DE LA GOTA DE SANGRE: AMÉN
"Yo no sé ni quiero
de las razones que dan derecho a matar,
pero deben serlo
porque el que muere
no vive más "
La gota de sangre viajaba desde su frente, recorría por su izquierda el pequeño y gracioso lazo de la nariz minúscula de la mujer, pasaba por la pequeña hendidura sobre su boca y se perdía bordeando el labio superior mientras nos contaba en segundos la historia de tu terrible nacimiento.
No era más que un cúmulo de glóbulos rojos y blancos cansados de recorrer mil, millones, trillones de veces el cuerpo hace poco declarado mortalmente enfermo de una mujer sola, abandonada de risa, asesinada de tragedia.
Dos años acumulando tristeza, rabia, impotencia y soledad; dos años rumiando todo lo que logró que comenzara a carcomerse a sí misma; sangre pudriéndose de su sangre, sangre cansada de recordarse derramando desde otra carne, sangre infernal que hacía latir un corazón muerto que no quería vivir más, sangre llenando de odio, sangre encegueciendo curas.
Esa pequeña gota conseguía recorrer las venas apuñalando la voluntad de su dueña, iba arriba y abajo histérica, hirviendo, molesta, incómoda de seguir adentro y con sed, ganas de ver otra sangre que no fuera a sí misma, de ver otro rojo que no le doliera. Así acuchilló fuerte hasta llegar a las neuronas, a la corteza cerebral, al espíritu, al alma amargada de aquella mujer que salió rabiosa y armada.
Primero latió fuerte hasta llegar al dedo que pulsó el timbre, luego corrió directo a la otra mano que disparó la primer bala ¡pum! Directo a la frente se fue a la boca a dibujar una sonrisa mientras ayudaba a los ojos a contemplar la sorpresa de aquella víctima, su mirada fija cayendo con el hombre que ya no se sabía si realmente la veía. Viajó al pulmón y ayudó a sacar una carcajada satisfecha frente al cuerpo yaciente.
La mujer respiró y pareció arrepentirse pero la gota estaba decidida y dominaba fuerte. Se fue entonces a mover las piernas, acompañada ahora de todas sus colegas, otras gotas cómplices que la ayudarían a liberarse feliz como tanto ansiaba desde casi siempre. Así la fuerza de su sed aumentaba y sometía; obligó a la mujer a regresar sobre sus pasos. Ahora iría a la farmacia.
Ahí tampoco encontraría el remedio que la curara, lo sabía, pero sabía también que sí encontraría la calma para ese ardor que la atormentaba; dos años, dos millones de años, dos trillones de malditos minutos enumerados uno por uno para recordar que no podía detenerse, que no podía dejar de correr, que si desistía, antes de morir, no conseguiría descanso suficiente.
Frente a ella, ya aterrada, delante de un mostrador, otra mujer rogaba "¿qué haces? ¿qué te pasa? ¡no lo hagas!" ¡pum! Éste ya fue directo a la garganta, ¡qué placer de la gota de sangre al ver el riego de toda aquella otra derramada! La mujer ya ni siquiera lloraba pendiente del último esfuerzo para respirar aire sin líquido rojo atravesado en la quijada; la segunda víctima sabía, entendía, que ya no servía de nada, pobre, apenas le daba la razón exacta para preguntarse, frente a esa sonriente otra mirada, "¿yo qué hice? No debía ser yo el objetivo de " ni un tiempo más, a ésa los segundos ya se le acababan.
El estómago casi traiciona a la gota de sangre y sus compañeras aceleradas, una arcada de vómito, de asco, de más rabia y nuestra asesina mujer cayendo de rodillas casi vencida, igual de desesperada; sus manos se empapan del otro inmundo cúmulo de glóbulos ajenos, progenitores del peor monstruo que jamás podría haber visto luz en la tierra. Rabia. Impotencia. Desesperación. Desconsuelo. ¡No! La mujer no quiere bañarse de traición acariciando esa sangre por ella derramada, su propia gota reacciona otra vez histérica, otra vez hirviendo, corren los últimos minutos de su tiempo.
Pero es necesario que impere de nuevo la calma, falta una, falta ésa, la más desalmada, la degenerada, la desnaturalizada La gota no olvida, no perdona, no abandona su jornada. Los pasos se aceleran, no importa la ropa ensangrentada, no importan todas esas miradas, nadie la detiene, nadie sería capaz de importunarla. Esta vez ni siquiera esperó que la víctima la mirara, la encontró caminando con su perro, ahí, frente a la plaza de su casa y por la espalda tres tiros significaban un "Te odio desgraciada" y corramos a terminar nuestra venganza.
Al día siguiente una pequeña nota en la página de sucesos:
Una mujer se suicida tras matar a tres personas
Diagnosticada con leucemia, quiso vengar el asesinato de su hijo
Enferma de cáncer en la sangre y cuando se cumplía el segundo aniversario del asesinato de su hijo, Ángel, Amanda Vital se convirtió en implacable "justiciera" asesinando a tres personas. Esta ama de casa de 42 años mató la pasada noche al padre del asesino de su hijo, a su esposa y a la juez de la causa, quien habría dictado libertad condicional para el homicida de Ángel. Finalmente se suicidó sobre su tumba con un tiro en la frente.
Vital nunca pudo superar la muerte de Ángel, asesinado a puñaladas a los 14 años. Aunado a su tragedia, le habían diagnosticado leucemia avanzada y se había enterado de que la jueza de la causa había dictado libertad condicional para Pedro Moral, de 22 años, asesino de su hijo.
A las 19 horas comenzó la carrera de venganza por su ciudad natal matando en la puerta de su casa a Pedro Moral padre. Le disparó directo a la frente causando su muerte inmediata.
El segundo asesinato se llevó a cabo en la Farmacia donde trabajaba Felicia Moral, madre de quien le había quitado la vida a su hijo. La encontró frente al mostrador y le propinó un disparo en la garganta vomitando luego sobre la mujer muerta. Testigos dicen haberla visto salir ensangrentada y con la mirada ausente del lugar. "Parecía una loca poseída", dijo un lugareño.
No satisfecha con el doble asesinato, Amanda, se dirigió a la casa de la jueza de la causa del crimen de su hijo, Irene Marte, a quien le disparó por la espalda tres balazos en la plaza de su barrio privado. Marte agonizó varias horas hasta que finalmente fue declarada muerta paradójicamente a la misma hora de su asesina.
Amanda Vital terminó su infierno sobre el sepulcro de su hijo disparándose en la frente a las 22.40 muriendo en el acto.
La gota de sangre finalmente vio la luz de la represalia recorriendo el rostro de la mujer y cayendo en la tierra yerma y sin flores del sepulcro de su hijo segundos tardó la visión de la libertad soñada, simplemente lo que demoró en recorrer, mezclada con lágrimas, la faz de la derrotada mujer caída en una tumba sobre tumba; en este instante la autora intelectual de la venganza yace seca, coagulada y para siempre anónima en esa árida morada.