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La Flecha de las Hembras 1: Bandada de Golondrinas

en Dominación

LA FLECHA DE LAS HEMBRAS

(2º parte de El Arco Tensado)

Bandada de golondrinas

La Jueza no sabe cómo proceder conmigo. Me ha recibido en su bello departamento, amplio y lujoso, con muebles antiguos y adornos clásicos. Un par de cuadros son originales y otros son finas imitaciones de pintores renacentistas. El decorado es sobrio y las luces, abundantes y tenues, le dan a los ambientes un aspecto acogedor.

Estamos sentados en el living y bebemos casi en silencio. La noto turbada.

-No estoy muy acostumbrada a este tipo de citas- me dice en voz baja, casi como una disculpa.

-Señora, yo estoy aquí sólo para complacerla, si usted no se siente cómoda puedo retirarme...o, si lo prefiere, podemos conversar solamente...

-No, no – me interrumpe. -En realidad me agrada que estés aquí- (me tutea, debo parecerle casi un niño) – sólo que no sé qué hacer.

Me incorporo y le sirvo más whisky. Extiende hacia mí su vaso y mira concentrada como se lo lleno.

-¿Cómo aprendiste a hacer eso que haces?- me dice. -Te observé la otra noche y me pareció muy extraño. No sabía que los hombres pudieran hacer algo así...

Para romper el hielo, le relato cómo fue mi entrenamiento, ahorrándome los detalles más escabrosos.

-Sí, sí- me interrumpe,-comprendo que puedas hacerlo con entrenamiento, pero...¿por qué lo haces?,¿qué ganas tú?...

He encontrado una fisura en su coraza. Me siento a sus pies, en la alfombra, y mirando el suelo, le cuento acerca de mi amor por mi dominatriz. Le muestro mi mundo.

Ahora me mira de manera crítica, me evalúa, me hace preguntas. No le interesa mi fisiología sino mi mente. Mi confesión le da seguridad y yo me muestro desvalido para enternecerla y hacerla sentir segura.

-¿Y si la amas tanto, qué sientes con otras mujeres?...¿cómo puedes...?

-Señora, justamente por ella amo a todas las mujeres. Usted es su amiga...y por eso es especial para mi...yo soy un regalo de ella para usted.- La miro desde el suelo. Me observa pensativa, con simpatía, y espontáneamente me acaricia la cara.

-¿Y te gusta humillarte con otras mujeres?-

-Sólo con las que lo deseen- respondo besándole la mano, -no me humillo...me entrego.

-¿Y harías cualquier cosa que yo quisiera?-

-Cualquier cosa, señora, si usted lo desea. Si la complace.

-¿Y cuál es tu premio?, ¿Te permite tu "señora" hacerle el amor?

-¡Oh no!, nunca,...pero me da placer a su manera

-Sabes que yo sé más de ella que tú, ¿no tienes curiosidad?

-Si...pero no es correcto que le pregunte a usted. No he venido para eso. He venido porque mi Señora ha decidido que usted disfrute de mi. La ofendería si supiera que hago preguntas. Me basta con que usted le diga que la he servido bien.

Le he dado poder, mis palabras y el alcohol parecen relajarla.

-¡Eres extraño!- me dice con simpatía –Dime, ¿realmente te gusto?. ¿No soy un poco vieja para ti?

Ahora tomo su mano y la beso con firmeza mirándola a los ojos.

-No, me gustan las mujeres mayores que yo.

-No te creo- se ríe, -te he visto el otro día con esa niñita... esa que venía en pareja con un marimacho...

Ahora está relajada

-¿Y cómo sabes lo que deseo...lo que a mí me gusta?- me pregunta de pronto con un destello en los ojos

-Puede usted contármelo, con todo detalle si quiere...o puede dejarme adivinarlo

-Verás...no se qué deseo...la verdad es que no soy muy experta en esto. Tu "señora" me dice que no me conozco, que no sé lo que puedo alcanzar, pero la verdad es que... creo que me da vergüenza. No sé... no soy frígida, ¿sabes?, pero tampoco he disfrutado mucho del sexo. Soy divorciada...mi única experiencia ha sido con mi marido...y él siempre lo hacía un poco rápido. Creo que...

