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Violada por los enemigos de su marido

en No Consentido

Este relato va dedicado a mi amigo Juanjo por su cumpleaños.

Raquel cogió su coche y se dirigió al aeropuerto para recoger a su marido Felipe. Solía viajar frecuentemente por motivos laborales, pero en este caso, había permanecido fuera del país los últimos cuatro meses, concretamente trabajando para resolver la crítica situación financiera de algunas empresas locales.

No conocía demasiado en qué consistía el trabajo de su marido, sólo que viajaba mucho, demasiado para ella y que los ingresos en la casa eran abundantes, tanto que le permitían vivir de una manera acomodada.

Aquella tarde se había acicalado a conciencia. Estuvo en la peluquería, alisando su rubia melena, se había maquillado y perfilado sus bonitos ojos y estrenaría un precioso conjunto con una falda blanca, que no llegaba a cubrirle las rodillas, con una chaqueta del mismo color y una camisa azul celeste.

Raquel tenía treinta y cuatro años, cinco menos que su marido, Felipe. Mujer muy atractiva, con un cuerpo perfecto, era la compañera ideal para su pareja en las cenas de negocio que tan frecuentemente tenía cuando se encontraba en España. Ella le admiraba profundamente, además de estar igual de enamorada que el día que se casaron, diez años atrás.

El avión aterrizó en el aeropuerto a la hora esperada. Minutos después Felipe se reunió con Raquel. Tras un efusivo abrazo, sus labios huecos se juntaron y por último una multitud de besos en la cara de su marido.

Empujando el carro que llevaba las dos grandes maletas se dirigieron al aparcamiento, donde Raquel tenía el coche y se dirigieron a casa.

Felipe, aún estando contento, su cara mostraba el cansancio lógico del largo viaje. Raquel, por su parte era en esos momentos la mujer más feliz de mundo, habiendo recuperado para sí a su marido.

La pareja residía en una urbanización próxima a la capital. Vivían en un confortable chalet con todas las comodidades. En poco más de media hora llegaron allí.

No quiso Raquel guardar su coche. Lo dejó en la puerta de la casa, justo en la entrada al garaje con la idea de salir a celebrar la vuelta de Felipe.

El matrimonio entró en la casa cargando con las pesadas maletas del hombre. Felipe iba a subir la primera de ellas al dormitorio cuando un grito sesgado de su esposa le dejó paralizado.

Miró hacia atrás y vio a tres hombres. Uno de ellos tenía agarrada a Raquel, con su mano tapándole la boca.

A Felipe aquellas caras le resultaban familiares. Gonzalo Sánchez, Antonio Torres y Santiago García. Dos meses atrás había descubierto algunas irregularidades económicas que habían provocado serios problemas legales a algunos directivos españoles. Aunque debían haber sido detenidos y juzgados en aquel país, los tres hombres habían huido de la justicia. Posteriormente descubrió varias implicaciones más en negocios poco claros.

  • Qué queréis de nosotros? Marchaos de nuestra casa, dijo el marido gritando.
  • Ay¡¡ Felipe, mira que te advertimos que no continuaras por este camino. Al final, por tu culpa tuvimos que salir del país y nuestra carrera y prestigio, han sido aniquilados.
  • Torres, haced el favor de marcharos de aquí o llamaré a la policía.

Fue en ese momento cuando Sánchez sacó una pistola y apuntó a la mujer.

  • Tú no llamarás a nadie y te estarás quietecito si queréis continuar viviendo tu mujer y tú.

Fue en ese instante, cuando el matrimonio se dio cuenta que aquellos hombres no bromeaban. De forma brusca, y con malos modos, llevaron a Felipe a un pesado sillón de relax que se hallaba en la sala de la casa, donde fue inmovilizado atando sus pies y sus manos, quedando estos sujetos y sin posibilidad de moverse o levantarse.

El marido permanecía inmóvil, observando con sus ojos abiertos todo lo que podría suceder con aquellos maleantes en casa.

