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Imprevistos

en Hetero: General

No recuerdo en qué momento de la noche me quedé dormida. Los cálidos rayos del sol que se colaban entre las cortinas semi abiertas rebotan en un espejo y se proyectaban hacia mi cara sin remordimientos. Cerré los ojos con fuerza y me cubrí la cabeza con las sábanas en un intento de alejar la luz, pero un estruendoso pitido irrumpió en el silencio de la habitación de hotel. Apagué el despertador de un manotazo y me desperecé con desgana.

Después de una ducha y un café rápido, me senté en la cama de aquella habitación mirando indecisa hacia mi maleta abierta en el suelo.

¿Qué me iba a poner?

Después de revolver todo durante varios minutos me decidí por un vestido negro, vaporoso, anudado al cuello por dos finas tiras, que me llegaba unos centímetros por encima de la rodilla. Era algo sobrio, pero justo lo que necesitaba. Y, por supuesto, mis adorados tacones, también negros en esta ocasión, adornados con unas delicadas hebillas plateadas.

Me miré al espejo y suspiré.

  • Vamos pequeña, tú puedes –me dije a mí misma.

Me dejé el pelo suelto, las suaves ondas de color café caían hasta la mitad de mi espalda. Enmarqué de negro mis ojos chocolate y apliqué un poco de gloss a mis labios.

Suspiré de nuevo. Hoy era el gran día.

Cuando las puertas del hall del hotel me mostraron la calle, un millón de mariposas revolotearon en mi estómago. Los nervios, que hasta ese momento se habían olvidado de mí, me dieron de lleno en la tripa y casi podía empezar a notar las nauseas.

Caminé por la calle despacio, evité ir en taxi porque necesitaba respirar aire puro para serenarme. Pero era inútil, los nervios no me abandonaban. Me apoyé en una farola para respirar profundamente, ya que la cabeza empezaba a darme vueltas. Tenía que controlarme, no podía llegar a mi primera entrevista de trabajo en ese estado. Inspiré y expiré profundamente un par de veces llenado mi cuerpo de valor, ese que por supuesto no tenía, y continué caminando lentamente rumbo a mi destino.

No tardé en llegar.

El imponente rascacielos se alzaba amenazante ante mí y un estremecimiento hizo temblar todo mi cuerpo. Respiré profundamente una vez más para tranquilizarme y con paso firme entré en el edificio.

El hall era enorme, había un mostrador de información a mi izquierda custodiado por dos jóvenes recepcionistas con sonrisas perfectas, fingidas como no. Al fondo había cuatro ascensores: mi objetivo. Elegí uno al azar, pulsé el botón y mientras esperaba miré a mi alrededor. Las paredes estaban pintadas de un azul muy suave y unas enormes ventanas dejaban que la incipiente luz del sol iluminara la estancia, todo era amplio y luminoso, dándole un aspecto acogedor.

La campanilla del ascensor anunciando su llegada me sobresaltó y con paso vacilante avancé hasta su interior. Pulsé la tecla que me llevaba hasta el piso quince y me poyé en una de las paredes para intentar controlar el temblor de mis piernas.

Una mujer de mediana edad y un hombre que parecía poco mayor que yo entraron detrás de mí.

  • ¡Oh! –exclamó la mujer-. He olvidado unos documentos en el coche, voy a buscarlos y me reúno contigo en tu despacho.

El hombre sólo asintió y sonrió ligeramente. El ascensor cerró sus puertas y comenzó a moverse.

El hombre comenzó a dar vueltas caminando impaciente, suerte que el ascensor era amplio. Se rascaba la barbilla y se apretaba el puente de la nariz intermitentemente. Se notaba bastante nervioso y, sus nervios sumados a los míos en un espacio tan reducido, serían una bomba de relojería a punto de estallar.

  • Disculpe –musité, él levantó la mirada y sus ojos verdes se clavaron en los míos. Por un momento olvidé lo que iba a decirle, pero enseguida recuperé la compostura- ¿Podría estarse quieto? Me está poniendo histérica.

  • Lo siento –y bajó su mirada al suelo-. Hoy es un día importante y estoy un poco nervioso.

  • No es necesario que lo jure –susurré para mí misma.

El pareció escucharme y sonrió con dulzura.

