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Servicio de mesa (2)

en Grandes Series

Servicio de Mesa (II)

A la mañana siguiente no había quien levantara a Javier de la cama. Fue el olor de los guisos de su madre lo que consiguió despertarlo.

  • ¿Que hay para comer? – dijo mientras se sentaba a la mesa aún por terminar de poner.
  • Primero dúchate y recoge la habitación.
  • En esta mesa no te sientas mientras vayas así – apostilló su padre.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que aun llevaba la misma ropa que la noche anterior. Recordaba perfectamente todo lo sucedido aquella velada tras la jornada laboral y cómo se había dejado engatusar por la rechoncha cocinera, pero sin embargo tenía bastante borrosas las circunstancias de su regreso a casa.

Se duchó rápidamente, recogió un poco la habitación y se preparó para la reprimenda que le esperaba.

  • Hijo, si esto era lo que esperabas hacer cuando llegamos a este acuerdo, me parece que hicimos mal.
  • Lo siento, los compañeros me invitaron a salir para darme la bienvenida y se me hizo tarde.
  • Vamos Andrés, dale un poco de cuartel al chaval, que siempre se ha portado bien.
  • Eso es lo que no me hace ninguna gracia. Siempre has sido muy responsable y no me gustaría que eso cambiara ahora – concluyó su padre.
  • Ahora come algo, que tienes que regresar al trabajo.

Con la polémica cerrada momentáneamente, la comida transcurrió sin ninguna otra incidencia. Aunque en sus adentros había algo que no le terminaba de cuadrar: ¿Cómo había llegado en ese estado si apenas había bebido? ¿Cómo había llegado a embrutecerse tanto y a dejarse llevar por una lujuria tan feroz?

Después de comer se vistió adecuadamente para irse a trabajar. A medida que la hora de regresar al restaurante se acercaba sentía cierto temor. Las dudas de hace unos momentos se le arremolinaban en el estómago y estaba hecho un manojo de nervios. Además tenía que pensar en cómo abordaría el reencuentro con Laura. ¿Cuál sería la impresión de la desbocada joven sobre lo ocurrido? Recordó que ella había confesado sentir alguna atracción por él, aunque lo dijera estando borracha. Por no hablar del accidentado episodio del parking con la hija de los Huélamo y sus momentos de duda. Javier siempre se las había dado de ser un chico valiente, "echao p’alante" como solían decir en la tierra de sus padres, pero ese nuevo ambiente lo tenía algo desbordado.

Decidió coger sus infundadas preocupaciones y cargarlas en la moto para ir al trabajo, con la esperanza de que desaparecieran con la brisa.

Tras llegar y cambiarse de ropa, llegó el inevitable encuentro con Laura. El momento era algo tenso así que decidió llevarla aparte a un lugar menos frecuentado para poder hablar con ella.

  • ¿Ya estás bien?
  • ¿Acaso anoche estuve mal?
  • Bueno, no hay manera fácil de decir esto…quiero decirte que no estuvo bien aprovecharme de ti estando borracha. – Esa frase arrancó la risa de la ayudante de cocina.
  • ¿Que te aprovechaste de mí? – esa reacción no se la esperaba Javier – Mira guapo, no seas tan ingenuo. Yo era consciente en todo momento de lo que hacía, y tampoco te pases con lo del chico bueno, porque de otro modo no me hubieras follado como lo hiciste anoche. – Su risa fue volviéndose sarcástica por momentos – Lo que más me ha jodido ha sido tener que ir en taxi a recoger el coche con la disco cerrada a cal y canto.
  • Bue… - empezó a balbucear Javier aunque fue incapaz de cortar el soliloquio de Laura.
  • Y el cabrón del taxista que al ver mi apuro quería cobrarme el doble, suerte que con una mamada al final me ha salido gratis.
  • Tú eres un poco guarra, ¿no? – le espetó Javier recuperado del asombro por lo que había escuchado.
  • Di lo que quieras, pero lo de ayer lo vamos a repetir pronto.

Iba a responderle que ni hablar, que se lo fuera quitando de la cabeza, pero apareció la maître para reclamarlo al trabajo.