Felipe no era un hombre temeroso, ni un cobarde. De hecho, en sus trabajos sufría con frecuencia amenazas y fuertes presiones cuando entraba en terrenos en los cuales algunos directivos estaban enfangados, como había sido el caso de los hombres que hoy habían invadido su domicilio. Pero él ahora sentía amenazado lo que más quería en el mundo, su mujer.

Después, situaron a Raquel en frente de su marido, y la sentaron en un taburete que encontraron en la cocina. Estaba aterrada y comenzaba a sollozar.

  • Felipe, tienes mucha suerte. Tú ahora tienes todo y nosotros nos hemos quedado sin nada. Hemos venido a España como prófugos de la justicia, con nombres falsos. Tú sin embargo, tienes una bonita casa, una buena cuenta corriente y sobre todo una mujer preciosa, expuso Gonzalo.

Antonio comenzó a acariciar la rubia cabellera de la mujer e intentó besar sus mejillas. Raquel dio un brusco giro, intentando zafarse de la presión a la que le sometía su captor.

  • Eres muy arisca, le recriminó Santiago.
  • Seguro que con tu marido eres mucho más amable. Él hace mucho tiempo que no te ve. Cuatro meses fuera sin ver a su mujercita es mucho. Continuó Gonzalo.

Ahora fue Santiago quien la tomó por los hombros y comenzó besar su cuello mientras sus manos se aferraban a sus pechos.

  • Raquel, llevamos unos cuantos días sin ver a una mujer. En el caso de Felipe, se amplía a cuatro meses, aunque seguro que en su viaje ha tenido sus desahogos con compañía femenina de vida alegre. Alégranos la vista y haznos un strep tease para que disfrutemos un poco.
  • Dejadla, hijos de puta, respondió el marido.
  • Por favor, no, no, dijo con voz temerosa la mujer.

La ceja de Felipe comenzó a desprender un fino hilo de sangre tras el golpe que recibió con la empuñadura de la pistola de Gonzalo.

  • En realidad lo hacemos por tu marido, así que te daré la orden de nuevo y no volveré a repetirlo, continuó el agresor. Empieza a desnudarte.

Un silencio absoluto invadió la sala. No había fiesta, no había música, tan sólo se oía la respiración de los cuatro hombres y los llantos entrecortados de la mujer. Felipe bajó la cabeza asumiendo lo que iba a acontecer en su casa durante los largos minutos siguientes, que acabarían sumando horas.

  • No has oído a Gonzalo? Añadió Antonio.

Se quitó la chaqueta de forma lenta y la tiró al suelo. Miró a su marido y convulsionando su pecho, su cara enrojecida por la tensión, y con su barbilla marcada por el hipo y el llanto.

  • Eres muy obediente ¡¡¡, expuso Santiago con tono burlesco. Continua…………

Raquel bajó la cabeza y llevó sus manos hacia la camisa que estaba atrapada por la falda. La sacó por fuera y empezó a desabotonarla comenzando por la parte alta de la misma. Uno a uno fue soltándolos quedando abierta y mostrando el abultado sujetador.

  • Muy bien, ahora quítatela y tírala también al suelo.

La muchacha no sabía de quien partían las palabras pero obedeció sin dudarlo con tal de que su esposo no volviera a sufrir las consecuencias. Por su parte, él mantenía los ojos cerrados la mayor parte del tiempo para no mirar lo que ella estaba siendo obligada a hacer.

  • Tiene unos hermosos melones, verdad chicos? Preguntó a sus compañeros Antonio Torres.

Los otros dos hombres se limitaron a reír y asentir a la pregunta.

  • Me pone cachondo esta putita, dijo Gonzalo. Tienes mucha suerte, Felipe, una buena casa un buen trabajo, una mujer hermosa que va a recogerte al aeropuerto cuando vuelves de viaje y seguro que una fiel esposa.

Ella vivía para su marido. Todo se le hacía poco para él cuando estaban juntos. El contratiempo que estaban viviendo ahora era algo que jamás habría podido imaginar. Ambos eran afortunados de tenerse.

