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Medianoche del violador

en Sadomaso

MEDIONOCHE DEL VIOLADOR

El metálico sonido de la cerradura al abrirse rompió el pesado silencio del interior de la celda, como si una imaginaria fractura hubiese rasgado el tiempo, paralizado dentro de aquellas cuatro paredes insonorizadas. El detenido miró hacia la puerta y vio recortarse contra el vano una figura familiar. Era la agente que le había detenido. Alta, esbelta, hermosa; la falda pegada a sus caderas y ligeramente por encima de las rodillas permitía admirar sus largas y preciosas piernas; la presión sobre los botones de la blusa sugería el poderío de unas tetas no muy grandes pero sí erguidas, firmes, rotundas; sobre sus hombros se elevaba un largo cuello y sobre él una bella cabeza de corto cabello rubio y rasgos duros pero sin duda atractivos.

El hombre recordó la detención ocurrida la noche anterior. Aún le dolían las pelotas por la "caricia" de su captora. También recordaba su cuerpo desnudo, tenso y asustado, a su merced durante unos instantes que rememoraba con enfermizo deleite una y otra vez cada hora que permanecía allí encerrado. Notó una nueva erección.

Ella se situó de pie frente al preso, erguida, con las piernas ligeramente abiertas, un brazo en paralelo al cuerpo y el otro en jarras, sujetando la cadera, en estudiada postura que abría hacia un lado la chaqueta sastre para permitir ver en su cintura la placa, las esposas y la cartuchera.

-Detective Landera. Detective Susana Landera, ¿no es así? Un placer volver a verla.

El detenido pronunció las palabras despacio, siseante, como si destilara veneno entre los dientes. Lo que más molestó a la policía fue su sonrisa. Sardónica, sádica, intencionadamente ofensiva, aunque no permitió que él lo notara, manteniendo su rostro inmutable.

-¡Quítate la ropa!

Lanzó la orden con incontestable autoridad, sin elevar la voz ni mostrar emoción alguna. El detenido hizo un gesto de sorpresa.

-Ya me has oído. Ponte en pie y desnúdate.

Él volvió a sonreír, evidenciando el placer que hallaba en aquella inesperada situación. Se levantó sin apartar la mirada de los ojos de Susana, comenzó a desvestirse, despacio, como si realizara un striptease. Pantalón, camiseta, calzoncillos… Cuando terminó se quedó frente a la detective, en pie, exhibiendo orgulloso su anatomía perfectamente labrada por años de ejercicio físico; un cuerpo fibroso y musculado, completamente depilado, del que habían desaparecido los numerosos piercings que lo adornaban en el momento de la detención, dejando como huella la herida en su pezón, de donde Susana había arrancado el plateado aro durante el forcejeo.

-Verás, escoria, te has caído con todo el equipo. Después de lo de anoche te tenemos bien pillado, pero nos facilitaría mucho el papeleo si confesaras el resto de tus violaciones. Ya sabes cómo somos los policías, nos gusta dejarlo todo bien cerrado, atado con un lacito y listo para entregar al fiscal. Así que agradeceríamos tu colaboración.

-¿Y si me niego?

-¡Huy! Pues sería una pena. Me harías trabajar más, lo cual me pondría de muy mal humor. Si no confiesas –se aproximó a su rostro, clavándole la mirada- será una noche muy larga para ti.

El la sostuvo y mantuvo silencio durante unos instantes que parecieron interminables, como si el tiempo hubiera adquirido la densidad del granito.

-Bien –dijo al fin-. Otra noche juntos. Después de lo que disfrutamos en nuestra primera cita, estoy deseándolo.

El movimiento de Susana fue tan rápido que el hombre no supo de dónde surgió la porra. En un momento estaba en la mano de ella y al siguiente impactaba contra su estómago. Se dobló, paralizado por el dolor, y ella le sujetó, cerró las esposas sobre su muñeca y lo encadenó a la barra de metal que había en la pared. La porra volvió a cortar el aire para golpear su cuerpo. En ambos costados y contra los muslos. Después la detective se apartó y se le quedó mirando. El detenido habló apenas resuello.

-Sí… Esto te gusta, ¿verdad? Esto te pone cachonda…

Se giró al decirlo y mostró su erección.

-¡Cerdo vicioso! Cuando acabe contigo no se te volverá a levantar.

Le agarró por el cabello y tiró de su cabeza hasta situársela a la altura de su pubis.

