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Servicio de mesa

en Grandes Series

Cuando uno es hijo de una familia humilde, debe esforzarse mucho más que los demás. No es que los padres de Javier fueran pobres de solemnidad, pero sus sacrificios les había costado intentar dar a sus tres hijos la mejor educación posible. Javier era el mediano y el primero que había llegado a cursar estudios universitarios. Y precisamente por sus orígenes se sentía en la obligación de contribuir con el sudor de su frente.

Le costó que sus padres aceptaran esa idea. Para ellos lo más importante era que su hijo estudiara y no les hacía demasiada gracia que un eventual trabajo pudiera suponer un bajón en sus calificaciones. Pero Javier estaba plenamente convencido de su propósito y por nada del mundo lo dejaría correr. Ante la cabezonería de su hijo, lo único que pudieron hacer fue llegar a un acuerdo en el que todos tuvieron que dar su brazo a torcer: En lugar de un trabajo a media jornada que le tendría obligado de lunes a viernes, trabajaría sólo los fines de semana. Y en lo que al aspecto económico se refería, una parte se pondría en un depósito bancario para pagar el curso siguiente y la otra para que dispusiera de él a su antojo. Por supuesto si en los próximos exámenes sus notas bajaban, todo volvería al status quo.

Una vez llegados a un acuerdo del que sin duda el mayor beneficiado era Javier, aun faltaba lo difícil: conseguir un trabajo. Tarea que al final no resultó tan complicada. A los pocos días de empezar su búsqueda encontró su oportunidad en un elegante y lujoso restaurante de las afueras. Sus buenas maneras y su educación exquisita le abrieron las puertas en la entrevista de trabajo, supliendo su total inexperiencia. Aunque al fin y al cabo se trataba de un empleo como camarero.

La tarde del primer viernes del mes se encaminó hacia el restaurante con su motocicleta. No se trataba de ningún lujo, sino de una Chopper de pequeña cilindrada algo antigua pero en perfecto estado de revista, que había sido la niña de los ojos de su hermano mayor. Eran tantos los mimos que le había prodigado que juraría haber visto como le resbalaban algunas lágrimas cuando se la entregó en herencia al casarse y su mujer lo "invitó" a deshacerse de ella.

Apenas eran las cinco de la tarde cuando llegó. El restaurante aun tardaría unas horas en abrir sus puertas a la distinguida clientela que lo frecuentaba. Aparcó su vehículo en la parte de atrás y se encendió un cigarrillo mientras esperaba montado en él.

  • ¿Me ofreces uno? – le pidió una joven vestida con el uniforme de cocina.
  • Claro.
  • ¿eres el camarero nuevo, no?
  • Si, me llamo Javier.
  • Yo soy Laura. Soy una de las pinches de cocina. Espero que dures mas tiempo que tu predecesor. Una lástima…
  • ¿Le pasó algo? – respondió alarmado.
  • No, tranquilo. No tenemos su cadáver en la cámara frigorífica. – rió con una sonora y aguda carcajada – Se enrolló con una clienta en los baños, les pillaron y lo echaron a la calle. Seguro que la señora en cuestión lo ha convertido en su amante oficial, no me extrañaría que el día menos pensado se lo traiga aquí a cenar cuando su marido esté de viaje.
  • Bueno, trataré de comportarme. – respondió con sorpresa por la descarada actitud de su compañera de adicción a la nicotina.
  • Lo dicho, una lástima… - apagó su cigarrillo con el talón de sus zapatos y volvió al interior del restaurante. Cuando pasó por delante de él pudo percibir como le estaba pegando un buen repaso. De la puerta salió la mujer que le había hecho la entrevista de trabajo.
  • Javier, no se quede ahí fuera. Tengo que contarle muchas cosas acerca de su tarea.
  • Enseguida, Srta. Luisa. – terminó de aparcar la moto y se adentró en la parte de atrás.