Santiago se acercó a Raquel, agarrándola por la cintura, empezó a besarla de nuevo en el cuello y sus manos se dirigieron al sostén. Ella intentó zafarse, pero él la sujetaba con fuerza. En el rifirrafe, se le subió un poco la falda y se le desplazó ligeramente el sujetador dejando casi todo su pecho al descubierto y parte de su pezón derecho a la vista.

Ella había oído protestar a Felipe, y cuando por fin el hombre la dejó vio que su marido había recibido otro golpe, esta vez en el pómulo de su cara.

La mujer intentó proteger su dignidad cubriendo con el sujetador sus pechos y bajándose la falda ante la mirada atenta de los que habían invadido la casa.

  • Ahora nos vas a enseñar esas tetas tan grandes que tienes y que llevo deseando ver desde que te he conocido, dijo Gonzalo.
  • Pero………Por favor, Dios mío, no. Su negativa se iba agotando al pronunciarla.
  • Venga, nos seas tan remilgada. Es como estar en top less en una playa. No te preocupes por tu marido. Él te ha visto muchas veces, ni por nosotros, hemos visto ya a muchas mujeres, contestó riendo.

Raquel, temiendo que volviesen a agredir a Felipe, echó sus manos hacia atrás y soltó el broche trasero de su sujetador. Su inocencia, le daba esperanzas para pensar que se conformarían con verle sus pechos y en cualquier momento se marcharían de la casa sin que la tocasen.

Sacó su sostén como le habían ordenado. Instintivamente, llevó sus manos hacia su busto y lo cubrió. Los tres bandidos recriminaron su actitud.

  • Mujer, ese no es el trato. Coloca tus manos sobre tu cabeza y gira sobre ti misma, de forma lenta, para que contemplemos tu espléndido torso.

Fue Santiago quien se acercó a ella, apartó sus manos de lo que ella pretendía ocultar y las colocó sobre su cabeza. Empujó su espalda para adelante y sus hombros hacia atrás para que aún parecieran más grandes sus pechos. Después la ordenó girar despacio sobre sí misma.

Después de dar varias vueltas, que a las víctimas les parecieron eternas, los tres hombres decidieron continuar con el juego. Ella esperaba oír en cualquier momento la orden de quitarse la falda, pero no fue así.

  • Gonzalo, pídele que se quite las bragas, dijo Antonio.
  • Ya has oído a mi amigo, quítate las bragas.
  • Por favor, dios mío, dijo en voz alta. Hasta donde queréis llegar. No habéis tenido ya bastante?
  • Te da vergüenza hacerlo? Preguntó Santiago.

Ella no respondió, pero tampoco hizo ademán de obedecer.

  • No seais duro con ella. Quitarse las bragas es un poco traumático para una mujer decente. Bueno, no sé si lleva bragas o tanga, dijo Antonio

Diciendo esto Gonzalo, procedió a tocar el trasero de Raquel por encima de la falda.

  • Me encanta, lleva tanga, y creo que pequeño.
  • Puedes colocarte detrás del sofá y quitártelas. Así no veremos cómo lo haces y protegerás mejor tu intimidad. Después me las das, volvió a ordenarle Antonio.

Gonzalo, agarrándola del brazo llevó a Raquel detrás del sofá. Su movimiento provocaba las risas de los hombres ya que generaban un sube y baja en sus pechos..

La mujer se agachó e intentado ocultarse de las miradas de lascivia de los presentes operó por debajo de la falda y con esfuerzo sacó su pequeño tanga de color rosa, que entregó a Antonio según este le había mandado. Este, agarró de la mano a Raquel y la volvió a situar de nuevo junto al taburete.

El hombre lo llevó a su nariz y después lo extendió con las manos levantadas, mostrando el pequeño tanga a modo de trofeo.

  • Es precioso, soy un fetichista, dijo Gonzalo.
  • Una linda prenda para una mujer preciosa.

