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Sex motel (2)

en Sadomaso

...la tormenta se estaba alejando. Recordando que algo le había despertado prestó atención buscando su origen. Ahí estaba. Parecía un suave gemido, como un quejido jadeante. Miró a su costado buscando a su compañera de cama, pero no estaba. Giró su atención hacia el baño y vio luz saliendo por debajo de la puerta. Comprendió que el gemido venía de su interior. Preocupada se irguió y la llamó sin elevar la voz.

            -¿Patricia? ¿Te encuentras bien?

            No hubo respuesta. Lo volvió a intentar pero nada. Y el gemido se seguía escuchando. Se levantó de la cama y se aproximó al baño aguzando el oído. Se fijó entonces en la maleta abierta de Patricia. Entre la ropa perfectamente ordenada y plegada reconoció una prenda: una toca de monja.

            -Vaya –pensó-. Eso explicaría algunas cosas.

            Arrimó la cabeza a la puerta intentando escuchar mejor. Sólo llevaba puesto un corto salto de cama transparente y un minúsculo tanga a juego, dejando casi completamente al descubierto su morena y espléndida figura. Alta, de piernas torneadas, caderas estrechas y culo prieto y respingón, con tetas erguidas y perfectas como dos jugosas gotas adornadas por grandes y oscuros pezones, y una larga, sedosa y oscura melena que casi llegaba hasta su cintura adornando un hermoso rostro de perfiles mediterráneos. Era una de esas mujeres que obligan a girar la cabeza a su paso, los hombres para desearla y las mujeres para envidiarla con odio.

            Iba a golpear la puerta y volver a llamar, pero un impulso le hizo agarrar la manilla y abrirla. Volteó la puerta, miro dentro del baño y por un segundo creyó que seguía soñando. Patricia se encontraba sentada sobre la tapa del váter, completamente desnuda, masturbándose. ¡Y de qué manera! Sendas pinzas de metal presionaban sus erectos pezones, mientras que otras cuatro mordían los labios de su coño. Éste, empapado y de un vivo rosáceo, se abría como una flor de carne a sus propias caricias. El dedo corazón de su mano derecha estimulaba el dilatado clítoris, mientras con dos dedos de su izquierda penetraba la vagina.

            Tan concentraba estaba en su placer que tardó unos instantes en notar la presencia de Ariadna, paralizada junto al vano. No se sorprendió al verla ni cesó de masturbarse. Al contrario, clavó sus ojos repletos de libido en los de Ariadna y continuó acariciándose, lasciva, casi desafiante. Nada quedaba en ellos de la cohibida muchacha que unas horas antes se acostara en su rincón de la cama murmurándole buenas noches.

            Patricia cogió otra pinza que descansaba sobre el lavabo y muy lentamente, como dedicándosela a la sorprendida mujer que la observaba con fascinación, la acercó al coño y la cerró sobre su clítoris. Su rostro se contrajo levemente con un gesto que mezclaba dolor y placer. Su mirada continuó fija en la de su compañera de habitación, que aún no sabía como reaccionar. Como si quisiera ayudarla a decidirse, Patricia le susurró una invitación. Ariadna no llegó a escucharla, pero por el movimiento de los labios húmedos y carnosos entendió un “ven”. Una leve sonrisa se dibujo en su rostro, entró finalmente en el baño y se situó delante de la mujer, muy cerca, con sus tetas casi rozando la boca de Patricia.

            La energía sexual que fluía entre ambas mujeres era tan densa que podía cortarse con un cuchillo. Ariadna alzó sus manos y tocó suavemente las pinzas que mordían los pezones de Patricia, quien deslizó la lengua entre sus labios entreabiertos, humedeciéndolos, confirmándole a su compañera que iba por buen camino. Agarró entonces las pinzas y comenzó a retorcerlas. Patricia respondió con un gemido y se masturbó con más fuerza, demostrando que cuanto mayor era el dolor más se elevaba el placer que le provocaba. Ariadna, subiendo la apuesta, combinó los estrujamientos con palmadas sobre las pinzas que arrancaron de la otra mujer pequeños gritos. A continuación descendió una de sus manos y repitió la operación con las pinzas cerradas sobre los labios del coño, aplicándole caricias, palmadas y apretones. Patricia se retorcía entre las ondas de placer que partían desde las terminaciones nerviosas de pezones y coño sin dejar de estimularse el clítoris. Ariadna le apartó entonces la mano con que se pajeaba y sujetó la pinza que oprimía el pequeño botón de carne. Jugueteó con él, apretando y soltando, lanzando desde ese punto concreto hacia todo el cuerpo de Patricia una sucesión de estímulos que entremezclaban indistintamente sensaciones de placer y dolor, de dolor y placer.

