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Imprevistos (2)

en Hetero: General

Dos semanas trabajando con el engreído sexy en el despacho de al lado. Tenía que recurrir a todo mi autocontrol para no salir por esa puerta y presentarme en su despacho para estar con él una vez más. Porque sí, finalmente me contrató para trabajar con él, aunque tenía serias dudas de si sería por mi eficiencia en el trabajo o en otras materias.

Después de aquel día en el ascensor cada vez que nos veíamos se nos escapaban sonrisas de complicidad, y en cuanto teníamos ocasión nos entregábamos como locos sin importar el lugar. Esa misma noche cenamos en la Bella Italia y después nos fuimos a un hotel y estuvimos despiertos hasta el amanecer desatando la pasión que nos volvió locos en aquel ascensor.

No habíamos vuelto a hablar de las señales ni nada que tuviese que ver con Tanya, quería pensar que no me importaba su vida, sólo era sexo, un sexo desenfrenado y enloquecedor que nos hacía perder los papeles a ambos. Aunque había nacido en mí una necesidad incomprensible de su cuerpo y sus caricias. Anhelaba sus besos y el modo en el que entraba en mí.

Suspiré y me dejé caer sobre el sillón de mi despacho, no quería pensar en el motivo de porque me sentía así. Prefería seguir creyendo y convenciéndome a mí misma de que era atracción, simple deseo y placer por un hombre que, para que negarlo, follaba mejor que nadie. Pero era atracción y deseo al fin y al cabo.

Unos suaves golpes en la puerta me sobresaltaron y con la voz ahogada le pedí que pasara la persona que estaba al otro lado. Por el umbral de la puerta apareció una cabellera broncínea acompañada de dos penetrantes ojos verdes que me miraban intensamente.

  • ¿Te apetece comer conmigo? –dijo el engreído sexy, o Edward, como me había dicho que se llamaba.
  • ¡Claro! –contesté mientras me ponía en pie y buscaba mi bolso y mi abrigo.

Negó con su cabeza y levantó una mano en la que traía una bolsa del restaurante chino de la esquina. Sonreí y me senté de nuevo en la silla. Él entró en mi despacho y cerró la puerta con el seguro. Al oír el clic de la cerradura otro clic sonó en mi cabeza y los nervios hicieron preso a mi estomago al imaginarme lo que se avecinaba, otra sesión de besos y caricias prohibidas. Sonreí nerviosa, era como si pudiese leerme el pensamiento y estuviese dispuesto a satisfacer mis necesidades.

Dejó la bolsa en el suelo al lado de la puerta y se acercó a mi mesa con andares felinos, como un puma dispuesto a saltar sobre su presa. El corazón se me desbocó acelerado y una sonrisa de suficiencia se dibujó en mi rostro, yo era su presa, la que iba a hacer que perdiese el control una vez más. Se paró frente a la mesa y apoyó en ella sus manos cerradas en puños echando su cuerpo hacia delante.

  • Señorita Swan –dijo con voz seductora-, he notado que está algo floja en su trabajo, creo que debería poner un poco más de empeño en lo que hace.

Me puse en pie y rodeé la mesa para situarme a su lado.

  • ¿Y usted que propone que haga señor Masen? –pregunté deslizando mi dedo por uno de sus brazos delineando los músculos bajo la tela de su traje.

Se giró y se apoyó casi sentándose sobre la mesa con los brazos a los lados de su cuerpo.

  • Me gustaría probar su ingenio –dijo pensativo-. Sorpréndame señorita, sé que tiene muchísimo potencial.

Sonreí con picardía y lo miré a los ojos. Él me devolvió la sonrisa y yo me acerqué a su cuerpo poniéndome entre sus piernas abiertas. Acerqué mi cabeza a su cuello, abrí mi boca y con mi lengua delineé la línea de su mandíbula, sonreí al notar como su respiración se aceleraba débilmente.

