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Romina

en Erotismo y Amor

Fragancias

Romina Berckemeyer de López, que lindo le suena. Luego del primer mes de casados, más aun. Y eso que sus padres la han aconsejado una noche antes del matrimonio civil - y cuando vieron el acta- que no era necesario, que ella técnicamente no pertenece a nadie, que son formalismos del pasado. Pero esta, siempre linda y terca, contestaba que si a alguien debía de pertenecer sería a su Rodrigo y que técnica y físicamente era de él, y de nadie más.

Así era de directa, al menos cuando defendía su amor. Su siempre presente amor de colegiala. Enfermizo cuando le tocaban lo intocable, cuando hablaban de lo que sólo era de ellos, cuando siquiera murmuraban algo en contra de él, o lo que es peor, de ellos. Cuando usaban el lado libidinoso para desestabilizarlos, eso.. ni pensarlo siquiera.

Él la había conocido una tarde de verano. Romina regresaba de hacer las compras en un conocido centro comercial. Llevaba consigo una blusa color rosa y una coqueta falda, fielmente llevadas por su hermoso cuerpo. Siempre ha sido una chica coqueta, con aires de diva, hermosos ojos verdes debajo de cejas delineadas, senos siempre puntiagudos y caderas anchas y nunca groseras; con el toque justo de perfume en el cuerpo y la sonrisa inseparable.

Tal vez por eso nunca había conseguido pareja, y se dice el tal vez porque nadie se atrevió siquiera a pensar en una relación con ella. La creían demasiado para ellos, una diosa en medio de la urbanidad, algo inalcanzable para quien se dice normal. Y allá... todos eran normales, todos hijos de campesinos o antiguos esclavos, con imperfecciones en alguna parte, con un dialecto incapaz de usar el llamado romanticismo léxico, argumento principal cuando se trata de conquistas a chicas inalcanzables. "Si no es por la vista, al menos por los oídos".

Todos eran así, todos menos Rodrigo. Él, él era de esos chicos que nunca le temen a nada ni a nadie. De los que se creen dueños del mundo sin siquiera tener voz en su casa. Los que salen primero en la tele cuando algo pasa en la aldea, y nunca faltan en fiestas y kermés. Siempre saliéndose con la suya, siempre.

Esa tarde, cuando el caminaba pomposamente por las calles de la ciudad- con cinco pesos en el bolsillo y un pedazo de pan en la chaqueta- la vio pasar. Inmediatamente sintió latidos fuertes en todo el cuerpo, la chica le gustaba, él la quería para sí. Fueron cortejos y cortejos bajo la luz de la luna, en un rincón donde, después de pasar como amigo durante algunos meses, la invitó a ir. Para Rodrigo no valían los no, eran solo sís disfrazados de orgullo. Romina le parecía gracioso el ir y venir de Rodrigo, de a poco empezaba a sentir un sentimiento nuevo para ella.

Una noche, Rodrigo juntó sus labios con los de Romina, y formó con a ella un dúo que nunca se pensó en desunir, algo tan de ellos y de nadie más, un amor que de a poco se fue asentando y que hoy, es tan grande como la catedral del pueblo, con diosito y el cielo incluido.

Ahora, a comienzos del segundo mes de casados, y con la casa apenas amoblada con las cosas antiquísimas de Rodrigo y la cama de Romina- traída tras ruegos de su casa- Romina, casi al aire libre, se limpia el cuerpo desnudo para su marido. Es un cuarto de baño sin espejos y ventanas, con una regadera vieja pero limpia, un lavabo blanco y un pequeño inodoro. Desde ahí se ve la calle y la verdad es que tiene miedo que algún mirón asome su perversa mirada por la mediana ventana, y la viera como dios sabiamente la ha hecho. Viera sin ningún impedimento sus pechos blancos con puntas rosas, su vientre plano, sus caderas gruesas, con un muy bien formado trasero blanquísimo soportando las miles de gotas que caen en él y su depilada entrepierna, exclusivamente a pedido de su amado.

Ella, acostumbrada a vivir como reina en el palacio de sus padres, nunca fue más feliz que en la casa modesta de su pareja. Nunca se sintió más viva y útil que sirviéndole su almuerzo antes que salga al trabajo, y recibiéndole en toalla perfumada. Cambiando de inmediato el caminar cansado de su pareja, por un trabajo que lo demuele de a pocos.

