Avancé de rodillas hasta su mano e introduje temeroso mi miembro turgente en el túnel de anillos. A medida que lo penetraba sentí sus dedos que me caminaban como una araña amenazante por debajo del pene y los testículos, pero no me los agarró, sólo los sostuvo, esperando mi auto sacrificio. Con ansiedad y expectación masoquista empujé mi glande contra el cono hiriente y lo sostuve firmemente aguantando el ardor mientras miraba embelesado sus pechos desnudos que se expandían lentamente con su respiración y temblaban cuando mi cuerpo electrizado le trasmitía vibración a su mano. La cola de caballo se desparramaba sobre su hombro derecho ocultándome sugestivamente uno de sus pezones deliciosos. Después de medio minuto me desprendí lentamente de su muñequera y me volví hacia sus pies para pasarles mi lengua torturada con devoción de esclavo. Noté que me miraba con curiosidad, como si le sorprendiera el largo rato que me había sometido al tormento. – Puedes bajar los brazos- me dijo –Pon las manos a la espalda -. Luego se reclinó más cómodamente en el sillón y se quedó observando distraídamente el techo, mientras yo trajinaba entre su mano y sus pies.

Yo sufría cada vez que aplastaba mi glande contra la corriente, y me esmeraba en castigarme salvajemente para complacerla, pero gozaba tremendamente con la situación. Lamía y chupaba sus sandalias mientras me recorrían temblores de excitación anticipando mi recorrido de rodillas hasta su mano, balanceando el miembro para sacrificarlo sobre el frío metal de su antebrazo, ofreciéndole al mismo tiempo mis testículos indefensos a su uñas. Mientras aplastaba mi sexo entre los anillos miraba con pasión su mentón, su cuello, sus hombros, sus tetas perfectas, sus largas piernas atléticas... y me envolvían oleadas de pasión y de deseo.

Después de más de una hora, bajó las piernas de la mesa y se acomodó más relajada en el sillón, de modo que pasé a lamerle los pies en cuatro patas y me permití pasar mi lengua tumefacta y mis labios sobre los finos dedos anillados. Estaba relajada pero mantenía su brazo firmemente al costado del sillón permitiéndome forzar contra él mi cadera mientras introducía el miembro en los anillos una y otra vez. Sentía como si me la estuviera cogiendo y, mientras aplastaba mi glande con saña contra el botón ardiente apretaba su brazo entre mis piernas ansiando que me agarrara los testículos.

Así llegó la aurora y la primera claridad me sorprendió trajinando como un poseso, loco de dolor y excitación castigándome alrededor de mi reina inmutable.

Finalmente levantó la vista y me miró soñolienta.

-Bien, basta-. Me dijo. Se incorporó y volvió a poner la mano como al principio chasqueando los dedos para indicarme que me aproximara. Me enhebró nuevamente el pene en su brazo pero me sujetó con la mano todos los genitales por detrás del escroto de modo de mantener el glande lejos del cono eléctrico. Así sujeto, me aflojó el tornillo de la lengua reseca liberándomela, pero no me soltó los pezones que estaban hinchados tumefactos y sensibles. En vez de eso me los pellizcó produciéndome oleadas de dolor y excitación que hicieron palpitar mi sexo en su mano.

-Veamos que has aprendido- me dijo. –Te daré una oportunidad de eyacular una gota sin ayudas eléctricas. Si no lo logras, o si se te escapa más de una gota, te quemaré el pitito hasta que grites como un marrano y te desmayes- Dicho esto presionó detrás del cono metálico con la otra mano y liberando un traba lo separó de los demás anillos, me soltó la raíz del miembro y empujando a fondo el brazo, me palpó el esfínter anal con sus dedos y me introdujo sin miramientos el índice con su larga uña en el ano, empujando, hasta que lo sentí sobre mi próstata y mis vesículas seminales, mientras mi glande aprisionado por el cuello por el último anillo, comenzaba a palpitar sobre el metal de su muñequera, casi a la altura de su codo.

