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Rindiendo cuentas con el pasado (1)

en Grandes Series

Rindiendo cuentas con el pasado (I)

Me resistí mientras me fue posible a ingresar en las filas de los adeptos a las redes sociales. Pero finalmente sucumbí a ellas hastiado de quedarme al margen en las conversaciones entre compañeros durante las pausas del café. Aun así, decidí crearme un perfil profesional en el que desgrané mi currículum y añadí como amistades a varios colegas junto a algunos contactos laborales. Pero a los pocos días fueron creciendo casi de modo exponencial las solicitudes de amistad de antiguos amigos y ex-compañeros de estudios. Y terminó por parecerme muy descortés por mi parte el rechazarlos.

De esta manera fue como me enteré de una reunión de antiguos compañeros de la promoción de EGB. Por un lado sentía curiosidad por saber qué habría sido de ellos casi veinte años más tarde, pero por otro me daba mucha pereza volver a mi ciudad natal para encontrarme con unos casi desconocidos, o quizás fuera vergüenza por haberme alejado de una gente con la que compartí tantos años. Tras pensarlo largo y tendido, me venció la curiosidad y decidí apuntarme.

Para asistir a la fiesta debía desplazarme en avión a la ciudad donde me crié. Aunque tenía algunos parientes viviendo ahí, preferí cogerme una habitación de hotel para no molestar ni ser incordiado. Si el único motivo del viaje era una noche de juerga, me resultaría mucho más cómodo alojarme en un lugar donde a nadie le importaran mis entradas ni salidas.

 Durante el vuelo me sentía algo inquieto, no sabía qué me iba a encontrar ni cómo me iban a recibir. Desde luego no había motivos reales para sentirme en deuda con nadie, y está claro que muy pocas personas mantienen las mismas amistades que en la infancia, pero si que fui de los primeros del grupo que desaparecieron del mapa sin apenas decir nada a nadie y eso me reconcomía un poco la conciencia. Además había algunas personas a las que su reacción me merecía especial atención: Aquellos que fueron los más íntimos de mi círculo de amistades y algunas a las que consideré algo más que amigas. ¿Me aceptarían de buen grado? Por fortuna el vuelo era bastante corto y no tuve demasiado tiempo que ocupar en esas cavilaciones.

Frente al espejo del hotel, después de una vigorizante ducha me estuve observando. ¡Cómo había cambiado con el tiempo! Ya no tenía ese físico espigado de antaño sino que mi barriga había empezado a crecer no en un volumen alarmante, pero sí que me encontraba completamente fuera de forma. Mis facciones se habían redondeado ligeramente y el poblado tupé del pasado se batía en retirada. De todos modos, el tiempo me enseñó a sacarle partido a mis reducidos encantos con el vestuario adecuado y un aspecto aseado y cuidado. Elegí como atuendo un chaleco de tonos marrones de lana escocesa con filigranas verticales para estilizar la figura, combinado con una camisa de algodón natural de manga larga y de cuello pico que asomaba bajo el chaleco. Las líneas geométricas y el corte recto y largo de las prendas resaltaban mis hombros, desviando la atención de mi vientre y dando un aspecto más fortalecido al tiempo que eliminaban algunas curvas. Para los pantalones elegí unos vaqueros oscuros de corte bajo. Un vestuario aparentemente sencillo, combinando el formalismo original de las prendas pero sacando partido a su patrón más moderno. El resto de la operación "ponerse guapo" lo hacían los complementos: botas de piel marrón de inspiración militar de Timberland, y una cazadora "acasacada" que encontré en una pequeña tienda en Milán el pasado verano. Para no llevar los bolsillos llenos, algo que detesto, rematé el vestuario con una bandolera de cuero envejecido.

Como tardó mucho tiempo en que me apareciera, acostumbro a dejarme barba jugando con diferentes formas y tamaños. Además, sin ella me veo con cara de niño y creo que no me favorece en el desempeño de mi trabajo ya que eso me quita autoridad En ese momento llevaba barba completa y no me apetecía quitármela del todo. Lo que hice fue coger un taxi para ir a una barbería del barrio donde me crié para que la recortaran dejándola menos tupida y uniforme y un corte en diagonal en las mejillas endureciendo mis facciones. El pelo no me lo quise cortar, preferí peinarme yo mismo y con un poco de masilla dar ligeros toques en diferentes direcciones dándole un aire desenfadado.

Bueno, las cartas ya estaban echadas, al menos en cuanto al aspecto físico. Aproveché las horas que me quedaban para visitar mi antiguo vecindario y ver como habían cambiado las cosas. Estaba bastante más deteriorado de lo que yo lo recordaba. De todos modos, una sensación de nostalgia me invadió al recordar algunos episodios vividos en sus calles, plazas y rincones mientras seguí paseando hasta llegar al centro de la ciudad. Y así me encontré algo melancólico frente al restaurante donde habíamos de encontrarnos. Fumé nerviosamente un pitillo con las manos en los bolsillos echando miradas al gran reloj de una iglesia cercana. Apagué el cigarrillo de un pisotón y al levantar la vista me encontré con una cara conocida. Los años también habían pasado por él y tan pronto estuvo a mi altura me recibió con un cálido abrazo que hizo que todas mis dudas y temores desaparecieran por toda la velada. Se trataba de Lluís, quien fue un gran amigo durante esa época y una de las primeras personas a las que yo temía haber defraudado con mi salida de su vida.