He tomado su mano y la beso cálidamente mientras me habla. De pronto se queda en silencio, turbada, contemplando sus dedos en mi boca. Me incorporo y la invito a pararse con un gesto, sin soltarla. Dejo su vaso sobre la mesita y la abrazo dulcemente. Es delgada y menuda. Huele bien. Sus ojos grandes y elocuentes me miran con aprehensión. Yo la mantengo abrazada y sostengo su nuca con la mano abierta apretando su cabeza contra mi hombro. Es una mujer fina, distinguida, muy femenina. Su marido debió haber sido un imbécil.

La siento tensa y la mantengo abrazada meciéndola al compás del Vapenciero que suena tenue desde fondo del salón oscuro. Busco su mejilla con la boca, ella gira la cabeza y nuestros labios se rozan. Cierra los ojos entregándome la boca...¡ya la tengo!.

Simulando una urgencia sorda y contenida la estrecho y le sujeto los brazos a la espalda con una mano mientras que con la otra le recorro el cuerpo desde la nuca hasta los muslos tocándole, como al descuido, los pechos y las nalgas.

-No...así no- me dice tratando de soltar sus brazos y separar su cara de la mía. –Espera,... así no.

Yo sé que necesita resistirse. Es una mujer que se tiene por respetable y se avergüenza de tener un chiquilín manoseándola. Pero he advertido por el arreglo del departamento, por su vestuario y por su puesta en escena, que ha estado toda la semana esperando este momento.

La libero y la empujo delicadamente hacia atrás dejándola caer sentada en el sillón. Me planto frente a ella y me suelto el cinturón con movimientos deliberadamente lentos. Luego corro el cierre y deslizo mis pantalones presentándole mi sexo turgente. Me mira a los ojos, como ofendida, pero sus mirada se desvía, turbada, hacia ese garrote caliente que pende frente a ella.

-No, mira...no puedo hacer esto...mejor te vas...- sus ojos van de mi cara a mi sexo como si no pudiera evitar mirarlo. Se ha puesto colorada y el rubor se extiende hasta su cuello. Me arrodillo frente a ella ignorando lo que me dice y la tomo de la cintura atrayéndola hacia mi con firmeza, sin hablarle. Se desliza hacia el suelo hasta quedar arrodillada entre mis brazos, resistiendo mi tracción con las manos apoyadas en mi pecho. Se arquea hacia atrás rechazándome, pero su cadera se aprieta contra la mía como buscando sentir la presión de mis genitales desnudos contra su pollera.

-Me dijiste que podía parar cuando quisiera...¡suéltame!- Su voz entrecortada dice una cosa, pero sus ojos me ruegan que continúe. Sin hablarle vuelvo a sujetarle las manos a la espalda y la tiendo sobre la alfombra apoyándole el bulto cálido contra los muslos, mientras que con la mano libre abro su escote con deliberada torpeza. Se ha puesto un sostén de delicado diseño, color púrpura, que hace juego con sus medias y portaligas. Sé que lo ha comprado para esta noche. Puedo imaginármela preparándose para esta fiesta, insegura y ansiosa. La beso entre los senos respirando su aroma mientras le deslizo la mano bajo la falda y le arranco la braguita con un tirón sorpresivo y firme. Se retuerce y se resiste bajo el peso de mi cuerpo

-¡No, no!- protesta ahogadamente tratando de cerrar las piernas mientras me deslizo entre ellas -¡Así no!...espera....- Pero ya la estoy penetrando. En forma lenta y sostenida la voy empalando mientras le sujeto el mentón impidiéndole volver la cara hacia los lados, y obligándola a mirarme a los ojos. Está seca y percibo que la penetración le produce dolor.

