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Cambiriche

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Cuentos de locura y de sexo

Cambiriche

¡Cambio esposas viejas por esposas nuevas!!! Gritó un hombre en medio de la sofocante tarde, su voz, como un cuchillo afilado rompió el quieto sopor en que estaba sumido todo el pueblo.

¡Cambio esposas viejas por esposas nuevas!!! Gritó la misma voz de nuevo y ya nadie la pudo ignorar de nuevo; algo en el ambiente sedujo los átomos que tranquilos reposaban en la tarde, el aire se cargo de olor a especias y a miel fundida, un olor que a los hombres espabilo y las mujeres trataron de ignorarlo con sus pañuelitos de fina muselina como si de una peste se tratara.

La voz de nuevo rompió el silencio, retumbó contra las paredes y los sólidos preceptos de las casas y sacó a los hombres afuera a las calles que como las ratas de Hamlet encantadas se quedaron con los ojos prendidos y la mirada agonizante de las sultanas bellezas que impávidas seguían las calles.

El mercader continuo vociferando y una multitud de hombres se aglomero alrededor de él para que pudiera entonar sus cánticos de maná, las mujeres salieron horrorizadas de sus casas para ver la procesión de mujeres fabulosas que emergían como sirenas de entre las aguas, todas dispuestas como princesas en caravanas, protegidas del sol por delicadas cortinas y acostadas indolentes en divanes de gamuza.

-¡¿Que quiere amigo?!!!!! – le pregunto a un pobre diablo con los ojos desorbitados- escoja entre todas hay rubias, morenas, pelirrojas; algunas traídas de tierras remotas tienen el pelo verde o azul ¡Díganme que prefieren!!!!- vocifero a la multitud- ojos de esmeraldas, labios de rubí, piel como la seda y voz de colibrí.

Y mientras iba cantando las virtudes de las bellas así mismo iba discurriendo una a una las cortinas que guardaban su belleza, los hombres no pudieron evitar una exclamación de admiración colectiva mientras las mujeres celosas los observaban a una distancia prudente.

Enfrente del bullicio quedaba la casa de Rosa Maria una mulata no muy llamativa que llevaba dos años de casada con Joaquín un hombre de raza blanca bastante apuesto, ella nunca en esos dos felices años de casada había descubierto qué Joaquín vio en ella. Tejiendo ensimismada en su casa ella fue la primera de los dos en escuchar la aguda voz del mercader como una premonición fatalista, fingió no darse cuenta del bullicio que se había armado pero cuando el mercader comenzó a develar una a una las mujeres de la caravana al ver su innegable belleza algo dentro de ella empezó a temblar pero se mantuvo serena aun cuando Joaquín pego la cara a la ventana hipnotizado por una beldad.

Rosa Maria la observo por el cristal de la ventana, parecía una tigresa con la piel de alabastro y los ojos almendrados del color del oro fundido, su boca era una encantadora pose de provocación que tentaba a desatar la lujuria y seguir los instintos; creyó morir en aquel instante segura hasta los huesos que Joaquín la cambiaria y que es más ofrecería dinero; ella no se negaría, por la felicidad de su hombre vendería el alma al diablo.

Uno a uno los hombres fueron en pos de sus mujeres. Salían de sus casas curiosas, contrariadas, tímidas, sumisas (resignadas a su suerte ) a más de una los maridos las sacaron a empellones de las casas cogidas de las faldas por los hijos y hubieron otras que salieron atadas de manos y pies dando alaridos de protesta y maldiciendo la estirpe del esposo; pero ninguno hizo caso se hallaban embrujados en la magia de la tentación y el deseo sexual y no estaban dispuestos a perder el gusto de tirarse a una de esas hembras por sentimentalismos poco convenientes.

El espectáculo de canje y compra que se armó luego tiño de rojo sangrante las mejillas de todas las esposas viejas, los hombres querían abalanzarse como lobos hambrientos sobre las bellezas disputándose con cual se quedarían e hicieron falta hombres fuertemente armados para desanimarlos de semejante pelotera, mientras tanto las hermosas sirenas en las caravanas miraban sin ver y lanzaban uno que otro suspiro al viento conmovidas por el calor, cada vez que esos suspiros salían de los cuerpos sinuosos sus pechos como cumbres se elevaban un tanto arrastrando a la multitud de hombres enardecidos al borde de la histeria sexual.

-Vamos a ver como nos acomodamos para que puedan disfrutar de sus nuevas esposas de una vez si así lo desean- dijo el mercader y un movimiento de ansiedad meció a la multitud- a ver.... pongan en fila a las esposas viejas. Uhhhmmm algunas esposas están muy usadas y va a ver que hacer unos ligeros ajustes para que el trueque sea justo para ambas partes- dijo esto con seriedad de comerciante antiguo en el oficio mientas amasaba sin pudor alguno las nalgas y las tetas de algunas mujeres- Además esta claro que ninguna tiene el sello de seguridad.

-¿El sello de seguridad?- preguntó un ingenuo.

-¡La virginidad idiota!!!!- vociferó uno impaciente.

Rosa Maria estuvo segura que en ese momento Joaquín la cambiaria pero mientras el trueque tenia lugar afuera de la casa el no movió un dedo pegado, como estaba, a la pared. En poco tiempo el trueque concluyó y el mercader se alejo contando el dinero con las esposas viejas acomodadas en los divanes que antes ocuparon las bellezas, Rosa Maria las miro preguntándose porque Joaquín no la había cambiado: ¿Por vergüenza? ¿cobardía? ¿por qué no la había cambiado?