-Te gusta que tus víctimas te la chupen, ¿eh? Muy bien, pues ahora me la vas a comer tú a mí.

Se colocó la porra a la altura de su entrepierna, como si fuera un pene, y apretó la punta contra la boca del hombre.

-¡Ábrela! ¡Abre la boca y chúpamela o te parto los dientes con ella!

El detenido obedeció y lentamente abrió los labios, rodeando con ellos la punta de la negra y brillante superficie sin cambiar su mirada de obsceno desafío. Susana empujó el arma, introduciéndole la mayor parte en la boca.

-¡Vamos! No te andes con remilgos. ¡He dicho que te la comas, cabrón!

La improvisada polla alcanzó la garganta del violador, ahogándole, pero la mano de la detective impidió que apartara la cabeza, manteniéndole el duro tronco de goma dentro de la boca.

-¡Vamos, vamos! Tú puedes tragar esto y mucho más. En el fondo eres una dócil putilla.

Incapaz de liberarse, el detenido pareció aceptar el desafío, y comenzó a chupar la porra, deslizando el húmedo anillo de carne formado por sus labios a lo largo de la gruesa superficie. La felación empapó de saliva el falo hasta hacer brillar su cuerpo negro y largo. El volumen del instrumento llenaba al completo la boca del detenido, quien, pese a encontrarse al borde del ahogo no cedió, chupando y lamiendo con fruición la goma.

Susana, mientras observaba, experimentó un cambio en su rostro. El rictus serio e implacable con que había entrado en la sala y que no ocultaba el asco que sentía en presencia del violador múltiple, dio paso a un evidente disfrute, a un placer que comenzaba a humedecer su coño y que, involuntariamente, afloró en su mirada.

El detenido se percató y la miró divertido y excitado, liberando por un instante su boca, casi sin voz por la saliva que saturaba su garganta, intentó una nueva provocación.

-Te estoy poniendo cachonda, ¿eh?

Susana volvió a endurecer la mirada, apartó la porra y golpeó con su pie el pecho del hombre, haciéndole caer hacia atrás. Pisó entonces sus genitales, aplastándole la polla contra el abdomen y clavando su agudo tacón en los testículos. Movió el pie, retorciendo la blanda carne escrotal y arrancando del hombre gemidos de dolor. Su polla, sin embargo, permaneció erecta, empapándose con el líquido preseminal que emergía de la uretra.

Pese a su gesto crispado, los ojos del preso se clavaron en la pierna de su torturadora, elevándose desde el elegante tobillo hasta la rodilla. La postura de Susana, con la pierna alzada presionando sobre los genitales, había elevado la falda permitiendo al detenido ver cada vez más superficie del muslo, hasta que sólo un triángulo de sombra ocultó las ingles a su vista. Ello no hizo más que reforzar su excitación pese al agudo dolor que punzaba su polla y sus cojones.

Susana, por su parte, mostraba un placer creciente con la tortura. Notó como se elevaba la temperatura de su coño, y como comenzaba a mojar las bragas, incrementándose su excitación con cada gemido de dolor del violador.

-¿Qué ocurre, machote? ¿No te gustan mis caricias? Creía que disfrutabas con el dolor. ¡Oh, claro! Los que a ti te excita es el dolor de los demás, ¿verdad? Maltratar a las mujeres que violas. ¿No disfrutas tanto siendo la víctima? Pues lo tienes muy fácil. Confiesa y pararé.

Pisó con más fuerza, estrujando a conciencia los huevos y la verga hasta que el detenido cayó rendido en el suelo, agarrándose la entrepierna con su mano libre. Su polla aún permanecía semierecta.

-¡Zorra! –Siseó, aún sin aliento por el dolor- Te meteré la polla hasta reventarte…

-¡Oh, no, no, no! Esa no es la respuesta que espero. Y me parece que tu polla no va a probar más agujeritos. ¿Sabes cómo tratan a los violadores en la cárcel? Van a ser tus agujeros lo que prueben otras pollas.

-¡Puta!

-Te empiezas a repetir.

La agarró por el cabello y con la porra le obligó a colocarse a cuatro patas, mirando hacia la pared. Sus nalgas entreabiertas dejaban ver la depilada bolsa testicular colgándole entre las piernas.

-Vamos a ir ensayando esta postura. En prisión la practicarás a menudo.

-¡Puta de mierd…!

