miprimita.com

Violación de una profesora

en No Consentido

Para entender el trasfondo de esta historia es necesario que cuente brevemente la vida de los personajes en relación conmigo.

Esto sucedió a principios de otoño. En la actualidad tengo 42 años. Cuando tenía 21 años formaba parte de una pandilla. Natalia, una amiga de toda la vida comenzó a salir con un chico, Álvaro, comenzando a venir con nosotros y trayendo a su amigo Miguel, quien intentó varias veces tener algo conmigo. Nunca me interesó y en una fiesta, tuve que dejarle muy claro que me gustaba otro chico, Carlos, quien a la larga sería mi marido y no tendría nada con él ni ese día , ni posteriormente. Tampoco me gustaba Álvaro, y de hecho, le comenté ciertas cosas a Natalia que estoy segura que influyeron en su decisión de romper con él. La verdad es que me parecía que su vida era un misterio, pero mi amiga estaba impresionada con su coche y el dinero que manejaba. Cuando Natalia y Álvaro rompieron su relación, a los pocos meses, perdí el contacto con ellos por completo.

Terminé mis estudios y comencé a trabajar como profesora de historia en un colegio. Tenía mucho carácter por lo que me ganaba el respeto de mis estudiantes y compañeros. Este año comencé a tener problemas principio de curso con dos de mis alumnos, dándome cuenta que traficaban con droga, incluso dentro del centro. Convertí el asunto en una cruzada personal. Terminé investigando por mi cuenta, hablando con la policía, y gracias a ello hubo una redada en las que varias personas terminaron detenidas, entre ellas mis dos alumnos, Mateo y Adrián, aunque quedaron libres inmediatamente.

Cuando llegó el informe al director del colegio, Nicolás, intentó que no trascendiera y evitar la expulsión de los alumnos pero las normas internas dejaban claro que lo decidía el claustro de profesores y votamos por expulsarlos durante dos meses.

Todo esto originó que empezase a recibir amenazas en mi casa, que mi hijo sufriese algunas presiones en el colegio por lo que decidí que fuésemos y volviésemos juntos de clase. Aunque iba un curso por debajo de Mateo y Adrián, las garras de la organización conseguían amedrentarle a través de otros chicos.

La verdad es que pensé que todo pasaría pronto. Aunque mis compañeros decían que era muy valiente por haber levantado toda la trama, no le daba demasiada importancia y les decía que las venganzas sólo se daban en las películas.

Aquel viernes decidí que comiésemos fuera, mi marido estaba de viaje y no volvería hasta la semana siguiente. Dejamos el coche junto al centro comercial. Cuando salimos para volver a casa vi que tenía una rueda pinchada. Lo demás fue muy rápido, una furgoneta paró junto a nosotros y preguntó algo a Jorge, mi hijo. No escuchaba debido al volumen de la música que salía de allí Al acercarme salieron cuatro hombres y nos introdujeron a los dos dentro de ella. Nos amordazaron. No podíamos ver nada puesto que no llevaba ventanas.

Después de una media hora en coche aparecimos en un garaje y nos separaron a pesar de mis súplicas para que no se llevasen a mi hijo. Era una casa más bien lujosa, pero las persianas estaban bajadas y no podía saber dónde estaba. En el salón me encontré con cinco hombres, todos ellos conocidos míos en diversas etapas de mi vida. Álvaro y Miguel, miembros de mi antigua pandilla y éste último pretendiente mío en su momento. Reconocí también a aquellos dos chicos que traficaban y me habían ocasionado problemas, Mateo y Adrián, además, del director del colegio, Nicolás, en el que trabajaba y que no entendía qué hacía allí.

  • Hola Raquel. Cuanto tiempo sin vernos¡¡ Nos conoces a todos. Te acordarás de Álvaro, el ex de tu amiga Natalia. Tus alumnos, con los que creo que no te llevas demasiado bien y el director de tu colegio. Ni que decir tengo, que si no colaboras, bastará una orden mía y no volverás a ver a tu hijo. Te ha quedado claro? – Expuso Miguel en tono muy serio.

  • Os exijo que nos dejéis marchar a mi hijo y a mi. No quiero problemas con vosotros pero los tendréis si no nos dejáis en paz.

  • Raquel, creo que no lo has entendido. Estamos muy enfadados contigo. Los chicos, Mateo y Adrián colaboran con nosotros y Nico nos ayuda en lo que puede.

Me asusté ante la situación que me mostraban. Qué sentido tenía estar allí? Por qué no estaba mi hijo conmigo? Si querían atemorizarme ya lo habían conseguido.

