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La Flecha de las Hembras 3: El bosque de estatuas

en Dominación

3. El bosque de estatuas

La Gata practica dressage. Me ha citado en su club y he pasado media hora esperándola, apoyado en la baranda, viendo como se desplaza por la pista montada en un bello caballo oscuro, ágil y nervioso, que resopla al compás de su trote elegante y sostenido. Ella monta con elegancia, seria y concentrada. Tiene una chaqueta negra y una galerita lustrosa que le da a su rostro severo un aspecto distinguido. Sus nalgas, enfundadas en los breeches blancos, se sacuden tiernamente al compás del trote. Cruza la pista en diagonal manejando el caballo con los talones y el apoyo de sus piernas, mientras sus manos enguantadas lo conducen con firmeza.

Al fin nos reunimos en los boxes y me saluda con un gesto frío, quitándose la galera y aireándose el cabello.

La sigo hasta el estacionamiento contemplando su culo sensual ceñido por el pantalón de montar.

Me lleva en su auto deportivo, descapotable, hasta el puerto. Recorremos unas callejas oscuras y sucias hasta introducirnos en una vieja fábrica de dos plantas reciclada. Subimos en un ascensor industrial, con auto y todo, hasta la planta superior, donde descendemos del vehículo.

Su atelier tiene un aire siniestro.

Sin hablarme camina a través de un salón gigantesco atestado de estatuas inmóviles y polvorientas. Sus botas resuenan con eco sobre el piso de madera entre esas criaturas extrañas: cientos de esculturas grotescas, suspendidas y expectantes como si se hubieran silenciado de golpe al llegar nosotros...

Algunas me recuerdan estatuas clásicas, pero son imitaciones de rasgos exagerados, como caricaturas. Los rostros son violentos, crispados, como si un soplo del averno se hubiera difundido a través de un museo griego. Las posturas son retorcidas, torturadas. Hay mujeres sin brazos, como la Venus, pero lanzando al aire alaridos silenciosos. Hay hombres grotescos, enanos deformes, ogros reconcentrados, guerreros heridos, esclavos agonizantes.

Un escalofrío me recorre mientras sigo a la Gata por ese laberinto macabro. Siento que hay algo muy maligno en ella.

Hacia la calle, una interminable hilera de ventanas sucias baña el salón con una luz fría creando sombras aciagas en los rostros contraídos de los monstruos.

La Gata modela sus estatuas aplicando mezclas resinosas sobre armazones de alambre. Hay varias inconclusas...engendros esbozados en malla metálica, apenas cubiertos de las primeras capas de masillas, como cuerpos mutilados y desprovistos de piel.

Me lleva hasta su lugar de trabajo, junto al último ventanal, donde tiene una figura doliente sobre una plataforma. Es un hombre acostado boca arriba, con el torso elevado, apoyado sobre los codos y con las piernas flexionadas bajo el cuerpo, como si hubiera estado de rodillas y hubiera caído hacia atrás. Está desnudo, en tensión, con los músculos prominentes y los tendones definidos. No tiene pene. Su rostro contracturado y estático la mira mientras se quita la chaquetilla de montar. Siento que la estatua le teme. Es un hombre a punto de ser torturado por su creadora.

-Quítate la ropa-

Su voz fría y autoritaria me sorprende.

Me desnudo rápidamente. Hace frío.

Me mira con ojos de artista evaluando un modelo y me dice: -Acuéstate allí- (señalándome un lugar sobre la plataforma, al lado de la escultura) -y ponte como la estatua-

Me encaramo sobre la plataforma y me reclino a la par del hombre doliente, copiando su posición. Ahora somos dos hombres temerosos mirando a la mujer que los tortura. Ella prepara sus masillas, indiferente y concentrada. Finalmente levanta la vista y me mira.

-Tienes que tener un erección- me dice.

Hace frío y mi pene está apenas turgente, derramado sobre mi pierna como una manguera. Hago esfuerzos y contracciones para entumecerlo, pero tengo frío y me avergüenza masturbarme ante ella. Espera un rato, impaciente, y de pronto toma una cinta, avanza sobre mí, me toma el pene y los testículos y me los ata rápidamente, malhumorada, con varias vueltas apretadas. Tiene las manos heladas.