Sabía lo que quería, su cuerpo lo pedía a gritos porque el bulto de pantalón era más que evidente. Mi cuerpo también lo necesitaba, así que… ¿para qué retrasarlo más? Mis manos viajaron hasta su cinturón mientras mis labios continuaban haciendo estragos en su cuello. Mis dedos, que ahora habían superado la torpeza del primer día, hábilmente se deshicieron del cinturón, "sin querer" una de mis manos rozó sus bultito, y un gemido ahogado salió de sus labios.

Desbroché su pantalón y deslicé el cierre dejando que sus pantalones bajasen por sus piernas hasta sus tobillos. Me sujetó por la cintura y devoró mis labios con urgencia, pero yo me deshice de su agarre y lo miré con desaprobación.

  • Deje que me esfuerce Señor Masen, quiero probarle de lo que soy capaz –dije en un susurro.

Me sonrió de vuelta y volvió a apoyar las manos en la mesa dejándome el campo libre. Yo continué besando y lamiendo su cuello, mientras mis manos recorrían la goma de sus bóxers y se introducían débilmente entre la tela y su piel. Su cuerpo temblaba en antelación y yo tenía que controlar mis impulsos para no ir demasiado deprisa.

Metí mis manos por completo en sus bóxers sujetando sus caderas por el interior de la tela. De un rápido movimiento los deslicé hasta sus tobillos donde le hicieron compañía a sus pantalones. Me alejé dos pasos de su cuerpo, admirando al adonis que tenía frente a mí, sus piernas fuertes y torneadas, su miembro duro y erguido. Me mordí el labio inferior anticipándome mentalmente a lo que iba a suceder ahora, Edward suspiró y negó con su cabeza.

  • Bella me estás matando –susurró.

Reí y me acerqué de nuevo a él.

  • ¿Tiene prisa señor Masen? –pregunté divertida.
  • Sinceramente sí –contestó-. Hay cierta parte de mi cuerpo que la necesita con urgencia.

Me volví a reír y besé sus labios empapando mi boca con su sabor, dejando que mi lengua explorase cada rincón, mis manos acariciaron delicadamente la punta de su glande y el siseó entre dientes cerrando los ojos. Me alejé de él y me puse de rodillas a sus pies.

Sonrió de lado, derritiéndome por completo con su picara sonrisa torcida, aturdiéndome momentáneamente haciendo que mi entrepierna se mojase con antelación. Desperté de mi aturdimiento y lo miré a los ojos, me miraba divertido esperando mi próximo movimiento, pero lo que no se esperaba era lo que tenía pensado hacer.

Bajé mi mirada de nuevo hasta su miembro y lo agarré con ambas manos, su cuerpo se tensó al instante y con un solo movimiento me lo metí entero en la boca hasta que chocó con las paredes de mi garganta. Un gritó salió de sus labios y se agarró a la mesa con ambas manos. Yo sonreí en mi fuero interno por ser capaz de despertar ese tipo de sensaciones en él.

Comencé a deslizar esa parte tan sensible de su cuerpo dentro de mi boca, mi lengua humedecía cada centímetro de su miembro, haciendo círculos en su punta, dando ligeros lametones que le arrancaban suspiros. Una de mis manos aferraba con fuerza su base moviéndose arriba y abajo con mi cabeza y la otra masajeaba delicadamente sus testículos. En un momento dado puso una mano en mi cabeza, sujetando mi coleta haciendo que me moviese más rápido sobre su pene. Yo obedecí sin rechistar, mientras levantaba la vista para contemplar su cara completamente distorsionada por el placer.

Sentí como su miembro se endurecía y crecía un poco más, no sabía cómo eso era posible, pero todo indicaba que estaba muy cerca de su orgasmo. Ahora era cuando él me apartaba diciendo que eso no era cortés para una señorita distinguida… pero yo distaba mucho de serlo, así que esta vez me impondría y llegaría hasta el final.

  • Bella… para… por favor… no puedo más –balbuceaba.

