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La Buena Mala Suerte

en Grandes Relatos

"La Buena Mala Suerte"

El vuelo se había demorado mucho más de lo razonable, pero contento por tomar tierra por fin, Antoni se encaminó a buscar su equipaje. Las caras de los demás pasajeros no mostraban el mismo buen humor del joven ejecutivo. En la cinta no cesaban de aparecer y desaparecer maletas, pero la suya parecía vergonzosa y no querer salir nunca.

Fueron pasando los minutos, la gente fue desapareciendo, y la maleta de Antoni no aparecía por ningún lado.

  • Este vuelo estaba gafado desde el principio.

Muy molesto por ese percance, agarró su maletín con una mano y el gran cabreo que llevaba con la otra hasta la ventanilla de reclamaciones. La azafata que lo atendía a punto estaba de echar el cierre.

  • Señorita, mi maleta ha desaparecido…
  • Pardon, sir? – Claro, estaba en el extranjero y ahí no tienen por costumbre hablar en buen castellano.
  • My luggage is lost – por suerte hablaba cuatro idiomas, entre ellos el inglés, of course.

La mujer le atendió lo mejor que pudo, pero sin darle ninguna solución satisfactoria a su problema. Su maleta estaba perdida y ya vería si la recuperaba. Al día siguiente, con suerte, le llamarían al hotel para indicarle su estado y localización. Así que esa noche a dormir con lo puesto, ya que no era muy apetecible dormir desnudo en medio del invierno de Estocolmo.

Demasiado cansado para discutirse con una trabajadora que tampoco tenía la culpa de su desgracia, quería llegar al hotel, comer algo si podía, tomar algo calentito y meterse bajo las sábanas del bonito y caro hotel que había reservado. La estación de ferrocarril que llevaba a la capital ya había cerrado por la importante demora con la que habían despegado de Barcelona y el último autobús que salía desde el aeropuerto Arlanda, fletado por la misma compañía aérea ya había salido sin él, que estaba peleando con los formularios de reclamación. Sólo quedaba esperar un taxi a la intemperie, a tres grados bajo cero. Un plan perfecto.

Encendió un cigarrillo sin quitarse los guantes. Por dejarse, se habría dejado hasta la bufanda puesta pero es lo que tienen los vicios, que por desagradables que sean las circunstancias haces lo que sea para satisfacerlos. No había taxis ni visos de que los hubiera en esa noche horrenda que deseaba que terminara de una maldita vez.

Las luces del aeropuerto iban apagándose paulatinamente y sus trabajadores iban abandonando las instalaciones. Así que armado de valor se dirigió a la primera persona que se le cruzó por delante. Pero con precaución, no lo fueran a tomar por un asaltador y fuera a pasar la noche en comisaría, donde al menos estaría calentito. El primer intento fue un fracaso, el hombre abordado se lo sacó de encima con muy malos modos. Después probó fortuna con una señora de mediana edad a la que le fue dorando la píldora hasta que al llegar a su coche le pegó un vistazo de arriba a abajo y en el último momento le dijo que no lo llevaba hasta la ciudad. "Tan mala pinta no haré", pensó Antoni cuando el coche le dejó atrás lanzándole el pestilente humo de su tubo de escape. A su derecha oyó una risita.

  • Encima recochineo – se quejó en voz alta antes de echar un vistazo hacía donde venía el sonido que le había molestado.

Frente a él se encontró una mujer con un gorro de lana calado hasta las orejas y una bufanda no menos gruesa que le miraba divertida.

  • Do you think it’s funny? –
  • exclamó Antoni con bastante mala leche.
  • No demasiado – le contestó en una especie de castellano – perdóneme.

Bajo esas capas de ropa, adivinó la faz de la señorita que le había atendido en el aeropuerto.

  • ¿Hablas español?
  • Un poco, ¿y tú sueco?
  • Ni una palabra.
  • ¿Te puedo llevar?
  • La verdad me harías un favor tremendo. Además no voy a ocupar demasiado espacio, voy algo falto de equipaje…

Si alguien comprendía la gracia del chiste en esos momentos era ella, sin lugar a dudas. Además, la quería hacer sentir algo culpable y cobrarse las risitas a su costa, su orgullo había quedado herido. Se subieron al feo pero práctico Volvo y empezaron a charlar amistosamente en una mezcla de castellano e inglés que para la comodidad del lector voy a homogeneizar a partir de ahora en el relato.