  • Raquel. Vamos a ver. Quiero que entres al baño, te quites el sujetador y me lo des.

  • Por qué? – Respondí asustada. – Para qué quieres mi sujetador. – Contesté a Miguel. – Quiero que nos dejéis marchar. Quiero estar con mi hijo. Si queríais darme una lección y que os dejase tranquilos ya lo habéis conseguido. Lo haré, cejaré en mi empeño y nos molestaré más.

  • Verás. Sé por experiencia que una mujer se siente más insegura si no lleva sujetador y más si tiene unas tetas como tú. Tú, por lo que sé, eres una mujer muy segura. Podemos traer a tu hijo, pero no creo que quieras que esté aquí aunque al final será tu decisión. – Respondió con autoridad. – Me gusta como vistes, En estos años no has pedido tu buen gusto. Ve al baño y vuelve con el sujetador en la mano. Respecto a que nos dejarás tranquilos no nos cabe ninguna duda, verdad chicos? – Espetó riendo.

Ante mi pasividad, con un walkie contactó con otra persona y pidió que hablase mi hijo.

  • Mamá, por favor, sácame de aquí. – Se escuchó entre lágrimas.

  • Espera un poquito cariño. Estoy hablando con unos señores y nos iremos enseguida.

Me derrumbé, y toda la fuerza y seguridad que tenía mientras luché contra ellos, se vino abajo. También comenzaron a saltarse mis lágrimas. Me había vestido de sport pero a la vez intentando conservar la elegancia. Camisa blanca de manga larga, rodeada por un cinturón y unos vaqueros azules.

A una nueva señal de Miguel, esta vez sólo textual, indicando el bañoal que me dirigí de manera autómata Hiperventilaba, pero no podía permitir que le sucediese nada malo a mi hijo y me dirigí al baño. Efectivamente, tal y como me había dicho Miguel, al quitarme el sujetador y comenzar a moverme y salir hasta donde estaban nuestros captores me sentí muy insegura al balancearse mis pechos. Antes de salir me miré al espejo, dándome cuenta que se marcaban mis pezones y se notaba claramente que no llevaba el sujetador.

Todos me miraron al salir con el sujetador en la mano. Miguel cogió un bolígrafo y lo cogió de uno de los tirantes, como si le diera cierta aprensión, mostrándolo al resto entre risas y con cara de satisfacción. Después lo tocó para acabar diciendo...

  • Aún está caliente. – Exclamó palpándolo con Raquel, no has cambiado mucho en estos años. Tienes más cuerpo de mujer, pero básicamente eres la chica que me la ponía dura entonces y me la sigue poniendo hoy.

Miguel cogió un artilugio que nunca había visto. Una barra metálica que llevaba tres huecos. Aunque no tenía idea de lo que era, pronto lo supe. Era una barra separadora de las muñecas que quedaba también amarrada a mi cuello y que Miguel definió como “yugo”. Me ordenó poner los brazos en cruz. Pasó el hueco grande por mi cuello y lo cerró. Después hizo lo mismo con las muñecas. Mis manos quedaron levantadas por encima de mis hombros. Estaba expuesta e indefensa.

Miguel ordenó a mis alumnos apartar la mesa pequeña de centro, junto a los sofás y me colocó frente a ellos.

  • Nico, aquí tienes a tu profesora. Hemos tenido que venir Álvaro y yo para que te pudieras hacer con ella. Es una rebelde.

  • La verdad es que está muy buena. – Contestó riendo el director. – A veces, pocas, viene a trabajar con falda y uffff... y esas tetas, joder¡¡¡

  • Conocemos, Álvaro y yo, a Raquel desde hace más de veinte años, cuando era morena. Verdad Raquel? – Volvió a reír. – Iba casi siempre con falditas cortas y estaba cojonuda. Incluso habría tenido algo con ella pero no era su tipo. Hoy, muchos años después, está aquí con nosotros.

Me sentía incómoda y ridícula, con la barra amarrada a mi cuello y los brazos levantados. Escuchando las barbaridades que decían sobre mí.

  • Está guapa así. Con esa camisa y ese cinturón que le aprieta la cintura parece que es una falda corta. Nico, por qué no le quitas los pantalones? Así le veremos las piernas.

  • Noooo, por favor¡¡¡ – Respondí implorando. – No, no. Os prometo que no volveré a hacer nada en vuestra contra , os lo prometo. Dejad que nos vayamos.

De nada sirvieron mis súplicas. El director se colocó delante de mi y desabrochó el pantalón vaquero. Lo agarró por la cintura y con cuidado comenzó a bajarlo.

