Las caramelo- día en el gimnasio
- Mirad ese chico. El short le queda tan apretado que, difícilmente, una no
puede saber sobre las dimensiones y hasta particularidades, de su... vamos, ya
saben.- Dijo Rebeca, lanzando una leve carcajada luego.
- Jajaja, dejadlo, creen que ellos sólo miran esas cosas. Estupidillos nacieron,
estupidillos morirán- Respondió Celia mientras se acomodaba el licra y miraba de
reojo las miradas atentas de los chicos de atrás, sorprendidos ante el hecho.
- Y es que si por ahí dicen que el tamaño no importa, creo que este sí. Digo, si
apenas levanta el short- Burló Lorena, fiel a su costumbre.
Las tres soltaron una fuerte carcajada entonces, fielmente conjugadas por sus
sonoras cuerdas vocales. Un fuerte ja de Lorena al comenzar, un suave ja de
Rebeca al final.
Mirándose coquetas, juntando las cabezas y dándose palmada al chocar de sus
manos, fieles y entrañables amigas, coetáneas y siempre complementarias, desde
el jardín, desde los Rebi y Lorenita, desde las noches de muñecas en la casa de
Celia hasta las fiestas de Toga en el club de Lorena.
Se puede decir que son casi como hermanas; se puede decir pues ni aparentan
serlo, ninguna lleva los rasgos raciales de la otra, y ante eso, nada mejor para
ilustrar las diversas formas de belleza: Lorena, con la piel muy blanca y el
cabello oscuro, posee la belleza más exótica de las tres, explícitamente
expresada en su rostro; tan fino, tan glorioso, con ojos verdes destellando
fuego, y labios carnosos deleitosos ante el nunca más pasión rojo sangre.
De contextura delgada, poseía eso sí, cada músculo en su sitio, cada parte de su
cuerpo ya en la más alta cumbre de belleza, como si nada faltase para la
perfección, como si las dos horas de gimnasio, la dieta basada en lácteos y el
hacer el amor una vez a la semana, fueran el todo necesario.
Celia en cambio poseía rasgos latinoamericanos. De padres Ecuatorianos, corre
por su piel sangre conjugada entre los descendientes de Pizarro y el Inti:
mezcla extraña, llamativa a la vez; con labios gruesos y mirada sumamente
coqueta. Caliente dirán algunos, intensamente subjetiva, otros. Es la de mejor
cuerpo de las tres, con senos grandes y puntiagudos, y nalgas nunca mejor
ubicadas en un jean vaquero, cintura delgada, carácter fuerte, era y es, la más
imponedora de las tres. Se puede decir que es líder, aunque nunca gusta que la
cataloguen así.
Rebeca es la rubia del grupo, al menos cuando no le entra la locura de pintarse
el cabello: a veces pelirrojo, otras veces hasta azulino, depende del estado del
ánimo, del momento, del clima... De carácter suave, es la chica light. Educada
bajo conceptos londinenses, por la ilación de esta ciudad con sus padres, gusta
de libros de Hemigway, los días de bádminton en club Regatas, y la comida
vegetariana- De ahí vendría su contextura: demasiado delgada según Celia y sus,
siempre inseparables, finas gafas.
Las "caramelo" les dicen. El nombre surgió desde ya hace muchos años, cuando aún
en primaria- y la testosterona apenas asomando en el resto de sus compañeros-
empezaron un pequeño mercadeo a costa de erecciones "pequeñas". Eran épocas en
las que de sus faldas de tela gruesa apenas caía dinero para la revista de pop y
los paseos de tarde en principales centros comerciales. Sufrían por eso, habían
muchas "necesidades" aún por abarcar, necesitaban más dinero, pero como decía
Lorena: "El colegio que se mete donde no le importa, y los padres que fijan el
salario de acuerdo a la puta hermana Sol"
Una tarde en la que las nubes se apoderaban de la ciudad, y la música de Duran
Duran la casa de Lorena. A Celia, mientras veía solo de reojo el texto de
Historia que desde hace días se depositaba encima del escritorio del estudio, se
le ocurrió una idea que involucraba necesariamente a las tres, una idea
demasiado nice como para desaprovechar. Sonrió orgullosa, achino los ojos, se
paró encima del sofá de la sala, miró si había alguien alrededor y casi grito:
Chicas, enseñaremos las bragas.
El "trabajo" consistía en vender caramelos que no pasaran de diez centavos de
moneda nacional a ochenta centavos de dólar. ¿Cómo era posible?, la respuesta se
restringía a nueve sonidos, recién conjugadamente aprendidos: M-A-R-K-E-T-I-N-G
El producto era vendido personalmente por ellas, y como pequeño incentivo a
seguir comprando le ofrecían una pequeña vista a sus en ese entonces, grandes
bragas.
La voz se corrió por todo el centro educativo, se vociferaba de salón en salón,
de boca en boca, en poco tiempo empezaron a ser tan requeridas que tuvieron que
hacer un pequeño club en el que la membresía se actualizaba cada día con el
aporte -sin manera de regatear-de dos dólares.