Juanitooo... – odiaba que me llamaran así - ¡No esperaba verte aquí! ¿Dónde te has metido todos estos años? Hace la tira de años que te perdimos la pista, machote…

Sus palabras no sonaban a reproche, y como respuesta le hice un pequeño repaso a mi biografía, una explicación que estaba seguro tendría que repetir a lo largo de la noche. Tras empezar el instituto, algunos de los compañeros se disgregaron en diferentes centros, si es que continuaron con sus estudios. Muchos seguimos en un instituto muy cercano a nuestro antiguo colegio. Yo fui uno de ellos, pero en un par de años después de un traspié en mis notas y un pequeño conflicto con la dirección del centro decidí cambiar de lugar. La presión de mis padres acerca de mis calificaciones aumentó y así dejé de frecuentar los mismos lugares que antes, aunque seguí viviendo en el mismo barrio de siempre. Fue como estar castigado sin salir hasta que no terminara con la secundaria. Tras conseguir entrar en la carrera que yo quería encontré que solo podía matricularme en una universidad que quedaba en otra provincia. Me costó mucho convencer a mis padres, pero ahí que me fui, donde mis padres me mantuvieron los primeros meses hasta que encontrara un trabajo de tardes que me permitieran vivir sin el padrinazgo económico constante de mis progenitores. Y ya no me moví de ahí. Terminé la carrera, encontré trabajo y me establecí en esa ciudad. Alguna vez, en fechas señaladas volvía para visitar a mis padres, pero tras jubilarse, decidieron vender el piso e irse al pueblo donde veraneábamos.

¿Y donde te vas a alojar?

Tengo una habitación de hotel. Mañana por la tarde cogeré un avión de vuelta a casa.

Bueno… un hotelillo discreto por si esta noche cazas algo… menudo estás tu hecho. – No pude replicar a este comentario porque llegaron ya varios invitados más.

Tras los muchos abrazos y besos con lo más cercanos y los estrechones de mano con los menos, fuimos entrando al restaurante donde empezamos a tomar algunas cervezas mientras esperábamos que fueran llegando el resto del grupo.

El local estaba cerrado para nosotros. Tampoco les suponía ningún esfuerzo a los propietarios, ya que el restaurante no era muy grande y un grupo de unas cincuenta personas lo llenaba por completo. La cena consistió en una serie de tapas que fuimos degustando de pie, para hacer más fácil la socialización. Hablé con viejos amigos, otros conocidos y llegó el momento en que una extraña sensación recorrió mi espinazo. Fue el momento en que mi mirada se cruzó con Raquel, más bella que nunca.

Durante todo el último curso los dos nos fuimos haciendo muy amigos, porque salía con Nacho, uno de mis mejores amigos. Su relación fue tormentosa, porque sus caracteres no congeniaban y cortaban para al poco tiempo volver una y otra vez. En esos momentos de crisis, a los amigos nos tocaba hacer de mediadores para que reinara la paz en el grupo. A finales de curso lo suyo ya era definitivamente historia y no había manera de arreglarlo. Fue durante ese tiempo que nos cogimos mucha confianza y decidimos probar si teníamos algún futuro como pareja. En la fiesta de final de curso nos dábamos algún furtivo abrazo y nos dedicábamos miradas amorosas. Tras esa noche quedamos alguna vez fuera del ambiente escolar, pero ella terminó por darse cuenta que lo nuestro era amistad y nada más. Aunque tiempo más tarde me enteré que alguien la ayudó a llegar a esa conclusión, precisamente un amigo mío que estaba colado por ella y que creyó que si no podía conseguirla, boicotear cualquier otra relación que pudiera tener valía la pena. Creo que me faltó lanzarme un poco más para, en cierto manera, rubricar lo que yo sentía por ella y hacerla olvidar a Nacho. Insistí durante un tiempo hasta que llegó el agosto y me fui con mis padres al pueblo. Pero de todos modos, estaba abocado al fracaso ya que Raquel no iba a ir al mismo instituto sino a uno bastante lejano. Visto en perspectiva lo nuestro no fue ningún tipo de noviazgo pero hay que ponerlo todo a la escala de esa temprana edad, donde cualquier detalle es importante y trascendente.

Rubia natural como tantas otras mujeres en mi vida, con una figura delicada que el tiempo se había encargado de llenar lo justo para verse como una auténtica mujer. Los dientes ligeramente separados del centro de su sonrisa seguían dándole ese aspecto juvenil, aunque su vestuario ejecutivo le añadía algunos años dando como resultado una mujer de una clase tremenda.

Hola Raquel…- se quedó mirándome fijamente.

¿Joan? ¡Qué cambiado estas!

Si acaso deteriorado, tú estás fantástica. ¿Pero tanto te ha costado reconocerme?

Es que han pasado tantos años desde que terminamos EGB y fui a un instituto diferente al de la mayoría…

Sí, es una pena separarse. Pero míranos, 19 años más tarde y aquí estamos casi todos juntos de nuevo.

