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Carmen, menudo curso! (2)

en Hetero: Primera vez

La aventura con Carmen en las duchas fue tan solo el principio de una larga relación clandestina y morbosa

CARMEN, MENUDO CURSO ( II )

Después de que Carmen me dejara recién ordeñado, me recompuse lo más rápido que pude antes de que llegaran mis compañeros en estampida al vestuario.

Quedé bastante perplejo por todo lo sucedido y no daba crédito a lo que había pasado. Pero al menos tenía una prueba tangible de que aquello había sucedido realmente: se había dejado su coletero en el grifo de la ducha. En el camino a clase se me cruzaron varias ideas por la cabeza. La principal de ellas iba a costarme horrores, pero armándome de valor, nada más entrar en el aula me dirigí a mi pupitre para declararme a Carmen. Como ya os conté, por ese entonces y a pesar de lo sucedido, era un poco panoli y como tal me hizo quedar:

¿Para qué voy a comprar el perro, si puedo pasearlo cuando quiera? – Me cortó en seco.

Y así se sucedieron los días, con constantes muestras del peor desprecio que Carmen me podía profesar: su indeferencia. Aunque la rutina escolar se rompió unas semanas después al llegar el día del patrón del colegio. Para celebrar la onomástica se cancelaban las clases para dar paso a diversas competiciones deportivas y por la tarde llegaba el plato fuerte: nos reunían en el auditorio donde se proyectaría una película.

Ahí estábamos el grupito de inadaptados, radiantes por pasar una tarde ociosa y en la oscuridad. Nos sentamos en las desiertas últimas filas con un montón de butacas vacías a lado y lado. Sonó la campana y segundos antes de apagarse las luces nuestra gran oportunidad de hacer el maleante se vio interrumpida por la llegada de otros alumnos que se habían quedado rezagados: ni más ni menos que los empollones de la clase, que venían de la biblioteca y no tuvieron mejor idea que sentarse junto a nosotros.

Suspiré sonoramente desaprobando su llegada a nuestro oasis y por tener que compartir mi espacio con ellos. A la derecha estaban mis compinches y quedaban vacías el resto de butacas a mi izquierda. Deseé que pasaran de largo pero mis súplicas se vieron interrumpidas cuando quien se plantó a mi lado fue Carmen. La reconocí sin tener que levantar la vista. Desde que me puso los puntos sobre las íes, no podía mirarla a los ojos, y menos hablar con ella. Sólo pude dedicarle un ahogado

Hola.

No piensas quitar tus bártulos? – sus palabras empezaban a sonar como órdenes para mí y reconozco que empezaba a gustarme sentirme humillado por su determinación y menosprecio. La obedecí y retiré mis cosas de la butaca contigua aun simulando hacerlo con desgana.

Empezó la proyección y aunque me cueste reconocerlo enseguida me enganché a la peli. No sé si por el interés del argumento o para abstraerme de la inquietante presencia de Carmen. Pero a los veinte minutos de estar sentado empecé a notar que el aire acondicionado estaba puesto a tope y el frío empezaba a entumecerme las rodillas. Cogí la levita de cuero que había dejado a mis pies y me la coloqué en el regazo para tratar de guarecerme del ambiente ártico del auditorio. Carmen, que no había cruzado media palabra conmigo después de sentarse me susurró al oído…

¿Alcanza para calentarme también? – y tiró de una de las mangas hacia ella.

Ambos intentamos apoderarnos del reposa-brazos de la butaca. Al volver a sentir el contacto piel contra piel, se reinició un circuito eléctrico dentro de mí. Una chispa que me recordó nuestro primer escarceo fugaz en clase y el papel pasivo que había desempeñado. Era el momento de pasar a la acción después de su primer gesto insinuante. Deslicé mi mano derecha hasta su butaca y empecé a acariciar sus rodillas describiendo círculos sobre ellas. No estaba muy seguro de cual iba a ser su reacción y si volvería a ponerme "en mi sitio". Mis temores parecieron hacerse realidad cuando me agarró la muñeca.

Así no, hazlo así – Y condujo mi mano hasta justo en medio de sus muslos.

