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El monasterio

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EL MONASTERIO

-¡Ay! –El quejido de Alejandra se mezcló con un gemido.

-¿No te gusta? –Preguntó malicioso Emilio.

-Sí… pero no seas tan bruto. Hazlo con más delicadeza.

Él volvió a pellizcar sus pezones, notando como el cuerpo de la mujer se tensaba bajo su tacto. Luego sustituyó una de las manos por la boca, chupando, lamiendo y mordisqueando la dilatada tetilla, mientras sus dedos se abrían paso entre los labios de la vagina.

-¡Vaya! –Le dijo-, qué lubricada estás.

-Sí… -respondió ella apenas con un susurro, insinuando media sonrisa.

El dedo corazón de Emilio localizó la familiar protuberancia del clítoris, semiescondida entre los pliegues de su refugio, y empapándolo con los jugos vaginales comenzó a estimularlo. Arrancó suave, cadencioso, sintiendo cómo las caderas de Alejandra acompañaban sus caricias con un ligero balanceo. Después incrementó el ritmo, al tiempo que la respiración de ella se hacía más fuerte.

-¡¿Qué ha sido eso?! –Preguntó alarmada Alejandra abriendo los ojos e irguiendo la cabeza.

-¿A qué te refieres? –Detuvo Emilio su mano sin apartarla del coño.

-Ese ruido. ¿No lo has oído? Junto a la puerta.

El hombre, sin reprimir un gesto escéptico, se levanto y fue hacia la puerta de la habitación el erguido miembro balanceándose al ritmo de sus pasos. La entreabrió y asomó la cabeza para ver el oscuro y silencioso pasillo.

-Nadie –anunció cerrando la puerta-. ¿Te encuentras bien? Desde que llegamos te noto un tanto alterada.

-Es este lugar –se encogió entre los brazos de Emilio-. No sé… Tiene algo extraño, siniestro.

-No te quejes. Si no llegamos a topar con este monasterio después de perdernos en ese laberinto de carreteras comarcales, habríamos tenido que pasar la noche metidos en el coche en medio de la tormenta. Este sitio no es precisamente un parador, tan austero y frío, pero al menos estamos bajo techo. Y los monjes están siendo muy hospitalarios.

-Esa es otra –puntualizó Alejandra dejándose acariciar por su amante-. ¿No te han parecido raros? Con ese aspecto tan andrógino, casi femenino. Todos ellos. Hasta sus voces parecen de mujer.

-Bueno –respondió Emilio en tono jocoso-. Todo el tiempo aquí encerrados, aislados del mundo, siempre entre hombres… A saber como se entretienen. El problema lo vamos a tener como descubran que les hemos mentido y que no estamos casados. ¡Igual nos excomulgan!

Alejandra pareció relajarse, sonriendo y permitiendo que la mano de Emilio se deslizara entre sus muslos para continuar la labor donde la había dejado. El experto tacto de sus dedos encendió con rapidez de nuevo su deseo, abriéndole el coño a las caricias del hombre. La mano se desplazaba del ano a la vagina, extendiendo la humedad de los jugos de ella por toda la entrepierna, estimulando interrumpidamente el clítoris en lapsos de tiempo crecientes. Sus bocas se fundieron ansiosas, y la otra mano de Emilio apretó con fuerza los pechos mientras su polla recibía delicadas caricias de la mano de Alejandra, empapándola con su líquido preseminal.

La joven, entre besos, susurró "métemela", a lo que él respondió "a sus órdenes" con una sonrisa. Estiró el brazo y alcanzó el preservativo que descansaba sobre la rústica mesita. Rasgó con cuidado la funda y extrajo la pegajosa goma.

-¡Demonios! –Se quejó al colocárselo- ¿Por qué harán estas cosas tan estrechas? Un día me la voy a despellejar.

-No es que sean estrechos, churri. Es que tú la tienes muy grande –le halagó irónica ella, acariciándole los testículos para mantener su erección mientras Emilio terminaba de desenrollarlo alrededor del pene-.