Se sirve un té humeante y espera mirando la calle por el ventanal mientras sopla la superficie de la taza y bebe pequeños sorbos.

Mi pene se hincha gradualmente por la presión de la cinta. Gruesas venas estranguladas se dibujan bajo la piel, y el glande pugna por salir del prepucio. Comienzo a masturbarme con una mano, rápidamente, hasta que el falo queda erguido como el palo mayor de un velero. Continúo contrayéndolo para mantenerlo duro cuando ella se vuelve y me mira. Se acerca y me estudia el miembro en silencio. Me observa los testículos, el glande, el frenillo...luego lo toma con dos dedos y lo mueve de un lado a otro analizando su forma. Finalmente lo toma con las dos manos y lo palpa entrecerrando los ojos con las vista perdida por el atelier, como si fuera ciega. Quiere percibir su forma y su textura a través del tacto. Sus manos heladas son como dos animales extraños trepando por mi verga. Finalmente me suelta y hunde las manos en su masilla extrayendo un gran trozo con el que empieza a modelar la manguera de su estatua. Trabaja tranquila, concentrada, seria, con un brillo hostil en sus largos ojos verdes. De entre sus dedos va surgiendo un falo perfecto, brutal, más grande que el mío, con dos testículos suspendidos pesadamente. Con una pequeña espátula de madera modela los pliegues delicados del prepucio, las venas pletóricas, el frenillo tensado, el meato urinario. De vez en cuando me palpa y me observa en detalle...me sopesa y me estira los testículos, me los separa...y luego vuelve a modelar con movimientos precisos y seguros. Cuando el miembro ha cobrado forma lo aplica al pubis de su hombre doliente. El efecto es extraño, absurdo... nadie en esa postura forzada y con esa expresión de terror puede estar con la verga enhiesta como un padrillo. Recién comprendo qué es lo que me perturba de sus estatuas: todas están aterrorizadas, forzadas, torturadas, pero con una sexualidad manifiesta.

Ahora el hombre la mira, aterrorizado, con su garrote expuesto e indefenso. La Gata ha capturado su espíritu masoquista.

Camina unos pasos hacia atrás y nos compara largo rato. De pronto fija su vista en mis ojos y un brillo malicioso destella tras sus largas pestañas. Toma un tubo grande de aerosol de la mesa y se aproxima.

-Cierra los ojos- me dice. Casi enseguida siento el soplido de la válvula y una fina humedad helada me cubre la cara y la cabeza...el pecho, los brazos. La Gata me está pintando de un color blanco mate, como mármol. Me recorre el cuerpo bañándome con el aerosol helado que se seca casi enseguida tensándome la piel. Me hace parar y me cubre completamente la espalda, los glúteos, las piernas.

Mientras abro los brazos para que me pinte las axilas recorro con la vista los cientos de estatuas mudas que me contemplan dolientes y un temblor de empatía me recorre entero mientras me pregunto por un momento si no serán todos seres vivos capturados por el poder maléfico de esa mujer horrible.

-No te muevas hasta que se seque- me ordena indiferente. Toma una cámara y comienza a sacarme fotos desde diferentes ángulos. Me ordena masturbarme para que mantenga una erección extrema. Cuando la pintura se seca vuelvo a mi posición inicial, al lado de la estatua y ella se sienta con un gran libretón sobre las piernas cruzadas, y pasa largo rato haciendo bocetos y ensayos de sombreado de mi cuerpo y de mi sexo.

Al fin cubre el falo de la estatua con un trapo húmedo, se vuelve y se va caminado a través de sus engendros. Sube al auto, retrocede hasta el ascensor y se marcha con un ruido siniestro de poleas y cadenas.

Todo queda en silencio. Durante un rato me quedo inmóvil observando los monstruos. Están dispuestos sobre el suelo de madera y sobre amplias gradas sucesivas sostenidas por andamios, como una tribuna, hasta el alto techo de la fábrica. Temo moverme. Contemplo las figuras estáticas como si esperara que me recibieran en su mundo de pesadillas. Casi estoy tentado de huir, pero no me atrevo. Mi Señora me ha concedido a esta bruja y no puedo marcharme sin permiso.

Después de un rato me aproximo al ventanal. La calle está desierta. Tengo frío. Casi puedo sentir el murmullo de los monstruos a mis espaldas.

