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Provocando a mi sobrino

en Amor filial

Aquel verano se planteaba raro. Había tomado unos días de vacaciones para irnos mi marido y yo juntos a Mallorca, pero los negocios de él dieron al traste con todo. No nos podíamos marchar, a pesar de estar ya todo el viaje contratado.

Os diré que me llamo Verónica, aunque todos me llaman Vero. Tengo 36 años, tengo un buen cuerpo, que me ha costado muchas horas de gimnasio. Soy rubia, con pechos abundantes y estoy casada desde hace tiempo. No tenemos hijos por decisión propia, lo que nos permite tener una vida cómoda en todos los aspectos.

La verdad es que estaba un poco saturada de la ciudad, y me apetecían unos días de playa, por lo que me planteé hacer ese viaje sola. A Ángel, mi marido, no le hacía demasiada gracia que fuese a Mallorca sin él.

Siempre he sido fiel, y salvo un chico a quien conocí antes que a Ángel, nunca había estado con otro hombre. Pero lo cierto, es que no le agradaba que su mujer estuviera en aquel lugar con tanto ambiente diurno y nocturno. No se atrevía a decírmelo directamente, pero yo sabía que ese era el motivo. Por eso, al día siguiente, cuando vino de trabajar me explicó su gran idea. Me dijo que para no ir sola y puesto que todo estaba ya pagado, aprovechásemos también el billete de avión y viniese Miguel, mi sobrino, conmigo.

La idea me gustó. Miguel tenía 18 años, aunque era aún un crío, ya tenía rasgos de hombre. Además, me vendría bien para estar acompañada. No tendría que ir sola a la playa, a comer, a cenar, y sobre todo, me liberaría de moscones y mi marido dormiría más tranquilo sabiendo que estaba controlada.

Llamé a mi sobrino de inmediato………….

  • Miguel, hola. Te gustaría pasar dos semanas con tu tía Vero en Mallorca?

Estábamos en el mes de julio. Pasaríamos quince días en la isla. Deseaba que llegase ya el momento de irnos, puesto que la ciudad me saturaba.

Por fin llegó el día. Ángel nos llevó al aeropuerto y a última hora de la tarde estábamos registrándonos en la recepción de un precioso hotel, en primera línea de playa. Subimos a la habitación, teníamos una suite completa compuesta por una pequeña cocina americana, un salón acogedor con un enorme sofá y televisor, un solárium, una amplia habitación con dos camas individuales, pero unidas y un baño con bañera de hidromasaje.

Pregunté a Miguel si deseaba que separase las camas. Me contestó que a él le resultaba indiferente por lo que dejamos todo como estaba.

Elegí la ropa que me pondría en mi primera noche. Casi toda mi maleta estaba compuesta por camisetas, pantalones y faldas cortas, bikinis y ropa interior. No necesitaba mucha variedad para estar todo el día de la playa al hotel y del hotel a la playa.

Me duché para refrescarme antes de bajar a cenar y me puse unos pantaloncitos cortos y una camiseta negra ajustada, Miguel directamente se uniformó con ropa deportiva.

Después de cenar, pasamos al salón del hotel donde había un espectáculo de animación. Tomamos algo y nos subimos a la habitación no demasiado tarde.

Al día siguiente, empezamos nuestra rutina. Desayunamos, fuimos a la playa, comimos, pequeña siesta, piscina y de nuevo cena.

Este comenzó a ser nuestro día a día. Tenía buen trato con mi sobrino. El no tener hijos hacía que siempre le había tratado en parte como a uno. El caso, es que desde hacía unos meses, notaba que me miraba como un hombre mira a una mujer, en lugar de cómo un sobrino debería mirar a su tía.

Llevábamos ya una semana. Al estar Miguel conmigo, no me había quitado ningún día la parte alta del biquini en la playa, algo que hacía habitualmente cuando iba con mi marido. Por otro lado, empecé a observar el bulto del bañador de mi sobrino cuando salía del agua y se marcaba en su bañador. También contemplaba su mirada, cuando estaba tumbada, tomando el sol, mis pechos y su canalillo.