A Raquel la vida le había ido muy bien. Directora de una oficina bancaria muy céntrica pese a ser tan joven, vivía en una urbanización en las afueras de la ciudad junto a su marido y dos perros. No pregunté por el tema de los hijos. Siempre me ha parecido una pregunta odiosa, y desde luego mi boca no iba a pronunciarla.

Me acerqué a una mesa para poner algunas tapas en mi plato, cuando fui interrumpido:

Suelta las croquetas hombre, que no te hacen falta…

Quien soltó esa frase fue Vanesa, con la que nunca había tenido demasiada relación pero no tuve derecho de réplica porque se giró para seguir charlando y riendo con otras chicas. No supe si pretendía ser graciosa o hiriente, pero tampoco le di mucha importancia. Raquel estaba ocupada siendo abordada por otro grupo que le repetiría el mismo interrogatorio al que todos fuimos sometidos.

Durante la cena y tras ella, la gente iba pasando de un grupo a otro con total naturalidad. En uno de esos momentos me acerqué a la barra para pedir un ron con coca-cola. Siempre me ha costado que los camareros se fijen en mí, así que estuve taladrando con mi mirada al camarero para ver si me hacía caso de una vez. De nuevo, fracasé. Siguió cogiendo pedidos de cualquiera menos el mío.

¿Te ayudo?

A ver si lo consigues tú, y te invito a lo que quieras.

Déjame a mí…

Quien acudió a mi rescate fue Gemma. Siempre había sido una chica la mar de sociable y amistosa. Por su carácter siempre nos habíamos llevado bien aunque nunca habíamos formado parte del mismo círculo de amistades. Pero yo siempre había intentado llevarme bien con todo el mundo pese a estar metido en el grupo de los más populares (aunque detesto este adjetivo más propio de las historias de High Schools americanas). Puede ser que nuestro entendimiento fuera provocado por ser la mejor amiga de Miriam, otra historia de mi pasado. A Miriam la perseguí insistentemente a lo largo de casi los dos últimos cursos. Con ella me pasó algo parecido a Raquel. Me usó como paño de lágrimas, pero a diferencia del caso de Raquel, yo era consciente desde el minuto uno que estaba totalmente enamorado de ella. A Miriam le gustaba uno de los gallitos de clase que formaba parte del mismo grupillo que yo aunque él y yo no congeniábamos mucho. Él la ignoraba, nunca le dio bola, pero Miriam seguía obcecada tanto como yo con ella. Y le hice saber de mil y una maneras mis sentimientos, pero no hubo manera.

Gemma consiguió nuestros tragos y empezamos a charlar. Me invitó a acompañarla a una mesa donde por fin me encontré cara a cara… con Miriam. La Miriam de mi niñez era una chica de baja estatura y una de las primeras de clase en desarrollarse físicamente. Le sacaba mucho partido a su anatomía voluptuosa y a su bella cara de tez pálida, labios gruesos de intenso color rojo y una nariz afilada que siempre me recordó a la actriz Morgan Fairchild. Aunque hay que decir que su constitución corporal no era perfecta, sino que más bien parecía predestinarla a cierta gordura que ahora lucía. Nos pusimos al día en pocos minutos. Ambas eran ya madres. Miriam tenía ya dos críos que habían hecho estragos en su figura y se dedicaba a ser ama de casa y estaba casada con un camionero. Por mi parte les conté algo de mi vida en otra ciudad y de mi trabajo en una agencia de publicidad. La charla era muy amigable pero antes de terminar la copa vinieron a buscarme los del equipo de baloncesto para hacernos unas fotos.

El equipo fue mi mayor y más duradero vínculo con los amigos de siempre. Seguimos jugando juntos tras terminar la EGB aunque muchos estudiábamos en diferentes centros. Pero al menos un par de tardes a la semana y los sábados por la mañana nos veíamos alrededor de una cancha de baloncesto. Gracias a ese ejercicio y a las clases de educación física durante la secundaria logré tener un cuerpo envidiable. Siempre había sido un chico ligeramente alto y delgado, aunque nada frágil, pero tanto entrenamiento me puso muy fuerte, pura fibra. Si alguien pusiera las fotos que nos hicimos esa noche al lado de las que nos hacíamos cada principio de temporada, no sé si se reiría o se echaría a llorar. Con las excepciones de Àlex y Jordi, que seguían tan buenos mozos como siempre pero cada cual con su estilo. Nos reímos un montón durante la sesión fotográfica y recordamos mil y una batallitas. Intercambié el teléfono con algunos de ellos, y prometimos quedar un día para alquilar una pista.

¡Pero no hace falta que alquiléis una hora entera que a los diez minutos ya nos saldrán los pulmones por la boca! – dijo Lluís que seguía siendo uno de los cachondos oficiales del grupo.

Lo importante será donde vamos después para comernos unas tapitas y recuperar lo que perdamos con el esfuerzo – apostillé para seguir con la broma.

Reíd ahora, que en las duchas seguro que os sigo sacando un palmo de nabo a todos – siempre tan fino Jaime…

¡Ya ha hablado Rocco Sifredi! ¡Que no tenga nada que ver que hubieras repetido dos cursos…! ¡Que no sigue creciendo toda la vida, fantasmón!