Detrás de la plataforma, tres o cuatro enanos antropomorfos en cuatro patas sirven de caballetes dolientes para las monturas de la Gata. De sus cuellos cuelgan los bridones y las cabezadas, y sobre sus lomos deformes reposan las sillas de cuero lustrosas con los estribos colgando.

De pronto escucho una risa jovial, lejana, y un parloteo femenino. El ascensor zumba. ¡Alguien viene!. Oigo voces y risas aproximándose. No se que hacer, no tengo tiempo de vestirme...estoy desnudo y...¡pintado de blanco!. Tomo mi ropa y corro a refugiarme entre las estatuas al tiempo que se abre la puerta del ascensor y aparece un grupo de jovencitas charlando y riéndose. Son siete colegialas como de dieciséis o diecisiete años, todas de uniforme. Llevan sacos y boinas azules, faldas escocesas cortitas y tableadas, medias blancas y zapatos escolares.

-¡Mamá!- llama una de ellas. –Mamá, ¿estás aquí?- Su voz aniñada resuena con eco entre las estatuas. Yo me agacho y me escurro hacia el fondo a medida que se aproximan. Las otras contemplan con picardía y admiración el salón. No parecen asombradas, es como si ya conocieran el lugar. Se acercan al sector de trabajo, dejan sus libros y revisan todo parloteando y riéndose. La hija de la Gata busca a la madre y la llama separándose de las demás. Es una gatita...igual a la madre pero más delgada y más alta, bellísima. En su carita adolescente se agazapan dos ojos crueles como los de su madre.

Las otras encienden cigarrillos y se preparan té humeante. Charlan y ríen. Una japonesita de rostro oval y boca como una cereza retira el trapo del pubis del hombre doliente y todas gritan de asombro ante el falo priápico que queda expuesto brutalmente para ellas. Una se levanta la pollerita y hace movimientos como si avanzara con la vulva para sentarse sobre el garrote haciendo que el grupo estalle en carcajadas. Otra simula agarrar el miembro con las dos manitos como si quisiera aquilatar su tamaño y se muerde la lengua poniéndose bizca con expresión de agobio. Ríen y gritan con voces cantarinas. Yo las observo asomando la cabeza detrás de una gárgola.

De pronto una niña rubia, delgadita, de aspecto enfermizo, se queda estática y nuestras miradas se cruzan. Me está observando extrañada, frunciendo el entrecejo. Me quedo congelado tratando de entrecerrar los ojos para disimular la vida de mis pupilas.

-¡Ahí hay alguien!- grita la rubiecita señalando hacia mí. -¡algo se movió!.

Todas levantan la vista y se quedan petrificadas observando las graderías llenas de quimeras inmóviles.

¡Ahí...ahí!- insiste la rubiecita señalando el lugar donde asomaba mi cabeza. -¡Es un tipo pintado!.

Me escurro hacia abajo y me deslizo hasta el fondo cuidando de no delatarme moviendo alguna escultura. Luego me trepo por las gradas, silencioso y ágil como un elfo del bosque, y me asomo dos pisos más arriba, sobre sus cabezas.

Se separan en grupos y se introducen entre las hileras de estatuas buscándome. Ahora sus risitas son contenidas, tensas, nerviosas. Una ha tomado un brazo inconcluso y lo lleva a la manera de un garrote. Se agachan entre las estatuas y observan. Desde lo alto puedo verlas caminando lentamente entre los engendros...revisando todo.

La japonesita, seguida de una morena delgada y alta, se aproxima a la escalera y comienza a subir hacia el primer piso. Estoy atrapado. Me escurro entre una hilera de gladiadores desnudos y me petrifico entre ellos, perfilado y con los ojos entrecerrados. Se acercan por el pasillo caminando lentamente y escrutando las sombras, como dos soldados de patrulla. Estoy tan cerca que no me advierten, miran por entre los gladiadores hacia el fondo de la gradería y me pasan por al lado, casi rozándome. Puedo sentir el aliento a frutas de la japonesita que mira detrás de mí. Estoy tan excitado que la pintura de mi falo se agrieta. La morenita alta se aprieta la entrepierna y exclama: -¡Me estoy meando!-; ambas rompen a reír con resoplidos contenidos y nerviosos. La japonesita cuchichea semi agachada dándome la espalda. Miran hacia abajo y se ríen de las otras que revisan la planta baja. Una idea perversa me asalta: me concentro y lanzo un gotitas de semen hacia el culo de la japonesita que no siente nada, pero se lleva el juguito pegajoso prendido de su falda diminuta. Apenas puedo contener la risa.