-Vamos, comienza a contraer desde aquí- me dijo con voz suave, casi tierna, acariciando mi próstata con lentos movimientos. Yo sentía su uña en lo profundo de mi recto y la sabía capaz de lastimarme, pero al mismo tiempo su caricia me producía oleadas de placer que me recorrían todo el cuerpo. Sentía relajarse mi ano y deseaba que introdujera más dedos, y más profundos, de modo que abría las piernas aplastando mis testículos contra su muñeca y acariciando su dedo con contracciones de mi esfínter anal.

El orgasmo comenzó lentamente y la eyaculación subía a medida que su dedo hábil iba tocando los puntos claves de mis entrañas. Su cara estaba tan cerca de la mía que casi podía besarle la boca. Me miraba a los ojos, sabiendo que me tenía en éxtasis, y me hablaba con dulzura alentándome: -Bien, así, relájate y deja subir esa gota. ¿Te gusta?. ¿Eres mi perrito pajero acabando en mi mano?. ¿Le das gotitas a tu ama?. ¿A ver?-.

Mientras hablaba se llevó la otra mano al antebrazo para darme ligeros pellizquitos en el glande. Yo estaba loco de placer. Jamás había sentido nada igual. La miraba hipnotizado respirando su aliento suave, y estaba tan cerca como si la estuviera poseyendo. Pero ella me poseía a mi. Con increíble habilidad me llevaba a un nivel de éxtasis impensado. Yo sentía subir la onda expandiendo mis tejidos a medida que progresaba, y mis ojos se llenaban de lágrimas al tiempo que una sensación de júbilo me estremecía todo el cuerpo. Mi piel se erizaba, sentía el deseo irrefrenable de reír, de gritar, de llorar de placer.

La onda subió por el miembro hinchándolo lentamente y llegó finalmente al glande donde una gruesa gota brotó de la punta entre sus finos dedos. Los dos miramos esa gota triunfal y luego nuestras miradas se cruzaron a pocos centímetros de distancia, la mía embelesada y agradecida, como si me hubieran dado una dosis de morfina; la de ella satisfecha, como una maestra que comprueba que su alumno ha alcanzado sus objetivos.

-A ver- dijo suavemente, -otra más... comienza aquí nuevamente.- Al decir esto, comenzó a estimularme nuevamente la próstata con el dedo.-Apriétame con el culito para empezar.-

Yo inicié una serie de contracciones con el esfínter anal alrededor de su dedo e inmediatamente sentí nacer y progresar una nueva onda lenta y sostenida que terminó en otra gruesa gota en la punta de mi sexo. Ella la contempló satisfecha.

Y así comencé a emitir gotas espaciadas al final de una serie de contracciones lentas y deliciosas que ella iniciaba hábilmente desde el fondo de mi recto con sus dedos.

Cuando una gotita salía yo temblaba de placer y me sentía desfallecer sobre su mano, pero casi en seguida la miraba suplicante para que desencadenara otra con el estímulo y la autorización de su dedo. Ella me miraba como divertida, como si tuviera una droga por la que mi cuerpo temblaba, y la demorara deliberadamente para enloquecerme.

Nuestros ojos conversaban. Yo rogaba, ella reía. Cuando su dedo se movía en mis entrañas mis pupilas se dilataban de expectación mientras una nueva onda de placer alucinante subía hasta reventar en otra gotita vizcosa

-Bien. Ahora tu sólo.- Esta vez su dedo no se movió sino que permaneció quieto, presionándome la próstata mientras yo iniciaba mis contracciones, como pequeños y delicados chuponcitos contra sus nudillos. Y nuevamente elevé otra gota desde el fondo de mis entrañas hasta el glande que palpitaba.

Me dejó descansar unos minutos, contemplándome a los ojos como si me estudiara.

-Cuando estés cansado, en el futuro, y quieras eyacular una vez más, piensa que tienes mi dedo en el culo, como ahora, y deja que todo lo demás ocurra como un reflejo.-

No sé porqué oír esto me produjo una profunda congoja. Confuso, comencé a contraer mi esfínter nuevamente alrededor de su dedo, como solicitándole permiso para emitir otra gota.