Veía su cuerpo de joven atlético, con su incipiente vello en el pecho. Pensaba que en pocos años sería un joven que las chicas se rifarían, pero ahora estaba pasando unos días conmigo.

Aquella noche, después de ducharme para bajar a cenar, decidí ponerme muy guapa. No tenía pretensiones de nada, pero me puse una corta falda de color rosa, y una camiseta ajustada que hacía aumentar aún más mis ya abundantes pechos.

Antes de salir de la habitación me miré al espejo y luego dirigiéndome a Miguel le dije:

  • Mírame Miguel¡¡ Me ves sexy?
  • Si, tía, eres muy sexy¡¡¡

Vi su cara al contestarme. Se puso colorado. Sé que soy una mujer atractiva. El no haber sido madre, unido a un control en mi alimentación y una hora de gimnasio diaria me hacían tener un cuerpo de adolescente y los años sólo pasaban por mi cara, que además, los años la habían tratado muy bien.

Aquella noche decidí tomar un poco de vino para cenar. No suelo tomar alcohol, pero me sentía bien. Después de la cena decidí probar unos de los cócteles que tanto éxito tenían en el bar del hotel.

Vimos el espectáculo, y cuando terminó nos subimos de nuevo a la habitación. Estaba un poco aturdida, pero contenta. Aquella noche había notado como los hombres me miraban y eso me había hecho recordar mi adolescencia cuando era la mujer con más éxito de nuestra pandilla.

Me senté a fumar un cigarrillo en la terraza. Abrí una pequeña botella de ginebra del minibar y le añadí media lata de tónica. Me sentía bien.

Di unos sorbos a mi bebida mientras terminaba de fumar. Me acerqué a la habitación y vi desde fuera que Miguel tenía puesta la televisión, que miraba fijamente. Al entrar y volver a observar a mi sobrino, vi que había cerrado los ojos fingiendo dormir.

Era una reacción de adolescente. Sabía que le atraía como mujer y dado mi estado de semiembriaguez, decidí cometer una locura.

Me coloqué justo delante de su cama. Veía como sus ojos se entornaban para verme por lo que me envalentoné a hacer lo que en ese momento me pedía el cuerpo. Saqué mi camiseta, dejando mi sujetador al descubierto. Me movía, buscaba algo imaginario y que fingía no encontrar. Después solté el botón de mi falda, que cayó al suelo e hice la misma operación………..

Dónde lo he dejado? Preguntaba en voz baja buscando nada por todos los lados.

Dejaba ver al chico mi tanga y mi sujetador mientras daba vueltas por el dormitorio. Al observar su pantalón corto con el que dormía, vi que su bulto crecía, lo que me dio más argumentos para dar un paso más.

Me di la vuelta y desabroché el sujetador que me saqué por delante. Me giré hacia él para que contemplase mis pechos para acto seguido ir al baño a retocarme y lavarme los dientes.

Salí a los cinco minutos, segura que me estaba esperando para volver a contemplar mis pechos, mi culo y el resto de lo que cubría mi tanga.

Me dirigí a mi armario y saqué un camisón negro de seda, por encima de las rodillas. Era el primer día que me lo iba a poner, ya que hasta entonces, había utilizado un pijama de verano.

Dándole la espalda me quité el tanga, dejando mi trasero al descubierto. Sin girarme, tomé el camisón que había dejado junto a sus pies y me lo coloqué para dirigirme a mi cama.

Sé que no había perdido detalle del improvisado strep tease que le hice. Yo me sentía excitada por lo que había hecho, y aunque reconocía que no estaba bien, no me causaba ningún remordimiento de conciencia.