  • No le quites las bragas... todavía. – Dijo riendo Miguel. – Así, poco a poco, perfecto. – Iba siguiendo y marcando la forma de actuar de mi director.

Fue deslizando mis vaqueros por mis muslos, piernas y tobillos hasta que, quitándome los zapatos, me los sacó por debajo, quedando con una camisa que apenas cubría mi tanga, la camisa y el cinturón.

  • Mateo. Pon algo de música. Algo lento, para bailar, como hace años. – Le indicó a mi alumno. Vamos a bailar, guapa. Nos quedó pendiente un baile en el guateque.

El joven puso música y Miguel pasó sus manos por mi cuerpo, pasando por mis caderas, pechos, pellizcando mis pezones, lo que hizo que se marcasen aún más, Desabrochó el botón de arriba de mi camisa, dejando un poco más holgado mi escote. Siguió besándome por debajo del cuello y los hombros. Finalmente posó sus manso en mi culo y llevó a que nuestros sexos estuviesen lo más juntos posible.

  • Joder, me encanta su culo¡¡ Venga Adrián. Te toca bailar con tu profesora.

Mi alumno se acercó a mi e imitó a Miguel. Me sentía expuesta y humillada. Volvió a besar mi clavícula y a apretar mis cachetes contra él. Metía el dedo por la goma trasera de mi tanga. Tocó mis pechos por encima de la camisa y retiró otro botón, quedando un poco más abierta la camisa.

  • Nico. Te toca a ti. Ventajas de ser el director y que te necesitemos para nuestros negocios.

  • Por favor, paren ya. – Imploré entre lágrimas. – Estoy casada. No pueden hacerme esto¡¡¡

No sabía hasta dónde iban a llegar pero ya, la situación en la que me encontrada, con casi media camisa abierta y con mi sujetador y mis pantalones en su poder, delante de dos antiguos conocidos, mi director y mis dos alumnos más odiados, era ya tremendamente humillante.

Sin respetar mis argumentos Nico se acercó a mi. Lo primero que hizo fue quitarme otro botón de la camisa y tocar ligeramente mis pechos por dentro de la camisa hasta rozar tímidamente los pezones. Bajó su mano para llevarlo a mi culo y muslos.

  • Qué piel tan suave, tus piernas, tus pechos. Eres estupenda. Nunca, ni en mis mejores sueños podía imaginar algo así. Cuando Miguel contempló la posibilidad estuve días que me despertaba por las noches pensando en ti.

  • Por favor. Eres el director del colegio. Deberías protegerme – Expuse con voz llorosa.

De nada sirvió. Su excitación iba en aumento hasta que Miguel le paró y dio paso a mi otro alumno.

  • Adrián. Ahora tú. Es tu turno. Tu tutoría con la profesora.

Estaba agobiada. Igual que los anteriores, lo primero que hizo fue abrirme otro botón de la camisa. Al acercarse pude notar en su entrepierna la excitación del joven que besó mis hombros, apartando un poco la camisa y acariciándome por todos los lugares a donde llegaban sus manos, llegando a rozar con su dedo mi vello púbico. Intentó varias veces llegar a mi boca, besarme, pero iba moviendo la cabeza evitándole. Al final se apartó y dejó el turno a Álvaro.

  • Siempre me gustaste pero también le gustabas a Miguel y yo estaba con tu amiga Natalia, que por cierto, me dejó sin darme ninguna explicación. – Dijo mientras desabrochaba otro botón, ya por debajo del ombligo,

Pasó su dedo desde el último botón cerrado y el cinturón hasta mi barbilla, pasando por el aro que sujetaba mi cuello. Al final todos acababan besándome y apretando sus manos en mis cachetes. Después de unos intentos de besarme en la boca, algo que consiguió en algunos momentos, volvió a dejar paso a Miguel, quien debía ser de quien partió la idea.

  • De nuevo tú y yo. – Sonrió mi antiguo amigo. – Bonito estilo el de llevar un cinturón sobre la camisa, por eso me gustabas,

Agarró el cinturón, con calma lo abrió y desabrochó, tirándolo sobre la mesa. Posteriormente desabrochó el último botón de mi camisa. La separó un poco mostrándose mis pechos.

  • Por favor... Soy casada. No, no, nooo, paraaaa... – Grité.

  • Primera vez que veo estas tetas. La de años que llevo esperando¡¡ Mateo. Desnúdala. Déjala completamente desnuda¡¡ – Añadió riendo.