  • Tienes frío
  • ¿Se me nota?
  • En el asiento de atrás tienes una manta. Pero te vas a llenar de pelos, es la que usa mi perro.
  • Ahora mismo eso me trae sin cuidado. Por cierto, ¿Ya te va bien llevarme hasta mi hotel?

Le facilitó las señas de su alojamiento y resultó que quedaba cerca de la casa de su benefactora. Aunque ella le aseguró que tampoco lo hubiera dejado en medio del frío si este se hubiera encontrado lejos de su ruta.

Ya entrado en calor, y mientras la amigable conversación continuaba, empezó a fijarse en la pelirroja mujer que le conducía al final de tan funesta jornada. Aunque era algo difícil dada la vestimenta que llevaba para protegerla de las inclemencias del tiempo. Era una mujer adulta cercana a los cuarenta años, detalle que se podía percibir por pequeños detalles que en cortas distancias no podía esconder el maquillaje. Como las ligeras bolsas bajo sus ojos grisáceos, o esas arruguillas de expresión que flanqueaban unos labios joviales y sugerentes algo más delgados en la parte superior, que con su forma de arco lanzaba al mundo una perenne sonrisa que se veía colmada por unos pómulos sobresalientes y con tendencia a alzarse. Pero el rasgo que más le atrajo fue su nariz, de puente levemente grueso que terminaba curvándose en la punta sin llegar a caer, trayéndole el recuerdo de las esculturas griegas dedicadas a Afrodita u otras beldades, aunque fuera en una versión algo más voluminosa. Un rostro sonrosado y curvilíneo que transmitía un goce por la vida poco habitual en los tiempos que corren.

Pasaron kilómetros de paisajes nevados y un largo puente sobre el mar charlando de sus respectivos trabajos. A mediodía del día siguiente Antoni tenía una reunión en la sede de la multinacional para la que trabajaba y se maldecía porque justamente por haber sido previsor y llegar con adelanto se encontraba en su situación.

  • Con lo fácil que habría sido tomar el avión mañana por la mañana… Si es que no se pueden hacer nunca planes… - Ella se reía, esta vez sin malicia.
  • Ya hemos llegado.
  • Muchas gracias por el viaje. Por cierto, que no nos hemos presentado. Me llamo…
  • Antoni, lo sé.
  • Si, claro. Me lo has visto poner una docena de veces en todos esos formularios.
  • Efectivamente, Sherlock. Y yo soy Edda. Mira, a estas horas te va a resultar imposible comer algo. Si quieres te invito a cenar. Aun me siento en deuda contigo.
  • Me encantaría. Espera unos minutos. Me registro en el hotel y vuelvo – hombre precavido siempre vale por dos, no fuera el caso que para redondear el cúmulo de desgracias terminara pasando la noche en plena calle.

En la recepción una agradable muchacha le atendió. Por fortuna no había problema con su reserva, pero como ya le había dicho su acompañante no había manera de comer algo. La cocina del restaurante ya había cerrado, pero poco le importó ya que al menos ese problema lo tenía solucionado. Después de los trámites pertinentes y de comunicarles su contratiempo con el equipaje, regresó al vehículo.

  • En recepción me han dicho que no voy a encontrar ningún restaurante abierto a estas horas.
  • Tranquilo, me conozco la zona muy bien y te voy a llevar donde hacen el mejor Svineorbrad que has comido nunca.
  • De eso estoy seguro – respondió Antoni con una cómica mueca.
  • Claro – respondió Edda entre risas – no tienes ni idea de qué se trata, ¿verdad?
  • No, pero me parece que la mesilla de mi habitación se llama igual…
  • Eres un diablillo chistoso – respondió la bella acompañante mientras le pellizcaba el mentón – pero te vas a chupar los dedos.

Arrancó el coche y unos minutos después, llegaron a destino.

  • ¿Aquí nos van a dar de comer? No parece un restaurante.
  • Y no lo es. Esta es mi casa.

Se trataba de una vieja casa de ladrillos, de planta estrecha y alargada y dos pisos, con un anexo para aparcar el coche y coronada en un tejado de madera y pizarra. La parcela constaba también de jardín, aunque ahora poco lucía con el clima estacional. Una vez aparcado el coche, Edda abrió una desvencijada puertecilla que comunicaba con la casa.