No acostumbro a tocarme, pero aquella noche me sentía especialmente caliente. Masturbarme, estando mi sobrino al lado, me parecía una falta de respeto. En esos momentos eché en falta a mi marido, sus caricias y todo lo que me hacía sentir en nuestras noches de sexo. Al final, fruto del cansancio del día y de la ingesta de alcohol en mi cuerpo me quedé dormida.

A la mañana siguiente me levanté espídica. Estaba contenta. Vi que Miguel estaba levantado y había puesto la televisión del salón. Me acerqué a él y le di un abrazo.

  • Sabes una cosa?...........Que te quiero mucho¡¡¡¡¡

Le di un beso en las mejillas y le abracé fuertemente de tal forma que nuestros pechos se juntaron, y friccioné de forma intencionada mis pezones en su torso.

Comenzamos el día de la misma forma que siempre. Nos duchamos, bajamos a desayunar, luego a la playa hasta que llegó la tarde.

Se nubló y a los pocos minutos empezó a tronar, fuertes rayos y una intensa lluvia. Nos vestimos y salimos a pasear por dentro del hotel hasta la hora de la cena. La animación tampoco era demasiado buena aquella noche, por lo que decidimos poner una película de la carta disponible en la televisión de pago de la habitación.

Miguel se puso su camiseta y pantalón corto que usaba para dormir en la habitación, mientras que yo me desvestí en baño, colocándome el camisón que había usado el día anterior. Me dejé esta vez el tanga, aunque sí me quité el sujetador.

Le di opción a elegir a él la película que quisiera. Se decidió por una de terror. No es mi género preferido pero acaté su decisión. La verdad es que me daba igual ver la película que fuese.

Mi sobrino se colocó en un rincón, sentado, así que aproveché y decidí abusar de él, apoyando mi cabeza sobre sus piernas y estirando mi cuerpo en el resto del sofá. Miguel, utilizando el mando a distancia del televisor, puso en marcha la película.

Estaba bastante relajada viendo el televisor salvo algún susto generado por la película. Pensaba que desde arriba, los ojos del muchacho podrían contemplar mi cuerpo, eso si, tapado por el camisón. De momento debía conformarse con observar mi escote y mis piernas.

Giré mi cabeza y me quedé mirando el estómago de mi sobrino. Empecé a rozarlo con la punta de los dedos, al principio por encima de la camiseta, aunque luego le acaricié por debajo de la misma, tocando directamente su piel.

Estiré mis piernas y levanté mis ojos hacia su cara. Dado que yo estaba tumbada y él sentado, a varios palmos de distancia, podía contemplar mi cuerpo de forma perfecta.

  • Miguel¡¡ Consideras que tengo un cuerpo bonito?
  • Claro tía, eres una mujer preciosa.

Muchas gracias, sobrino. Eres un encanto¡¡¡ Le respondí riendo.

Vi como su cara de nuevo se enrojecía. Volví a girarme y continué acariciándole su estómago hasta tocar tu ombligo. Ahora mis caricias eran mucho más sublimes, tocándole con la palma de la mano.

Continué subiendo por debajo de la camiseta, hasta llegar a su pecho, donde mi mano masajeaba su incipiente pelo.

Me sentía excitada, el estar ya más de una semana sin estar con mi marido me estaba trayendo por la calle de la amargura. Soy una mujer acostumbrada a tener sexo de forma habitual, y desde que me casé no había estado tanto tiempo sola. Todo ello, estaba haciendo que me fijase en Miguel, un muchacho de dieciocho años, como un hombre.

Continuaba acariciándole mientras seguía tumbada, con mi cabeza apoyada en sus rodillas. Estaba a punto de dar un paso más, de romper definitivamente el hielo. Si lo hacía, el riesgo era que no conocía la disposición de mi sobrino, y podría tener algún problema, pero me gustaba, me gustaba mucho.

No lo pensé más. Me levanté y me coloqué a horcajadas, con mis rodillas abiertas, sentada sobre sus piernas. Agarré sus manos y las dirigí, por debajo de mi camisón a mi barriguita, que estaba petrificada, fruto de las horas que pasaba en el gimnasio.