Antonio se dirigió al marido y metió el tanga dentro de su boca y procedió a colocarte cinta adhesiva alrededor. A parte de humillar al hombre, conseguían mantenerle callado. Posteriormente se situó detrás de él, y enfrente de Raquel a quien Gonzalo y Santiago tirando de sus hombros hacia abajo, la obligaron a sentarse entre risas y comentarios obscenos.

Comenzaron ambos a tocar y sobar descaradamente a la esposa. Sujetando con fuerzas sus brazos los dos hombres tocaban sus pechos e intentan meter sus manos por debajo de su falda.

Por su parte, Antonio y su marido, observaba la lucha desigual que mantenían los otros dos hombres con Raquel hasta que en un momento concreto, ella dejó a la vista su sexo.

  • Ostiassssssss, dijo Antonio haciéndose el sorprendido. Lleva una mata de pelo imponente. Y otra cosa, señores, creo que para el disgusto de ustedes, no es rubia natural.

Si bien la mujer llevaba el pelo de su vagina recortado por los laterales, era cierto que éste era abundante y largo.

Al oír el comentario, Gonzalo intentó subir su falda para comprobarlo personalmente. La mujer, protegiéndose, de forma instintiva, metió las manos entre sus piernas, dejando la falda aprisionada y evitando que se la subieran.

Santiago la agarró del brazo y la hizo ponerse de nuevo en pie.

  • Es mucho más fácil que sea ella misma quien se quite la falda. Además, siempre es más fácil quitarse la falda que las bragas ante desconocidos, verdad? Comentó en tono divertido.
  • Por favor¡¡¡¡ Ahora gritó histérica tirándose al suelo de rodillas suplicando y juntando las palmas de sus manos en señal de piedad. Por favor, no me pidan eso, márchense de aquí y déjennos, por favor¡¡¡¡¡¡
  • Reconoce que no es justo, dijo Santiago. Tu marido y Antonio ya han visto tu peludo conejito, mientras que nosotros aún no.

Gonzalo agarró de nuevo el revólver con la intención de volver a golpear al indefenso Felipe, pero ella le paró con sus súplicas.

  • No lo haga, por favor¡¡¡¡¡ No le golpee¡¡¡¡¡ dijo llorando.

Miró hacia abajo, a su costado derecho donde había un botón oculto bajo un pliegue, el cual soltó, y descendió la cremallera dejando suelta la falda y cayendo esta al suelo. De inmediato sus manos taparon su negro sexo, aunque todos tuvieron tiempo de ver lo que intentaba ocultar.

En ese instante Raquel había quedado desnuda ante la atenta mirada de los hombres que allí se encontraban. Sólo uno de ellos no estaba disfrutando con el espectáculo.

  • Llevas razón, Antonio. Lleva melena en el coño, dijo Gonzalo riendo, además, contrasta el negro azabache del pelo del conejo con su rubia cabellera.
  • Tengo una idea, dijo Santiago. Depilémosla¡¡¡¡
  • Cómo? La vas a poner cera? Preguntó Gonzalo
  • No, utilizaremos los utensilios de afeitar de Felipe. Además, el nos los prestará gustoso, sabiendo que somos los asesores de imagen de su mujer. Dijo riendo.

Raquel lloraba ahora abundantemente. Sin nadie quien pudiera defenderlos de la agresión que estaban sufriendo por unos delincuentes, que además, no tenían ninguna prisa, su futuro próximo se tornaba complicado.

Antonio apareció en el salón con un bote de espuma de afeitar, tijeras una cuchilla, y un cuenco cromado lleno de agua, que tenían en la repisa del baño de adorno, pero que jamás había utilizado, y una pequeña toalla y dejó todo sobre la mesa.

  • Es mejor que la atéis las manos, o no se estará quieta.

Gonzalo le tiró de sus brazos hacia atrás y Santiago le ató las manos a la espalda con cinta adhesiva. Después, la agarraron de los brazos y retirando el taburete la empujaron sobre el sofá, quedando la mayor parte de su espalda apoyada en el asiento.