 

La Srta. Luisa era la gerente del local. Se trataba de una mujer de avanzada edad y de baja estatura. Muy elegante en conjunto pero poco atractiva. Era evidente que su rostro había pasado por el quirófano de un cirujano plástico pero con un resultado que fracasaba en la intención de ocultar su edad. Le esperaba en su despacho junto a otra mujer algo más joven, alrededor de los treinta y tantos. Ataviada con un chaleco negro muy escotado y un conjunto chaqueta de lana escocesa de corte bajo y pantalón negro a juego. Al llegar a su altura esa mujer desconocida se recolocó las gafas de pasta que graciosamente le habían quedado al borde de su afilada naricilla. La gerente la presentó como la mâitre del restaurante y la verdad es que su imagen ya sugería que se trataba de una figura autoritaria.

  • La Srta. Maite será su superior. Ella le enseñará todo lo que debe saber para tratar con nuestros clientes. Péguese a ella y esperamos que pronto pueda empezar a servir mesas.
  • Encantado. Aprendo muy rápido y soy muy disciplinado. No le causaré ningún problema
  • Me gusta tu disposición pero hacen falta muchas más cualidades para ser bueno en este trabajo. Ser atento, resolutivo y humilde. Pero todo esto lo irás aprendiendo sobre la marcha. Ahora debes ir a cambiarte de ropa. Este es tu uniforme. Tienes un recambio por si algo le pasara. No olvides dejarlo en el cesto de la ropa sucia al final de la jornada. Ya puedes irte olvidando del pendiente y por lo que respecta al pelo, no te voy a pedir que te lo cortes, pero péinate hacia atrás. Los clientes quieren ver la modernidad en la decoración y la cocina, pero no en la gente que les sirve.

Sin dejar de ser amable pero manteniéndose a cierta distancia física y anímica Maite la Mâitre fue explicando paso a paso todas las atribuciones de su nuevo empleado.

Llegó la noche y con ella los primeros clientes: una familia de gente acomodada, aunque tremendamente vulgar. De ese tipo de gente que a toda costa quiere hacer ostentación de su patrimonio y riqueza emperifollándose en exceso. La diferencia de edad entre los miembros del matrimonio era evidente. Sin lugar a dudas, ella sería su segunda o tercera esposa. Con ellos les acompañaban una pareja de adolescentes. El menor era un chico de unos quince años, con pendiente y melena cuidadosamente desordenada sobre su rostro. Vaya, las mismas pintas con las que Javier había llegado al local y que se había visto obligado a modificar. Pero la que se hacía mirar era su hermana, una recién llegada a la mayoría de edad que iba "vestida para matar": falda tableada cortísima, camiseta de cuello muy ancho que le desnudaba el hombro izquierdo y que permitía perfectamente la visión de las tiras y parte de un sujetador alguna talla intencionadamente más pequeña. Todo ello de marcas caras y exclusivas.

  • Buenas noches.
  • Encantada de verles de nuevo señores Huélamo. Hoy tenemos el cordero que tanto le gusta al señor.
  • Muchas gracias Maite, siempre tan atenta.
  • Javier acompaña a los señores a la mesa y recoge sus abrigos.

Muy cortésmente cumplió con su misión. Los señores Huélamo eran ya unos clientes habituales y fueron muy amables con el novato camarero al que le dieron una calurosa bienvenida. Recogió sus pertenencias y las llevó a la guardarropía. Al llegar al armario que servía para tal efecto se cruzó con la pizpireta Laura.

  • ¡Menuda sorpresa, la familia Huélamo! No esperaba verlos tan pronto por aquí… y menos a la señora…
  • ¿Por qué? ¿Pasa algo con ellos?
  • Bueno, ¿te acuerdas de lo que te conté en el parking? Pues a la que pillaron in fraganti fue a la joven esposa del "reputado" empresario – las palabras de la muchacha siempre estaban llenas de dobles sentidos.
  • ¿Y vuelven aquí como si nada?
  • Por supuesto. Quien los sorprendió fue doña Luisa, que lo silenció todo para no provocar el escándalo. El marido ni se enteró, el chaval se fue a la calle y aquí no ha pasado nada. Ándate con ojo que esa harpía siempre tiene vista para los buenos mozos. – mientras decía estas palabras se fijó en que su deslenguada compañera de nuevo le examinaba con la vista, esta vez con mucho detenimiento.