La resolución de Javier en el trabajo le llevó a que ya se le asignara el servicio de mesa en su segundo día. Maite le seguiría bien de cerca y de momento sólo se ocuparía de una mesa cada vez, pero era un comienzo. Los primeros clientes a los que atendió fueron una pareja que celebraba su aniversario. Pidieron una ensalada tibia de bogavante y nueces que compartieron y un milhojas de lobina con salsa de cava para ella y lomo de conejo con cigalas y caracoles para él. Javier no sabía si lo que le pedían era algo delicioso o repugnante pero al menos sonaba bien.

Sus nuevas responsabilidades le obligaban a hacer visitas a la cocina, ya fuera para recoger los pedidos o para ver la evolución de los mismos. Y su presencia allí no pasó desapercibida para Laura. "¿Vienes a verme, guapo?", "¿Ya me hechas de menos?" y otras frases del estilo salían de esa boca apetitosa habituada a proferir auténticas barbaridades y que él luchaba en su interior por rechazar. En uno de esos viajes la osadía de la pinche de cocina fue más allá y mientras recogía los segundos platos de la pareja de enamorados, Laura aprovechó que tenía las manos ocupadas para acercarse a él y empezó a sobarle con el dorso de la mano el paquete mientras le susurraba al oído "que no se enfríen los platos, yo estoy echando humo". Más fuerte que su voluntad era la tremenda erección que toda la situación le provocó, y con la que tendría que volver al comedor.

Por suerte la parejita estaba demasiado ensimismada como para darse cuenta del estado de excitación de su entrepierna. Javier respiró por fin aliviado cuando sirvió los platos y pudo abandonar la mesa.

Su segundo servicio no fue tan sencillo: Dos parejas maduras algo vociferantes y presuntuosas bastante difíciles de tratar. Ya entraron en la sala haciéndose notar, con lo que dejaron a las claras que no pertenecían a aquel ambiente. Javier fue a atenderles con su mejor sonrisa y tras aguantar estoicamente alguna chanza poco afortunada sobre su juventud, les pidió los abrigos para depositarlos en la guardarropía. Las señoras en principio se negaron para presumir de sus abrigos de pieles, aunque acabaron dando su brazo a torcer. Los caballeros los cedieron fácilmente no sin antes contar el dinero de sus carteras, por si acaso Javier fuera a robarles.

  • Vaya tropa – Comentó Javier con Lucas, otro camarero más veterano.
  • Tranquilo, como esos se ven cada semana. Suena clasista, pero a los nuevos ricos se les ve venir a la legua. Un día son como nosotros y al siguiente nos tratan como mierda porque es lo que creen que hace la clase alta. Que aunque muchos sean unos hijos de puta, son bastante más considerados, o al menos lo disimulan.
  • ¿Algún consejo?
  • Que no te dejes pisotear, pero no te enfrentes con ellos. Además, siempre les puedes tomar el pelo. Como no tienen ni repajolera idea de nada…

Les dio el tiempo suficiente para que estudiaran la carta antes de tomarles nota. Ellos pidieron lo más caro de la carta, sin importarles qué fuera. Las señoras se lo pensaron más y terminaron pidiendo una ensalada de Granna Padano con vinagreta de anchoas para compartir y Zarzuela de pescado.

  • ¡El pescado que sea del día! – apostilló uno de los maridos.
  • No podría ser de otra manera, caballero. – respondió con elegancia el joven camarero

Mientras pasaba el pedido a cocina, se encontró con Ricardo, el sommelier del restaurante, con gesto contrariado.

  • Los imbéciles de la mesa cuatro, me han devuelto el vino. Sus palabras han sido textualmente "tráigame otro rioja que esté fresquito, y no estos meados"
  • Esa debe ser mi mesa – dijo Javier.
  • Y el tío jeta me ha dicho eso después de hacer el "numerito de la cata" y de que todos hubieran terminado sus copas.
  • ¿Y ahora habrá que tirar ese vino?
  • La botella ya no se puede servir, pero cuando acabemos la jornada ya daremos buena cuenta de este excelente caldo.