  • ¡Hace más frío aquí que en la calle! – Exclamó Antoni
  • ¡No seas exagerado! La vieja calefacción central se estropeó y aun tengo que repararla, pero en el salón con la chimenea te seguro que enseguida estarás caliente.

Antoni no las tenía todas consigo. Sólo le faltaba pillar un catarro para redondear el calamitoso viaje. A través del oscuro pasillo pudo notar como una descomunal presencia avanzaba a pasos agigantados.

  • ¡Héctor! – llamó la anfitriona a ese monstruosidad que se adivinaba cerca.
  • ¿Quién?
  • Héctor es mi perrito.
  • ¿Su perrito? – pensó, y al momento recordó que en el coche le había ofrecido su manta. En un santiamén, un hocico se asomó por la escasa luz del garaje y se abalanzó sobre él tirándolo al suelo – ¡Quítame esta bestia de encima! – gritó con pavor.
  • Tranquilo, no hace nada. – Una vez el can le tuvo a su merced, le dio un tremendo lengüetazo en la cara y se puso a menear la cola. – ¿Lo ves? Le has caído bien. Venga Héctor, sal de aquí…

El perro obedeció y Edda pudo ayudar a incorporarse a un avergonzado Antoni.

  • Lo siento, me ha pillado desprevenido. ¿Qué es, un Gran Danés?
  • Que poca idea tienes de perros. El Gran Danés no es un perro nórdico, ni siquiera es una raza de Dinamarca. Héctor es un Groenlandshund.
  • ¿Un qué?
  • Se traduce como "perro de Groenlandia", mira si somos originales. Es una de esas razas que tiran de los trineos en la nieve. Cuando vivía allí, mis padres los criaban. Le cogí mucho cariño cuando era un cachorro y me lo traje a vivir conmigo cuando me trasladé a este lado del mar. Es muy amigable pero totalmente independiente, ni vas a notar que está por aquí.

Mientras le contaba todo esto habían llegado ya al salón, y sin demora alguna empezó a prender la chimenea. Le indicó que se acomodara en la butaca frente al hogar mientras ella preparaba la cena. El perro, aun estando acostumbrado a los rigores del clima, se acurrucó en una esquina cercana y se durmió. Como la cocina y la sala de estar se comunicaban por un gran ventanal, su conversación seguía sin dificultades. Pero sentir la comodidad del hogar hizo que el agotamiento lo venciera y siguiendo el ejemplo del peludo compañero de piso se quedó dormido.

  • Vamos dormilón, que la cena ya está preparada – la voz de su anfitriona lo sacó de su ensoñación.

Mientras él había estado dormido la hospitalaria nórdica se había puesto más cómoda y pudo descubrir a la mujer que la ropa de abrigo le había impedido ver hasta ese momento. Oculta tras un sedoso y fino kimono, la anatomía de Edda aparecía sugerente por primera vez a escena. Unos pechos de matrona, rebosantes y algo caídos por el efecto obvio de la gravedad con unos pezones enormes que parecían querer rasgar la fina tela que las cubría. Bajo el kimono llevaba un holgado pantalón de pijama de hombre que apenas dejaban adivinar las formas de sus piernas aunque no impedían ver que poseía unas anchas caderas y un trasero firme y en pompa que hacía que se levantara la cola del kimono varios centímetros. Era un monumento a la feminidad, en absoluto gorda pero si exuberante y a pesar de tener una estatura considerable, dada la rotundidad de sus formas parecía más bajita de lo que en realidad era.

Tras su pequeña siesta se había despertado aun más hambriento, pero durante esa pausa su bella anfitriona había preparado una cena que despedía un olor estupendo.

  • ¿Este es el famoso sviner…?
  • Svineorbrad. No es nada del otro mundo, un par de chuletas rellenas de manzana y ciruelas pasas, asadas al horno bañadas en leche.
  • ¡Caramba! Tampoco hacía falta tanto esfuerzo, muchas gracias.
  • Tu compañía ya es suficiente gratificación… si no te quedas dormido, claro.
  • Tranquila, con estos manjares y una mujer como tú, no creo que pueda pegar ojo esta noche.