Para que Antonio pudiera cubrir todo su sexo con la espuma de afeitar, los otros dos hombres separaron las piernas de Raquel. Primero utilizaron unas tijeras para hacer que el de pelo fuera más corto, después ella mostró ciertos quejidos unidos a su llanto al sentir el frío del jabón que le iban aplicando, mientras los tenían los ojos fuera de sus órbitas disfrutando de su estreno como barberos.

La cuchilla iba retirando la espuma y el pelo que iba cortando. Repitieron varias veces el proceso, hasta que consideraron que su depilación era perfecta y con la toalla la secaron.

  • Traedle aquí, ordenó Gonzalo refiriéndose al marido. Soltadle de la silla y atadle los pies y las manos a la espalda.

Para asegurarse que el marido no cometería ninguna estupidez, le mantuvo apuntado con la pistola en todo momento. Después, entre los dos hombres lo acercaron cerca de donde estaba ella.

  • Vamos a comprobar que esté bien depilada, volviendo a burlarse.

Fue Gonzalo quien previa ayuda de sus compinches que volvieron a separar las piernas de Raquel, pasó su mano, recorriendo cada poro que antes había acariciado la cuchilla. No habían dejado un solo vello en su pubis. Lo tenía como una recién nacida.

Después fue Antonio, quien la acarició a placer, incluso separando sus labios, aprovechando que presa de la humillación, mantenía sus ojos cerrados y no había observado que era otro hombre quien la tocaba y no había cerrado sus piernas. Santiago continuó con la comprobación, al igual que los otros dos hombres.

  • Felipe, has visto que bien le queda a tu mujer la depilación improvisada. Deberías decirle que ya no se lleva el pelo tan largo en las partes íntimas, aunque sólo sea por higiene. Menos mal que hemos venido a asesorarla. Y dime………… Te gusta como le queda?

Felipe no dijo nada, cerró los ojos y dos lágrimas rodaron por su cara. Los tres hombres se pusieron de pie, y Raquel, al verse parcialmente liberada, se incorporó al sofá, fue a su cabecera y flexionó las piernas para proteger su pudor, al menos hasta que se les volviera a ocurrir la siguiente humillación.

  • No te excita ver a tu mujer tan guapa? Preguntó Antonio.
  • Seguro que si, y entendemos que como marido tienes ciertos privilegios, además lleváis cuatro meses sin veros, contestó Gonzalo.

Sin mediar más palabras, entre los tres agarraron a Felipe y desabrochando su cinturón bajaron sus pantalones y calzoncillos a la atura de sus rodillas. Después, levantaron a Raquel, desataron sus manos y la llevaron hasta donde estaba él.

  • Hazle una mamada a tu marido hasta que se corra.

Ahora ella se limitó a obedecer llorando. El miembro de su marido estaba flácido. No quería excitarse, pero ella cerró los ojos e imaginó que estaban en la intimidad de su casa, a solas, evadiéndose de la situación a la que estaban sometidos.

Raquel comenzó a tocarle sus testículos, a besar la punta de su miembro y a meterlo en la boca cuando este creció un poco. Felipe no quería, no quería darle esa satisfacción a los asaltantes que estaban frente a ellos, pero poco a poco, se fue entregando a su mujer.

Conociendo bien la reacción de su marido, poco antes que su miembro explotase, lo sacó de su boca y continuó con su mano.

Como si estuvieran viendo un partido de futbol, los tres hombres jalearon la eyaculación de su víctima y aplaudieron el gran trabajo de la mujer.

  • Esta hembra está como un tren, dijo Santiago
  • Sí, pero a mí lo que más me ha gustado ha sido cuando se ha ido desnudando, añadió Gonzalo. Ha sido excitante verla con poca ropa.
  • Tengo una idea ¡¡¡¡¡¡¡¡, finalizó Antonio.

Recopiló toda la ropa que llevaba puesta la mujer cuando la pareja entró en la casa. Después cogió las tijeras que habían utilizado anteriormente y recortó unos quince centímetros el largo de su falda blanca y también los botones y ojales de ambos lados de su chaqueta. Mientras, los otros dos esbirros llevaron en volandas a Felipe al sofá, aún con los pantalones bajados.

