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Sex motel

en Sadomaso

Ariadna salió del coche, cerró la puerta y corrió bajo la lluvia todo lo rápido que le permitieron los afilados tacones de sus sandalias. Entró en el recibidor sacudiéndose el agua de la ropa y del cabello, y ante el mostrador de recepción vio a la mujer que había descendido del autobús de línea mientras estaba aparcando. Igualmente mojada, firmaba en el libro de registro del motel sin percatarse de la lasciva mirada con que el joven encargado devoraba las curvas de su cuerpo, realzadas por la húmeda tela de la ropa que se adhería a su piel. La mujer cogió la llave de la habitación y se apartó a un lado para dejar libre el mostrador.

-Gracias -le dijo Ariadna antes de dirigirse al encargado, cuyos ojos se clavaban ahora en ella como diciendo: “¡otra! Y en la misma noche. Hoy debe ser Navidad”-. Quería una habitación.

-Lo siento -le respondió él con una sonrisa viscosa intentando entrever dentro de su escote-. Estamos completos. Esta señora ha cogido la última habitación libre.

-Pero, sólo es por una noche. Es muy tarde, llevo todo el día conduciendo y hace una noche de perros. ¿Seguro que no tiene nada? Lo que sea.

-De veras que lo siento, señorita -de la forma que lo dijo, arrastrando las letras, sonó como si hubiera espetado una procacidad-, pero no puedo hacer nada.

-¡Vaya, qué putada!

El recepcionista se le quedó mirando con su mejor y más prepotente sonrisa, como aguardando a que ella se diera al fin cuenta de que tenía delante al hombre más atractivo que había visto en su vida y se arrodillara agradecida a chuparle la polla con adoración, a cambio que la dejara meterse en su cama.

-Podemos compartir habitación.

La voz sonó muy suave, casi cohibida. Ariadna se giró y vio a la mujer que se había registrado antes que ella, sosteniendo su anticuada maleta y con una tímida sonrisa en la cara.

-¿Perdón?

-Digo que si quiere, podemos compartir habitación. A mí no me importa.

Sopesó unos instantes la oferta, observándola con curiosidad. Se decidió tras lanzar otra mirada al encargado.

-Lo siento, quizás no ha sido buena idea…

-Sí –la interrumpió-. Acepto encantada. Muchas gracias.

Se intercambiaron una sonrisa, Ariadna agarró su bolsa de mano y siguió a la mujer sintiendo la viscosa mirada del recepcionista restregándose contra su culo; pudo intuir las fantasías sexuales que esa mirada transmitía desde el interior de su cerebro.

En el corto paseo hasta la habitación prestó atención a la figura de su amable anfitriona. El sencillo conjunto de falda y blusa no ocultaba una carnosa y rotunda anatomía. De veintitantos años y un rostro no muy llamativo pero si bello, sin maquillaje y cabello castaño muy corto, la chica poseía uno de esos cuerpos llenos de curvas, con piernas largas de poderosos muslos, anchas caderas pero cintura estrecha y, la guinda del pastel, dos tetas de volumen considerable tensando la tela que las comprimía. Un cuerpo explosivo que, curiosamente, pasaba algo desapercibido al primer vistazo, quizás por la actitud recatada y el aspecto sencillo de la chica, como si sintiera cierta incomodidad ante su propia voluptuosidad. A Ariadna le pareció una mujer muy atractiva.

Al entrar en la habitación ambas miraron a su alrededor. Ninguna sorpresa. La típica habitación del típico motel de carretera: pintura anodina en las paredes que necesitaba una buena mano, muebles baratos y sin gusto, una televisión algo antigua y una cama de matrimonio con mucha mili a sus espaldas y de la que lo máximo que se podía esperar es que estuviera limpia.

-Bueno –dijo Ariadna quitándole importancia-, mejor que pasar la noche con el “simpático” recepcionista, ¿no crees?

-Oh, desde luego –le contestó-. Un hombre desagradable, ¿verdad?

Ariadna respondió con un “ja” sarcástico, dejó su bolsa en el suelo, echó un vistazo al baño desde la puerta y volvió a mirar a su nueva compañera.

-¿Derecha o izquierda?

-¿Perdón? –Respondió confusa la mujer-.

-La cama –le aclaró Ariadna señalando con la barbilla-. ¿Prefieres dormir en el lado derecho o en el izquierdo?

-Oh, ya… Bueno, me da igual.

-Vale, pues me cojo el izquierdo. Si vamos a dormir juntas estaría bien que nos presentáramos. Me llamo Ariadna –le informó tendiéndole la mano-.

-Yo Patricia –le ofreció la suya con una sonrisa que realzaba su belleza-. Encantada.

Se miraron a los ojos durante un largo instante y Ariadna tuvo la impresión de que su modosa compañera de habitación no era tan evidente como parecía. Algo escondía en el fondo de sus bonitos ojos azules.

*

 

            Algo sacó a Ariadna de su profundo sueño. Despertó aletargada sin saber dónde se encontraba ni que hora era. Tardó unos segundos en recordar qué habitación era ésta en la que se encontraba y cómo había acabado en ella. La oscuridad que dominaba más allá del cristal de la ventana, moteado con gotas de lluvia, le indicó que aún era de madrugada, y los tenues fogonazos que iluminaban brevemente la habitación sugerían que la