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Violador a medianoche

en No Consentido

VIOLADOR A MEDIANOCHE

La cerradura saltó con facilidad. Con su experiencia pocas eran las que se le resistían, pero ésta ni siquiera había supuesto un reto. Aguardó unos instantes a que sus ojos se adaptaran a la oscuridad, antes de dirigirse al dormitorio. A través de la puerta abierta pudo intuirla sobre la cama, durmiendo. Las sábanas se arremolinaban a su lado, seguramente apartadas por el calor nocturno, dejando al descubierto su cuerpo vestido sólo con una corta camiseta. Tumbada de lado, boca abajo, con las piernas entreabiertas, pudo disfrutar de las redondas formas del culo y, entre sombras, percibió los labios de la vagina. La sola imaginación del olor a sexo aceleró su excitación.

Se desprendió de su gabardina, mostrando una anatomía cuidadosamente trabajada en el gimnasio y perfectamente depilada, pubis incluido. Diversos piercings la adornaban, en los pezones, el ombligo, el frenillo, el escroto… Como única prenda lucía unos pantys con abertura entre las piernas, dejando al descubierto culo y genitales, y unas botas acharoladas, de caña alta y puntiagudo tacón.

Se agachó y recogió la braguita que descansaba enrollada e indolente sobre la alfombra, a los pies de la cama. Apenas dos mínimos triángulos de tela traslúcida unidos por una tira elástica. Disfrutó de su delicado tacto y la aproximó a su cara, inspirando profundamente para captar el olor que la impregnaba. A continuación se la puso, aunque la ajustada prenda apenas podía contener su fuerte erección.

Se aproximó a la cama y con sumo cuidado se subió a ella. Arrimó su rostro a la entrepierna de la mujer, un valle en penumbra, y captó el mismo aroma, más fuerte, que había saboreado en la braga. La proximidad de la jugosa hendidura le arrancó un suspiro.

Con suma delicadeza su lengua se posó sobre los labios, cerrados y relajados, lamiéndolos con deleite. La mujer emitió un leve ronroneo y reacomodó sus caderas, abriendo las piernas, como si inconscientemente quisiera facilitar el acceso a su sexo. Audaz, el intruso colocó sus manos sobre los glúteos y los separó, pudiendo introducir su lengua entre aquellos labios que comenzaban a despertar, abriéndose a las caricias del serpenteante y húmedo apéndice.

Lamió y jugueteó con la vagina, hasta lograr una abundante lubricación, síntoma de que su dormida víctima respondía excitada a sus caricias. Salió entonces de entre sus piernas y admiró el cuerpo que tan bien conocía, después de sus prolongadas vigilancias. Alta y estilizada, de anatomía atlética y rotunda, sus elegantes movimientos le conferían un aura de seguridad y cierto descaro; la corta cabellera rubia y su claro cutis, habitualmente sin maquillaje, le aportaban un aire de juvenil frescura. Allí tumbada culminaba las mejores fantasías del intruso, que infinidad de veces se la había imaginado desnuda; no pudo resistir el impulso de extraer su polla de la tirante braguita y masturbarse, aunque evitó correrse aún.

Aproximó su cara al rostro de la mujer y observó su boca entreabierta por la agitada respiración. Colocó entonces su pubis frente a ella y situó la punta de su goteante miembro entre los labios, introduciéndolo con cuidado en el interior de la boca. Emitió un gemido al sentir la cálida y blanda humedad de la cavidad, punzada su excitación por el leve contacto de los dientes. Se movió dentro con si estuviera follando un coño y la mujer, instintivamente, comenzó a chupársela.

¡Es fantástico!, pensó, deleitándose con el momento en el que eyacularía dentro de la boca. Pero supo que el juego estaba a punto de cambiar un instante antes de que ella abriera los ojos.

La mujer, embotada por el sueño, tardó unos instantes en comprender lo que estaba ocurriendo. Mudó su gesto de somnolencia en otro de sorpresa, para mostrar terror al intentar sacarse el pene de la boca.

El intruso trató de mantenerla dentro, disfrutando de la excitante situación, pero la mujer logró zafarse, limpiándose con la mano los restos de líquido seminal que escapaban de sus comisuras al tiempo que saltaba de la cama.

-Pero, ¿qué coño…?

La pregunta flotó en el aire, incontestada, cuando el intruso hizo aparecer en su mano una navaja que la mujer no acertó a adivinar dónde la escondía. Su metálico chasquido al abrirse sonó en el nocturno silencio como una amenaza. Paralizada ante la brillante hoja, fijó la mirada en los ojos del hombre mientras éste aproximaba el arma a su garganta.

-Quietecita –le ordenó, empujándola hasta tumbarla de nuevo sobre la cama-.

Con la hoja rasgó la camiseta, dejándola completamente desnuda y, lentamente, paseó el filo a lo largo de la anatomía de su víctima, deslizándola desde el estilizado cuello hasta las perfectas tetas, torneadas con la forma de dos jugosas gotas temblorosas por la agitada respiración de su dueña. La punta acarició la suave y redondeada piel, circundando la aureola y jugueteando con el oscuro pezón, erecto por el miedo o quizá por la excitación aún no disipada tras el abrupto despertar.