  • A que la tengo dura, Miguel? Refiriéndome a mi tripa.

El muchacho asintió con la cabeza. Se sentía tenso, aunque notaba su excitación en su mirada, y sobre todo en el bulto que le iba creciendo por debajo del pantalón, y que al estar sentada encima de él, lo iba notando.

Agarré su camiseta por debajo y tiré de ella hacia arriba. Él levantó sus manos para ayudarme a sacársela. Le dejé con su tronco descubierto, mostrando su hermoso cuerpo, marcando músculos como una tableta de chocolate.

Volví a coger su mano y continué pasándolo por debajo de mi camisón. Iba masajeando mi cuerpo, mi vientre, mis costillas hasta que le hice subir para llegar a tocar con las yemas de sus dedos la parte baja de mis pechos.

Para esos momentos yo notaba de forma notable el bulto de sus pantalones. Por mi parte, me sentía también bastante excitada, por lo que tomé el camisón y de forma rápida me lo quité, para quedarme delante de mi sobrino con los pechos al aire.

Llevé sus manos a mis pechos para que los acariciase. Después se las aparté para agarrarlos yo y llevarlos directamente a su boca. Instintivamente abrió los labios y sacó su lengua para comenzar a lamer y morder mis pezones.

Le tomé de la mano y tiré de él en dirección al dormitorio. No quería pensar en lo que estaba haciendo, tan sólo hacerlo. También me daba cuenta que él no hacía remilgos a tener una relación incestuosa con su tía, por lo que no hice nada por parar la locura que estábamos cometiendo.

Cuando llegamos a la cama le tiré sobre ella. De nuevo volví a colocarme encima de él. Ahora me lancé hacia su boca besándole y rozando sus labios con los míos.

Aunque no terminaba de ser consciente que el hombre que estaba debajo de mi era mi sobrino, si me daba cuenta que no era un experto en el sexo. Me tumbé un poco más arriba, consiguiendo ahora que por la fuerza de la gravedad, mis pechos llegasen hacia su boca.

Después de jugar con ellos durante un rato, me incorporé y le bajé a la vez su pantalón corto, dejándole totalmente desnudo ante mis ojos.

Sin dudarlo, mi boca se dirigió a su pene. Ya se encontraba erecto por lo que no me costó nada comenzar a jugar y a introducírmelo hasta la garganta. Tenía un buen tamaño, aunque el de Ángel, mi marido era bastante más grande.

Jugué con él unos minutos. Me sorprendió su capacidad para aguantar sin correrse en mi boca. Decidí parar y me tumbé a su lado en la cama.

  • Miguel, te gustaría quitarme el tanga?
  • Claro tía. Noté como se ruborizaba al pronunciar la palabra tía.

No esperó demasiado y tomando la prenda por la cintura tiró de ella hacia las rodillas. Siguió bajando hasta sacarla por mis pies. La tiró junto a mi y al tocarla me di cuenta lo mojada que estaba.

  • A cuantas mujeres has visto desnuda, le pregunté
  • Ahora, contigo, a dos
  • Ahora, a dos? Y ayer? Mentiroso, ayer me desnudé para ti aunque sé que te hiciste el dormido.
  • Ayer no te llegué a ver completamente desnuda. Te quitaste el tanga de espaldas.

Se puso colorado al responder pero siguió con la conversación.

  • Y tú? A cuantos hombres has visto desnudos?
  • Sólo he tenido dos novios. Uno de ellos es tu tío, o sea, que he estado con dos hombres.

Volví al ataque. Me coloqué de rodillas, con las piernas abiertas. Agarré su mano y la llevé hacia mi sexo para que jugase con él. Se la volví a retirar, agarré su dedo, lo chupé y lo llevé hasta la entrada de mi vagina. Quería excitarle mucho, quería que se corriese, quería hacerle disfrutar como jamás lo habría hecho con nadie.