Hacia la una de la noche los del restaurante empezaron a meternos prisa para poder cerrar. Llegaron las primeras despedidas y se hicieron promesas de no perder el contacto del mismo modo en que se habían pronunciado diecinueve años antes. Afortunadamente cerca de la mitad de la gente decidió seguir de marcha. La mayoría acordó ir a una discoteca de la zona del paseo marítimo que aunque no fue del gusto de todo el mundo aceptamos los restantes. Influyó en la decisión que Belén era una habitual y conocía al dueño.

La cola para entrar era impresionante. El personal que ahí se reunía era de lo más variopinto aunque tenían algo en común: Ropa cara, fuera del estilo que fuera. Belén consiguió que el portero nos pusiera en la lista y entramos todos juntos. Algunos cogieron posiciones en la barra para seguir calentando la noche, pero yo me dirigí a la guardarropía como muchas de las chicas. Demasiadas veces me han estropeado alguna chaqueta con quemaduras de tabaco o cubatas vertidos por accidente y le tenía mucho cariño a la que llevaba. Si hubiera podido hasta los zapatos hubiera dejado. No compro mucha ropa pero la que tengo me gusta que sea buena y que dure. Así también tuve ocasión de charlar con algunas chicas con las que no había podido departir durante la cena, como la misma Belén. También andaban cerca Raquel, que no paraba de hablar por el móvil y Vanesa justo detrás de mí.

Hay que ver desde aquí arriba como se te empieza a ver el cartón – soltó entre risas Vanesa, que me sacaba dos palmos de altura

La lástima es que yo no tenga ojos en la nuca, porque estarían justo a nivel de tus tetas.

Demasiada mujer para ti.

En ese momento me dieron el resguardo para recoger mis pertenencias y me largué a la barra con los chicos. No era el primer comentario estúpido que me había propinado esa noche y desde luego desconocía la razón de su beligerancia hacia mí. O quizás andaba a la greña con todo el mundo, quien sabe.

Tras un brindis por los buenos tiempos buscamos a las chicas en la pista de baile. La música house no es muy de mi agrado, pero sé amoldarme a las situaciones. Aunque después de media hora de "chunda-chunda" empezaba a hastiarme y busqué aire fresco en la terraza donde aproveché para fumar un cigarrillo. Ahí eché de menos mi chaqueta pero el vicio es el vicio y no hay frío que valga. Era muy divertido ver que no era el único en esa situación, fumando y tiritando al mismo tiempo. También había algunas parejas comiéndose a besos, totalmente ajenos a la gente alrededor y al fondo, apoyada en la barandilla que daba a la playa estaba Raquel con el móvil pegado a la oreja y discutiendo con alguien.

Para no incomodarla, aplasté la colilla en el suelo y me decidía a marcharme cuando colgó el teléfono y me vio. Me invitó a acercarme y con un gesto me pidió un cigarrillo.

Como necesitaba esto…

¿Ex fumadora?

Hace tres meses que no fumo, pero si me cabreo me da por fumar.

Bueno, tres meses sin cabrearse no está mal…

Mi marido es un plasta. Lleva toda la noche llamando. No sabe estar solo.

¿Lo estás pasando bien? - redirigí la conversación para no ser indiscreto y llevarla a cosas más agradables.

Claro que si. Tantos reencuentros en un solo día es algo maravilloso. No esperaba que al final viniera tanta gente. Y verte ha sido toda una sorpresa.

Si, ya me acuerdo. Que un poco más y te caes de la impresión… ¡O del susto!

Déjalo ya, que tampoco estás tan mal.

Deben ser esos preciosos ojos que no sabrán mirar mal – rió y pareció olvidar la discusión con su marido - Que bueno hubiera sido que todos vinieran. A mi me han faltado el Torres, Elisenda y su hermana Isabel, Santi y – no se si fue cosa del subconsciente, pero sin ninguna intención dejé para el final su nombre – y…Nacho.

A mí ese no me ha faltado. Mejor que no haya venido.

Lo de Nacho y Raquel siempre fue algo tormentoso pero no creí en absoluto que existiera ese resentimiento. Me confesó que después de graduarnos e irse cada uno por su lado, intentaron retomar una vez más su relación. Pero esta vez las cosas habían cambiado de verdad. Una vez en el instituto ya no eran tan críos y las cosas se les escaparon de las manos, dejando tras su última ruptura un rencor perpetuo con un eco de traición que siempre la acompañaría.

Joder, que desahogo.

Bueno, ha sido sin querer, pero parece que te ha hecho bien soltar toda esa mierda.

Ay, Joan. Siempre soportando mis problemas con una sonrisa. No cambies nunca. Yo lo hice demasiado tarde.

Me dio un beso y abandonó la terraza. Ya no la volví a ver más el resto de velada. Seguramente se marchó a su gran casa con su marido y sus perros. Y yo me quedé interpretando su última frase y preferí pensar que de un modo u otro se había disculpado por no haber creído en nosotros en su momento.