Mientras la conversación tenía lugar, Laura se deslizó sigilosamente al lado de Javier para susurrarle al oído.

  • Nos la beberemos si no tienes miedo de que "me emborrache" de nuevo. Aunque más que caldos, yo prefiero la crema…

Bastante hastiado del acoso de la rechoncha ayudante de cocina, Javier se fue a fumar un cigarrillo al parking mientras terminaban su pedido a ver si mientras tanto se le pasaban los nervios.

Poco después de servir el segundo plato uno de los cretinos llamó su atención con un chasquido de dedos.

  • ¿Qué desea el caballero?
  • Esto está frío.
  • Bueno, el carpaccio es un plato que se sirve así. – respondió Javier manteniendo la clama y la compostura.
  • Pues que me lo pasen un poco por la sartén.
  • Veré que puedo hacer, señor.

Tenía instrucciones claras al respecto y debía acudir a la maître para este tipo de casos en los que no sabía como responder. Se acercó a ella y le contó lo que sucedía.

  • ¿Qué mesa se ha quejado?
  • La número cuatro – respondió Javier.

Para reforzar la afirmación Javier fue a señalar la mesa a la que se refería, pero Maite lo impidió sujetándole el dedo con su pequeña mano.

  • Nunca, te repito, nunca jamás señales a un cliente con el dedo.

Esa fue la frase con la que empezó una intensa clase sobre el trato al cliente y lo descortés de su gesto. Durante toda la lección, Maite siguió agarrando el dedo de Javier con sus blancas y suaves manos de cuidada manicura. Lo soltó para deshacer el entuerto con los clientes y Javier sintió que ese nimio contacto físico había sido el disparo de salida para empezar a fijarse en Maite como una mujer altamente deseable.

El resto de la velada Maite fue quien se encargó del cuarteto cretino, estando Javier muy atento a todo lo que hacía, tanto por su recién descubierto interés por esa subyugante mujer como por aprender a manejar esas situaciones. Lo mejor fue a la hora de cobrarles. Evidentemente, los clientes se sentían mal atendidos a lo que la maître resolvió hacerles un pequeño descuento en la factura. Cuando estaban en la puerta, ella les tendió una tarjeta de una librería.

  • ¿Y eso por qué?
  • Para que se compren un manual de buenos modales. Buenas noches, caballeros.

Tras pronunciar esas palabras, giró su cabeza para encontrarse con la mirada de Javier que le dedicaba una enorme sonrisa. Ella hizo una mueca de censura para acto seguido corresponderle con una pequeña risa. Eso le bastó a Javier, que se encontraba cada vez más perdido en la belleza de su jefa. Su madurez no era ningún obstáculo para sentirse atraído por ella aunque nunca habían estado entre sus objetivos mujeres que superaran determinada edad. Pero en Maite ese defecto, si quieren llamarlo así, se convirtió en una virtud. Otra mujer más joven no podía llegar a soñar con llenar su vestido como ella lo hacía. Su gesto, su mirada, las ligeras "líneas de expresión" como así llaman de modo eufemístico a las arrugas, eran en conjunto señales de distinción. Seguro que podía enseñarle tantas cosas… Pero ante todo era su más inmediata superior en el trabajo y cualquier malentendido podía dar al traste con su recién estrenada vida laboral.

Y otro de sus problemas estaba a punto de estallarle en la cara. Llegó el fin del servicio y tras recoger sus compañeros volvieron a invitarle a salir. Javier rehusó la invitación para no llegar tarde y volver a tener trifulca con sus padres. El domingo era día para dedicar al estudio aprovechando que esa noche de la semana el restaurante no abría sus puertas por descanso del personal. Sus compañeros fueron enfilando la salida mientras se preparaba para montar en su moto.

  • Al fin solos, pichoncito… - Laura atacaba de nuevo.
  • Que te quede claro. Entre tú y yo no hay ni habrá nada. – La cortó por lo sano harto de su actitud hostigadora – Déjame en paz de una vez, joder.
  • Pues tendré que irle con el cuento a la Sra. Luisa.
  • ¿Y qué va a pasar? ¿Me van a echar? Mira, yo no estoy trabajando por necesidad y si me despiden ya encontraré cualquier otro trabajo. Seguro que tú no puedes decir lo mismo.

