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Asalto a la casa de una juez

en No Consentido

Raquel tenía 45 años y una brillante trayectoria como juez. No tenía hijos, y su marido, hermana y sobrino, eran toda su familia. Era una mujer de estatura más bien baja, rubia y con un abundante pecho.

 

Había sido mujer de un único hombre desde que conoció a su marido en la facultad de derecho. Después la oposición, y una vez aprobada, la boda. Ambos decidieron no tener hijos, pero ella adoraba a su único sobrino, Cristian, a quien quería como a un hijo.

 

El día, había sido complicado, ya que un accidente de coche, cuyas causas no conocían, había dejado a su marido en el hospital por un atropello pero que afortunadamente, no había traído mayores consecuencias, y que por precaución, permanecía allí en observación.

 

Por ello, esa noche, el joven Cristian, a petición de su madre, se había quedado a acompañar a su tía Raquel. Ambos estaban viendo la televisión, intentando superar la tensión del día, a sabiendas, que Alberto, el marido de Raquel, estaba ya fuera de peligro.

 

La juez se puso su pijama. Dos piezas, color rojo, más bien finas, pijama y pantalón largo, pues ya empezaba la primavera. Debajo, sólo una braga que usaba para dormir. Tenía la televisión encendida, sin mirarla, ya que a la vez leía una revista del corazón para distraerse. Cristian dormitaba, limitándose a hace compañía a su tía.

 

Por todo ello, por la abstracción en la lectura, por el cansancio y por la relajación de estar tumbada en su sofá, no vio como dos hombres se abalanzaban sobre ella y le ponían una pistola en la sien, haciendo lo mismo con su sobrino.

 

  • “Jueza”. Mira que te dijimos que no nos tocases las narices y ya ves las consecuencias. Tu marido en el hospital y ahora tu sobrino y tú con nosotros para ajustar las cuentas.

 

Se acordó que había recibido veladas amenazas a las que no había dado importancia. Pero supo entonces que el accidente de su marido formaba parte de aquella trama. También se dio cuenta que conocía a los cuatro hombres que habían entrado. Uno de ellos, quien parecía el jefe era Ismael, a quien ya había interrogado y si no había podido enviarlo a prisión, era porque sus fuertes convicciones y confianza en la justicia, que ella misma colaboraba a poner en práctica, no le habían aportado pruebas reales de sus negocios, aunque se sobreentendieran.

 

Isma, como le gustaba que le llamasen, era un hombre fuerte, que no llegaba a los 35 años. Había otro, de aspecto más elegante, aproximadamente de la misma edad, Fredy. Le acompañaban dos chicos jóvenes, de unos veinte años, Alan y Sandro. Todos ellos habían pasado por sus juzgado y habían sido interrogados por ella, pero a diferencia de otros compañeros suyos, que ya estaban en prisión, contra ellos no había pruebas concluyentes.

 

  • Salgan de mi casa. Soy juez. Qué se han creído ustedes? – Respondió malhumorada.

  • Y yo soy Isma, y nadie, por mucha juez que sea, va a seguir tocándonos los cojones. – Le explicó mientras le agarraba la cara con fuerza. A Fredy, Alan y Sandro también los conoces, y están tan cabreados como yo, pero nos alegra mucho estar aquí con vosotros.

 

Isma tocó el pelo de la mujer y retiró las horquillas que lo mantenían recogido, quedando suelta su melena. Estaba colorada por el abuso de superioridad de los hombres que habían entrado en su casa. Después la levantó con cierta brusquedad y la empujó contra una de las paredes del salón.

 

Sandro y Alan se abalanzaron sobre ella, pasando sus manos, desde los tobillos hasta su espalda, centrándose principalmente en su trasero.

 

  • Lleva puesto el pijama y unas bragas debajo. Comentó uno de los jóvenes a su jefe.

 

Raquel, a pesar de saberse en inferioridad, humillada por los comentarios en su propia casa, y delante de su sobrino, se revolvió y se encaró con Isma.

 

  • Largaos de aquí. Esta es mi casa. Dejadnos en paz o ateneos a las consecuencias. Os voy a mandar a todos a prisión y no saldréis nunca.

 

La amenaza enojó a Isma que se acercó a ella y de dio dos sonoras bofetadas. A la juez, no le dolieron físicamente, pero si se sintió muy humillada, y se dio cuenta que había perdido el trato de pleitesía que re recibía en el juzgado.