-¡Ea! Ya está –dijo triunfal, sin poder reprimir un bostezo.

-¡Huy, huy! –Se burló Alejandra- A alguien le están fallando las fuerzas.

-Alex, cariño –replicó Emilio siguiéndole la broma al tiempo que se le colocaba encima-, ha sido un día muy largo, muchos kilómetros… ¡Uno es humano!

Tumbada boca arriba Alejandra guió con la mano el pene al interior de su vagina. Comenzaron con un movimiento suave, cadencioso, manteniendo sus cuerpos juntos, como si quisieran fusionarse el uno con el otro. Después él se incorporó y con su mano estimuló el clítoris de ella, al tiempo que incrementaba la potencia de sus acometidas. La respiración de Alejandra le indicó que se aproximaba al orgasmo, por lo que se tumbó de nuevo sobre su pecho, le sujetó las caderas con las manos y embistió con fuerza, notando como la polla penetraba hondo provocando, al chocar el escroto contra los labios vaginales, ese característico y pegajoso chasquido.

Al correrse Alejandra se abrazó con fuerza a su cuello, atrayéndole hacia sí y besándole hasta que sus bocas parecieron un solo ser. Las últimas convulsiones de la eyaculación de Emilio le arrancaron a ella, aún, pequeños gemidos.

Permanecieron abrazados, empapados en sudor, sintiendo como el sueño les sumergía lentamente en la densas aguas de la madrugada.

-Valesianos…

-¿Qué?

-Valesianos –repitió Alejandra con un hilo de voz que más parecía un murmullo-. Pensaba en el nombre de la orden de los monjes. Valesianos. Sé que la he oído antes, pero no logro recordar dónde. Hay algo que se me escapa, algo importante, pero…

-Bueno –bostezó Emilio-. Tú eres la historiadora.

-Licenciada en Contemporánea. Las órdenes monacales medievales me caen un poco lejos… ¡Qué sueño!

-Déjalo. Durmamos…

Más allá de las toscas contraventanas de madera la tormenta continuaba rugiendo.

*

Emilio despertó abotargado, confuso, sintiéndose como si sufriera una terrible resaca. Hubo de esforzarse por abrir unos párpados que se negaban a obedecer, lastrados por un peso inasumible. Su visión desenfocada le reveló que no se hallaba en la habitación, sino en una especie de enfermería, desnudo y atado a una camilla, y sin rastro de Alejandra.

La puerta se abrió dejando paso al abad, acompañado por varios de los hermanos.

-"Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombre, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender que entienda". Mateo, diecinueve doce.

-¿Qué ocurre? –Acertó a preguntar Emilio, aún desorientado e incapaz de comprender las palabras del prior- ¿Qué significa esto? ¿Dónde está Alex?

-Su esposa se encuentra perfectamente. Continúa en la habitación, disfrutando del sueño que les hemos… inducido. Le pido perdón por las incómodas secuelas. Respecto a las otras preguntas, la respuesta es sencilla. Nuestra orden, creada por Valerio en los primeros tiempos del cristianismo, se ha enfrentado siempre con radical convicción a las pasiones de la naturaleza humana. La debilidad de la carne nos impone, por desgracia, una servidumbre de oprobio, alejándonos de la gloria del Señor. "Si uno de sus miembros te ofende, córtatelo. Es mejor para ti entrar en el reino de los cielos cojo, ciego o lisiado".

-Pero… ¡Están ustedes locos! ¡Suéltenme! ¡Quiero ver a Alex!

-Tranquilo, hijo mío –prosiguió el abad en el mismo tono tranquilo y monocorde-. Esto acabará pronto y podrás reunirte con ella. Los miembros de nuestra orden, te decía, afrontamos el cumplimiento del sexto mandamiento cortando el problema de raíz: mediante la castración. Y, como parte de nuestra labor –se aproximó el monje a la camilla enarbolando unas grandes tijeras-, compartimos tan venturoso don con todos los visitantes que se acogen a la hospitalidad de nuestro humilde hogar. ¡Demos gracias al señor!