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Mi última acampada y mi primera vez (3)

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MI ULTIMA ACAMPADA Y MI PRIMERA VEZ (III)

Los postres de un almuerzo cuyo aperitivo ha constado de sexo a tres bandas, prometen ser siempre dulces y casi nunca defraudan.

María prometió preparar ella misma el postre y prometió que esta vez no se quemaría nada… y casi se equivocó… ciertamente no quemó nada, pero estuvo a punto de hacerlo con nosotros, fue tal la calentura que pillamos Javier y yo que creo tener la piel más oscura desde aquella ocasión.

Terminamos de comer un poco de embutido y a mi aún me temblaban las piernas de la corrida de hacía unos momentos, pero María no estaba dispuesta a dejar que descansáramos, al menos todavía.

- Creo que tengo algo de fruta para el postre – comentó al tiempo que se levantaba y entraba en una habitación.

- Uhm? – interrogó Javier - Pensaba que sería algo más preparado – añadió con retintín.

María apareció sonriendo con una bolsa de aseo y otra de plástico de un supermercado.

- La verdad es que pensaba habermelo comido sola, ¡ quien me iba a decir que podría compartirlo ¡ - exclamó.

Abriendo la bolsa de plástico, extrajo una bandeja de uvas de moscatel, grandes y dulces. -¿os gustan las uvas? – preguntó.

- Me encantan las uvas - respondí

- Venid, vamos a tomarlas al lado de la chimenea, hace un poco de fresco para estar aquí desnudos – propuso, mientras tomaba un racimo y la bolsa de deportes.

Y se dirigió hacia las mantas.
Verla andar me producía ansiedad, aunque tenía caderas anchas y los años y la gravedad no había perdonado sus lascivas nalgas, su grácil andar y su personalidad desprendida, hacía adivinar que tuvo una juventud exuberante y desinhibida. Era ese tipo de mujer que, sin tener un tipo o cara bonita, rezumaba sexo. De las mujeres con las que te llegas a sentir incómodo cuando se te acercan mucho, porque levanta la lívido de forma casi inmediata.

Cuando nos acomodamos, Javier, intrigado por la bolsa de aseo, preguntó el motivo de que la llevase hasta allí.

- Es que se me ha ocurrido acompañar la uvas con un poquito de almíbar – dijo al tiempo que sacaba un boto de almíbar de la bolsa –

Los dos nos miramos algo confundidos ¿almíbar? ¿…y en una bolsa de aseo?, nos preguntábamos.

Ella pareció adivinar nuestras preguntas – Bueno, es que normalmente el almíbar lo uso para otro tipo de postre – comentó con sorna.

Acto seguido sacó de la bolsa un pequeño consolador.

La verdad es que nos quedamos mudos de la sorpresa y ávidos por ver cómo lo utilizaría. Aunque sabíamos lo que era, no lo habíamos visto nunca tan cerca.

- ¿Veis? Es más excitante si lo usas así – aclaró, mientras abría el bote de almíbar e impregnaba un poco en el extremo del consolador.

Sonriendo, lo puso en funcionamiento y comenzó a lamerlo, pasándoselo después lenta y lascivamente por sus labios, pechos, pezones, vientre, coño… ¿os gusta? – preguntó.
La pregunta era innecesaria, la visión había conseguido poner nuestras pollas de nuevo en ristre.

Se tumbó en medio de los dos y mojándose las manos de almíbar,  fue acariciándose suavemente, las tetas, los, ya, duros pezones, el vientre, el vello púbico, los labios externos de su coño.
Cuando hubo acabado estábamos a punto de saltar hacia ella, quería comérmela entera, lamer ese delicioso almíbar
– Esperad, no seais impacientes… aún no he preparado el postre – dijo mientras tomaba una uva gruesa y redonda que besó y pasándosela por todo el cuerpo, acabó acariciándose con ella su maravilloso coño e introduciéndola un poco en él.

- Ahora podéis tomar el postre, ya esta caliente - suspiró

Yo estaba a mil por hora y supongo que Javier también, pero la ocasión requería paciencia y empezamos por sus labios, introduciéndole nuestras lenguas, haciendo más excitante aún que las dos se juntasen en su boca.

Continué por los pezones, mientras Javier se fundía en un dulce beso con ella, le pasaba la punta de mi lengua por las orlas de sus pezones, le lamía la punta de ellos, dulces, muy dulces y duros, muy duros.

Javier bajó besándole el cuello por el otro lado hasta llegar también a sus pezones, nos los repartimos, succionando uno cada uno, besándolos, lamiéndolos, mordisqueándolos. María suspiraba – Jodeeerrr, me encanta – suspiraba mordiéndose los labios.

Javier se decidió a bajar, mientras yo continuaba con sus pezones, fue lamiendo cada centímetro de su cuerpo hasta llegar al tan ansiado postre que aún seguía entero.
Fue pasando su lengua desde el clítoris, por encima de la uva hasta su ano, besando su entrepierna, oliendo su intimidad.
Los suspiros de María, pasaron a ser más fuertes ya empezaba a arquearse.

- Ahhhhh – suspiraba – Cómetela cabrón– le rogó.

Javier, puso sus dientes en la uva y la mordió ligeramente, dejando que su jugo corriese a través de sus labios y del coño de María.
- No me gusta la piel, prefiero su mosto – comentó Javier, apartando la uva y metiendo su cara en el coño.

Yo ya no resistía más, así que me hinqué de rodillas y puse mi polla a la altura de la boca de María y se la metí, quería llegar hasta a su garganta, moviéndome rítmicamente, como si quisiera follarla por la boca.

Ella empezaba a arquearse aún más, estaba a punto de tener un orgasmo, así que Javier se incorporó y se la metió hasta los huevos, empujando fuertemente, parecía querer atravesarla.