  • Usted no parece muy tranquila tampoco –dijo con voz aterciopelada posando en mí su mirada.

Iba a contestarle pero el ascensor hizo un movimiento extraño y con un molesto estruendo se detuvo. Y de repente todo se quedó a oscuras.

Inconscientemente casi dejé de respirar y me pegué más a la pared, sujetándome como podía con mis manos, para así sentirme un poco más segura.

Pasados unos segundos la bombilla de emergencia se encendió y el pequeño cubículo se inundó de la penumbra que esa suave luz proporcionaba. Con la mirada busqué a mi compañero de "viaje" y lo encontré en la pared de enfrente en la misma posición que yo estaba. Si la situación fuese menos tensa estaría riéndome a carcajadas.

  • ¿Qué ha pasado? –pregunté en un murmullo.

  • No lo sé –contestó igual de bajo.

Pasaron unos minutos en los que ninguno de los dos movió ni un solo musculo. Cansada de estar en esa posición y prediciendo que la situación seguiría igual por tiempo indefinido, dejé que mi cuerpo descendiese lentamente hasta acabar sentada en el suelo. Flexioné mis rodillas y las abracé ocultando mi rostro entre ellas.

Pasaron unos minutos más en absoluto silencio, sólo se oían golpes sordos y gritos en la distancia a través de las paredes.

  • ¿Qué cree que ha pasado? –pregunté con voz apagada.

  • Supongo que ha sido un apagón –contestó en un susurro- Ha pasado alguna vez últimamente, el edificio está en obras.

Levanté ligeramente la cabeza y lo vi también sentado en el suelo frente a mí, me miraba con curiosidad y una medio sonrisa.

  • ¿Sabe? Creo que esto es una señal –murmuró.

Yo levanté mi cabeza y lo miré inquisitivamente alzando una ceja.

  • Hoy le iba a pedir a mi novia que se casase conmigo –explicó-. No sé si esto será una señal para que no lo haga.

Sonreí amargamente.

  • Yo no creo en las señales- dije en tono mordaz- En la vida no hay señales, sólo imprevistos.

Las señales a lo largo de mi vida no me habían servido de nada. Todas mis relaciones amorosas, con señales o sin ellas, habían fracasado estrepitosamente.

Nos quedamos en un cómodo silencio por un tiempo más. Tiempo que aproveché para fijarme más en mi compañero. Aunque ahora estaba sentado, recordaba que era alto, musculoso sin llegar al exceso, tenía una sombra de barba por no haberse afeitado esa mañana, su piel era algo más pálida que la mía aunque tenía un ligero rubor en las mejillas, supongo que por el calor que allí hacía en ese momento. Calor que provocaba que unas ligeras gotas de sudor perlaran su frente, sobre la que caían algunos mechones de su ahora húmedo y broncíneo cabello, que estaba severamente desordenado dándole un toque sexy.

¿Sexy?

¿Isabella, la que se había prometido a sí misma no volver a mirar a un hombre con intenciones de algo más, decía que ese hombre era "sexy"?

La verdad es que tenía que reconocerlo… lo era, era endiabladamente sexy.

Su cuerpo enfundado en ese caro traje de Armani tenía muy buena pinta, eso sin mencionar sus ojos verdes que me miraban como si pudiesen traspasarme. Y su sonrisa… sonreía de lado socarronamente como si supiese lo que estaba pensando.

¡Oh mierda! ¿Se habría dado cuenta de que lo estaba evaluando?

Inevitablemente mis mejillas se tiñeron de rojo y un par de gotas de sudor descendieron por mi nuca haciéndome estremecer. Me estaba muriendo de vergüenza ¿sería capaz de saber lo que estaba pensando? ¡Eso es imposible estúpida! En la vida real la gente no va leyendo mentes por ahí.

De repente comencé a sentirme muy nerviosa. Las manos comenzaron a temblarme, mi respiración se volvió entrecortada y mi corazón latía desaforado. Cuando quise darme cuenta estaba jadeando buscando el aire que parecía que me faltaba y sujetándome a la falda de mi vestido con fuerza.

Dos fuertes y suaves manos me sujetaron con firmeza por los hombros y me zarandearon con suavidad. Abrí mis ojos y otros de color verde me observaban preocupados. Podía ver como sus labios se movían acompasadamente pero ningún sonido llegaba a mis oídos, solo los fuertes jadeos que salían de mi pecho eran captados por ellos.