A Javier le halagaba sentirse deseado aunque Laura no se parecía a su tipo ideal de mujer, al menos hasta ese momento. La ayudante de cocina era poseedora de una rotunda figura de anchas caderas y abultado trasero que la hacían parecer mucho más bajita de lo que era, no de un modo tan excesivo como el canon de belleza rubeniano, aunque muy alejada de las tendencias actuales. Pero Laura tenía buenas cartas en su baraja, empezando por esa actitud descarada y sexualmente explosiva. Pero había otros rasgos físicos en los que Javier y cualquier otro ser humano admirador de la belleza femenina ya habrían reparado. Su cara rebosaba simpatía y mostraba abiertamente una gran sonrisa que a medida que se acercaba al centro se inflaba en unos labios carnosos y prietos, como en un beso constante y de un natural color rojo intenso. Mejillas sonrosadas contrastando su tez pálida y unas largas pestañas que hacían mucho más profunda su marina mirada. Su nariz era muy expresiva, concisa y de puente recto aunque perfectamente redondeado en la punta, quitándole sensación de tirantez. El fisonomista Javier, después de tan exhaustivo examen podría fallar por fin su veredicto: Laura era muy guapa, y si todo lo dicho no fuera suficiente para colmarla de alabanzas, unos senos prominentes que aunque algo bajos gravitatóriamente hablando, ponían el punto justo de picante a todo el conjunto. No cabía duda que aunque su físico pudiera ser excesivo para algunos a simple vista, su apetito sexual estaba colmado según fueran sus necesidades.

  • Javier, te noto distraído. Venga que te necesitamos, esto se está llenando por momentos. – le interrumpió en sus ensoñaciones Maite,
  • Enseguida termino – colocó adecuadamente las prendas y volvió a hacer guardia junto a la mâitre.

De momento sólo se le permitía hacer funciones de acomodador, y entre viaje y viaje a la guardarropía iba recibiendo sus lecciones para ser un buen camarero: "el cliente merece una atención constante, pero no asfixiante.", "la sonrisa y un trato exquisito pueden perdonarte un error", "El cliente no tiene la razón, pero tampoco debes quitársela"… pequeñas perlas de sabiduría que le suministraba a medida que avanzaba la jornada. Al pasar tanto rato flanqueando la entrada en su compañía pudo apreciar como se desenvolvía con los clientes a los que siempre conseguía sacar una frase de agradecimiento o felicitación. Y siempre, sin rebajarse lo más mínimo. Ella era tan señora como la gente a la que se atendía y en ningún momento daba la sensación de ser un trabajador a sueldo como los demás. Su don de gentes y sus modales no parecían serviles como los de los camareros: ella indicaba, sugería, organizaba y remediaba cualquier contratiempo con gran naturalidad. Su sola presencia apagaba la llama de cualquier conflicto, sin contar con su atractivo nada despampanante sino discreto y con mucha clase. No llevaba uniforme como el resto del servicio, aunque su vestuario se regía por unos determinados patrones a los que insuflaba de su toque personal. Su peinado recogido en un informal pero muy cuidado moño, con un largo mechón ondulado que caía sobre su oreja izquierda con grandes pendientes nada ostentosos. O su perfume intenso pero en absoluto invasor que sólo se percibía en las distancias cortas, con una fragancia mezcla de coco y flores que a su paso dejaba una estela de olor a jabón, a limpio, a mujer segura, elegante y sensual que no ha perdido la frescura de la juventud.

El turno se le pasó volando y ya los últimos clientes abandonaban la sala. Ahora sólo quedaba recoger y limpiar la estancia, para dejarla como si nadie hubiera estado ahí. Todo quedó en perfecto estado aunque por la mañana una brigada de limpieza se encargaría de dejarlo todo como los chorros del oro. Fue a cambiarse de ropa junto a sus nuevos compañeros de trabajo que le invitaron a salir a tomar algo por ahí para celebrar su llegada.