María me había agarrado la polla y comenzó a mover la cabeza adelante y atrás mientras hacía lo contrario con la mano. Cada vez con más fuerza y más rápido, si no hubiese sido porque hacía menos de dos horas que me corrí, ya lo hubiese hecho, pero afortunadamente eso me ayudó a poder disfrutar más de la mamada que María me estaba regalando.

Sus suspiros empezaron a ser gritos, le gritaba a Javier que la follase, que la empalase, hasta que tuvo un orgasmo que parecía no acabar nunca, mientras me apretaba fuertemente la polla, hasta casi dolerme.
Cuando se relajó, Javier fue parando sus embestidas y yo la besé ardorosamente, su boca tenía el sabor aún dulce del almíbar y el de mi sexo, era delicioso.
Durante el beso, Javier había sacado su polla y se puso detrás de mi, yo tenía mi culo empinado al estar besándola, así que tomó el almíbar y me untó mi ano con él, introduciendo de vez en cuando un dedo, que lejos de molestarme, como habría pensado, al contrario, y aunque sorprendido por el acto, me gustaba.

A veces, sacaba el dedo y me besaba el ano, metiéndome la lengua, lamiendo el almíbar que había introducido dentro de mí.

Yo me dedicaba mientras al coño de María, quería que estuviese de nuevo a tono, además su sabor era perfecto: almíbar y sexo (de ella y de Javier).

Mi culo empezaba a dilatarse y, horror, a pedir a gritos que Javier lo partiera en dos con su polla.

Le dije que quería penetrar también a María. Afirmando ella que necesitaba más, que la jodiera hasta dolerle.

Javier, sin decir nada, me agarró de las caderas, levantándome en el aire y me puso encima de ella, puso las piernas de María alrededor de mi cuello, me agarró la polla y la introdujo en el coño otra vez mojadísimo de ella.

Yo empecé a moverme muy despacio, era un coño acogedor, ardiente, quería que durase eternamente.

Mientras, Javier no había cejado en su idea, tomó el consolador del suelo y embadurnándolo de almíbar comenzó a pasarlo por mi culo, poco a poco, aprovechando las acometidas que le daba a María, fue introduciéndolo un poco esta vez, un poco más esta otra… la sensación era jodidamente maravillosa, hasta que sentí que mi culo estaba completamente dilatado, momento que aprovechó Javier para apretarme contra María e introducirme la polla en mi culito.

El dolor inicial fue terrible, el tamaño del consolador distaba, con mucho, de ser siquiera la mitad que el de la polla de Javier, estuve a punto de apartarme, pero María me abrazó y me besó, susurrándome entre suspiros y rogándome que no me apartase, que le gustaba muchísimo, que era una situación muy excitánte.

Aguanté, por tanto, comprobando que el dolor estaba dando paso al placer, aún me mantuve quieto, sin atreverme a mover un solo músculo, hasta que Javier me agarró de las caderas de nuevo y alzándome un poco, me indicó mudamente que continuara follándo a María.

Los dos se quedaron quietos, en cada envite que le daba a ella, la polla de Javier salía de mi culo para introducirse de nuevo cuando volvía atrás.

Empecé a realizar los movimientos más rápidos, mi culo ya estaba tan dilatado que casi no sentía dolor, Javier ayudaba ahora empujándo cada vez que yo levantaba mi culo, me la estaba metiendo hasta los huevos, y yo cada vez más excitado, estaba embistiendo con más fuerza a María, los gritos y suspiros eran más altos, María me había agarrado mis pezones y empezaba a apretarlos fieramente, mientras Javier me hincaba sus dedos en la espalda.

De repente Javier empezó a embestirme frenéticamente, haciendo que mi huevos se estrellasen contra el coño de María y al poco sentí como dentro de mi culo corría un líquido caliente, Javier me estaba llenando con su semen.

Cuando hubo descargado todo en mi culo, se apartó a punto de darle calambres y se tumbó al lado de María con los ojos casi en blanco.

Mientras yo empecé a aumentar el ritmo de mis movimientos, estaba fuera de mi, aún sentía como si la polla de Javier siguiese metida en mi culo… el sonido de mis huevos contra el coño de María era cada vez más fuerte y más rápido, María empezaba a arquearse de nuevo, iba a correrse de nuevo, así que mis movimientos aumentaron su ritmo hasta dolerme los brazos y los abdominales, ya me venía y a María también, casi al mismo tiempo que esta empezaba a gritar de placer, yo empecé a derramar dentro de ella todo el semen que me quedaba, no podía imaginar que fuese tanto.
Apreté hasta no poder más intentando llegarle hasta la garganta con mi semen, los espasmos de los dos terminaron por derrumbarnos el uno sobre el otro, nuestros sudorosos cuerpos no podían casi moverse, así que nos quedamos un buen rato en esa posición, mientras Javier, ya repuesto me besaba por todas partes, la nuca, la espalda, mi dolorido culo… fue el mejor polvo de mi vida.

Era de noche, ya no podíamos retomar el camino hacia el lugar de acampada, así que, después de ducharnos, extasiados y sin probar bocado, nos fuimos directos a la cama. Esa noche dormimos los tres en la cama de matrimonio de María, pero estábamos demasiado cansados para hacer otra cosa que no fuese dormir.

A la mañana siguiente iniciaríamos de nuevo el camino, para encontrarnos con nuestras novias y amigos que nos esperaban ese mismo día, María nos acercó con su coche hasta unos pocos kilómetros del lugar de encuentro y nos despedimos, con la promesa que, desgraciadamente, nunca cumplimos de volver a vernos.

El camino no era largo, pero nos dio tiempo de comentar y saborear juntos el día anterior.

Fue mi última acampada y mi primera enculada.

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