  • No, por favor, no. Por favor, Miguel... Mateo, no lo hagas, noooooo – Grité.

Casi, antes de darme cuenta, mi tanga estaba ya por la mitad de mis muslos. Se me vino el mundo abajo. No podía dar crédito a lo que me estaba pasando. Por dios, dos antiguos amigos, dos alumnos y el director de mi colegio. Mis gritos, mi súplicas, no llegaban a ningún sitio y desde luego, no conseguían ablandar a mis secuestradores.

  • Tu hijo está en la habitación de al lado. No sé si quieres que sepa lo que está pasando aquí. Te recomiendo que no grites mucho, aunque si lo prefieres, le podemos traer y que disfrute de las vistas y a lo mejor le pone participar.

Dejé de gritar y mis súplicas fueron en voz más baja. Lastimeras y casi en silencio. En cualquier caso todo caía en saco roto. Mateo se agachó y terminó de bajar mis bragas ante la orden de su jefe. Estaba completamente desnuda, sin posibilidad de taparme por el yugo que sujetaba mis manos.

Miguel me agarró del brazo y me sentó en una mesa de madera que habían situado en el centro del salón, frente a los sofás y al lado de dos sillones. Seguía sollozando, como me había pasado desde el principio. Crucé mis piernas, intentando que no viesen mi sexo, aunque supe que mi vello sobresalía por encima de mi entrepierna.

  • Lo suponía. Eras y eres morena. – Respondió riendo.

  • Claro. Rubia de bote, chocho morenote. – Espetó Arón.

Adrián se envalentonó, cogió unas tijeras mientras acariciaba la parte alta de mi vello púbico. Cortó varios pelos ante la risa de los demás hombres. Yo estaba fatigada, acalorada y sobre todo muy denigrada ante aquellos hombres.

  • Estás muy colorada, Raquel. No deberías. Estás entre conocidos. Dos viejos amigos, dos alumnos y tu jefe, el director del colegio. No somos desconocidos. – Espetó riendo.

  • Por favor. Estoy casada. Suelten a mi hijo, dejen que nos vayamos.

Empezaron a tocarme por todo el cuerpo. Mi camisa completamente abierta, sus manos pasaban por mis pechos, pellizcando mis pezones, mis muslos, estiraban mi vello y pellizcaban suavemente mis pezones. Yo mantenía mis piernas cruzadas, intentando tapar lo que habían visto ya.

Las manos se iban intercambiando hasta que Adrián cogió unas tijeras y la metió por debajo de mis mangas hasta llegar a los hombros haciendo un corte y retirando ambas mangas desde los hombros.

Me sentía completamente denigrada. A pesar de mi llanto y súplica no hacían nada por liberarme y al menos permitir vestirme.

  • Adrián, espera. Vamos a abrir el yugo , que saque las manos. Después, si hace todo lo que digamos, ella y su hijo volverán a su casa y no la vamos a mandar en bolas.

Álvaro cogió la llave y abrió mi muñeca derecha, liberándola y sacando parte de la camisa. Volvió a cerrarla y abrió la otra mano, retirando completamente lo que quedaba de mi camisa blanca.

Las manos recorrían mi cuerpo. Desde mis pechos, mis muslos a mi espalda y parte alta de mi culo. Me sentía mareada. Hiperventilaba. Todos parecían disfrutar de la situación. Aunque ninguno de ellos me caía bien, cada uno de ellos por un motivo distinto, no podía imaginar que hubiesen podido llegar a aquello.

Vi como Nicolás, mi director, tenía un móvil en la mano. No pensé en nada, bastante tenía con lo que estaba sucediendo y con seguir suplicando que el calvario terminase ya. De repente vi que me apuntaba. Mateo y Adrián se colocaron a mi lado, me tocaban los pechos. Me di cuenta. Estaban haciéndome fotos.

  • No, por favor, qué pretendes con las fotos? – Pregunté llorando entre lágrimas.

  • Un recuerdo de mi profesora favorita.

Todos pasaron por mi lado. Solos y acompañados. Evidentemente era una venganza y el objetivo de darme una lección que nunca olvidaría. Ambas cosas las estaban consiguiendo y aún no había comenzado la parte más dura.

  • Vamos Raquel, por qué no te muestras esplendorosa. Abre las piernas que vemos lo tienes entre ellas.

Al decírmelo las cerré aún más. No quería, agaché la cabeza y mi llanto se hizo más sonoro. Estaban consiguiendo todo lo que se proponían pero si querían eso deberían forzarme a abrirlas. Sabía que no les costaría trabajo. Eran cinco hombres fuertes y yo sólo una indefensa mujer, pero sus armas para hacerlos eran ilimitadas, o tal vez no, pero una que conmigo les servía sin dificultades, mi hijo.