El personal del servicio de mesa, los trabajadores de la cocina y los lavaplatos, la clase baja en general se congregó en una discoteca cercana para darle la bienvenida. Todos se interesaron por cómo había sido su primer día de trabajo.

  • Si hoy te ha parecido duro, espérate a mañana sábado. Sabrás lo que es sudar
  • ¡No agobiéis al chaval, a ver si mañana no vendrá!
  • Tú no hagas caso - le dijo un camarero veterano de nombre Lucas - Esto no tiene mucho misterio. Haz bien tu trabajo, sonríe y pórtate bien que esta gente de pasta suele ser muy desprendida.
  • Pero Maite dice que no se aceptan propinas. – le respondió con inocencia Javier.
  • Ya, y eso los clientes lo saben. Pero si les caes en gracia suelen dejar discretamente obsequios o te pueden facilitar muchos contactos.
  • ¡Cuando sus señoras no te la comen en los servicios de empleados claro! – la que soltó tamaña ordinariez fue una algo embriagada Laura, a la que todos respondieron con grandes carcajadas.

Entre copas y bailes, Javier fue conociendo a todo el personal del restaurante. Los hombres le aceptaron como uno más de la familia y entre las mujeres pudo notar como algunas le miraban con algo más de interés. Aunque Javier no era un Adonis, como una amiga suya le solía decir "era del montón, pero del montón bueno". Era un buen mozo, no solía beber ni tenía malos hábitos sin contar el tabaco, claro. No solía prodigarse mucho en fiestas tanto por su poder adquisitivo como por su naturaleza estudiosa. Además de la mente también cuidaba su cuerpo sin pasarse con el ejercicio ni obsesionarse con su físico, al que sabía sacar partido por su aspecto juvenil, natural y desenfadado.

Pasadas las tres y media, muchos fueron despidiéndose hasta la jornada siguiente. Javier, que ya se había tomado dos copas quiso esperar algo más para que los efectos del alcohol fueran bajando. Aunque se sentía plenamente capacitado para llevar su moto, no quería que una falsa sensación de euforia le causara ningún problema o en el menor de los casos perder el carné de conducir en un rudimentario control de alcoholemia.

Se separó un momento del cada vez menos numeroso grupo para ir a los servicios. Como es habitual, en el de las damas había una cola impresionante. Tratando de pasar entre ellas para poder llegar al de caballeros, una mano se posó en su hombro.

  • Oye, ¿Te estas colando?
  • ¿Y que iba a hacer yo en el lavabo de señoritas?
  • Se me ocurren algunas ideas. – Javier se volvió hacia la mujer que le soltó ese más que insinuante comentario, para descubrir a la joven hija de la familia Huélamo.
  • Tengo que ir al baño – sólo pudo acertar a responder acelerando el paso para llegar a su destino, mientras la muchacha y la amiga que la acompañaba estallaban en risas.
  • Pobrecillo, lo has asustado.

Sintiéndose humillado por sus burlas y tremendamente avergonzado por no haber estado a la altura que la situación merecía, entró en el baño. Mientras orinaba pensó en cómo le gustaría vengarse de esa niña pija, como disfrutaría viéndola arrodillada y sometida a él. A todos estos pensamientos su miembro reaccionó de manera poderosa dificultándole la maniobra de micción.

Al salir temió encontrársela, pero afortunadamente no sucedió. Ya con demasiadas emociones prefirió dar por terminada la velada y marcharse a casa. Recogió su chaqueta y el casco de la guardarropía y se encaminó a la salida mientras se liaba un pitillo. Siempre prefería el tabaco de liar, le parecía más aromático y menos nocivo, incluso creía que su consumo le imbuía de cierto aire sofisticado y de misterio como en las películas de cine noir pero por comodidad sólo los consumía en determinadas circunstancias recurriendo la mayoría de las veces a las cajetillas. Dejó sus pertenencias sobre la motocicleta, encendió su cigarrillo y al soltar la primera bocanada de humo, una voz aniñada que ya había escuchado antes le sorprendió en la semi-oscuridad del aparcamiento.