  • Ponte tu ropa de nuevo, dijo Antonio con tono risueño.
  • Qué cabrón, siempre pensando maldades, respondió Gonzalo divertido.
  • Una idea excelente¡¡¡¡, añadió el tercero.

Raquel que aunque seguía llorosa había disminuido el ritmo de su llanto accedió sin dudarlo a vestirse aunque fuese con aquella ropa que aquel hombre había rediseñado para ella.

La mujer se vistió dándose cuenta entonces que la maltrecha indumentaria que le habían entregado era ridícula. La falda dejaba al descubierto la mayor parte de sus muslos, mientras que la chaqueta apenas le cubría las partes laterales de sus pechos, y de forma casi forzada, sus pezones.

Antonio tomó otra vez la iniciativa y agarrándola de las muñecas, las juntó por detrás y colocó cinta aislante, dejando inmovilizadas sus manos. A continuación la sentó de nuevo en la banqueta. La mujer mantenía sus preciosos ojos enrojecidos y sus lágrimas continuaban brotando.

Una vez situada, le tiró del pelo hacia detrás, lo que provocó un alarido de la chica. Al forzar la situación la chaqueta se abrió más desnudando su torso.

Gonzalo comenzó a tocar sus muslos por lo que la ya corta falda, quedó subida dejando a la vista su desnudo sexo, Antonio y Santiago le acompañaron, acariciando su sexo y ayudando a sus incursiones entre sus muslos. Después de magrearla a su antojo, los hombres se apartaron de ella. Ahora, después de los movimientos, a pesar de ir semivestida, sus prendas no ocultaban ni sus pechos, ni su sexo.

  • Felipe, ya que por tu culpa nos encontramos solos, vamos a pedirte el favor de que nos permitas tomar prestada a tu mujer.

El marido intentaba protestar, aunque no podía pronunciar palabra al estar amordazado.

  • Gracias, sabía que lo entenderías. Ironizó Gonzalo

Sin mediar más palabras, los tres hombres se despojaron de sus ropas, dejando a la vista del matrimonio tres cuerpos musculosos y totalmente depilados

A Raquel ya no le quedaban dudas sobre lo que iba a acontecer próximamente. Antonio y Santiago la agarraron y la colocaron de rodillas enfrente de Gerardo quien empujó sus labios hacia el pene que ya se mantenía erecto.

  • Sino quieres que él pague las consecuencias, arráncame una gran mamada.

Sus ojos estaban inundados de lágrimas pero los movimientos y la ocupación de su boca le impedía poder decir nada. Por su parte Gerardo tenía su cara bien sujeta, a la altura de las orejas, dirigía la felación a la que su víctima estaba siendo obligada y no paraba de gritar y lanzar comentarios obscenos de placer y excitación.

Por fin la mujer pudo terminar su trabajo, no sin antes, sacar su miembro de su boca y ser su cara el destino final del semen del violador.

  • Será mejor que acerquéis a su marido para que tenga una buena visión del espectáculo.

Entre dos de los esbirros, llevaron a Felipe, que aún continuaba con sus pantalones bajados al centro del salón, junto a su esposa.

Antonio se sentó en el sofá y Gerardo y Santiago levantaron a la mujer y la colocaron encima de él, pero mirando a su marido, para que todo el esplendor de la esposa se presentase frente al marido. Desde atrás, le abrió más su chaqueta y levantó su falda para que Felipe pudiera contemplar en primera línea la penetración de Raquel.

La mujer lloraba abundantemente, suplicaba aunque sabía que nada iba a parar a aquellos hombres.

Gerardo y Santiago la levantaron ligeramente y Antonio agarró su miembro y lo dirigió a la vagina de la mujer, quedando este encajado dentro de ella. Su marido contemplaba la escena a no más de medio metro.

Entre los dos comenzaron a subir y a bajar a la chica. Antonio además, aprovechaba para tocarle los pechos, todo con el único objetivo de humillar a Felipe.

Cuando la excitación se hizo aún mayor, el penetrador la agarró fuerte de la cintura y la apretó contra su pene, sabiendo todos que habría llenado de semen el útero de Raquel.