Después de un rato se tranquilizan y se reúnen en el primer piso, separadas de mí por los gladiadores y un grupito de gnomos deformes. Conversan animadamente. La rubiecita insiste, segura de lo que vio, pero las otras ya no le creen.

-Te ha parecido...

-¿Cómo va a andar un chaval pintado por aquí?

-Es que esto es para sugestionarse... ¿te imaginas pasar aquí una noche?...

Yo las escucho aguantando la risa.

De pronto un peso sorpresivo cae sobre mi espalda, derribando gladiadores. La Gatita ha saltado sobre mí por detrás, abrazándome con brazos y piernas. Siento sus muslos cálidos y carnosos rodeándome la cintura.

-¡Aquí está!...¡lo atrapé!- grita triunfal aferrándose a mi espalda y haciéndome caer hacia delante. Las otras acuden en tropel y me rodean

-¿Que haces tú aquí?

-¿Por qué estás todo pintado?

-¡Está desnudo!!

La Gatita me monta apretándome con las piernas. Estoy en cuatro patas, aturdido, rodeado por piernas adolescentes, soquetes y zapatitos escolares.

-Soy modelo de tu madre- confieso a la Gatita, rendido.

Un griterío excitado se eleva de las gargantas

-¿Y por qué te escondes?- pregunta la Gatita a mis espaldas -¿nos tienes miedo?- Me aprieta con los muslos urgiéndome a contestar.

No respondo

-¡Ahora te vamos a castigar por fisgón!...aprenderás a no espiar mujeres. Dime, ¿te estabas masturbando?-

-No, no, sólo estaba ocultándome porque me sorprendieron... yo no quería...

-¡Te estabas masturbando, sinvergüenza!... se lo diré a mi madre... ¡la próxima estatua será de un capón!. ¡Te cortará las bolas!

-¡Ja, ja...!- ríen nerviosas y parlotean todas al mismo tiempo

-Aunque tal vez guardemos el secreto...-

- Sí... tal vez podamos guardar el secreto si te portas bien y nos diviertes...- la Gatita lleva la iniciativa: -a ver...¡mastúrbate para nosotras!-

Se desmonta y se para a mi lado. Me enderezo y mi falo queda balanceándose ante ellas. Un murmullo de asombro brota del grupo. No me atrevo a levantar la vista. Comienzo a masturbarme arrodillado entre las piernas que me rodean. Exclamaciones...

-¡Sí...! ¡eso!...ponte como la estatua de abajo...- la Gatita me empuja hacia atrás con el pie forzándome en la posición de la escultura y me mantiene arqueado pisándome el pecho. La miro desde abajo, masturbándome, y suelto un chorrito de semen que salta de mi verga hasta la altura de sus ojos y vuelve a caer sobre mi vientre.

Un temblor de sorpresa recorre el grupo cuando ven el semen elevarse en el aire frente a ellas.

-¡Guau!...¡Tú si que acabas chaval!..- La Gatita no puede ocultar su asombro.

Su mirada maliciosa se clava en mis ojos. Entrecierra los párpados y su naricita se dilata.

-A ver, ¿quién se lo monta?- pregunta a sus amigas. Por un momento todas hacen silencio. Dudan.

-A mi ni loca- dice una

-No me voy a desvirgar con una estatua- exclama otra riendo.

-Ya acabó- agrega la japonesa...¿Qué va a hacer ahora?...no va a poder...

-A ver- organiza la Gatita, -las que se lo quieran follar de este lado...las otras se pueden hacer lamer el coño para mantenérnoslo calentito...- Todas prorrumpen en risas y gritos.

-Pongámosle la montura y que nos lleve de paseo- exclama una

-Obliguémoslo a follarse una estatua- grita otra

-A ver- insiste la Gatita –a sacarse las bragas.

Unas apuradas y otras a regañadientes comienzan a levantarse las polleritas y a bajarse los calzones. Las braguitas vuelan por el aire y me caen en la cara, en el pecho, en las piernas y sobre la mano que empuña mi falo.

