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El Arco Tensado (10: El Aquelarre)

en Dominación

X – EL AQUELARRE

Las mujeres han invadido todo el loft. Cuatro o cinco conversan con animada educación sentadas en los sillones. Otra toca el piano suavemente, mientras dos o tres la escuchan calladas. Dos conversan quedamente paradas frente al hogar. Otra recorre el piso observando con curiosidad los muebles y la biblioteca. Un grupito habla por teléfono en el secreter y ríen a carcajadas. Mi dominatriz, la más bella, es la anfitriona.

Es un ambiente de hembras.

Yo camino entre ellas ataviado con mi collar de cuero, mis trabones en muñecas y tobillos y un slip metalizado, apenas una vaina peneana. Mi cuerpo musculoso y afeitado brilla por los aceites aromáticos. Soy el único varón y siento las miradas curiosas de todas esas mujeres. Cuando me acerco a algún grupo para escanciar sus altas copas de champaña hacen silencio y me observan desembozadamente amparadas en su número. Luego las siento reír a mis espaldas y hablar en diversos idiomas. De vez en cuando una carcajada se eleva sobre el parloteo monótono de los grupos que conversan quedamente.

Después de servir las copas busco con la mirada a mi señora y me paro detrás de ella, atento a sus necesidades. Va de grupo en grupo, vestida con una pollera de gajos muy sensual, y una blusa de seda de mangas abullonadas con puños y con un cuello ancho que se cierra casi sobre el ombligo dejando ver parte de sus pechos tiernos y firmes. Calza unas botitas cortas con unas medias de red negras que remarcan sus muslos largos y dorados.

Sus instrucciones han sido escuetas y claras:

-Esta noche vendrán unas damas a conocerte. Son amigas especiales para mí. Las atenderás como un caballero. En su presencia no permanecerás arrodillado. Te mantendrás detrás de mí, como mi custodio personal.

Sólo me separo de ella para acudir a llenar copas.

Ninguna me habla. Es como si tuvieran el acuerdo tácito de no dirigirme la palabra. Tengo la sensación de que forman un grupo con un interés y un código en común, que yo desconozco, pero del cual soy el objeto principal. No son parecidas, solo las une su género y una cierta distinción. Casi todas son mujeres de clase, hablan diversos idiomas y visten con lujo.

Observo una que está parada en la puerta de mi celda mirando el interior y me acerco para llenarle la copa. Tiene un rostro rectangular, de mentón fuerte, con una boca carnosa y dura, pero lo que más se destaca en su rostro son unos ojos de gata, verdes, oblicuos y rasgados. Mira tras sus párpados sombreados de largas pestañas, como un depredador al acecho. No me gusta su mirada. Es fría, calculadora y despreciativa. Tiene un cuerpo fuerte, atlético, con una piel inusitadamente tersa y cuidada. Viste vaqueros con botas de tacones y un mullido pulóver de cachemira, de cuello alto. Su cabello es muy fino y lo lleva corto e informal, con unas mechitas sobre la frente peinadas como al descuido. Me mira intensamente, sonriendo, mientras lleno su copa. Me avergüenza. Luego se vuelve y continúa su recorrido por el loft ignorándome.

Ahora mi dominatriz se ha sentado en su sillón y conversa en un idioma que me suena gutural, nórdico. Estoy parado tras ella y al observar su largo cabello rubio y lacio y su perfil delicado pienso que es como una princesa vikinga. Quisiera que se fueran todas para quedarme sólo con ella, acurrucado entre sus muslos, besándola. Siento celos.

Debe estar hablando de mí porque todas la escuchan atentamente y me miran con curiosidad. Hay una morena que me observa con franca simpatía y pregunta cosas sin dejar de observarme. Es alta y delgada, de rasgos fuertes pero muy femeninos. Tiene una boca grande, propensa a la risa, y unos enormes ojos negros, sombreados, sensuales y sugestivos. Su pelo negro y brillante cae sobre sus hombros como un catarata de bucles y lleva una falda amplia y colorida con una blusa entallada que destacaba su busto generoso y resalta la belleza de sus hombros morenos. Unos aros grandes, como dos argollas nacaradas, enmarcan su rostro largo de pómulos prominentes. Ha cortado una flor del jarrón de la entrada y se la colocado en la oreja acentuando su aspecto de gitana.

Hace ya más de una hora que se inició la reunión y la champaña ha subido la intensidad y el tono de las conversaciones. Están animadas y ansiosas. A medida que se relajan y escuchan a mi dominatriz sus miradas sobre mí se hacen más lujuriosas y provocativas.

Los otros grupos han hecho silencio y se han ido acercando. Algunas se han sentado en los brazos de los sillones y otras permanecen de pie, con sus copas, escuchando las explicaciones de mi Señora. Siento una creciente vergüenza ante todas esas mujeres que me escrutan. Mi pene tensa el slip. Temo que mi ama me entregue a esas hembras, pero al mismo tiempo deseo ponerme en cuatro patas y recorrer el espacio entre ellas besándoles y lamiéndoles los pies a todas. Quisiera que mi Señora me ordenara lamerle la vulva delante de todas para que vieran mi sumisión, mi amor y mi virilidad, y para que ardieran de celos.

Entonces mi Señora me indica con un gesto que avance hasta pararme a su lado, frente al grupo expectante de mujeres, y con un movimiento hábil, sin mirarme, me desprende la cadenita del slip y lo deja caer a mis pies exponiendo ante sus invitadas mi falo turgente que se yergue como un mástil balanceándose frente a ellas. Un murmullo contenido se desprende del grupo.

-¿Y puede eyacular así, sin más?- pregunta la gitana con sus enormes ojos pícaros fijos en mi sexo.

Mi señora me empuja levemente apoyando su mano en mis nalgas para hacerme avanzar un paso hacia el frente y abriendo los dedos como si desparramara semillas sobre la alfombra me indica que emita una gota de semen.

Una contracción profunda y lenta recorre mi falo desde la raíz hasta el glande y una gota nacarada aparece en la punta ante la mirada lasciva de las invitadas. Ahora el murmullo se convierte en una exclamación ahogada.

