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Ángeles sin demonios

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Dime algo

Te vas a morir, aparte de eso todo está perfecto ¿verdad?

 

Era así, era simple, mi muerte decidió hundir el pie en el acelerador y se venía vertiginosa, implacable, inevitable, pero no tenía por qué ser un drama, ni una tragedia, venía, sencillamente un poco bastante más rápido de lo normal, sólo quedaba esperarla y decepcionarla con una sonrisa y una buena taza de café.

"Una característica que tiene la mayoría de los tipos de Hipertensión Pulmonar es que no es reconocida hasta que está bastante avanzada. Como resultado, mucha gente puede tener Hipertensión Pulmonar sin saberlo, de modo que puede pasar desapercibida como en su caso…" fueron las primeras palabras que conseguí entender de todo lo que decía el médico al declararme desahuciada, luego de haber tenido una vida sin vicios ni enfermedades que me llevaran a sentirme tan mal; extrañamente Mauro lo escuchaba todo y sólo me escrutaba con la mirada, como pensando cuál sería su próximo chiste, su nueva manera de hacerme reír; como pensando cuál sería su nueva forma de hacerme feliz, su único objetivo evidente desde que decidimos estar juntos.

Entre él y yo todo comenzó tan suavemente como solamente puede pasar desde la amistad, un viaje de graduación en la misma isla donde terminamos quienes no tenemos papi con yate, playa nocturna de amigas cazando aventuras y amigos jugando a ser hombres; borrachos de vida, drogados de sensaciones de nueva libertad, pretendiendo crecer antes de tiempo. Terminamos siendo un grupo hermoso de amigos que se encontraban con frecuencia para distraernos de las desconocidas responsabilidades universitarias; jugábamos rol, nos ayudábamos con nuestras vicisitudes, nos llamábamos casi a diario para comentarnos de aquél injusto profesor, de la excelente nota del trimestre, de los trabajos sin resolver para que cualquiera saliera corriendo a ayudar aunque sea con el eterno café que nos acompañaba en cada reunión. Pero siempre se simpatiza más con uno y mi empatía era total con Mauro.

En el fondo todos sabíamos que el amor nos había nacido pero como siempre intentamos mantener aquello que nos parece más seguro, ambos nos dejamos sentir los celos ocultos de otro amor, nos aconsejamos para seguir adelante, jugamos a reconocernos poco a poco con la paciencia que no existe en las pasiones y hoy tal vez lo único que lamento es no habernos dejado vivirlo más tiempo, pero ¿cómo? Nuestra amistad se basaba exclusivamente en hacernos reír, él es el payaso de siempre, el perfecto irónico, el fuerte casi insensible que nos sensibilizaba a todos, nuestro pilar… y yo, su alma gemela, el espejo que de repente lo reflejaba sin penetrarlo, como somos todas las imágenes.

Hemos pasado días reconstruyendo lo que ya mi cuerpo no puede hacer; recuerdo sus ojos hinchados al entrar a mi habitación luego del diagnóstico, sonreí para él y su silencio interrogante, "dime algo", le dije, y él comprendió perfectamente que no le huimos a la realidad, nos reímos de ella, "Te vas a morir, aparte de eso todo está perfecto ¿verdad?" y a partir de ese momento realmente lo estuvo, comenzaban los mejores minutos de mi existencia, y comenzaban gracias a él.

Es gracioso como todo el mundo siente que uno, al saberse muerto antes de tiempo, tiene todas las respuestas, todos los consejos certeros y se convierte, sin darse cuenta ni pedirlo, en el mejor confidente y en el obligado pilar para que nadie más se derrumbe, ja, la mejor metáfora viviente de una lápida ¿quién mejor guarda un secreto? ¿Qué mejor apoyo para recostarse a llorar?

Aproveché esta nueva circunstancia y así supe cómo dos de mis amigos se debatían en un amor compartido, cómo ella no sabía elegir entre los dos, cómo otros redescubrían mutuamente su sexualidad, pero sobre todo descubrí los miedos más profundos de Mauro, supe su historia de amor sin mí mientras no se animaba a confesarme su entrega, me confesó cómo vio mis rodillas (¿¡rodillas!?) aquella noche en la playa, cómo se rió internamente de mis berridos intentando cantar con el grupo recién conocido; también me contó del odio que sintió el día que me escogió la ropa para esa cita a ciegas que me habían preparado mis amigas y que fue él quien pegó los broches en mi espalda luego de ajustarme el corsé para evitar que alguien pudiera "desajustarlo" (y lo logró, luego yo misma no me lo podía quitar) y sin duda lo más hermoso fue escuchar nuestra historia de amor contada por él mismo.