Quedábamos ya poco más de una decena del grupo cuando la discoteca apagó la música y encendió las luces. Fuimos saliendo y entre la marabunta de gente que salía sorprendimos a dos amigos nuestros comiéndose la boca como si el mundo fuera a terminarse de un momento a otro. Eran Lluís y Belén. Ambos casados y él además con críos. Ni tan siquiera se despidieron de los demás y se montaron en el coche de mi amigo a toda prisa. El resto nos fuimos organizando para volver a casa. Yo no traía vehículo así que necesitaba medio de transporte para llegar al hotel. Toni y Sergio habían venido en sus motos, a otros les pillaba en dirección contraria a la que yo iba y no me atreví a subirme al coche de Jordi porque llevaba alguna copa de más, aunque al menos convencí a otras personas más sobrias de que llevaran ellos su coche. Así que me quedé a esperar un taxi como tantos otros clientes de la discoteca. Estaba echando un cigarrillo cuando me dieron un toque en la espalda.

¿Dónde vas?

La que me lo preguntaba era Miriam, que se había quedado algo rezagada en el guardarropía donde por lo visto tardaron en encontrar su bolso.

Voy a coger un taxi que me lleve al hotel.

¿Y donde está?

A cinco kilómetros del aeropuerto.

Pues nada, te llevo yo, que vivo dos pueblos más lejos.

Había costado encontrar aparcamiento cerca de la discoteca, así que fuimos paseando por el frente marítimo hasta llegar a su coche. La noche era fría y como buen caballero que soy le puse sobre sus hombros mi cazadora que debido a su estatura le quedaba casi como un abrigo.

Gemma siempre me decía que eras de esta clase de chicos…

¿De los que se constipan?

De los galantes… y de los graciosos también. – reímos los dos.

Ahora hacía tiempo que no tenía con quien practicarlo. Pero no sé de qué te quejas, que siempre que pude te lo demostré.

Llegamos al coche y nos montamos. Tardó un poco en arrancar por el frío exterior. Mientras el motor se calentaba aprovechamos para seguir charlando.

Lo que te has perdido mientras buscabas tu bolso…

¿El qué?

A Lluís y Belén dándose el lote y marchándose juntos.

Lo de esos dos se veía venir.

Volvió a pisar el pedal del gas y salimos del aparcamiento. Cuando enfilamos la avenida le pregunte:

¿Que quieres decir con lo de que se veía venir? Si apenas han hablado durante la cena.

Pues que estos dos tenían algo que resolver con el pasado.

Pero si estos dos no se podían ni ver en el colegio…

Ya, pero todo tenía su explicación. ¿Te acuerdas cuando Lluís se enrolló con Marga?

Ya lo sé, menudo espectáculo dieron en la excursión a Andorra.

A Marga le iba la marcha aunque pisoteara a su mejor amiga, que estaba loquita por los huesos de Lluís.

Menudo culebrón. Pero Lluís siempre ha sido un rompecorazones.

Vamos, no te quejes que tú también te las traes.

¿yo?

Si, tú también rompiste algunos corazones.

¡Ojalá me hubiera enterado entonces! Que cosas dices…

Ay, Joan. Que poco te enteras… ¿No te ha parecido rara la actitud de Vanesa contigo?

Bueno, ha sido algo arisca conmigo. Nunca fuimos íntimos pero no pensaba que tuviera nada contra mí.

Pues chico, Vanesa estaba coladita por ti. Hasta las trancas.

Comenzó una larga disertación sobre lo que, bajo su punto de vista, la cena realmente había significado para muchos: Un ajuste de cuentas con el pasado.

Estaba el caso de los empollones: Marginados sociales en esa conflictiva edad, algunos habían vuelto convertidos en empresarios de éxito o con una carrera profesional y un estatus socioeconómico envidiable. Sin hacer demasiada ostentación todos nos habíamos dado cuenta de su transformación. Bueno, lo de la no ostentación se lo había saltado uno: Ramón, que emperifollado hasta la extenuación incluso había sido el único que se había traído a su mujer, pese a que no estaba permitido en principio. Pero claro, menuda hembra llevaba de su brazo, como para dejarla sola en casa y perder la oportunidad de demostrar su triunfo personal, aún resultando algo patético. Luego estaba el caso de los patitos feos convertidos ahora en gloriosos cisnes de plumas brillantes: Con la seguridad de su nuevo y mejorado aspecto habían flirteado, se habían pavoneado y habían deslumbrado a cuantos se pusieran al alcance de su objetivo. Seguro que hubo varios que esa noche se fueron a su casa con la promesa de recibir una llamada de teléfono que posiblemente nunca llegaría. O como Belén, que se habría lanzado a los brazos de Lluís de quien había estado enamorada en esos tiempos. En una postura extrema se encontraban algunos casos como el de Vanesa, que se habían dedicado a despreciar a los que en su momento fueron crueles o no les prestaron la atención que ellos creían merecer como fue mi caso. Quedé unos instantes pensativo mientras abría los ojos a una nueva perspectiva de la agradable velada que acababa de pasar.

Al final esta noche casi no hemos podido hablar – se quejó Miriam.

Bueno, yo hubiera preferido ir a otro tipo de local menos ruidoso, pero hacía tiempo que no bailaba y me lo pasaba tan bien como hoy.

¡Anda ya! ¡Pero si tú siempre fuiste un bailarín! Las chicas siempre comentábamos lo bien que te movías cuando íbamos a alguna fiesta.