Eran alrededor de treinta chicos en promedio, los cuales se distribuían en seis
reuniones de cuatro minutos cada una. Estas se realizaban en un pasaje alejado
del colegio (una casa abandonada a cinco cuadras de este). Ahí se reunían en un
cuarto ya ambientado para el caso.
La reunión comenzaba con el repartimiento del caramelo respectivo a cada chico y
terminaba a los dos minutos con la muestra de las bragas, cada vez más pequeñas,
a pedido del publico. Era un negocio gigante, y el único problema era que, tarde
o temprano, algunos se atreverían a lanzarse encima. Pensando esto, Celia-
moviendo influencias- contacto a dos chicas de último nivel secundario, grandes
y regordetas, que sirvan de seguridad, llevando cada una un palo en brazos y
cinco dólares por cada jornada.
Lamentablemente para ellas el "negocio" de a poco cambiaba de ritmo. Llegando al
limite cuando una tarde, mientras las "caramelito" hacían la tarea en casa de
Lorena, un niño tocó la puerta. Curiosas lo hicieron pasar y este, algo
nervioso, contó un proyecto que había elaborado junto con sus compañero de
curso, uno que consistía en caramelos con relleno( más caros, claro) y unas ya
no requeridas bragas. Las "caramelito" primero se sorprendieron, luego se
miraron sonrientes, afinaron las voces, y contestaron, a manera de coro y todo
lo más fuerte posible: N-O-N-E-S
El club siguió alrededor de dos meses, cuando el rumor llegó a oídos del
director. Este, a modo de aviso casi exclamó, y en doble sentido, sobre la
existencia de este grupo y el cumplimiento de su labor al expulsar a todo
infiltrado al escuchar un sólo rumor más. Los miembros indujeron el final
entonces, resignados bajaron las cabezas y miraron el suelo. El director bajo
del estrado y cuando se disponían a entrar a las aulas, un pilluelo, de esos que
nunca falta, gritó a manera de despedida: ¡Un urra por las "caramelito"!...
todos rieron y así quedo.
Volviendo. Las dos horas en el gimnasio han pasado rápidamente. Entre
conversaciones y carcajadas, ejercicios para el glúteo y piernas, además de las
clásicas miraduras de chavales y comentarios al respecto, han pasado los minutos
cual segundos, con gotas de sudor a cada avance de manecilla, pero
desapercibidas hasta el momento de verse las mallas completamente empapadas y
pidiendo a gritos un baño.
Celia y compañía caminan hacia las regaderas. Cogen sus maletines deportivos y
ven como algunos chicos miran con cierta envidia el vestuario de damas. Entran
al vestidor y juntan la puerta sin pestillo. Empiezan a desvestirse. Raquel lo
hace de manera rápida y apurada. Hoy tiene una entrevista importante con la
universidad de "La prada", por lo que se despoja de sus ropas de manera rápida y
descuidada, dejando cada pieza en el camino, a medida que se acerca a las
regaderas. Su braga rojo lo ha dejado casi, casi, en las mayólicas frías de las
duchas, mira sonriente a sus amigas y les informa que "luego las recogerá".
Sus amigas, mientras se quitan la ropa, ven el hecho. Las miles de gotas
chocando a cada segundo con el cuerpo desnudo, el desplazamiento por los pechos
rosas y el estomago plano, la suavidad de sus yemas enjabonadas tocando su
deleitoso cuerpo, la frescura al dejar caer un poco de jabón en el súper
depilado entrepierna, sin ningún vello a la vista. "Oye, deja algunos. Al menos
para que se te diferencie de una nena" ha dicho Celia mientras se quita el
brasiere y deja caer sus grandes senos, aplaudidos fuertemente por Lorena y
acompañadas de el clásico "bravo" en complicidad de las carcajadas de Raquel.
Raquel sale rápido de la ducha, recoge sus cosas y empieza a cambiarse, mirando
el único espejo del cambiador. "Cuidado, es una cámara" ha dicho entre bromas
Celia. Ellas siempre han tenido ese presentimiento, el no sé que intuídor, que a
cada cambio les dice que al otro lado hay un tipo fisgón deleitándose con sus
desnudos cuerpos. El presentimiento se ha ido acrecentando día a día; pero la
buena calidad de maquinas, lo guapo del instructor, o el sorpresivo morbo ante
el hecho, a sido más fuerte al momento de elegir al gym como único y exclusivo.
Y eso lo demuestra Raquel, que sigue viéndose el cuerpo desnudo ante el espejo.
Modelando a veces, coqueteando otras. Se imagina un chaval hermosísimo al
frente, con el largo pene entre manos y deletreando su nombre a medida que
sigue. Imagina miles de pesas y planchadoras como fondo, lo imagina a él
haciendo ejercicios a cada momento, pensando en el día que se la follará, el día
en el que de una patada derrumbe el espejo y se la lleve directo hacia las
regaderas, y ahí jugar con su sexo, y ahí besarla con toda la pasión a causa de
excitación.
Se ha tocado pensando en eso, ha perdido un poco la dirección de los ojos en el
acto. Pero luego... un: oye, ¿no estás apurada? la ha hecho reaccionar, correr
rápidamente hacia su maletín, sacar la braga rosa además de el faldón blanco y
empezar a llenar de ropa su cuerpo desnudo. Celia y Lorena la siguen viendo.