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Alba y Diana (3)

en Lésbicos

Alba y diana (3)

 

Me levanté como pude. Tenía el cuerpo entumecido de tanto ejercicio. Me dolían todos los músculos. Me fui a dar una ducha y luego comí algo. Cuando miré el reloj eran ya las 8. Diana llegaría en un par de horas. Fui a ponerme guapa para ella. Quería impresionarla.

El tiempo pasaba muy despacio, estaba nerviosa, deseando que llegase. No dejaba de mirar el reloj. Me estaba desesperando… ¡no llegaba!

Un rato después sonó el timbre. ¡Era ella! Salté del sofá y me abalancé sobre la puerta. Al abrirla me llevé el chasco de mi vida. Solo era un mensajero… me traía un paquete. Cuando miré el remitente era Diana… no entendía nada.

Al abrir el paquete me quedé inmóvil. Era un vestido negro, de licra, y una nota:

"Esta noche será inolvidable.

Ponte esto y hazte un par de fotos para mí.

¡Te adoro!

Diana."

Me puse el vestido, me quedaba como un guante. Se pegaba a mi cuerpo como una segunda piel. Me quedaba algo corto, casi se me veía el culo, que solo estaba cubierto por un pequeñísimo tanga del mismo color que el vestido. Se me marcaban los pezones a través de la fina tela.

Fui al estudio y me hice unas cuantas fotos como Diana me pedía en su nota. Las imprimí y me senté impaciente en el sofá esperando su llegada.

Sonó de nuevo el timbre. Volví a dar un salto del sofá. Cuando llegué a la puerta me temblaban las manos. Estaba muy nerviosa y no acertaba a girar la llave para que ella pudiese entrar.

Cuando por fin pude abrir la puerta, la vi. En una de sus manos llevaba una bolsa, pero en lo que más me fijé era en que estaba preciosa, llevaba un vestido igual al que me envió pero de color rojo, sus pezones también se marcaban a través de la tela… solo con verla mi corazón se aceleró.

Ella casi ni me miró. Entro en la casa mientras yo me quedé sujetando la puerta con la mirada perdida en su culo, que se balanceaba a un lado y al otro mientras caminaba.

  • ¿Qué haces? – me preguntó- sígueme y no digas ni una sola palabra, ¿entendido?

Cerré la puerta y fui tras ella, no sé muy bien porque. Se metió en mi estudio. Todavía estaba allí el sofá de la otra noche. Diana se sentó sobre él. Yo me quedé en la puerta, mirándola como hipnotizada.

  • ¡Ven aquí! –me ordenó, yo obedecí su petición y fui hasta donde ella estaba. Intenté sentarme a su lado en el sofá, pero de un empujón me tiró al suelo.- Tú en el suelo.

No sabía a que estaba jugando, y tampoco sabía porque yo obedecía sus órdenes sin decir ni una sola palabra.

  • ¿Has hecho las fotos como te dije?- preguntó.

  • Si, ahora te las traigo. – Salí corriendo a buscarlas fotos y se las di.

Comenzó a mirarlas sin decir ni una sola palabra. Se detenía en cada una de ellas. Metió la mano en la bolsa que traía y me dio una cámara de video.

  • Ponla por ahí en uno de tus trípodes, que enfoque al sofá. Y trae una silla.

Obedecí de nuevo sin decir una sola palabra. Puse la cámara en el trípode, la puse a grabar y fui a por la silla.

  • Pon la silla ahí y siéntate en ella.- me dijo- Y no quiero que te muevas, solo mira. ¡Y no te toques! Si no me enfadaré contigo.

Accedí a lo que ella me dijo. Me senté muy quieta en la silla.

Diana se puso en pie. Dio varias vueltas a la silla donde yo estaba sentada. Se quedó justo detrás de mí. Puso las manos sobre mis hombros y me dijo susurrando al oído:

  • Esta noche no la vas a olvidar en tu vida. Relájate y solo disfruta.

Se puso en frente de mí. Comenzó a mover sus caderas hacia los lados, como bailando. Tenía una expresión picara y lasciva. No sé a donde quería llegar, pero me gustaba su juego.

Seguía moviendo sus caderas, mus manos recorrían todo su cuerpo. Parecía que estaba bailando suspendida en el aire. Comenzó a bajarse los tirantes de su vestido. Poco a poco, acariciando cada centímetro de su suave piel y yo tenía el corazón a punto de salirse del pecho.

Sus pechos quedaron libres ante mi atenta mirada. Lo peor de la situación era que no podía hacer nasa… solo mirar. ¡¡Y me estaba volviendo loca!! Ardía en deseos de lanzarme sobre ella y comérmela como nunca antes nadie lo había hecho. Pero le había prometido no moverme… ¡ni tocarme!