  • Raquel. Te he dicho que separes tus piernas y nos enseñes el coño. Qué parte no has entendido?

Volví a ignorar la orden de Miguel aunque en mi situación, inmovilizada con un yugo era completamente vulnerable.

  • Te lo voy repetir por última vez. Abre las putas piernas como te digo, deja tu coño expuesto o las abriremos nosotros pero con tu hijo presente.

No pude por menos que volver a llorar. La posibilidad que llevasen a mi hijo allí, me viera así era tan fuerte que el chantaje estaba consumado. Lo haría. Descrucé mis piernas y poco a poco las fui separando.

  • Así. Sepáralas. Poco a poco. Así. Más, más, más... más.

Quedé completamente expuesta a sus miradas y al teléfono y cámara de fotos de Nicolás. De nuevo volvieron los tocamientos, acariciando mis muslos, mis pechos, mi sexo,,, Todos pasaron sus manos por mi cuerpo hasta que Álvaro agarró mis manos y echó mi cuerpo para atrás. Nicolás y Miguel metieron sus piernas y apretaron mis rodillas, impidiendo que ahora, voluntariamente las pudiera cerrar. Las caricias en mi entrepierna se fueron sucediendo pasando sus manos y dedos por mi clítoris y vulva.

  • Vamos chicos, vosotros también...

Los dos jóvenes imitaron a los mayores. Pasaron sus manos por mi sexo, acariciándolo, tocándolo, haciendo comentarios. Metieron su dedo dentro de mí. Me movía, intentaba zafarme, todo ello sin ningún éxito. Estuvieron un rato que me pareció interminable hasta que por fin Miguel lo dio por finalizado.

  • Vamos, ponte de pie y arrodíllate. No vamos a estar todo el día aquí.

Nicolás agarró el yugo entre mi cuello y mis muñecas y me empujó hacia arriba, haciendo que quedase de pie. Después me empujó para colocarme de rodillas. Allí estaba Miguel, delante de mí. Sacó su miembro y sin mediar palabra lo metió en mi boca.

Lo llevó hasta dentro, Entre el asco y le vergüenza sólo pude sentir como el roce de su glande en mi campanilla hizo que tuviera unas fuertes arcadas y a punto estuve de vomitar. Me mantuvo así unos segundos, pensé que iba a llegar al final en mi boca pero justo, antes de ello, decidió parar.

  • Chicos, os voy a dejar pasar un buen rato. Por qué no ponéis la manguera del patio y ducháis un poco a la maestra. – Dijo mientras entregaba a Mateo una pequeña pastilla de jabón, como la que hay en los baños de los hoteles.

No decía nada, no sabía si había terminado mi capacidad para seguir llorando. Me llevaron por el salón hacia un patio que al fondo daba a una enorme tapia. Unos azotes por el camino entre las risas, y comentando como se movían mis pechos mientras caminaba.

Al llegar al patio sentí fresco, casi frío. Era primavera pero el sol se estaba yendo ya y hacía cierto fresco. Mateo cogió la manguera que se situaba enrollada junto al grifo del jardín que se utilizaba para regar. Abrió el grifo y enchufó el agua hacia mi. Estaba helada. Lo hacía con fuerza. No podía cubrirme con las manos y el agua llegaba con fuerza a todos los lugares de mi cuerpo donde apuntaba. Entregó la manguera a Adrián, para abrir la pastilla de jabón y comenzar a pasarla por mi cuerpo. Me hizo colocar una pierna en una pequeña banqueta, para separar mi sexo y limpiarlo a su antojo. Cedió la pastilla de jabón a su amigo e hizo lo propio. Estaba helada, a pesar de la tensión de la situación que creo que haría sudar a cualquier mujer decente, en ese momento sólo sentía frío y soledad.

  • Trae la manguera. – Espetó Miguel – Abre la boca, Raquel. Así, perfecto – Añadió echando agua dentro de mi boca. Ahora está limpita. Es lo suyo para un encuentro íntimo. Sécala que va a coger una pulmonía.

Se podría decir que agradecí el calor de la enorme toalla que el joven puso sobre mi cuerpo. Estaba tiritando. El propio frío hacía que mis pezones estuvieran de punta y mi piel se erizase. Al entrar vi que habían colocado un colchón en el suelo sin saber de dónde había salido.