Negué con mi cabeza sin sacar su miembro de mi boca, y eso lo hizo enloquecer más. Se agarraba a la mesa con tanta fuerza que temía que la partiera en dos de un momento a otro. Yo continuaba con un bombeo casi frenético, y los gemidos que él estaba emitiendo se estaban tornando alaridos de puro placer. Sus piernas temblaban y sus músculos estaban completamente tensos. Se envaró sobre la mesa y se quedó en silencio durante unos segundos. En seguida comencé a saborear como su néctar se deslizaba por mi lengua cubriendo mi boca con su sabor, continué succionando hasta que salió la última gota y me separé de él relamiendo mis labios con expresión golosa.

No me dio tiempo a reaccionar, cuando quise darme cuenta estaba sentada sobre la mesa, Edward me sujetaba ambas manos a los costados de mi cuerpo y juraría que nunca en mi vida nadie me había mirado con tanto deseo. Sus pupilas estaba dilatadas y sus mejillas ligeramente enrojecidas, estaba más sexy que nunca.

  • Eso ha estado muy bien Señorita –susurró en mi oído-. Pero déjeme mostrarle como se hacen las cosas por aquí.

Sin darme tiempo a contestar devoró mis labios e introdujo su lengua en mi boca con tanta violencia que casi me caigo de la mesa. Sus manos estaban en mis muslos y estaban subiendo lentamente mi falda, acariciando lentamente la piel que dejaba expuesta. Llegó hasta mi trasero y me atrajo hacia él pegando completamente hacia su cuerpo dejándome sentada al borde la mesa.

Puso las manos ahora en mis hombros y me empujó ligeramente para que me tumbara sobre la mesa, obedecí aturdida por el poder de su mirada que aniquilaba toda mi capacidad de razonamiento. En cuanto mi espalda reposó sobre esa superficie plana, noté sus manos nuevamente sobre mis muslos, subieron lentamente hasta mis caderas, dejando una sensación de ardor y hormigueo allí por donde pasaban, ardor que se intensificaba cuando con sus labios recorría el mismo camino que sus manos. Mi cuerpo temblaba en antelación, y creo que mi ropa interior estaba más que mojada. Llegó hasta la goma de mi tanga y la delineó suavemente con sus dedos, rozando también mi piel en el proceso, enviando cientos de descargas a lo largo de mi columna vertebral.

  • Me encanta arrancarte estas cosas tan pequeñas que llevas –susurró mientras inhalaba el olor de mi excitación-. Tengo guardadas todas las braguitas que te he roto –su voz era apenas un susurro y sonaba ronca a causa de la excitación.

Uno de sus dedos trazó la húmeda línea que dividía mis labios en dos sobre mi ropa interior y sentí como si dentro de mi cuerpo se hubiese encendido una hoguera y estuviese ardiendo en llamas. Un gemido ahogado salió de mis labios y tuve que sujetarme a la mesa para mantenerme firme sobre ella.

Metió sus dedos bajo la cintura de mi tanga y con un solo movimiento la partió en dos nuevamente. Tendría que plantearme el pedir un plus en mi sueldo para que el jefe siempre tuviese un tanga nuevo que romper.

Me quitó los zapatos con deliberada lentitud, haciendo que casi desfalleciera por la espera, alargando el momento todo lo que fuese posible para que mi tortura fuese mayor. Hizo que flexionase mis piernas y apoyase mis pies sobre la mesa. Se acercó por un lateral e inclinó su cuerpo sobre el mío para poder besarme. Introdujo su lengua en mi boca una vez más mientras sus manos desabrochaban uno a uno los botones de mi blusa, rozando mi piel accidentalmente haciendo que todo mi ser se estremeciera ante su sutil tacto. Cuando la hubo desabrochado por completo continuó besándome mientras uno de sus dedos dibujaba círculos en mi vientre.

No entendía como me hacía vibrar con tan sólo una caricia, no podía entender como casi sin proponérselo era capaz de hacer de mí lo que le viniese en gana. Y menos podía entender que estuviese tan enganchada a él que no me importara que me utilizase a su antojo sin importar nada más.

