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Una motivadora intrusa

en Grandes Relatos

Los plazos de entrega estaban por vencer y el proyecto no lograba avanzar. Se debían tomar algunas decisiones radicales y eso no iba con el carácter de Marco, quizás ese era el motivo de tanto retraso. Pero los ejecutivos de Nagahay Motors tenían los arrestos necesarios para cambiar la situación como descubriría al llegar al trabajo.

Dejó su maletín en la mesa que presidía el laboratorio, pero nadie ocupaba su lugar de trabajo. Se arremolinaban como de costumbre frente a la cafetera manteniendo sus triviales conversaciones acerca de cómo habían pasado el fin de semana. Marco carraspeó un par de veces para tratar de llamar la atención, pero no dio resultado.

-¡Vamos, vamos, que vamos con mucho retraso!

- Menudo dominio del diccionario, jefe – recibió una chanza como respuesta mientras seguían a lo suyo, es decir, a lo que no era su trabajo.

Mosqueado, Marco ladeó la cabeza quedando su mirada frente a la puerta de la sala. Justo en ese instante una joven apareció en escena.

  • Perdone, se debe haber equivocado. Aquí no recibimos visitas, estamos trabajando.
  • Ya lo veo, menudo ajetreo. Marco Pallarés… supongo.
  • No se equivoca, no. Y usted es…
  • Nuria. Nuria Ochoa, me mandan de la oficina para intervenir.
  • ¿Para intervenir en que? Perdone, no tenemos tiempo que perder en tonterías.
  • En eso coincidimos plenamente, se acabó el perder el tiempo – y acto seguido, dio dos fuertes palmadas, y el constante runrún del parloteo enmudeció. – Ahora que tengo su atención, les ruego se dirijan a la salita de reuniones.
  • Oiga, usted no tiene derecho a venir aquí y…
  • Mire, para ahorrar tiempo, tome este teléfono y llame al número de esta tarjeta y hable con mis superiores que, por si no lo recuerda, también son los suyos. Ellos le aclararan todo lo que sea necesario.

Marco sintió un deseo irrefrenable de estrangularla con el cable del teléfono pero con una mirada de "te vas a enterar quien soy yo" marcó los dígitos. La intrusa y toda la oficina se metieron en la sala.

  • ¿Hola? Soy Marco Pallarés, quisiera hablar con Don Miguel Álvarez… Don Miguel, soy Marco del proyecto Boreal… si ha llegado una joven que dice… bueno si, el proyecto se está demorando un poco pero si nos dan un par de meses más creo que…Pero esa chica no conoce de lo que trata… Pero no puede venir aquí y darnos órdenes a todos… ¿Sigo al cargo?... Estupendo… Le doy un día, si al final de la jornada esto no ha mejorado volveré a llamarle…

Resignado fue a servirse una taza de café y ojeó los correos electrónicos en su portátil. Había un par de mensajes de Laura, su prometida, de la que se había mantenido algo distante desde que empezó su prolongada ausencia a causa del proyecto. Por un momento pensó si todos los retrasos se deberían a no querer afrontar una ruptura por hastío. Enfrascado en sus pensamientos, la reunión finalizó, los trabajadores regresaron a sus mesas y la "experta en eficiencia y liderazgo, Srta. Ochoa" le dirigió de nuevo la palabra.

  • ¿Podemos hablar en un lugar más retirado?
  • No tengo nada contra usted, pero no quiero participar en estos "jueguecitos de ejecutivo". Aquí estamos haciendo un trabajo serio…
  • Deberías cambiar tu actitud. Yo no he venido a echarte ni a minar tu autoridad, aunque no tengas mucha.
  • Si, el señor Álvarez ya me ha dicho que yo sigo al cargo…
  • Pero lo que no te ha dicho es que si esto no sigue adelante en el tiempo establecido no tendrás nada más sobre lo que encargarte. Como te decía, y no me interrumpas más, tú sigues siendo el jefe, yo sólo me voy a ocupar de organizar todo este lío y ayudarte a sacar adelante este trabajo en las dos semanas que tienes de plazo. Ni un día más. Y ahora, si no te importa, echa un vistazo a todos tus trabajadores y trata de encontrar cinco diferencias con lo que suele pasar en este mismo lugar cualquier día a las diez de la mañana.
  • Bueno para empezar están todos trabajando aunque no estén en sus mesas…
  • Como has dicho están trabajando, algo que creo no siempre consigues. Y sí, es cierto, los he cambiado de lugar. Quiero que se pongan en el día de hoy en el lugar de otro, para que aprendan algo de empatía y puedan aportar nuevas maneras de ver las cosas.
  • Mire, no me va a convencer tan fácilmente…
  • Tú quédate observando. Al final del día podrás ver que la cosa ha cambiado para mejor. Y tutéame, por favor.