 

  • Te diré algo, “jueza”. A estos chicos y a mi nos gustan las mujeres. Tú, a pesar de tener 45 años, estás muy bien. Pero también te contaré que Fredy tiene otros gustos, le gustan más las pollas, o tal vez debería decir los culitos masculinos, o las dos cosas, sobre todo si son jóvenes, como tu sobrinito.

 

Al mirar, se dio cuenta como acariciaba el pelo y la cara terror de su sobrino, lo que le estremeció. El joven estaba aterrado, acurrucado en el sofá, contemplando lo que allí sucedía. Estaban en manos de unos desalmados, que además, sabían todo sobre ella y su familia.

 

  • Por favor¡¡¡ Hagan conmigo lo que quieran, pero dejen a Cristian en paz. Él no tiene nada que ver con esto.

  • Me alegra oír esto de ti. Fredy, si eso es así, te vas a quedar sin catar al chico.

 

Los dos jóvenes levantaron sus brazos sin oposición. Isma se dirigió a ella y empezó a tocar sus pechos, que por la situación, se pusieron tensos sus pezones. Eso hizo gracia al jefe de los jóvenes, que siguió acariciándolos y pellizcándoles.

 

Raquel se sentía humillada y agobiada por la situación, pero también sentía algo que jamás habría reconocido, y era un cierto halago dentro de la tensión existente por gustar a tres hombres, más jóvenes que ella y de ellos, dos incluso, que podrían tener la edad de un hijo suyo si lo hubiera tenido y tan sólo un par de años más que su sobrino. Su cabeza quedaba ladeada y apoyada en la pared, y sus ojos cerrados sin querer mirar lo que sucedía.

 

Volvieron a darle la vuelta, situándola de cara a la pared. Sin entretenerse, Isma le tocó los muslos, su trasero, cerciorándose que lo que había dicho uno de sus súbditos era cierto. Llevaba sólo tres prendas, pantalón, camiseta y bragas. De un fuerte golpe, le bajó el pantalón hasta los tobillos.

 

Hicieron mención a sus piernas, y volvieron a colocarla de frente a ellos, siempre con las manos levantadas. Los jóvenes acariciaban sus muslos, incluso se agachaban y situaban sus ojos a escasos centímetros de ella, mientras Isma volvía a centrarse en sus pezones, que seguían cada vez más duros, a la vez que comenzaba a besar su cuello. Ella se mostraba sumisa, apelando ya a la voluntad de los hombres para que la dejasen en paz.

 

  • Raquel. Dónde tienes unas tijeras? - Preguntó el jefe entre risas.

 

La mujer les indicó el lugar donde se encontraba el costurero y Alan se las entregó a su jefe. De inmediato, Isma agarró la camiseta, ahuecando el montículo de sus pechos y haciendo un pequeño corte en el medio, lo suficiente para sacar el pezón. Repitió la maniobra con el otro pecho.

 

Raquel tenía la cara enrojecida por la humillación, los tocamientos y la falta de intimidad al estar su sobrino allí. Volvió a palpar sus pechos, ahora ya al descubierto, y amplió los cortes en la camiseta, que tomaría todo el volumen de sus senos. El jefe ahora, los envolvió entre sus manos y la besó en la mejilla, sin que la mujer se atreviese a negarse.

  • Ya que te hemos visto las tetas, no creo que tengas problema en quitarte la camiseta. Venga, quitadsela.

 

Lo siguiente fue subírsela, sacándola por encima de sus brazos, y dejando sus pechos al descubierto. Instintivamente trató de taparlos, pero de nuevo, los jóvenes levantaron sus brazos.

 

  • A pesar de su edad mantiene las tetas firmes. Está guapísima en braguitas. En realidad es un top less en casa.

 

Los jóvenes ahora fueron quienes magreaban su delantera y acercaban las bocas a sus senos. Hicieron comentarios similares que había hecho anteriormente su jefe.

 

  • Qué duritos están. Me gustan.

  • A mi me gusta toda entera. Habéis visto sus piernas?

  • No os gustaría haceros una fotografía con ella? Una mujer madura, guapa, en bragas y con las tetas al aire. Venga, poneos a su lado, que os la saco.

 

Isma sacó su móvil e inmortalizó el momento. Los chicos se fueron colocando de distintas formas, tocando su cuerpo con descaro, en diversas posiciones. Los jóvenes se apartaron y el jefe dejó su teléfono sobre la mesa y pasó a realizar una labor más romántica, besando las mejillas y bajando sus labios por su cuello y hombros, mientras le susurraba al oído.