No pudo terminar la frase. Con habilidosa precisión la punta de la porra alcanzó de un golpe el perineo, arrancándole un grito de dolor.

-¡Joder! ¡Eres una zorra…!

La segunda vez Susana no utilizó la porra. Sacudió su mano abierta contra las pelotas del violador, cortándole el aliento y las ganas de hablar.

-Tardas en aprender. Pero no importa, con insistencia todo se logra. Llegarás a prisión preparado para tu nuevo papel.

Se aproximó al hombre, con las piernas abiertas y se elevó la falda. El detenido olvidó su dolor para mirar con avidez cómo la tela ascendía sobre la suave piel de los muslos; pero cuando descubrió la entrepierna su mirada cambió de súbito. Sobre la braga la detective lucía un arnés sujeto a las caderas con correas, y de él colgaba un enorme consolador, largo, grueso, bulboso, trufado de puntiagudas protuberancias. Lo aproximó a la boca del hombre, hasta rozarle los labios

-¡No!

Le agarró con fuerza la cabellera y le habló al oído.

-Te conviene hacerme caso, porque voy a meterte esto por el culo, y cuando más lubricada esté más los disfrutarás.

Reafirmó sus palabras balanceando la porra en la mano, al tiempo que lanzaba una mirada de reojo a los testículos del detenido. Éste cedió y se introdujo el falso pene en la boca. Entrenado previamente con la porra, no mostró mayor dificultad en realizarle una felación a aquel grueso fuste.

Cuando consideró que ya estaba bien lubricado, Susana extrajo el consolador, brillante por la saliva, se situó a la espalda del detenido y lo colocó entre sus glúteos. Él intentó apartarse, protestando, pero la detective agarró sus testículos y los estrujó. El violador emitió un sordo quejido y se quedó quieto.

-Si intentas resistirte será peor para ti y mejor para mí. ¿Quieres conservar tus pelotas? Porque a mí me encantaría arrancártelas, hijo de puta.

El violador dejó que el consolador comenzará a penetrarle el esfínter. Lanzó nuevos gemidos, pero no se movió hasta que el pubis de Susana pegó contra sus nalgas.

-¡Vaya! ¡Qué capacidad! Te la has tragado entera.

Comenzó entonces a follárselo, empujando, metiendo y sacando aquella enorme verga del culo del hombre. Los quejidos de éste, en principio de dolor, fueron convirtiéndose en gemidos de placer, y su polla alcanzó de nuevo una plena erección.

-Te gusta, ¿eh? Te gusta que te la metan. Que te follen por el culo. Eres toda una puta complaciente.

El gesto de placer de Susana delató que había apartado el motivo principal del interrogatorio –policial, la confesión; personal, humillar a su violador- para disfrutar plenamente con aquella sesión de tortura.

Sujetó con fuerza las caderas del detenido y embistió con más fuerza contra su culo. La falda, arremangada hasta la cintura, permitía ver sus glúteos –apenas cubiertos por la pequeña braga que, empapada de sudor, se adhería a la piel, introduciéndose por la raja- contrayéndose con cada empuje. Finalmente culminó en una desatada cabalgada que le arrancó un fuerte orgasmo, entre los gritos del hombre.

-¡¡¡Ah!!! ¡¡Basta!! ¡Me estás destrozando!

Ella sólo se detuvo cuando apuró los últimos estertores de su intensa corrida, inspirando con fuerza para recuperar el resuello mientras el detenido se derrumbaba en el suelo. Su erección no había disminuido.

-¿Y bien? ¿Dispuesto a confesar?

Como única respuesta él le lanzó una mirada de desprecio. Susana, entonces, hizo un gesto hacia el espejo que cubría una de las paredes, dirigido a quien estuviera observando desde el lado transparente del amplio cristal.

Se abrió a continuación la puerta y entró una agente de policía, uniformada. Era una mujer alta, de fuerte complexión pero atractiva figura, sobre la cual se adhería como un guante el uniforme azul que no lograba disimular las rotundas curvas, en especial las protuberantes ondulaciones de sus poderosas tetas, cuya presión parecía a punto de rasgar la tela de la camisa. Su cabello castaño estaba fuertemente estirada hacia atrás y recogido en un moño, dejando al descubierto unas rasgos fuertes no exentos de atractivo. Uno podía imaginársela como una bella y poderosa atleta, quizás una levantadora de peso o una lanzadora de jabalina o de disco. En todo caso su presencia imponía, generando ambivalentes sentimientos de atracción y temor en el detenido.