Mientras pasaron los días un silencio frió se instaló entre ellos, un silencio que se alimentaba de las migajas de las miradas de reproche, de las dudas pero sobre todo del fino hilo que se tejió entre ellos como una telaraña de todas las cosas que no se decían.

A Rosa Maria le entró fobia salir a la calle sentía sobre su espalda todas las miradas de burla, de compasión, de desprecio; a veces sentía una corriente despectiva de las beldades hacia ella y a más de una sorprendió llamándola: " la que no fue cambiada" lentamente se recluyó en su casa presa de su propia desdicha, su autoestima iba bajando gradualmente cada vez que miraba a las bellas sabiendo que nunca podría compararse con ellas, antes se echaba la culpa así misma por no haber sido cambiada ahora miraba a Joaquín con cada vez más reproche por no haberla cambiado y condenarla así a vivir marginada, una mañana no aguanto más el silencio pesaroso y le gritó con lagrimas en los ojos:

-¡¿Por qué no me cambiaste?!!!!!! - pero el no respondió nada y solo se alejó con la mirada gacha saliendo de la casa.

Ella no sabia adonde iba pero tampoco necesitaba mucha imaginación, el burdel alejado del pueblo también se llenó de sirenas, aunque ella no le veía razón de ser porque todos los esposos solo tenían ojos para sus bellezas, luego se enteró que los hombres jóvenes, solteros y sin un peso iban al local a gastar lo poco que tenían por unas horas de consuelo en los brazos de una beldad.

Joaquín entró al burdel casi al medio día enfermo de calor y sofocado por las miradas de Rosa Maria ¿por qué no la cambió? se preguntaba una y mil veces, estaba pensando en ello cuando una tigresa lo miro con sus ojos felinos hipnotizándolo, como si no fuera él pagó en el bar y la siguió incapaz de contener el asalto de los sentidos.

Ya en la habitación la desnudó con reverencia pero no tuvo fuerzas para hacer nada más pues se hallaba intoxicado de olor y de lujuria, la tigresa lo despojo de todas sus ropas de dos zarpazos y engullo sin previo aviso su verga tiesa a reventar, algo en su garganta ejecutaba con misterio una succión enloquecedora que lo dejaba mareado e incapaz de respirar, ese movimiento de centrífuga le hacia caer por desfiladeros profundos perdiéndose su alma y llevándose su fidelidad, fidelidad a:

-¡Rosa Maria!!!!- grito en medio de las convulsiones de placer que la hábil tigresa le secuestraba del cuerpo.

Esa noche regreso a la casa ausente y taciturno para encontrarse con una Rosa Maria alborozante que lo recibió de beso, abrazo y salto, feliz de la vida.

-¿Que te pasa mujer?- la interpelo al vuelo, pero ella no contesto y conservó por el resto de la noche una sonrisa luminosa y secreta que no revelaba sus razones.

Al día siguiente en la claridad de un sol meridiano que golpeaba inmisericorde los techos de las casas se escucho un grito de pavor, de espanto mezclado con sorpresa, de incertidumbre; notas de lamento que hicieron que Joaquín saliera presuroso hacia la salida de la casa y que Rosa Maria ensanchara su sonrisa disimulada de Monalisa.

En la calle, llevándose las manos a la cabeza espantado, el farmacéutico del pueblo profería alaridos que sacaban a la gente de sus casas; todo el mundo se reunió y entró como pudo a la farmacia para ver a la esposa nueva (una rubia despampanante de ojos de caramelo y labios de ciruela) con la cara carcomida de herrumbre, pareciera que en la noche algún pajarito había trabajado sin descanso sobre su hermoso rostro dejando rastro de vejez y de óxido.

Los hombres salieron precipitadamente hacia sus casas para revisar a sus esposas pues caía sobre todos, como nubes borrascosas anunciando tormenta, la horrible sospecha de que habían sido vilmente taimados; desnudando sus esposas nuevas notaron que la tersa piel de melocotón o alabastro ahora presentaba densos hematomas repletos de óxido óóó y carcoma, el pueblo se levantó esa mañana con gritos de furia y desconcierto.

En su desesperación el farmacéutico empleó soluciones químicas y apestosas para librar de la herrumbre a su antigua beldad logrando tan solo con ello descubrir que su esposa no era de primera mano como todos los que habían cambiado sus esposas viejas por esposas nuevas habían creído, el despojo momificado que tenia ante sus ojos sabrá Dios de que mano era ¿segunda? ¿tercera? los hermosos ojos de caramelo apenas eran vulgares cuentas de vidrio y los que una vez creyera apetitosos labios de ciruela se descubrían ahora como caramelos desgastables.

La imagen oxidada con un insoportable olor a ácido sulfúrico de la nueva esposa del farmacéutico hizo que todos salieran del embeleso, organizando una persecución contra el vil mercader; atrás quedó el farmacéutico con su oxidada nueva esposa jurando que ahora seria fiel hasta el final.

Hoy una pobre procesión de maridos indignados salieron del pueblo en busca del mercader y juraron perseguirlo hasta el fin del mundo, detrás de ellos, las esposas nuevas despelucadas, herrumbrosas y gastadas, seguían a los maridos cabizbajas y con la cara cubierta por un manto negro; en nuestra habitación solo los gritos de placer de Rosa Maria se escuchaban despertando del sopor anochecido mi hombría y mi vitalidad mientras le lamía la rajita con autentica devoción.

 

Nota de la autora:

Adaptación libre y pícara de un cuento de uno de los mejores artífices literarios latinoamericanos: Juan José Arreola.

Mis respetos a los mexicanos de la página.