 

  • Vamos a hacer muchas cosas contigo, y si no estás de acuerdo, lo hará Fredy con tu querido sobrino. - Dijo Isma en tono amenazante.

  • Por favor, dejadle a él en paz. Yo soy la responsable de vuestro enfado. Lo que tengáis que hacer, hacedlo conmigo.

  • Me gusta que estemos de acuerdo y que Fredy se quede con las ganas de catar a un chico joven. De todas formas, te permito que le dejes en calzoncillos.

 

De nada sirvieron sus protestas. El asaltante homosexual, dejó al joven en ropa interior para amedrentar a la mujer. El jefe del grupo cogió una de las sillas que había junto a la mesa del comedor y colocó a Raquel de espaldas a la televisión, y también, frente al sofá donde estaba sentado a su sobrino, y a quien Fredy, que no paraba de magrear al chico.

 

Le agarró de un brazo, y la sentó en la silla. Ella ahora se fijó en Cristian, quien la miraba con ojos aterrorizados. Sabía que tendría que hacer lo imposible, para que el joven, a quien quería como un hijo, no tuviera problema.

 

  • Raquel. Vas a abrirte de piernas y te vas a correr un poco la braguita. Si, la vas a desplazar lateralmente para que todos podamos verte el coño.

 

La juez comenzó a hiperventilar. Su situación, sin escape posible, con cuatro hombres habían entrado en su casa sin permiso, y con su sobrino y ella misma, en auténtico peligro.

 

Durante unos segundos, que le parecieron eternos, tuvo tiempo de mirar a todos los que allí se encontraban, y sabiendo que no tenía elección separó las piernas y movió su prenda más íntima para regocijo de sus captores.

 

  • Hace bueno el refrán. Rubia de bote, chocho morenote. – Exclamó Isma al ver el color del vello púbico

 

Tuvo que soportar todos los comentarios sobre lo que harían con ella en breves momentos. Tan sólo tenía la cara enrojecida, la carne de gallina a pesar de no hacer frío en la casa.

 

  • Raquel, quédate como estás, no te tapes. Venga chicos, poneos detrás de ella que os saco otra foto.

 

De nuevo se retrataron con la magistrada, entre carcajadas y movimientos desacompasados de los jóvenes. Por último, antes de dar por concluida la escena, el jefe ordenó que fuera Cristian quien se situase al lado de su tía, sentándose junto a ella y apoyando la cabeza en su hombro y la mano derecha, sobre el muslo desnudo de la mujer.

 

  • Fredy. Ocúpate del chico, pero no le toques. Él no es nuestro objetivo y la señora “jueza” se va a portar muy bien con nosotros.

 

Isma la agarró del brazo y se la llevó a la habitación de matrimonio, tirándola en la cama de manera transversal. Dada la poca estatura de la mujer, apenas se le quedaron los pies fuera del colchón. Alan se colocó detrás de su cabeza y comenzó a pellizcarle los pezones. La mujer intentó apartar sus manos, pero éste hizo que fueran las de ellas las apartadas continuando con sus tocamientos.

 

  • Raquel. Ahora que estamos en confianza, los tres solos contigo. Quiero que te quites las bragas y me las des.

 

La mujer contrajo los músculos, apretó su cabeza en la cama, sabiéndose sin posibilidad de negarse a lo que estaban pidiendo.

 

  • Sandro, tú que tienes labia para tratar a las mujeres. Dile cosas bonitas que le ayuden a desnudarse para nosotros.

  • “Jueza” tienes unas tetas de impresión, unos pezones duritos, unas piernas de muerte, y un coño depilado cuidadosamente que refleja la morenez de tu pelo.... Pelo del coño, claro, porque eres rubia. – Terminó la frase riendo. – Pero tal vez prefieras que Fredy use a tu sobrinito. Creo que está muy encariñado con él.

 

La juez temblaba. Estaba aterrada por su sobrino pero nadie la había hablado así jamás, con un lenguaje tan soez y tan seguro de si mismo. Normalmente era ella quien machacaba sin contemplaciones a quien consideraba culpable de algún delito.

 

  • Raquel. No voy a repetírtelo. – Recalcó. – Lo haces o ya sabes, lo que te ha dicho Sandro.