¡Pues ya me hubiera gustado que alguna me lo dijera entonces! Pero lo que echo de menos son las lentas.

Ya, para arrimar un poco, ¿No?

Sinceramente, no. – respondí con gesto serio - Nunca fui de esos. Cuando iba al colegio con vosotros no lo hacía por corte. Y luego… dejémoslo, da igual.

Luego, ¿qué?

Joder, es que no quiero sonar presuntuoso…

Vamos, que los dos somos mayores. – insistió para que continuara.

Pues nada, en el instituto, cuando me puse más fuerte y me desprendí de la timidez, aprovechaba mis cartas con el físico y el baile. Muchas veces ligué bailando, cuando ponían ritmos más calientes me acercaba mucho a mis presas y en las lentas no aprovechaba para arrimar como quien obtiene un premio de consolación algo rastrero sino que era el momento en que recogía lo que había sembrado toda la tarde.

¡Vaya con el Joan Travolta!

Cada cual tenía sus trucos… - dije algo avergonzado.

Llegamos a la puerta de mi hotel. Paró el coche y le di un beso en la mejilla y un "gracias" mientras abría la puerta.

Joan, espera…

Dime

Y tú no… ¿No querrías bailar una lenta conmigo esta noche?

Desde luego que la Miriam de ahora era una sombra de la que me había enamorada en mi pubertad, pero la charla del coche había logrado interesarme por ella. La petición, lejos de dejarme helado por inesperada, me había puesto bastante caliente.

Puso en marcha la radio del coche y sintonizó una emisora musical. Por las altas horas de la noche no fue difícil encontrar una canción acorde a la proposición. Empezaba a sonar "Missing" de Everything But The Girl, lo que rubricaba el momento, siendo una de las canciones habituales en esas sesiones de lentas. Giramos nuestras cabezas hasta encontrarnos con nuestras miradas. Sus verdes ojos brillaban acuosos bajo la única luz de la pantalla de la radio. Contenía la respiración, pero sus labios carnosos e intensamente colorados parecían querer abalanzarse sobre mí. Cuando se mordió el labio inferior supe que estaba completamente entregada y dejé que sucediera. Pegamos nuestras bocas y las recorrimos con nuestras lenguas. Nuestras cabezas intentaban girar al compás de la canción sin parar de besarnos. Con mi labio inferior jugaba con el suyo, acariciándolo cadenciosamente. Le propiné un pequeño mordisco en el labio, tirando delicadamente de él. Se separó unos centímetros de mí con cara extasiada buscando mi mirada de nuevo. Saboreé su interior dulce, como a caramelos. Pasé el brazo tras su espalda y con la mano en su mejilla recosté su cabeza contra el respaldo. Olí su cuello blanco y lo lamí, ella se estremeció. La besé de nuevo más calmadamente, aunque eso consiguió encenderla más. Cogió mi mano libre y la llevó a sus pechos. ¡Que deliciosa sensación! Tantas noches soñando con ellas y ahora estaban bajo mis manos. Me sentí un adolescente, pero sin vergüenza por ello porque así precisamente era como quería sentirme en ese momento. Por supuesto sus senos estaban más caídos, pero eran tan abundantes como los imaginé o incluso más.

Aquí no podemos bailar. – le susurré.

¿Y que propones?

Un lugar más cómodo. ¿Subimos?

Por dios, soy una mujer casada… - fingió resistirse.

No, eres Miriam y nos acabamos de graduar ¿recuerdas?

¿Y siendo tan joven traes a tus ligues a una habitación de hotel? Yo creí que eras un chico formal. – Siguió el juego que le proponía haciéndose de rogar.

No, la reservé para una ocasión especial como esta.

Abandonamos el coche y llegamos a la habitación. Siempre que viajo ya sea solo o acompañado procuro que la habitación sea doble. Me gusta dormir cómodo y a mis anchas además de que nunca se sabe como puede terminar la noche. Aunque esta vez no tenía nada planeado en ese sentido y en otras circunstancias nada de esto estaría sucediendo.

Llegamos a la habitación y no tuve tiempo de prender la luz. Ella tiró de mí hasta plantarnos en medio de la habitación, se enroscó a mi cuello y bailamos en silencio. A través de las cortinas mal cerradas, se filtraba un poco de la luz de la luna y del neón de la entrada el hotel. Ella era mucho más bajita que yo, así que me descalcé para perder algún centímetro y poderla besar mejor. Puse mis manos a la altura de sus riñones y con mis largos dedos iba acariciando el nacimiento de su trasero. Desabroché su falda que cayó al suelo. Llevaba una braga alta, casi una faja de encaje negro, algo que no había visto en ninguna de mis conquistas anteriores. Pero en ese momento me pareció muy sensual sobretodo por las medias que remataban el conjunto y que reconozco que me pierden, demasiado acostumbrado a los nada sugerentes panties. Desabroché su blusa y la tumbé sobre la cama, con las piernas colgando. Me quedé de pie al borde de la cama y la escruté unos segundos bañada en esa tenue luz exterior. Si ella fuera una desconocida, si no existiera un pasado entre nosotros dos sería muy improbable que me fijara en ella. Castigada por la maternidad, sus curvas se habían vuelto redondeces. Pero seguía teniendo sus encantos, como esos pechos que casi desbordaban el sujetador y una piel absolutamente pálida. Al estar tumbada no se percibía tanto su gordura, aunque la celulitis hacía acto de presencia en sus caderas.