Mi cuerpo temblaba y se estremecía sin control, estaba en mitad de un ataque de nervios, lo sabía, pero no sabía cómo detenerlo. Cómo de la nada, unos suaves labios se posaron sobre los míos y me quedé paralizada. Mi respiración se detuvo y mi corazón se saltó un latido. Una descarga eléctrica recorrió todo mi cuerpo haciendo que un escalofrío recorriese mi espalda. Mis ojos se abrieron de par en par y vi a mi compañero de viaje pegado a mi rostro con sus ojos entrecerrados. Mis manos, que antes estaban sujetando mi falda, ahora sujetaban las mangas de la chaqueta de aquel tipo.

Se separó antes de lo que hubiese deseado. Sus labios eran suaves y dulces y por la sorpresa del momento no pude saborearlos en todo su esplendor. La cabeza comenzó a darme vueltas y me di cuenta de que todavía no había vuelto a respirar. Volví a jadear, pero esta vez no era por nervios, era por necesidad.

  • ¿Por qué no me ha dicho que tenía claustrofobia? –dijo burlándose.

  • Porque no lo sabía, no acostumbro a quedarme encerada en ascensores con desconocidos que me besan sin más –aunque ese pequeño contacto me había encantado no dejaría que lo supiese.

Rió ligeramente e intentó sentarse a mi lado, pero no pudo.

  • ¿Puede soltarme? –preguntó sonriendo.

Miré mis manos y todavía sujetaban con fuerza las mangas de su chaqueta. Al soltarlas vi tremendas arrugas que mis manos provocaron y me avergoncé tiñéndome nuevamente de rojo.

  • Lo siento –susurré, creo que demasiado bajo.

Ahora sí se sentó a mi lado, mirando al frente. Yo me sentía más tranquila, pero en mi mente no dejaban de dar vueltas las sensaciones que habían atravesado mi cuerpo cuando sus labios se posaron en los míos.

  • Lo siento –susurró de repente. Yo lo miré fijamente-. Por besarte, un día vi en un documental que era eso o una bofetada, y como comprenderás no iba a pegarte.

  • ¿Ahora me tuteas? –pregunté sin saber muy bien porque, la poca distancia que nos separaba me alelaba irremediablemente.

  • Te he besado –y su sonrisa torcida volvió a aparecer dejándome nuevamente sin respiración-. Creo que se puede tutear a las personas que se han besado.

Sonreí tímidamente y me encogí de hombros. Si para él esa justificación era suficiente no le rebatiría. Que me tuteara lo que quisiera pero que volviera a besarme por favor…

Alejé esos pensamientos de mi mente, con lo obvias que son mis expresiones, seguro que se daría cuenta en menos de nada.

El calor era cada vez más sofocante, el hombre se levantó y se quitó su chaqueta dejándola caer al suelo delante de mí. En uno de sus bolsillos se veía que tenía un par de estilográficas, así que, ni corta ni perezosa cogí una de ellas y me recogí el pelo con ella. Me miró sonriendo y yo volví a encogerme de hombros.

  • Tú me besas y yo te tomo prestada una pluma –le dije con suficiencia.

Volvió a sonreír de lado y negó suavemente con la cabeza. Apartó su mirada de mí y suspiró sonoramente. Me mordí la lengua para no preguntarle que le pasaba… aunque en el fondo me interesaba más de lo que debiera.

Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó una caja de joyería de terciopelo rojo. La abrió y me mostró el contenido. Era un anillo de oro blanco con un enorme diamante engarzado. Al verlo se me encogió el pecho al pensar que nadie me regalaría a mi nada que se le asemejara siquiera.

  • Tengo una reserva para la "Bella Italia" –dijo-. Me ha costado un riñón conseguirla, pero creía que ella lo merecía.

  • ¿Creías? –no pude evitar que la esa palabra saliese de mis labios. Inexplicablemente sentía demasiado interés por el hombre que estaba sentado a mi lado.

Se encogió de hombros y me miró sonriendo.

  • Las señales están para algo… -susurró.

  • Si quieres tirar tu vida por la borda sólo por quedarte encerrado en un ascensor con una desconocida que te roba plumas… tú sabrás –le dije con indiferencia.