Mi cuerpo avanza sobre ella hasta que nuestros pubis se juntan. La siento presionar contra mí con sus caderas crispadas, pero no se mueve. La beso en la boca pero se mantiene con los labios apretados, rechazándome y tratando de volver la cabeza hacia los lados. Entonces comienzo a poner en práctica mi plan. Me mando a fondo y le suelto un chorro de semen hundiéndole la cara en el cuello, como si no pudiera contenerme. Un chorro ansioso y torpe, precipitado.

-¡Ah...ah...!- Mi voz ahogada contra su piel la estremece y la sorprende. Puedo sentir su decepción mientras me relajo y me quedo respirando cálidamente sobre su oído. Se queda quieta y se afloja, esperando que la libere. La miro a los ojos como pidiéndole disculpas mientras me ablando dentro de su cuerpo. Me observa duramente, angustiada. Entonces me inclino hacia su boca y comienzo a rozarle los labios con los ojos cerrados. Al principio no se da cuenta qué pasa, hasta que me siente mover dentro de ella, duro aún como una piedra, hundiéndome profundamente, mientras mi boca se raspa contra la suya, cerrada, como pidiéndole que la abra.

Me friego sobre ella desordenándole la ropa. Su pulcra camisa de seda se abre donde han saltado los botones y uno de sus pechos de grandes pezones se escapa del sostén, mimoso y cálido.

Ahora comprende que voy a seguir follándola y una contracción involuntaria recorre su cuerpo. Aún no quiere entregarse y me deja hacer, inmóvil, mientras fricciono y acaricio sus entrañas con un movimiento circular de mis caderas. Gira la cara hacia un lado y hacia el otro, pasando su boca cerrada bajo la mía y murmurando su rechazo con quejidos cada vez menos convincentes.

Le dejo entrever la venida de mi segundo orgasmo para que se prepare; aumento el ritmo de mis movimientos y me aferro a ella invitándola a acoplarse a mis caderas que se mecen entre sus piernas; pero aún permanece rígida y tensa, ofendida, respirando por la nariz y mirándome duramente, como si la estuviera profanado.

Esta vez le suelto el semen en forma controlada, mirándola a los ojos, sonriéndole. Sus pupilas se dilatan cuando me siente venir. Me adivina por mi mirada, porque le estoy diciendo con los ojos que voy a eyacular para ella.

Comienza a entreabrir la boca y a respirar con un ronquido rítmico, prendida de mis ojos como pidiéndome que la eleve hasta donde quiere llegar. Sus párpados titilan y sus pupilas brillan de asombro. Por primera vez mira a los ojos de un hombre mientras le acaba adentro. De pronto comienza a gemir, cada vez más fuerte, como rogándome, hasta que un rugido profundo sale de su garganta congelada, como si una fiera se despertara en la oscuridad de su interior. Yo continúo apretándola y no le dejo mover los brazos. Sus manos se aferran a mis costados clavándome las uñas con una urgencia sorpresiva. Sus caderas se elevan temblando de tensión hasta sellarse con las mías y esperan mi derrame, temblorosas, como las hojas de un árbol antes de la lluvia. Su gemido ahogado se expande en un grito animal, primitivo, liberador. De pronto siento como si soltara una bandada de golondrinas de su vientre. Acaba desenfrenadamente, concentrada en su placer, con una gesto que le da a su rostro un aspecto trascendente, bellísimo... Oleadas de rubor la cubren de golpe mientras un calor profundo y húmedo se eleva hacia mí desde su cuerpo tetanizado.

Ahora recibe la leche con movimientos espasmódicos de la cadera, como si tratara de exprimirme entre sus piernas. Yo le lamo y le mordisqueo los labios mientras grita, sin dejar de mirarla a los ojos como un cíclope lascivo e insaciable.