  • ¿Me das uno? – la voz correspondía a la chica Huélamo.
  • Tendré que liarte otro…
  • ¿Qué es, un porro?
  • No, no tomo de esas cosas.
  • ¿Siempre eres tan buen chico? – De nuevo sus palabras eran dardos cargados de provocación.
  • No, ¿Y tú siempre te tomas esas confianzas con desconocidos? ¿O es que te acabas de leer el "Lolita" de Nabokov y te has propuesto imitarla? Toma, tu cigarrillo.
  • Muchas gracias. Tampoco eres tan desconocido, esta noche hemos cenado juntos ¿no es cierto, Javier?
  • Veo que recuerdas mi nombre, pero yo no sé el tuyo.
  • Araceli. ¿Piensas darme fuego o tengo que encendérmelo sobre mi piel? Porque estoy ardiendo…

Las cartas estaban ya sobre la mesa. Lanzó su cigarrillo hacia atrás y con ambas manos agarró de la nuca a la provocadora muchacha atrayéndola hacia su boca. Ella no mostró ningún tipo de resistencia sino que metiendo sus manos en los bolsillos del joven camarero se aferró a su trasero. La diferencia de estatura entre ambos contendientes era considerable, y ella poniéndose de puntillas aprovechaba para frotarse contra su erección. Sus labios se devoraban mutuamente, momento en el que Javier aprovechó para relajar su presa y con el índice de la mano izquierda empezar a recorrer el espinazo de Araceli hasta toparse con la tira de su tanga. Metió el dedo bajo él y pudo percibir como su piel se erizaba, lo que le estimuló para llevar a cabo su siguiente acción. Enredando la goma de la mínima prenda en sus dedos tiró con fuerza hacia arriba, provocando un gran suspiro de la adinerada moza. Dejó de besarlo para dejar caer su peso, consiguiendo que el trozo de tela se hendiera lo más profundo en su ninfa e iniciando un vaivén sin soltarse en ningún momento de los bolsillos traseros de él, que le servían de apoyo para no terminar en el suelo. Esta maniobra se prolongó durante apenas un minuto, pero Javier tenía ganas de más. Rodeando su cintura con el brazo la atrajo hacia su cuerpo recibiendo un mohín de protesta.

  • Quiero ver tus pechos.
  • ¿A oscuras? ¿Qué eres, un vampiro? – fuera en el aparcamiento sólo se distinguían unas tenues luces que provenían del interior del local y unas farolas bastante mal colocadas al lado de la carretera. Aunque a la luz de la luna podían verse, parece que ella prefería exhibirse más rotundamente.
  • Tengo solución para esto – Prendió el contacto de su moto y se encendieron los faros. – Así te quiero ver.

Se colocó frente al haz de luz de la motocicleta y gracias a la holgura del cuello de la camiseta que llevaba se deshizo de los tirantes, emergiendo su cuerpo de entre la ropa que quedó arrugada a modo de cinturón. Cruzó los brazos para esconder sugerentemente sus pechos. Javier ardía de deseo por ver los senos de una "niña bien" que se portaba tan mal como ella. Sus dedos sobre los hombros fueron deslizándose sobre sus brazos, arrastrando con ellos las tiras del sujetador. Lentamente fueron descubriéndose unos senos que al igual que todo su cuerpo estaban tostados por el sol tomado en el yate de papá. Aunque no eran muy abundantes se hallaban comprimidos por el mínimo sujetador que llevaba, de copa muy baja para que no se pudiera apreciar a causa del pronunciado escote de su camiseta. Se acarició la parte que quedaba a la vista, subrayando con los dedos la línea que la prenda marcaba sobre sus duras carnes de gimnasio exclusivo.