-¿Quieres más?, bien, sigue. Trata de soltar una gota tras otra... tienes mi permiso. Pero obedece mis instrucciones. No muevas la pelvis. Puedes cerrar los ojos. Comienza.-

Concentrándome en su dedo, sin moverme, trabajé para desencadenar otra onda lenta y poderosa que subió una nueva gota hasta su brazo. Desde el comienzo de mis contracciones, hasta que liberaba la gotita pasaban más de treinta segundos de éxtasis; y cuando sentía fluir de la punta de mi glande esa perla brillante, ya estaba iniciando, en lo profundo de mis entrañas, otra serie de tenaces contracciones para repetir el ciclo.

Mantenía mi cabeza echada hacia atrás, con los ojos cerrados, sintiendo su aliento suave en mi rostro mientras me contemplaba eyaculando obediente y controlado. No me hablaba ni se movía, simplemente me dejaba trabajar sobre mi nueva habilidad para que la perfeccionara por mí mismo. Sólo se limitaba a chistarme y a aumentar la presión de su dedo contra mi próstata cuando notaba que movía la pelvis.

Me tuvo así, más de media hora, como una estatua, emitiendo gota tras gota, hasta que de su brazalete y del dorso de su mano chorreaba mi semen cayendo al piso en finas hebras viscosas.

Luego comenzó a enseñarme a detener una gota ya proyectada, dejando morir las contracciones iniciadas en mis músculos pélvicos y peri anales, sin permitir que la musculatura de la raíz del pene impulsara el semen hacia arriba. Esos orgasmos abortados me mareaban de placer. Las alas de mi nariz, dilatándose, eran lo único en mi rostro que revelaban la ansiedad y el éxtasis a que me tenía sometido.

-Déjala salir- me decía a veces cuando sentía en su dedo que estaba progresando una serie ordenada de contracciones. O esperaba hasta último momento para ordenarme: -Para, detente, no sueltes esta.-

Abrí los ojos para contemplar su bello rostro amado, tan próximo al mío, tratando de anticipar sus órdenes y ofreciéndole los orgasmos abortados, con mi mirada, como un sacrificio.

Sentía que podía pasarme así para siempre. Todo el dolor, la incomodidad, la sed...todo desapareció. Sólo quedaba el placer, como una droga, oleada tras oleada, infinito...

Tenía el miembro palpitante enchufado en el paraíso.

Después de otro largo rato, en el medio de una onda eyaculatoria, retiró delicadamente el dedo de mi esfínter, pero me siguió acariciando el ano durante un largo rato, estimulándome; y después los testículos, suavemente, mientras yo seguía emitiendo gotas espaciadas como un poseso. Finalmente retiró su brazo liberando mi miembro enrojecido, y se desprendió la muñequera empapada dejándola caer al piso. Se reclinó en el sillón, mirándome divertida y cruzando las piernas.

-Sigue- me alentó, pero espera mi permiso para emitir tus gotas.

Bajo el control de su mirada seguí elevando gotas de semen hasta la punta de mi glande y emitiéndolas cada vez que me lo permitía. Al principio, cada vez que me autorizaba a soltar una gota me daba ligeras pataditas en el glande, como estimulándome; y cada vez que me prohibía soltarlas me apoyaba la suela de su sandalia sobre el meato urinario, como tapándome la salida del semen. Después de un rato se limitaba a autorizarme o prohibirme eyacular según como moviera su pie.

Ya era bien entrada la mañana cuando se incorporó y se paró delante mío, con las piernas abiertas y las manos en la cintura, contemplando el charco que se había formado entre mis piernas.

-Parece que has logrado controlar tu pitito- me dijo satisfecha. -Ahora aprenderás a regular tus emisiones de modo que tu semen no se agote nunca. Si produces gotas espaciadas tus testículos, y sobre todo tus vesículas y próstata, podrán reponerlas al mismo ritmo, de modo que nunca te seques. Ahora lávate y descansa. Te está prohibido masturbarte en mi ausencia. El sábado a las seis de la tarde me esperarás en la puerta y me saludarás con una gota. En lo sucesivo, cada ves que me veas me ofrecerás tu pitito por si quiero ordenarte que me homenajees de ese modo. Todavía tienes mucho que aprender.