-¡Hay majo!,¡ estás para un circo!, ¡y lo tienes con un anillito! - exclama la gitana – ven acá, acércate que quiero ver bien esto.- Me indica con la mano, larga y fina, que me aproxime. Avanzo un paso hasta colocar mi sexo frente a ella. La gota de semen pende de la punta. – ¿A ver cómo lo haces?...hazlo otra vez- insiste la gitana, risueña. Una nueva contracción profunda y lenta lleva ante sus ojos otra gota que aparece sobre el glande como una perla viscosa. La gitana lanza una carcajada alegre y todas ríen, excitadas.

-Lanza una lejos, ¿puedes?... a ver, lánzame una hasta los pies...-

Vacilo un momento, no se qué hacer, si lanzo una gota con fuerza podría pegarle en la cara. Entonces escucho a mis espaldas la voz de mi dominatriz: -Arrodíllate-

Caigo de rodillas frente a la gitana que me mira expectante, inclinada hacia delante, con las piernas juntas y los codos apoyados sobre los muslos. Tiene unos zapatos finos, de tacón, con unas hebillas plateadas que dejan ver sus empeines morenos, delgados, surcados por venas azules. Mi semen vuela hasta ellos. Un murmullo de sorpresa se eleva de las gargantas femeninas, seguido de una aprobación apagada cuando me inclino y lamo la gota pegajosa y caliente de esos bellos pies bronceados.

Cuando me incorporo la gitana me toma por el mentón con un gesto tierno y me mira con simpatía. –Chaval, tú eres un sueño- me dice.

A su lado, inclinada sobre el brazo del sillón está la gata. Me mira irónicamente y le pregunta a mi Señora:-¿Si lo castigas, también puede hacer esto?

A mis espaldas, mi señora hace un gesto como invitándola a probar. La gata me pega un chirlo en el pene con los guantes que tiene en la mano. Tardo en reaccionar y casi en seguida me vuelve a pegar, esta vez más fuerte. De la punta de mi falo saltan dos gotitas hasta la caña de su bota y chorrean lentamente hacia su empeine. Se las mira con ojos malignos, entrecerrando los párpados, y espera con una sonrisa burlona que me incline y lama mi eyaculado del cuero.

Cuando me incorporo, todas rompen a hablar al mismo tiempo. Hacen preguntas, se ríen. Una ha tomado la botella y llena las copas, caminado alrededor mío. La gitana me observa con curiosidad y la gata me estudia malignamente, en silencio.

Me vuelvo hacia mi Señora quien me indica con un gesto que me incorpore y me pare a su lado. Luego acalla el parloteo con su voz pausada.

-Este joven- les dice -está preparado para cumplir fantasías. No importa lo que soñéis o lo que imaginéis. Él puede representar para cada una de vosotras la corporización de ese sueño. Es un varón perfecto... sano, educado, viril y perfectamente entrenado para el servicio sexual de la mujer.

Mientras habla me acaricia distraídamente las nalgas. Me serena, me trasmite tranquilidad con ese íntimo contacto.

Luego de esta demostración la reunión se disuelve. Las damas semi borrachas se separan en corrillos de dos o tres. Recorren el loft, el gimnasio, mi celda. Conversan animadamente, ríen, comentan lo que han visto y cuentan anécdotas de hombres y experiencias personales. Yo voy de un lado a otro sirviendo copas. Serio, medido. Espero respetuosamente que me atiendan. Mi slip ha quedado tirado sobre la alfombra así que ando totalmente desnudo entre esas mujeres excitadas. Se siente olor a hembra en el aire. Es la mezcla de sus finos perfumes, de sus sexos húmedos, de sus axilas. Me acerco a un grupo que conversa en la barra del bar y espero, botella en mano, que interrumpan su parloteo en alemán para servirles. Una se vuelve y me contempla risueña. Gira sobre el taburete y me enfrenta, me indica con la mano que me acerque a ella y me toma el miembro con naturalidad, apretándolo y palpándolo.

-¿Puedes mojarte aquí?- me pregunta con acento gutural. Las otras se han acercado y miran por sobre los hombros de la alemana. Yo me concentro y, mirándola a los ojos, dejo salir un chorrito de semen sobre su mano. Lanza un grito de sorpresa y se limpia la mano en la pollera mientras todas ríen a carcajadas. Luego me acercan sus copas. Mientras las lleno una me acaricia golosamente el vientre casi hasta rozarme el sexo.

El ambiente está enrarecido. La sobriedad de las damas se ha ido trocando, por el champaña y mi falo priápico, en un entorno denso de alcohol y perfumes enrarecidos. Busco con la mirada a mi Señora pero no la encuentro. Estoy nervioso.

Paso frente a mi celda y veo, a través de los barrotes a dos que están adentro. Una es muy joven; parece una adolescente y viste como tal: una pollerita diminuta, una remerita que deja desnuda su espalda descarnada, y unas sandalias planas que muestran sus largos y finos pies llenos de anillos. Todo en ella es longilíneo: las piernas de muslos delgados e interminables y el cabello castaño y lacio que le llega hasta los glúteos. Tiene unas manos adolescentes, largas y tiernas, con pequeñas uñas mordisqueadas y anillitos de fantasía. Casi no tiene busto. Debajo de la remera holgada se adivinan sus tetitas de perra. Está apoyada en la pared de piedra, casi en penumbras, mientras la otra, una rubia mayor, delgada y seca, con un impermeable de cuero negro y botas, se le encima y le habla al oído mientras le manosea descaradamente la entrepierna metiéndole una mano bajo la pollerita. Yo las miro asombrado tras los barrotes. No esperaba ver dos lesbianas en esta reunión. Tengo la sensación de que la mayor está apremiando a la adolescente y me demoro observándolas. La rubia me ve y me mira malignamente tomando el sexo de la flaquita con toda la mano.

-Ven acá- me dice

Entro en la celda con la botella en la mano y noto que la flaquita está en trance. Me mira con deseo, como si ansiara que la penetrara, pero está totalmente sometida por la mano que le atrapa la vulva.

La rubia aumenta la presión de su mano, la mira a los ojos y le dice: -¿te gusta este?, ¿sabes lo que quiere?...quiere meterte la pija y follarte como un puerco, ¿y crees que adentro tuyo hará su numerito de echarte gotitas?, no, lo que quiere es vaciarse los huevos aquí...- (y su mano se cierra como una zarpa sobre la entrepierna de la niña)

No se si quiere excitarla o prevenirla contra mí, pero el efecto en la flaquita es inmediato: comienza a gemir con los ojos en blanco y la boca carnosa entreabierta, entonces la rubia la suelta y la deja con un quejido de insatisfacción mientras se vuelve hacia mí.

