El lago
Son las diez menos cinco de la mañana. El cielo está despejado y los verdes
pastos sirven de alfombra en el valle de "La rivier". Camino a paso lento, sin
apuro, mirando calmadamente el cielo claro de provincia, tan cálido, tan fuera
de mí hace algunos años. Solo hace cuatro que trabajo en una pequeña aldea al
sudoeste de la capital, es un trabajo humilde pero cálido, hacia mucho tiempo
que no disfrutaba de en serio ayudar al prójimo, prestarle una mano, un abrazo
quizá, ayudarlo sin pensar en recompensa, dejándome llevar por la sistemática
económica del canje.
Y es que si ellos reciben ayuda medica, dan a cambio hospitalidad y respeto,
comida caliente y viajes de caza, bailes aborígenes y repito hospitalidad, gran
característica, gran atrayente.
El camino es un poco largo, mi edad tampoco ayuda, ya cincuenta años de nacido y
veinticinco de profesión, medico cirujano en clínicas capitalinas, practicante
en extranjeras. Mi vida la pase en búsqueda, común por cierto, de grandes
catalogaciones en el medio. Ser el top, el súper, deje de lado la
felicidad en sí, por una secundaría de esta, deje de lado la felicidad familiar
por la laboral, a mis hijos y esposa fallecida, por la búsqueda de una elite que
hoy, ni me va ni me viene.
Historia común seguro, el arrepentimiento maduro, el sentirte fracasado y huir
de tu realidad, el mirar al pasado y encontrarte con una gran muralla, una que
tu mismo cimentaste, la que te divide perpetuamente de tus seres queridos.
Sigo caminando, el sol me da de lleno en la cara, busco sombra en árboles y la
encuentro de inmediato, respiro profundamente y me quito la camisa, miro mi
cuerpo, aun en forma, con músculos en vientre y pechos, con el sudor bajando de
a poco a mis jeans.
Miro a los lados, miro debajo de los arbustos y fruteros. Es un lugar desolado,
un "atajo" que siempre uso para estar en contacto con la naturaleza en sí, con
el olor a hierba y heno, con los ligeros golpes del viento a hojas, y los cantos
de pájaros de origen y clasificación desconocida.
Me quito la ropa y desnudo entro al lago "cordiex", de belleza clara, con
piedras brillantes alrededor de él, con musgos trepando de en cuando, galopando
a ritmo del viento y del crujir de hojas.
La temperatura es tibia, el calor ayuda en ese sentido, refrescante,
energizante. Muevo mi cuerpo por el lago e improviso estilos, una canción
empieza a tararearse abstractamente, una de mis tiempos, un yesterday
betliano. Relajado cierro los ojos, e imagino un inmenso mar, olas
chocándose entre sí, brisa apacible, cantar de gaviotas, cuerpo inmóvil en medio
del todo. Imagino cuerpos acercándose a donde mí, bellos rostros, sirenas, unas
tras otras, imagino sus sonrisas, sus carcajeadas suaves, sus ojos esmeralda,
sus rojizos labios, sus pechos blancos, puntiagudos, color rosa. Imagino
tocarlos delicadamente, sintiendo su forma cilíndrica en mis yemas, sus gemidos
en forma de risas, todas cómplices, todas cantando una canción en lengua
totalmente lejana, mirando con amor e inocencia, tocándome el pecho con sus
delicadas manos y besándome los labios gelatinosamente, compás de sus labios,
compás de los míos, unidos en forma armónica, sincronizando el junte de lenguas.
Mis labios bajan flemáticamente, pasan por el cuerpo de una de ellas, por su
cuello y pecho, besan dulcemente los pezones, rosas, excitantes, sienten
entonces la suavidad de ellos, los gemidos de ella; ruido raro, susurrando ideas
en código desconocido, induciendo conceptos en su forma de mirar, de tocar. La
miro de nuevo, de su rostro destella una hermosura imposible de describir, un
aura distinto, una energía paranormal en su mirada, a veces desentendida , a
veces profunda. La sigo besando, deslizando mis labios por su suave piel, por su
plano vientre, tan suave, tan mágico, introduzco de poco la lengua en el
orificio de su ombligo, escucho sus gritos de placer, sus constantes gemidos.
Siento entonces volar, volar a miles de kilómetros del lago, flotar, flotar con
ella, con sus gemidos y labios gustosos, con su mirada extraña y completamente
aturdidora. Luego de intentarlo, creo encontrar el punto G, el núcleo de sus
constantes gritos orgasmicos, el eje de sus gesticulaciones, de sus miradas
ahora suaves, tiernas.
Los besos siguen, ella de a poco me lleva a la orilla, con la pasividad
característica, de a pocos, tomando el tiempo de a cucharas, pulsando el slow.
Llegamos, salí del agua primero, caminé un poco y espere su compañía. Ella
salía, algo indecisa todavía, esperando la retirada del agua, que mostraba, de a
pocos también, el cuerpo desnudo, completamente desnudo, metamorfoseado, con
piernas humanas y entrepierna sin vellos, mostrando inocencia, mostrando
dulzura. Se acerca de a poco, el tiempo sigue lento, cada segundo parece una
eternidad, cada paso, cada contonear de caderas, mirada tras otra.
Finalmente llego, inmediatamente me beso. Sentí su cuerpo desnudo chocando con
el mío, sentí de a poco el chocar de su entrepierna con mi estomago, luego se
sentó en el, invitando más no dando, jugando únicamente con sus variables,
imponiendo a veces.
Degusto su cuerpo de nuevo, el pecho, el estomago, me centro en el ombligo,
juego con sus variables, me involucro completamente en ellas, bajo de a poco, al
ritmo que ella desee, beso su entrepierna, señalo con la lengua el camino. El
clítoris aparece, sus gritos le siguen, armónicamente conjugados, tan simples a
veces, tan pegajosos también. El clímax llega, pero se marcha rápidamente, la
alucinación no da para más, el despertar se hace previsible.
Cojo mis cosas, me marcho.
Por ti... para ti.