            Patricia pegó la cara a las tetas de su nueva compañera de juegos y mordisqueó sus pezones sobre la ligera tela de la negligé. Deslizó los tirantes de ésta sobre los hombros de Adriana y la prenda cayó a sus pies. Admiró con deleite la perfecta forma de los pequeños pero firmes y erguidos pechos, posó su húmeda boca sobre ellos y comenzó a saborearlos. Deslizó la lengua sobre la delicada piel, chupó las carnosas aureolas y mordisqueó los erectos pezones, intuyendo la excitación que desencadenaba en el interior del cuerpo de Ariadna, como una imparable ola de calor aproximándose a su punto de ebullición. Continuó estimulando las tetas con las manos mientras su lengua descendía por el plano abdomen, jugueteaba en el dulce orificio del ombligo y alcanzaba el pubis, aún cubierto por el tanga. Ariadna lo sujetó con los dedos por la goma y lo hizo descender de sus caderas, acariciando sus muslos hasta dejarlo caer en el suelo. La lengua de Patricia acompañó el movimiento lamiendo el rasurado monte de venus y deslizándola por los pliegues que se formaban entre el pubis y el nacimiento de los muslos. Separó entonces Ariadna estos y Patricia se quedó paralizada, mirando con gesto de completa sorpresa el pene y los testículos que colgaban de la entrepierna.

            -Parece que ambas guardamos sorpresas –dijo Ariadna divertida-.

            Patricia elevó la vista y le miró a los ojos.

            -¿Te gusta? –Le preguntó Ariadna expectante-.

            Como respuesta la mujer sonrió y volvió a fijar su atención en la entrepierna. Sujetó la polla con la mano y comenzó a acariciarla. Aún flácida pero ya algo morcillona, deslizó la piel del prepucio adelante y atrás sobre el glande, mientras con la otra mano agarraba los testículos y pellizcaba la rugosa y depilada piel del escroto. La verga comenzó a endurecerse, creciendo e hinchándose bajo la satisfecha mirada de Patricia. La exótica transexual –que le parecía ahora más excitante, si cabe- gimió levemente mientras su boca salivaba. Patricia abrió la suya y se introdujo lentamente la polla, deslizando los labios sobre la delicada piel del fuste. Ariadna profirió otros pequeños gemidos de placer. Miró a su alrededor y se fijó en el cepillo de cabello que descansaba sobre la balda del espejo que había encima del lavabo. Lo cogió y, enarbolándolo, miró a Patricia. Ésta comprendió y se inclinó para que su culo quedara bien en pompa. Ariadna le lanzó un azote con el reverso del cepillo, golpeando la blanca piel de uno de los glúteos. La reacción de la mujer hizo que sus labios comprimieran la polla, lo que generó un doble disfrute para Ariadna: la de la propia sensación aumentada de la felación y la excitación de ver como la otra mujer disfrutaba con el dolor infringido.

            Ésta continuó la mamada con creciente pasión según Ariadna repetía los azotes. Su culo comenzó a arder, con la delicada piel de las nalgas cada vez más enrojecida. Pero no por ello cesó en su aplicada succión hasta colocar a su amante al borde del orgasmo.

            -Un momento, preciosa –Apartó Ariadna la cabeza de Patricia, liberando su polla-. Quiero correrme dentro de ti, pero aún no.

            Le ayudó entonces a levantarse, la besó de manera apasionadamente sucia y se dirigieron a la cama sin dejar de acariciarse. Allí tumbó a la mujer boca arriba, sentándosele encima a horcajadas sobre su vientre. Acarició sus tetas, suavemente, con evidente deleite, y volvió a jugar con las pinzas de sus pezones. Tiró de ellas y las retorció, haciendo gemir de nuevo a su agradecida amante.

            -Te gusta esto, ¿verdad?

            Como única respuesta Patricia exhaló un gemido de asentimiento.

            -Vamos, dilo –insistió Adriadna-. Te gusta, ¿eh? Eres una pequeña viciosa.

            -Sí –susurró-. Me gusta. Soy una puta.

Ariadna la recompensó golpeándole las pinzas con la palma de la mano, convirtiendo los gemidos en pequeños gritos. Después, lentamente, abrió una de las pinzas liberando la torturada carne del pezón. El regreso de la sensibilidad a las terminaciones nerviosas mezcló el repentino aguzamiento del dolor con el progresivo alivio.