La Gatita se quita las bragas y me ordena: -Ponte de rodillas otra vez- entonces me pasa la braguita entre los labios y me la sujeta en la nuca con una mano, bien tirante, manteniéndome la boca abierta y zarandeándome de la cabeza

-Esto, queridas amigas, es lo que nuestras madres suelen denominar un varón excitado,...entre nosotras...un macho caliente, y ¿saben por qué esta caliente?...porque estos se enloquecen cuando huelen hembras. Nos desean, nos espían todo el tiempo, y nos quieren meter la cabeza entre las piernas

Asume un aire de maestra apoyándose una mano en la cintura mientras me zamarrea con la otra.

-Les encanta masturbarse fisgoneándonos, así se descargan; pero son muy apurados y si no los controlamos se agotan enseguida. Les mostraré cómo controlarlos. El secreto está en impedirles que descarguen los testículos...hay que atárselos- presume.

Una risita cómplice y nerviosa se escapa del grupo ante la posibilidad de un juego prohibido.

-A ver tú- me ordena la Gatita –pon las manos a la espalda, y tú- le dice a la morenita alta –átale los huevos con unas bragas

La joven aludida vacila un momento pero casi enseguida se agacha, recoge un braguita del suelo y me la ata torpemente alrededor del escroto, muy apretada, estirándome los testículos que queda asomando pálidos y vulnerables al final del envoltorio.

-Bien- me dice la Gatita con aire de experta –ahora tú zamarréate el palo para nosotras. Muéstranos cómo hacen cuando nos espían

Quiero hablar pero me retuerce la braguita en la nuca impidiéndome cerrar la boca. Comienzo a masturbarme para ellas mientras la Gatita me sacude la cabeza hacia los lados para sentir su dominio. Mis testículos atados se baten al compás de mi mano mientras proyecto hacia las jovencitas excitadas un glande rojo y seco a cada sacudida.

Todo el grupo permanece inmóvil, expectante, mirando como hipnotizadas mis sacudidas afanosas a sus pies.

-Acaba ya- me ordena la Gatita, segura de que no podré hacerlo. Yo acelero mis movimientos y dejo escapar un jadeo lastimero para hacerles creer que trato de eyacular y no puedo. Me arqueo hacia atrás ofreciéndoles el palo inflamado y seco que se hincha inútilmente tratando de emitir un chorro de semen.

-¿Ven?- les dice la gatita con aire de sapiencia –una vez que los tenemos así los podemos hacer durar todo el día; nos podemos divertir cuanto queramos y no hay ningún peligro de que nos preñen.

Para corroborar lo que dice levanta un pie y me lo pasa por el glande obligándome a raspármelo por su suela y por su empeine.

Estoy tentado de soltarle un chorro en su zapatito, pero me encanta masturbarme para ellas haciéndoles creer que me tienen en sus manos y me contengo simulando sufrimiento y mirando de reojo a la Gatita con aire de súplica mientras me sacudo el miembro desenfrenadamente.

-Bien- dice mi dominadora –ahora pueden jugar con él sin peligro. Se lo pueden follar o se pueden hacer lamer el coño mientras lo tienen pajeándose. Mientras no acaban no se cansan...¿quién quiere empezar?

Se pasa la mano por la entrepierna, debajo de su pollerita, y me la arrima a la nariz y me la mete en la boca obligándome a lamérsela como un perro, sin dejar de tensarme la braguita entre los labios. Me mira el sexo controlando el efecto mientras le lamo la palma húmeda y los dedos olorosos a su vulva.

-Vamos- me urge –acaba ya. Acaba para nosotras.

Yo acelero mi paja convulsa entre gemidos de deseo pero no emito ni una gota de semen. Ella sonríe satisfecha.

-¿Ven?- les dice a sus compañeras –ya está amaestrado. ¿Quién se atreve a follárselo?, ¿lo quieren más cómodo?...¿qué tal así?- suelta la braguita liberándome la cabeza y me apoya un pie en el pecho arqueándome hacia atrás hasta que mi cabeza casi toca el suelo. Entonces se descalza contra mi mentón, se saca la media y me tapa la boca con un pie suave y húmedo. Yo comienzo a lamérselo sin dejar de masturbarme mientras escucho un murmullo de deleite del grupo que mira expectante como mi lengua se escurre entre los dedos largos que se abren sobre mi boca.