Diana tenía el vestido bajado hasta su cintura. Sus pechos se movían ante mí mientras ella los manoseaba y los pellizcaba. Sus pezones estaba erectos y apuntaban hacia mi boca, pidiéndome que los mordisqueara hasta dejarlos rojos.

Agarró su vestido y de un solo movimiento acabó en sus tobillos. No llevaba ropa interior. Sus rajita estaba completamente depilada… y brillaba de humedad. Me moría por deslizar mi lengua entre esos labios…

Se sentó en el sofá, abrió sus piernas y me mostró todo su coñito. ¡Dios mío!, me estaba poniendo mala…

Sus manos se deslizaban por sus pechos, bajaron por sus cintura y se perdieron en su entrepierna… ya no podía más… abrí mies piernas y moví mi mano con intención de acariciarme pero…

  • ¡No! –grito Diana- quedamos en que no te tocarías, ¿recuerdas?

Dejé mi mano en su posición anterior y seguí contemplando el espectáculo de mi amiga.

Sus manos volvieron a su coño. Se acariciaba el clítoris, se lo pellizcaba. Dos dedos entraban con total facilidad, estaba completamente empapada. Tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta. Suspiraba, gemía… sus gemidos subían de volumen, estaba a punto de correrse. Me encantaba ver su cara cuando corría. Esa expresión de placer era irrepetible.

Casi estaba gritando. Abrió los ojos y me miró fijamente mientras llegaba al orgasmo. Mis ojos clavados en su coñito, estaban a punto de salirse de sus orbitas. Y mi coño, ya totalmente humedecido no entendía porque a él no le tocaba su parte.

Diana se quedó un momento sentada en el sofá, recuperándose. Cuando ya había recuperado el aliento, metió la mano de nuevo en su bolsa y sacó unas esposas. La cosa pintaba muy bien.

Me pidió que me pusiese de rodillas en el suelo. Acercó la silla a mi pecho e hizo que me inclinase hacia delante apoyándome en ella. Pasó mis manos por debajo de la silla, y me las esposó. En esa posición no podía moverme, estaba totalmente a merced de sus lascivos deseos.

Volvió a meter la mano en la bolsa y sacó un pañuelo. Me lo ató alrededor de la boca para que no pudiese gritar.

Cuando volví a mirarla tenía unas tijeras en su mano. Mi mirada de incertidumbre lo tenía que decir todo.

  • Tranquila pequeña… vas a disfrutar como nunca. – Me dijo en un susurro.

Con las tijeras hizo trizas mi vestido, dejándome protegida únicamente por mi minúsculo tanga negro. Acarició mi espalda, de arriba hacia abajo, y cuando llegó a mi trasero me dio una fuerte palmada. Ahogué un grito en el pañuelo. Más que por el dolor, por lo inesperado que me resultó.

Se puso de rodillas detrás de mí, no la veía. Pero enseguida sentí sus manos sobre mi coño, acariciándome sobre el ya empapado tanga. Me lo bajó hasta las rodillas, y con las tijeras lo partió en dos. Una de sus manos comenzó a moverse entre los labios de mi coño. Buscando mi clítoris. La otra hacía hacia lo propio buscando mi agujerito. Cuando lo encontró me ensartó dos dedos de golpe. Estaba tan mojada que entraron con total facilidad.

  • Vaya… -dijo- ni si quiera he tenido que tocarte. Estas hecha una zorrita estupenda.

Sus dedos se movían en mi coño acompasadamente, entrando y saliendo. Pellizcándome el clítoris con tanta fuerza que me hacía daño. Pero ese dolor me excitaba todavía más.

Hizo que me corriese enseguida. Intentaba gritar pero el pañuelo ahogaba mis gritos. El sudor empapaba mi cuerpo. Estaba totalmente metida en mi papel de sumisa… de perra sumisa.

Volvió a darme una palmada en el culo. Esta vez haciéndome daño. Oí como rebuscaba nuevamente en su bolsa. Se puso frente a mí, sentada en el suelo. Tenía una de sus manos escondiendo algo en su espalda.

Con la mano que tenía libre me quitó el pañuelo de la boca.

  • Ahora, tienes que chupar muy bien- me dijo- si no quieres que te duela.

Yo me imaginé chupando no, devorando su coño para no ganarme un castigo. Pero que equivocada estaba… cuando sacó la mano de su espalada no pude evitar un grito de sorpresa.

Tenía un falo de goma enorme, de unos 8 centímetros de diámetro y unos 20 de longitud.

  • ¿No pretenderás meterme eso verdad? – pregunté asustada.

  • ¿Quién te ha dado permiso para hablar? – Pregunto Diana enfadada y me metió el falo en la boca- lubrícalo bien si no quieres que te duela.