Fueron pasando diferentes platos típicos a lo largo de la velada en la que Edda y Antoni se conocieron mejor. Ambos eran dos personas independientes y sin ningún compromiso. No se atrevió a preguntarle la edad pero calculaba que ella le ganaba en una década de experiencia.

  • Eres la mejor cocinera de toda Suecia.
  • Teniendo en cuenta que es tu primera visita al país, no tienes demasiado con que comparar. No me gustan los halagos si no son verdaderos…
  • Pues aquí te lanzo otro muy sincero: eres la sueca más hospitalaria con la que nunca me he topado.
  • Bufff, tendrás que esforzarte más. De nuevo has pinchado en hueso… como te dije antes no soy sueca.

Edda había nacido en Groenlandia, donde se había criado en una granja de cría de perros. Cuando alcanzó la mayoría de edad se trasladó a Estocolmo, donde vivía su abuelo paterno que se había casado en segundas nupcias con una mujer sueca. Allí ejerció de azafata de vuelo hasta que su abuelo ya viudo enfermó, por lo que decidió quedarse en tierra atendiendo el departamento de equipaje perdido.

  • ¿Y nunca has pensado en volver a volar?
  • Cuando mi abuelo murió lo intenté, pero ya estaba algo mayor para lo que la compañía quería. Además, ya me había acostumbrado a quedarme en tierra.
  • No entiendo cómo puede alguien verte demasiado mayor. Estás fantástica, y esto de nuevo es un halago verdadero.
  • Voy a ruborizarme. Ahora si que has acertado – y se levantó de la silla para, apoyándose de las manos obre la mesa inclinarse hacia Antoni y plantarle un beso en la comisura de los labios. Antoni se quedó paralizado y Edda volvió a sentarse para, cambiando de tema preguntarle – ¿quieres un café?
  • Por supuesto.

Mientras la mujer preparaba los cafés, Antoni se sintió avergonzado por no haber sabido como reaccionar al beso. Él ya era un hombre hecho y derecho, y sin ser un conquistador había tenido algunas relaciones y seducido a algunas jovencitas. Igual ese era el problema, que no sabía como tratar a una mujer madura con las cosas claras. Pero esas preocupaciones desaparecieron en cuanto llegó con los cafés y algunos licores. Edda se acomodó en el sofà poniendo los pies sobre el regazo de Antoni. Con ese gesto, él se soltó algo más y mientras charlaban animosamente iba masajeando sus blanquecinos y delicados pies, fijándose en su cuidada pedicura y el rojo coloreado de sus uñas.

  • Eres muy bueno en esto…
  • Tengo otros talentos, también.

La bata de Edda se había abierto "accidentalmente" lo que permitía vislumbrar parte de su anatomía. Y esas partes resultaban muy suculentas. Pero Antoni, sintiéndose inseguro seguía haciendo caso omiso de las diferentes señales que la mujer le lanzaba. Ya había experimentado con anterioridad la humillación de tener que marcharse del piso de alguna mujer por lanzarse demasiado pronto, aunque no hubiera la menor duda razonable de por donde iban los tiros. Pero eran cosas del misterio inexplicable de las mujeres de su ciudad, que por mucho que presumieran de modernas y cosmopolitas seguían siendo unas mojigatas.

 

  • ¿Y esa cara tan seria? No te preocupes por tu equipaje, seguro que mañana habrá aparecido.
  • De eso estoy convencido. Si se tratara de un aeropuerto de mi país no tendría las mismas esperanzas. Lo que más me preocupa es no tener qué ponerme para la reunión de mañana.
  • ¿Te dejo ropa mía? – le lanzó con ironía
  • Quiero causar buena impresión, pero no hace falta dejarlos impresionados… - rieron los dos con grandes carcajadas.
  • Mañana puedes venirte conmigo al aeropuerto y si no aparece tu maleta ahí mismo puedes comprarte ropa nueva.
  • No quiero causarte más molestias. Ya se ocuparan de todo en el hotel. Por cierto, ya sería hora de retirarme a dormir.
  • Me disculparás si no te llevo a tu hotel – le dijo al tiempo que retiraba sus piernas de su regazo y flexionándolas se sentaba sobre ellas.
  • Como ya te he dicho no quiero causar más molestias y con lo que has bebido no deberías conducir. Lo mejor será llamar a un taxi. – Edda mostró una mueca de decepción al oír esas palabras.
  • ¿La velada ya ha terminado? – dijo mesándose la cabellera al trasluz de la suave iluminación de la chimenea.