La otra mano del intruso descendió hasta su propia entrepierna, para sujetar el palpitante y amoratado pene. Introdujo la rodilla entre los muslos de ella y le obligó a abrirlos, dejando al descubierto la rugosa grieta rodeada de una aureola de suave y rubio vello, aún mojada por los fluidos que había excretado durante su húmedo sueño.

-¡No…!

Él abortó su negativa apretando la navaja contra su pecho, hundiendo ligeramente la carne sin llegar a cortarla. Dirigió entonces su miembro hasta la entrada del coño, y empujó hasta que el fuste al completo desapareció dentro de la vagina. Sin apartar el arma comenzó a mover sus caderas, empujando contra el cuerpo inerme de ella, respirando profundamente y espetando obscenidades a través de una boca saturada de saliva, como si saboreara el más exquisito manjar.

-¡Oh, sí, puta! ¡Cómo me gusta! Eres una zorra y me gusta metértela. Voy a follarte toda la noche, voy a dejártela dentro y no me pienso correr hasta mañana, puta, cerda…

Concentrado en su propio placer el intruso no se percató de que la mano de la mujer se desplazaba lentamente, tomando posición. Antes de que pudiera reaccionar agarró el piercing que adornaba uno de sus pezones y lo arrancó de golpe. Él profirió un alarido y se aparto hacia atrás, mirando la sangre que manaba de su rasgada tetilla, apartando inconscientemente la navaja de la mujer.

Ésta aprovechó para golpearle en el pecho y apartarlo de sí. Se lanzó hacia la mesita y sacó del cajón un revolver, pero antes de poder encañonar a su agresor éste reaccionó golpeándole la mano, haciendo caer el arma al suelo.

-¡¡¡Puta de mierda!!! –La apretó la mano contra el cuello-. ¡¡Joder!! ¡¡Mira lo que me has hecho, cabrona!! ¡Te voy a reventar por esto!

Con fiereza le abofeteó el rostro y la obligó a tumbarse boca abajo sobre el colchón, con el culo en pompa sobre el borde de la cama. Sin miramientos colocó su polla –que no había declinado durante la engarrucha, más bien al contrario- entre los glúteos de ella y empujó inmisericorde a sus gritos.

-¡¡¡Noooooo!!! ¡¡Hijoputa!! ¡¡Eso no!!

-¡Toma zorra! ¿Te gusta esto? ¿Te gusta que te la meta por el culo? ¡Te voy a partir en dos, guarra!

-¡¡Cerdo!! ¡¡Violador de mierda!! ¡Te juro que te la cortaré por esto!

-¿Ah, sí? Pues tendré que guardarla bien adentro.

El empuje brutal del hombre hizo pensar a la mujer que acabaría empalada contra el somier. Creía que no sería capaz de soportar el intenso dolor sin perder el conocimiento, cuando oyó echar abajo la puerta del apartamento y el estrépito de un montón de gente invadiendo la habitación.

-¡Quieto cabrón! –Ordenó uno de los policías- ¡Apártate de ella y tira la navaja al suelo si no quieres que te friamos aquí mismo!

Indiferente a todo lo que le rodeaba, el intruso continuó embistiendo contra el culo de la mujer, hasta que los agentes lo apartaron por la fuerza, inmovilizándole y arrebatándole la navaja. Él entonces bramó cuando de su polla manó un inacabable chorro de esperma, como la explosión de un geiger de cálido fluido, que aterrizó sobre el rostro y las tetas de la mujer.

Cuando se detuvieron las contracciones de la eyaculación, todos los agentes que atestaban la habitación se quedaron mirando el desnudo cuerpo empapado por los viscosos chorretones.

-¡¿Se puede saber dónde coño estabais?! –Les gritó ella con furia- ¡¿A qué estabais esperando?! ¡¿A que me degollara?!

Un silencio incómodo flotó en el aire hasta que el capitán lo rompió.

-Verás, Susana… quiero decir, agente. Comprenda que no queríamos precipitarnos. Debíamos asegurarnos de que era nuestro sospechoso. Además, parecía estar usted controlando la situación… perfectamente.

El comentario fue acogido por los demás hombres con evidente regocijo, pese a que se esforzaran por contener la risa. El intruso, sujeto y esposado, miró a Susana con un destello de victoriosa burla, de superioridad y desprecio.

Ella le devolvió la mirada con gesto impasible, como ajena a la actitud de sus compañeros y, sin previo aviso, avanzó un paso y lanzó una feroz patada contra la entrepierna del violador. Sintió en su pie como los genitales se aplastaban contra los huesos pélvicos y como el piercing que brillaba en el escroto se clavaba en éste. Sin emitir un solo sonido, congestionado, incapaz de respirar, el hombre se dobló sobre sí mismo y no calló al suelo únicamente porque dos de los agentes le seguían sujetando.

Miró a su alrededor, sosteniendo la mirada a los demás policías hasta que, uno por uno, la fueron apartando.

-Ahora quiero darme una ducha y vestirme. Así que ya os estáis largando todos de mi habitación. ¡Y llevaos esa escoria!

Obedecieron sin mediar palabra, arrastrando fuera del apartamento al inconsciente agresor.