Soltó una enorme carcajada sin dejar de mirarme.

  • Eres extraña –dijo por fin, yo debí mirarlo mal porque su expresión cambió y comenzó a explicarse-. No en el mal sentido… es que nunca he conocido a nadie como tú.

  • No me conoces –espeté con frialdad.

Otra de las cosas que a base de tortazos me había enseñado la vida, es que las primeras impresiones nunca son las acertadas, todo el mundo esconde un lado oscuro, hasta yo misma lo tenía.

Suspiró y se quedó en silencio con la mirada clavada en algún punto de la pared de enfrente. Ahora la que suspiró fui yo… quizás me había pasado. Él solo intentaba ser amable y pasar un rato entretenido mientras permanecíamos encerrados.

  • Lo siento –susurré. Levantó la cabeza y me miró confuso.

  • No importa… -dijo-. Has dicho la verdad, no te conozco… aunque no me importaría.

Lo miré incrédula, ¿estaba intentando decirme algo? No podía ser… alguien como él, nunca se fijaría en una chica tan poca cosa como yo. Negué enérgicamente con mi cabeza mientras murmuraba.

  • Si lo hicieses te decepcionarías… en el fondo no soy tan interesante.

  • Déjame que dude eso… o mejor todavía –algo brilló en sus ojos mientras una idea cruzaba por su cabeza- ¿Por qué en lugar de cenar con Tanya esta noche vienes conmigo y nos conocemos mejor?

Lo miraba con la sorpresa pintada en mi cara… no podía estar hablando en serio.

  • ¿Quién es Tanya? –pregunté.

  • Es mi prom… mi novia –susurró-. O al menos lo era hasta hoy.

  • ¿Otra de tus señales? –pregunté alzando una ceja.

Rió con intensidad…

  • No, digamos que ha sido un imprevisto -dijo con una mueca de burla.

  • No pienso ir a esa cena… -dije muy segura de mí misma.

  • ¿Por qué? –preguntó.

  • Si tus señales te dicen que no vayas con Tanya no vayas, pero yo no soy el segundo plato de nadie –le dije de un tirón sin pararme a coger aire.

Volvió a sonreír de lado y a negar con su cabeza.

  • ¿Qué te parece tan gracioso? –inquirí con frialdad.

  • Te diré esto por experiencia, aun pecando de ser engreído –explicó-. Pero cualquier chica mataría por ir a cenar conmigo y más a la Bella Italia y tú… me rechazas sin más, por simple orgullo.

  • No es sólo por orgullo –dije dedicándole una mirada acusatoria-. Y sí, eres demasiado engreído.

Volvió a carcajearse en mi cara… no le entendía. Nunca me había topado con un tipo como él. Era sexy… ¿Qué digo? Realmente estaba muy bueno y tenía ese punto de chico malo que lo hacía irresistible. Pero en cuanto abría la boca perdía todo el encanto.

  • Si no es por orgullo ¿por qué es entonces? –volvió a preguntar.

  • No eres mi tipo –contesté tranquilamente-, realmente ningún chico es mi tipo. En mi vida no hay lugar para citas.

  • ¿Eres homosexual? –preguntó de repente.

Yo me quedé paralizada y casi me atraganto con mi propia saliva… ¿homosexual yo? Si lo fuese no estaría conteniendo la baba que se me cae cada vez que lo miro más de dos segundos seguidos.

  • No me lo he planteado nunca –dije con un hilo de voz.

  • ¿Entonces cual es el problema? ¿Por qué no quieres citas?

  • No es de tu incumbencia –mi tono de voz frío y amenazante volvió a salir a flote.

Ese chico lograba sacarme de mis casillas sólo con abrir la boca. Si no estuviese tan bueno ya le habría enviado a un lugar que me sé yo. Me puse en pie y comencé a caminar en círculos para tranquilizarme. No sabía si estaba tan nerviosa por el encierro o por tener que compartirlo con el engreído sexy… suspiré abatida mientras mi mirada se perdía en el techo y me apoyaba en una de las paredes.

  • ¿Te molesta mi presencia? –preguntó sobresaltándome.

  • Mientras permanezcas callado podré soportarlo –dije en tono neutro. Sin apartar la mirada del techo.

De repente noté una cálida respiración en mi cuello.