Entonces Antoni comprendió que no había lugar a malentendidos y que tenía que dejar de buscar excusas. Una bella mujer le deseaba y él quería corresponderla. Los centímetros que los separaban se hicieron eternos mientras ambos cuerpos iban aproximándose implacables. Llegó el beso, y las urgencias se desataron junto al kimono de la ardiente mujer nórdica. Antoni trató de cubrir un pecho con su mano, desbordada por su turgencia. Edda se abalanzó sobre él haciendo que su espalda chocara contra el reposabrazos del sofá, mientras lo besaba y le agarraba la nuca con fuerza. Con la otra mano se apresuró en deshacerse del pantalón del pijama y de sus braguitas. Estaba hambrienta de sexo.

  • ¿A qué vienen las prisas? – dijo Antoni librándose del impetuoso abrazo y del sofocante beso – Si esto no ha hecho más que empezar. Túmbate.

 

Edda se recostó sobre el sofá cual Maja de Goya separando sus robustos muslos, ofreciendo su sexo cubierto por una rala capa de vello cobrizo.

  • Ven aquí y fóllame – le imploró.

La respuesta de Antoni a la petición fue levantarse. Se deshizo de la corbata y desabrochó los botones de su camisa dejando a la vista un torso masculino cuidado por el tiempo que dedicaba a diario a hacer ejercicio matutino antes de ir a trabajar. Él también se estaba exhibiendo ante su cada vez más ansiosa amante. Se recreaba mientras se iba despojando de la ropa y ella le observaba llevando sus manos a sus labios vaginales, estimulándose con las vistas.

  • me gusta ver como te tocas, no pares.

 

Antoni seguía desnudándose lentamente al tiempo que ella le devoraba con la mirada. Cuando al fin se quitó los ajustados calzoncillos lo hizo muy despacio, dejando ver primero el negro vello que coronaba su henchida verga. Edda se mordía el labio inferior y le miraba anhelante. Completamente desnudo se tendió sobre el sofá con la cara frente al pubis de Edda. Ella se retiraba los labios hacia atrás mientras con la otra mano surcaba círculos alrededor del clítoris. Se estaba haciendo una paja magnífica. En un momento dado, Antoni elevó su vista hacia su cara, le gustaba fijarse en las expresiones de placer de sus compañeras de cama. Se encontró con la mirada de ella, completamente sumergida en un placer inenarrable y eso aun le excitó más. Ya había llegado el momento de participar. Estirando el cuello empezó a lamer desde el perineo hasta encontrarse con los dedos de ella, recogiendo los jugos que exudaba su ninfa. Se los ofreció y le untó la cara con ellos sintiendo el olor, la humedad y el sabor de lo más profundo de su feminidad.

  • Deliciosa.
  • Seguro que tú no te quedas atrás.
  • Ya tendrás tiempo de comprobarlo.

La atención de Antoni se seguía centrando en ella, saberla satisfecha le complacía sobremanera. Así que siguió en su empeño de llevar su goce a un nivel superior antes de dejar que se ocupara de sus necesidades de hombre.

Siguió masajeando las piernas de ella, retorciendo y estrujando sus carnes, besando desde la punta de los dedos hasta llegar a su cintura. Colocado ya en posición se impulsó para dejar su sexo enhiesto a más no poder frente a los labios vaginales que flanqueaban su empapado umbral. Rodeó con sus brazos los muslos de ella y los flexionó sobre su vientre al tiempo que se introducía lentamente atesorando todas las sensaciones que recorrían su espina dorsal. Se sentía tan maravilloso dentro de ella que quiso abandonarse para siempre en su interior, pero no le dio tiempo. Edda empezó a removerse de manera ondulante, cadenciosamente y sin ninguna prisa. Antoni mordisqueaba las rodillas de su diosa de las nieves, que se iba sonrojando por momentos, encendiendo cual luces de neón sus zonas erógenas.

  • ¿Te arrepientes ahora de haber perdido la maleta?
  • Lo que tengo miedo es de perder la cabeza contigo.