  • Nicolás. Es tu turno. Puedes empezar a hacerle que me dijiste.

El director me agarró del brazo, tirándome sobre el colchón que se situaba en medio del salón. Caí boca arriba. Pensé que iba a penetrarme y negaba con mis labios pero no fue así.

  • Llevo años soñando con hacerme una cubana con tus tetas. Hoy lo cumpliré.

Mordí mis labios. Las lágrimas rodaron por mis mejillas. Se desnudó de cintura para abajo y se colocó sobre mi, a al altura de mi vientre, a horcajadas. Comenzó a sobar mis pechos, pellizcándolos.

  • Por favor, Nicolás, para... por favor... – Empecé a gritar mientras llevaba su miembro a mi canalillo.

  • Dios... Cómo me gusta¡¡¡ – Expresó agitado.

Agarró mis pechos y cerró su miembro entre ellos. Los apretó fuerte y empezó a masturbarse, frotándolos. De nada servían mis súplicas, que era una empleada suya del colegio Me quejaba pero supongo que se perdían en el aire con los suyos que eran de total satisfacción.

Los apretaba tan fuerte que me hacía cierto daño. Mis antiguos amigos y mis dos alumnos se movían libremente por el salón, con unas bebidas en la mano, ajenos a lo que sucedía, aunque mirando de manera curiosa las acciones del director.

Según iba pasando el tiempo notaba como se iba excitando y cada vez apretando más fuerte mis pezones, para que hicieran la cueva perfecta. Le escuché gemir en voz alta. Sabía que estaba a punto. Mis manos, atadas al yugo junto a mi cuello me impedían cualquier movimiento. De repente se produjo el momento que temía. Su semen estalló en mi cara, dejándola completamente impregnada.

  • Sabía que nos iba a gustar a todos. Vamos. Levántate, Adrián, llévatela al patio y dale un manguerazo en la cara.

Entre los dos jóvenes me levantaron y aprovecharon de nuevo para darme un fuerte azote en la nalga y volvieron a sacarme al patio. Era ya de noche y hacía fresco fuera, Al volver a sentir el agua fría, ahora centrada en mi cara, me puse a tiritar. De nuevo volvieron a secarme, centrándose en mis mejillas y en mis pechos.

Al volver al salón me sentía mucho más vulnerable. Estaba aterida de frío. Si lo que pretendían era poco a poco romper mi resistencia y voluntad, lo habían conseguido. Sólo deseaba un poco de calor.

  • Álvaro, ahora vamos tú y yo. Vamos a darle lo que tantos años llevamos esperando. – Añadió Miguel

  • En realidad es más tu sueño que el mío. Yo la tengo aquí y me aprovecharé, pero tú estabas encoñadísimo con ella y nunca pasarte de una paja en tu cama pensando en ella. – Respondió Álvaro entre risas de los dos.

  • Bueno, entonces, después que Nico nos haya calentado, si no te importa, seré yo el siguiente. – Añadió continuando con las risas.

Me tumbó delante de todos, tirándome con fuerza sobre el colchón que habían colocado en medio del salón. Se desnudó de cintura para abajo separó mis piernas y vi como acercaba su miembro a mi vagina. Giré mi cabeza, entregada, sabiendo que no tenía posibilidad de ser penetrada por mi antiguo pretendiente. No quería mirarle. Notaba como su miembro se revolvía entre mis piernas y se introducía lentamente dentro de mi.

Agarró fuertemente mis caderas, levantándome un poco. No mostré resistencia, dejando mis piernas abiertas e intentado no darle un mayor placer del que estaba obteniendo por el mero hecho de estar dentro sin mi consentimiento. Vi unas manos que se acercaban a mis pechos. Por su reloj, supe que era Álvaro. Comenzó a pellizcar mis pezones mientras su amigo continuaba penetrándome sin compasión.

Notaba como Miguel se iba excitando más. Pensé que llegaría dentro de mi, en aquella situación donde tal vilmente estaba siendo humillada pero paró de repente. Parecía estar sincronizado perfectamente con su compañero, como si aquello fuese algo habitual entre ellos.

Salió y me dio la vuelta. Iba a caer mi cabeza sobre el colchón pero Álvaro agarró mi cabeza en el aire. Supe que sería sodomizada por Miguel. Su amigo agarró mi cara con una mano, apoyándola contra su pecho. Con la otra mano comenzó a acariciarme de nuevo los pechos. Por otro lado sentí como el miembro completamente erecto de mi antiguo pretendiente se aproximaba a mi ano. Dio una embestida y sólo pude dar un grito mientras entre los dos me manejaban a su antojo.