  • Pues tápamela –susurró en mi oído antes de besar mis labios con premura.

Me tensé, pero en lugar de parar, el continuó besándome. Sujetó mi cintura con fuerza y me atrajo hacia él, noté su sexo excitado contra mi vientre e, involuntariamente, un ahogado gemido salió de mi garganta.

Sin entender muy bien porque, mi cuerpo respondió a ese beso y mis manos rodearon su cuello. ¿Qué no sé por qué? Ok, si lo sabía, porque el engreído estaba muy bueno y con solo mirarlo me ponía mala.

Sus manos acariciaban el pedazo de piel de mi espalda que el vestido no tapaba, y las mías se enredaban en su pelo atrayéndolo más hacia mí. Se apartó un poco clavando sus verdes ojos en los míos.

  • Ves como puedes mantenerme callado –digo muy pagado de sí mismo.

Agarré su corbata y de un tirón lo atraje de nuevo hacia mí, chocando sus labios con los míos de nuevo. ¡Qué bien besaba! Se movía con maestría contra mi boca, su lengua, húmeda y juguetona se abrió paso entre mis dientes y exploraba con esmero. La mía no se quedaba atrás, y juntas se enredaban en una batalla en la que ninguno de los dos perdía.

Me estrechó más contra su cuerpo, su miembro completamente excitado se clavó en mi bajo vientre, e instintivamente mis caderas se encajaron entre las suyas. Dejó mis labios para recorrer besando cada centímetro de la piel de mi cuello. Yo suspiraba acalorada y me mordía el labio inferior para evitar los gemidos.

Sus manos subieron por mi espalda hasta mi cuello, donde de un solo tirón desató las tiras que ceñían mi vestido. Se apartó ligeramente mientras observaba con atención como la fina tela descendía por mi cuerpo dejándome ante él sólo con una fina y pequeñísima tanga de encaje negro.

  • Hermosa –susurró en mi oído enviando mil descargas por todo mi cuerpo.

Volvió a atacar mis labios, pero yo no me quejaba… sus manos acariciaron con delicadeza mis pechos. Cuando sus pulgares rozaron mis pezones ya excitados y erectos un ligero gemido abandonó mi garganta.

Mis dedos, torpes y temblorosos, fueron hasta sus cuello aflojando su corbata y luego desabrochando uno a uno los botones de su camisa. Cuando tuve frente a mí su pecho completamente expuesto, mis labios se aventuraron a explorar y lo recorrí por completo dejando un camino de besos y caricias húmedas con mi lengua, memorizando todos los pliegues de su suave piel.

Él suspiraba y gemía sin control y a mí me encantaba la sensación de ser yo quien arrancaba esas sensaciones en él.

Sus manos, de un rápido movimiento, se deshicieron de mi tanga partiéndolo en dos, y casi grito cuando sus dedos acariciaron lentamente mi sexo.

  • Estás tan húmeda… - murmuró de nuevo en mi oído.

Tuve que ahogar un jadeo, no entendía como era capaz de provocarme sólo con su voz.

Con torpeza desabroché su cinturón y su pantalón, que lentamente descendió por sus caderas hasta llegar a sus rodillas. De un manotazo bajó también sus bóxers, dejando expuesto ante mí su enorme miembro. Mis manos, casi automáticamente, fueron directas a él, acariciando su punta suavemente. Dejó caer su cabeza hacia atrás y suspiró con fuerza cuando una de mis manos lo rodeó y lo acarició suavemente descendiendo por toda su longitud.

Ahogó un gemido gutural y una de sus manos golpeó ligeramente la pared al lado de mi cabeza.

  • ¡Joder! –gritó- Ya basta de juegos.

Se agachó y sacó un condón de su cartera. Se lo arranqué de las manos y se lo puse muy despacio, quizá demasiado, porque su cara reflejaba las ansias que tenía de acabar con todo eso de una vez, ¿o quizás lo qué quería era empezar?

Cuando ya lo tenía completamente puesto agarró mi cintura y me alzó en vilo. Grité ligeramente, pero mis piernas rodearon su cintura con firmeza. Volvió a besarme con urgencia. Explorando con su lengua lugares casi desconocidos de mi boca. Mis manos, enredadas en su cuello y en su pelo, lo atrajeron con fuerza y necesidad hacia mí.