Ella sintió vergüenza, sabedora de su disminuido atractivo y apartó la mirada. Me arrodillé y besé sus rodillas cubiertas por sus medias. Separé sus piernas y me dirigí a su pubis. Lamí el interior de sus muslos y le quité lentamente su calzón. Estaba totalmente rasurada y sus labios menores apenas eran perceptibles por efecto de su rollizo monte de Venus. Pasé un par de dedos entre su raja y comprobé su excitación gracias a los licores que cubrían la zona. Los probé y eran mucho más intensos de los que nunca antes había saboreado. Tenía que seguir sintiéndolos, así que pegué mi boca a la destilería de sus labios con fruición. Su ninfa se abría mientras jugueteaba con mi lengua en su interior, recorriendo todos los pliegues. Miriam estaba cada vez más y más húmeda.

Era evidente que Miriam disfrutaba, pero algo no estaba saliendo bien. Desde que la desnudé y la tumbé sobre la cama su mirada era esquiva. Estaba tensa y tenía los brazos cruzados bajo sus pechos, como tratando de ocultar su vientre. Estaba claro que se sentía acomplejada y eso la obligaba a ir con el freno de mano puesto. Tenía que poner remedio a eso cuanto antes, y para eso me decidí a darle lo mejor de mi repertorio. Le hinqué los dos dedos centrales apoyando la palma en su pubis. Entraron con suma facilidad en su pulposa cueva y presioné hacia arriba. Se estremeció y lanzó un gemido tenue pero sostenido, había alcanzado su punto G. Comencé a agitar mi mano y los gemidos ahogados pasaron a ser sonoramente desinhibidos, pero persistía en su rigidez y en clavar sus ojos en la ventana.

Mírame, porque yo no puedo dejar de hacerlo.

No quiero… no me obligues

Esta noche quiero pasarla contigo, no con una extraña.

Seguí agitando la mano y presionando con los dedos la rugosa protuberancia de su interior. Ente jadeos fue enderezando la cabeza, lo que era un primer paso, pero sus párpados apretados seguían ofreciendo resistencia. Cuando no colmaba de besos sus muslos, volvía a visitar sus labios mayores con mi serpenteante lengua para libar los frutos de mi esfuerzo. No me llevó mucho más tiempo hacer que se corriera entre grandes chapoteos, mientras ella se pellizcaba los pezones a través de sujetador de raso y sacudía sus piernas espasmódicamente. Fue entonces cuando, por fin, sus ojos se abrieron y con su brillo iluminaron la noche.

Sentado todavía en el suelo la observé enmarcado entre sus piernas. Me chupé los dedos ingiriendo sus humores de doncella, de un modo muy ostensible. Quería hacerla sentir maravillosa, como la había considerado en mis recuerdos. Me brindó una gratificante sonrisa y supe que ya había vencido la última barrera. Sin levantarme del suelo fui despojándome de la poca ropa que me quedaba y me enfundé un preservativo que llevaba en el bolsillo de la chaqueta. Trepé a la cama y coloqué sus piernas tras mi espalda, anudé sus brazos a mi cuello y echándome hacia atrás la hice sentar sobre mis piernas, de esta manera nuestras caras quedaban a la misma altura.

Nunca me cansaría de mirarte a los ojos- confesé extasiado.

Yo nunca me cansaría de que me hicieras lo que hace un momento.

La agarré de su culo y amasé sus carnes, haciendo que se frotara a lo largo de mi verga con el vaivén.

Y de esto, ¿Te cansarías? – dije mirándola con vicio.

Joder, de esto tampoco. – Su respuesta satisfizo mi ego.

La alcé lo suficiente para que mi polla apuntara hacia el cielo, y lentamente fuimos descendiendo hasta topar con sus cavernosos labios. La primera estocada fue profunda y me sentí en la gloria. Miriam comenzó a subir y bajar alocadamente, por lo que terminé saliéndome de ella. Repetimos la operación, para esta vez llevar yo el ritmo. Como no podía estar levantándola a pulso todo el rato cambié de táctica y trayecto: la atraía hacia mi cuerpo y cuando nuestros cuerpos estaban pegados daba una serie de golpes de pelvis, metiéndome más profundamente aunque nunca llegaba a penetrarla a fondo. Pero también tenía sus ventajas, ya que de esta manera también estimulaba su clítoris al roce de mi bajo vientre y era mucho más cómodo y placentero que sus saltos sobre mí y ambos lo agradecíamos. De vez en cuando cambiaba el ritmo o la alejaba unos centímetros de mí para dar un mayor recorrido a la penetración. Yo estaba a punto de vaciarme cuando Miriam me abrazó con una fuerza asfixiante y me cantó su segundo orgasmo a la oreja.