-Y a ti- me dice -¿te gustaría correrte dentro de esta potranquita?...¡claro que te gustaría!, pero por más entrenado que estés tú no sirves ni para lamerle los pies. A ver, bésale los pies. Muéstranos que machito educado eres.

Su rostro es duro, anguloso. Tiene el pelo lacio y corto, y unas manos maduras, delgadas, con venas azules y tendones manifiestos.

Me arrodillo delante de flaquita, dejo la botella en el suelo y tomándola de los talones me inclino hasta besar sus dedos largos y pálidos llenos de anillos. Estoy encogido sobre mis piernas, con las rodillas contra el pecho. La rubia está parada detrás de mí y siento su bota que penetra entre mis piernas hasta aplastarme el falo y los testículos entre su empeine y mi vientre.

-Lámele los pies- me ordena, aumentando la presión – y córrete sobre mi bota para que todas veamos que viril eres.

Cierro los ojos y comienzo a lamer los pies adolescentes que las sandalias dejan casi desnudos mientras refriego mi falo y suelto chorritos de semen caliente sobre la bota que me presiona la entrepierna. Apenas aparecen las primeras gotas oigo un murmullo en el salón, tras los barrotes. Las brujas se han amontonado y disfrutan del espectáculo a través de la reja. Están borrachas y desinhibidas; parlotean, se ríen y comentan la escena. La niña me mira a sus pies, turbada, apartándose el largo cabello de la cara con las dos manos. Mueve sus deditos para dejar que mi lengua los recorra. Creo que se excita. Yo siento la malignidad de la rubia que me aplasta los testículos mientras le empapo la bota. Dos o tres hembras penetran en la pequeña celda y nos rodean. Una, no se quién, se para a mi lado. Yo desvío la cara y beso sus pies enfundados en unas sandalias de finas tiras de cuero. Risas...

Ahora son varias. Siento que me tocan. Una se ha quitado el zapato y me recorre la espalda con un pie cálido y húmedo que llega hasta mi cuello y corre por mi mejilla hasta que mi boca lo atrapa por los dedos. Entonces la rubia maligna toma a la niña por el brazo y la obliga a montarse sobre mí mientras yo reparto besos y lamidas entre todos los pies que me rodean.

Siento a la niña que abre sus piernas y me rodea la espalda aplastando su sexo prominente y húmedo contra mis vértebras. No lleva bragas. El pie de la rubia me presiona brutalmente haciéndome elevar las caderas y la niña se afianza sobre mi espalda apretándome con sus muslos delgados y largos en una contracción orgásmica. Todas ríen y aplauden al ver el desenfreno de la jovencita que se refriega y grita sobre mí. La rubia, malignamente, me introduce el taco en el ano y me tiene así, eyaculando en aire, a la vista de todas mientras su novia gime y lloriquea de placer.

Lentamente se van calmando, algunas tan borrachas que no pueden sostenerse, se dirigen al salón y se derrumban en los sillones comentando la escena. Al fin quedamos otra vez los tres, con la rubia y la niña. Yo estoy agotado. La niña parece un muñequito sobre mi espalda; tierna y liviana. Se ha relajado y está medio lloriqueando con la cara cubierta por su largo cabello. La rubia retira el pie y me manda girar y lamer mi semen de su bota con la niña todavía montada encima.

-¿Ves para qué sirven estos?- le dice a la niña mientras se hace limpiar. -Nunca dejes que te toquen el coño a menos que sea con la lengua. Igual les gusta, y son capaces de acabar en cualquier lado. Los varones no son muy selectivos.

Siento su odio.

Luego se retira al salón dejándome sólo con la niña arriba. Esta se desmonta y se queda parada a mi lado, confundida y llorosa. Está muy borracha. Me arrodillo y la tomo por las caderas atrayéndola hacia mí. La abrazo un momento y siento que se abandona y me deja hacer. Entonces levanto su pollerita y lamo su vulva húmeda y cálida, limpiándole el orgasmo que ha tenido sobre mí. Mis manos suben por debajo de su remera hasta anidar sobre sus tetitas diminutas y tibias. Sus pezones son grandes y cónicos...vírgenes. Lloriquea como una niñita y se refriega los ojos y la nariz mocosa. Me paro y aparto su cabello besando su carita llorosa.

-Gracias- me dice y sale de la celda sosteniéndose de los barrotes.

Tomo la botella y regreso al salón. Las brujas están más aplacadas. Me miran, algunas sonrientes, otras serias, otras excitadas. Recorro los sillones llenando copas como si nada hubiera pasado. Entonces aparece mi Señora, caminado tranquilamente desde sus aposentos. Sé que me ha entregado deliberadamente a sus amigas. La miro y sus ojos inexpresivos me penetran...pero no me dicen nada.

-Ahora lo sortearé tres veces. Las ganadoras, como les he dicho, tendrán la oportunidad de probarlo en forma exclusiva por una noche. Luego les agradeceré me informen el resultado. Todavía lo estoy educando y puedo corregir cualquier error o defecto que detecten, tanto en su actitud como en su rendimiento.

Bebe un trago de champaña manteniendo a todas a la expectativa

-Siéntanse en libertad de ensayar cualquier fantasía. Armen su noche a gusto. Disfrútenlo-. Hace una pausa elocuente y continúa:-Les pongo por ejemplo el caso de una joven condesa que se excitaba con la música y gustaba de llevar su siervo al teatro para meterlo debajo de sus faldas en el palco y hacerse lamer toda la noche mientras disfrutaba la ópera. En los intervalos él corría a buscarle bebidas mientras ella conversaba con otros asistentes, pero cuando se apagaban las luces ella tornaba a mirar la obra mientras él le subía las faldas y se metía entre sus piernas para lamerla y besarla durante toda la función. Lo tenía educado para lamerla al ritmo de la música, así que, en los momentos culminantes, se corría en la boca del siervo tapándose los labios para no gritar de placer...¿se imaginan?, todos pensaban al verla en el palco, con los ojos cerrados y la respiración anhelante que era la misma música la que la enajenaba.

Todas ríen al unísono

-Ese pobre muchacho no estaba muy bien educado y a veces se mojaba el esmoquin, pero este sabe controlarse. En fin, podéis hacer lo queráis con él.

Las palabras de mi señora, su forma de hablar y de exponerme, junto con el alcohol, hacen crecer nuevamente la excitación de las brujas. Me miran con lascivia. Yo puedo leer en sus miradas lujuriosas sobre mi cuerpo y mi sexo tenso, cómo imaginan que me usarían en sus respectivas fantasías.

