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Látex

en MicroRelatos

Un leve sonido la despertó. No estaba dormida del todo, tan sólo levemente aletargada. Se había tumbado sobre la cama, en posición sugerente y con su nuevo conjunto de lencería sexy: culote transparente, negligé con abertura delantera atado con lacito a la altura del escote -e igualmente transparente- y medias con ligas. Lo completaban sus zapatos preferidos con quince centímetros de tacón. Una pocholada fetichista. Carmelo se volvería loco al verla así. Los niños estaban de campamento y este fin de semana era exclusivamente para ellos dos. Pero el caso es que su marido no terminaba de subir a la habitación -¿qué estaría haciendo este desastre de hombre?-. Normal que le entrara sueño esperando.

Miró hacia el origen del sonido y vio su figura recortada en el vano de la puerta. Llevaba enfundado un ajustadísimo mono de látex negro que cubría todo su cuerpo, incluida la cabeza, oculta bajo una capucha cuyas únicas aberturas eran las de los ojos y otra, con cremallera, para la boca. ¡Vaya! -Pensó Almudena sorprendida- Esta vez me ha ganado.

-¿En serio, Carmelo? -Le preguntó conteniendo la risa- ¿Látex?

Como respuesta el hombre se aproximó sinuoso. Ella se relajó, ofreciéndose con las piernas abiertas, y él se colocó encima. Mostró su lengua entre los dientes de la cremallera de la capucha y comenzó a lamer la piel de Almudena. Primero los pies, luego los tobillos, ascendió por los muslos, se demoró en las ingles sin rozar la entrepierna, continuó su camino a través del abdomen, recreándose dentro del ombligo, para a continuación dedicarle especial atención a las tetas. Se deslizó por el cuello hasta alcanzar la boca de ella, que la recibió excitada y anhelante.

-Cariño -ronroneó la mujer-, qué habilidoso estás hoy.

Sin contestarle el hombre descendió de nuevo hasta las caderas y lamió la tela de la braga. Sintió a través de ella la humedad que empapaba el coño. La apartó a un lado sin quitársela y exploró con la lengua todo el interior de la raja. El temblor de placer que recorrió el cuerpo de Almudena le indicó que era el momento. Se irguió, extrajo su polla erecta a través de la bragueta del mono y la penetró.

Ella gimió y clavó sus uñas en el látex de la espalda. Miró a los ojos de su amante e intuyó que algo no iba bien antes de notar la figura que les observaba desde la puerta de la habitación. Era Carmelo, con el rostro desencajado por el terror.