Comencé a gemir, supongo que al ritmo que entraba y sacaba su miembro de mi ano. Me sujetaba por la pelvis, agarrándome fuerte y a veces, dado mi escaso tamaño, conseguía levantarme sin esfuerzo del suelo.

Según se iba excitando más me iba sintiendo peor. Además de las embestidas comenzó a darme azotes en el culo.

  • Estás muy colorada. – Señaló Álvaro sonriente.

  • Debe estar muy caliente. – Espetó Miguel

No me sentía con fuerzas para responder, ni tan siquiera para insultarles o intentar apartarme. Sólo quería que terminase lo antes posible. Si estaba en lo cierto todos se aprovecharían de mi.

Siguieron con su conversación, en la que Álvaro ayudaba a su amigo moviéndome y colocándome a la manera que él creía conveniente.

  • Diosss, Álvaro, creo que voy a correrme.

  • Claro amigo. Hazlo, Para eso te la he puesto así.

Le oí gemir y noté sus embestidas más fuertes que en todos los momentos anteriores. De repente quedó clavado a mi, tanto con su miembro como con las uñas que se quedaron marcadas en mi piel. Noté como el fluido de su semen entraba por mi recto.

Se apartó de mi. Caí al suelo, abatida. Física y moralmente. No podía levantarme. Escuchaba el tintineo de su pantalón mientras se volvía a vestir.

  • Chicos, ahora voy yo. Quiero que me ayudéis. Me pone que le hagan cositas a la chica mientras me la follo. – Comentó Álvaro a mis dos alumnos.

Me agarró y me dio la vuelta, colocándome de nuevo con la espalda apoyada en el colchón y mirando al techo. Los dos chicos se colocaron a mi lado mientras que mi antiguo amigo se colocó entre mis piernas. Mateo me agarró del pelo y juntó nuestros labios. Con la otra mano agarró uno de mis pechos y Adrián el otro. Empezaron a pellizcarlos, Adrián acercó su boca y comenzó a besarlo y morderlo. Fue ese el momento cuando sentí que Álvaro se introducía dentro de mi.

Igual que había hecho Miguel siguió penetrándome y también pensé que culminaría dentro de mí, pero después de unos minutos en el que se mostró firme penetrándome. Volví a apoyar la cara en el colchón, intentando aislarme de lo que sucedía, de lo que vivía, aunque lo único que en realidad evitaba era ver sus caras de satisfacción.

Como si hubieran estado cortados por el mismo patrón, sacó su miembro y pidió a los chicos que le ayudasen a darme la vuelta. Aún tenía dolorido el ano por lo que intenté evitar que repitiera por ahí.

  • No, por favor, ya no más por ahí...

No me hizo el más mínimo caso. Los chicos me agarraron por los antebrazos y él hizo que abriese las piernas. Separó los cachetes y de nuevo comencé a ser sodomizada. Mateo y Adrián continuaron tocando mis pechos y besándome.

  • Decidle cosas guarras. No voy a tardar en correrme¡¡

  • Mira la zorra de la profe. Qué tetazas tiene y cómo se le ponen de duras cuando se las tocamos. Verdad que te gusta? – Expresó Mateo mientras comenzaba a besarme en los labios.

  • Tomad chicos, con esto no va a durar ni medio minuto. – Dijo Miguel entregando mi tanga a a Adrián.

Mi alumno me soltó sosteniéndome su compañero de clase. Mostró el tanga a Álvaro y lo depósito, de la misma forma sobre la parte baja de mi espalda.

  • Es curioso como un tanga tan pequeño puede llegar a cubrir tanto. – Espetó Mateo entre las risas de los cuatro hombres, mientras mi sodomizador se agitaba cada vez más, a punto de terminar.

También llegó dentro de mi esfinter. Los dos chicos me soltaron cayendo casi de golpe sobre el suelo. Volví a llorar de manera desconsolada.

  • Vamos mujer, no te pongas así. Es que necesitábamos todos un desahogo. Ahora les das una alegría a tus dos alumnos preferidos y nos vamos todos.

Veía los chicos que se movían nerviosos a mi alrededor. Pude oír el tintineo del bajar de sus pantalones. Supe que se estaban desnudando y que era su turno.

  • Qué le hacemos? – Preguntó inocente Mateo a Miguel.

  • Supongo que ninguno de los dos sois vírgenes así que si os lo hacéis a la vez con ella lo pasaréis mejor.