Javier creyó que esas palabras bastarían para frenar los impulsos de Laura, pero contraatacó furiosa.

  • ¡Niñato creído! Cuando mi novio te rompa esa cara tuya no te reirás tanto de los demás.
  • Si a tu novio le van las golfas salidas como tú, es su problema. – Esa respuesta enfureció aun más a la robusta muchacha, que trató de arañarlo.
  • Le contaré que te aprovechaste de mí estando borracha.
  • ¿Ahora sales con esas? Si te conoce lo más mínimo no sé cómo coño te va a creer. – Lejos de cabrearla aun más, Laura se rió.
  • Tranquilo, que con el número que monté en el rellano tengo testigos que darán fe de lo que yo le diga.

Recordó que en efecto, la noche anterior mientras trataba de meter a Laura en su piso, la joven se estuvo exhibiendo medio desnuda y aparentemente embriagada. Se felicitó en el momento de no toparse con ningún vecino, pero con ese estado de nervios no podía asegurar que algún vecino cotilla no les hubiera visto. Mientras Javier analizaba una y otra vez lo sucedido la noche anterior, Laura echó mano de su cartera.

- ¿Ves? Esta es una foto de mi novio. Te va a partir las piernas, criajo de mierda.

Javier tragó saliva. La foto del novio de Laura daba auténtico pavor. Un animal de dos metros de alto exageradamente musculoso y con una fea cicatriz desde la ceja izquierda hasta la oreja, que de buen seguro no habría recibido en una apacible oficina, sino en ambientes de peor reputación.

  • ¿Ya no eres tan valiente, verdad? ¿Se te ha comido la lengua el gato? Pues será mejor que no.
  • Oye, no quiero problemas, ¿vale? – Laura se le fue acercando mientras trataba de buscar las palabras con las que apaciguar la situación – Todo esto es un gran malentendido…
  • Yo lo tengo muy claro. Tú vas a hacer lo que yo te diga sin rechistar. – Y pegando su gran trasero a la bragueta de Javier empezó a restregarse contra su adormecido paquete. – ¿Y esto tan mustio?
  • Oye, no creerás que voy a hacer nada aquí en medio del aparcamiento del curro...

Laura le cogió de la mano y tiró de él para que la siguiera. Llegaron a un rincón más oscuro donde ella tenía su coche aparcado. Abrió una puerta trasera y le empujó hacia adentro, quedando con la espalda sobre los asientos traseros y las piernas fuera del coche.

  • Ni se te ocurra levantarte – Le ordenó. Y acto seguido desapareció de su vista.
  • ¿A donde vas? – Preguntó algo alarmado, pero pronto consiguió una respuesta cuando al momento se abrió la puerta que le quedaba tras la cabeza.
  • Hace un momento tenías la lengua desbocada. Espero que continúe así y no siga el ejemplo de tu pequeñín.

Se arremangó la falda dejándola enrollada en su rolliza cintura, se sacó las bragas que dejó sobre el techo y trepando al coche se montó a horcajadas sobre el torso de Javier dejando su coño sobre el asustado rostro del chaval.

  • Será mejor que empieces a comer… y que lo hagas bien. – Dicho esto se dejó caer aplastándole la cara contra su pubis.

A Javier no le quedó otra que empezar a chupar y lamer con la reducida movilidad de la que disponía, pero tampoco necesitó de mucha, ya que ella comenzó a frotarse manchándole por entero con sus abundantes y fuertes flujos. Él estaba totalmente atrapado bajo el pesado cuerpo de Laura, que no se estaba quieta. Notó como le desabrochaba el cinturón y le bajaba pantalones y calzoncillos, como con una mano estiraba su aun flácida minga y comenzaba a lamerla y sorberla dentro de su tibia boca. Se puso nervioso y trató de escabullirse.

  • ¿Acaso te he dicho que pares, crío inútil? – Javier no podía responder, prisionero como era de su lagunoso coño. – ¡Estaba a punto de correrme, imbécil!