Apartó a la mujer y la dejó de nuevo en el sofá. Antes de terminar, entre dos la sujetaron por las rodillas y abrieron bien sus piernas para que Antonio limpiase su sexo con una toallita de papel.

Felipe, que se encontraba en el suelo, fue recogido y colocado en el sofá. Después agarraron de los brazos a Raquel, que continuaba maniatada con las manos a la espalda y la colocaron de rodillas, haciendo que apoyase su cabeza encima del cuerpo de su marido.

Santiago se situó detrás de ella. Su falda no llegaba a cubrir su trasero, por lo que dejaba a la vista su sexo. No obstante, decidió subírsela y la arremangó a su espalda. Se permitió el disfrute de mojar el dedo en su boca, para posteriormente introducirlo en la vagina de la chica y moverlo de forma lujuriosa de un lado a otro y de dentro hacia fuera..

Raquel sollozaba, moviendo su cabeza entre las desnudas piernas de su marido, que poco podía hacer para ayudarla.

Sentía el miembro duro del hombre que rozaba sus piernas. Recibía cachetadas. Su trasero estaba totalmente rojo, al igual que su cara, aunque por distintos motivos.

  • Se la vas a clavar por el culo de una vez? Preguntó Antonio riendo.

El miembro erecto de Santiago apuntó al ano de la mujer y de una fuerte embestida lo introdujo dentro. Un grito seco y profundo salió de su garganta que le hizo levantar su cuerpo a pesar de estar sin apoyo. De nuevo cayó entre las piernas de su marido y continuó llorando mientras el pene del hombre seguía perforándola por detrás.

Raquel fue sodomizada hasta que Santiago consiguió su propósito de correrse dentro de su esfínter. Su martirio podía continuar, pero poco más le quedaba por sufrir.

De nuevo repitieron la ceremonia del pañuelo de papel, limpiando en este caso en ensangrentado ano de la joven que mantenía restos de semen.

  • Ahora me gustaría follarla como dios manda, dijo Gonzalo.

Entre los tres, la situaron ahora en el suelo, también cera de Felipe, para que este pudiera contemplar todo lo que hacían a su esposa, en venganza a lo que ellos consideraban que su marido les había hecho pasar.

Con sus manos a la espalda, la chaqueta se encontraba totalmente abierta, mostrando los esplendorosos pechos de Raquel. Su falda, aunque se levantaba bastante de las rodillas, le tapaba su sexo.

Con parsimonia, Gonzalo le separó ligeramente las piernas. No le costó trabajo. La mujer estaba totalmente abatida y sin ánimo ya de luchar. Tan sólo se limitaba a llorar. Lentamente, subió de nuevo su falda, hasta dejarla arriba del todo, volviendo a mostrar su totalmente depilado sexo.

  • Joder¡¡¡¡Qué coño tan bonito tienes¡¡¡

Diciendo esto, volvió a tocárselo, se tumbó encima suyo e introdujo su pene. Continuó besándola. Los esfuerzos y contorsiones sólo provocaban que sus pechos fueran más volubles y se mostrasen más eróticos.

Antonio no pudo aguantar la excitación de ver moverse así a Raquel y se colocó de rodillas, levantó la cara de la mujer y la dirigió hacia su pene.

El vaivén de las pollas de los dos hombres, una en su vagina y otra en su boca, hacían que sus pechos se moviesen sin control.

Gonzalo fue el primero en correrse y se levantó. Eso permitió a Antonio incorporarla y sentarla en el suelo. De nuevo llevó su miembro a la boca de su víctima y continuó moviéndola hasta que tuvo un nuevo orgasmo.

Los hombres se vistieron tranquilamente y soltaron los brazos de la esposa que permanecía inmóvil en estado de shock.

  • Felipe, puedes denunciarnos si lo consideras oportuno, pero si no nos cogen, o no nos condenan, volveremos y esta vez será aún más duro para ambos.

La puerta se cerró y la pareja quedó sola en la casa.