Parsimoniosamente acabó por bajarse el sujetador dejándolo literalmente sosteniendo unos pechos tremendamente enhiestos que, libres de su aprisionamiento se separaron pudiéndose apreciar los destellos de la purpurina entre su canalillo algo húmedo. La piel alrededor de sus pezones puntiagudos y golosos había adoptado una textura granulosa por la excitación y la ligera brisa de la noche. Quiso lanzarse a morderlos y saborearlos, pero se arrodilló dejándolos fuera de su alcance. De un manotazo desabrochó su cinturón, tiró de las perneras del pantalón y se quedó frente a sus boxer. Acercó la nariz al tallo de su pene y olisqueó profundamente en un gesto de afirmación. Javier se felicitaba por su suerte y deseaba que ella diera el siguiente e inevitable paso. No se demoró y tras bajar sus calzoncillos agarró su miembro en majestuoso alzamiento. Cerró los ojos para amplificar las sensaciones con sus otros sentidos. Todo iba de maravilla y de repente cuando apenas empezaba a ordeñar a su macho, el destello de la esfera de su reloj de pulsera rompió el encantamiento.

  • ¡Dios Santo, que tarde es! Lo siento, tengo que irme…
  • ¿Cómo? ¿Vas a dejarme así? La madre que te… - Pero el final de la frase no llegó a oídos de Araceli, que rápidamente se adentró en la discoteca, llenando por unos segundos el aparcamiento con el eco de la música del interior.

Temiendo que alguien pudiera descubrirlo en tan embarazosa situación, recompuso sus ropas y avergonzado se colocó el casco para marcharse por fin a casa. Cuando arrancó el vehículo una titubeante figura entró en escena.

  • ¿Eres tú, Javier? – La tambaleante presencia correspondía a su compañera de trabajo Laura que algo maltrecha se desplomó en el suelo.
  • Laura, ¿Te encuentras bien? - Dijo bajándose inmediatamente de la moto para atender a la ayudante de cocina.
  • Sólo estoy algo mareada, creo que he bebido demasiado. Pero tranquilo, ya me voy para casa.
  • De eso nada. No estás en condiciones para manejar el coche. Tengo otro casco en el baúl, te llevo a casa.

Laura no se encontraba demasiado dispuesta a discutir la amable atención que le dispensaba Javier. Le dio las señas de su casa y se subió a la moto. Dada la baja posición de la Chopper, Laura pudo montarse sin muchas complicaciones a pesar del estado en que se encontraba. Javier le indicó que se agarrara fuertemente a su cintura temiendo perder su acompañante al primer viraje.

  • Tranquilo, una vez agarro un buen hombre ya no lo suelto hasta dejarlo seco. – El alcohol le había soltado aún más la lengua de lo habitual, pero simuló no haberla oído y se pusieron en marcha.

Pese a su afirmación, no mantuvo su palabra de sujetarse al conductor y a los pocos kilómetros notó como a su espalda Laura se movía extrañamente. Le preocupaba que por culpa de su imprudencia ambos terminaran sobre el asfalto por lo que a la primera ocasión que tuvo paró la moto en el arcén.

  • ¿Se puede saber qué te pasa? ¿Por qué no te estás quieta?

Al girarse para recriminarle su conducta se quedó conmocionado: ante él, Laura sin camisa ni sujetador exhibiendo dos descomunales masas de carne que reposaban sobre su vientre rollizo. Su figura era poco atractiva, pero aquellos globos realmente dejaban sin respiración. Blancos, lechosos, que traslucían sus venas y dos pezones rosados de aureolas inmensas. Los extraños movimientos de Laura que había percibido durante la conducción eran fruto del esfuerzo de la alocada mujer por desprenderse de su ropa

  • ¿Tú estás zumbada, o qué? ¡Podríamos habernos matado! – pero Laura no respondió. Simplemente aplastó sus pechos contra la espalda del sorprendido Javier. – Venga, tápate que aun nos van a detener.
  • No puedo, la ropa ha salido volando. – Javier puso cara de estar enfadado y ella estalló en lágrimas – Lo siento, no sé que me ha pasado. Nunca había hecho algo parecido, pero me gustas mucho y pensaba que quizás esta noche querrías pasarla conmigo, aunque fuera como amigos… pero luego te he visto con la niña esa de cuerpo perfecto y me he bebido unos tequilas y luego ya no… - seguía gimoteando mientras hacía esa confesión.