 

Sin darse cuenta, estiró todo el cuerpo, haciendo que los hombres que la miraban desde arriba se excitasen al ver como se contorneaba. Dobló sus rodillas, levantó sus caderas y comenzó a deslizar su prenda más íntima, sacándola por los tobillos y entregándolas al jefe de aquel clan mafioso.

 

  • Muy bien Raquel. Ahora nos haremos unas fotos a tu lado, así, desnuda, aunque quizá deberías tocarte un poco. Tocarte, no taparte.

 

En grupo, juntos, individualmente, se colocaron al lado de la mujer haciendo las más humillantes fotografías. Cuando terminaron, Isma decidió enseñarlas. La mujer, dentro de su vergüenza, observó que objetivamente estaba guapa, pero su temor era el destino que le pudieran dar a aquellas imágenes.

 

  • Qué tal una ducha antes de entrar en acción? – Preguntó más en tono de orden que de pregunta.

 

Los dos jóvenes levantaron a Raquel y se dirigieron al baño, que se encontraba en la misma habitación que la juez compartía con su marido.

 

Le pidieron a la mujer que abriese el grifo. Intentaba no pensar en lo que estaba sucediendo y reguló el agua hasta que salió a la temperatura correcta. Se metió en la ducha, temblando, mientras que el jefe agarró la alcachofa de la ducha y comenzó a rociar su cuerpo.

 

Los dos jóvenes refregaban su cuerpo con sus manos desnudas, centrándose en sus pechos, su vagina.

 

  • Qué buena está la “jueza”. Mojadita me pone aún más. Vamos a dejarte relimpios todos los agujeritos que tienes. Gírate.

 

Ahora las manos se centraron en la espalda, que fueron bajando poco a poco hasta llegar al trasero, donde apartaron los cachetes e Isma introdujo su dedo en el ano, dejando paso después a que lo hicieran sus súbditos.

 

Cerraron el grifo y cogieron la toalla que se encontraba colgada allí mismo y empezaron a secarla durante breves segundos ya que fue Raquel quien tomó su toalla, de forma orgullosa, se sexó y se envolvió en ella.

 

  • Qué guapa está con la toalla. Está muy sexy. Vamos a hacernos alguna foto más con ella.

 

Volvieron a repetir lo mismo, se fueron intercambiando y haciendo posados con la mujer, primero enrollado con la toalla y después completamente desnuda.

 

Isma se acercó a ella y agarrándole del pelo de forma violenta le dio un fuerte beso, donde sintió que la lengua del jefe le llegaba hasta la garganta. El beso duró tiempo y la magistrada empezó a tener problemas para respirar, ya que por la tensión, no lo hacía por la nariz.

 

El hombre se separó de ella y se bajó los pantalones y calzoncillos, quedando desnudo de cintura para abajo. Su miembro estaba erecto y llevó la boca de la mujer hacia él. Alan separó las piernas y llevó su boca al sexo de la mujer. Separó sus labios vaginales y comenzó a pasar la lengua de arriba a abajo.

 

Raquel no protestaba en voz alta, pero agarraba con su mano el edredón de la cama, sobre la que estaba tumbada. Se centraba en la felación al jefe del grupo, Sandro no dejaba de pasar sus manos y boca por sus pechos y Alan se centraba en su sexo.

 

Isma se iba excitando cada vez más. Movía la cabeza de la mujer, a quien mantenía agarrada de su rubia melena, a su ritmo. La mujer sabía que iba a llegar, y justo cuando el hombre daba sus últimos espasmos consiguió zafarse de su mano y evitar que el semen se derramase en su boca y fuera su cara la que recibió el líquido viscoso.

 

La última reacción de la mujer produjo un inmenso enfado en Isma, que pretendía haber llenado su boca, por lo que su respuesta fue contundente.

 

  • Dijiste que harías todo lo que quisiéramos y no has cumplido el trato. – Le explicó a la mujer. – Fredy, ven aquí y trae al chico.

  • No. – Respondió la mujer de manera enérgica.

 

Mientras intentaba convencerle se limpió y colocó la toalla alrededor de su cuerpo, tapando sus partes más íntimas. De nada sirvieron sus protestas. Isma estaba muy enfadado, o quizá simplemente deseaba asustarla aún más y vengarse de la magistrada haciendo su situación lo más humillante posible.