Yo dirigía mi mano que mandaba sobre la suya. Le hice hacerme un reconocimiento exhaustivo de todo mi sexo, que no le quedase nada por palpar.

Estaba excitadísima, así que le volví a tumbar y volví a tomar su miembro con mi boca. Ahora estaba aún más hinchada que antes. Los tocamientos que le había invitado a hacer, estaban dando sus frutos.

Me esmeré mucho más. Comencé a acariciar sus testículos mientras que mi boca subía y bajaba rítmicamente. Mi mano agarró la parte baja de su pene y saqué mi boca. Sabía que estaba a punto de escupir todo el semen que llevaba dentro, y así fue, toda mi cara y parte de mi pelo se cubrieron del líquido condensado y blanco.

Se había quedado relajado pero yo no podía esperar más. Estaba excitadísima, así que me situé de rodillas en la parte alta de la cama, apoyadas mis rodillas a los dos lados de su cabeza, de tal forma que mi sexo quedase a la altura de su boca. La abrió y comenzó a comerme el coño. Estaba muy abierta e iba notando como su lengua se deslizaba por todo mi sexo. Cuando llegaba a mi clítolis no podía dejar de gritar.

Me movía, haciendo que su lengua se dirigiese en cada segundo donde yo quería que estuviera. No podía aguantar más así que apoyé mis manos en la pared y me dejé caer totalmente encima de su cara. Seguía jugando con su lengua que la introducía en la vagina y ahora era su nariz la que masturbaba mi clítolis.

Chillé, chillé mucho. Sentía tanto placer que no podía contenerme hasta que unos escalofríos comenzaron a recorrer mi cuerpo y me dejaron exhausta. Mi sobrino me había arrancado un orgasmo monumental.

Ahora fui yo quien cayó en la cama rendida. Le miré a los ojos. Era muy tierno verle, con su aspecto de niño y esa cara de felicidad, casi ridícula, que ponen los hombres cuando han tenido un orgasmo.

Estábamos los dos totalmente desnudos. Acaricié su cara y le besé en los labios. Mi mano fue recorriendo de nuevo su delgado cuerpo. Al tocar su sexo, vi que de nuevo había crecido. Me quedé atónita, puesto que mi marido tardaba bastante en recuperar a no ser que yo le ayudase a ello.

  • Qué quieres que hagamos con esto ahora? Pregunté riendo y con su miembro en mi mano.
  • Me excitas mucho, tía.
  • Ya lo veo. Y cómo pretendes desahogarte?
  • Me gustaría mucho hacerlo contigo.
  • Quieres follarte a tu tía?

Pasé mi mano por debajo de su espalda, dándole permiso para que se situase encima de mi. Su pene rozaba mi sexo, pero no terminaba de entrar. Fui yo quien lo agarró y lo metí en mi vagina.

Volví a excitarme. Aunque su miembro era más pequeño que el de mi marido, la agilidad de sus movimientos me volvían loca.

Le besaba por todos lados, él se acercaba a mis pechos y los mordía. Mis piernas se aferraron a su espalda para que no pudiera escaparse y permaneciera dentro de mi.

Notaba como se iba excitando. Vi que se iba a correr e hizo intención de salirse fuera, porque no se había puesto preservativo.

Le agarré aún más fuerte. Quería sentir su leche dentro de mi. Yo no llegué a correrme, pero la sensación de bienestar fue increíble. Seguramente, había tenido el mejor sexo de mi vida con mi propio sobrino.

  • Tía, ahora ya puedes decir que has estado con tres hombres
  • Esto no saldrá de aquí nunca, enano¡¡¡ Entendido? Dije entre bromas, achuchándole.

Me sentía culpable después de hacerlo. Mi cuerpo ahora estaba relajado y me sentía mal por aquello, además Miguel era muy joven y temía que pudiera llegar a oídos de quien no debiera saber nada de esto.