Hoy el shampoo de menta es el usado, el jabón humectante de siempre, una alegre melodía- despacio nomás por motivos explicados- salientes de sus rojizos labios a modo de desfogue de algo tan lindo que la posee imaginando a Rodrigo besando sus manos antes de ir a la cama. "Tan caballeroso mi amado" se dice sonriente, alzando un poco la vista para ver el cielo e imaginando la hora.

- Debe faltar poco, se está oscureciendo- Ha pensado, secando su divino cuerpo y poniéndose la toalla perfumada de siempre- amado, estoy lista.

La meza ya está servida. Hoy es ensalada de lechuga con pollo deshilachado, con una pizca de mayonesa para condimentar. El dinero no alcanza para más, lo sabe.

Se sienta en el sofá de la pequeña sala. Siente vergüenza cuando los vecinos pasan por sus ventanas, mirándola ellos con semblante morboso, ellas... difamante. Se entretiene cantando mentalmente la canción con la que la beso por primera vez, una y otra vez, sin cansar. Se cansó finalmente, miró el reloj y este ya apuntaba las ocho. ¿Dónde estás Rodrigo? Piensa mientras, ya con frío busca cambio en el único lugar con cortinas. Se pone el pijama grueso. Lo lamenta por él, pero el frío es demoledor, a estás horas casi álgido. Lo sigue esperando.

Son las once y veinte. Romina siente fuertemente el caer de sus parpados, algo desilusionada guarda la cena y entra a la cama.

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Las seis y quince. Besos caen de a poco en el rostro de Romina. Está... algo aturdida empuja el cuerpo.

¿Qué haces?- Le dice Rodrigo, volviéndola a besar.

¿Dónde has estado?- Pregunta algo enfadada Romina, él la sigue besando.

No sé de qué hablas, amor. Llegué a las diez pero estabas dormida- Responde él, quitándole el pijama y dejándola desnuda.

¡Mentira! Me acosté a las once y media- Responde molesta

¡Ah! entonces fue más tarde, disculpadme amor, creí que era esa hora- Asegura él, besando los pechos desnudos, disfrutando la fragancia que ha quedado de la toalla, le encanta que huela bien, es su principal estimulante.

Romina se deja llevar por los besos de su pareja, siente que le pinta el cuerpo con sus labios, que cada beso es un suave dedo por encima de su piel. Un lienzo cuando llega a sus partes más pudorosas, como ahora, que empieza a besar su entrepierna, siente la lengua jugando con sus labios vaginales, siente que los lamen una y otra vez, incansables como él, como su carácter. Llega el momento, su lengua roza el clítoris. Primero fue un chispazo, luego algo constante. Romina grita apasionadamente cada beso ahí, grita cual chiquilla entusiasmada, moviéndose a gusto de su pareja, fielmente guiado por la vagina de ella, por su suave y lisa estructura, soltando el manjar a medida que siga, degustándolo él, degustándo ella, cuando lo besa su amado.

Que rico se siente- ha susurrado tímidamente ella, pensando en el no escuchar de su pareja.

Eres tú en mí- Ha dicho él, causando su sonroje.

¡Qué vergüenza!- ha dicho ahora sí fuerte, justificando lo dicho antes.

No hay de que avergonzare. Amor... somos una pareja- Interviene él, penetrándola de a poco.

Ella siente el pene de Rodrigo en su entrepierna. Goza con el goce de este, cierra los ojos y siente la excitación enamorada, la cumbre de todo, el sentimiento más dulce y morboso que existe, la conjugación de lo que se tiene y lo que se siente, los gritos de alegría y excite. El tan necesitado- y a veces nunca encontrado- orgasmo.

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Lamentablemente, el venir tarde Rodrigo se convirtió en una constante. Son ya seis días de justificaciones absurdas y lamentos fingidos, seis días de frío en la noche y erotismo en la mañana, ciento cuarenta y cuatro horas de falsedad tras falsedad, de mentiras, engaños...

Romina se ha propuesto esperar a Rodrigo, saber realmente a qué hora llega él, es una tensión fuerte el no tener ni la menor idea de lo que hace su marido hasta tantas horas de la noche, algo que recorre su cuerpo y no cesa, un ir y venir constante, inseparable, penetrante. Siente que los ratos de amor con su pareja se diluyen, que ahora solo queda sexo y más sexo, que el romanticismo muere, que lo matan.

Lo ha esperado más de cuatro horas, son ya la una de la madrugada. Mira constantemente la ventana, siente frío, no se abriga; mira la foto de casados, siente nostalgia; mira la comida, siente hambre, come.