 

Fredy entró en la habitación con Cristian. La misma habitación que Raquel compartía habitualmente con su marido y que ahora, por culpa de aquellos hombres, estaba en el hospital, eso si, afortunadamente, fuera de peligro.

 

La mujer y el sobrino temían lo peor para este. Con un carácter fuerte, aunque ahora fuese una mujer dominada y sumisa ante las amenazas que se estaban produciendo dentro de su casa, no podía permitir que su sobrino sufriese daño alguno.

 

  • Por favor¡¡¡ Ya os he dicho que haré lo que queráis, pero dejad en paz a mi sobrino

  • Ah si? Igual que hace un momento, que has sacado la boca de mi polla?

 

Enrojeció al ver la cara de terror de Cristian al saber lo que habían hecho a su tía. En realidad ambos lo hicieron a la vez que Fredy intentaba hacer cariños al joven.

 

  • Te voy a dar la última oportunidad. A la mínima que te resistas, o no hagas lo que te pidamos, no sólo permitiré a Fredy jugar con tu niño, si no que mis hombres le ayudarán a que no se le escape nada.

 

La mujer tembló, no podía permitirlo e intentó tomar el control de la situación dentro de las limitaciones a las que estaba sometida.

 

  • Cristian. Sal fuera por favor............

  • De eso nada. Tu sobrino se queda. Ya es un hombre........ – Contestó Isma de manera contundente.

 

Aunque el joven ya había cumplido los dieciocho años, para ella seguía siendo un niño, y en realidad lo parecía, pues su aspecto era más bien de un crío de dieciséis.

 

  • Raquel, Cristian. Quiero que os beséis.

  • Qué? – Respondió asustada la mujer

  • Qué? Que no te lo voy a repetirrrrr.... Ya se han terminado los avisos. O le besas tú o le besa Fredy.

 

No dio lugar a una segunda advertencia del jefe de la banda y empezó a besar a su sobrino. Seguía las indicaciones de Isma y llevó la lengua a la boca del joven. Éste se dejaba llevar, muy cortado y cohibido, dejando que su tía fuera quien llevase toda la iniciativa.

 

  • Quítale la toalla a tu tía........

 

El joven no reaccionaba y fue la mujer quien llevó la mano del chico a un extremo de la toalla para que el joven tirase de ella y la dejara de nuevo completamente desnuda.

 

  • Ahora tú a él. Déjale desnudo.

 

Ella bajó su boxer a lo que colaboró el joven, a quienes les iba la vida en ello. Se tocaron, tal y como les indicaban. El joven acariciaba los pechos de su tía y pasaba la mano por encima del vello púbico, mientras, ella, empezó a masturbarle ligeramente, más que nada, una caricia a su miembro.

 

  • Tampoco pretendemos que folléis, aunque por lo que estoy viendo, creo que a tu sobrino le gustas. – Explicó entre risas al ver la erección de Cristian.

 

Se relajaron al escuchar las palabras de Isma, pero tenían otros planes. Mandaron al joven que se colocase de rodillas en el cabecero de la cama. La mujer, totalmente desnuda, debía situarse, mirando hacia arriba, apoyada en el cuerpo de su sobrino y con las manos hacia atrás, agarradas a él.

 

Tía y sobrino se colocaron como les habían ordenado. Alan sabiendo lo que debía hacer, se colocó entre las piernas de la mujer y comenzó a sobar sus pechos. Después agarró su pene y refregó su glande entre el negro vello púbico de la magistrada. Ella mantenía sus ojos cerrados, imaginando que no estaba pasando aquello, pero consciente que no era su marido quien le hacía aquello que siempre era placentero para ella.

 

El joven llevó su miembro al inicio de su sexo, y de una fuerte embestida la clavó dentro. Empezó a cabalgar sobre ella. Sus manos se aferraban a la seguridad que le aportaba su sobrino.

 

Sentía como le iba llenando con su pene. Escuchaba las groserías que le iban gritando los compañeros de Alan, sentía también el pene erecto de su sobrino que se clavaba en su espalda.

 

Nunca había tenido atracción a su sobrino, en realidad sólo por su marido, pero aquella reacción de todos los jóvenes que querían mantener relaciones con ella, pero le extrañaba, a la vez que se sentía halagada por que su sobrino se sintiera excitado por estar junto a ella.

 

Mientras, Alan seguía penetrándola. Intentaba relajarse mientras poco a poco, el joven se iba excitando y sabía que llenaría su útero de semen.