Javier trató de serenarla y le puso su chaqueta sobre los hombros, ya que era imposible abrocharla con semejante perímetro. Le dijo que si prometía portarse bien el resto del camino la llevaría a casa y la ayudaría a pasar la cogorza hasta que se durmiera. Una vez la convenció reemprendieron la marcha. Durante el trayecto aceptó que, al beber en muy pocas ocasiones ya estaba acostumbrado a tener que cuidar de sus amigos que no tenían tantos escrúpulos a la hora de pasarse con el alcohol. Aunque esa aceptación no significaba que fuera un papel muy de su agrado, pero al fin y al cao alguien tenía que desempeñarlo.

Llegaron a la calle de Laura y aun quedaba la parte más difícil: hacerla entrar en casa. Vivía en un antiguo edificio de pisos con una gran escalera en la entrada antes de llegar a un antiguo ascensor con aspecto de una gigantesca jaula de pájaros. Al lado, había una garita de portero que por suerte estaba a oscuras. Sacó fuerzas de donde pudo y a pesar de la contundente silueta de su acompañante, y de lo poco cooperativa que se encontraba pudo cargar con ella hasta el final de la escalinata. Fatigosamente llegaron al ascensor, donde la dejó apoyada contra la verja mientras trataba de recuperar el aliento. Viendo semejante cuadro a Laura se le escapó la risa, lo que a él no hizo más que fastidiarle. Pero ella no podía parar de reír, moviendo los hombros de arriba abajo y haciendo que su pecho ondulara en el sentido contrario, hecho que pudo contemplar a través de la desabrochada cazadora de cuero. Tanto se agitaba que finalmente la chupa se desprendió y cayó al suelo dejando a la vista de cualquiera que pudiera aparecer sus ubres en todo su esplendor. Rápidamente se la recolocó de nuevo y se apresuró en entrarla al ascensor. Ella quedó a sus espaldas y no paró de lanzarle besos en todo el trayecto mientras él simulaba no inmutarse. Llegaron al piso donde se ofreció a prepararle un café bien cargado para bajar la borrachera, mientras ella descansaba en el sofá de la salita.

  • ¿No quieres tomarte una última copa conmigo? – dijo con la pastosa vocalización típica del alcohol.
  • Lo que tú necesitas es un café que te ayude a bajar la borrachera.
  • En realidad ambos tenemos otras cosas que bajar: Yo necesito bajarte esa cremallera ya mismo y tú necesitas bajar la erección que esa niñata te ha dejado en el parking. – la voz de Laura se había vuelto de repente más serena.
  • Mira, creo que esto ya está llegando demasiado lejos.
  • No nos andemos con rodeos que ya somos mayorcitos. Sé que no me deseas pero ambos nos desquitaremos de nuestras frustraciones y ¿Por qué no pasar un buen rato mientras tanto? – Se quitó de nuevo la chaqueta y amasándose los pechos con ambas manos siguió – Vamos, sé que te gustan. A todos les vuelven locos estos melones.

Se abalanzó sobre las exuberantes mamas de su compañera, chupando, mordisqueando y tirando de sus pezones sin ningún miramiento. Ella hizo lo propio con la verga de su joven amante que ya estaba lista para pasar a la acción. No tenían ninguna necesidad de preliminares ni de fingir cariño alguno. Con la palma de la mano comprobó el grado de humedad de su cueva sin saber si se trataba de lubricación o de sudor. No le importó y colocándola a cuatro patas la enterró de un solo golpe, empezando un considerable sonido de chapoteo. Hundió sus dedos en la adiposa piel de las nalgas y cada vez embestía más enérgicamente. Resoplaba como un caballo al tiempo que ella profería ininteligibles gritos e hilos de baba se le escapaban de la comisura de los labios. No pudo resistir demasiado tiempo ese ritmo frenético por lo que sin mediar aviso alguno se corrió abundantemente en su interior al tiempo que gritaba:

  • ¡Araceli, eres una puta pija de mierda!