Llevaba unos ajustados jeans de cintura alta, con lo que la maniobra no proporcionaba demasiadas sensaciones, a pesar del morbazo de lo que se avecinaba estando rodeados de una doscientas personas entre compañeros y profesores. Procedí con mucho sigilo a desabrocharle los botones para poder iniciar una exploración mejor. Al momento mis dedos quedaron humedecidos por los efluvios de su sexo. Los retiré, los olisqueé para disfrutar del aroma de su néctar y se los ofrecí. Abrió la boca y los chupó con dedicación. Afortunadamente, el volumen de la película amortiguó el sonido de mis dedos ensalivados retirándose de su boca

Parapetados bajo la levita, la cual recoloqué con esmero, continué con mi operación. Separé sus braguitas y jugué con su vello, enredándolo entre mis dedos y acariciando sus ingles sin llegar al lugar mágico. De hecho, no era fácil acceder a todos los rincones, por lo que Carmen, dándose cuenta de la situación, se levantó unos centímetros de la butaca para que pudiera bajarle los pantalones. Libre de obstáculos recorrí una y otra vez sus mojados labios con osadía aunque torpemente. Pero mi dueña y señora estaba dispuesta a solventar esos contratiempos. Puso su mano sobre la mía para hacerme de lazarillo en esas lides amatorias. Ella marcaba el ritmo. Empecé con caricias alrededor de los labios mayores y sus muslos, lentamente me invitaba a separarlos y mojar mis dedos en su estanque de las maravillas. Pude percibir como crecía su clítoris, y acompañado de su mano aprendí la intensidad y el momento justo para empezar a acariciarlo. Al principio con mucha suavidad, pero a medida que se incrementaba su gozo también lo hacía la energía de mi caricia. Parecía fuera de control y su cara era un autentico poema. Creo que es una imagen que nunca se borraré de mi mente. La veía disfrutar mordiéndose los labios y mirando hacia arriba poniendo los ojos momentáneamente en blanco. De repente, cambió la luz de la pantalla y todo se quedó a oscuras, para que al cambio de plano reapareciera su efigie ahora con la melena tapándole media cara y la boca abierta a punto de emitir el mayor grito de placer que alguien pueda imaginarse. Aun no sé lo que me produjo más satisfacción, contemplar su cara o tener mi mano enterrada en su sexo… Miento. Ver su rostro desencajado y fuera de si después del duro correctivo que me había infligido fue lo mejor.

En pleno silencioso frenesí, con la mano que le quedaba libre, me desabrochó la bragueta. Creo que o lo hacía ella o mi propio falo lo habría hecho en su lugar. Tomó mi ariete y me susurró al oído

Ahora no se te ocurra parar o te la arranco de cuajo – Y me pegó un tirón que casi me hace perder el sentido. Por suerte tenía su amenaza muy fresca en la mente y no me detuve en mi labor de procurarle el mayor placer posible. Ella tampoco dejó de guiarme hasta que pude encontrar por mi mismo el ritmo adecuado.

Para ganar comodidad en nuestro empeño, nos giramos ligeramente para poder llegar con ambas manos al cuerpo del otro. Cada vez nos arriesgábamos más a poder ser descubiertos, pero el morbo que nos llevaba a cometer semejante locura era demasiado poderoso, las sensaciones demasiado vivas y nuestros cuerpos demasiado ardientes.

Cómeme las tetas – me ordenó – Pero no pares o ya sabes lo que te espera.

¿Y como quieres que lo haga? – Le repliqué desafiante – Si no paras de darme tirones en la polla

Tu relájate, obedece y tendrás una gran recompensa

Para que voy a negarlo, me apetecía dar un repaso a sus rebosantes senos de mármol. Pero antes debía deshacerme de su férreo sujetador, cosa que no fue nada fácil. Primero por nuestra complicada posición que no quería levantar sospechas, y segundo por el sujetador en si. Era un sostén reforzado, sin duda comprado en una ortopedia, para aliviarle los problemas de espalda que tan suculenta y abundante carga debía ocasionarle. Una vez me ocupé del último de los broches aun me quedaba un problema por resolver. ¿Cómo cumplir sus deseos sin llamar la atención? Inesperadamente, mis alteradas hormonas dejaron algo de espacio a mi acalorada mente para agudizar el ingenio en una treta satisfactoria aunque no exenta de riesgos.