-Ahora- dice mi dominatriz, al tiempo que me indica con una palmada que traiga una bolsita de gamuza del perchero de la entrada –procederemos al sorteo

Regreso con la bolsita en las que todas han colocado, al entrar, joyas, llaves u otros objetos personales. Mi señora me indica con un gesto que me arrodille a su lado y mete la mano en la bolsa que le ofrezco, mirando sonriente al conjunto de brujas expectantes.

Retira la mano y muestra un prendedor de oro que simula una mariposa. Una exclamación general sale de las gargantas en celo mientras una mujer que está sentada al lado de la gitana lanza un gritito ahogado y se tapa el rostro, roja de vergüenza.

Es una mujer de unos cuarenta y cinco años, menuda, muy bella. Trasunta un aire de respetabilidad y madurez. Viste con elegancia y sobriedad un traje sastre de pana con una camisa de seda de cuello amplio, y se adornaba con una discreta gargantilla y unas pulseras de oro. Parece un poco nerviosa y me miraba claramente perturbada, pero mantiene la vista cuando nuestros ojos se cruzan. Tiene unos grandes ojos grises, elocuentes y femeninos. Pienso que debía ser una ejecutiva, o una jueza, por su aire formal y educado.

Todas la felicitan y le hablan al mismo tiempo. Mi Señora le dice: - Bien doctora, parece que tendrás el privilegio de ser la primera. Avísame luego, por favor, qué día y dónde prefieres organizar tu fiesta. Si no dispones de un lugar con suficiente privacía cuenta con este penthouse.

-¡Quédate aquí!- le dice una,- Tienes toda clase de juguetes y comodidades

-Aquí podrás gritar si te place- dice otra – nadie te escuchará. Puedes hacer un escándalo si lo deseas.

-Sí, sí- asienten varias.

La jueza las ignora, avergonzada; tapándose el rostro a medias y riendo, le dice a mi Señora:

-Gracias, ya te avisaré.

El sorteo continúa. Todas están expectantes mientras mi dominatriz revuelve el interior de la bolsita manteniéndolas en vilo. Algunas me miran con lascivia, ansiosas. Una se lame los labios con la vista fija en la bolsita mágica. Todas imaginan qué harían conmigo en una noche entera de lujuria.

Mi Señora retira la mano y muestra un cintillo delicado. Por un momento todas hacen silencio y se inclinan hacia delante para ver bien. La gitana lanza un gritito seguido de una carcajada cantarina: -¡Es el mío!- dice -¡me he sacado la lotería!. Me mira risueña mientras todas la felicitan sin mucho entusiasmo y me hace un gesto con la mano abierta como indicándome que me dará chirlos: -Prepárate chaval- me dice –vamos a pasarla de perlas.

Ahora las brujas están más serias. Sólo queda una posibilidad y la tensión se percibe en el aire.

Cuando mi Señora muestra una llave, un murmullo de desilusión se escapa de todas las gargantas.

-Es mía- dice la gata sin mostrar alegría. Me mira malignamente golpeándose a palma de la mano con los guantes. Recibe algunas felicitaciones sin entusiasmo pero no responde ni agradece a nadie. Se dirige a mi dominatriz -¿Cuándo lo tendré disponible? – pregunta.

-Cuando tu quieras, pero démosle prioridad a la doctora.. Por favor, las ganadoras deben dejar su tarjeta con el lugar y la fecha en que desean tener el encuentro

-¿Podemos usar aparatos?- pregunta la gata

-Lo que tú desees. El único límite es tu fantasía.

-¿Y las que no hemos sido sorteadas?- preguntan varias -¿tendremos otra oportunidad?

-Bien, veremos...si alguna tiene una necesidad especial estoy dispuesta a escucharla...

-¿Hay algo que a él le guste en especial?-pregunta otra

-No importa lo que a él le guste. Está educado para hacer lo que nos guste a nosotras.

La noche se ha cerrado. Las brujas se desparraman por el penthouse murmurando sus ebriedades. Una se ha recostado sobre el sillón y duerme. Otras balbucean en la barra del bar. Otra toca una melodía lúgubre en el piano. Se oyen conversaciones quedas en diversos idiomas.

Mi dominatriz se levanta, se dirige hacia la consola de las luces y las apaga. Al principio todo queda en penumbras. Oigo sus pasos en la oscuridad, alejándose hacia sus aposentos. Corro tras ella y me arrodillo a su lado en la puerta de su vestidor, en las sombras. Se detiene un momento y me mira seria, con ojos helados.

-Atiende a las señoras – me dice –complácelas-. Y se retira cerrando la puerta.

Espero un rato hasta que mis ojos se habitúan a la oscuridad. La única luz proviene de la calle a través de los ventanales del loft y todo está penumbras, bañado de un color azul profundo. Camino silenciosamente, descalzo, a través del pasillo. Desciendo la escalera y me cuelo tras el bar para abrir más champaña. Oigo murmullos, charlas en sordina y quejidos ahogados. Por un momento dudo de si las brujas borrachas estarán dormidas o si estarán todas despiertas, al acecho, para caerme encima.

Camino lentamente entre los cuerpos inmóviles, atento, cuidando dónde dar cada paso. Escucho un susurro y me vuelvo. La jueza está sentada al piano y me llama. Cuando me acerco extiende su copa y yo la lleno en la oscuridad. Es una mujer extraña, tiene una naricita pequeña y unos párpados húmedos sobre sus bellos ojos sugestivos. El conjunto le da a su rostro un aspecto recatado, inteligente y distante. Me mira tímidamente. Ambos sabemos que le pertenezco por el sorteo. Me pregunto qué querrá de mí. Parece tan medida y formal. Me agradece inclinando la cabeza, apoya la copa sobre el piano y reinicia su ejecución. Una música lenta y sombría rueda por entre los cuerpos dormidos. El aire huele a mujer. Cuchicheos y risitas se oyen en los rincones oscuros. Paso frente a mi celda y de pronto aparece en la puerta la rubia lesbiana. La reconozco en la penumbra por el brillo de su tapado de cuero.