La volteó dejándola a cuatro patas sobre el sofá para acometer desde atrás, aferrándose a unos senos que lo tenían hipnotizado y que había dejado desatendidos. Sentía en sus dedos la rugosidad de sus amplias aureolas que eran recorridas una y otra vez. De nuevo la penetró, ahora de una sola estocada, arqueando la espalda para hacerlo lo más profundamente posible. Las caderas del joven golpeaban ruidosamente las nalgas de la madura mujer y a esa sinfonía se le unieron los gemidos y suspiros de ambos cada vez más sonoros llegando a despertar al perro que, tras levantar la cabeza para ver que estaba sucediendo volvió a enroscarse en la esquina en la que yacía para caer de nuevo en su profundo sueño.

Antoni siguió estimulando los rosados pechos con una mano mientras con la otra trazaba nuevas rutas. Edda estaba próxima a llegar a otro orgasmo y se retiraba del ariete al máximo cogiendo carrerilla para volver a enterrárselo a fondo. Para no perder el equilibrio, Antoni se apoyó en sus caderas, acariciando con los pulgares su lechosa piel. Cuando el hombre sintió que pronto terminaría vaciándose quiso retirarse, intención que ella adivinó y llevando sus manos atrás lo sujetó por las muñecas, dándole a entender cual era su deseo. Con la cara enterrada entre los cojines del sofá, empezó a dar pequeños gritos ahogados por su postura sin soltar por un momento su presa hasta que se corrió ferozmente. En ese momento la vulva de Edda estaba completamente encharcada por el placer recibido, haciendo que la verga se deslizara en su interior apaciblemente. Aprovechando que ya se encontraba libre, Antoni deslizó las manos lateralmente hasta llegar a sus muslos fuertes y carnosos. Sujetada así, separó sus cachetes permitiéndole ver el palpitante anillo de su culo. Semejante espectáculo no hizo otra cosa que provocar en él más ansias por regar su interior hasta verla colmada, incrementando la energía de sus envites. Ella seguía en su éxtasis particular al que pronto llegó Antoni tensando su musculatura al momento que llegando al orgasmo se derramó dentro de ella, como parecía que era su anhelo. Al terminar, ambos se dejaron caer sobre el tresillo totalmente exhaustos. Durante un minuto no pudieron articular sonido alguno, pero pronto Antoni empezó a besar la espalda de su amante en cuando recuperó el aliento.

  • Tardaré en recuperarme de esta follada. No me beses más o vas a matarme.

Agotados fueron al dormitorio sin parar de besarse, pero demasiado cansados para seguir el juego. Ya en la cama, abrazados como un par de enamorados siguieron contándose su vida. Edda soñaba con transformar la vieja casa que había heredado de su abuelo en un hostal. Había empezado a reformarla, pero aun le faltaba mucho para acondicionarla de modo que pudiera servir de alojamiento.

  • Volar había sido mi vida y ahora no soporto permanecer encerrada en la triste oficina del aeropuerto.
  • Puedo ayudarte con el papeleo para que puedas empezar a emprender el negocio. Soy muy bueno con estas cosas.
  • Ya tendremos tiempo de hablar mañana, ahora durmamos.

Ella pronto se durmió pero a Antoni le costó conciliar el sueño. Estaba sudado y tenía frío a pesar de la manta nórdica que cubría ambos cuerpos. Pero además su mente estaba turbada por algunos acontecimientos recientes. Censuraba su actitud cobarde ante las insinuaciones de Edda. En otros tiempos no sólo eso no hubiera pasado sino que él hubiera llevado la iniciativa. Hasta ese momento no se había dado cuenta de hasta qué punto había perdido el buen rumbo en su vida. Y todo por una mujer, una única mujer que tras varios meses de convivencia había dejado de quererle. Clara se fue y se llevó lo mejor de él: su seguridad. Desde entonces, se había vuelto más taciturno y se había centrado en la infalibilidad de su trabajo, pero hasta eso se empezaba a resentir por su actitud. Esas revelaciones sirvieron para finalmente alcanzar el sueño.

Cuando despertó Antoni, Edda ya se había levantado. Trajo el desayuno a la cama, mientras él aun se frotaba los ojos, incrédulo de contemplar el espectáculo de una Edda desnuda y bañada por los primeros rayos del amanecer en Estocolmo.