-Basta de masturbarte calentón- me ordena la gatita –no te dejaremos acabar, pero tú nos harás un buen servicio...- Se vuelve hacia sus compañeras: -¿quién quiere jugar un rato?- retira el pie y me deja expuesto, con la lengua afuera y el garrote a punto de explotar, invitando a las otras con un gesto de la mano.

La morenita alta avanza sobre mí, levantándose la falda y me planta un coñito sedoso frente a la boca, seria, mirándome a los ojos. Estiro el cuello y se lo lamo con una pasada lenta y profunda. Se estremece cuando el dije de mi lengua le raspa la mucosa tierna y el clítoris. Entonces se retira y hace como que se va a sentar sobre mi verga pero a último momento se levanta

-¡Ole!- me dice. Vuelve a agacharse sobre el falo y vuelve a levantarse cuando me ve elevar la cadera para recibirla.

-¡Ole!- repite.

Todas ríen nerviosas y excitadas.

-A ver- dice la Gatita -¿es que ninguna se lo quiere follar?...¿qué pasa?, ¿ahora son todas virgencitas?.

Titubean y dudan, expectantes...

-Bueno, por lo menos habrá alguna que se quiera comer esa pollita blanca ¿no?

Todas miran turbadas ese garrote pintado de blanco, con un glande rojo, como una frutilla enorme, asomando del prepucio. Estoy apoyado sobre los codos, con las piernas abiertas y las rodillas flexionadas exponiéndoles el torso, el vientre musculoso y el falo. La Gatita me pisa el pecho como un cazador a punto de fotografiarse sobre su presa. Se me ocurre que debo parecerles una especie de monstruo mutilado. Me miran curiosas y vacilantes.

Entonces les hago una mueca horrible, pongo los ojos en blanco proyectando desde mi cara de mármol una lengua larga, roja y serpentearte, atravesada por una alhaja, al tiempo que les revoleo el falo impúdicamente, como un molinete, invitándolas a la cópula. Todas retroceden ante ese íncubo lascivo que las provoca desde el suelo: un engendro del averno agazapado entre sus piernitas escolares. Hasta la Gatita tiene un momento de duda y retira el pie de mi cuello. Pero en seguida se repone y poniendo cara de repugnancia vuelve a pisarme con saña.

-A ver tú- le dice a la morena –móntatele en la boca que yo te lo tengo...

La chica avanza nuevamente sobre mi cara levantándose la falda y me atrapa la cabeza entre sus piernas arrodillándose sobre mí. Mira expectante la larga lengua roja que sale de mi boca y se hunde en su coño, inspira profundamente y comienza a gimotear y a refregarse contra mis labios. Casi enseguida siento cernirse sobre mí el tropel de hembritas enloquecidas. Siento coñitos calientes, apenas cubiertos de pelusa, que se friegan sobre mi pecho y mis muslos; manitos ávidas que me recorren la verga y boquitas ansiosas que me la picotean como pirañas disputándose una presa; muslitos tersos me cabalgan y vulvas vacilantes se apoyan sobre mi glande besándolo con temor...cuidando la virginidad. Se masturban entre grititos y gemidos, pellizcándome y apretándome el falo, y emitiendo exclamaciones y gruñidos cuando les hago palpitar el miembro hinchado entre las manos.

El número las envalentona y la ocasión las estimula. Juegan a copular. Una boquita de cereza me abraza el palo entero y su lengüita tierna me lo acaricia pidiendo semen. La japonesita está enloquecida y se monta con urgencia, pero no se atreve a clavarse y sólo se refriega sobre esa carne anhelada profiriendo quejidos hasta que el glande se le mete en la vulva carnosa. Las amigas la estimulan y la sostienen por las axilas hasta que se hunde en la verga lenta y profundamente, con los ojos cerrados, gimiendo hacia el techo, como si entregara en sacrificio. Siento su himen desgarrarse al tiempo que lloriquea con el ceño fruncido. Todas gritan y aplauden. Yo no me muevo, sólo mantengo el mástil pulsando para estimularla y darle tiempo a relajarse. Su coñito es apretado y el prepucio me duele por la tensión, entonces me muevo suavemente para lubricarla y finalmente la levanto con un movimiento a fondo de la cadera.-

-¡Hay, hay, hay!!- gimotea con urgencia y temor. Es livianita y blanda, como una muñequita oriental clavada en un pívot.