No tuve mucho más tiempo de lucidez para poder pensar y replantearme lo que estaba haciendo, porque una de sus manos llegó hasta sexo, se introdujo entre mis labios y acarició suavemente mi clítoris. Mi espalda se arqueó en respuesta y uno de sus dedos se introdujo con fuerza dentro de mí, grité y me aferré a la mesa con más fuerza.

  • Siempre estás tan húmeda para mí… -ronroneó en mi oído haciendo que toda mi piel se pusiese de gallina.

Sacó su dedo de mí y tuve que reprimir las ganas de pegarle por alejarse estando en este estado, intente incorporarme pero no me dejó. Se puso entre mis piernas abiertas y mi mente se nubló por completo. Esto no podía estar pasando en mi despacho…

Hundió sus dedos bajo mi sostén y me estrujó los pechos arrancando gemidos de mi garganta. Deslizó sus manos por mis costados hasta acabar en mis caderas, me sujetó con fuerza y en cuanto noté el contacto de su lengua en mi sexo un más que audible gemido abandonó mis labios.

No era la primera que me hacía eso, pero madre de dios, ¿cómo era capaz de mover la lengua a esa velocidad? ¿Por qué le resultaba tan sencillo saber exactamente donde tenía que chupar?

Tenía que cerrar mis ojos porque creía que se me saldrían de las orbitas, estaba casi segura que mi mesa tendría la marca de mis uñas, que estaban clavadas en la madera. Gracias a Edward me estaba sujetando que si no estaría levitando por la habitación mientras mi mente se desconectaba por completo de mi cuerpo.

Notaba como poco a poco la espiral iba tomando forma en mi vientre. Como con cada arremetida de su poderosa lengua la espiral se hacía más grande y giraba a más velocidad. Cuando metió dos dedos en mi interior creí que me moría, tuve que aferrarme a su pelo para creer que era real lo que me estaba pasando y, en dos embestidas de sus dedos mientras su lengua devoraba con ansias mi clítoris, la espiral explotó haciendo que todo mi cuerpo vibraba y mi alaridos hiciesen temblar los cristales de la ventana.

Mi alma se desconectó de mi cuerpo en ese momento y sobre la mesa solo quedó un amasijo de huesos y músculos sin consciencia de nada. No sabía porque los orgasmos con él me dejaban en ese estado de éxtasis, no sabía cómo era capaz de que mi cuerpo perdiera toda su consistencia y se volviese gelatina bajo sus manos. Era como un mago, sí, un mago del sexo. Y muy lejos de estar satisfecha ahora lo que necesitaba era que pusiese en uso su varita mágica.

Me incorporé lentamente y Edward me abrazó y me estrechó contra su cuerpo, no entendía como era tan extremista, del mago del sexo pasaba a ser un gatito mimosos en cuestión de segundos, me desconcertaba pero a la vez me gustaba que me tratase con cariño.

Me tomó en brazos y me puso en pie frente al sofá que había junto a la puerta. Me miró a los ojos y volvió a besarme, haciendo que mi boca se inundase con el sabor de mi propia excitación.

Acarició mi cintura y se deshizo de mi blusa y mi sostén, bajó sus manos por mi espalda y abrió el cierre de mi falda dejando que esta resbalase por mis piernas hasta acabar en el suelo. No sé en qué momento él se había desnudado pero lo tenía frente a mí en todo su esplendor. Ahogue un gemido al ver sus perfectos abdominales y sus pectorales notablemente marcados. No pude evitar que mis curiosas manos los acariciaran con devoción deteniéndome en cada pliegue de su piel intentando memorizarlos uno a uno.

Me empujó lentamente para que me sentase en el sofá y mi cuerpo obedeció al instante… creo que mi mente quedó flotando en algún lugar cerca de mi mesa. Sólo era una autómata obedeciendo sus órdenes y disfrutando de sus besos y sus caricias. Y él parecía disfrutar de esa ventaja que tenía sobre mí, porque la aprovechaba al máximo.