  • He llamado al aeropuerto. Tu maleta está localizada, pero no llegará hasta la tarde. ¿A qué hora tienes la reunión?
  • A las once… joder, no sé cómo coño me voy a presentar con estas pintas.
  • Si tus jefes son mujeres de buen gusto como yo, no les va a importar lo más mínimo. Deja que me ocupe de eso, y también de esto tan divino que tienes entre las piernas.

Retiró la parte baja del plumón que cubría la cama de un manotazo dejando a la vista su erecta herramienta mientras él no dejaba de desayunar. Y comenzó una prolongada felación matutina. Lamió sus testículos y con los dientes le arrancó un pelo, cosa que estremeció a un sorprendido Antoni. Siguió cubriendo de saliva el tallo recorriéndolo a lo largo ya fuera con la lengua o sujetando su pene entre los labios.

  • Sólo me faltaría hojear un ejemplar del "Mundo Deportivo" para poder investir a este como "el mejor despertar de la historia"
  • Apúrate que el reloj sigue marcando las horas.
  • Nooo, has estropeado la magia. – le contestó divertido.

Cuando Antoni pronunció esas palabras, Edda dejó de dar lengüetazos a su vigoroso miembro para engullirlo por completo. Se le congeló la sonrisa cuando comenzó una profunda y frenética carrera a lo largo de su virilidad. Con las manos libres, ella empezó a acariciar los lados de su abdomen arañando dulcemente sus costillas y los músculos oblicuos.

- Me haces cosquillas, para…

Repentinamente sintió como un orgasmo le era arrancado sin casi aviso. Y eso le dejó ligeramente trastocado ya que no era normal en él acabar tan pronto. Pero eso se debía más bien a las buenas artes amatorias de la nórdica mujer que se encontraba entre sus piernas.

  • Eres una fiera. No puedo creer cómo te lo montas para marcar el ritmo y la intensidad justa en cada momento.
  • Tengo un diapasón interno, si te parece - Le devolvió la broma mientras se relamía las comisuras. – Voy a trabajar, si quieres te llevo al aeropuerto, compras lo que te sea necesario en las tiendas del "Duty Free" y vuelves en tren al hotel para prepararte. Te va a sobrar el tiempo para llegar a la reunión.
  • Menuda organización. Tendrías que ser mi secretaria.
  • Y no pierdas los ticket que ya me encargaré que la compañía se encargue de pagarte las compras.

 

Siguieron el plan a rajatabla y se dirigieron al aeropuerto. Allí se abasteció de ropa y algunos complementos más – Que lo pague la compañía aérea – y tras quedar con encontrarse de regreso al aeropuerto el ejecutivo volvió a la ciudad.

Con la llave en el bolsillo de la habitación que aun no había pisado, ingresó en ella y se pegó una ducha antes de acicalarse adecuadamente para mantener la reunión que había motivado su viaje.

Aseado y trajeado cruzó el vestíbulo de la central con una recobrada seguridad en sí mismo, el aplomo que acostumbraba a llevar al saberse bien preparado. El encuentro y los informes a presentar causaron aun mejor impresión que su regio porte a sus superiores suecos. A media reunión, un mensaje en su móvil le indicó que su equipaje extraviado ya se encontraba en el aeropuerto para su recogida. Todo eran buenas noticias.

Tras la reunión marchó rápidamente al aeropuerto para recuperar su equipaje y volver a encontrarse con su amante antes de coger el vuelo a Barcelona. Después de resolver algunos trámites, recoger sus pertenencias y volverlas a facturar de vuelta, Edda se tomó un descanso para acompañarle en sus últimos minutos en Estocolmo y despedirse. En la cafetería de la terminal internacional una extraña sensación recorría su cuerpo. Lo habían pasado tan bien, habían congeniado tanto que saber que la separación era inevitable les parecía una mala jugada del destino. Aun así, la sensatez de ser adultos les llevó a no hacerse ningún tipo de ilusión ni de falsa promesa.

La megafonía advirtió que la hora había llegado. Ambos se dirigieron a la puerta correspondiente y se dijeron un adiós sin palabras, sellado con un largo y taciturno beso como sólo las películas en blanco y negro saben reflejar.