Susana extrajo sin miramientos el consolador del ano del hombre y se sentó en el banco adosado a la pared, manteniendo su falda arremangada y el arnés con el falo a la vista.

-Muy bien. Repitamos el procedimiento. Veamos si eres tan duro como pretendes. Adelante, agente Larissa.

La policía agarró al violador por el cuello con una mano que parecía de acero, le levantó como un muñeco, situándole sobre las caderas de Susana. Ésta sujetó el consolador contra el ano del hombre, penetrándole cuando su compañera le hizo descender. La dilatación que mantenía su esfínter por la anterior sodomización hizo que el dildo entrara con facilidad. El detenido gimió y su pene se movió espasmódicamente a causa de la fuerte presión de la sangre en su interior.

-¡Vaya! – Exclamó Larissa- Es todo un hombrecito, ¿eh? Así que te gusta violar mujeres. Meterles tu polla y disfrutar mientras ellas sufren.

Mientras hablaba abrió la bolsa de deporte con el emblema de la policía que llevaba en la mano al entrar, buscó en su interior y extrajo una vara metálica acabada en uno de sus extremos en doble punta, como un pequeño bidente. Lo activó y el aire zumbó con un chasquido eléctrico.

-Si disfrutas con el dolor –continuó-, esto te va a encantar, cerdo.

Aproximó el extremo del bastón a uno de los pezones y el hombre dio un respingo por la descarga, clavándose más profundamente el consolador.

-¡Ah! ¡Putas! Soltadme y os daré lo que merecéis.

-¿Sí? ¿En serio? ¿Qué nos vas a dar?

Una nueva descarga y su cuerpo volvió a convulsionarse.

-Venga, vamos. Pórtate como un hombre. ¡No seas nenaza!

Larissa bajó el bastón y lo situó junto al pene erecto. Ésta vez le arrancó un alarido.

-¿Qué ocurre? ¿No te gusta mi caricia en tu polla?

Descargó varias sacudidas contra el miembro y los testículos, hasta que el pene quedó tumbado y flácido sobre su ingle. Mientras, Susana no había cesado de perforarle el culo, excitada por la tortura de la otra agente.

Larissa guardó el bastón y sacó de su cinturón la porra. Se aproximó al violador y la situó frente al ano penetrado por el consolador.

-Ahora sí, comprobaremos lo hombre que eres.

Sin atender a las súplicas del hombre presionó contra el anillo de carne y empujó. En un principió pareció que no iba a entrar, saturado como estaba por el enorme falo, pero finalmente el esfínter cedió, logrando acoger en su interior ambas pollas sintéticas.

-¡Joder! – Exclamó Larissa- Lo ha conseguido. ¡Se ha metido las dos pollas!

-Sí –replicó Susana-. Este cerdo va a ser muy popular entre rejas. Disfruta, bonito, porque te van a salir muchos novios.

Las dos mujeres se lo follaron a conciencia, mientras que él no dejó de gemir, no tanto por el dolor como por otras sensaciones, pues su polla volvió a recuperar dureza hasta alcanzar una nueva erección. Finalmente su cuerpo se tensó y ante las acometidas de las dos policías se corrió, con una fuerte eyaculación que empapó su polla y su pubis.

-Mírale –dijo Larissa-. Es toda una puta.

-De acuerdo… -dijo él con un hilo de voz-. No puedo más. Os diré lo que queráis…

Las dos mujeres salieron de él y dejaron que su cuerpo se derrumbara en el suelo. Susana se desprendió del arnés y Larissa dejó la porra. Se colocaron de pie sobre el hombre, con las piernas, cada una, a ambos lados de su cabeza, enfrentadas. Susana levantó su falda y se quitó las bragas. Larissa se abrió la bragueta, bajó el pantalón y la braga. Desde el suelo el violador pudo ver sus coños dilatados, abiertos y húmedos, recibiendo con ansia los dedos que les masturbaban, y pensó que aquella podría ser la última vez que disfrutara de un espectáculo como ese por mucho tiempo. Excitadas como estaban, las dos mujeres no tardaron en alcanzar el orgasmo, casi al unísono. Sendos chorros de líquido vaginal emergieron de sus rajas, empapando el rostro del hombre.

-¡Enhorabuena! –Dijo sarcástica Susana- Por primera vez en tu vida podrás decir que has logrado que una mujer se corra.