-Ven aquí- me ordena secamente. Toma la botella de mi mano y me empuja adentro de la celda. Temo lo peor. Sentada en la colchoneta, semidesnuda y silenciosa, está la niña. La rubia me empuja hacia ella y le dice: -¿Esto es lo que quieres?, ¡acá lo tienes!...¿quieres un falo?, ¿y qué crees que vas a hacer con eso?...¿te gusta más que el mío?...¿he?. Bueno querida ahora verás que el mío es más limpio y agradable. Prueba este para que compares.

-Tú- me dice –arrodíllate.- Me toma del collar y me fuerza hacia abajo frente a la niña que me mira en la oscuridad con ojos llorosos. Su pintura se ha corrido y se ve pálida y ojerosa como un fantasma.

La rubia me tensa hacia atrás del collar y me inmoviliza con un fuerte tirón, se para a mi lado sujetándome y le dice a la niña: -Chúpale eso y trágate lo que te eche. A ver si te gusta.

Entonces caigo en cuenta de que tiene un arnés con un falo negro y brillante que se balancea bajo el tapado abierto. ¡Se la ha estado follando!. De pronto comprendo el profundo rencor que me tiene. Su niña quiere probar un hombre, quiere carne de verdad.

La toma del pelo, con rabia, y fuerza su cabeza hacia mi sexo. La chiquita, apoyada sobre sus manos y sus rodillas, lloriquea y gira la cabeza hacia los lados, pero finalmente estampa sus labios carnosos contra mi glande.

-Abre la boca...¡Cómetelo!- le ordena la rubia con rabia contenida. La agarra por el cabello de la nuca y empuja su cabeza contra mi miembro hasta que la infeliz abre la boca y me envuelve la verga con un quejido de protesta. La otra le sacude la cabeza para hacerla chupar con ritmo enloquecido.

-¿Te gusta?...¿esto es lo que te gusta, puerca?, ¿quieres tragar porquería eh?, ¿quieres hacerle jueguitos con la lengua?...¡pues aquí lo tienes!, ¡cómetelo!.

Yo cierro los ojos y suelto una gota enloquecedora en la boquita hinchada y caliente.

-Tú- me dice la rubia con saña –vacíate ya...llénale la boca a esta cochina.

No se si está excitada o si simplemente quiere degradarme, pero me ladea la cabeza y comienza a golpearme los labios con su falo de látex. Se para con las piernas abiertas sobre la niña y me penetra brutalmente por la boca. Sus ojos malignos brillan en la oscuridad. Está desnuda debajo del tapado y veo ante mí su cuerpo musculoso y pálido. Tiene los pechos pequeños y blandos, con grandes pezones anillados con sendas argollas; y un tatuaje sobre su vientre de gimnasta, plano y tenso, que recorren venas azules. Me folla la boca con rabia, inclinada hacia atrás y sosteniéndose de mi collar, empuja sus caderas contra mi cara penetrando mi boca con amargo rencor. Siento que la flaquita me besuquea y me lame el miembro, lloriqueando, mientras chupo el falo negro y elástico que me ahoga. Suelto gotitas en la boca de la niña que las lame y se las traga a regañadientes. Nuestra torturadora nos cabalga con excitación creciente. Rabia porque no me ve descontrolarme, quiere que explote en la boca de la niña, que la asuste, que le repugne.

Bruscamente me retira el falo de la boca y se para detrás de mí empujándome hacia abajo por el collar. La niña se agazapa debajo mío sin soltar mi miembro de su boca. Está acostada literalmente sobre el piso, boca abajo, y eleva la cara para chuparme.

-Levanta el culo- me dice la rubia a mis espaldas –Yo te haré acabar bien empalado.

Mi cuerpo ha descendido sobre la niña. La tomo por la cintura y apoyo mi cara en el comienzo de su espalda, donde dos positos anuncian el nacimiento de sus glúteos largos y tiernos, mientras la lesbiana me penetra ferozmente sosteniéndome por las caderas. La oigo respirar agitada detrás de mí mientras me coge con movimientos rítmicos y profundos. Cada vez que se manda a fondo espera un rato mientras yo, a mi vez, eyaculo con un quejido en la boquita hinchada de la niña. Comprendo que sólo me está usando para consumar su amor. La rubia está soltando esperma en su niñita. Su falo de látex se crispa dentro mío impulsando un chorro de mi falo hacia su amada. Me odia por contenerme. Quiere consumar su orgasmo y me zarandea brutalmente ahogándome con el collar a la vez que se hunde en mis entrañas. Su tapado de cuero nos cubre a los tres figurando un solo cuerpo monstruoso que se retuerce y se masturba en la oscuridad. Hay en el aire de la celda un olor ácido a sudor de hembra. Los tres estamos empapados y agotados. Comprendo que esta yegua maligna que me penetra no me dejará en paz si no tengo un orgasmo pleno. Nos cabalga excitada y frustrada, bebiendo champaña directamente de la botella.

Finalmente simulo un orgasmo incontrolable Con un quejido prolongado y profundo, me crispo sobre la boca de la niña que gimotea ávida cuando siente venir el semen, y me mantengo así, gritando ahogadamente y empalando a la niña hasta la garganta. La rubia cree que lo ha logrado y se relaja. Se retira de mis entrañas produciéndome un alivio indecible y se para, borracha y agotada. Se desprende el arnés y se apoya en los barrotes de la celda mirándonos con rencor

-¿Te gustó?- pregunta a la niña, -dime, ¿te gustó?

Habla como si hubiera eyaculado ella, pero advierto temor en su voz.

-Ven acá tu- me dice. Se abre el tapado y me jala del collar hacia ella. Su cuerpo, blanquecino en la oscuridad, está perlado de sudor, y su vulva se esconde en una abundante mata de pelo negro. Me lleva la cabeza hasta su entrepierna y me dice con voz ahogada por la saña.:-Lámeme, hijo de puta... chúpame bien...Y tú también – dice a la niña – ven aquí. Chupen los dos, pendejos de mierda.