Me dediqué a chupar el falo todo lo que pude. Ahí recordé lo que echaba de menos chupar una buena polla. Cuando Diana creyó que estaba lo suficientemente húmedo, me lo quitó y me volvió a colocar el pañuelo en la boca.

Se puso de nuevo detrás de mí y me escupió en el ano… no podía ser, quería meterme ese enorme falo por el culo. Empecé a revolverme en la silla y a decir que no con mi cabeza. Suplicando con la mirada que no lo hiciese.

  • Cuanto más te muevas más te va a doler… Así que estate quietecita. – me dijo

Lo acerco a la entrada de mi culo, presionó un poco y empezó a abrirse. En el siguiente empujón se abrió un poco más pero no lo suficiente. Al siguiente golpe ¡me lo metió hasta la mitad!

Ni si quiera el pañuelo que tenía en la boca pudo ahogar mi grito de dolor. Pero eso no la detuvo, comenzó a mover aquel falo dentro de mi culo cada vez más rápido y cada vez más adentro.

Me estaba rompiendo el culo literalmente. Me caían lágrimas de dolor, pero Diana seguía en su empeño de meterme por completo aquel falo hasta el fondo.

Cuando me revolvía intentando librarme de aquel horrible dolor, Diana me propinaba una palmada en una de mis nalgas que en aquel momento tendrían que estar más que rojas.

Poco a poco el dolor fue convirtiéndose en placer. Y madre mía que placer. Nunca me habían follado el culo de ese modo y me estaba volviendo loca. Pero para correrme necesitaba acariciar mi clítoris, y con las manos esposadas no llegaba. Diana seguía en su empeño con mi culo y olvidó esa parte de mi anatomía, retrasando así mi ansiado orgasmo.

Por fin recordó mi clítoris, con una de sus manos comenzó a pellizcármelo. Poco después note un calor recorrer mi espalda. Oleadas de placer fluían por cada uno de los poros de mi piel. Me estaba corriendo como nunca lo había hecho, con un enorme falo taladrándome el culo. Ahogaba mis gritos de placer en el pañuelo que tapaba mi boca. Y cuando por fin el intenso orgasmo acabó, Diana liberó mi culo de su dulce tortura, dejándome el agujero completamente dilatado.

Se puso frente a mí y liberó mis manos de las esposas y el pañuelo de la boca. Estaba agotada… apenas podía moverme.

Diana salió de la habitación con el falo en la mano. Fue al baño al limpiarlo. Al volver yo había conseguido ponerme sobre el sofá para descansar mi dolorido culo.

  • N i lo imagines, ahora me toca a mí. Toma – me entregó el falo- ya sabes lo que tienes que hacer. Chúpalo hasta sacarle brillo.

Accedí a lo que ella nuevamente me pidió, me lo metí en la boca humedeciéndolo todo lo que pude.

  • ¡Ya basta!- Gritó, y abrió las piernas todo lo que pudo- Ahora es mi turno.

Cogí el falo con una mano, con la otra fui acariciando el coño de diana, estaba completamente depilado, y húmedo. Que ganas de comérmelo. Le metí un dedo, entraba con extrema facilidad, luego dos, tres… mis dedos entraban y salían de su coño tan fácilmente que intenté meterle el falo de un solo empujón. Y para mi sorpresa entro sin ninguna dificultad.

Diana gemía y se retorcía de placer. Mientras hacía un movimiento de mete saca con el falo, mi lengua jugaba con clítoris. Me agarraba del pelo y me guiaba para que chupase como a ella más le gustaba.

Con mi mano libre empecé a jugar con el agujero de culo. Se dilató enseguida gracias a los fluidos de su coño. Cuando lo tenía ya lo suficiente dilatado, quité el falo de sus coño y se lo clavé en el culo de un solo empujón. Diana gritó de dolor, pero enseguida me dijo que siguiese.

Metía y sacaba el falo de su culo a mucha velocidad, con mi lengua recorría toda la longitud de su coño, parándome a mordisquearle el clítoris. Y con mi mano libre le metía dos dedos en su ya dilatado coño.

Diana empezó a correrse. Gritaba, temblaba… sus piernas estaban rodeando mi cabeza empujándome contra su coño. Tenía la espalda completamente arqueada, y las uñas clavadas en los cojines. Cuando acabó de correrse me soltó y se dejo caer en el sofá.

No podía dejar de mirarla, para mí era totalmente increíble todo lo que había pasado esos últimos días. Y más todavía si pensaba que mi compañera de andaduras era ella. La tímida Diana. Ella me miró a los ojos y sonrió con picardía. Se incorporó y me besó en los labios.

-Te quiero. – Me dijo

Yo también la quería. La quería a ella. Quería follar con ella. Quería que ella se corriese en mi boca una y otra vez. Quería correrme con ella.