Los oí cuchichear entre ellos escuchando como iban a hacerlo. La verdad es que aunque yo formaba parte de su juego no me interesaba su conversación. Mateo se sentó a mi lado y Adrián me ayudó a levantarme. La idea era que me subiera encima de su compañero. No tenía fuerzas para negarme, tan sólo deseaba que todo terminase y nos dejasen libres a mi hijo y a mi.

Mateo agarró su miembro y me senté justo encima de él, quedando encajada. Agarró mi culo y comenzó a levantarlo y bajarlo. Álvaro estaba de pie y agarró mi pelo para llevar mi boca a su miembro. Los dos se manejaban como si lo hubieran hecho muchas veces, aunque no pensaba que fuera así.

Cambiaron la posición, sólo que ahora me indicaron que me pusiera de cuclillas, a horcajadas, e hiciera lo mismo. Debía ser yo quien hiciera el trabajo de meter y sacar subiendo y bajando sobre su miembro. Mateo era ahora quien me agarraba del pelo y me obligaba a meter su pene en mi boca y a realizarle la felación. Enseguida comenzaron a dolerme las rodillas y terminé clavada encima de él, provocando las risas de todos.

  • Me gusta esa situación. Por qué no os ponéis en el sofá, así de frente mostrará mejor su cuerpo. – Señaló Miguel.

Mateo se sentó primero y yo sobre él. Adrián se colocó de rodillas sobre el sofá y me ordenó de nuevo llevármelo a la boca. Hizo que fuese yo quien se moviese, me levantase mientras que él me agarraba por las caderas y movía mi cuerpo hacia arriba y lo dejaba caer después.

Miguel decidió hacer unas fotos de la situación. Los dos jóvenes estaban a lo suyo, muy excitados, a punto de llegar. Adrián me agarraba el pelo con fuerza, tirando de él y moviendo mi cara, y por consiguiente mi boca a su antojo. Iba notando como le salía algo de semen mientras que su amigo cada vez se mostraba también más excitado.

Sentía tanto movimiento en mi cuerpo que me mareaba. La humillación había pasado a un segundo plano porque lo que realmente sentía era una agitación constante en mi cabeza y tronco.

Adrián fue el primero en llegar, llenándome la cara de semen. Su compañero tardó un poco más, mientras que lo hacía, yo sentada sobre el sofá, mirando hacia el centro, era filmada por Miguel.

Unos momentos después todo terminó. Quizá fue cuando sentí todo lo que había pasado. Era consciente que habíamos sido secuestrados y yo abusada sexualmente como venganza y como futura lección a lo que había sucedido en el colegio.

Nunca imaginé que aquello me pudiera pasar a mi. Miguel me ofreció darme una ducha, esta vez en el baño, algo que ni siquiera me planteé, y se ofreció “amablemente” a devolvernos al parking donde estaba nuestro coche.

Quedé tumbada sobre el sofá, no hacía nada. Según las palabras de Miguel me dejarían marchar. Con todo lo que había pasado en ese aspecto confiaba en él, no había pruebas hacia lo que había pasado aquella tarde en aquella casa, que tampoco sabía exactamente dónde estaba.

Estaba en estado de shock. No hacía nada, no me movía. Sobre el sofá tiraron mi maltrecha camisa, pantalones, tanga y sujetador.

  • Vamos vístete. Tú, trae al chico y los dejas de nuevo en el parking del centro comercial. – Imagino que habéis reparado la rueda pinchada. Dijo dirigiéndose a un hombre que entró en ese momento y que era uno de los que nos había traído allí.

  • Si Miguel, la rueda está cambiada. Voy por el chico.

Estaba junto al sofá. Con la toalla que me entregaron para la ducha que había rechazado, me limpié. Pero no podía levantarme por el bloqueo mental que tenía. Por ello, entre los dos jóvenes me ayudaron a ponerme el tanga y el sujetador y volvieron a sentarme.

Pocos instantes después entró mi hijo allí. No se atrevió a acercarse a mi ni sé lo que pasaría por su cabeza al verme tan sólo con la ropa interior ya que no me había dado tiempo a vestirme. Al verle hice un esfuerzo para ponerme los pantalones y la camisa, ahora con las mangas recortadas. Miguel y Álvaro nos acompañaron, junto a los que nos habían llevado en la furgoneta, hasta ella.

De camino, nos pusieron de nuevo una capucha para que no pudiéramos identificar el lugar. Mi hijo me abrazó y tan sólo le supe decir al oído.

  • No cuentes a nadie lo que ha pasado esta tarde. Ni tan siquiera a tu padre. Prométemelo.

Tan sólo asintió con la cabeza.