Está borracha, despechada y colérica. Nos sujeta con ambas manos, a mi del collar y a la niña del pelo, mientras le lamemos los muslos traspirados y la vulva. Finalmente se sienta en el suelo, apoyada en la reja y se duerme maldiciéndonos. La lamemos durante un rato mirándonos en la oscuridad. Al fin, seguros de que está dormida, nos quedamos contemplándonos a los ojos en la penumbra. Tomo a la niña de la mano y la atraigo hacia mi rodeándola por la cintura. Le saco la remera y beso suavemente sus tetitas tiernas. Su pelo lacio y largo cubre su pecho así que busco sus pezones en la oscuridad y se los lamo y se los chupo entre el cabello. Me deja hacer, con gemidos ahogados, abrazando mi cabeza con una mano mientras se masturba con la otra. La tiendo sobre la colchoneta y se abandona con un gemido. Entonces la penetro lentamente y me la follo con dulzura, besando su boca y sus ojos. Ella recibe mi semen con quejidos y grititos ahogados. Crispada, me envuelve con sus largas piernas y eleva hacia mí sus caderas. Su vulva es como su boca, cálida y suave. Cuando la siento a punto de gritar le tapo la boca con la mano y le paso la lengua por el cuello y las orejas para estremecerla. Se pone rígida como una tabla y tirita cuando recibe chorritos de semen en lo profundo de su vagina. Siento sus gritos ahogados contra la palma de mi mano. Sus pupilas se dilatan en la oscuridad y me mira con el asombro del descubrimiento. Su cuerpo tetanizado recibe el semen con pequeños espasmos bruscos. Se muerde los labios con terror mirando a su pareja dormida. Siento una alegría perversa mientras me cojo la niña mirando la bruja abatida.

Finalmente se relaja y se queda gimoteando entre mis brazos. La acomodo en mi colchoneta, la tapo con mi edredón, y permanecemos abrazados hasta que se duerme. Dos siervos consolándose en la oscuridad.

Cuando salgo busco otra botella en el bar. Todavía se oyen murmullos y risitas soñolientas en la oscuridad. Camino con cuidado entre los cuerpos dormidos. Siento una profunda excitación entre todas esas hembras borrachas. La gata está dormida sobre el sillón de mi dominatriz. Me siento en el borde y le toco el pelo imperceptiblemente para ver si su sueño es profundo. No se mueve y respira pausadamente. Sus ojos rasgados de grandes pestañas titilan. Le acaricio los senos, primero con cautela, luego con impunidad. Tiene unas tetas elásticas y firmes. Se las manoseo con malicia. No se que me hará cuando se cobre su premio, pero me ha parecido una mujer cruel. De pronto se mueve y se da vuelta murmurando algo entre sueños. La dejo y sigo recorriendo el loft en penumbras. En un rincón, veo la lumbre de un cigarrillo que destella en la oscuridad. Son dos mujeres jóvenes que conversan sentadas en las sombras. Les lleno las copas y me miran con simpatía. Reconozco las sandalias de una, las he lamido por la tarde, cuando me acorralaron en mi celda. Nota que le miro los pies y eleva hacia mí una pierna mientras me sonríe. La tomo por la pantorrilla y el talón y beso su pie dulcemente metiéndole la lengua entre los dedos. Se ríe calladamente moviendo los dedos y me toma del brazo jalándome hacia ella. Me hace poner en cuatro patas, se descalza, apoya los pies sobre un taburete y me empuja la cabeza hacia ellos. Comienzo a lamerlos y besarlos. Son unos pies cálidos, femeninos, con las uñas pintadas con un esmalte fosforescente que las hace parecer luciérnagas en la oscuridad. Abro la boca y me introduzco todos los dedos en ella. La otra se reclina en el sillón, relajada, y me apoya sobre la espalda los pies, calzados con unas finas sandalias negras. Durante largo rato continúan conversando en un idioma extraño, mientras yo masajeo esos pies con los labios y la lengua. Finalmente la que está en mi boca se duerme y la otra me contempla un rato en la oscuridad, soñolienta. Se inclina hacia delante y me toma del collar llevándome la cara hacia su sexo mientras abre las piernas en silencio. Tiene una braguita de nylon transparente, abierta sobre la vulva. Se reclina en el sillón, prende un cigarrillo, y me mira impasible mientras le lamo la vulva con delicadeza. Cuando termina de fumar apoya la cabeza en el respaldo y se queda mirando el techo. Yo observo su mentón durante un rato, metido entre sus piernas, hasta que estoy seguro de que está dormida. Luego me levanto en silencio, tomo la botella y sigo mi camino.

En el loft ya no se oye más que la respiración pausada de todas las invitadas dormidas. De vez en cuando un murmullo entre sueños, algún gemido ahogado. Se han dormido excitadas y tienen sueños eróticos. Camino entre ellas con los ojos adaptados a la oscuridad como un gato. Me siento como un rapaz nocturno. Dormidas están indefensas y me excita la impunidad. Las toco, las beso. Lamo sus cuellos y sus orejas para sentirlas gemir entre sueños. Me siento impune y una alegría malévola me lleva de un lado a otro. Regreso a mi celda y observo a la lesbiana derrumbada contra los barrotes...abro las piernas y le paso el pene y los testículos por la cara. Pérfidamente le eyaculo gotitas en la boca entreabierta y me río en silencio viéndola murmurar y saborear mi semen dormida.

La jueza se ha dormido sobre el piano y beso su nuca delicadamente. Huele bien.

Oigo unas risas ahogadas que vienen del gimnasio y me dirijo hacia allá sigilosamente, botella en mano. Por la puerta entreabierta, en la penumbra, distingo dos mujeres que se ríen por lo bajo, histéricamente, mientras se esfuerzan con flexiones de brazos: una está colgada de la barra haciendo flexiones mientras la otra la ayuda sosteniéndola por la cintura, pero están muy borrachas y sus movimientos son incordiados y vacilantes.

Entro subrepticiamente en la habitación y me deslizo por la pared contemplándolas, entonces, una tercera bruja que no había visto, morena y delgada, cierra la puerta y dice con vos cantarina: -¡Miren quién está aquí!...¡Miren a quién atrapé!...

Las otras se vuelven y escudriñan la oscuridad. Sus ojos brillan con malicia cuando me ven.

-¡Oh!... ven aquí ricura- dice una – vamos a conversar.

Me aproximo a ellas y me extienden sus copas para que las llene mientras me observan maliciosamente.

-Dime, ¿te gustamos?

Asiento gentilmente

-¿Te gustamos mucho?...¿cuál te gusta más?...¿te atreves con las tres?- Se ríen estúpidamente... están fumadas.

-¿Quieres echar lechita entre mis piernas?- dice una pelirroja pecosa de cabello largo y suelto, levantándose la falda con las dos manos y sacudiéndola como si me toreara. Las otras ríen a carcajadas.

-Si señora...me gustaría- respondo quedamente

Tiene una pollera suelta y liviana y debajo unas medias de nylon que brillan en la oscuridad.