La Gatita desplaza con firmeza a su amiga y se para sobre mí mirándome fijamente. Sé que es la única temible del grupo. Se levanta la falda y se sienta sobre mi pecho apretándome la cabeza entre las rodillas. Tiene unos muslos largos, tersos y tibios. Se levanta la pollerita tableada, se estira la vulva entre los dedos índice y mayor y me la aproxima a la boca lentamente exponiéndome el clítoris. Saco la lengua para lamerla pero se retira. Repite el juego dos o tres veces, mirándome fijamente, dominándome. Cuando vuelve a aproximarse la recibo con la boca abierta y le aplasto los labios contra la carne fragante que me ofrece. Entonces me suelta unas gotitas de orina que me salpican los labios y las mejillas. No dice una palabra pero me mira perversamente. Limpio su vulva con los ojos cerrados, entonces vuelve a apretármela contra la boca y me suelta otro chorro de orina caliente. Me apuro a sorber el líquido dorado y a lamer sus ingles y sus muslos salpicados. Siento que la verga me revienta de tensión entre las bocas, las manos y las conchas de sus amigas.

Ahora me sujeta por la nuca y me da a beber de su vulva, estirándosela entre los dedos como si fuera una enfermera de campaña socorriendo un herido. Su orina degrada la pintura de mi rostro y la máscara se derrumba a medida que la horda se disputa mis testículos y mi falo con una avidez primitiva de hembras en celo.

Cada vez que recibo un chorrito de orina dorada me lo trago mientras mi verga pulsa para las niñas tratando de emitir unas gotas de semen entre gritos de excitación y de sorpresa. La gatita capta el ritmo a sus espaldas y regula sus meadas sonriendo cuando recibe como respuesta el griterío de sus amigas, mientras yo limpio con la lengua su sexo y sus muslos.

Las más decididas se van clavando en esa verga de fantasía que les ofrezco, incansable, para que jueguen a preñarse entre gritos y suspiros. Se ayudan unas a otras, masturbándose y toqueteándome con sus manitos. Ensayan cópulas salvajes, como las que han visto en el cine, amparadas en el anonimato y en mi cara oculta por la vulva de la Gatita. Tienen un cuerpo para jugar, para ensayar su sexualidad...una estatua caliente y priápica para probar fantasías. Sus propios gritos las excitan y se afanan sobre ese palo pletórico de venas que se hincha para ellas como un juguete prohibido. Se lo disputan con manos, vulvas y bocas, con hambre y urgencia infantil.

Yo me entrego a ellas, incansable, loco de placer. Me crispo en sus manos y en sus bocas. Me acalambro en sus vulvas calientes y apretadas. Hundo la cara en la vulva púber de la Gatita y le hago cosas deliciosas con la lengua mientras sorbo su orina y beso su carne núbil, entregándome a esa niña bella y cruel. Es una jovencita pero tiene una sexualidad intuitiva, como una mujer experimentada. Ya ha comprendido el poder que le da su belleza sobre los machos, y lo usa con aplomo y impudicia. La tomo por los glúteos y la sostengo sobre mi boca chupándole la entrepierna con hambre mientras mi verga pulsa, lustrosa y tensa, para diversión y placer de sus amigas. Ella se reclina hacia atrás refregándome la vulva sobre la cara y apretándomela contra la boca mientras me pellizca los pezones con saña.

Así permanecemos durante un largo rato. Yo ya no distingo si lo que tengo en la verga es una vulva o una boca. Por momentos unos dientes ávidos me muerden entre quejidos ansiosos y por momentos unas lengüitas calientes me suavizan el ardor y me recorren el glande con caricias balsámicas. Manitos egoístas se disputan el palo con codicia y boquitas y vulvas hinchadas lo cubren de besos y chupones delicados.

Lentamente la excitación se va apagando y las jovencitas comienzan a recomponerse, hartas de masturbación y sexo. Unas se retraen arrepentidas de su descontrol, otras se relajan satisfechas, otras se arreglan la ropa apuradas por volver a sus mundos de niñas educadas.