Durante el resto de la mañana Marco se debatió entre la incredulidad y la humillación. Odiaba a esa mujer con todas sus fuerzas. La odiaba con su cuerpo menudo de post-adolescente, con esas ropas de ejecutiva que la hacían parecer una mujer mayor, especialmente esa falda de talle alto que le llegaba justo sobre las rodillas dejando ver unas piernas en su justo punto de fibra, o ese ridículo peinado recogido en lo alto que enseñaban un largo cuello blanco que merecía ser besado. Si, a Marco le volvía loco esa chica, en todos los sentidos.

Sus preocupaciones volvieron a centrarse en el plazo que llegaba inexorable. No había conseguido más prórrogas y los cálculos le llevaron a una conclusión nada agradable. Si nada lo impedía se verían obligados a trabajar los siete días de la semana, y esa era una noticia que no sabía como anunciar.

  • ¿Tienes algún problema si me siento contigo?
  • No, adelante. Tome asiento.
  • Te veo cabizbajo. ¿Aun te sientes mal por mi presencia?
  • Mire, no le ocultaré que muy a gusto no es que me sienta. Pero usted y yo ya lo hemos hablado.
  • Preferiría que me tutearas, se hace más agradable y menos hostil.
  • Bueno, como prefieras. Pero mi problema ahora es otro.
  • Me han mandado aquí para ayudar. Dispara.
  • Tengo que dar una mala noticia y no sé como hacerlo para que la encajen bien. He calculado que si debemos terminar en dos semanas, se tendrán que trabajar también sábados y domingos.
  • Mira, si yo te echo una mano en esto, tú me devolverás el favor.
  • Si consigues soltar esa bomba sin que haya una rebelión, te prometo que te voy a dejar hacer el trabajo a tu aire.
  • Ya lo hablaremos.

El resto de la tarde Marco estuvo frente al ordenador del control central analizando todos los cálculos que la potente máquina arrojaba. De vez en cuando echaba una mirada a través de la cristalera, mirando el ritmo frenético de trabajo que al otro lado había. Daba gusto verles así, tan resueltos y animados, con una actitud que les habría ayudado a terminar hace tiempo.

Al final del día fueron abandonando las instalaciones con sonrisas de satisfacción.

  • Hasta mañana, muchachos.
  • Hasta mañana Marco. Muy buen fichaje. Tiene unas ideas asombrosas.
  • Si, esta chica es maravillosa. Ya le he pedido que entre en mi equipo de Paintball este sábado.
  • ¿Paintball? ¿este sábado? – respondió con asombro Marco a lo que le decían sus colegas.
  • Vamos, no te hagas el despistado, que ya nos ha dicho que ha sido idea tuya… venga, hasta mañana.

En la nave sólo quedaban él y la Srta. Ochoa. Y muchas explicaciones que darse.

  • ¿Ves cómo va funcionando mi método?
  • Mire Srta. Ochoa, tampoco hay que pasarse de entusiastas. Una cosa es que hoy hayamos tenido un buen ambiente laboral, y otro es que los resultados avancen al ritmo necesario. Además, ¿Qué es eso del paintball? ¿No se suponía que les iba a decir que el fin de semana tendrían que trabajar?
  • Un ambiente distendido fuera del lugar de trabajo ayuda a mejorar el rendimiento… y ¿ya te has olvidado de tutearme?
  • Vamos a ver mosquita muerta, a mi no me vas a camelar tan fácilmente.
  • ¿seguro que no? Porque no creas que no me he dado cuenta que has estado toda la mañana espiándome.
  • Eso no es cierto. – carraspeó - Si acaso te vigilaba. No te ofendas pero tengo una prometida en casa esperándome. – Esa última frase, pronunciada con un cierto titubeo, demostraba que no estaba muy convencido de sus palabras
  • Ya, una prometida a la que hace tres meses que apenas ves. Te necesito centrado en el trabajo, no en mi falda.
  • Te repito que te equivocas.

Mientras intercambiaban impresiones, aumentaba la tensión entre ambos. Al mismo tiempo que discutían, Marco había ido acorralando a la joven contra una mesa. En el momento en que la espalda de ella fue a topar con el mueble, se recostó ligeramente y estando ya los dos a escasos milímetro uno del otro, agarró al cada vez más nervioso Marco por la cintura y lo atrajo hacia su cuerpo. Se quedó de piedra, sin saber como reaccionar ni qué hacer. Pero eso no era un problema para la resuelta muchacha, que tomándolo de las solapas de su americana, lo atrajo hasta plantarle un beso en la boca.

  • Vamos, quítate las ganas, sé que lo estás deseando tanto como yo.