-¿Estás seguro que te gustaría echar lechita entre mis piernas?, mira que soy una maestra y debes respetarme...

-Si señora- repito maliciando una trampa.-Si usted me lo permite...

-¡Alumno maleducado!, ¿cómo te atreves a pedirle eso a tu maestra?- (risas histéricas)

-¡Ven acá...yo te enseñaré a pedirle a una maestra que te deje vaciarte entre sus piernas!

Se sienta sobre el potro de gimnasia con una amiga a cada lado y, arremangándose la pollera, se golpea los muslos con las dos manos indicándome que me tienda sobre ellas. Cuando me reclino, temeroso, en sus regazos, me atrapa el falo entre sus muslos y me traba las muñequeras entre sí de modo de inmovilizarme las manos a la espalda.

-A ver si aprendes esta lección- me dice – No hay que echar lechita entre las piernas de la maestra- y me da un sonoro chirlo en las nalgas con la mano abierta. Las otras ríen a carcajadas. Siento que la que está atrás, la morena, introduce su mano entre mis piernas y me toma de los testículos masajeándome el escroto. La que está adelante (una rubiecita de cabello corto y ondulado, con aspecto de ama de casa) se levanta la falda hasta la cintura y se quita las bragas empujando mi cabeza entre sus piernas mientras sostiene mis brazos atados forzados hacia arriba y atrás. Su vulva perfumada está completamente afeitada y comienzo a besársela.

-¡Puerco; puerco!...¡alumno irrespetuoso!...¿ahora lames a tu otra maestra?...

¡Chas!..¡chas!, los chirlos suenan en la oscuridad, cada vez más fuertes mientras mis nalgas enrojecen. A cada golpe mi pene se hincha entre las piernas de la pelirroja que lo siente palpitar y me lo aprieta con excitación creciente.

-¡No se te ocurra, pícaro, mojarme las medias!- Me aprieta el falo entre las piernas y me provoca. Se que debo seguir el juego. Aprieto mis caderas contra las rodillas de la maestra introduciéndole profundamente el miembro entre los muslos. Mis nalgas resuenan bajo las palmadas ardientes. Mi pene se hincha entre sus piernas y una onda lenta y mórbida expulsa unas gotas que chorrean por sus medias.

-¡Ah!...¡Ah...!- me lamento simulando un lloriqueo mientras me crispo entre sus muslos.

-¡Te estás mojando!, ¡sucio, mal educado!...¡Te lo he prohibido expresamente y me estás chorreando las piernas!

-¡Perdón señora...se me escapó un poquito!- me lamento fornicando en la falda de la pelirroja con movimientos defensivos como para sustraer mis nalgas enrojecidas de sus chirlos. Suelto gotitas espasmódicas deliberadamente para complacerlas. Sollozo entre suspiros con la boca pegada a la vulva afeitada de la rubiecita y le doy lamiditas rápidas para excitarla. La que está atrás me mantiene las piernas flexionadas y metiendo una mano por debajo de los muslos de la maestra me toca el glande y saca la mano mojada con una exclamación: -¡El muy sucio se está volcando!...¡Dele unos chirlos de escarmiento señora!

Es un juego grotesco y sobre actuado, pero ellas están totalmente borrachas y se ríen y se excitan salvajemente. Con cada chirlo que resuena en mis nalgas yo exhalo un quejido en la vulva deliciosa que está frente a mi boca y la beso y la lamo entre lamentos, soltando chorros de semen caliente en las piernas de mi maestra. La primera en llegar al orgasmo es la que me tiene lamiéndole el coño. Simplemente comienza a suspirar y a quejarse silenciosamente y me aprieta la cabeza contra su vulva desnuda que se empapa en flujos aromáticos. Las otras la miran sorprendidas y siento cómo se excitan por la presión de sus manos y de sus piernas. Yo las estimulo con gritos y lamentos ahogados: -¡Aaah....Aaaah!...¡no me pegue más señora!...¡les prometo hacerlas gozar con la boca a las tres!...por favor, no me pegue más...- Mientras suelto lamentos y suspiros, me estremezco sobre sus piernas y hundo mi lengua en la vulva palpitante. La rubiecita está descontrolada, quiere abrirse más y me atrapa la cabeza entre las piernas moviendo la cadera arriba y abajo en forma lenta, sostenida y crispada. Yo le mordisqueo la vulva y comienza a gritar apretándome la cabeza con manos y piernas. Tiene los ojos cerrados y grita hacia el techo, colgada hacia atrás, sosteniéndose en mí.

-¡Mira lo que le haces a mi amiga, sucio maleducado!,...prométeme que no se te escapará más semen entre mis piernas, ¡asqueroso!.

-¡Si señora , lo prometo, ...¡aaaah...aaah! - otro chorro caliente resbala por sus medias de nylon.

La que está atrás grita excitada observando como mi glande se hincha y emite gotitas y chorros entre las piernas de su amiga.

-¡Sigue eyaculando!...¡desobediente!...¡dalo vuelta y castígale ese palo hinchado!- incita a la pelirroja. Ambas se afanan por cambiar de posición. La pelirroja me suelta los trabones, liberándome las manos, y me empuja hacia el suelo dejándome boca arriba. Se mira las piernas chorreadas con gemidos de urgencia mientras se levanta la pollera como una bailarina de can-can y me monta hundiéndose en mi palo empapado. La que me tenía lamiéndola se arrodilla sobre mí, en posición invertida, con un gruñido de urgencia, en medio de su orgasmo, levantándose la falda y avanzando con su vulva vehemente hacia mi boca. La otra, la morena, se mete entre ambas, sentándose sobre mi pecho y levantándose la falda para mostrarme su coño anillado y cubierto de rizos suaves y perfumados. Han quedado enfrentadas con la rubia y se abrazan sobre mi cara, besándose entre ellas mientras se empujan mutuamente las caderas para recibir alternativamente mis lamidas y mis besos en sus vulvas anhelantes.

La pelirroja, empalada profundamente, se toma la cara con las dos manos, se revuelve el cabello y pega grititos de gata mientras su coño me atrapa el pene como una ventosa a medida que progresa su orgasmo.