La Gatita sigue cabalgándome, obligándome a limpiarle el sexo, sin descontrolarse.

Entonces se resbala hacia atrás, secándose la vulva sobre mi pecho y se clava sin temor en el palo que late esperándola. Levanta los brazos y copula sobre mí descaradamente, arreglándose el cabello y sometiéndome con una mirada fría y calculadora. Está alardeando frente a sus amigas, segura de mi impotencia, y se balancea sobre mi pubis con un dominio total. Extiende la mano a sus espaldas y me toma de los testículos atados: -¿Quieres que te suelte?- me pregunta, -¿Quieres acabar?.

Entonces la levanto con un movimiento de cadera y le suelto un chorro como un disparo en el fondo de la vagina. Sus ojos se abren con sorpresa unos instantes y casi enseguida sus pupilas se contraen, terribles, cuando comprende que me he burlado de ella. La siento luchar con el impulso de aplastarse contra mi pubis y sorber el semen que salta de mi palo, su vagina late comprimiendo la verga que la dilata burlona. Pero se controla y se desmonta velozmente mirándome con odio. Ambos disimulamos lo que ha ocurrido. Su rostro es una mezcla de rabia y frustración.

Finalmente se para, se pone la media y se calza lentamente observándome con rencor mientras se recompone.

-Suéltenle los huevos- ordena.

Unas manitos apuradas me desatan los testículos y se llevan la braguita. Quedo tirado de espaldas, agotado, en la misma posición forzada.

Entonces la gatita me pisa el sexo contra el vientre

-¿Te gusta esto?- me pregunta masturbándome con la suela de su zapato. -¿Te gusta?,¿eh?...¿quieres que sea buena y te deje soltar tu leche?, ¿eh?- me urge mientras me pisa y me balancea el miembro hacia los lados con la punta de su zapatito. –A ver...muéstranos cómo acabas.

Su pie me presiona el falo con saña y lo corre hacia atrás dejando mi glande rojo a la vista de todas. Entonces comienzan a saltar gotitas de la punta hasta que un goterón espeso se derrama sobre mi vientre, seguido de otro y otro cada vez que su pie me recorre el miembro de adelante hacia atrás tensándome voluptuosamente el frenillo anillado.

Yo extiendo mi cabeza hacia atrás y emito semen excitándolas con quejidos y lamentos. Voy controlando mis emisiones para asombrarlas con un orgasmo prolongado y abro mis piernas y arqueo mi espalda para ofrecerle a la Gatita ese falo incansable que se acalambra bajo su pie matándome de placer. Puedo sentir su rabia por la saña con que me sacude el miembro. Trata de lastimarme, pero simula estar compuesta y dominante, aunque yo sé que se estará preguntando, confusa y aturdida, si no la habré preñado.

Me mira por última vez con desprecio, limpia su suela sobre mi vientre, y arrea a sus amigas hacia abajo, dejándome hecho un estropajo en el suelo. Sólo la japonesita se vuelve antes de descender y me mira un momento con ojitos húmedos.

Se van calladas, hablando sin convicción de horarios y estudios, asustadas de lo que ha ocurrido. Un silencio profundo desciende sobre las estatuas cuando desaparecen.

Me incorporo y encuentro debajo de mi cuerpo las bragas de la Gatita. Perversamente se las cuelgo de la lengua a una gárgola y bajo de las gradas para repintarme con el aerosol antes del regreso de la Gata.

Cuando llega estoy sentado al lado del hombre doliente, esperándola.

Revisa su falo retirando el trapo y parece satisfecha.

-Ya puedes irte- me dice –no te necesito más.

Titubeo un momento sin saber qué hacer. Levanta la vista y me mira amenazante

-¿Oíste?, ¡que te vayas!...¿que crees?, ¿qué viniste aquí a follar?...no querido, aquí no se folla...vete a hacer monadas entre las piernas de tu ama...

Tomo mi ropa y me visto rápidamente bajo su mirada hostil.

Me alejo, liberado y liviano, entre el aplauso y las carcajadas silenciosas de los monstruos.

Ahora camino apurado por las calles oscuras. Una cara de tiza, demacrada, fantasmal y sonriente, oculta tras las solapas del sobretodo. Voy corriendo entre las sombras, huyendo hacia mi cubículo, como un vampiro, antes de las primeras luces del amanecer.