La respuesta del asombrado Marco fue la obvia y natural: aceptar tan suculenta petición. Aunque no se le escapaba que se trataba de una estrategia interesada, de un intento de la intrépida ejecutiva para arrastrarlo a su terreno. Eso le provocó aun más rabia de la que sentía por esa manipuladora mujer y quiso mostrársela. La sujetó del moño tirando fuertemente de él hacia atrás, y cuando ella trató de lanzar un grito aprovechó para meterle la lengua hasta la garganta. Después de saborear el interior de su boca, se retiró y mordió sus labios, provocándole una pequeña herida. Lamió el pequeño reguero de sangre y de nuevo la besó.

La contestación de Nuria, lejos de protestar fue sumarse a la fiesta. Medio recostada sobre la mesa, con los pies en puntillas por la diferencia de altura, trataba de mantener el equilibrio mientras con ansia desabrochaba el cinturón de su amante. Por su parte, Marco no soltaba su cabellera desmadejada por la violencia de los tirones y con la otra mano ayudaba en la maniobra de liberación de su virilidad. El furioso analista resoplaba como un caballo mientras trataba de zafarse de la ropa de su contendiente, con poco éxito. Demasiadas capas, la falda, los pantis, las bragas y su propia ansiedad no le ayudaban demasiado. Nuria, aprovechando las dificultades por las que pasaba su partenaire y viéndose liberada pudo articular las primeras palabras.

  • Vamos, hombretón. Déjame hacértelo más fácil. – Se tumbó totalmente sobre el escritorio, se arremangó la falda en la cintura y flexionando las piernas acabó de bajarse pantis y bragas a la altura de las rodillas. El siguiente paso fue una maniobra tan gimnástica como sensual. Elevó las piernas hasta dejarlas totalmente verticales, las separó tanto como su ropa interior le permitió y súbitamente descendió pasándolas por los lados del embravecido hombre, dejándolo atrapado entre su ropa interior y un bellísimo pubis sin ningún pelo que pedía ser tomado. – No te vas a escapar – le dijo, demostrándole que a pesar de la violencia con la que él había empezado, la que seguía llevando la voz cantante era ella.
  • Eres un súcubo. Pero si quieres caña, tranquila que te la voy a dar.

Su miembro palpitaba en dirección a la imberbe madriguera de la zorrita ejecutiva. Lo sentía tan hinchado que su prepucio había tomado un color solferino casi a punto de reventar. Sin ninguna ceremonia se la hincó lo más profundo que pudo, desencadenando un gemido que se le quebró en la garganta por la implacable estocada. Trató de intimidarlo lanzándole una mirada fulminante, pero Marco respondió plantándole la mano en el estómago y empujando con fuerza hasta tumbarla completamente. Solo sus piernas colgaban inertes de la mesa.

  • No sigas provocándome…
  • Eres un mierda. Una nenaza. Los tíos como tú no tienen la hombría necesaria para estar con una mujer como yo.

La réplica de Marco fue arremeter de nuevo contra el terso pubis con un golpe brusco. Nuria aprovechó para anudar sus piernas tras la cintura del miura que la embestía bravamente y mantenerlo en lo más hondo de su anatomía. Pero el esfuerzo de nada sirvió, ya que aferrando sus fuertes manos en las blancas y ligeramente mullidas caderas de la muchacha consiguió el suficiente recorrido para seguir con sus empujones cada vez más acelerados. Nuria gemía y resollaba nerviosamente llegando incluso a babear por las comisuras.

  • Sudas como un cerdo. Menudos lamparones en los sobacos llevas, puerco. – Al oír esas palabras y sin dejar de bombear Marco prácticamente se arrancó la camisa, aunque no consiguió deshacerse de la corbata – Estás ridículo.
  • Voy a tener que callarte la boca de una puta vez.
  • No me hagas reír, aunque viendo como rebotan esas carnes fofas y esos rollitos en la cintura no creas que me resulta fácil aguantar la risa.

Marco le cruzó la cara de un bofetón y el sonido seco que provocó seguramente despertó a todos los perros del vecindario. Ella, lejos de quejarse gimió aún con más ganas. Eso le dio ánimos para seguir en sus avances y asiéndola de los muslos, flexionó las piernas de la ardorosa hembra dejando caer todo su peso sobre ella. La penetración era ya tan profunda como le era posible.

  • ¡Eso, haz abdominales, que te hacen falta!

Por mucho que lo intentaba, él seguía siendo objeto de humillación y no pudiendo resistir más se vació totalmente dentro de ella, quedando casi al borde del desmayo.

  • ¡Joder, que bueno! Creí que no acababas nunca… quien lo hubiera dicho!
  • Ni yo mismo en mis mejores tiempos…

Recompusieron sus ropas como pudieron, ordenaron el estropicio y abandonaron el lugar. Sentado en el coche se le agolpaban las peguntas en la cabeza de Marco. Nunca se había sentido de esa manera y no sabía si jamás volvería a gozar como lo había hecho.