Quiere hablar pero no puede. Aferrada a su orgasmo emite soniditos entrecortados -¡Oh!, ¡oh!...¡aaaah...!-. Entonces me crispo sobre ella y le eyaculo chorros intermitentes mirándola retorcerse, gemir y gritar. Puedo mantenerla así indefinidamente y ella lo sabe, lo comprende porque la miro sonriéndole, invitándola a gozar. La certeza de que la estoy poseyendo la excita más. Y adivino el temor en sus ojos cuando le parece que voy a poner fin a su placer enloquecedor. Cada vez que una ola deliciosa se aleja, me mira expectante, esperando el próximo empujón entre sus piernas que reavivará ese calambre voluptuoso que se difunde a través de su vulva sometida y anhelante. La mantengo así, lanceándola a fondo, dulcemente, hasta que temo que se desmaye y sus grititos se convierten en unos quejidos mimosos y cansados. Unas profundas ojeras se forman alrededor de sus bellos ojos grises.

Finalmente le suelto las manos y la dejo relajarse sonriéndole.

Abre los brazos, acalorada, y se ablanda sobre la alfombra. Me inclino delicadamente, sin pesarle, y beso y lamo su cuello transpirado donde una cadenita de oro con una medallita se enreda en mi lengua. Emite un suspiro y cierra los ojos, sonriente y satisfecha, como si quisiera sumergirse en el recuerdo de la sorpresa vivida.

Mis manos se aferran a su tórax, apenas por debajo de sus axilas. Sin salir de adentro de ella me encojo y beso sus pechos a través del sostén desordenado. Un pezón desnudo se estira bajo mi boca. Entonces la tomo por las muñecas sosteniéndola extendida en el piso y la observo avergonzándola. Trata de rehuir mi mirada buscando recomponerse; sorprendida aún de su cópula desenfrenada. Entonces me inclino sobre ella y le murmuro al oído:

-Ahora ¿sabes lo que me gusta?...que las señoras finas como tú me limpien bien la verga con la lengua después de que me las follo.- Mientras hablo muevo mi cadera contra su pubis para que sienta que aún la tengo empalada.

-¿Y sabes qué?...si se me para mientras la lames, quiero que me la chupes hasta que me salte leche otra vez. Eso me gusta...-Le hablo con voz ronca y susurrada.

Me mira con sorpresa y reprobación; sus ojos parpadean perturbados por el impacto de mi lasciva grosería. Parece retraerse pero al mismo tiempo va penetrando en su mente la excitante vulgaridad del momento. Comprende de pronto que voy a seguir follándomela. Sus ojos se abren sorprendidos cuando me siente hundirme nuevamente en su vagina, duro y caliente, mientras me inclino con los ojos cerrados para besar su boca.

-¡No!, ¡no!- gime ahora, torciendo su cara hacia los lados una y otra vez mientras yo le busco la boca besándola en las mejillas, las orejas y las comisuras de los labios.

-¿Qué te pasa eh?... ¿a las señoras educadas no les gusta que les echen leche en la boca?...¿y te duele el coñito?...¿no quieres más?-. Mientras le hablo la empalo dulcemente, bien a fondo...

-Entonces aún tienes el culo para sacarme otros buenos chorros calientes...¿alguna vez te cogieron por el culo?,¡claro que no!, eres una señora seria...pero a mí me vas a abrir el culito para que te meta este palo chorreando, y me vas a dar chuponcitos de culo, y me lo vas a exprimir aunque te duela...

Mis palabras soeces, susurradas apenas, la excitan locamente. Al fin deja quieta la cabeza y la extiende hacia atrás abriendo la boca en un grito mudo mientras sus piernas se elevan en el aire abrazándome por la cintura. Yo siento su corazón latiendo con violencia mientras se empapa en un sudor fragante y se crispa para recibir cada gota de semen que le suelto. Le libero las manos y me abraza con una fuerza inusitada. Yo estoy casi arrodillado, apoyado sobre mis manos extendidas, y la tengo colgada de mi cuello y de mi cintura como si se aferrara a un tronco sobre un precipicio. Su cabeza cuelga hacia atrás y su fino cabello se derrama por el piso y se arrastra cuando los empujones de mi cadera le imprimen a su cuerpo un movimiento de vaivén. Está exhalando un alarido inaudible y la mantengo así, petrificada en su placer, mientras siento la alegría infantil de un liberador de pájaros.