Bastante irritada por su frustrado orgasmo, le separó enérgicamente las piernas y siguió lamiendo su pene que comenzaba a llenarse de sangre. Su lengua jugueteó un rato con sus huevos y fue deslizándose cadenciosamente hasta su ano, cubriendo de saliva todo el recorrido por su perineo. Con tantos estímulos, y cada vez menos en contra de su voluntad, se estaba empalmando ostentosamente.

  • Hijo de puta, que polla más sabrosa tienes. Remolona… pero bien apetitosa. – Dijo tras habérsela hundido a lo más fondo de su paladar.

Javier mientras tanto se esmeraba en complacerla intentando terminar cuanto antes la tarea, lamiendo, chupando y estimulando su abultado clítoris con su poderosa nariz. A cada minuto se quedaba con menos resuello y notaba ya algunos calambres atravesando su cuello. Anunciado con insultos y alaridos, Laura llegó a la meta cabalgando la cara del camarero y con su último estertor se recostó hacia atrás quedando completamente sentada sobre la cara de su forzado amante con su nariz atorada en la entrada de su vagina. La mente de Javier se encontraba perdida en una nebulosa extraña pero rápidamente volvió a la realidad cuando notó como le faltaba el aire. Pataleó y forcejeó desesperadamente para sacarse de encima ese pesado cuerpo. Cuando lo consiguió boqueó lo más rápido que pudo para volver a llenar de aire sus pulmones y entre toses alcanzó a decirle:

  • Hija de puta… casi me matas…. ¿Estás loca?
  • No te quejes, hombre. Tampoco habrá sido para tanto, mira cómo se te ha puesto el rabo.

La excitación y la asfixia habían provocado que tuviera una erección majestuosa. Eso, unido a la rabia y el odio que sentía por ella le llevaron a reaccionar con una violencia de la que no se hubiera creído capaz. Le propinó un empujón que la hizo precipitarse hacia delante. Por suerte, pudo sujetarse a los lados de la puerta abierta o de lo contrario su cara habría dado de bruces contra el asfalto. Aterrorizada por la reacción de Javier trató de escaparse, momento que aprovechó el furibundo Javier para incorporarse y asiéndola del pelo tiró hacia atrás con brusquedad. Teniéndola cogida por la cabellera y ambos cuerpos pegados, alargó el otro brazo y cerró la puerta.

  • Maldita zorra chiflada… ¿Dónde te crees que vas?
  • Déjame, cabrón. Suéltame…
  • ¿Yo, cabrón? Te vas a enterar.

Le aplastó la cara contra el cristal de la puerta, ella trató de arañarlo, aunque al encontrarse de espaldas no alcanzó a encontrar su cuerpo. Le dobló uno de los brazos sobre su espalda y echándose sobre ella le mordió un hombro.

  • Será mejor que te estés quietecita – la amenazó al oído.

Ella respiraba aceleradamente. Lo podía notar por el vaho en el cristal donde seguía su cara. Agarró sus tremendas nalgas y las abrió sin contemplaciones. Apuntó su verga a donde más daño pudiera hacerla y de una estocada trató de penetrar su orondo culo. La respiración de ella se detuvo por un instante, no se esperaba ese movimiento. Sin embargo, Javier no había conseguido meter más que el glande en su estrecho orificio. El muchacho se dejaba llevar por una marea roja de resentimiento hacia esa mujer. Quería hacerla sufrir. Así que cambió de agarraderas asiéndose entonces de sus hombros para conseguir aplicar la máxima fuerza posible. Contó hasta tres e impetuosamente tiró de los hombros de Laura para ir introduciendo implacable el resto de su polla. Una vez ya no entraba más, paró unos instantes.