Mientras lamía, chupaba y mordía mis pezones yo era incapaz de enlazar dos pensamientos coherentes. De lo único que era consciente era de ese tremendo hombre que ahora estaba arrodillado entre mis piernas dándome el mejor sexo del que podía haber imaginado en mi vida.

Sin previo aviso noté como su miembro se abría paso entre las paredes de mi sexo, que lo recibió gustoso haciendo que mil estímulos recorriesen mi espalda. Se quedó inmóvil un momento, enlazando su mirada con la mía, alargando el momento, mi tortura.

  • Edward… por favor –susurré.
  • ¿Por favor qué? –preguntó
  • Por favor muévete –supliqué

Se echó hacia atrás y luego se abalanzó hacia delante penetrándome más intensamente. Mi cuerpo se amoldó al suyo y un alarido salió de mi garganta.

  • ¿Cómo quieres que me mueva, Bella? –ronroneó en mi oído.
  • Fuerte… rápido… -balbuceé.

Volvió a embestirme con fuerza, mis entrañas se retorcieron de placer.

  • Bella… -susurró- Dime que nadie es capaz de hacerte temblar así.
  • Soy tuya Edward

Esas palabras abandonaron mis labios sin saber porque, pero estaba segura de que no había una verdad más cierta, nadie, nunca, había despertado mi cuerpo de ese modo. Y aunque las palabras no lo habían dicho me sentía inexplicablemente unida a él en cualquier contexto posible.

Esas palabras fueron el detonante, la chispa que encendió la mecha de su autocontrol. Sus embestidas comenzaron a hacerse más violentas y necesitadas. Sentía como se abría paso en mi interior entrando cada vez más profundamente. Sus manos se deslizaban por mi cuerpo marcando mi piel con su olor allí por donde pasaban, haciéndome suya en todos los sentidos.

Todos mis nervios se pusieron alerta, todas mis sensaciones se unieron en un mismo punto, mi vientre. Con cada embestida un cúmulo de mil cosas se acumulaban ahí formando nuevamente la espiral. Me aferraba a su cuerpo con manos y piernas, mis labios, ávidos, deseosos, muertos de sed, exploraban su boca, su cuello, sus hombros… cualquier parte de su cuerpo que estaba a su alcance, marcando también su piel con mi propio olor, haciéndolo mío.

Mis gemidos se mezclaba en el aire con sus rugidos, mi sudor se mezclaba con el suyo sobre nuestros cuerpos, y nuestras miradas estaban enlazadas por un mismo lazo. Dos embestidas más fueron las necesarias, solo dos roces de su carne con la mía fueron suficientes para desatar la locura. Mi cuerpo explotó y me sentí en una montaña rusa, sentía su cuerpo vibrar y derramarse dentro del mío y todo, absolutamente todo desapareció de mi vista. Sólo era consciente de él, entre mis piernas, conmigo, dentro de mí, llevándose cualquier resquicio de mi cordura con él.

Se dejó caer sobre mi cuerpo y nuestras respiraciones se enlazaron, su cabeza descansaba sobre mi hombro y mis brazos rodearon su cuello instintivamente. Por momentos podía sentir que sus labios dejaban suaves besos sobre mi piel, pero no era plenamente consciente de ello. Ahora mismo estaba en otro mundo, disfrutando de mi locura post-orgásmica con Edward, esa que sólo él sabía desatar.

Minutos después ambos estábamos sentados en ese mismo sofá, abrazados y comiendo comida china fría. Nuestras sonrisas eran imborrables, nadie estropearía ese día, nadie sería capaz de hacer que mi sonrisa me abandonase.

  • Bella –susurró en mi oído- ¿te apetece cenar esta noche en mi casa? Prometo que la comida estará caliente.

Lo miré y mi sonrisa predilecta se dibujaba en su rostro. No pude más que asentir, olvidando cualquier procedimiento posible para que mis cuerdas vocales se pusiesen en funcionamiento. Me estrechó con más fuerza entre sus brazos y dejamos que las horas pasasen para que nuestra nueva cita diese comienzo.