 

Expulsó totalmente lo que tenía dentro en su vagina, que no pudo absorverlo y sobresalió el viscoso semen por todo su sexo y parte de su vello.

 

  • Alan. La has dejado muy guarra. Habrá que limpiarla. Jueza, ve a la ducha, pero que te acompañe tu sobrino y sea él quien te lave bien el coño.

  • Vamos, vamos, que esto no me lo pierdo. – Dijo Sandro.

 

Se levantaron todos y fueron a la ducha. La mujer, intentando proteger a su sobrino intentaba tranquilizarle y le hablo en voz baja.

 

  • Cristian, haz lo que te piden. No creo que falte mucho ya. – Susurró al oído de su sobrino.

  • No habléis entre vosotros. – Interrumpió Isma. – A ver. Raquel, las manos detrás del pelo, de la cabeza claro, – Entre risas. – Y tú, chaval, espero que prefieras lavar el coño de tu tía a que Fredy te lave el culo y la polla.

 

La mujer agarró la alcachofa de la ducha, abrió el grifo y se la entregó a su sobrino. Dirigió el chorro al sexo de la mujer, quien se estremeció ante la temperatura del agua. El joven no se atrevía a tocar a su tía, por eso fue ella quien llevó la mano para que su actitud no tuviera consecuencias negativas.

 

El joven frotó con su mano el interior de su sexo, mientras Isma fotografiaba la escena. Estarían como cinco minutos hasta que el jefe le ordenó que la secase y que volvieran de nuevo al salón. Ambos, completamente desnudos, precedieron al séquito que les daban las indicaciones.

 

Mandaron al chico sentarse de nuevo en el sofá, pero esta vez la mujer tuvo que situarse de rodillas, apoyada la cabeza en el regazo de su sobrino. Le indicaron que masajease sus pechos mientras que Sandro se colocó detrás de ella.

 

  • Consuela a tu tía, que igual le duele un poco. – Expuso el jefe.

  • Señora “jueza”, no es nada personal. , pero le dije que íbamos a pasar la baqueta a todos los agujeritos follables de tu cuerpo.

 

La mujer se agarró fuertemente a las piernas de su sobrino, no sin antes, asegurarse que obedecía las órdenes y llevando las manos a sus senos.. Este comenzó a sobar sus pechos y a pellizcarle los pezones, tal y como le había ordenado el jefe.

 

Dio un grito cuando la penetró. Clavó las uñas en las piernas desnudas del muchacho e incluso llegó a clavar sus dientes en ella. Cristian no era inerte a lo que sucedía y su pene se mostraba erecto. Sandro, por su parte, mostraba satisfacción, mientras que con orgullo, penetraba a la mujer con claros gestos de disfrute.

 

Raquel apoyaba su mejilla sobre el pene de su sobrino y podía percibir perfectamente la erección del mismo. Intentaba no pensar en nada, pero no lo conseguía. Era consciente que no sólo excitaba a los asaltantes, si no también al hijo de su hermana.

 

Sentía dolor cuando Sandro la penetraba, pero también conocía como mujer, por los movimientos, la excitación y los jadeos del joven, La mujer sintió como si una inyección caliente llenaba todos los huecos existentes en su ano.

 

A pesar de estar abatida, no quiso llorar en ningún momento. No quería darles la opción de humillarse aún más. Los tres hombres, aún desnudos, se vistieron. Tía y sobrino permanecían desnudos. Antes de salir de casa se hicieron unas últimas fotografías junto a la mujer para darle un último consejo.

 

  • Raquel. Sabes que si denuncias esto las fotos saldrán a la luz, y también sabes que ese será el menor de tus problemas. Creo que sabes que vas a dejar, el próximo lunes, libres a todos mis hombres y a cerrar el caso.

 

No contestó, pero sabía que estaba en manos de aquella mafia. Los hombres se fueron ante el fingido enfado de Fredy, que reclamaba su parte.

 

  • Lo siento Fredy. Otra vez será.... Somos hombres de palabra y la “jueza” ha hecho todo lo que le hemos pedido. Ha cumplido y yo también. Por cierto Cristian. Estás a reventar, sería bueno que tu tía te hiciera una buena paja, o le echases un buen polvo. Pero eso es cosa vuestra.

 

Los cuatro delincuentes salieron de la casa. A la juez y a su sobrino les esperaba una larga charla, para que a ojos de todos, nadie supiera jamás, lo que esa noche había sucedido.