Las tres de la mañana. No puede dormirse, a estas alturas imposible. Siente caer los parpados y no hace más que soportarlos poniéndose perfume encima. Sabe que le gusta a su marido olerla perfumada y piensa recibirlo como el quiere y así preguntarle de una buena vez, y así lograr su confesión.

El perfume ha caído levemente en su cuerpo desnudo. Frota la fragancia por todo su cuerpo; imaginando las manos de Rodrigo sobre este, sobre su piel, palpando de entero sus pechos, jugando con la aureola de ellos, aplastándolos suavemente con su mano tosca y gruesa. Imagina y sigue imaginando, se moja de solo pensar en él. Cuánto lo ama a estas alturas, cuánto necesita de sus caricias, de sus besos, de su linda manera de hablar, como cantando dulce melodías en sus oídos. El perfume cae de a poco por su vientre y luego en su entrepierna. Suavemente lo toca y siente la masturbación a pleno, sus labios vaginales llevados al compás de sus dedos, su lampiña piel resbalosa por el néctar que sale de él, por la buena conjugación de sus sentidos y sentimientos, por la idea que su amado Rodrigo la toca como ella quiere, degustando la suave fragancia que desprende de ella, por ver sus ojos verdes volar cual libres a medida que la excitación crece.

Las cuatro de la mañana, la puerta se abre. Romina de inmediato se pone el toalla y camina en búsqueda de Rodrigo. Este, algo sorprendido le brinda el beso y abrazo de siempre. Entonces siente la fragancia a mujer que lleva él entre sus manos. Romina sorprendida se aleja de él, llorando y aclamando ¡Por qué! ¡Por qué!. Rodrigo no entiende la actitud de su pareja, camina pensando en el motivo y no lo encuentra. Va tras ella, sube rápidamente las escaleras y fuerza la puerta del baño. Ella grita que se vaya, él sigue sin entender.

- Romina.... ¡venid!.

- ¡No! ¡Eres una....! ¡lárgate!

- Pero... de qué hablas mujer. Yo sólo quiero mostrarte algo.

- ¡Lárgate!


El amor es un sentimiento ciego, para bien o para mal. Romina amaba tanto a Rodrigo que no podía contener el dolor de sentirse traicionada. Era un dolor penetrante, aturdidor al máximo. No sabía como reaccionar ante un hecho así, no tenia ni la menor experiencia del caso. Se miró en el espejo, así... con la toalla ya por debajo del pecho y la cara llorosa. Era una chica hermosa, sumamente hermosa. Pensó en él. ¿Cómo pudo? Pensó. Caminó y caminó por el baño. Rodrigo -algo cansado, seguro- dejo caer su cuerpo en la cama, pensando en arreglar la situación en la mañana. Pero Romina ya había perdido de entero el sueño. Sólo pensaba en la traición de su marido, mirándose en el espejo y no comprendiendo. Recordando su actitud en el matrimonio, y no encontrando respuesta a la supuesta infidelidad. Caminó y caminó más. La locura empezaba a llegar en ella. Sus gestos empezaron a cambiar, la dulzura de su vista se convertía en la más vil muestra de rencor. Sus pies temblaban, la toalla cayó. Divisó en lo más alto del baño un afeitador. ¿Qué estás pensando? Casi gritó, volviéndose a su lugar.

Pero al minuto volvió a mirarlo. Pensando primero en su fin, luego en el de él. ¿Por qué yo, si es él, el culpable? murmuró para sí misma. Siguió pensando, llegó a la conclusión que sentía demasiado amor por él como para terminarlo así. Recordó en sus palabras la noche que se conocieron. Recordó cuando la tomó de la mano y le dijo: Amor, nunca te traicionaré... nunca.

Esto le dio más odio-amor por él. Caminó- así desnuda- por la casa. Pensando en la separación, en su actitud luego, en ir a donde su madre y decirle que pues, que sí, que se equivocó. Que amó con tanta pasión que no se fijó en la verdadera personalidad de su pareja, una persona absolutamente mujeriega y nunca fiel. Llegó hacia la cama de él, lo miró con el amor-odio comentado.

- Te amé tanto- Piensa mientras se pone un polo encima e imagina el momento en el que le dirá que se marcha, para "nunca más verle la cara".

Divisa una pequeña bolsa debajo de la cama. Lo abre lentamente, sorprendida por lo que pasaba.

- Es un perfume- exclama- un perfume de igual fragancia que el que llevaba.

Todo se aclara. Lo mira, se quita el polo... lo besa.