Yo estaba exhausto y aun no me había corrido, a pesar de haber estado tan a punto. La deposité sobre la cama y la besé tiernamente. En todo este rato aun no se había despojado de su sujetador y no había tenido ocasión de jugar con sus pechos inspiradores de tantas masturbaciones en mi pubertad. Lo desabroché ceremonialmente y aparecieron ante mí, absolutamente pletóricos y algo caídos hacia los lados. Su aureola era mayúscula y se proyectaba hacia adelante coronada por un lenticular pezón. Los recogí con ambas manos y me los llevé la boca: Estaban calientes y palpitantes. Los ojos se me humedecieron levemente por la emoción de tener ese par tan soñado en mi poder.

¿Te encuentras bien, Joan?

Como nunca en mi vida.

Había olvidado lo que se siente cuando te dicen cosas bonitas, cuando te hacen sentir bonita.

Esta noche no hay lugar para otro tipo de palabras. Y no eres bonita, eres sencilla y dulcemente preciosa.

Puso una mano en mi pecho y me obligó a tumbarme. Se deslizó a los pies de la cama y me agarró el sable, que seguía pidiendo guerra. Se colocó entre mis piernas al tiempo que le daba un par de lentas sacudidas. Me miró con cara contrariada y me sacó la goma, lanzándola al suelo. Se relamió y con cara de perversión se la incrustó hasta la garganta. Noté como bajo mi rabo, brotaba y se deslizaba un reguero de baba, masajeándola en su extensión. Se la sacó y tosió un poco. Pero lo que me admiró fue que en todo momento ella siguió mirándome con esos ojos penetrantes de puro vicio. Su sombra de ojos se había corrido por el esfuerzo, pero su cara seguía siendo tan perturbadoramente bella como antes. Bajo su inicial timidez se escondía una mujer que sabía como seducir a un hombre hasta volverlo loco de deseo.

¿Eres de los que aguanta más de uno seguido?

¿Cómo dices? – respondí sorprendido por la inesperada pregunta – Sí, normalmente sí.

Es que te la quiero comer hasta el final y que luego me folles otra vez.

Me lamió bajo los testículos y sorbió uno de ellos mientras con una mano me pajeaba. Recorrió con su lengua el tronco y se la volvió a introducir en la boca. Comenzó lentamente pero pronto recordó sus urgencias por hacerme terminar. Con desenfreno se propuso ordeñarme lo antes posible y ante semejante panorama no pude retrasarlo por más tiempo. Con un gran jadeo me vine en su boca que no cesaba de chupar y sorber.

Que leche tan buena tienes – dijo con un gran goterón que le cruzaba la mejilla hasta la barbilla - quiero sentirla dentro de mí. Puedes hacérmelo sin condón.

No hay nada en este mundo que ahora mismo desee más.

Siempre mirándome a los ojos, lo que ya me hacía sentir su presa, se puso en cuclillas sobre mí apuntando mi verga algo resentida hasta que la tuvo bien enfilada. Colocó una pierna sobre la cama, luego la otra y bien ensartada se dejó caer. Gritó ahogadamente, como cuando un chorro de agua fría te cae en la ducha. Se iba levantando y sentando sobre sus piernas mientras yo no paraba de entrar y salir de su interior. En esta postura sentía la "caldosidad" de sus paredes, tan cálidas y húmedas. Cuando se dejaba caer a peso notaba como me tragaba por entero, aguantando y manteniéndome enterrado por unos segundos, tras los que se frotaba adelante y hacia atrás para luego volver a levantarse. Era maravilloso ver sus pechos sacudirse en un espectáculo hipnotizante. La follada fue creciendo en intensidad y el cabecero de la cama comenzó a golpear contra la pared por el ejercicio intenso que estábamos dando.

¡Dime cosas bonitas!

Qué otra cosa se puede decir cuando yaces con una diosa…

¡Dime cuánto me deseas!

Veinte años soñando con poseerte…

¡Dime lo que sea, pero córrete conmigo!

La verdad, no hacía falta mucho para que terminara por explotar, pero traté de apurarme. Sus contracciones cuando empezó un largo orgasmo hizo que yo la acompañara al momento. Nos costó recuperar el resuello después de tanto y tan gozoso ajetreo. Se tumbó a mi lado y cogió un cigarrillo de su bolso que tras prenderlo me ofreció.

Desde luego queda comprobado que los que os sabéis mover en una pista de baile, también sabéis hacerlo en la cama.

Nos reímos y le devolví el cigarrillo después de darle algunas caladas. Acaricié su pierna con el dorso de un dedo y poco después me adormecí. Pasarían unos minutos cuando con el rabillo del ojo llegué a vislumbrar como se vestía y abandonaba la habitación con los primeros rayos del amanecer.

Durante el vuelo de vuelta a casa reflexioné sobre lo que había pasado con Miriam y su teoría del ajuste de cuentas. Después de tantos años yo mismo me había resarcido de sus desagravios pasados. Pero al menos lo había hecho con toda la ternura que me había llegado a inspirar. A estas alturas no tenía sentido guardarle ningún rencor, pero encontré una retorcida satisfacción en hacerle notar lo que se había llegado a perder.

Cuando se encendieron los indicadores de abrocharse el cinturón previo al aterrizaje sonreí. Había conseguido reconciliarme con una parte de mi pasado sin necesidad de obtener ninguna venganza contra nadie.

Creí que había pasado página, pero las consecuencias de ese fin de semana vendrían para explotarme en plena cara.