            Ariadna repitió la operación con el otro pezón. Al tiempo que la sensación de alivio se extendía por las tetas de Patricia, deslizó una de las manos hacia atrás para acariciarle el coño, que hervía empapado por los jugos vaginales. Cuando el grado de placer de la mujer se elevó hasta aproximarle al éxtasis, lanzó una bofetada contra una de sus tetas; luego contra la otra. Las palmeó sucesivamente, sin dejar de masturbarla. El evidente disfrute de Patricia excitó sobremanera a Ariadna. Su polla, dura y palpitante, se empapaba con su propio líquido preseminal. Entonces se levantó y giró sobre sí misma, colocando su entrepierna sobre la cara de Patricia. Ésta colocó sus manos sobre los glúteos y los abrió. Ante ella se abría el carnoso orificio del esfínter. Deslizó la lengua dentro de la raja del culo y lamió el año hasta logra dilatarlo. Después chupó el perineo hasta alcanzar la rugosa piel del escroto. Se introdujo la bolsa testicular en la boca y notó como los huevos se movían en su interior. Jugueteó con ellos con la lengua, antes de liberarlos para lamer la polla. La empapó con su saliva, la abrazó con los labios y comenzó a mamarla.

            Mientras tanto Ariadna no había cesado de estimular la vulva de su amante, acariciando el clítoris mientras la torturaba con las pinzas que aún lo mordían. Comenzó a quitarlas, lentamente, una por una, como había hecho con los pezones. Cuando al fin liberó el clítoris, sumamente sensibilizado por la mordedura de la pinza, lo lamió. El 69 era ya completo: Patricia chupaba y masturbaba con fruición la polla al tiempo que Ariadna le lamía y mordisqueaba el coño. Ésta, conociendo los gustos de su compañera, alternaba su lengua con pequeños mordiscos en la tierna carne de la vagina. Cuando mordió el clítoris Patricia se retorció de placer, de modo que sus dientes, amortiguados por la carne de sus labios, se cerraron sobre le fuste del pene, logrando que Ariadna gimiera de placer.

            Cuando la hermosa transexual notó que el sobrexcitado coño se aproximaba al orgasmo lo golpeó con la palma de la mano. Patricia lanzó un pequeño grito, pero no soltó la polla, a la que siguió mamando. Ariadna continuó abofeteándole la entrepierna, elevando la ebullición de su contradictoria catarata de sensaciones hasta que la mujer se corrió. Fue un orgasmo sísmico, volcánico, telúrico. La descarga lanzó un chorro de jugo vaginal contra el rostro de Ariadna, empapándolo.

            -Sí –susurró jadeante-, eso es, preciosa, córrete para mí.

            Cuando las oleadas de placer cesaron y Patricia se relajó, Ariadna se apartó de encima de ella y se situó entre sus piernas. Acarició los muslos, los separó y aproximó su rostro al ano. Escupió en él y con los dedos lubricó a fondo el orificio.

            -¿Quieres que te folle?

            -Sí –le respondió mirándole fijamente a los ojos-. Métemela. Fóllame. Rómpeme el culo.

Obediente, Ariadna situó la polla contra la entrada y empujó. El miembro entró despacio pero con facilidad. La excitación seguida del orgasmo había relajado el esfínter. Comenzó a follárselo empujando primero con suavidad y después con fuerza creciente. Cuando Patricia volvió a gemir alargó el brazo hasta su bolso, que descansaba sobre la mesita, buscó en su interior sin cesar de embestir y extrajo un consolador. Puso en marcha el vibrador y lo aplicó contra el clítoris, mientras que con la mano libre azotaba de nuevo sus tetas, multiplicando el placer que generaba la doble estimulación, anal y vaginal. Se aproximaba un nuevo orgasmo y Ariadna calculó el momento del clímax, modulando el movimiento de su polla dentro del estrecho orificio para sincronizar su propia corrida con la de Patricia.

Estallaron al unísono, entre gritos, gemidos y jadeos.

Después de las múltiples y fuertes embestidas, y de los movimientos acompasados para exprimir los últimos estertores de placer, ambas amantes quedaron tendidas sobre la cama, abrazadas, acariciándose en silencio, sonriendo y mirándose a los ojos. Sólo se escuchaba el sonido de sus profundas respiraciones.

*

 

            Estrujó la piel del prepucio para extraer las últimas gotas de semen. Era la segunda vez que se masturbaba mirando la grabación. En pantalla la mujer y la transexual, tras el pedazo de polvo que se habían marcado, se quedaban dormidas abrazadas. Cuando aceptó este trabajo como recepcionista en aquel motel de cuarta categoría pensó que iba a ser una mierda. Y acertó. Pero había visto una oportunidad y la había aprovechado. Fue una gran idea instalar las cámaras web en las habitaciones. Le habían proporcionado unas cuantas corridas y comenzaban a convertirse en un verdadero negocio. Sí, y esta vez le había tocado la lotería. El numerito que habían montado esos dos zorrones era una joya. Las visitas a la página web se iban a multiplicar exponencialmente. Volvió al comienzo del vídeo y lo puso en marcha. A ver si era posible una tercera sesión.

            Sí, era un duro trabajo, pero alguien tenía que hacerlo.