  • Dueleeee… sácala por favor… – Se quejaba, pero él permanecía impasible a sus ruegos. – Me estás rompiendo, cabrón…

Soltó ligeramente su presa, a lo que ella trató de zafarse de su empalamiento, creyendo que Javier había hecho caso a sus súplicas. Pero Javier estaba lejos de ser razonable en esos momentos. Sintió algo húmedo resbalando por el tronco de su pene. Bajó la mirada y vislumbró un pequeño reguero de sangre. Se sonrió y más motivado que nunca volvió a enterrarla por completo dentro de ella. La estrechez de su canal unido a la morbidez de sus carnes ofrecían una sinfonía de sensaciones para el miembro del camarero. Comenzó a bombear rítmicamente, mientras jadeaba como el animal que se sentía en esos instantes. Al mismo tiempo Laura empezaba a cambiar sus quejidos por apagados gemidos de placer. Pero eso a Javier le traía al fresco puesto que tenía ganas de más. Le levantó la camiseta descubriendo además de las pequeñas lorzas que nacían en sus costillas, sus enormes pechos que con el trasiego habían abandonado la copa de su sujetador. Bajó sus manos hacia ellos y tiró de sus pezones al máximo. Laura volvió a gritar a la vez que Javier sonreía con crueldad. Tiró hacia los lados y cuando hubo llegado al límite que la flexibilidad de la grasa dermis permitía, las soltó. Cayeron al peso, provocando ondas en las masivas mamas y un sonido parecido a una palmada cuando chocaron por primera vez.

  • Así que son estas las que hacen que te tires a todo el que se te ponga entre ceja i ceja… - Dijo mientras manoseaba la mercancía, que le rebosaba por ambas manos
  • No entiendo qué dices…
  • Esta es tu mejor baza, ¿verdad? – Laura temblaba y no sabía qué debía responder. – En realidad son el único as que tienes en la manga… gorda.

Aprovechando que Javier se había detenido para soltarle esas duras palabras, Laura se giró y le miró a la cara para, acto seguido levantar un dedo tembloroso y señalar. Javier no entendió ese gesto, y tras dudar sobre su intención, sintió un escalofrío al recordar el fugaz contacto con Maite. Pero pronto se sacudió esa idea de la cabeza. Laura no podía conocer ese capítulo ni lo que había significado en su joven mente.

  • Mírate. – Dijo con un elevado tono Laura. – Mírate en el espejo. Y dime que es lo que ves.

El dedo de Laura seguía firme en su gesto. Estaba señalando el espejo retrovisor interior. Cuando enfocó, Javier se quedó sin habla.

  • Yo seré gorda, no seré nunca el primer plato, pero entonces ¿tu qué coño eres?

Laura tenía razón. Ver la imagen que reflejaba el pequeño espejo le hundió en la realidad. Ahí estaba él como una pobre presencia entre tanta mujer. Su cuerpo cuidado, pero carente de tono muscular, completamente desmadejado por el esfuerzo tratando de apoderarse por detrás de la rotunda figura de su partenaire, le empequeñecía. Estaba completamente ridículo.

  • Y ahora, ¿Qué vas a hacer, milhombres? Podemos terminar de pasarlo bien y dejarnos de tanta estupidez.

Se revolvieron como pudieron en tan estrecho espacio y se besaron apasionadamente, con una gran ansia que les dominaba mientras se confundían en una mezcolanza de cuerpos. Siguieron gozando por varios minutos más, sin importar quien llevara las riendas de la función. Ni tan siquiera importó quien se corrió primero ni cuantas veces lo hizo cada cual.

Cuando todo terminó, Javier salió por la puerta que había quedado abierta tras de sí. Rodeó el coche desnudo de cintura para abajo para buscar en la penumbra los pantalones y calzoncillos que habían quedado en el suelo al empezar la batalla. Cuando hubo recogido las prendas levantó la vista hacia el interior del coche y vio a Laura exhausta y con una inmensa mueca de placer. Se vistió a toda prisa mientras la brisa soplaba y le helaba el torso por culpa de su camisa empapada en sudor y otros efluvios. Se encendió un pitillo y con la luz del mechero creyó ver algún movimiento al otro lado del parking. Le quitó toda importancia, seguramente sería el viento moviendo las ramas de los árboles cercanos. Soltó la primera bocanada de humo, y con él aparecieron algunas dudas por lo que recién había hecho. Miró su reloj. De nuevo volvería a llegar tarde a casa.