La terminé de tapar con mi levita, me escurrí de mi butaca para, arrodillado en el suelo andar en cuclillas hasta situarme enfrente sus rodillas. Acto seguido, después de mirar a lado y lado me metí por debajo del abrigo asomando mi cabeza a la altura de sus senos. En esa incómoda postura para mis riñones, aspiré el perfume intenso a sexo concentrado en nuestra guarida y alargando mi cuello al máximo empecé a aplicarle un húmedo masaje con la lengua. Jamás he estado con ninguna otra mujer con unos pechos tan sensibles y receptivos, pues se sacudía al ritmo que la estimulaba llevándola a estar fuera de si. No le importaba dar rienda suelta a sus aspavientos al tiempo que una atronadora escena de acción amortiguaba el sonido de lo que nos traíamos entre manos en las últimas filas.

Envueltos en nuestra vorágine perversa oímos cerca de nosotros un carraspeo que presagiaba lo que más temía, que alguien nos sorprendiera. El sonido acusador venía de la fila de enfrente. Nuestra imagen parecía de lo más cómica, con mi cabeza emergiendo como una tortuga asustada por debajo de mi abrigo para ver al cabronazo que había roto la magia del momento o, para ser mas honesto, que me había puesto los cojones por corbata. Y al saber quien era no me tranquilizó en absoluto: Juanra, que así se llamaba el susodicho cabronazo, sonreía lascivamente con la cara del que le ha llovido el bote de la lotería sin haber echado siquiera el boleto.

Juanra era el típico empollón que no estando satisfecho con sus logros académicos, un tanto alejados de los de los demás de su casta, actuaba de correveidile. Con ello conseguía siempre que los profesores buscaran maneras de recompensarle consiguiendo unas calificaciones que no le correspondían. Sabía que con lo que había presenciado tenía un cheque en blanco para el resto del curso. En los colegios religiosos no se toman cosas como esa a la ligera. Y no estaba yo en una situación muy favorable para jugarme el curso que a duras penas estaba sacando adelante por segunda vez.

Lo primero que hice fue levantar mi puño amenazante hacia la insolente cara que encaramada asomaba por la butaca de enfrente. Pero Carmen me frenó.

Vuelve a tu sitio. Yo me encargo.

Pero…

Ni pero ni pera. Obedece… la recompensa valdrá la pena.

Volví a mi butaca y me fijé en Carmen, que quedaba totalmente expuesta a la vista de Juanra. Se sentó con los pies encima del asiento y las piernas dobladas y totalmente abiertas. El empollón babeaba ante la vista del coño de Carmen y solo acertaba a balbucear "eres un putón". Ella empezó a frotar su sexo como si su vida le fuera en ello con la mirada clavada en el tipo que podía arruinarnos la existencia. Sólo la desvió un momento para decirme que me apresurara a vestirme. Mientras lo hacía, me fijé en que el embobado estaba pelándosela como un mono. No conseguía verlo por la butaca que nos separaba, pero los movimientos eran más que evidentes.

Entonces Carmen hizo algo que me sorprendió. Empezó a vestirse. Pero lo hizo muy lentamente. Como si estuviera haciendo un strip tease pero al revés. Se colocó de nuevo el sujetador, se subió las bragas, se abrochó los jeans y dejo la blusa para el final. Todo esto sin despertar apenas una leve queja de Juanra. En esos momentos empecé a adivinar la jugada. Por último se abrochó la blusa muy lentamente, botón a botón mientras le lanzaba auténticas descargas sexuales a través de su mirada más morbosa. Juanra estaba enloquecido mientras la dueña y señora de mis desvelos sexuales llegaba al fin al último botón. Finalmente, se ajustó el coletero al tiempo que las luces se encendieron y todo el mundo, en especial los profesores pudieron ver a un desquiciado Juanra subido a la butaca con los pantalones por los tobillos y su polla en la mano. Carmen, para poner el broche de oro, lanzó un grito de sorpresa y horror.

Nunca más volvimos a ver a Juanra. Fue fulminantemente expulsado y no hubo nada de lo que pudiera contar que le evitara tan fatal destino. Incluso Carmen fue "benevolente" y aceptó no poner ninguna denuncia para no arruinar la reputación del colegio y ponerse a la dirección en la palma de su mano.

La recompensa, por otro lado, no estaba lejos de llegar.