Sus brazos aflojaron su agarre y mi cuerpo descendió ligeramente, enseguida noté su duro miembro en la entrada de mi sexo, gemí contra sus labios cuando se fue abriendo paso dentro de mí. Lentamente toda su longitud se acopló perfectamente en mi interior, jadeé frenéticamente buscando aire cuando sus labios liberaron los míos.

Sus caderas comenzaron a moverse en un vaivén acompasado que casi me hacía desfallecer, sus envestidas eran fuertes, pero a la vez cuidadas con esmero y precisión. Mientras besaba mis labios una de sus manos estaba aferrada a mi trasero empujándome contra él, y la otra masajeaba delicadamente mis pechos pellizcando mis pezones.

Liberó mi boca y clavó sus ojos en los míos, en ellos se leía la necesidad y el deseo que lo poseían en ese momento. En mi estomago poco a poco se fue formando una espiral, giraba y giraba, en cada embestida con más velocidad.

  • ¡Joder! –volvió a gritar en mi oído.

De repente la espiral comenzó a girar mucho más rápido, enviado oleadas de calor y placer por cada una de mis terminaciones nerviosas. Él volvió a gemir en oído y en dos escodas más la espiral explotó liberando todo el placer contenido a lo largo de mi cuerpo.

Perdí toda noción del tiempo y el espacio, jadeé, gemí, grité… realmente no sé lo que hice porque mi alma me abandonó en ese mismo instante. Una embestida más y me dejé caer pesadamente contra su cuerpo.

Su risa musical en mi oído me trajo de nuevo a la realidad y lo miré con los ojos entrecerrados.

  • ¿Te encuentras bien? –preguntó en un susurro.

Asentí casi sin fuerzas, y al mirar a mi alrededor nos vi sentados en el suelo y a mí apoyada ligeramente en su pecho desnudo. Me estrechó entre sus brazos y besó mi pelo con ternura inspirando con fuerza a la vez.

  • Qué bien hueles… como a fresias –susurró.

Yo no contesté, estaba demasiado ocupada buscando aire e intentando controlar los latidos de mi corazón.

Un rato después me ayudó a vestirme, haciendo él lo mismo. Nos quedamos abrazados en el suelo, recostados uno sobre él otro. En silencio. Algo había cambiado y ambos lo sabíamos, así que no hacían falta las palabras.

Finalmente minutos después el ascensor continuó su marcha, nos pusimos en pie en seguida, y cuando se abrieron las puertas nos miramos con una sonrisa. Avanzó él primero dándose la vuelta en el hueco abierto, sonrió de lado y quitó la pluma de mi cabello, haciendo que cayera desordenadamente sobre mis hombros. Con su mano colocó un mechón rebelde detrás de mi oreja y mi corazón volvió a danzar alocado.

  • Así estás más guapa –susurró con una mirada pícara.

Se dio la vuelta y desapareció perdiéndose en los pasillos. Miré hacia el panel del ascensor y estaba en mi piso, así que apresurada busqué unos baños para adecentarme un poco.

Minutos después estaba frente a la mesa de una secretaria preguntando por la persona que tenía que hacerme la entrevista y disculpándome mil veces por mi tardanza.

  • No se preocupe, el señor también ha llegado tarde por culpa del apagón –me dijo-. Sígame, ya le está esperando.

La seguí a través de una pequeña sala y abrió una puerta.

  • Está aquí la señorita Swan –dijo a la persona que se encontraba en el interior de aquel despacho.

Con la mano me indicó que pasara, y al hacerlo un par de ojos verdes me miraron con sorpresa. Yo ahogué un jadeo cuando vi que e engreído sexy me miraba con picardía y su sonrisa de lado.

Negó suavemente con la cabeza y agarró el auricular de un teléfono que había sobre su mesa.

  • Jessica –dijo con su voz aterciopelada- Cancele mi cita de esta noche con la señorita Tanya, dígale que me ha surgido un imprevisto.

Colgó y se volvió hacia mí poniéndose en pie. Metió la mano en su bolsillo y volvió a sacar la caja de terciopelo. Sin dejar de mirarme la dejó caer en la papelera y sonrió de lado otra vez.

  • Ahora me dirás que no crees en las señales… -susurró.

  • Sólo ha sido un imprevisto –contesté encogiéndome de hombros.