-¡Hazlo gritar!...¡hazlo gritar!- le ruegan las que están sobre mi boca. Yo estoy medio ahogado pero me enloquece la sensación de tenerlas a las tres acabando simultáneamente. Comienzo a gritar bajo sus polleras para estimularlas. Lloriqueo, beso, ruego y suspiro bajo sus vulvas calientes y empapadas, mientras expulso gotitas hirvientes de semen. Me arqueo hacia arriba levantándolas a las tres mientras gritan y se crispan como si cabalgaran sobre una serpiente marina.

La primera en derrumbarse es la maestra. Se apoya, mareada, en la espalda de su amiga y se resbala hasta quedar con su carita en mi axila respirando anhelante. La morena, que está sobre mi pecho, al verla caer, se apoya en mis hombros y se resbala hacia atrás, gimoteando y deslizando su vulva empapada por mi pecho y mi vientre hasta clavarse en mi sexo que la recibe con chorritos calientes de semen espeso. Sus grititos ansiosos se convierten en un aullido prolongado y agudo, que sale de su garganta como un sirena. Su cuerpo se petrifica alrededor de mi sexo mientras estira la garganta y lanza su grito interminable, como una loba en la noche. La tercera la mira asombrada unos momentos, luego se encoge sobre mi cara y, corriendo su cadera hacia atrás, me toma las mejillas entre sus manos temblorosas y me apoya la boca en los labios, hundiéndome la lengua, para después incorporarse y avanzar nuevamente con su vulva sobre mi cara y mi boca. Repite este movimiento convulso una y otra vez, crispada sobre mi, lloriqueando y chorreando mocos, babas y jugos vaginales; ahogándome con su cuerpo cálido y flexible que contorsiona sobre mi cara. Cuando la segunda se desmorona, la rubiecita avanza invertida hacia mi sexo y me lo atrapa con su boca llorosa mientras su vulva aletea en mis labios. Comienzo a punzarla con rápidos movimientos de la lengua. La penetro y se la saco... la lamo un poquito y vuelvo a penetrarla, torturándola con lanzazos rápidos y profundos de mi lengua entrenada en su vagina ansiosa. Siento sus dientes sobre mi falo y su lengüita ávida que me chupa entre gemidos y quejidos de frustración. Entonces, sorpresivamente la penetro profundamente por el ano extendiendo la lengua a fondo en su recto, y, mientras la sujeto firmemente por las caderas, le suelto un chorro de semen hirviente en la boca. Por un momento creo que me va a cortar el falo con los dientes. La penetración brutal la hace emitir un crujido ahogado, luego prorrumpe en unos sonidos bajos, graves, alienados, acompasados al jadeo de su respiración y al vaivén que mis manos le provocan a su cuerpo crispado. Empuja su cara contra mi sexo introduciéndolo hasta el fondo de su garganta donde los chorros de mi semen ahogan sus gruñidos de fiera mientras su ano se tetaniza sobre mi lengua malévola. Ahora llora abiertamente, y refunfuña como una nenita mimosa, chupándome el falo mientras su vulva y su ano se contraen y se relajan recibiendo los lanzazos de mi lengua.

Al fin se afloja entre mis manos como un muñequito de trapo y se relaja. Su cuerpo distendido y tibio parece no tener huesos.

Me incorporo trabajosamente bajo esas hembras rendidas y soñolientas y las abandono. Quedan las tres abrazadas entre un montón de trapos y jugos, y se duermen refunfuñando y murmurando incoherencias.

Cuando regreso al loft está amaneciendo. Me sorprendo al ver a mi Señora parada en el centro del salón, con los brazos cruzados, contemplando a sus amigas dispersas y dormidas. Me acerco y me arrodillo ante ella. Me contempla seriamente, evaluando mi estado.

-Ve a bañarte – me dice –Pronto se despertarán todas y debes estar dispuesto y presentable para despedirlas.- Su voz serena me vuelve a la realidad y me tranquiliza...

La jueza, la gitana y la gata, ganadoras del sorteo, escriben sus tarjetas mientras las demás, soñolientas y desganadas comienzan a saludar y despedirse.

Mi dominatriz permanece sentada y me indica con un gesto que salude a las invitadas en la puerta. A medida que van saliendo beso delicadamente sus manos. Algunas me hacen comentarios:

–¡Ya te atraparé!- o -¡Lástima precioso, te tenía una...!

Unas me tocan el pecho o la cara. Otras se van sin más, ignorándome.

La lesbiana pasa por mi lado con las manos en los bolsillos de su tapado de cuero, sin mirarme; pero la niña se demora y me ofrece la mano, que llevo a mi boca.

-Gracias- me dice- me gustó mucho-. Yo lamo delicadamente sus dedos para saludarla de una manera especial, y se va.

Las últimas en salir son las ganadoras. La mano de la jueza es delicada y tibia. Me mira turbada mientras se la beso. La gitana me toma la cara con ambas manos y me rosa los labios con los suyos mirándome con ojos brillantes. La gata, que sale última, me ignora.

Cierro la puerta y regreso al loft donde mi dominatriz me espera de pie junto al ventanal, pensativa, con los brazos cruzados. Sigue vestida como en la víspera, con su pollera de gajos, sus botas y sus medias de red. Me pregunto si habrá dormido o si habrá estado observándome. Me pregunto si dormirá alguna vez. Me arrodillo a sus pies con la vista baja. Su mano toma mi mentón y me levanta el rostro hacia ella. Me mira tranquilamente, con simpatía.

-Bien- me dice, -lo has hecho bien.

Adelanta una pierna y me introduce la bota entre mis piernas al tiempo que acerca mi cabeza con firmeza hacia su muslo, apretándome la boca contra su media de red. Me acaricia la cabeza y mueve el pie refregándome el falo y los testículos para indicarme que me autoriza a fornicar en su bota.

Yo me siento triste, celoso, ofendido. Abrazo su pierna fuerte y musculosa; me pego a ella; beso su muslo dorado a través de la red y copulo lentamente sobre el cuero. Me permito tocarla, acariciarla. Mis manos recorren su pierna, su corva, su pantorrilla y sujetan con devoción ese muslo carnoso y tenso mientras derramo semen sobre su empeine. Paso la lengua por la piel dorada y huelo su vulva amada mientras me crispo sobre su calzado emitiendo gotas y chorritos entrecortados.

Las brujas la han alejado de mí. Han invadido nuestra intimidad. Han puesto fin a la magia de nuestro idilio.

La luz creciente del amanecer surca de rayos el salón sucio y humoso del aquelarre. Ella, paciente, me deja descargar mi pena y yo, triste y desamparado, me aferro a su pierna para siempre.