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A veces quisiera ser hombre

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A veces quisiera ser hombre

Ayer, al calor de una tibia tarde de verano, repetí aquello que muchas veces he dicho: " A veces quisiera ser hombre". Lo he dicho casi mi vida entera y por diferentes motivos, ayer lo hice por una causa en especifico; quería saber... quería estar en la cabeza de un hombre y ver con sus ojos aquello que los míos propios admiraban. No lo dije sólo porque sí.

De camino a mi casa atravesé el parquecito ubicado en la Spring Garden, o mejor dicho, me disponía a hacerlo cuando la visión de un duende provocador robó mis sentidos. Sentada en uno de los bancos del parque estaba sentada una hermosa duende pelirroja, de ojos deliciosamente verdes, la cara besada de pecas y una piel pálida de precisión difusa.

El sol del ocaso iluminaba las brillantes guedejas de su pelo, hiriéndolas en fuego y arrancándoles destellos rojizos, dándole una imagen mítica a la de por sí interesante genio. Toda ella era exquisita pero si su figura era alucinante, lo que hacia con su boca era simplemente arrebatador. En su boquita de frambuesa se deslizaba sin prisa, adentro y afuera, una de esas paletas de frutas con forma alargada para aplacar el calor y despertar la lascivia.

A una distancia prudente del banco que ocupaba la duendecito, un grupo de hombres la observaba lamer el heladito al borde de la demencia. Yo también me había quedado varada, en un punto inespecífico seducida por los suspiros gentiles que ella dejaba escapar de su pecho como si fueran prisioneros de guerra. Desde mi posición abarcaba toda la escena y podía ver a la hermosa elfo devorar su helado y a sus admiradores ahogar gemidos cada vez que la paleta multicolor desaparecía en su boca.

En una de esas la paleta casi se perdió completa dentro de su boca y observé por el rabillo del ojo como uno de los hombres se sostenía el erecto pene por entre la tela del pantalón, sin duda tratando de aliviar la presión con la que pulsaba su miembro rogando por alivio.

La malvada duende siguió chupando, atrapándonos a todos en el engañoso tejido de su encanto, el pobre helado iba reduciendo su tamaño a medida que ella lo succionaba sin piedad y con avidez; con la boquita fruncida hacia girar la paleta contra sus labios introduciéndola hasta el fondo de su cavidad oral, esto hacia que la paleta explotara en jugos policromados que a veces ella no se molestaba en limpiar. Cuando esto sucedía el melcochoso sirop rodaba hasta su barbilla y seguía cayendo hasta mojar de azúcar el valle entre sus generosos senos, de inmediato la imagen de una poderosa verga que regaba su barbilla y senos con su ardiente semen vino a mi mente y podía apostar que los observadores masculinos también pensaban lo mismo que yo pero con la variante de que seguro en su mente eran sus propias pollas las que quisieran ver desaparecer entre los labios de nuestra mutua hechicera.

Cuando la paleta casi se había convertido en nada, la duendecito introdujo todo el contenido en su boca para después sacar el palito limpio, lo tiró en un basurero cerca de ella y se dispuso a limpiar con una servilleta de papel los remanentes de su festín público con la más descarada indiferencia.

Los chicos se habían quedado mudos en su banco sin acertar a hacer nada más que admirarla, yo me acerqué a ella con lentitud y con la excusa de preguntarle una pavada hice que me mirara; cuando sus ojos se alzaron hacia los míos, no sin antes haber recorrido mi cuerpo entero, reconocí el brillo de la apreciación en esos ojos que parecían esmeraldas liquidas. Le regalé una sonrisa tibia y me atreví a invitarle un café.

Ella asintió y supe que la apuesta estaba echada. Ella se levantó siguiéndome para cruzar la calle y así dirigirnos hacia una de las muchas cafeterías que abundaban en el centro. Dirigí una última mirada a sus observadores que no habían despegado la mirada de ella y que ahora me codiciaban a mí también, sabiendo que probablemente esa misma noche mi bella geniecillo estaría ejecutando con esa lengua esos mismo giros traviesos con los que devorara su helado sobre mi cuerpo desnudo un pensamiento certero atravesó mi cabeza: "A veces quisiera ser hombre... pero prefiero ser mujer".