"Escogí las 6 de la mañana sin avisarte para verte despeinada y con ojeras a ver si por casualidad me arrepentía" dijo entre risas para explicarme por qué se había aparecido bajo mi ventana así de intempestivamente a declararme su amor callado durante tanto tiempo "lo peor fue que no me arrepentí porque no podía desperdiciar la oportunidad de verte así todas las mañanas para reírme de ti y tu facha, jamás pensé que podría verte aún peor para reírme, como ahora" y yo con un respirador clavado en mi nariz, bata blanca con rombitos celestes y arrugada, con esa tonalidad morada en los labios y el cabello hecho una estopa sobre la almohada riendo para él "Estará bien que nos riamos así" preguntaba yo, y él: "¿en un momento como éste? Claro ¡más que nunca!". Me causaba intriga cómo hacía para no abandonar nunca la sonrisa para mí, cómo para llorar sin lágrimas cuando yo lo veía; lo descubrí una noche, por primera vez escuché su voz quebrada mientras me creía dormida, acariciando mi rostro y diciendo "Quiero amarte hoy por si no hay mañana" no quise fingirle mi sueño y me dejé llorar "no quiero morirme Mauro" y apreté su mano, pero al abrir los ojos y verlo destruido no pude dejarnos entregar a la tragedia "no me gusta morirme, recuérdame no volver a hacerlo" y estallamos en la risa y en el llanto libres, como siempre lo fuimos.

Sí, llegó un momento que todos nos creían perversos, al borde de la locura o cínicos en demasía, hasta un psiquiatra vino con la necesidad de que sufriera mientras yo intentaba, como siempre, imitar a Mauro y le decía que podía conseguir más honorarios por horas con una persona que no tuviera fecha de muerte tan próxima como yo, pero él no se reía, se limitaba a intentar convencerme de que tenía que aceptar mi realidad y yo un poco en broma, un poco en serio, le respondía que qué caso tenía curar la mente de una persona que no tenía ya más pulmones para oxigenarla; el psiquiatra nos diagnosticó como una especie de depresivos reprimidos cuando un día entró Mauro y en plena "sesión" dijo con toda su voz "pues nada, ya tengo la perfecta prueba para decir que lo de los pulmones era una excusa para morirte antes de que te declararan enferma mental, pero yo no necesitaba de un psiquiatra para eso, si me dabas un poquito más de tiempo todos se darían cuenta". Su objetivo era hacerme feliz, era arrancarme la risa ¿de alguna manera se puede pasar mejor los últimos días de la vida?

Y sí, claro que sufríamos, claro que nos lamentábamos, pero nuestros gemidos de dolor eran las risas, nuestro reclamo a la vida y su destino, eran los chistes, muy negros tal vez, es verdad, pero eran ellos nuestro reproche diario y, para cerrar, nuestra venganza sería la taza de café mía antes de morir, suya después de mi partida, ese era el trato, y sabía que lo cumpliría. Además llorar dolía mucho en mi pecho, era muy difícil en mi condición hacerlo libremente, así que decidí reírme, no me exigía tanto la sonrisa o hasta una carcajada, ¿por qué no hacérmelo fácil? ¿por qué no hacérselo fácil? Era tiempo de que también mi único objetivo fuera hacerlo feliz, total para mí ya no tenía mucho caso tener objetivos.

Tuve suerte, toda la suerte del mundo, él ha estado en mi vida y para él son estas palabras perdidas y mis últimas sonrisas retratadas, porque quiero que sepa ser feliz siempre, quiero que se equivoque mucho porque los errores son la mejor manera de aprender, quiero que sepa que me dio todo lo mejor que puede darle a alguien para ser feliz, mil dientes de carcajadas cada mañana, amor infinito y, por supuesto, una taza de café siempre tibia, porque caliente "te la pongo por la cabeza", como le dije la primera vez que me hizo quemar la lengua con un café hirviendo luego de "hacer el amor con una asmática, ¿qué querías? ¡por lo menos un café bien caliente para poner en orden esos pulmones!"

Ahora lo veo dormir cansado al lado de la cafetera, a la que se ha dedicado cada media hora empeñado en tener un café recién hecho siempre listo y a buena temperatura para mí, dentro de poco seguramente sabrá servirme el último y repetiremos el mismo brindis de despedida que hemos recitado estos últimos tres días "Por los minutos que aún nos está regalando de prórroga la vida" porque cumplí con todo lo que quería, porque pude despedirme, porque pude elegir el minuto del último beso de labios morados.

Y en estos últimos momentos de mis aires, sólo sé que no importa si el que algunos llaman Dios, otros Alá y otros ni mencionan, existe o no, lo que importa es creer en algo, como creo en el amor, porque amar es vivir y estoy segura de que siendo así, por mi Mauro y a través de él, siempre viviré.

 

 

Para todos aquellos que saben que vivir la vida y disfrutar sus suspiros es mucho, mucho más que temerle a la muerte.